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Perdiéndote

Hola, hoy la verdad que no me siento muy bien. Así que voy a dejar el capítulo y me voy a dormir, disculpen pero no voy a poder responder los comentarios del cap anterior. Pero sepan que siempre es un placer para mí charlar con ustedes sobre la historia y saber sus impresiones. Nada más que hoy estoy de malas, pero no quería dejarlos sin saber qué pasaba... saludos y buena lectura. 

Capítulo XXVIII: Perdiéndote

"Todo en mi mente es caos siempre, hay voces, ruidos, olores, dolores, sobre todo dolores. Pero en contadas ocasiones también hay tranquilidad, calidez y resignación.

Resignación para lo que fuese me deparase el futuro, si eran cinco minutos, cinco meses o cinco años, tan sólo quería pasarlos así. Con esa calidez que a veces me roza las mejillas, la frente y de tanto en tanto se posa en mis labios, como el vuelo de una delicada mariposa que maravilla a aquel que sabe captar el detalle y no se deja obnubilar por su belleza.

Cuando se aleja todo se vuelve un desierto helado, todo es frío y solitario, oscuridad. Pero está allí, siempre regresa, ella, sólo ella; quien aprendió a detener su vuelo para observarme en verdad. Esa que con sólo verme, supo que la estaba llamando a gritos sordos. Yo sin consentir pedirlo o desearlo, sin siquiera reconocer su valor, la tuve entre mis manos para luego simplemente dejarla volar.

Y la reconozco, sin necesidad de verla paseándose en los recovecos de mi oscuridad. Son los recuerdos de sus roces que ya no puedo confundir, el de su dulce aroma que invade cada uno de mis sentidos y el murmullo de sus palabras que evocan lo único que yo considero sagrado en mi mente.

¿Por qué está aquí nuevamente? Tomándome la mano como si temiese romperla, acariciándome casi con timidez, como si no nos conociéramos de todos los modos posibles. Y aunque deseo verla y devolverle ese simple apretón, tomarla una vez más, apresarla con un desesperante anhelo, sé que no puedo.

Algo me lo impide.

Por supuesto, es esa sombra que me arrastra al abismo una y otra vez, no puedo escapar y muchas veces pienso que no quiero. Porque si me aviento a sus brazos, puede que no haya nada que detenga mi caída, tal vez ella ya no desee volar a mi lado. ¿Y es que acaso puedo culparla? No podría decirlo, allí voy de nuevo... adiós calidez, bienvenido dolor. El dolor que para hombres como yo, ya es más que un simple sentir, es nuestro modo de subsistir.

Del Conde Fantasma.

Desde Donde moran las sombras."

****

Los días fueron pasando, no pudo determinar cuántos estuvo lucido y cuántos los pasó dormido. Pero algo era muy evidente en ese momento, estaba despierto y aunque el dolor seguía allí latente, al menos ya no estaba delirando por la fiebre. En sus delirios al parecer le atacaba la vena poética y parecía que sólo podía pensar versos inconexos, bastantes cursis y muy pocos propios de él. Se incorporó con premeditada lentitud hasta alcanzar una postura semi erguida, reprimió una pequeña mueca al intentar ponerse firme, a su alrededor se encontraban sus cuadros de aves y animales disecados. Estaba en su casa, mejor aún, estaba en su habitación y en ese instante la puerta se abría.

—¡Oh! —Ailim dio un respingo que casi la hace volcar la bandeja que cargaba. Iker intentó sonreír, aunque fue más trabajo del que esperaba—. Ha despertado.

Ella no aguardó respuesta, rápidamente dispuso la bandeja sobre una mesa auxiliar y corrió hacia la ventana para abrir las cortinas de par en par. No había luz, eso significaba que lo que Ailim le traía, era la cena. La vio ir de un lado a otro, como si la habitación no estuviese lo suficientemente limpia ya.

—Ailim —la llamó con una voz que por un segundo desconoció. Lo miró—. Acércate —índico con un leve ademan, ella le hizo caso a medias. Iker soltó un suspiro y se quitó las mantas de encima para ir él mismo por ella, frente a esa acción Ailim reaccionó más rápido.

—No debería. —Intentó sostenerlo de los hombros y él no opuso resistencia, aunque no volvió a recostarse.

—¿Cuántos días llevo en cama? —Su esposa apartó la vista en dirección a la puerta, Iker se apresuró a tomarla de las muñecas sólo por si intentaba escapársele—. ¿Cuántos?

—Seis —respondió escuetamente—. Nuestros invitados, estarán felices de saber que ya ha despertado.

Iker frunció el ceño, mientras ella se desasía fácilmente de su amarre.

—¿Invitados?

—Lord y lady Adler, también está sir Nigel. —Confundido con su adolorido cuerpo, pasó por alto el hecho de que Ailim se refiriera a su familia por sus títulos.

—¿Qué hacen ellos aquí?

—Cuando supieron de su... —hizo una pequeña pausa mordiéndose el labio inferior—. Accidente, vinieron a ver en qué podían ayudar. Ha sido muy amable de su parte.

—Seguramente —espetó con sarcasmo, notándose repentinamente desnudo, eso explicaba la urgencia anterior de su mujer.

Paseó la vista por su cuerpo, descubriendo que justo a la altura de la clavícula, unos dedos por encima de su corazón, le cruzaba una ajustada y gruesa venda; y eso era todo lo que vestía.

—Dame unas calzas —pidió, extendiendo de forma ausente una mano en su dirección. Ella avanzó a tientas y con los ojos puestos en el piso cumplió su orden. Iker ignoró eso y se puso de pie para vestirse, los ataques de pudor de su esposa no era algo que echara de menos—. ¿A dónde vas? —la increpó, notando como en su desconcierto intentaba huir.

En ese momento hasta le dolía pensar, no tenía la fuerza física como para lanzarse a perseguirla por la casa. Su herida escocía, pero iba a reconocer que había corrido con suerte, cinco centímetros más arriba o abajo y él no lo habría contado. En realidad no tenía derecho a quejarse, sólo acababa de sumar una cicatriz más a su extensa lista de marcas.

—A... a llamar a lord Adler. —Y él que pensaba que los buenos modales habían muerto.

Sacudió la cabeza y pasó de detenerla, ella quería escapar que más daba si lo hacía. Tarde o temprano estarían solos y tarde o temprano hablarían de su extraño comportamiento. Ailim hizo una pequeña reverencia antes de retirarse y fue cuando Iker conectó todas las piezas, por un momento se había olvidado que al regresar tendría a la esposa que compró, nada más y nada menos.

Se dirigió al balcón, maldiciendo por lo bajo, sintiendo como en su interior un pequeño fuego de rabia crecía gradualmente. ¿Ahora que haría con ella? Estaba claro que ya nada sería como antes, ¿entonces qué? ¿La había molestado tanto que ya ni siquiera intentaría conciliar las cosas? Tal vez ella estaría deseando que él nunca hubiese despertado, pues su rostro no evidenciaba ninguna clase de alivio o felicidad. ¿Y él qué? ¿Era tan egoísta como para mandar todo sus sentimientos al diablo y obligarla a permanecer a su lado feliz? Al menos fingiendo felicidad.

Reprimió un gruñido de rabia o quizás de dolor, no estaba del todo seguro. Sus puños se apretaron con fuerza sobre la balaustrada, definitivamente rabia, se dijo internamente tratando de conciliar un pensamiento claro.

—Ailim... Ailim... Ailim... —prorrumpió al viento, como si de este pudiese obtener respuestas—. ¿Qué diantres voy a hacer contigo?

—¿Qué cosa? —Iker se volvió automáticamente, para ver como su hermano ingresaba con sigilo a la habitación—. Veo que ya estás mucho mejor —sentenció William, conforme cruzaba las penumbras del cuarto y salía a su encuentro en el balcón.

—Es discutible —murmuró, volviéndole la espalda para poder fijar la vista en la luna—. William Gregory Warenne en mi propia habitación, tengo que preguntar a qué debo el honor.

—No seas necio —masculló su hermano con un chasquido indignado—. Deberías regresar a la cama, no has pasado por una buena recuperación.

—Me dispararon, William, ¿qué esperabas? —lo increpó con un toque de ironía.

—Espero que seas un poco más sensato y regreses a la cama, aún estás débil. —Su hermano le rozó un hombro con timidez, alentándolo a moverse y él soltó un suspiro antes de mirarlo.

—No estoy débil, esto... —Se señaló la venda—. No tiene nada que ver con mi...

—¿Con tu qué? —lo apremió Will, al ver que vacilaba—. ¿Con tu mal humor? —aventuró, logrando que él frunciera el ceño—. Yo lo sé, Iker, tu mal humor se está propagando como la peste desde mucho antes de tu encuentro con Colín. Ahora sólo me gustaría saber, ¿qué lo provoca?

—Siempre tuve mal humor, intentar discernir su causa es como discutir el asunto del huevo y la gallina. —Una vez más le volvió la espalda como un pequeño caprichoso.

No estaba listo para iniciar una disección de su cerebro, no después de haber padecido en esa cama por seis días. ¿Acaso no tendría un tiempo fuera? Estaba atosigado, tenía una larga lista de pendientes y ninguna de las tareas le caía en gracia, lo único que quería eran cinco minutos a solas con sus pensamientos. Entonces sabría cómo tratar con Ailim, sabría qué diantres ponerse en esa condenada herida que le daba comezón y sobre todo, descubriría un método eficaz y rápido para desaparecer a Reginal de la faz de la tierra. Demonios, cuánto daría por cinco minutos de paz.

—Esto es diferente y lo sabes... —acusó William con voz calma—. Siempre has sido un cabrón, no voy a negarlo. Pero últimamente...

—Últimamente, ¿qué? —En esa ocasión no pudo evitar molestarse por la insinuación—. Si mal no recuerdo, últimamente lo único que hice fue arriesgar mi culo para salvar el tuyo. ¿Acaso encuentras ese comportamiento indigno?

—¡No!—exclamó su hermano con ahínco—. Por supuesto que no, agradezco lo que hiciste por mí y por Abi. Pero... ¿a cambio de qué?

—De nada, no eres tan importante.

—Iker —lo censuró Will, al notar que sólo estaba hablando su arrogancia.

—Ah, William... me agradabas más cuando no te interesabas por mí. —Su hermano sonrió frente a sus palabras y le cruzó un brazo por los hombros, palmeándolo con innecesaria fuerza.

—No me interesas, niño, sólo intento arreglar el desastre que armé al secuestrarte por tres meses. —En esa ocasión fue su turno de sonreír.

—Dudo que esto sea por tu causa. —Will hizo una mueca al parecer no muy convencido de aquella aseveración—. Yo lo eché a perder desde mucho antes, no tienes porqué sentirte responsable.

Ambos se quedaron en silencio por un largo minuto, Iker no se daba una idea de lo que estuviese pasando por la cabeza de su hermano, pero sabía que estaba maquinándolo todo a máxima velocidad.

—Si bien creo que eres inteligente, tiendes a ser completamente obtuso en lo que refiere a ti mismo. Sea lo que sea que le hayas hecho, estoy seguro que sabrá disculparte. —Enarcó una ceja con suspicacia al oírlo, pues él no estaba tan seguro de nada de eso—. Iker si te disculpas realmente, ella te perdonará.

—No, Will, creo que ya tomó una decisión en lo que respecta a mí y supongo que tendré que respetarla. —Aunque no tenía ni la menor inclinación por cumplir con esas palabras.

—¡Al demonio eso! —La vehemencia en su timbre lo hizo mirarlo con sorpresa, ir en contra de los deseos de alguien sería más propio de él no de Will—. Nada está verdaderamente perdido, no al menos que tú así lo decidas. No es que Ailim no esté dispuesta a perdonarte, es que tú no estás dispuesto a bajar la cabeza y admitir tus errores.

—Will... —comenzó a protestar, pero su interlocutor lo acalló con un enfático ademan.

—Nunca te he dado un consejo, pero creo que es hora de que sepas... que tu comportamiento es indigno de un caballero. —Los ojos negros de su hermano lo atravesaron tras esa aseveración—. No hay nada de malo en mostrarse débil de tanto en tanto, no tienes que defenderte de todos, Iker. No todo el mundo intenta lastimarte... una vez le dijiste a Abi que si era digno de ella la aceptaría tal y como era. Y es cierto, Iker, quien te quiere en verdad te acepta tal y como eres, sólo tienes que atreverte a dejar que los demás te conozcan.

Su hermano lo liberó entonces, desequilibrándolo por lo abrupto de su retirada. Sin decir más, salió de la habitación con el mismo sigilo de antes e Iker frunció el ceño, pues muy en lo profundo había comprendido lo que Will le decía. Pero, ¿sería capaz de hacer tal cosa?

—La comida se enfría. —Verla allí de pie junto a su puerta, le respondió esa duda al instante. No, no sería capaz. Porque ese no era él y no podía forzarse a ser amable y considerado como Will, no podía agachar la cabeza con sumisión. La sumisión era cosa de cobardes, Iker no había sobrevivido una guerra y a una tortura, y a un resiente disparado para estar besando el piso de una mujer. Ella había tomado una decisión, al demonio, él también la había tomado.

—No tengo hambre —masculló, sin hacer ademan de ingresar a la habitación. Notó como Ailim se revolvía incómoda por su negativa, pero haciendo honor a su papel de esposa ejemplar, se mantuvo callada—. Ven aquí.

Ella avanzó en silencio, hasta detenerse a su lado con la vista proyectada al hermoso jardín que se veía como un paraíso nocturno. Una escena romántica, pensó él con desdén, era lo último que necesitaba.

—Esposa mía, no me has dado la correspondiente bienvenida.

—¿Disculpe...? —murmuró contrariada, Iker se giró para ofrecerle una trémula sonrisa.

—Un beso —le informó sin borrar aquel gesto de su rostro, ella asintió sin emitir juicio y sosteniéndose de la balaustrada se impulsó lo suficiente para alcanzar su altura. Iker no se movió, esperando que ella hiciera todo el trabajo y así lo hizo. Ailim le plantó un casto beso en los labios, para luego regresar la mirada al jardín—. ¡Oh vamos! Puedes hacerlo mejor que eso, fueron tres meses de abstinencia... —Los ojos de ella chispearon frente a sus palabras, pero no dijo absolutamente nada—. Inténtalo nuevamente. —Ailim fue a impulsarse una vez más pero él la detuvo de la mano—. Pero esta vez, hazlo como si en verdad lo desearas.

La mirada de su esposa podría derretir hielo en esos momento, aun así se mordió el labio antes de tomarlo por la nuca y fundir sus bocas por un lapso más prolongado. Iker se sintió desfallecer en ese momento era tan dulce como lo recordaba, pero sabía que ella sólo lo hacía porque se lo ordenaba y eso sólo logró que el segundo de satisfacción, se fuera al demonio.

—Abre la boca —la apuró, tomándola por el cabello para inclinarle la cabeza. Con un quedo gemido de protesta, ella obedeció y él tomó sus labios con desmesurada pasión. Empujándola más allá de su límite, exigiéndole ser correspondido, pero nada funcionaba. Era como besar una pared, Ailim simplemente se dejaba hacer sin dar nada a cambio. Molesto por esto, la tomó por la cintura y con un empellón, la aplastó contra la puerta de vidrio. Ella soltó un quejido que él ahogó con sus demandantes besos. La presionó con su cuerpo, buscando una respuesta, besándola con brusquedad y fue un segundo el que pasó, hasta que un sabor salado logró filtrarse a través de sus labios hasta fundirse con sus sentidos.

Iker la soltó de forma abrupta, notando que ella tenía los brazos presionados a cada lado del cuerpo con resignación, los ojos cerrados con fuerza y la boca enrojecida por su causa. Él extendió una mano para rozarle la comisura de los labios, pero Ailim se apartó volviendo el rostro, renuente a sus caricias. Iker la tomó por la barbilla y deslizó su índice por aquel camino de lágrimas que marcaban un destellante río de dolor en sus mejillas.

—Perdón —dijo antes de notarlo siquiera. Los ojos de su mujer permanecieron ocultos tras sus parpados cerrados y eso lo hizo querer patearse con fuerza, una y otra vez—. Ailim... lo siento... yo...

—No importa —murmuró sin fuerza, desasiéndose de su caricia y escapando nuevamente al interior—. Necesita descansar.

Iker la siguió, viendo que ella tomaba la bandeja como si se tratara de un escudo entre ambos.

—Ailim... no quise hacerte llorar, discúlpame.

—He dicho que no importa, no pasó nada. —Iker avanzó con rapidez, para quitarle la bendita bandeja de las manos y dejarla a un lado. Su hombro rugió acusando el dolor por ese movimiento, pero se obligó a hacer caso omiso de ello—. Yo me...

—No, no te vas... no aún. —Se apresuró a cortarla, antes de perder una nueva oportunidad. ¿Qué estaba haciendo?

—De acuerdo —aceptó sin más, como si todo lo que dijera él fuese palabra sagrada.

—No hagas eso, no me trates como si fuese tu dueño. ¡Sabes que no es así!

—Yo no sé nada. —Fue su respuesta casi susurrada.

Iker se encabritó, odiaba eso, no quería eso. La quería a ella, normal, mandona, juguetona, sagaz y poco cortés. Sin darse cuenta, la tomó por los brazos como si de esa forma pudiese hacerla volver en sí. Quería sacudirla y demandarle que le gritara todo aquello que se estaba guardando, quería... ¡Dios! La quería a ella ¿Por qué simplemente no se lo decía entonces?

—Mierda, Ailim, ya basta... no puedo hacer esto, no me hagas... —Se revolvió el cabello con una mano, intentando mantener la compostura.

—No te hago nada.

—¡Claro que si!—exclamó en un exabrupto—. Claro que lo haces, me... —Ella lo observó expectante, en algún momento Iker se dio cuenta que aún la sostenía con firmeza y fue entonces cuando la liberó.

—¿Qué? —lo increpó, con sus ojos azules desbordando de lágrimas apenas contenidas. Él sacudió la cabeza, sin poder apartar la vista de aquellos ojos que tanto estaba haciendo sufrir. ¿Qué clase de hombre era? ¿Era la clase de basura que se regodeaba en el dolor ajeno? ¿Acaso su hermano tenía razón? Por supuesto que sí, se necesitaba más valor para admitir la derrota que para darse la vuelta y fingir que nada ocurrió.

—No puedo soportarlo —masculló casi con rabia—. No puedo soportar que no me quieras... —admitió con la respiración enturbiada por el esfuerzo—. No me importa el resto, sólo tú... si... si... también lo arruino contigo, ya no me quedara nada. Por favor... sé que no lo merezco, pero si hubo un sólo segundo en este tiempo juntos, en el que te hice feliz. Te prometo que pasaré lo que reste de mi vida intentado ser nuevamente ese hombre. Sólo ese... nadie más... pero Ailim... —Se silenció un segundo, para limpiar las lágrimas silenciosas que rodaban por el rostro de su mujer—. No me des la espalda... lo soportaré de cualquier otro, pero no de ti.

—Iker, ¿por qué me dices esto? —instó con la voz apenas audible—. Si tan sólo...—Un sollozo la interrumpió, pero eso no la detuvo—. Si tan sólo... soy un impedimento para ti.

—No. —Se apresuró a responder él—. No, Ailim, eso no fue lo que quise decir.

—Nunca es lo que quieres decir, siempre es algo que yo malinterpreto. Pero sabes qué, estoy harta de eso. Estoy harta de tener que medir cada movimiento, cuidando de no decirte mucho, cuidando de no decirte poco... cuidando de no atosigarte, dándote tu tiempo, comprendiéndolo todo de ti. Aceptándolo. —Ella sacudió la cabeza con incredulidad—. Siempre tengo que aceptarlo todo, no te he pedido nada a cambio... sólo... que me tuvieras en cuenta... pero no valgo nada para ti. Y lo comprendo, ¡pero no me vengas con esto! No me des uno de tus discursos, porque ya no me interesa oírlos.

Ailim se llevó ambas manos al rostro, en un vano intento de ocultar su llanto, Iker se quedó sin palabras. No atinó a moverse un paso para consolarla, no dijo ni hizo nada. Sólo la observó llorar, porque ni siquiera tenía derecho a decirle que todo se arreglaría, que ya no sería un bastardo y que ella era lo único que importaba para él. No le creería y aunque fuese completamente honesto, ella estaba en su derecho de mandarlo al diablo.

La observó mientras tomaba asiento en la cama y se limpiaba las lágrimas con metódica lentitud, la observó mientras servía la comida y vertía el agua en una de las dos copas, incluso la observó cuando abandonó todo sobre la mesilla como si se hubiese olvidado por completo de él. Iker comprendió que sólo estaba allí para asegurarse de que comiera, por lo que optó por seguir sus reglas.

Tomó asiento enfrente de ella, Ailim cortó algunas hogazas de pan y las dispuso a cada lado del plato de sopa. Él tomó la cuchara y se llevó la comida a la boca incapaz de sentir cualquier sabor, sólo concentrado en ella. En ningún momento lo miró, sino que se limitó a cortar la carne y a servir el agua siempre que él vaciaba la copa.

—No siempre digo lo que pienso... —dijo en tanto que mojaba el pan en su sopa y lo miraba desmigarse en sus manos—. Descubrí que es más sencillo de ese modo, las personas esperan menos de ti. Pero cuando dije aquella vez que Gaby y tú son impedimentos, no mentí, ni tampoco evadí la verdad.

Ailim alzó la cabeza y lo observó con gesto sombrío, Iker se metió el pan en la boca y tras beber un sorbo de agua continuó.

—Pero es que nunca dejaste que terminara esa frase, son impedimentos... porque son los que impiden que pierda la cabeza. Son los que me mantienen firme en mis pensamientos, porque siento que de esa forma tengo un propósito. —Ella negó sin comprender—. Cuidarlos —murmuró bajando la vista un segundo—. Ailim... —La miró con firmeza—. Nunca digo las cosas que pienso, porque también tiendo a censurar mis propios deseos. La verdad es que nunca pensé que casándome contigo le haría un mal a Reginal, esa fue la excusa que me di, la excusa que te di a ti. No quería admitir que la idea me fascinó desde el mismísimo momento en que Ivanush lo propuso. Sólo quería que fuese un hecho, te tendría a mi lado... tal y como lo había deseado de niño. No me importó si estabas de acuerdo o no, porque sabía que te haría quererme. Y sé que sueno arrogante, pero es que no había otra opción. Yo estaba destinado para ti... y lo lamento, porque sé que te mereces un hombre mejor, pero tú me encontraste, tú me dijiste que no me dejarías solo... me lo prometiste. —Le acarició suavemente la mano que ella reposaba en la bandeja—. Pero voy a entender si decides que no quieres seguir con esa promesa.

—¿Y se supone que ahora debo creerte? ¿Cómo sé que ahora eres honesto?—Era un pregunta justa y mientras la hacía, lentamente retiraba la mano de debajo de la suya. Iker no supo cómo responder, lo único que pudo hacer fue suspirar derrotado. Ailim se puso de pie repentinamente y él alzó la cabeza frente a ese movimiento—. Si por una vez en tu vida decides dejar de actuar, llámame. Mientras tanto espero que me respetes lo suficiente, como para no volver a hablarme directamente.

Sorprendido y bastante molesto por eso, también se puso de pie y la tomó del brazo deteniéndola de un jalón.

—¡¿Qué demonios pasa contigo?! Te estoy diciendo la verdad.

—¡Vete al infierno, Iker! Tú no sabes hablar en serio, estoy cansada de ti y de tus juegos. —Se revolvió golpeándole la mano—. ¡Suéltame!

—¡No! —exclamó, apresándola por los hombros.

—¡Déjame! ¡Te odio! ¡Déjame! —Iker la sacudió tratando de aplacar sus gritos y ella rompió en un nuevo llanto que logró abrirle una brecha en el alma—. No voy a permitirte esto... —le advirtió entre sollozos, clavando sus brillantes ojos acuosos en él. Iker la atrajo hacia sí rompiendo sus barreras y la envolvió entre sus brazos, permitiéndole descargar todos esos golpes que ella deseaba darle.

—Lo lamento —le susurró al oído—. Perdóname... no quiero seguir siendo el villano de tu historia, perdóname. —La apretó aún con más fuerza y tomó una gran bocanada de aire—. No puedo hablar honestamente, porque sino el mundo entero descubriría que soy un farsante. Ailim... —Ella hundió el rostro en su pecho, pero aun así él supo que lo estaba escuchando—. Todos sabrían que...—Apretó las manos en puños y simplemente decidió darle paso libre a su corazón, por primera vez se permitió hablar sin pensar en las consecuencias de lo que admitiría—. Todos sabrían que admiro terriblemente a mi hermano, que siempre le envío una rosa a mi madre para su cumpleaños y que nunca, nunca habría levantado mi espada para enfrentar a Jonathan. Todo el mundo sabría cuánto me arrepiento de haber hecho tanto daño, de haber quitado tantas vidas... y de no haber sido capaz de perdonar... de haber dejado que el odio ganara sobre los momentos felices. —Se detuvo hundiendo el rostro en su hombro, incapaz de enfrentar su mirada. Ailim lo apartó con delicadeza y él dio un paso atrás cuando intentó limpiar una lágrima de su mejilla—. No quiero ser un patético llorica... —Sonrió sin un ápice de humor—. Es más fácil bromear, ser arisco y fingir que nada me importa... siempre es más fácil que admitir que odio el hombre en el que me convertí. Porque no quería ser así... sólo... quería...

—Que te quisieran —completó ella y él asintió de modo casi imperceptible.

—Pero nada es como lo esperamos —susurró con la vista fija en la alfombra. En algún momento sintió los delicados dedos de Ailim posarse en su mentón y lentamente su rostro se fue elevando, hasta que se encontró una vez más con sus comprensibles orbes azules.

—Tú no eres lo que esperaba... —admitió ella tras un minuto de silencio—. Eres odioso, caprichoso, malvado, grosero, arrogante, vil... pero no podría cambiar nada de ti. Porque no serías mi Iker...

—¿No te gusta mi versión lastimera?

Ella sonrió sin querer.

—No me gusta verte triste, pero tampoco me gusta que me hagas a un lado... tampoco me gusta que disfrutes viendo mi tristeza.

—No... —masculló sin poder creer que ella pensara eso, sintió como si acabara de hundir su pulgar en la herida abierta—. Maldita sea... Ailim, podría comenzar una matanza de aquí a Francia si eso te hace feliz, odio no saber cómo ser bueno para ti. Creo que olvidé lo que es ser una persona buena, pero nunca... —La tomó del rostro para capturar su mirada—. Nunca pienses que disfruto nada de esto, estoy volviéndome loco y sigo sin ser capaz de hacerte feliz.

Ailim le cubrió la boca con un dedo.

—Lo haces, incluso cuando no tienes idea, lo haces. Pero entonces das un giro abrupto, como si no te importara lo que yo pudiera sentir.

Iker presionó la boca en una delgada línea, pues sabía que la había llevado en más de una ocasión hasta sus límites y ella seguía disculpándolo.

—Sé que crees que no me importa, pero lo que hago siempre lo he hecho por ti. Porque quiero asegurarte un bonito futuro, porque quiero que lo tengas todo.

—¿Es que no lo entiendes aún, Iker? —Él la miró tratando de leer entre líneas, pero fue incapaz de decir qué era lo que pensaba—. Ya lo tengo todo, cuando estás aquí y te limitas a ser tú, yo siento que lo tengo todo.

—¿Me creerías si te dijera que yo también?

Se encogió de hombros con una pequeña sonrisa surcando sus labios.

—Creo que puedo hacerlo, pero sólo si...

—No tienes que ponerme condiciones, amor mío, no cambiaré ni un poco de mi personalidad. —Ella volvió a reír frente a su broma y en esa ocasión le golpeó con suavidad en el brazo.

—Intento ser seria aquí, podrías por favor... —Iker asintió acercándose tentativamente a su rostro, Ailim continuó hablando mientras él le plantaba un pequeño beso en el hombro y luego en el cuello y luego...—. Por favor, Iker... tan sólo no me hagas daño, ya no busques más afuera. Tenemos todo lo que necesitamos aquí, has esto por mí —pidió en un instante, y él se apartó lo suficiente para mirarla con seriedad.

—Lo haré, lo prometo. Puedes confiar en mí, puedo hacerlo... —Ailim sonrió frente a la contundencia de su aseveración y le cruzó delicadamente los brazos al cuello, para atraerlo con sutileza hasta sus labios. Iker suspiró más aliviado que nunca cuando sus bocas se encontraron, y en esa ocasión hizo un esfuerzo por dejar que ella tomara lo que quisiera de él, entregándose pasivamente a los tímidos avances de los labios de su mujer. Él la besó con delicadeza, casi con reverencia y ella supo comprender su necesidad, guiando aquel encuentro tal y como su esposo lo haría. Por fin se dijo internamente, mientras la alzaba en vilo para depositarla con suavidad sobre la cama, y poder después de tanto tiempo admirar su pequeño cuerpo bajo el suyo. Agitada, expectante y con los ojos refulgiendo con una sola emoción.

—Aún sigues herido —le recordó ella, pero Iker ni siquiera pensaba en el dolor del disparo. Ese era mínimo, frente a la posibilidad de perderla.

—Doble trabajo para ti —respondió, engullendo sus labios como si se trataran de su fruto prohibido.

Ailim soltó una leve risilla contra su boca y él comenzó a recorrer un camino invisible por su cuerpo, ayudando a sus manos a recordar cada curva, cada línea, cada contorno, suavidad o sensibilidad. Toda ella se encontraba bajo el escrutinio de sus manos y estaba dispuesto a tomarse cada segundo de su vida, en detallarla por completo.

—Iker... —susurró en protesta, él sonrió mientras depositaba un ruidoso beso en su pecho.

—Por favor, amor... —rogó como un condenado a muerte—. En los prostíbulos no supieron complacerme. —Repentinamente Ailim lo apartó con un empellón y sus ojos refulgieron de ira. Iker la aprisionó una vez más contra el colchón y rió frente a su indignación—. No tienes sentido del humor. —Le dio un beso, pero ella sólo le volvió el rostro—. Ailim sólo soy fiel a una sola persona... —hizo una pequeña pausa y luego se corrigió—. Bien, a dos... pero Dios no cuenta con el equipo apropiado para satisfacerme.

Le dio una pequeña palmada en las caderas. Ella lo fulminó con la mirada.

—Eso es una blasfemia.

—Tienes razón —aceptó de muy buen grado—. He oído por ahí que Dios lo es todo. —Ella sonrió muy a su pesar y él se zambulló para poder atrapar su sonrisa con los labios.

—No me gustan tus bromas —le dijo, volviéndolo a empujar.

—Soy completamente tuyo, boba, ni tienes que preocuparte por ello. —Y por primera vez, sus palabras sonaron honestas. No hubo vacilación o duda, finalmente había comprendido el concepto de amor de Nigel. Ahora sólo restaba llevarlo a la práctica.

—¡¡Iker!!

Soltó una fuerte carcajada frente a su pudorosa exclamación, pero nada detuvo la investigación de sus manos.

—Maldición, Ailim, fueron tres meses... soy como un colono conquistando tierras vírgenes. —Ella sacudió la cabeza y con ambas manos se cubrió el acalorado rostro, dándole de ese modo la libertad de hacer con ella lo que le viniera en ganas. Él le deposito un beso junto al oído—. Gracias, amor.

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Más o menos faltan cuatro capítulos para que se termine, al menos no lo maté no? Pero sepan que yo puedo ser mucho más mala xDD Es broma, gracias por pasar y ya nos estamos viendo en el próximo. ¿Les gustó? 

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