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No sé si es amor

Bueno, veo que están con ganas de seguir leyendo. Yo que pensaba que me iban a pedir que meta algo de suspenso... pero en fin, creo que el final del cap anterior no daba para tenerlos a la espera mucho. Les voy a tener que decir que la historia va caminando cada vez más cerca de su final, lo que significa que tienen que pasar ciertas cosas y... bueno, no voy a decir nada más. A leer...

Capítulo XXVII: No sé si es amor

Los días lentamente fueron pasando, algunas veces con más lentitud que otros. Ailim supo cuando estos se convirtieron en semanas, pues conservaba una carta escrita a puño y letra de su esposo, por cada una que pasaba.

Iker se encargaba de informarle de todos los avances que se producían en la búsqueda de Abi. Todas las semanas llegaba una carta, todas las semanas ella casi y esperaba el instante en que el mensajero arribaba a su casa. Ailim siempre leía sus palabras, e incluso había conservado las tres rosas que llegaron acompañando a tres distintas misivas, pero nunca le respondió. ¿Para qué? Se preguntaba, en las ocasiones que Iker se permitía romper el formalismo y escribía al final de la página: «¿Estás bien? Respóndeme». No veía la necesidad, pues sabía que Rafe le informaba de todo lo ocurrido en su ausencia.

Había pasado de extrañarlo a serle indiferente. Si a él ella no le importaba, por qué Ailim debía malgastar pensamientos en su persona. Tal vez era una forma de auto castigarse y de eso sabía, ya no podía soportar más.

Dejó la carta a medio leer sobre la cómoda, su esposo comentaba de la infructífera búsqueda del acusador de William, y Ailim desde su posición sabía que no podría hacer nada para ayudarle. Sentía un profundo dolor por Abi y Will, pero en cierta forma lograba aplacarlo con el suyo propio. No podían tacharla de egoísta, ella no lo estaba pasando nada bien y lo peor de todo es que ni siquiera podía culpar a Iker al respecto. Había tenido dos meses para asimilarlo, ya incluso intentaba no pensar mucho en ello, pero siempre que se observaba en el espejo no podía evitar que una lágrima rodara por su mejilla.

Exactamente una semana después de la abrupta partida de su esposo, Ailim comenzó a sentirse extraña. En un principio pensó que sólo serían malestares, propios de un embarazo. Por lo que optó por ignorarlo y continuar con sus labores diarios, buscando empujar la preocupación por él lejos de su mente. Pero fue una noche de viernes cuando el dolor en su bajo vientre aumentó, hasta lograr que terminara tumbándose en la cama sin ánimos de poner un pie en el suelo. Pasó esa noche en vela chillando por cada contracción en su abdomen, y el amanecer la encontró acurrucada en el piso, con lágrimas del más puro sufrimiento en su rostro y con el encaje de su camisón blanco manchado de sangre.

Había estado embarazada de dos meses, pero por razones que el médico no supo explicar, el bebé se despidió del mundo antes de siquiera abrir sus ojitos.

"Algunos embarazos son más difíciles que otros" le dijo mientras le aconsejaba reposo absoluto. Ailim no comprendía con qué objeto, pues el bebé ya no estaba, ahora ya no importaba si descansaba o no. "Usted es muy joven, no tendrá problemas en volver a concebir". Pero ella no se sentía con ánimos de recibir consuelo, había dejado que su pequeño muriese, ¿cómo podría siquiera pensar en intentar tener otro? Le había fallado a su bebé, había ignorado sus advertencias. Tendría que haber llamado al médico cuando se sintió mal por primera vez, tendría que haberle dicho a Iker de la existencia del bebé, quizás estando él a su lado la habría auxiliado en ese horrible momento. Pero ya no importaba lo que tendría o debería haber hecho, no lo había hecho al fin y al cabo, y ya no había marcha atrás.

El sábado en la noche de esa misma semana, ella seguía perdida en el mar de su propia desdicha. No fue consciente del momento en que Gaby ingresaba en su habitación y se colocaba a su lado para verla llorar. Tan sólo reparó en la presencia del niño, cuando éste le colocó tímidamente una mano en el hombro.

—¿Qué le pasó al bebé? —preguntó con la voz en un suave susurro.

El niño había estado al pendiente de todo el ajetreo en la casa, sabía que algo no estaba bien en el momento en que el médico apareció. Pero no había tenido el coraje de ir a ver a Ailim hasta ese instante.

—Se fue al cielo —murmuró ella, dejando ir un quedo suspiro. Gaby brincó en la cama y tomó asiento a su lado, luego sin necesidad de palabras ambos se fundieron en un fuerte abrazo.

Ailim sintió las manos temblorosas del pequeño en su espalda, claramente intentaba mantenerse regio y no romper en llanto, pero ella sabía que él compartía enteramente su dolor. Gaby había estado muy emocionado con la idea de que hubiese un bebé en la casa, ella se lo había contado cuando aún no sabía cómo decírselo a Iker. Después de todo Gaby y Ailim pasaban mucho tiempo juntos y cuando ella descubrió su embarazo, quiso compartirlo con alguien que sabía se sentiría tan feliz como ella misma.

Desde entonces habían planeado todas las cosas que le enseñarían al bebé, habían comenzado a buscarle nombres y Gaby siempre había tenido un pretexto para no usar o uno u otro. "Ese es muy cursi" "Así todos van a creerlo bobo" "Tiene que ser de hombre, porque será hombre" Gaby estaba convencido de que el bebé sería niño, porque de esa forma no tendría que jugar más juego de chicas como lo hacía con Ari.

—Ya no llores —le dijo de modo repentino, sacándola de sus recuerdos.

—Lo siento, no puedo evitarlo. —Sorbió lentamente sus lágrimas—. No fui una buena madre.

Gaby la apartó para mirarla a los ojos.

—¡Claro que lo fuiste, siempre lo eres! —Ailim quiso sonreír, pero el gesto se perdió tras su demandante tristeza—. Cualquier niño estaría feliz de tenerte como madre, tú eres la mejor, Ailim. —Y tras esas palabras volvió a apretarla entre sus debiluchos brazos.

—Tú eres el mejor pequeño que cualquiera pudiera desear. —Gaby se encogió de hombros, como toda respuesta. Ailim le acarició fugazmente la mejilla, borrando una solitaria lágrima—. Sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad? —Él asintió en silencio—. Me alegro mucho que estés aquí.

—Yo también me alegro de que estés aquí, nada sería igual si no te hubieses quedado con nosotros. —Ella sonrió tenuemente.

—Eres el único que piensa eso.

—¡No! —la cortó él frunciendo el ceño—. El señor también está feliz contigo, todos lo estamos. —Ailim pasó de decirle algo que desmintiera esas palabras, no deseaba hablar de Iker en ese momento.

—Siempre y cuando tú estés feliz, nada más me importa.

Gaby asintió y por un instante ambos se sumieron en un apremiante silencio, Ailim se recostó sobre las almohadas y él dejó caer la cabeza sobre su vientre con suavidad.

—Tal vez este bebé se fue al cielo, pero estoy seguro que habrá otros. —A ella se le encogió el corazón al oír eso y los ojos se le abnegaron tras un llanto contenido—. Será el bebé más afortunado por tenerte de mamá.

—También por tener un hermano mayor tan considerado. —Gaby alzó la cabeza entonces y la miró con una ceja enarcada, Ailim le acarició el cabello alborotando los mechones rubios—. Un hermano que lo va a querer mucho, ¿verdad?

Él sonrió ampliamente asintiendo con efusividad.

—¡Mucho, mucho! —Y tras plantarle un beso en la frente, volvió a acurrucarse a su lado. Ese día Ailim había perdido un bebé, pero también había ganado un hijo.

Sonrió con melancolía recordando aquel momento y se volvió para guardar la rosa en su relicario. Con esa sumaban cuatro en total y a pesar que ya estaban todas marchitas, ellas las conservaba como si aún expidieran la belleza que tuvieron antaño. Quizás pensando en el momento en que Iker las cortaba y las metía dentro de los sobres, decidiendo cuál carta sería la portadora de una rosa, optando por adornar de ese aroma peculiar ciertas palabras suyas. O quizás, simplemente, para intentar corroborar la teoría de su esposo. ¿Llegada la doceava rosa ella volvería a sentir amor por él? ¿Acaso ya no lo sentía? ¿Por qué ya no le importaba si volvía o no? ¿Dos meses y medio de ausencia era tiempo suficiente para que ella se resignara a perderlo?

***

—¡Finalmente el hogar! —vociferó Nigel, mientras acompasaba el galope de su caballo al de Iker. El conde llevaba caminando junto a su semental desde hacía más de tres horas, pero nadie lo había escuchado quejarse. Parecía que en cierta forma quería retrasarse de ese modo, teniendo en cuenta que estaban cada vez más cerca de Londres Nigel no comprendía el porqué—. Que bueno que todo terminó bien, ¿verdad?

—Sí, estupendo —murmuró Iker de manera concisa.

Nigel lo analizó con la mirada, había intentado no prestar mucha atención a su extraño humor hasta el momento, pero considerando la situación ya no estaba tan seguro. Todos estaban eufóricos por el regreso de Abi, finalmente la marquesa había hallado el camino a su casa y William estaba que no cabía en sí mismo de felicidad. Y mientras la finca entera festejaba aquel suceso, Nigel se había detenido a observar por primera vez el porte apático del conde.

No es que Iker no estuviese feliz por su hermano y cuñada, después de todo había movido cielo y tierra para encontrar al que acusaba a Will de asesinato. Todo resultó bien cuando el mismo acusador intentó llevar a cabo sus amenazas y matar a la señora Abi. Tanto Will como Iker y él, habían logrado cazar a la sabandija de Colín Forbs, quien a su vez terminó confesando su alianza con la arpía de Lady Elisa Berenfor para fraguar toda aquella traición.

Ambos habían resultado apresados y ambos eran en ese mismísimo momento trasladados a la Torre de Londres. Llevaban una comitiva de seis hombres, tres hombres del rey y tres del marqués de Adler.

Ellos por supuesto viajaban un poco más alejados de los reos y dado que Iker llevaba caminando un gran tramo del camino, las distancias se habían acrecentado incluso más.

—¿Qué es lo que te entusiasma tanto de regresar? —instó su acompañante repentinamente, sin apartar su atención del camino.

Nigel se volvió sobre su montura para poder captar sus ojos, pero Iker parecía tan normal como siempre (bien, lo más normal que él pudiese aparentar). Se quedó un minuto en silencio analizando su pregunta y luego respondió casi por espontaneidad.

—Zulima —susurró y una sonrisa surcó sus labios sin que él pudiese evitarlo.

—Es mi hermana de la que estás hablando. —Nigel sonrió en dirección a la oscuridad, sabía que a sus cuñados no los ponía muy feliz aquella unión pero no había nada que él pudiese hacer al respecto. Zulima lo había atrapado por completo, ya no tenía voluntad ni deseos de negar aquello.

Excusez-moi.

Iker lo dejó pasar con un leve ademan y desenterrando los pies del lodo con trabajo, siguió tirando de las correas de su caballo como si nunca hubiesen cruzado palabra. Estaba mortalmente agotado, pero no iba a montar pues ya había abusado en demasía de ese pobre animal. Apolo necesitaba un descanso e incluso su propio jinete requería de uno. En cierta forma comprendía la emoción de Nigel por llegar a Londres, pero no estaba seguro de poder ser partidario de dicha emoción. ¿Con qué se encontraría al llegar? Pensar eso lo estaba aniquilando por dentro. En los pasados dos meses había deseado soltar todo, abandonar a su hermano a su suerte y correr de un solo tirón hacia Londres. Su único propósito habría sido preguntarle a su esposa, ¿por qué no le respondía ninguna de las cartas? ¿Seguiría ignorándolo una vez que él estuviese en la casa? Iker no se lo permitiría, podía comprender que Ailim estuviese molesta. Infiernos, si incluso él lo estaba consigo mismo, no había hecho las cosas como debía, nunca hacía las cosas correctas cuando se trataba de ella. Había querido explicarse, pero las palabras habladas siempre se le habían dado terrible. Por eso había querido blandir la bandera blanca a través de sus cartas, pero incluso él comenzaba a sospechar que ella ni se molestaba en abrirlas. ¿Cómo se iba a disculpar si ella ignoraba el único medio de comunicación que él sabía manejar? De todos modos, su falta de tacto al hablar ya no era una excusa viable, la había utilizado en más de una ocasión. Un "lo siento por ser tan bocazas" no solucionaría nada, ella quería más de él. Lo peor era que Iker aún no sabía cómo darle lo que demandaba, ni siquiera estaba seguro de saber lo que sentía por ella.

La quería, por supuesto que lo hacía. La quería desde el mismísimo momento en que la vio, cuando sólo contaba con ocho años de vida. Pero ese no era precisamente el sentimiento que ella mantenía por él. ¿Cómo hacía para distinguir aquel cariño infantil de algo más fuerte? La atracción sin duda no era condición, pues sino eso significaría que él amaba a medio Londres y sabía que no era así. Se supone que el amor es un sentimiento más fuerte, no tan efímero. ¿Pero cómo diantres uno lo reconoce? ¿Había alguna especie de método? ¿O sólo debía decidirlo? Si a partir de ese momento él se decía enamorado de Ailim, ¿lo estaría realmente? ¿O sonaría tan mentiroso como todas las veces anteriores?

—¿Amas a Zulima? —Tanto él como Nigel se sorprendieron por esa pregunta, pero Iker no se arrepintió de haberla formulado. Quizás podría comparar sus sentimientos con los de algún otro hombre, entonces sabría si lo de él era amor o sólo el requerimiento de tal.

—Sí. —Ni siquiera había vacilado, la respuesta de su cuñado había sido limpia y honesta. ¿Por qué él no podía decirlo de ese modo?

—¿Cómo lo sabes?

Nigel lo miró con la duda reflejada en su rostro, pero Iker estaba acostumbrado a recibir miradas extrañadas. Sus conversaciones no eran comúnmente suaves, y las personas siempre pensaban que sus comentarios estaban fuera de lugar. El sir sonrió, como si estuviese evocando un placentero recuerdo.

—No lo sé... en un principio ni siquiera llegué a plantearme la posibilidad. La veía como siempre, como a la dulce niña que lloraba por no poder atarse correctamente los lazos de sus trenzas. —Soltó una leve risilla—. Yo le enseñé como hacerlo, ¿comprendes? —Lo miró como remarcando aquella ironía.

—O sea que cuando ella se te confesó, ¿la imagen de la niña se desvaneció? —Chasqueó los dedos para enfatizar lo fugaz y cambiante de sus ideas.

—No —negó el otro casi de forma instantánea—. Fue antes. —Iker lo observó con interés y Nigel desvió la vista al camino un segundo—. Me tardé un tiempo en darme cuenta de que ya no era una niña, pero fue cuestión de verla coquetear y reír con otro hombre que algo dentro de mí explotó. —Presionó las manos con fuerza por sobre las correas—. No pude concebir la idea de que se mostrara servicial y atenta para alguien más. —Nigel soltó un suspiro para volver a mirarlo—. Ese día me trató muy mal, me hizo saber que yo estaba siendo un impedimento para su conquista. Quise matar a ese idiota, lo habría degollado en esa tienda de guantes sin importarme un carajo quién mirara. Pero Zulima quería hablar y reír con él. ¿Y quién era yo para impedírselo? El criado de tu hermano, nadie más.

—¿Y qué pasó? —En esa ocasión la expresión de Nigel se volvió más relajada, incluso alegre.

—Más tarde me dijo que había malinterpretado los consejos de Abi, que ella nunca había querido hacerme a menos. Pero creo que si eso no hubiese ocurrido entonces, habría pasado en su presentación en sociedad. Pues sabía que tendría pretendientes y sabía que no podría ser testigo de su coqueteo con cualquier hombre.

—¿Entonces supiste que la amabas?

—No... —La voz de Nigel se volvió un tenue murmullo—. Eso lo supe cuando la vi llorando junto al rosal, estaba tan triste que yo me sentí tremendamente desdichado. Ni siquiera conocía la razón de su llanto y aun así estaba dispuesto a hacer lo que sea por borrar el dolor de sus ojos. Entonces ella me confesó las cosas que sentía por mí, en un principio me importó poco si el mundo se venía abajo tan sólo quería besarla y... lo hice.

—Sí, lo recuerdo —masculló en tono adusto.

—Ella me hace sentir completo, Iker, me hace sentir como si nada alrededor importase, ¿comprenez-vous? —La intensidad de sus palabras se colaron a cada parte de la mente del conde, pero no se atrevió a decir nada—. Siempre que despierto, su recuerdo es lo primero que llega a mi mente y en ella pienso cada noche antes de dormir. Sólo deseo su bienestar, sólo la deseo a mi lado... y lo demás... lo demás no importa si me garantiza que Zulima estará bien.

Iker bajó la mirada al piso, tratando de recordar cuántos minutos de su día se dedicaba a pensar en Ailim. Y no es que no lo hiciese, pero a comparación de Nigel lo suyo parecía insulso. No le sorprendía que Ailim le reclamase, tenía razón él ni siquiera se interesaba por la familia. Pensaba que solucionando el problema de Reginal le estaba haciendo un favor a su mujer, pero se lo estaba haciendo a sí mismo. ¿Era así realmente? ¿Querer que ella estuviese a salvo era un acto egoísta? ¿Y qué tenía que ver esto con el amor? ¿Acaso había sólo un tipo de amor? Los hombres como Nigel que sólo pensaban en el bienestar de su amada, ¿eran los adecuados para hablar de este tema?

Él no era muy partidario de los convencionalismos, sabía que aquello lo hacía un esposo poco común. Pero en cierta forma esperaba que ese rasgo al menos le gustase a su esposa, pero si lo veía desde la perspectiva de Ailim. Él no se había ganado el derecho de ser amado, había hecho las cosas como esperaban que fuesen correctas, ¿pero cómo demonios saberlo realmente? Nunca nadie le enseñó como ser un buen esposo, mucho menos cómo hacer sentir a su mujer amada. ¿Y eso era una excusa? ¡Qué patético! Que nadie lo hubiese amado antes, no significaba que él podía estar jugando con los sentimientos de Ailim, ¿verdad? Estaba tan acostumbrado a estar a la defensiva que se sentía incomodo con la idea de dejarla verlo en verdad, no quería parecer débil. No quería que ella o nadie, para el caso, lo viera jamás mendigando afecto como lo había hecho antaño.

—¡¡Ahh!! —exclamó de la nada, captando la atención de Nigel.

—¿Qué ocurre? —instó el francés, haciendo ademan de bajarse de su caballo. Iker agitó una mano en el aire, ¿qué le podía decir? "Mi cerebro está apunto de estallar, dame un segundo" No, no necesitaba quitarse mérito frente a su cuñado de ese modo.

—Nada... —masculló un tanto avergonzado—. El maldito lodo se metió en mis ojos. —Se quitó el lodo imaginario del rostro, a la vez que sus dedos se topaban con una minúscula humedad que lo contrarió. Recorrió con su índice el camino marcado por su mejilla y sacudió la cabeza en una tenue negación. No se tomó el trabajo de pensar en ello, simplemente clavó la vista en la luna y siguió jalando del caballo, apartando cada uno de esos pensamientos de su mente. Tenía demasiado en qué pensar, pero por ese instante se dijo que ya había tenido suficiente, antes de tomar cualquier decisión necesitaba unas buenas horas de sueño ininterrumpido. Entonces, quizá, estaría listo para decidir qué hacer con su vida matrimonial.

Un estridente sonido reverberó a la distancia, haciendo que tanto Iker como Nigel proyectaran la vista hacia adelante tratando de dirimir de qué se trataba.

—Sonó como...

—Un disparo —completó él, asiendo las riendas de Apolo con mayor fuerza y tras compartir una mirada con el francés, dio un brinco para subirse a su montura. Nigel, quien ya estaba montado, espoleó al animal y salió como alma que lleva el diablo. Iker quedó rezagado por unos minutos, que fue lo que le tomó alcanzar velocidad en su cansado semental.

Notó como unas siluetas aporreaban los laterales del carruaje que trasportaba a los reos, mientras que otros —seguramente los hombres del rey— intentaban correrlos en vano. Uno de los extraños jinetes, salió disparado por un camino secundario que se abría a su lateral derecho, Iker previendo su movimiento salió detrás de él dejando a los otros a su espalda.

—¡Iker regresa! —escuchó que lo llamaba la voz de Nigel, pero él hizo caso omiso de ello y tan sólo apretó con mayor fuerza el amarre de las riendas.

—Vamos, Apolo, un último esfuerzo —le susurró a su amigo al oído, mientras éste respondía piafando para aumentar la velocidad.

El caballo se movía con decisión en la oscuridad, el camino serpenteaba hasta volverse casi nulo. Los arboles parecían cada vez más encima de ellos, pero Iker siguió persiguiendo a aquellos hombres con determinación. No lo había visto en primera medida, pero el jinete no estaba solo sino que llevaba a alguien más en la parte trasera de su montura. Los tenía a medio metro, sólo tenía que estirar la mano y de un jalón podría arrastrar a Colín al suelo. Le daría su merecido a ese hijo de perra, ¿quiénes eran esas personas que habían atacado a la comitiva? ¿Enviados de Colín? Era evidente que los esperaban para liberar a los reos, pero Iker no se lo dejaría tan fácil. Esperaba que los hombres que lo acompañaban, no hubiesen tenido suerte en lo que respectaba a Elisa. Aunque dudaba que Colín también hubiese planeado el rescate de la mujer.

Llegó a rasgar con los dedos la casaca del antiguo lacayo de su hermano, aquel traidor que había intentado matar a Abi. En ese segundo Colín se volvió clavando sus ojos negros en él, Iker le sonrió demostrándole que lo seguiría hasta el mismo infierno. Entonces el joven lacayo le devolvió la sonrisa y en ese momento, sacó de debajo de su manga izquierda un arma con la cual le apuntó directo al rostro. Iker echó la cabeza hacia atrás y jaló de las riendas de su caballo, pero era demasiado tarde para dar la vuelta o detenerse, Colín había disparado.

No sintió el dolor de la bala, ni tampoco el momento en que Apolo se paró en sus patas traseras y lo tiró de su montura con un fuerte sacudón. Sólo fue consciente del segundo en que su cabeza golpeó el duro suelo y del sonido indescifrable que se levaba a su alrededor. El caballo se había encabritado por el sonido del arma disparada a escasos centímetros de su cabeza, en ese instante daba vueltas de un lado a otro soltando patadas al aire y él fue lo suficientemente inteligente, como para no dejar que una de sus herraduras le diera en el cuerpo. Tal vez el caballo se calmó por sí solo, porque de un segundo a otro Iker sólo pudo oír un suave pitido. El impacto de su espalda contra el piso le había robado el aire y le tomó un segundo completo, recordar que debía respirar.

—¡Iker! —Era la voz de Nigel, pero no podía determinar desde dónde provenía—. ¡Merde! ¡Necesito ayuda! ¡Por aquí!

Cada segundo lo oía más lejos, ¿acaso no iba a darle una mano? Necesitaba levantarse de ese charco en el que había aterrizado, pues no podría haber otra explicación para el repentino frío que sintió en todo el cuerpo. Igual, no es como si le importara si se congelaba o la falta de oxígeno que parecía ser cada vez mayor, incluso iba a pasar por alto el hecho de que Colín se le hubiese escapado de la punta de los dedos. Al pestañear sólo pudo pensar en lo mucho que quería regresar a casa, en lo mucho que quería ver el rostro de Ailim una vez más y en lo mucho que lamentaba no haber sido el esposo que ella merecía.

Algo se agitó en su interior entonces y el aire una vez más se le escapó en un exabrupto, pero esta vez al intentar traerla de regreso a sus pulmones, sólo fue capaz de toser con desesperación. Comenzó a jadear y a apretar las manos a la tierra, como si de ésta pudiese obtener el tan preciado oxígeno.

—Tranquilo te tengo... calme, écoute, je suis ici. —Los ojos dorados de Nigel aparecieron en su campo visual, él le había tomado una mano y su rostro no parecía trasmitir esa tranquilidad que pedía—. Te vamos a ayudar...

—Will... —murmuró en voz queda.

—Soy Nigel. —Iker lo sabía, pero quería que le avisaran a Will que Colín se había escapado—. ¡Ayuda!—gritó en ese momento su cuñado, moviendo la cabeza en distintas direcciones. ¿Qué tanto se había alejado de los demás hombres? ¿Alguien siquiera lo oiría allí o moriría con Nigel como único testigo?—. Estarás bien... te llevaremos con un médico.

—No... —Su voz fue irreconocible incluso para sus propios oídos—. Will...

—No te preocupes por él. —Nigel intentó sonreír, pero Iker no se compró su triste actuación. Entonces su cuñado apartó la vista, como si no fuese capaz de sostenerle la mirada, Iker le presionó la mano pidiendo su atención. Debía saberlo.

—Si cuando... —Las palabras le salían arrastradas y prácticamente irreconocibles, aun así no se detuvo—. Te disparan... pie... piensas... en ella... ¿est l'amour?[1]

Nigel lo miró por un largo segundo y tras pasar saliva con algo de rigidez, asintió en un tenue movimiento. En el rostro de Iker se dibujó una apacible sonrisa y luego sin mediar más palabras sus ojos verdes se cerraron presas de la necesidad, mientras la presión con la que sostenía la mano del sir se aflojaba por completo.


1- Traducción: ¿es amor?

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Ay... no me odien. Esta historia tiene un propósito y espero que puedan tener la paciencia suficiente como para leer hasta llegar a mostrarles el propósito. Les dejo un saludo, veo si puedo subir el siguiente pronto... 

pd: El título del capítulo es de una canción muy conocida (en los noventa, creo), si la quieren buscar y escuchar tal vez les guste. Capaz la conocen, es de Roxette. Y en el tiempo que escribí este capítulo supongo que me inspiré con ella. No me acuerdo bien porque fue hace un tiempo, pero cuál sería el motivo de ponerle ese nombre sino? xDD Bye.

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