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Pacto entre sombras

Tuve algo de tiempo para ponerme a editar el cap. así que espero les guste. Gracias por pasarse, no se vuelvan locas por Iker, él en realidad es un hijo de su mala madre. No digan que no les advertí xDDD

Capítulo V: Pacto entre sombras

Ailim soltó un bufido, intentando inútilmente arreglar aquel mechón de cabello que insistía en caer sobre sus ojos. Estaba acalorada y bastante agitada, pero Iker no daba señales de querer disminuir la velocidad. Ella no tenía nada en contra de una sana caminata, pero parecía que él se afanaba por buscar los caminos con la mayor cantidad de obstáculos posibles. Sin duda alguna se estaba divirtiendo a sus costas, tomando ventaja del hecho de que ella no sabía dónde vivía él. De saberlo habría tomado el primer carruaje en esa dirección, dejando al extraño y poco caballeroso espécimen de hombre atrás. 

—¿Quieres por favor detenerte? —Llevaba alrededor de diez minutos pidiéndole de la manera más solícita, que le diera un respiro. No era una floja, ella pensaba que tenía un buen estado físico. Pero no era lo mismo recorrer Londres del brazo de un caballero que correr detrás de uno cargando un costal repleto—. Por favor, Iker…—Debía lucir tan patética como se sentía, pero qué va, no estaba pasando su mejor día y él parecía que acababa de empezar con su tortura—. Detén un carruaje, te lo ruego.

Él finalmente se volvió sobre su hombro, para dirigirle una breve sonrisa falsa.

—¿Qué ya estás cansada?—instó burlón, ella enarcó una ceja apenas conteniendo una respuesta rabiosa. «No vayas por ese camino amigo, no sabes de lo que es capaz una mujer molesta»

—¡Me has tenido corriéndote por toda la ciudad! —Avanzó hasta posar la punta de su dedo sobre su pecho, tratando de no pensar en lo solido que se sentía el cuerpo de ese infeliz, y enfocó su ira—. ¿En dónde diablos vives?

Iker bajó la vista hasta su mano y luego volvió a subirla enarcando una ceja en su dirección, Ailim quitó su dedo al instante como si con ese simple gesto la hubiese palmeado para que no se atreviera a cruzar esa línea.

—No falta mucho. —Y entonces se dio la vuelta para retomar el paso. Condenación, ese hombre la haría perder los estribos.

—Al menos podrías ayudarme con esto… —masculló sufriendo para levantar su saco, él le respondió como de costumbre: encogiendo los hombros—. ¿Qué clase de caballero eres?

—Uno que respeta las pertenencias de una dama.

—¡Ay, por favor! —exclamó irónicamente—. Si respetas las pertenecías de los demás, no tendrás reparos en devolverme a mi sobrina.

—Estrictamente ella no es de tu pertenencia, si debería de regresársela a alguien, esa persona sería Ivanush.

Ailim rodó los ojos y en un acto de completa exasperación, levantó en el aire su costal y se lo aventó a la espalda. Iker se detuvo abruptamente y su mirada verde por un segundo pareció escupir veneno.

—¡Quiero a mi sobrina!—le espetó, sin ánimos de dejarse amedrentar por su desdén.

Ella no le temía, pues hasta el momento Iker no había hecho gala de su posición para desmerecerla. Era un punto a su favor, ya que eso le daba la libertad de tratarlo como a un igual, algo que nunca podría hacer con otros hombres. Pero quizás en esta ocasión, se le había pasado tal vez un poquito la mano. Esa era la razón por la cual hombres y mujeres no se trataban en términos de igualdad.

—Pues yo quiero un dragón, aparentemente no podemos tener todo lo que queremos. —Y tras soltar aquella extraña frase, se giró sobre sus talones sin hacer mención alguna de su arrebato.

Ailim se quedó estática… ¿Qué había dicho? ¿Un dragón?

—¿Un dragón? —preguntó haciendo eco de sus pensamientos—. ¿Y para qué diantres querrías un dragón?

—No es el dragón en sí, sólo intento graficar un punto. —Ella se puso a caminar a su lado y no pudo evitar mirarlo extrañada, Iker le devolvió la mirada de soslayo y tras soltar un suspiro volvió la vista al frente.

Ailim no dijo más, pues por un segundo tras discutir el asunto del dragón, ella logró vislumbra a su Iker. Ése que salía con respuestas extrañas y poco lógicas, al punto de zanjar una discusión colmándola de un tono ridículo y burlón. Ella sabía que a Iker no le gustaba discutir, sus respuestas no siempre eran acertadas pero Ailim sospechaba que eso no lo hacía premeditadamente.

—A decir verdad siempre quise tener un poni.

Él se giró en su dirección, mostrándole que tenía su atención. Ailim sonrió sin poder evitarlo, pues por primera vez desde su reencuentro, volvía a ver una pequeña pizca de su amigo reflejado en el rostro de aquel hombre.

—¿Qué te detuvo? —inquirió con tono sosegado, ella soltó un pequeño suspiro mientras entrelazaba su brazo al de él. Iker aún la miraba atento, sin parecer molesto por aquella libertad.

—Que no podemos tener todo lo que queremos —respondió repitiendo sus palabras, él sacudió la cabeza dejando que una pequeña sonrisa tirara de sus labios.

De esa forma casi y sentía que el tiempo no había pasado para ninguno de los dos, ella nunca había tenido dificultad para hablarle. Iker era un excelente confidente, sólo necesitaba encontrar esa parte de él que por alguna extraña razón, ahora mantenía tan oculta. 

Efectivamente como él había mencionado antes, el trayecto que restaba no fue muy largo. Se mantuvieron en un apremiante silencio, mientras caminaban con los brazos entrelazados. Quien los viera pasar, pensaría en ellos como una simple pareja en su caminata diaria. Iker vivía en St James's, un lugar que se caracterizaba por ser una zona residencial predominantemente aristocrática. Ailim no pudo evitar soltar un suspiro resignado, habían dejado muy atrás el triste barrio en que ella y su familia residían. Al apreciar la mansión de Iker, la sensación de estar entrando en terreno inhóspito tomó una gran porción de su pecho. El lujo desbordaba por el mantillo de pequeñas piedrecillas que se deslizaban bajo sus pies conforme avanzaban hacia la imponente morada. Los jardines impolutos se extendían tanto a diestra como siniestra, mostrando con orgullo una variada vegetación, coloreada aquí y allá por flores silvestres. El lugar parecía un pequeño trozo de paraíso, destacando en medio de la enorme urbe. Era como si Iker hubiese hallado la proporción justa, para combinar tanto lujo como encanto, un reflejo de él mismo quizás.

—Bonito jardín —comentó embelesada, pues se sentía estúpida sin abrir la boca para halagar aquella obra de arte—. Muy natural. —Él enarcó una ceja, mientras encaraban los primeros escalones que guiaban a la puerta principal.

¿Por qué en un instante pensó que él la enviaría por la puerta de servicio? «Quizás porque ese es tu lugar» le contestó una maliciosa voz en su interior y ella tuvo que esforzarse para no darle la razón.

—Un pequeño connaisseur.[1] —Ailim tuvo que contener un suspiro y un estremecimiento, oírlo entonar una palabra en francés le había despertado tantos recuerdos.

Iker era inglés, eso no estaba a discusión, pero cuando ella lo había conocido él difícilmente hablaba el idioma de su país natal. Cualquiera que lo viera entonces pensaría en él como un pequeño francés, pues su acento siempre había sido muy marcado. Pero ese era el niño, el adulto en todo ese tiempo se había mantenido tan regio como todo un caballero inglés. Por eso no pudo evitar sorprenderse por el cambio que manifestaba su voz normalmente monótona, cuando pronunciaba en lo que él mismo declaraba; su lengua madre.  

—No lo tenía como un hombre de pasiones, milord —le dijo de manera provocativa, él sacudió la cabeza en una tenue negación y empujó la gran puerta blanca sin ninguna ceremonia.

Nadie estaba del otro lado para recibirlos, tras el magnánimo derroche de elegancia puertas afuera ella se habría esperado a un pomposo mayordomo aguardando por su señor. Pero en contrapartida, se había encontrado con un vestíbulo en penumbras, ligeramente iluminado por una luz secundaria que colgaba triste del candelabro. Toda la magnificencia del exterior pareció perder brillo y gloria una vez que cruzaron al interior del hogar. Ella no pudo determinar el color de las paredes o si el piso era de mármol, si estaba pulido o alfombrado. Difícilmente pudo vislumbrar la silueta de Iker alejarse por el amplio pasillo, sin darle tiempo a soltar un comentario.

Ailim corrió detrás de él y por un segundo pensó en pedir una vela para alumbrarse el camino. Por supuesto, Iker se movía con la fluidez que sólo puede ganarse tras años de morar las sombras. Él no parecía reparar en el hecho de que hubiese largos tramos de pasillo sin el más mínimo haz de luz. Repentinamente en todo su desconcierto, se preguntó dónde estaría su sobrina en toda aquella oscuridad. ¿La habrían tirado en algún cuarto frío del servicio? ¿Tendría una vela para ver aunque sea más allá de su nariz? ¿Estaría asustada? Por supuesto, ¿quién no lo estaría en ese lúgubre lugar? Ailim comenzaba a sospechar que si tomaba un giro errado, las penumbras terminarían por tragársela por completo.

Estaba por manifestar su duda en voz alta, cuando notó que Iker se detenía al pie de lo que parecía ser una escalera. ¿Grande? ¿Hermosa? No supo decirlo, lo único que podía ver era la mano de él descansando en el barandal.

—Milord. —Ella respingó en su lugar, al sentir a alguien había hablado desde algún sector a sus espaldas. Ailim comprendió entonces porque Iker se había detenido, al parecer tenía mejor desarrollado el instinto de presentir a las personas de lo que ella lo hacía—. Ya está aquí.

Iker respondió con un resoplido, logrando que una risilla se escapara de sus labios sin autorización. Sus ojos verdes la observaron en un fugaz parpadeo, como dejándole claro que la había oído.  

—¿La niña? —preguntó el conde con la voz en su ya tan común susurro velado. Ella tenía que preguntarle por qué diantres no alzaba un poco el tono de voz, casi y tenía que montarse en su pecho para oírlo resollar.

—En el cuarto con la niñera. —Ailim soltó un suspiro sonoro, había olvidado que Cleo estaba acompañando a Ari—. ¿Qué tal han ido las cosas? —instó el hombre, que aún no se había presentado, pasando por su lado para tomar la capa de Iker.

Ella comenzó a sospechar que se trataba del mayordomo, a pesar que no llevaba librea, algo que se esperaría del mayordomo de un conde.

—Podrían haber ido mejor. —Sin lugar a dudas, pensó en añadir. Pero claramente los hombres no querían oír su opinión—. Ve a buscar a la niña.

—Ariana —dijo Ailim antes de notarlo, comenzando a molestarse porque hablaran de su sobrina como si fuese una chiquilla recogida de las alcantarillas. Su hermana y ella no se habían pasado nueve meses escogiendo un nombre, para que ellos estuviesen llamándola “la niña”.

—Como sea —replicó Iker sin darle importancia a su corrección—.Ve, Stephen.

—¿Yo? —inquirió con sorpresa el tal Stephen.

Iker le envió una dura mirada, esas que lograban aplacar al espíritu más indómito. Extrañamente Stephen se limitó a mantenérsela con coraje, como si estuvieran en una relación en la que el conde debía bajar la cabeza en sumisión. Ailim se volvió para mirar la respuesta de Iker, el cual se mantenía imperturbable, pero no parecía molesto por la respuesta del mayordomo.

—¿Acaso esperas que vaya yo? —preguntó sin depositar ninguna emoción a su timbre. Ella en esa ocasión se giró en dirección de Stephen, ese enfrentamiento le comenzaba a despertar cierta simpatía por ese hombre.

—Pues, milord, por lo que veo usted conserva en buen estado sus dos piernas el camino no le hará ningún mal.

A Ailim casi se le desencaja la mandíbula, ¿el mayordomo acababa de decir eso? No se lo podía creer. Miró a Iker de soslayo, éste había cambiado su pose hasta casi parecer irritado. Casi.

Ailim aguardó impaciente, de la respuesta de Iker dependía que ella pudiera hacer un juicio de quien llevaba la voz cantante en esa casa. Él como de costumbre mantuvo sus aires de hombre sombrío, pero en sus ojos se podía vislumbrar que no estaba enfadado e incluso hasta parecía que todo aquel circo con el mayordomo lo divertía.

—Si vamos a ponernos en esos términos, a juzgar por el botón que amenaza con descubrir tu pequeña falta de juicio con los manjares. Yo diría que a ti, ese ejercicio no te haría mayor daño que a mí.

Ailim observó el voluminoso abdomen que Stephen intentó ocultar tras el comentario de Iker. Pero fue inútil, el botón de su chaleco parecía estar sostenido por las últimas hebras de la tela.

Stephen sonrió y al pasar junto a su señor, le palmeó la espalda de manera afectuosa aunque sin medir mucho su fuerza.  

—Ésta la ganó —masculló mientras se perdía escaleras arriba. Ella sonrió frente a la extraña relación entre el empleado y su patrón. Estaba más que claro que Iker no era un caballero convencional.

—Interesante —murmuró tratando inútilmente enmascarar el tono satírico de su voz.

Al parecer él ni reparó en su descaro, pues se limitó a recostarse contra la pared, posando un pie en el primer escalón y el otro en el suelo.

—Stephen es mi ayuda de cámara, un esperpento… pero leal.

Ella enarcó una ceja, le llamaba la atención que un jevees[2] recibiera al señor a su llegada.

—Pensé que era tu mayordomo.

—No tengo mayordomo —informó cansinamente. Ella asintió, comenzando a creer que lo estaba aburriendo con su presencia.

A decir verdad era difícil saber cómo entretener a ese hombre, daba la impresión de que cualquier ingeniosa respuesta por su parte encontraría nada más que vacío del otro lado. Tarde cayó en cuenta de lo que él había dicho, ¿no tenía mayordomo? ¿Qué clase de extraña casa era esa?

Bueno estaba más que claro que allí no había nadie que se encargara del lugar. Un mayordomo normalmente ostenta la casa con más orgullo que el mismo dueño, pero si Iker no tenía uno eso explicaría el toque mortecino que envolvía aquel sitio. Lo miró tratando de leer algo en su expresión, cada segundo que pasaba a su lado se convencía un poco más de que Iker se había perdido. Sólo había que ver el interior de esa casa, para darse cuenta que allí no residía más que la estela de un ser humano.

—¡Tía Ailim! —Pero entonces todo pensamiento sobre el conde quedó despachado, al sentir esa vocecita chillona y los pasitos alborotados corriendo escaleras abajo.  

Ella se volvió pare recibirla, incapaz de no preocuparse al ver que en tanta oscuridad Ari podía tropezar. Pero no tuvo tiempo de mostrar su indignación o siquiera darle forma a sus pensamientos. Cuando su sobrina alcanzó el rellano que se veía iluminado por una amplia ventana, sus miradas se encontraron. Ailim se olvidó de todo en cuanto vio su pequeño rostro surcado por una amplia sonrisa. Ari se precipitó para encarar el último tramo de escalera y en ese instante Iker se irguió de su posición relajada contra la pared. Acto seguido clavó su mirada de hielo en la sonriente Ari, logrando al momento que se detuviera en su carrera hacia ella.

Ailim estaba apunto de maldecirlo, ¡él no tenía derecho a asustar a su sobrina!

En ese segundo tomó la decisión, la sacaría de allí a como de lugar, ninguna de las dos tendría que padecer sus cambios radicales de humor. La pequeña se quedó anclada en su lugar, tan sólo cinco escalones por encima del conde. Se observaron mutuamente como si ambos estuvieran manteniendo una conversación privada. Ailim se sacudió incómoda en su lugar y avanzó hasta tomar la barandilla, pero Iker estiró un brazo impidiéndole el paso.

—¿Qué te dije? —murmuró sin apartar los ojos de Ari.

Frustrada, estuvo a un segundo de golpear ese brazo que se había detenido a escasos centímetros de su pecho. A pesar de la cercanía, a pesar de que prácticamente podía sentir el calor que emanaba su cuerpo, no retrocedió. Su sobrina la necesitaba, o al menos eso se dijo a sí misma.

—Que no corriera —respondió la pequeña, manteniendo un tono de voz regio que incluso logró sorprenderla.

Nunca había oído hablar a Ari con tanto aplomo, en cierta forma parecía querer demostrarle al conde que no estaba intimidada, aunque los temblores de su cuerpito la desacreditaban notoriamente.

—Es una niña… —comenzó a decir ella, logrando una mirada de reojo que podría haber mandado a callar a una jauría hambrienta.

—La próxima vez… —entonó la última palabra como para dejar claro que ni esperaba tener que mencionarlo una vez más.

—Lo sé, me quedo sin piernas.

Ailim tuvo que obligarse a recoger su mandíbula del suelo. Su niña, su pequeña Ari había sido amenazada por ese bruto.

No le importó llevarse el brazo de Iker por delante, en realidad disfrutó oírlo maldecir por su movimiento inesperado. Se abalanzó sobre la chiquilla para protegerla con su cuerpo, no quería que tuviera que soportar a un hombre como ese o terminaría amargándose de por vida. Ari no tenía que tener la idea errada que Ailim e Ivanush poseían, no todos eran una basura o al menos eso querían transmitirle a la niña. Pero dejándola a merced de Iker, Ariana no tendría más opciones que pensar que debía temerle a los hombres.

—Ven aquí —le dijo mientras la abrazaba con fuerza, la niña se dejó abrazar pero ella pudo notar que aún no le sacaba los ojos de encima al conde—. ¿Estás bien?

Ailim la apartó para sostenerle el rostro y tras un segundo más de enfrentar al hombre, la pequeña le devolvió la mirada. Sonrió.

—Estoy bien. —De un momento a otro, Ari pareció recobrar su brillo de picardía, como si repentinamente hubiese olvidado al hombre a sus espaldas—. Cleo y yo decorábamos mi cuarto.

La tomó de la mano antes de que pudiera protestar y la guió escaleras arriba; Ailim se volteó para hablar con Iker pero éste no hizo comentario al respecto, sino que las siguió.

—¡Te va a encantar tía! Tiene una enorme cama de princesa… —Para Ari cualquier cama con dosel pertenecía a una princesa, pues la suya era simple y debía compartirla con su madre—. Y las ventanas tienen cortinas rosa, con pequeños pompones y un juego de té para mi solita.

Conforme iba enumerando las cualidades de su cuarto, la voz de la niña iba adquiriendo volumen. Ella espió al conde por sobre su hombro, pero una vez más él parecía ajeno a lo que Ari comentaba.

Su sobrina se movía por la casa como si le perteneciese, Ailim tuvo que reprimir las ganas de corregir su comportamiento. Se lo diría una vez que estuvieran solas, no necesitaba que Iker le remarcara una vez más lo mal educada que estaba la niña. Tras subir las escaleras notó que Ari encaraba el primer pasillo, pero aun cuando quiso detenerla, la niña se le adelantó pareciendo muy segura del camino que debía tomar. Entonces se detuvo delante de una puerta blanca, tan impersonal como el resto que habían cruzado.

Ari la obligó a seguirla al interior y Ailim se quedó pasmada. La habitación era más grande de lo que se hubiese esperado y a diferencia del resto de la casa, estaba completamente iluminada. La cama de cuatro postes era sin exageraciones, como la de una princesa. Era un cuarto de huéspedes, pero sin lugar a duda alguien se había esforzado por intentar hacerlo lucir más infantil. Y ella tuvo que recorrer con la mirada una sola vez el lugar, para notar aquí y allá objetos que pertenecían a la misma Ari.

—¿No es preciosa? —instó su sobrina, deteniéndose en el centro con las manos extendidas para mostrar la totalidad de su alcoba.

—Sí, preciosa… —corroboró, pues no había otra palabra para describir aquel pedacito de cuento de hadas.

Se volvió para ofrecerle un agradecimiento al conde, después de todo se había mostrado más que hospitalario con la niña, pero él pasó por su lado como si no hubiese reparado en su mirada. Se acercó a Ari y con una rodilla en el piso se inclinó para hablarle directamente. Ailim abrió la boca con sorpresa, al ver como su sobrina le prestaba su oído de manera confidente. ¿Confidencias? ¿Entre ellos? Algo iba mal en ese cuadro. Ari asintió a tiempo que una nueva sonrisa se dibujaba en su boquita, luego ambos dirigieron sus miradas hacia ella y algo en su interior se sacudió en advertencia.

—Tengo algo más que mostrarte —dijo su sobrina, para luego jalarla fuera sin esperar su reacción. Ailim miró a Iker por sobre el hombro y éste se limitó a apartar sus ojos jades en dirección del piso, dejando en claro que no iba a proporcionarle ningún tipo de pistas.

Nada bueno podría surgir de eso. 

                                                                 ***

—¡Absolutamente no!

—¿No te gusta tu habitación tía? —Oh madre, pensó con frustración, Ari se veía tan desilusionada.  

Pero lo único que podía ver Ailim era el poco apropiado cuarto que Iker había apartado para ella. Demás estaba decir que no tenía ni la menor inclinación por quedarse en aquella casa, había muchas implicaciones que simplemente no podía discutir con su sobrina presente.

—La habitación es hermosa, pero…

—Entonces todo dicho, aquí te quedas. —Iker la interrumpió con un júbilo que no armonizaba con su expresión, parecía estar tenso pero por otra parte actuaba para Ari—. Te dije que le encantaría.

Y ahora ponía a su sobrina de su lado, eso era injusto. ¿Cuándo había perdido tanto terreno?

—Ari… ve con Cleo. —La niñera las había estado esperando en “su” habitación, dando los últimos detalles a la decoración. Por supuesto ella ni reparó en eso, pues no tomaría ese cuarto ni muerta.

La niña vaciló notoriamente y por un instante pareció mirar a Iker para obtener su aprobación, Ailim sintió que la rabia crecía en alguna parte oscura de su alma, una parte que hasta ese día desconocía.

—¡Ve! —le gritó, haciendo que su sobrina respingara y le frunciera el ceño, disgustada.

Al segundo se arrepintió de aquel arrebato, pero no pudo hacer nada al respecto. Ari salió disparada del cuarto y Cleo la siguió sin emitir juicio; la sonrisa de la pequeña había quedado perdida en alguna parte entre su grito y la emoción de enseñarle aquel lugar que había decorado para ella.

Demonios, había herido sus sentimientos y todo por culpa de ese hombre. El mismo que la observaba con una oscura malicia como si lo complaciera empujar sus resistencias, lo fulminó con la mirada. Él no tenía derecho a ponerla en esa situación, tal vez se había hecho una idea de ella pero no dejaría que el resto del mundo pensara igual.

—¿Cuál es el problema?

Ailim sacudió la cabeza con frustración, ¿realmente iba a jugar la carta de la falsa modestia?

—¡¿Cuál es el problema?! ¿Estás de juego? —Avanzó para no tener que estar gritándole desde la otra punta, no quería que la oyeran en la habitación contigua—. ¿Cómo se te ocurre hacer esto?

—No entiendo.

—Por supuesto que entiendes, yo no soy tu huésped, Iker… sabes que no tengo la posición para serlo. —Por un instante una chispa de indignación se encendió en sus ojos, pero Ailim pensó haberse imaginado tal emoción—. No puedo quedarme y lo sabes.

—Esas son boberías —espetó recobrando la postura. Ella intentó inhalar profundo, sintiendo que estaba discutiendo con un muro y uno particularmente testarudo—. Es mi casa y yo invito a quien quiera.

—No. —Se presionó el pecho con una mano, sintiendo que tenía que explicarse porque realmente pensaba que Iker no entendía—. Me das una de tus habitaciones más lujosas a mí, a alguien sin nombre. ¿Qué crees que pensarán de eso?

—Me da igual. —Necio, necio, necio.

—Pues a mí no me da igual, no voy a permitir que las personas arruinen más mi nombre. Tal vez a ti no te importe pero yo intento mantener mi reputación…

—No parecías muy interesada en eso esta mañana. —A ella se le secó la garganta al oírlo, él una vez más le recordaba aquel horrible momento. Y tuvo que hacer acopio de su poco control para decirle que midiera sus palabras, después de todo él no tenía idea, nadie la tenía.

—¡Eso es diferente! —exclamó sintiéndose completamente humillada. Claramente Iker ya tenía un juicio armado de ella y no existían posibilidades inmediatas de cambiarlo.

—¿Y cómo es diferente? ¿Acaso piensas que ser la querida de un Conde es más denigrante que ser la de un Barón?

—Estás hablando de algo que desconoces —masculló entre dientes. Él le obsequió una burlona sonrisa, algo que Ailim sintió como una patada a su escaso orgullo—. Yo sólo pretendía ayudar a mi hermana.

—Pues bien, quédate aquí y deja de causar problemas, de esa forma la ayudarás. Y quién sabe quizás puedas prescindir de quitarte la ropa en el proceso.

La respiración se le atoró en los pulmones, sin saber a ciencia cierta qué le causaba más pesar; que él realmente tuviera ese concepto tan bajo de ella o la desdeñosa mirada con la que repasó su cuerpo. Como si el simple hecho de estar en su presencia lo repugnara.

—¡Yo no quiero nada de ti! —exclamó, recogiéndose las faldas para huir de esa casa sin volver la vista atrás. Era inútil intentar razonar con él, ese hombre no era su amigo, era un extraño que se había olvidado por completo de ella.  

Iker la atrapó a media huida y la volvió sobre su eje como si de una simple marioneta se tratara. Por primera vez Ailim no sintió la urgencia de liberarse, por un instante se sintió con la fuerza suficiente para enfrentar sus diabólicos ojos y demostrarle que no tenía nada de que avergonzarse.

—En ese caso puedes quedarte tranquila. —Se inclinó hasta que su respiración tibia rozó su nariz—. No tengo ningún interés en obtener nada de ti tampoco… —Hizo una pequeña pausa en la que su mirada bajó hacia sus labios, en un gesto que terminó por traicionar su aseveración. Ailim se quedó de piedra, mientras Iker tomaba una profunda bocanada y añadía—: No voy a obligarte a permanecer en esta casa, eres libre de marcharte cuando quieras.

—Ari… —comenzó a protestar, pero él la acalló con un ademan.

—No está a discusión, la niña está cómoda y a salvo aquí. ¿Realmente  quieres pasearte por las calles con ella mientras buscas una forma de subsistir?

—Soy completamente capaz de encontrar un empleo —replicó encolerizada e incapaz de imponer distancias entre ellos.

Iker soltó una carcajada grosera, ronca, que pretendía herirla aún más.

—¿Y dónde esperará la niña mientras tu te enrollas con tus amantes?

—¿Eso a ti qué te importa? —Por alguna estúpida razón no negó aquella idea errada. Iker la veía como una libertina, pues bien que la viera como se le diera la gana. No tenía porque justificarse ante él o ante nadie, su conciencia era la única que tenía permitido atormentarla—. Lo que yo haga o deje de hacer con mi cuerpo, no es de tu incumbencia.

Tras decir aquello mantuvo el desafío de miradas, al punto de ver como el rostro del conde se contraía en una mueca agria. Pero el gesto había sido fugaz y en un segundo él había retomado su antigua mirada de superioridad.

—Tienes razón, no me importa. —Los dedos con los que aferraba su antebrazo se apretaron notoriamente y Ailim tuvo que contener las ganas de echarse a correr o gemir por el repentino dolor que le causó. A pesar de la frialdad que emanaba de sus ojos, la mano que la sostenía parecía quemar a través de la fina tela de su vestido—. Pero yo puedo ser mucho más generoso que cualquiera de ellos.

Jadeó tomada completamente por sorpresa. No podía ser cierto, ella se negaba a creer lo que estaba oyendo. Él acababa de pedir “sus servicios”, no cabía duda, Iker la invitaba a su cama para que se quedara en esa casa.

—Si ya terminó de insultarme, milord… —Le envió una significativa mirada a su mano, habida cuenta de que ese no era el comportamiento de un caballero—. Desearía que me liberara para poder retirarme.

—¿Cuál es el problema, Ailim? ¿Mejor malo conocido que bueno por conocer?

Ella apretó los ojos en finas líneas. ¿Por qué no? Se preguntó internamente, ya no podía hundirse más.

—A decir verdad, no me conformo con mediocres. —Al soltar aquello pudo disfrutar con satisfacción de la ira que vio destellar en cada parte de su rostro.

Él no era tan imperturbable como fingía. Se liberó con un tirón, aprovechando su momento de estupor y se dio la vuelta con la espalda recta como toda una dama.

—Aun así no te la llevaras. —Ella tropezó con sus propios pies y se odió por dejar que sus palabras tuviesen tanto peso.

Pero no podía irse sin Ari, esa no era una posibilidad ni remota. Entonces sus pies repentinamente se negaron a seguir avanzando. Escuchó los perezosos pasos de Iker a sus espaldas y en un segundo imperceptible sintió como sus manos se cernían alrededor de su cintura. Luego la boca de él se posó en su cuello y Ailim contuvo el aliento, imaginando estúpidamente como se sentiría ese roce en sus propios labios.

—No hay necesidad de pelear sobre esto, si no quieres el cuarto escoge cualquier otro… si me consideras mediocre, ten por seguro que no buscaré tu compañía. Si alguna vez cambias de parecer… —se detuvo haciendo una larga inspiración, y sin poder controlarse ella dejó caer la cabeza contra su pecho firme. «Dios, olía tan bien»—. Repito… ten por seguro que no buscaré tu compañía.

Entonces le dio un empujón para correrla a un lado y ella sintió que el suelo se sacudía bajo sus pies, imposibilitándole darle un sentido a lo que acababa de ocurrir. ¿Realmente lo había dejado estar tan cerca? ¿Realmente había estado disfrutando de sus susurros? ¿De los roces fugaces de sus labios? Estúpida, estúpida, estúpida.

—Estaré en mi estudio, búscame cuando tomes una decisión.

Iker salió para dejarla retozar en su miseria en privado, tal vez satisfecho de terminar de machacar aún más su reputación, si eso fuese posible. Porque a decir verdad, desde el primer instante en que había puesto un pie en esa casa, se había quedado sin una pizca de ésta y siendo tan descuidada sólo había acrecentado las sospechas del conde. ¿Pero qué había hecho? ¿Qué demonios iba a hacer?

Sintió ganas de correr a la enorme cama y hundir el rostro en la mullida almohada para ahogar sus penas. El picor de las lágrimas amenazaba con romper su tozudez; ella no era una chica dura, no podría manejar eso. No podría quedarse en esa casa o convivir con Iker, porque estaba segura que a la primera oportunidad le cortaría la lengua. Aunque aún no sabía con que propósito, pues estaba segura que esa lengua además de soltar veneno podría obrar maravillas si se lo propusiera.

«¡No! ¡Concéntrate!» No debía permitirse pensar esas cosas, Iker era malvado, tenía que verlo como su enemigo. Pues estaba claro que él no quería ser su amigo, entonces… entonces iba a tener que actuar con su misma frialdad. Si él quería jugar al buen samaritano, ella sería la primera en echar a perder sus planes. No podía engañarse, sabía que Ari estaría mejor allí que deambulando a su lado. Pero tampoco iba dejarla sola, entonces eso la dejaba con una única alternativa, al menos momentánea. 

                                                                 ***

Iker revisaba su manuscrito, pensando que aquel comerciante de botas se las vería negras con sus proveedores. Pero no era algo que podría manejar, el hombre se lo había buscado al hacer tratos fraudulentos, además sabía de muy buenas fuentes que estafaba a su pobre grupo de empleados. De lo único que se lamentaba era de no ser capaz de ir en persona a la redacción para llevar ese nuevo ejemplar, con todo el ajetreo del día se había olvidado de mandar a Stephen en busca de algún pilluelo para que les hiciera el favor.

Era muy cuidadoso al momento de enviar sus escritos, pues cualquiera que descubriese su pequeña fechoría podía acusarlo sin reparos o desenmascararlo. Y esa no era su intención, llevaba un tiempo en el negocio y sabía muy bien cómo encubrir sus huellas.

En un principio había inventado al Fantasma con el simple propósito de dar a conocer sus quejas sobre la guerra en las colonias. Stephen se había mostrado incluso más entusiasmado que él, pues el americano difícilmente podía ocultar la emoción que le despertaba la idea de que Su Alteza escuchara sus lamentos. El Fantasma era un guerrero, era un hombre que había tenido que padecer en el campo de batalla contra los franceses, era alguien con mucho que decir y aparentemente con un gran número de adeptos.

Cuando Iker publicó su primer escrito ni siquiera estaba en el continente, pero las respuestas no se hicieron esperar. Semana tras semana, Stephen le traía copias de periódicos tanto ingleses como franceses, lugares donde sus palabras comenzaban a hacer mella entre los intelectuales. Las cartas que los hombres publicaban en un intento de que llegaran a él para responder a sus observaciones, lo inspiraron a seguir escribiendo. Nunca antes había hecho algo de ese matiz tan crítico y sombrío. El mundo sabía que el Conde de Pembroke era un simple naturalista que como único logro en su vida, había sido publicar un pintoresco libro sobre las distintas aves de América.

Nadie asociaría a ese Conde con el Fantasma, por eso sabía que no corría riesgos, por eso había dado el paso grande de criticar una guerra a criticar a todo un gobierno. Por eso en varios puntos del país se lo creía un traidor, incluso se lo consideraba un reformista, pero nada podría estar más lejos de la verdad.

La puerta se abrió repentinamente, haciendo que Iker alzara la vista un tanto alarmado. Pensar que había personas detrás de su pista a veces lo ponía un tanto paranoico, pero al segundo sonrió divertido. Era Ailim.

—He tomado una decisión. —Su voz regia desentonaba con su pequeño cuerpo, ese cuerpo que se había amoldado a la perfección entre sus brazos.

Se estremeció… ella lo encontraba mediocre.

—Te escucho.

—Me quedo. —Iker tuvo que esforzarse por reprimir una sonrisa, sabía que eso sólo sacaría a relucir su mal genio—. Pero con una condición. —Enarcó una ceja curioso, hasta tentado tuvo que admitir—. Pagaré por mi comida y por mi asilo. —Interesante… ¿cómo le pagaría sin dinero?—. Borra esa estúpida expresión, primero tendrían que arrancarme la piel para considerar pagarte de esa forma. —Uh mierda, estaba siendo demasiado evidente. Pegó en su cara una sonrisa fría, de esas que sabía tanto desquiciaban a Ailim—. Esta casa es un desastre, seré tu nueva ama de llaves.

Iker pestañó intentando encontrar el sentido en esas palabras, pero cuando estuvo listo para responder ella ya se había marchado. ¿Qué…? ¿Acaso se había contratado sola?   

[1] En esa época cuando alguien declaraba tener un connaisseur, manifestaba abiertamente ser un entendido en el asunto e incluso, alguien que mantenía un fuerte interés en el tema. En este caso Iker estaría declarándose a sí mismo como un amante de la naturaleza.

[2] Es la manera en que llamaban a los ayuda de cámara. Solo utilizo ese término para no repetirme.

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