Lo mejor de lo peor
Para no perder el ritmo en las actualizaciones, ya estoy acá con un nuevo cap. espero les guste ;)
Capítulo XV: Lo mejor de lo peor
Ailim se desperezó lenta y metódicamente; debía admitir que esa cama era mucho más confortable que su antiguo cuchitril de detrás de la cocina. A decir verdad, no había puesto muchas pegas al asunto sólo porque deseaba dejar de dormir con las ratas. Tampoco fue como si Stephen tuviese ánimos de ser persuadido en la tarea de mudarla, el hombre hacía cinco días exactos había llevado sus escasas pertenencias a la habitación de la condesa y con la ayuda de Cleo la habían acondicionado para ella. A pesar de las pocas creíbles protestas de Ailim, el ayuda de cámara había hecho marcado énfasis en que esas eran las órdenes de su señor.
Soltó un leve quejido, en los últimos días ella no había vuelto a ver a Iker, él parecía estar en contacto sólo con Stephen y a través de él le enviaba mensajes indirectos. Ailim no sabía qué pensar de esa extraña actitud, luego de discutir consigo misma durante tres noches consecutivas terminó por dejar el tema. Ya no iba a martirizarse tratando de comprenderlo, Iker había hecho un paso al costado en el sentido más literal de la palabra. Había desaparecido, ya no se presentaba en la casa y parecía que ahora tenía representantes de su palabra. Pues cualquier cambio o noticia, eran traídas por Stephen hasta sus oídos y Ailim comenzó a acostumbrarse a esa rutina. Quizás no lo volvería a ver en lo que restara de su vida, ¿quién sabe? Ella era muy consciente de esos matrimonios en los que los implicados ni siquiera habitaban la misma casa. Era posible que Iker hubiese decidido que así sería el de ellos y bien, ella podía aceptarlo. Al menos de eso se había convencido, tras despertar en ese quinto día y no tener ni la menor idea de dónde podría estar su esposo.
Terminó de alistarse como pudo, a pesar que sus vestidos no eran de alta costura y sus diseños eran simples, ella no se sentía muy cómoda vistiéndose sola pero al no tener a Ivanush debía improvisar. Ailim creía firmemente que ya había abusado en demasía de la hospitalidad de Cleo. Una vez que estuvo lista, se dispuso a escribir una rápida misiva. Su hermana había partido a Brighton hacía exactamente cuatro días. Ailim había llorado tanto en ese momento, que aún rememorarlo le abría una enorme brecha en su corazón. Lord Seinfeld, el amigo de Iker, había sido en esa ocasión el vocero oficial del conde. Había llegado muy temprano en la mañana y les había informado de los planes de Iker, ella se sintió bastante molesta porque él no tuvo siquiera la cortesía de despedir a Ivanush. Pero su hermana le dijo una y mil veces que no importaba.
Tanto Ivanush como Rafe Seinfeld partieron con una pequeña comitiva, que tenía como destino la finca de los abuelos del Lord. Iban a darle asilo hasta que su hermana pudiese acomodarse en alguna casita del pueblo. Como Ivanush no tenía aún ningún lugar fijo para vivir —por las faltas de tiempo que le imposibilitaron conseguir algo— Ari se quedaría con ellos, hasta que Ivanush estuviese cómodamente instalada y pudiera mandar a buscarla. Ailim se sintió mucho más feliz por ese detalle, aún no estaba completamente lista para dejar ir a toda su familia. Al menos su sobrina se había mostrado feliz de permanecer allí, pero no específicamente feliz con ella. Por alguna razón, Ailim sospechaba que Ari la culpaba por la repentina desaparición de Iker. Pero no era como si ella pudiese hacer algo al respecto, su esposo había decidido rechazarla, Ailim no tenía cartas que jugar en esa ronda, lo único que le restaba era esperar.
—Buenos días —saludó alegre mientras ingresaba en el solárium.
Lo bueno de tener la casa para sí, era que tenía la libertad de hacer los cambios que ella considerara oportunos. Ahora cada habitación estaba bien ventilada e iluminada, Ailim simplemente no soportaba las penumbras. Había trabajado con ahínco, en cierta forma para no pensar mucho en Iker, pero finalmente había logrado que la casa luciera habitable. Le gustaba y sabía que el resto de los habitantes disfrutaban de los cambios.
—Hola, Ailim —murmuró Gabriel mientras se empujaba un bollo de pan a la boca. Ese niño era insaciable, siempre que lo veía él se encontraba comiendo algo. Ari que estaba sentada en una tumbona, mutilando un pastelillo con los dientes ayudada por el infaltable Dublín, no le devolvió el saludo. Ailim se resignó a que ese drama continuaría hasta el día que Iker se dignara a aparecer. La niña simplemente se negaba a hablarle, le hacía caso a cualquier cosa que le pidiera, pero siempre manteniendo un gesto sombrío—. ¿Tomarás chocolate?
Ella sonrió, al menos Gaby estaba allí para llenar los espacios vacíos, día a día ella se encariñaba más con el muchacho.
—No gracias, amor, prefiero tomar un poco de té. —Él asintió a tiempo que se ponía de pie para ir en busca de su desayuno, Olga los malcriaba demasiado. Ailim cada día encontraba sus platillos más repletos, la mujer no tenía reparos en gastar el dinero de Iker en comidas extravagantemente deliciosas y ella no tenía reparos en degustarla a conciencia.
—¿Va a salir hoy, milady? —La pregunta que siempre la recibía en las mañanas, era como si Stephen aguardara a que ella le contara su vida para luego poder ir a decírselo a Iker.
Era una teoría un tanto paranoica pero entonces, ¿qué explicaría ese interés tan poco disimulado en el ayuda de cámara? Se lo pensó un instante, estaba francamente harta de permanecer entre esas paredes. Quería regresar al mundo, pasear por el parque y disfrutar del sol en una calesa. Cualquiera pensaría que dichas actividades debería realizarlas con su reciente adquirido esposo, pero a ella no le avergonzaba mostrar que tras una semana y media de casada, ya lo había perdido.
—Sí, voy a salir —espetó con firmeza. Al demonio la sociedad y sus tontas reglas, Ailim no viviría encerrada sólo porque su matrimonio forzado hubiese acabado antes de iniciar. Si Iker no quería llevar la farsa con ella, pues bien, Ailim era la que menos se perjudicaba. Ella ni siquiera era inglesa.
—¿A dónde vamos? —instó una vocecilla desde el quicio divisorio, Ailim se volvió para sonreírle a Gaby.
—Vamos a pasear, a tomar un helado, a alimentar patos... no lo sé, pero saldremos de este lugar. —Al niño los ojos le centellaron con la expectativa que creaban sus palabras, Ailim captó por el rabillo del ojo que Ari estaba mostrándose completamente atenta también. La miró por un instante—. ¿Te gustaría acompañarnos? —le preguntó sutilmente, su sobrina presionó las manos sobre el hurón como si de alguna forma buscara su aprobación, el animal se limitó a enroscarse en sí mismo. Finalmente ella optó por asentir en silencio.
—¡Correcto! —Ailim se sentía invadida por una nueva sensación de plenitud y tras robarse una tostada de la bandeja de Gaby, les indicó a los niños que se pusieran en marcha.
—¿Quiere que pida un carruaje?
Ella se detuvo a analizar un segundo las palabras de Stephen, miró a sus acompañantes vitales e impacientes y luego negó.
—No, caminaremos.
El hombre asintió y tras colocarse su tricornio le abrió la puerta, Ailim lo observó con una ceja enarcada. Al parecer ese día tendrían un guardia personal, lo bueno era que con ese hombretón detrás, nadie se atrevería a pasarse de listo con ellos.
***
—Creo que la señorita Abi es muy amable, ¿tú qué piensas?
Iker pestañó sin siquiera poner atención a la perorata de Zulima, su vista estaba momentáneamente abstraída por la visión del demonio.
—¿Cuándo colgaron esto aquí? —inquirió, señalando con un dedo el enorme cuadro de cuerpo completo que descansaba sobre una de las paredes de la biblioteca.
La primera vez que había entrado en ese lugar, prácticamente se le heló la sangre en las venas. Pero había sido la primera impresión, a decir verdad no tenía idea por qué la mirada ausente de un hombre pintado lo ponía tan nervioso. Aunque cualquiera que lo mirara, diría que el retratado parecía tranquilo e incluso alegre, allí sentado posando de lo más informal con su inseparable florín en la mano.
—Mamá lo mandó a colgar hace unos años... —Quizás todos los años que él llevaba sin pisar esa casa.
Se obligó a apartar la vista del sonriente Jonathan, incluso recordaba perfectamente el día que habían pintado esa escena, pero no podía precisar por qué su padre sonreía. Normalmente Jonathan no le sonreía a absolutamente nada, quizás el pintor era un tipo gracioso, ¿quién sabe? Iker se dejó caer sobre uno de los pequeños sofás de orejas, su hermana no le quitó los ojos de encima en todo el proceso.
—¿Qué? —la increpó un tanto cansado de esa miradita irritable.
—Nada, sólo me pregunto qué haces aquí... —Él se preguntaba exactamente lo mismo, pero no podía decirle a su hermana que su abuelo lo había obligado a pasar un tiempo con ellos.
En realidad ni siquiera entendía por qué el viejo lo quería en esa casa, su madre parecía estar asustada de él, eso lo sorprendió y lo maravilló de formas similares. Le gustaba ser una incomodidad para todos y las cosas habían ido a mejor con la llegada de su hermano William y su reciente adquisición americana; la señorita Abigail Fletcher. Iker estaba en su salsa, no había desperdiciado tiempo para fastidiar. Incluso habían traído al francés traidor, ¿acaso podían ponerle las cosas mas divertidas?
Cinco días atrás, cuando había decidido relajarse un poco, el primer lugar en el que pensó fue en la casa de su madre. Sabía que allí no era bienvenido, pero también sabía que nadie podía correrlo. Por lo que se dijo a sí mismo que si quería aplacar sus ansias homicidas, debía decantar su rabia hacia las personas que más lo odiaban. ¿Qué mejor forma que ser un incordio para ellos? Se había reído de su hermano, había ridiculizado a Nigel, había insultado a su abuelo y también martirizado a su madre. Tras cerrar con broche de oro y crear una antipatía hacia la recién llegada, Iker pensaba honestamente que la semana había rendido sus frutos. No podía sentirse mejor que en ese momento, la forma idónea de deshacerse de la ira era dejándola ir en dosis pequeñas.
Miró a su hermana, recordando súbitamente su comentario. No tenía nada en contra de la pequeña Zulima, a decir verdad siquiera la recordaba. La última vez que se habían visto ella tenía como doce años y él no había tenido por entonces interés en conocerla, y honestamente las cosas seguían iguales.
—Estoy aquí porque los echo de menos —susurró en tono suave—. ¿Ustedes no me extrañan?
Ella frunció el ceño frente a la implícita provocación.
—Tan sólo te gusta pelear.
—Sí... —Asintió desganado.
—No te permitiré que le hagas mal a Will. —Fue su turno de fruncir el ceño, Zulima tenía un vínculo estrecho con su hermano mayor, algo que ellos pudieron haber tenido si le hubiesen dado la oportunidad.
Sacudió la cabeza, era estúpido pensar eso. ¿De qué le servirían sus hermanos de todas formas? Ya de por sí sus dos primeros hermanos le habían echado a perder la existencia. De no haber sido por Gabriel y Sabrina, Iker tal vez habría podido permanecer junto a su familia. Pero eso sólo eran hipótesis, no había forma de verificar tales cosas. Quizás su madre lo rechazaría igual, estuvieran o no sus hermanos vivos.
—Descuida, chérie, William sabe como hacerse mal por sí solo, yo no tengo que hacerlo. Él se hunde a cada paso y tú no puedes hacer nada para evitarlo. —Se puso de pie, para salvar cualquier posibilidad de respuesta.
Zulima murmuró algo por lo bajo, pero Iker estuvo seguro que no le interesaría conocer esas facultades particulares de su hermanita. Ya había sido demasiado de su asquerosa familia, era hora de regresar a su hogar y afrontar uno de sus tantos infiernos personales.
Tras detenerse en el puerto y retirar su pedido, Iker se dirigió a su casa alrededor de las cinco de la tarde. Estaba condenadamente cansado, el problema de permanecer en la pocilga de su madre, era que no conseguía dormir en ningún momento. No le confiaría su vida a ninguno de los habitantes de esa casa y no podían culparlo por tomarse esa prevención. Estaba casi seguro que William intentaría asfixiarlo en sueños, Dios sabía que no había perdido oportunidades cuando eran pequeños. Y su buen "amigo" sir Nigel, le guardaba el mismo recelo que su propia sangre. ¿Quién podría descansar sabiendo que ellos se encontraban a una puerta de distancia? En su infancia Iker no había perdido oportunidad de demostrarles su odio, siempre lograba que los inseparables amiguitos cayeran en sus tretas. ¡Ah qué buenos recuerdos!, él sí que había sido un niño digno de uno que otro zamarreo. Y su hermano y Nigel se habían encargado de darle tantas zurras, como fueron posibles de ocultar a sus preceptores. Pero Iker no podía esperar menos de ellos, después de todo lo único que lo abstraía de la monotonía en esos tiempos, era planear como fastidiarlos. Por supuesto luego tenía que afrontar los castigos, pero con el pasar de los años Iker fue ganando fuerza y confianza, pronto fue difícil de vencer y las zurras más parecían una batalla cuerpo a cuerpo.
Entró tarareando una melodía, extrañamente se sentía en paz consigo mismo. Sí, no había podido cobrarse con la rata mayor, pero eso lo haría con paciencia y determinación. Sabía que debía proceder de forma calculada y con la suerte de su lado, Iker terminaría por esfumar de una vez por todas aquel fantasma de la mente de su esposa. Pero por supuesto, todo a su tiempo. Por primera vez en su vida, pensó las cosas al punto de no precipitarse. Claro que se había encontrado a sí mismo colgando de la fachada de la mansión de Reginal, pensando la mejor forma de irrumpir y machucarlo sin darle oportunidad de soltar un grito. Pero eso no era digno de caballeros, Iker se cobraría el insulto de la única manera que su padre le había enseñado; un duelo.
—¡Oh! Bueno días, milord. —Una regordeta mujer de cabellos dorados casi blancos, se detuvo del marco de la puerta al verlo parado en completo silencio en el recibidor.
Iker paseó con sus ojos por todo el lugar, prácticamente cegándose en la acción. Vio flores, vio tapices y cuadros que hasta la fecha no sabía que existían. Tuvo que reprimir el impulso de volver sobre sus pasos y observar la entrada, quizás se había equivocado de casa.
—Buen día... —susurró alzando entre sus manos una figurilla de porcelana. ¿De dónde había salido ese juego de té? Y... ¡Oh! ¿Qué era ese delicioso aroma? ¿Acaso había entrado al cielo? ¡Imposible! No con sus antecedentes—. ¿Son pastelillos de arándanos? —preguntó refiriéndose a ese apetitoso perfume que lo comenzaba a sofocar, su estómago dio un salto de pura satisfacción.
—Sí —corroboró una sonriente cocinera—. ¿A milord le gustaría comer uno? —¿Uno? ¿Dos? ¿Por qué no mil?
No respondió, se limitó a perseguir a la mujer hasta el paraíso que había creado en su propia casa, de haber sabido que los cocineros podían obrar tal milagro habría contratado uno hacía mucho tiempo.
—¡Esto está delicioso! —masculló alternando el té y los pastelillos, su boca no era lo demasiado grande como para abarcar lo que su estómago reclamaba.
Pero no le importó comportarse como un niño hambriento. Él no tenía clase, ¿para qué intentar engañarse? Comió como si la vida se le fuera en el acto, había tanta variedad que cuando su mandíbula claudicó, Iker tuvo que echarse hacia atrás en su silla, para hacerle de un espacio a su reciente abultado vientre.
—Creo que ya estoy listo para la extremaunción.
La mujer se limitó a reír entre dientes y con un gesto de su mano, le indicó que fuese a padecer en la sala. Ella parecía estar afanosa por poner a su desastre algo de compostura. A Iker lo sorprendió ver que un empleado real, normalmente hacía las cosas por uno.
Repentinamente sintió dentro de su casaca la caja que había recogido del puerto, con todo el asunto de la comida, se le había olvidado lo más importante.
—¿Dónde está mi esposa?
—La señora, el señorito Gabriel, la señorita Ariana y el señor Stephen han partido esta mañana a un paseo por la ciudad. —Iker enarcó una ceja, ¿se suponía que conocía a alguna de esas personas? Nunca habría pensado tal atrevimiento. ¿Stephen un señor? ¡Si ya!
—De acuerdo —musitó con aires divertidos, la cocinera era una mujer muy correcta. Era el típico empleado modelo, quien utilizaba buenos términos para referirse hasta de esos diablillos que tenían el descaro de llamarse niños. Sacudió la cabeza y se dispuso a esperar, en cuanto su esposa pusiera un pie en esa casa ellos hablarían.
***
Tras una cena en el club, cortesía de su desaparecido esposo. Ailim y toda su prole estuvieron listos para regresar a la casa. Habían pasado una tarde maravillosa y en varias ocasiones ella se encontró admirando, después de tanto tiempo, la sonrisa de su sobrina. Sabía que la niña echaba de menos a su madre y por añadidura, también extrañaba a Iker. Era de no creerse, pero los niños lucían más apagados sin la presencia del conde en la casa. Por eso se había alegrado de poder distraerlos un poco, entendía que Iker no deseara verla a ella, pero los pequeños no tenían la culpa. No había razón para que ellos padecieran su falta. Había pensado en enviarle un mensaje a través de Stephen, ya que Iker podía ignorarla pero Ailim no permitiría que ignorara a Ari y Gaby.
—¿Qué tal, se divirtieron?
—¡¡Sí!! —exclamaron ambos al unísono, Ari mostrándose verdaderamente feliz a su lado.
Incluso Stephen parecía más relajado después del arduo paseo, habían caminado hasta gastar las suelas de sus zapatos, pero Ailim finalmente comenzó a comprender las razones que llevaban a Iker a recorrer Londres a pie. Era un sitio hermoso, si sabía como admirárselo. Entraron en la casa con los niños discutiendo nuevamente, por eso de a quién le tocaba cargar a lord Dublín. El animal era el bicho más mimado de la casa, ella prefería no acercársele mucho. Podían querer convencerla de que era un hurón, pero Ailim seguía viéndolo como una rata. Peluda, grande, escurridiza y blanca.
—¡¡Iker!! —El corazón le saltó en el pecho, al oír la cantarina voz de Ari alzarse una octava.
Ailim no daba fe de lo que veían sus ojos, él en verdad estaba allí. De pie, con las manos en los bolsillos y una expresión sombría que podría congelar granito. Pero entonces sus miradas se cruzaron una milésima de segundo y al instante Iker adquirió una postura desinteresada, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios.
—Mírate nada más, te crecieron las orejas. —La niña soltó un bufido frente a su comentario, y liberando al hurón se llevó ambas manos a las orejas de la misma forma que solía hacerlo Ivanush.
—¡No es cierto! —replicó, logrando que el conde se carcajeara a sus costas.
—Si se encoge un poco, podríamos pasarla por gnomo. —El arbitrario comentario de Gabriel, había salido de sus labios casi por accidente. Tanto Iker como Ari lo miraron con ojos desorbitados. El niño se encogió de hombros y avanzó los pasos que los separaban para estrecharle la mano al conde—. Milord—dijo con una rápida inclinación de su cabeza.
—Joven Gabriel —respondió Iker devolviéndole la sutil reverencia. Ailim puso los ojos en blanco, los dos se ponían a actuar como si fuesen desconocidos.
—Milord —saludó Stephen a sus espaldas—. Íbamos a iniciar la búsqueda de su cuerpo... me alegro que nos haya ahorrado la molestia. —La mirada cautica de Iker, no hizo nada por aplacar el desinterés del ayuda de cámara. Estaba claro para Ailim que no había manera de que Iker intimidara a Stephen. Lo observó con algo de envidia, como le gustaría a ella ser capaz de tratar a su esposo con esa fingida pero cordial cortesía.
—Nada me hace más feliz que ahorrarte trabajo —espetó el conde en tanto que pasaba junto a Ari, despeinándola con su mano casualmente. Ailim puso la espalda recta, al ver hacia donde se dirigía. Más bien al verlo avanzar en su dirección—. Esposa —murmuró con una sonrisa que ella no supo corresponder.
Luego sin previo aviso, le zampó un beso en la boca que la dejó en dosis similares, tanto helada como hirviendo por dentro.
—¡¡Ahhhh!!! —Se escuchó levarse a su alrededor, entre silbidos y coquetos remedos de Iker pronunciando esa única palabra: "esposa".
Los niños murmuraban entre ellos tratando de imitar la profunda voz de su marido y se inclinaban soltando besos al aire. Ailim sintió que los colores se le subían a las mejillas, ¿cómo se le ocurría a ese idiota besarla en frente de los chicos? Entonces Iker le pasó un brazo por los hombros, obligándola a pegarse a su costado.
—Inmaduros —les dijo en tanto que se alejaba en dirección a la escalera, con ella aún flanqueando su lateral.
Ailim observó por sobre el hombro la escena que dejaba atrás, los niños soltaron carcajadas de diversión y ella no pudo evitar un escozor de malestar. Le había tomado una sola palabra a Iker hacerlos reír, Ailim se había demorado una tarde entera y aún notaba que Ari la seguía recelando de alguna forma. Era irónico y a decir verdad un poco insultante.
—¿A dónde vamos? —preguntó al notar que él no tenía intenciones próximas de liberarla.
—A hablar —respondió con toda naturalidad.
¿Acaso realmente iba a fingir que no había estado una semana desaparecido? ¿Quién se creía que era para besarla y abrazarla con tanta confianza? Sí podían estar casados, pero él le había dejado bastante claro que no tenía intenciones de seguir con la farsa. Entonces, ¿por qué simplemente no se deslizaba fuera de su amarre? Iker no estaba ejerciendo presión, sólo la cruzaba con un casual medio abrazo y se limitaba a guiarla por los pasillos. Ailim inspiró profundamente, era estúpido querer moverse de todas formas, iba a tener que seguirlo. Iker quería hablar, ¿pero de qué?
Estuvieron en su habitación rápidamente, y su esposo cerró la puerta detrás de sí una vez que hubo cruzado el umbral. Ailim ya libre de su tacto, se cruzó de brazos para enfrentarlo, él muy cínico le sonreía.
—¿Y bien? —instó ella para romper el silencio, Iker parecía cómodo con la idea de quedarse allí de pie sólo observándola. Y para ser honesta consigo misma, Ailim comenzaba a ponerse nerviosa por no decir que el recorrido de su mirada en más de una ocasión la hizo tragar saliva con dificultad.
—¿Y bien? —repitió él casi mofándose de su pregunta—. ¿Es lo mejor que tienes? —Ailim se sintió desilusionada por esas palabras, en realidad esperaba que Iker de una vez se dignara a decirle cuál era su rol en esa casa. Pero al parecer él sólo estaba con ánimos de jugar a volverla loca—. Bueno, cariño, yo si te eché de menos —murmuró caminando con lentitud hacia la cómoda de aseo.
Ella lo siguió con la mirada, mientras Iker se iba deshaciendo de la casaca y más tarde ésta era precedida por el chaleco.
—Si eso es todo, me retiro —espetó con las palabras presionando sus cuerdas vocales.
No estaba segura de qué iba todo aquel circo. No sabía si ella era la atracción principal o si Iker sólo pretendía restarle valor a su confesión, y relegarla al olvido. Pero no estaba dispuesta a humillarse, pidiéndole perdón por algo que ella simplemente no había buscado. No quería ser su esposa en primer medida, por lo que él solo se había arriesgado a contraer matrimonio con alguien cuyo pasado estaba ensombrecido. Quiso intentarlo, pensó que por un momento sería capaz de entregarse a Iker sin temores. Pero, ¿para qué demonios quería ella un esposo como ese? Había sido su pequeño error, pensar que entre ellos podía existir algo, a Iker no le importaba ella en lo más mínimo. Debía aceptarlo, lo había aceptado, en esos días de tranquilidad sin su presencia Ailim lo llegó a comprender.
—No es todo —dijo él anclándola a la puerta con su mirada—. Te traje algo. —Mientras rebuscaba en su casaca, Ailim avanzó unos pasos quizás movida por la simple curiosidad. ¿Qué podría haberle traído? ¿Por qué Iker le haría un regalo de todas formas?—. Aquí tienes...
Dudosa extendió una mano para tomar la caja de madera que él le ofrecía. No era muy pequeña, pero tampoco era una caja típica de joyería, por lo que Ailim descartó esa hipótesis casi al instante. ¿Qué podría ser? ¿Un juego de ajedrez?
—¿Por qué...? —preguntó aún sin manipular el precario papel que la envolvía. Iker enarcó una ceja y con un encogimiento de hombros pasó de responder—. ¿Qué es?
—Ábrelo. —Fue lo único que dijo, mientras golpeaba con su índice la tapa de la caja—. Es un obsequio de boda, no te hice ninguno y... —Se pasó una mano por el cabello negro, sin apartar los ojos de la caja—. Pensé que esto te sería útil.
—Gracias. —Ailim rompió el envoltorio finalmente y con las manos un tanto nerviosas por la expectativa, abrió los pequeños goznes que encerraban a su regalo.
No supo cómo fue su expresión al ver lo que había dentro, en realidad supuso que debía lucir como una hoja en blanco pues su mente se sentía de ese modo. Levantó lentamente cada uno de los objetos, en un principio sin siquiera saber qué rayos eran. Pero tras inspeccionarlas por un minuto, descubrió que eran pulseras gemelas. El diseño era algo que ella nunca antes hubiera visto, parecían pequeños cintos de cuero negro, decorados en su contorno por unas cadenas plateadas finas. Eran muy bonitas, pero Ailim no se imaginaba a ella misma utilizando algo así. Parecían algo masculinas, porque eran gruesas y de cuero. Los hombres usaban esa clase de cosas.
—No tienen que gustarte, Ailim.
Ella alzó la vista recordando súbitamente que Iker la estaba observando.
—¡Oh, no, sí me gustan! —Se apresuró a responder, aunque no había sonado muy creíble. Pero sí le gustaban, a pesar que aún no se hacía una idea de con cuál vestido combinarlas.
—No, cariño, en realidad no tienen que gustarte. —Ailim lo miró frunciendo el ceño, ¿para qué le hacía un regalo si no quería que le gustara?—. No son para que tú las uses...
—¿Entonces? —susurró más perdida que antes.
—Son para que yo las use.
Ella soltó una limpia risilla sin poder contenerse, esto debía ser gracioso para alguien de eso no le cabía duda.
—¿Me has hecho un regalo para que yo tuviese un regalo que darte?
Él le sonrió sacudiendo la cabeza en una tenue negación. Bien, al menos uno se estaba divirtiendo con todo eso.
—No, pónmelas... voy a mostrarte porque son un regalo para ti. —Un tanto vacilante, Ailim sacó las pulseras y tras arremangarle un poco las mangas de la camisa, cernió los cintos de cuero a sus muñecas—. Ahora, ¿ves las cadenas que tienen en el centro? —Ella asintió rozando con un dedo dichas cadenas—. Tienen un ganchillo, si lo abres se libera un extremo.
Ensimismada en sus instrucciones, Ailim liberó las cadenas de ambas pulseras, éstas medían alrededor de treinta centímetros, más o menos la circunferencia de la muñeca de Iker.
—Ahora une la cadena de la izquierda con el ganchillo de la derecha y viceversa.
Ella asintió todo el tiempo preguntándose, ¿por qué rayos lo estaba escuchando? A decir verdad quería saber cuál era la función real de esas pulseras. El clic emitido por el segundo ganchillo le indicó que su trabajo estaba realizado, al alzar la mirada notó con satisfacción que acababa de apresar a Iker. Eran...eran...
—¿Grilletes? —murmuró confusa, pues no estaban hechas del mismo material y a primera vista lucían como unas inofensivas pulseras, pero quien conociera su dispositivo notaría que servían para inmovilizar las manos de quien las usara.
—Algo así... —siseó él tirando de ambas, como si estuviese probando su resistencia—. Son buenas. —La miró, Ailim se encontraba absorta aún procesando el significado de "su" regalo.
—¿Por qué me compraste grilletes?
Iker soltó un suave suspiro y tras un fallido intento de querer llevarse las manos a los bolsillos, respondió.
—Estuve pensando en lo que me dijiste el otro día. —Se refería a su confesión, bien al menos sí había pensado al respecto—. No encontré una razón lo suficientemente fuerte como para no intentar seducirte. —Ella abrió los ojos como plato, Iker no se andaba con rodeos—. A decir verdad creo que respondías bastante bien a mí, hasta que...
—Sí, bien, continúa —lo cortó, tratando de no traer ese recuerdo a su mente.
Iker fue a sentarse a los pies de la cama y con un gesto de su cabeza le indicó que lo acompañara, Ailim se acercó pero en ningún momento tomó asiento.
—Eso me hizo ver que quizás no me mostré del todo paciente. —Ella lo miró con un gesto de incredulidad—. Oh, bien... lo admito no me mostré para nada paciente, es que me estaba dejando llevar. —Hizo una mueca, como si su lujuria no fuese la responsable de nada—. Lo que más te incomodó fue que te tocara, ¿verdad?
Asintió incapaz de abrir la boca, la sutileza no era uno de los dones de su esposo
—Pues bien... —Alzó las manos amarradas—.Te propongo esta solución.
—¿Cuál?
—Si cierras las pulseras detrás de mi espalda, seré incapaz de tocarte o ponerte en una situación demasiado incómoda. —Por un instante ella creyó olvidar cómo se respiraba, incluso dudó de su propio nombre. ¿Ese era el mismo hombre que se había ido una semana atrás?—. Tú controlarás lo que quieras que ocurra entre nosotros. Y cuando te sientas lo suficientemente cómoda con mi presencia, podremos prescindir de las pulseras.
No, definitivamente no era el mismo, seguramente le habían enviado una replica. Porque... ¿en qué mundo Iker haría tal cosa por una mujer? Si quería, podía ir adonde deseara y escoger entre cientos de cortesanas más que dispuestas a dejarse tocar por esas manos tan masculinas. Entonces, ¿por qué? ¿Qué ganaba él de ese trato? Lo miró fijamente, tratando de leer la normal nota burlona en sus ojos. Pero él le devolvió el escrutinio sin ningún recelo, estaba siendo honesto, por primera vez parecía que realmente sus pensamientos estaban en acuerdo con lo que salía de su boca.
—¿Por qué haces esto? —Aun así la duda persistía en su mente, él podría querer en realidad ayudarla con su problema, pero Ailim necesitaba saber la razón.
—¿Por qué no hacerlo?
—¿Qué ganas? —instó evadiendo su pregunta de primera mano. Iker una vez más desvió la mirada hacia las pulseras.
—No lo sé... —Y sus ojos volvieron a posarse en ella—. Tal vez nada, tal vez sólo sea una estupidez y tú nunca te sientas cómoda conmigo, pero no veo razón para no intentarlo.
Ailim frunció el ceño analizando sus palabras, aún no estaba del todo convencida.
—Sólo sé que no tienes confianza en los hombres y no puedo culparte, cualquier idiota que recurre a su fuerza para someter a una mujer, ni siquiera es digno de llamarse hombre. —Por un instante su voz se tiñó de un odio casi palpable, ella tuvo que reprimir esa pequeña sonrisa que quiso aparecer en sus labios. Iker realmente intentaba ponerse en su lugar, no la culpaba por lo ocurrido, sino que quería ayudarla a superarlo—. Entonces qué dices, ¿lo intentamos?
Ailim lo observó por un largo minuto, su esposo estaba allí sentado con su rostro expectante y atado de manos, por un instante ella tan sólo pudo ver en aquel hombre al niño con el que siempre había contado. Ese que pasaba noches enteras leyéndole con el simple propósito de hacerla olvidar la realidad de su miserable infancia. Le sonrió con una emoción venida desde el alma, fue un gesto sincero con el que esperaba trasmitir algo de las cientos de emociones que la embargaban en ese momento.
—Sí... no veo porque no.
—Entonces amárrame por detrás, tenemos hasta el amanecer. —Ella rió sin preocuparse ya por las extrañezas de Iker, si iba a intentar estar cómoda con él debía aceptarlo en todos los sentidos de la palabra. Eso incluía sus peculiares manías.
Siguiendo sus órdenes, le llevó ambas manos a la espalda y volvió a cerrar los ganchillos que lo dejaban atrapado. Iker se tiró sobre las almohadas de su cama y la miró con gesto interrogante.
—Soy un triste juguete del destino —murmuró a tiempo que buscaba posicionar su cuerpo cómodamente. Ailim sacudió la cabeza divertida, a pesar que su esposo odiaba a Shakespeare conocía sus obras a la perfección.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —preguntó en cuanto se encontró de pie junto a la cama, mirándolo. Iker se encogió de hombros, siendo de mucha ayuda.
—Empieza por sentarte a mi lado, ya veremos qué improvisas.
Ailim se mordió el labio, dubitativa ¿qué esperaría de ella? Aun con todas esas preguntas rondando en su mente, no discutió el hecho de que debía acercarse un poco. Una vez que se hubo hecho de un lugarcito en la esquina del colchón, soltó un suspiro mirándose las manos. No quería girar el rostro hacia su derecha, porque sabía que se encontraría con la mirada de él.
—Duerme si quieres—ofreció Iker tras unos largos minutos de incómodo silencio. Ailim lo observó de soslayo.
—Yo no soy la que tiene problemas para dormir —comentó burlona, Iker sonrió forzosamente.
—Touche. —Él se removió en ese momento, haciendo que incluso ella se moviera por el vaivén—. Oye quítame las botas... —Pidió mientras intentaba inútilmente quitárselas él mismo.
Ailim gateó hasta el final de la cama y tiró de sus botas para ayudarlo, tuvo que jalar con todas sus fuerzas y cuando retiró la de la pierna izquierda, ella salió rodando hacia atrás con la bota incluida. Iker estalló en una fuerte carcajada al verla aterrizar de trasero en el piso, Ailim bastante cabreada se levantó rápidamente y en un acto reflejo le lanzó la bota, impactándole en el estómago de lleno. Él ni se inmutó por el golpe, sino que se siguió riendo de ella a puro pulmón. Ailim lo fulminó con la mirada y su esposo se demoró sus buenos minutos en recuperar la compostura.
—¿Ya tuviste suficiente? —lo increpó con las manos en las caderas, él hizo un esfuerzo por enmascarar otra sonrisa—. Mejor me voy.
—¡Oh, vamos! —Ailim lo ignoró dirigiéndose a la puerta de conexión—. ¡Al menos suéltame las manos! —lo oyó gritar, justo cuando ella cerraba de un portazo—. ¡Ailim!
Unos repetidos golpecitos retumbaron contra la madera, ella no pudo evitar preguntarse con qué rayos estaba golpeando. Abrió lo suficiente, sólo porque la curiosidad terminó por ganarle. Iker estaba dando cabezazos en la puerta y la imagen de verlo completamente a merced de su voluntad, la hizo reír.
—Eres un idiota. —Él alzó los ojos en un gesto que le dotó de un brillo, incluso incandescente. Ailim apostaba su vida a que él era muy consciente de lo que esa clase miradas producía en las mujeres. Maldito manipulador.
—¿Un idiota encantador? —instó con el rostro ligeramente de lado, ella sacudió la cabeza con resignación.
Lo empujó al interior de su habitación y con las manos sobre su pecho, lo guió una vez más a la cama. Cuando él se hundió en los almohadones, se quedó con la vista fija en ella, aguardando su próximo movimiento. Ailim se sintió fuerte, se sintió poderosa. Tenía a ese hombre a su disposición, podía hacerle lo que se le viniera en gana. No podía negar que esa situación, comenzaba a gustarle y mucho. Colocando una de sus rodillas entremedio de sus piernas, se inclinó lentamente hasta rozar con la punta de la lengua sus labios. Iker intentó perseguir su boca, pero ella se apartó antes de que él pudiera avanzar. Ailim lo tumbó nuevamente en las almohadas y su esposo pareció comprender que ella no deseaba que se moviera. Volvió a recargarse en su pecho, para saborear casi con una caricia de sus labios la tensa superficie de su mentón. Iker murmuró algo que ella no supo escuchar y tras delinear con fugaces besos los ángulos fuertes de su rostro, lentamente se fue guiando a sí misma hacia su boca. Uno, dos, tres pequeños besos. Nada importante, nada profundos o arrebatadores, castos e incluso insulsos. Pero que extrañamente, lograban despertar en su esposo un deseo que podía claramente leerse en sus ojos. Y cuando él quiso profundizar ese contacto mínimo, ella se irguió como alguien que acabara de salir de las profundidades del océano en busca de oxígeno.
—¿Qué...? —preguntó confundido.
—Eres un idiota y este es tu castigo por reírte de mí. —Sin decir más se salió de la cama, dejándolo con la palabra en la boca y el deseo latente. Pero no escapó de oír esa pequeña promesa que murmuró su esposo al verla escaparse antes del amanecer: "me las pagarás".
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Los que leyeron la primera historia, van a empezar a notar ciertas conexiones con la otra. Seguro que se acuerdan de esa semana que Iker estuvo de visita en la casa, bueno acá está el otro lado de las cosas.
Espero les haya gustado el capítulo, vamos a ir avanzando con estos dos xD
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