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La Segunda Estocada

Bueno, ¿cómo están? Espero que la vida los esté tratando bien. Este capítulo tiene un poco de todo, espero que los disfruten y gracias a todos por seguir del otro lado ^^


Capítulo XIV: La Segunda Estocada

«Tras horas de permanecer en la misma posición, en completo silencio e incluso conteniendo el aliento, Iker estaba casi seguro que obtendría su tan preciada recompensa. La paciencia era una de sus pocas virtudes; decía su abuela, y él podía dar fe de esas palabras. Los pichones reclamaban a vivo pulmón por la presencia de su madre, era hora de ser alimentados. Iker había estado medio acostado en esa rama, desde el mismo momento en que el sol comenzó a alzarse en el horizonte. Ya toda la casa estaba despierta y él aún no se movía de allí, aguardando a que la madre de los pajarillos hiciera su aparición. A decir verdad hasta él comenzaba a sentir hambre, pero se dijo que nada de alimento hasta poder descubrir cómo comían las aves. Movió una de sus piernas que llevaba la última media hora cosquillándole, no había elegido un punto idóneo para hacer esas observaciones. Pero rayos, el movimiento involuntario de ese miembro activó algo más peligroso en su anotomía, no era apetito, sino todo lo contrario. Tenía que orinar.

Apretó las piernas dispuesto a pensar en otra cosa, pero las ganas simplemente iban en aumento. No debió beber tanto té en el desayuno, pero bien, eso ya no podía remediarse. Lo único que quedaba por hacer era darle pase libre a las aguas y esperar que nadie pasara por debajo de ese árbol mientras lo hiciera. Lentamente se irguió hasta poder conseguir una posición sentada en la rama, luego sin darle muchas vueltas al asunto se removió un poco las ropas y dejo ir parte de su alma en forma líquida.

—¡¡Ahh...!! —La gracia divina, Dios no podría haberle hecho mejor regalo a los hombres.

—¡¿Que demonios haces?! —El repentino llamado lo entorpeció, al punto de casi hacerlo caer de bruces. Pero logró sostenerse y tras recuperar la compostura, se inclinó para mirar abajo—. ¿Acaso eres un animal?

Iker abrió los ojos como platos, de todas la personas que podrían haber pasado por allí, ¿por qué tenía que ser él?

—No, señor —respondió ocultando el rostro detrás del tronco mayor.

—Baja de ahí. —Iker echó una rápida mirada a los pichones que continuaban tan solos como antes, reclamando con sus picos al cielo. No quería abandonar tantas horas de trabajo, pero sabía que si no obedecía las cosas podían ponérsele feas. Decidió seguir lo que la costumbre dictaba y con un brinco descendió del árbol—. ¿Qué hacías ahí arriba? Además de fertilizar las tierras.

—Nada, señor. —Jonathan frunció el ceño, alternando un vistazo del árbol a él respectivamente.

—¿Nada? —Le envió una mirada dubitativa, Iker se sacudió incómodo antes de dirigir el rostro enrojecido al piso. Allí descubrió el florín de su padre, el cual seguramente lo había dejado caer cuando tuvo que apartarse de su disparo. Quiso sonreír por eso, pero se contuvo—. ¿Bueno y a qué esperas? ¿Vas alcanzarme mi espada o no?

—Sí, señor.

—Sí señor, no señor, nada señor... —Lo remedó con voz chillona—. ¿Acaso no sabes decir otra cosa? —Iker sacudió la cabeza y se dispuso a levantar el florín—. ¿Alguna vez empuñaste una espada?

—No, señ... —Se detuvo para no causar otra burla por parte de Jonathan—. Non monsieur.

Su padre frunció el ceño al oírlo hablar en francés, pero por primera vez se guardó el regaño que normalmente le seguía a un acto por el estilo.

—Pues es muy simple, ponte en posición de ataque. —Iker, un tanto vacilante, adelantó la pierna izquierda y reposó todo su peso en la derecha, presentando el florín como lo había visto hacer a muchos caballeros—. No está mal. —Sonrió al tener su aprobación—. Ahora, ataca. —Iker expelió el arma, pero su padre con una mano enguantada desvió el golpe con un simple movimiento—. Eso fue predecible, lento y demasiado suave. —Se puso a su lado, cubriendo con su gran mano la pequeña de él—. Tienes que sostenerla con fuerza, esto puede salvarte la vida.

—¿La vida? —instó, confundido, pues hasta donde él sabía los juegos con la espada no eran más que eso, juegos. ¿Por qué la vida estaría implicada?

—Por supuesto, nunca sabes adónde te puede llevar el devenir y lo mejor es ser uno con tu espada. —Lo soltó para observarlo a una corta distancia, Iker no rompió la posición de ataque—. Lo positivo es que eres zurdo, eso siempre te correrá a favor.

—¿Por qué? —preguntó, volviéndose a mirarlo.

—La mano hábil de más de la mitad de los hombres es la derecha, el problema de atacar con esa mano es que siempre que avanzas, dejas desprotegido el corazón. Un zurdo... —Se movió hasta estar delante de él nuevamente. Luego le indicó que volviera a atacar y en el momento en que Iker avanzó, su padre le permitió tocarle el pecho con la punta del florín. Consternado por la posibilidad de haberle hecho daño, dejó caer la espada con pesar.

Pardon...

—No te preocupes, sólo te intentaba mostrar que un zurdo siempre tiene acceso al corazón y nunca pone en riesgo el suyo propio.

—Pero yo no quiero lastimar a nadie.

Jonathan soltó una pequeña carcajada.

—Ratoncillo, hay ocasiones en las que debemos lastimar es la única forma que nos aseguramos nuestra propia subsistencia.

Iker se mordió el labio pensando sus palabras, pero no les halló ningún sentido.

—Dios dice que no debemos hacer daño a los demás —espetó en voz baja pero sutilmente crítica. Jonathan se acuclilló hasta alcanzar su estatura y dirigiendo una mirada al cielo, le sonrió con complicidad.

—Lo bueno es que Dios no siempre nos está mirando... si él no cuida de nosotros, Qui le fera?[1]—Por un instante sólo pudo ver los extraños ojos de su padre con fijeza, tratando de encontrar algún indicio de burla o juego allí, pero no había nada más que convicción en ellos. Iker alzó la vista al cielo, esperando a que el mismo Dios lo contradijera, pero todo permaneció en silencio. Quizás, sólo quizás él tenía algo de razón—. Recuerda... ¿cuál es la ventaja de los zurdos?

—Que cuando mata, no pone en riesgo su corazón —musitó firmemente. Jonathan le palmeó el hombro antes de asentir con suficiencia.  

 

°°°

 

—¡Por favor! ¡No lo hagas! —Contrajo el rostro en una mueca de asco, odiaba las lágrimas. ¿Acaso las personas no notaban que eso sólo los hacía ver más patéticos? ¿Acaso no notaban que sólo lo irritaban más?—. Iker... —rogó aquel con la voz enturbiada por el llanto.

Iker apartó la mirada y se encontró con los ojos marrones de su amigo, Rafe se limitó a bajar la vista en gesto de derrota o afirmativo, él no lo supo discernir.

—Ya es muy tarde para eso —murmuró hacia el suplicante sin escatimar sarcasmo.

—¡No, por favor! —Él intentó ponerse de pie, pero Iker presionó su florín sobre su pecho obligándolo a desistir de su plan—. Mi madre, Iker, piensa en ella... está esperando a que regrese.

—¿Realmente esperas piedad ahora? Tu madre se sentirá dichosa de saber que su buen hijo murió en combate —escupió las últimas palabras con desdén, Nathan cerró los ojos sabiendo que no podría rebatir ese argumento.

—Lo lamento —susurró éste, pero Iker en ningún momento hizo caso de sus palabras. Llevó la mano hacia atrás y miró fijamente los ojos de ese joven, el cual en ningún momento dejó de escrutarlo—. Nunca olvidarás esto... estará grabado en tu alma, en tu corazón.

—¿Son esas tus últimas palabras? —instó, sonriéndole con burla.

Nathan escupió el piso como si con ese acto se liberase de toda culpa e Iker le obsequió un leve asentimiento, conforme con esa reacción más digna de un hombre de su calaña.

—Tal vez yo me despida del mundo esta noche, pero tú... tú te has despedido de él hace años.

—No podría estar más de acuerdo —respondió sin ánimos de continuar con esa conversación—. ¿Eso es todo?

—Tu padre se equivocaba, todas las muertes que tienes encima nunca dejarán de atormentarte... estás maldito... lamento eso de ti Iker.

—Gracias, lo tendré en cuenta cuando escriba tu epitafio. —Sonrió con frialdad y sin decir una palabra más, extendió el brazo en su plenitud atravesándole el corazón de una estocada limpia. Nathan había muerto al instante y su pulso ni siquiera había temblado.

—¡¡Nathan!! —Un grito desgarrador rompió en el denso silencio de esa noche invernal.

Iker alzó la vista, confuso, buscando su procedencia y fueron los lacrimosos sollozos, los que terminaron por guiarlo hacia la fuente de ese dolor apenas contenido. En la rama de un árbol, se encontraba un pequeño niño que observaba la escena con gesto horrorizado. No lo veía a él, sus ojos verdes acuosos estaban fijos en el hombre que yacía muerto junto a sus pies. Sus manos temblaban, sus labios se empapaban por las lágrimas saladas, pero en ningún momento hizo ademan por cubrirlas.

—No llores por él —le espetó rudamente, el niño finalmente dirigió su atención hacia su persona. A pesar de la tristeza que invadía todo su semblante, Iker fue muy consciente del odio subyacente en su mirar.

Pourquoi? ¿Por qué le mataste? ¡Maldito!Bastard, pourquoi?! —Lentamente la voz del pequeño fue cobrando mayor volumen—. ¡¡Te odio!! ¡¡Lo arruinaste todo!! —En ese instante brincó del árbol, Iker se volteó en busca de sus compañeros pero no había nadie más que el niño, Nathan y él en ese bosque. Frunció el ceño, pero no pudo hacer más que permanecer en ese sitio.

—Tenía que hacerlo —masculló entonces, como si eso fuese suficiente justificación. El pequeño lo observó con rabia apenas contenida.

—¡¡No!! Non! —exclamó colérico, mezclando idiomas como solía hacer cuando más confuso se ponía—. No tenías que... —Sus lágrimas una vez más hicieron su aparición en escena—. Yo... Je ne suis pas comme ça..[2] —Desvió la mirada hacia Nathan y cuando la alzó una vez más, lo único que Iker notó en sus ojos fue decepción—. Nunca haríamos daño... —susurró pausadamente—. Dios sí nos observa —aseveró con tristeza. Y sin decir más, se dio la vuelta en un exabrupto para salir corriendo por un camino serpenteante.

Iker abrió la boca con la intención de detenerlo, pero las palabras se le atoraron en la garganta y lo único que pudo hacer, fue ver como el niño se dirigía directamente hacia el peligro. Intentó avanzar, pero sus pies parecían estar amarrados al suelo y mientras luchaba por liberarse, notó como las sombras borraron cualquier rastro del pequeño. Los gritos desesperados no se hicieron esperar. Iker se sacudió en su lugar incapaz de ir en su ayuda, el niño seguía gritando desconsoladamente. Algo lo amarró por las muñecas, imposibilitándole cualquier chance de movimiento. Repentinamente el invierno, se volvió un infierno y la cruz del mismo Dios se grabó en su piel a fuego. Iker soltó una exclamación pero el dolor sólo aumentó. Nunca había escapatoria las sombras sólo lo arrastraban hacia aquel lugar de sufrimiento, no había grito que valiera, nadie podía ayudarlo, estaba condenado a vivirlo eternamente. Dios sí lo observaba y por eso nunca terminaba el castigo...

—¡Iker! ¡Iker! —Sintió como una tibia luz rozaba su mano, quiso atraparla pero las distancias eran demasiado infranqueables—. ¡Iker! —¿Por qué simplemente no podía ir hacia donde esa voz lo llamaba? Quería alcanzarla, pero sus ataduras eran firmes, él no iría a ninguna parte. Gruñó ignorando como la piel se le abría en las muñecas y volvió a extenderse hacia la luz...—. ¡¡Iker!! ¡¡Despierta!!»

***

—¡Despierta! —Ailim volvió a sacudirlo por los hombros con vehemencia y entonces finalmente sus ojos se abrieron. Iker la observó como si no la reconociera, el cabello le caía en el rostro pegándose en su frente por la transpiración, las manos aún le temblaban y la respiración enturbiada parecía no querer retomar su ritmo normal—. Tranquilo —le dijo, mientras le acariciaba sutilmente la frente. Él estaba hirviendo.

—¿Ailim? —preguntó, quizás recién reparando en su persona. Ella le sonrió para intentar transmitirle paz.

Iker soltó un sonoro suspiro, antes de dejarse caer contra las almohadas con abandono. Ella lo miró allí tumbado, masajeándose los ojos como intentando recuperar la compostura. Se había llevado un susto de muerte al oírlo gritar, esa noche había decidido quedarse con su hermana para poder discutir el asunto de la condición de Reginal. Pero mientras ellas dormían, unos quejidos y murmullos la sacaron de su letargo, no se demoró nada en hallar la fuente de tales pesares. Y al ingresar en su habitación, lo había encontrado dando vueltas en la cama, gritando incoherencias y por extraño que sonase, pidiendo piedad. Ella no podía hacerse a una idea de lo que había estado soñando, pero claramente eso lo había perturbado y el hecho de que tuviese fiebre, sólo había aumentado sus dolencias.

—¿Qué hora es?

—Como las cuatro de la mañana —respondió poniéndose de pie para buscar agua, necesitaba bajarle la temperatura.

—¿A dónde vas?

—Tienes fiebre iré por una jofaina, para ayudarte.

—No. —Ella frunció el ceño, Iker siempre tenía que tener una objeción—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...?

Ailim se quedó de pie junto a la cama y se dispuso a darle una rápida explicación, a modo de poder salir de allí cuanto antes.

—Te oí gritando y vine a ver qué te ocurría.

—¿Gritando? —Asintió—. Lamento haberte despertado. —Iker comenzó a incorporarse, Ailim se apresuró a bajarlo de nuevo hacia la cama—. Tengo que levantarme.

—No, lo que tienes que hacer es descansar.

—Aún no ha amanecido.

Soltó un bufido, ya la tenía harta eso de no dormir si no amanecía. ¿Qué demonios tenía que ver una cosa con la otra?

—Iker la gente normal duerme durante la noche, lo siento pero te quedarás en la cama, amanezca o no.

Él la miró enarcando una ceja con suspicacia, Ailim intentó mantenerse regia frente a su escrutinio y por un segundo creyó ganar esa partida. Su esposo no era hombre que acostumbrara a recibir órdenes, pero en esa ocasión ella tenía la razón y lo lógico sería hacer lo que le pedía.

—Yo no soy "gente" normal. —Con una sola mano se deshizo de ella, como si su peso le valiera nada.

Ailim cayó a los pies de la cama por la forma poco delicada en la que él la apartó y ella se tuvo que recordar su condición de dama, forzándose a no maldecirlo en voz alta. Iker se deslizó fuera y ella volvió el rostro de modo automático, pues él estaba... bueno, estaba más desnudo que Adán en el paraíso.

—¡¿Quieres cubrirte?! —exclamó con las mejillas al rojo vivo, él soltó una tenue carcajada pero ella no se atrevió a mirar para corroborar si le había hecho caso—. No tienes decencia —susurró preguntándose, ¿por qué rayos no se la tragaba la tierra en ese preciso momento? ¿Y por qué repentinamente tuvo que luchar con una pequeña voz interna que la instaba a espiar aunque sea un poquito?

—Esposa mía, sabes que no.

Ella respingó al sentir su aliento en la nuca, él se había acercado sin que pudiera notarlo y ahora el calor de su cuerpo prácticamente la avasallaba. No se atrevió a voltearse, ni siquiera se atrevió a respirar por un minuto entero. Era muy posible que él siguiera desnudo.

—¿Te has vestido?

—¿Eso importa? —instó en tono jocoso, Ailim se puso tensa y la respiración lentamente comenzó a hacérsele más difícil.

—Iker, por favor... vístete —musitó con los ojos cerrados con fuerza, a pesar que aún le daba la espalda.

—Qué puritana —se quejó él y ella soltó un suspiro por lo bajo al oír su voz convenientemente apartada.

Ailim se levantó de la cama y con paso incierto se dirigió hasta la puerta, pero el movimiento a sus espaldas la obligó a detenerse. Él estaba mal, desnudo o no, estaba enfermo. Tal vez era una reacción a las quemaduras mal curadas o quizás los recientes golpes, sea lo que fuese ella debería prestarle su ayuda. A pesar que se comportara como un chiquillo testarudo, ella podría intentar ayudarlo como la última vez. Sus quemaduras no parecían molestarle tanto como deberían, así que Ailim pensaba que algo de éxito había tenido su intervención.  

—Tienes que regresar a la cama.

—¿Vas a acompañarme?

Ella eechinó los dientes, pensando que sólo la provocaba para que se marchara y poder salirse con la suya; pero esa vez no iba a darle el gusto. Se giró con lentitud, demostrándole que no se sentía intimidada o al menos fingiendo que no lo hacía. Afortunadamente Iker se había puesto un par de calzas y ahora sólo llevaba el torso al descubierto, no que eso no fuese algo desconcertante por sí mismo.

—¿Quién es Nathan? —preguntó a modo de apartarlo de su elemento, prefería hablar de lo que sea antes que de él y su cama. Iker al instante frunció el ceño y cualquier rastro de diversión se esfumó de su rostro, Ailim supo que había dado en el clavo con ese cambio de tema—. Estabas gritando ese nombre cuando entre... ¿quién es?

Él le dio la espalda mientras fingía rebuscar en una pila de ropas. Ailim golpeteó el suelo con la punta de su zapatilla, pero Iker aun así se tomó su condenado tiempo para responder.

—Rafe, Nathan y yo fuimos juntos al liceo... —La observó por sobre el hombro, con una tenue sonrisita en sus labios—. Los tres servimos a la corona, juntos en la guerra con Francia.

Ella abrió los ojos sorprendida por esa revelación, nunca se habría imaginado que Iker hubiese luchado en una guerra. Era tan extraño, pues la batalla en las Américas parecía algo tan lejano de la vieja Inglaterra, que ella no lograba conciliar ambas imágenes y difícilmente se detenía a pensar en ello. 

—¿Qué le ocurrió? —instó, recordando que la conversación había iniciado por causa de ese tal Nathan.

—Murió... —murmuró él como si nada. Ailim no pudo detectar ni una pizca de pesar en su voz, algo que simplemente logró avivar más la llama de su curiosidad. Pero también supo que le debía una mínima condolencia, después de todo Nathan parecía haber sido su amigo.

—Lo lamento.

—No tienes porque. —Iker se volvió en su dirección, sus ojos por un segundo le recordaron aquel instante en el callejón e instintivamente sus defensas se levantaron. No era el Iker de siempre el que la miraba, esta era una versión sádica y macabra que se esforzaba por aparentar tozudez—. Yo lo maté, una noche lo llevé al medio del bosque y lo atravesé con mi espada.

—¿Por qué harías algo así? —No supo cómo logró que esas palabras salieran por su garganta, pues la confesión de Iker simplemente la habían helado. Tal y como intentaba hacerlo con esa gélida y altiva mirada que le dirigía.

—Las circunstancias —respondió encogiéndose de hombros con sutileza.

Ella no se creyó ni por un segundo esa respuesta, estaba segura que Iker no mataría a alguien sin una verdadera razón. No podía engañarla, él sólo fingía esa fachada de amargura, el Iker que había conocido en su infancia era un experto en aparentar para los demás. Porque debía ser eso, sólo una mentira. Ailim había visto en sus ojos una preocupación genuina hacia Gabriel, también la felicidad con que lo observaba mientras ellas lo atendían en la sala. Debía haber una explicación, esas dos versiones de Iker simplemente no congeniaban, porque alguien no puede ser un santo y un demonio al mismo tiempo ¿verdad?

—Mientes —le espetó con seguridad, ganándose a cambio una fulminante mirada.

—Tú no sabes nada de mí.

Ella negó con vehemencia, tal vez no lo conocía completamente pero si podía decir una verdad y esa era que Iker no era un desalmado.

—Si lo hiciste, fue por alguna razón.

—Sí —corroboró con una sonrisa ladeada—. Yo era el único zurdo. —Ailim frunció el entrecejo, incapaz de seguir la línea de ese comentario.

Iker avanzó unos pasos, hasta detenerse justo enfrente de ella. Sin darse cuenta alzó el rostro para poder capturar sus ojos, él debía estar mintiendo. La gente no mataba porque sí, no mataba a un amigo... pero entonces las palabras de él centellaron en su mente como un cruel recordatorio: «Yo no soy gente normal»

—Él era tu amigo —susurró sin ningún sentido aparente, la idea de estar parada frente a un extraño la contrariaba. Iker seguía mostrándole distintas caras y ella sintió que nunca terminaría de conocerlo, o quizás él nunca se mostraría tal cual era.

—Era mi mejor amigo, junto con Rafe éramos inseparables pero las personas deben morir.

—¡No! —exclamó renuente a aceptar esa locura. Él no podía ser de ese modo, pero la frialdad con que soltaba esos crueles comentarios no le daban otra cosa que pensar. Iker, pensó con un nota de derrota, ¿dónde estaba ese niño que juraba nunca lastimar a un ser vivo? ¿Cómo había pasado de esa inocencia a ese salvajismo casi inhumano?—. Iker, tú no harías algo así... tú no eres así —musitó con la voz contenida, él sonrió.

—¿Crees que porque vives en esta casa puedes decir algo de mí? ¿Crees que porque me conociste de niño tienes algún tipo de peso? No hay nada en mí con lo que puedas identificarte, tú y yo somos unos extraños. —Con otro paso la acorralo contra la puerta—. Pero podemos cambiarlo. —Iker extendió una mano hasta su brazo y ella se estremeció involuntariamente—. Has estado jugando últimamente, Ailim...

—No... —dijo a tiempo que se pegaba contra la puerta, en un vano intento de escapar de su tacto. Estaba tan confundida, quería comprender lo que le decía y aun así su cercanía le dificultaba poner en orden sus pensamientos. ¿Qué estaba mal con ella?

Iker paseó con su mano hasta alcanzar un punto fijo debajo de su barbilla, Ailim echó el rostro hacia atrás pero sólo consiguió brindarle un mejor agarre a su mano. Los vellos de sus brazos se erizaron en respuesta a su caricia, aún no terminaba de procesar lo que había ocurrido y en lo único que podía pensar era en la sensación de su mano sobre su piel.

—Dijiste que no querías un matrimonio real y yo cumplí con mi parte, ¿pero hasta cuando seguiremos con esto? —Sin comprender del todo su pregunta, ella se limitó a sacudir la cabeza en una tenue negación. Iker se inclinó hasta que su boca se detuvo justo encima de la de ella, Ailim aspiró involuntariamente captando en el proceso su endemoniado aroma—. Me has tomado dos veces por sorpresa, pero te aseguro que no habrá una tercera.

—Iker yo... —Pero no pudo siquiera articular un pensamiento, pues él decidió entonces silenciarla con un arrebatador beso.

Se hizo de sus labios con una demandante necesidad e incapaz de escapar, ella terminó por darle libre acceso a su boca. Ailim luchó consigo misma, pero fue estúpido tratar de convencerse de que no quería aquello. Pues lo deseaba con locura, desde que había probado sus labios en el jardín ella había fantaseado con la idea de volver a intentarlo, de darle una oportunidad real a aquella unión tan particular. Iker ahondó el beso y ella sintió como las crecientes palpitaciones en su pecho se apoderaban de su por entonces escaso raciocinio, mientras la lengua de su esposo invadía cada espacio virgen en su boca. Ella lo atrapó con sus dientes y él profirió un gruñido de protesta, sus manos la pegaron a la madera y a su propio cuerpo como si de alguna forma intentara fundirla a él. Ailim gimió en su boca, al sentir la pujanza interna que la incitaba a tocarlo y no pudo evitar que sus palmas recorrieran aquella suave piel de marfil.

Iker la tomó por las caderas y con caricias fuertes recorrió su espalda, hasta terminar el viaje en su trasero. Ailim se arqueó persiguiendo el calor de su cuerpo, los besos se volvieron incluso más demandantes, más profundos y arrebatadores. Él la mordió, ella hizo lo propio, Iker la acarició y Ailim le devolvió la cortesía. No había sutilezas, sólo las ansias irrefrenables de hacerse y dejarse hacer, de conocerse, de investigarse y de terminar fundidos en los brazos del otro. Iker comenzó a jalar de la parte alta de su camisón, Ailim respingó al sentir su enorme mano cerniéndose sobre su pecho pero no pudo más que jadear invocando la entrada de aire a sus pulmones. Iker hundió el rostro en su cuello, marcando con besos delicados la piel traslucida de su clavícula. Ailim lo apresó por el cabello, instándolo a seguir o a detenerse, no estaba del todo segura. Sabía que eso era una locura, pero su cuerpo estaba respondiendo por sí solo, ignorando de primera mano cualquiera de sus órdenes. En su expedición Iker halló la sensibilidad de su pezón y con metódica tortuosidad, lo sometió a un juego de succiones y mordiscos que sólo lograron aturdirla más.

—Iker... —gimió casi sin poder controlarlo.

Él la liberó para observarla fijamente a los ojos, entonces volvió a embeberse de sus labios y Ailim no encontró motivos para no dejarse llevar. Con pasos que ella no supo que estaba dando, Iker la dirigió lentamente hacia la cama y en un instante ella se vio tumbada con la tela de su camisón húmeda sobre sus pechos y el corazón apunto de salírsele por la boca.

Él deslizó casualmente una mano por su pierna, subiendo con lentitud la fina tela del camisón que lo separaba de su piel. Ailim se contrajo instintivamente, sintiendo el calor de sus manos avanzar a tientas por su rodilla y más allá. Entonces volvió a cubrirla con el peso de su cuerpo y ella se removió incómoda, colocando una de sus manos sobre su pecho pero incapaz de decir nada. Él no notó aquella pequeña vacilación, por lo que continuó su viaje ascendente en busca de la parte más íntima de su anatomía. Iker la besó en el instante en que sus dedos alcanzaban la cara interna de su muslo, Ailim cerró las piernas y volvió el rostro escapando de su beso. Sus manos la sostuvieron por las muñecas, su respiración excitada le golpeaba los senos desnudos, mientras con la fuerza de su cuerpo intentaba hacerla ceder a su demanda. Ailim se sacudió presa del pánico, pero a él no le importaba, ignoraba sus suplicas, sus gritos, sus lágrimas. Sentía su tacto indeseado en las piernas, los brazos y el pecho. Quería lastimarla, quería que se entregara de una vez o él la haría acceder a la fuerza. Empujó y demandó que no siguiera, pero era inútil ya nadie podía liberarla.

—¡¡Basta!!¡¡Basta!! —Agitó las manos con desmesurada fuerza, notándose repentinamente libre.

Cuando logró recuperar el aire que pugnaba por abrirse paso hacia sus pulmones, desplegó los parpados y delante de ella se encontró con la contrariada expresión de Iker. El cual la miraba desde el piso, quizás después de que ella lo hubiese arrojado en la urgencia por quitárselo de encima. Ailim se cubrió la boca para sofocar un sollozo, él parecía estar debatiéndose entre la ira y la confusión. Y aunque ella esperó su reacción mortificada, Iker no dijo ni hizo nada más que mirarla.

—Yo... —susurró, incapaz de mirarlo a la cara—. Perdón. —Se puso de pie, dispuesta a salir huyendo, pero al pasar por su lado Iker la detuvo por la muñeca.

—Dime qué rayos fue eso —pidió con la voz en un velado murmullo. Ailim se mordió el labio, no quería llorar, no quería hablar de eso con él.  

Pero sabía que le debía una explicación, Iker no había sido. Su mente la había atosigado, confundiéndola con cientos de imágenes que pensaba haber eliminado hacía años. ¿En qué había estado pensando? ¿Realmente esperaba poder entregarse a un hombre sin recordar aquel día? Se cubrió el rostro con las manos, notando que las lágrimas finalmente habían conseguido vencerla.

—No debí hacer eso... —murmuró sollozando—. Yo no puedo, Iker.

Él frunció el ceño aún sin liberarla del brazo.

—No te entiendo, ¿qué demonios quieres de mí? ¡No me digas que no me deseas! Lo noto en tus ojos, en tus reacciones. ¿A qué mierda estás jugando? —La sacudió como si con eso intentara obtener más velozmente una respuesta, ella hizo una mueca sin saber cómo responder a su demanda—. Tú comenzaste las provocaciones, ¿ahora que yo lo sigo decides que no puedes?

—¡No! ¡Yo no juego...!

—No, simplemente eres una típica mujercilla histérica. —Iker pareció notar que aún la sostenía, pues con un chasquido de su lengua la liberó automáticamente—. ¿Sabes qué? ¡Olvídalo! No necesito rogarte ni perseguirte, creo que mejor dejamos esto en esos términos. Tú sólo no te metas en mis asuntos.

Soltó una maldición en tanto que tomaba una camisa cualquiera y la sacudía con fuerza para desarrugarla.

—Iker, aguarda —pidió ella, sin saber en realidad qué decirle. No sería capaz de revelarle la verdadera razón por la cual se había paralizado. Ella lo deseaba, quería ser su esposa en verdad pero no podía evitar que sus recuerdos la vencieran. ¿Acaso él siquiera la escucharía? ¿La comprendería o simplemente decidiría que no valía la pena?

—Ya estamos de acuerdo en algo, Ailim, no volveré a acercarme a ti y espero que tú hagas lo mismo. —Se dirigió hacia la puerta, a medio vestir.

Ailim comenzó a desesperarse, sabía que si lo dejaba marchar lo perdería para siempre, justo cuando comenzaba a creer que entre ellos realmente podría existir algo. Iker no se andaría con vueltas, él se terminaría buscando a una mujer que le diera lo que ella le negaba y entonces, nunca tendrían una verdadera oportunidad. Ni siquiera sabía por qué no podía concebir esa posibilidad, no quería que él la dejara de lado. Hasta ese momento notó cuanto necesitaba que él la deseara como mujer y por un segundo quiso cumplir realmente con su rol en ese matrimonio. Por un momento quiso tener todo eso que había deseado tener con él desde pequeña.  

—¡Aguarda! —Volvió a gritar, pero él la ignoró con esa facilidad que ya parecía una costumbre—. ¡Él me forzó cuando tenía quince años! —exclamó, sin siquiera darse cuenta de lo que acababa de revelar. Pero su boca parecía tener sus propios planes, pues no consiguió silenciarse y dejó que las palabras brotaran de ella sin permitirse una oportunidad de reflexión—. Yo no quería, pero él era más fuerte... y yo... tenía miedo... Ivanush nunca me dejaba sola, pero esa noche no estuvo allí... —Las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas sin que se lo propusiera, él se mantenía de espaldas a ella pero hacía largo rato que se había quedado inmóvil—. No pude defenderme...y... —Se silenció al ver que Iker finalmente se dignaba a mirarla. Ailim no supo que vio reflejado en sus ojos, pero creía que él merecía saber con qué clase de mujer se había desposado—. Perdón —musitó apartando la vista al suelo, avergonzada.

—¿Quién? —instó su esposo tras lo que parecieron horas de silencio. Ailim se encogió de hombros, resignada, él lo sabía.

—Trabajaba en su casa... tú sabes quien.

Iker presionó las manos en puños, para luego descargarle un furioso zurdazo a la pared que tenía más cerca. Ailim se sobresaltó por esa reacción, pero fue incapaz de mover un músculo o de siquiera alzar la mirada.

—No es que no quiera, Iker. Es que no soporto que me toquen, no puedo evitar... por un instante pensé que podría... pero... pero... —balbuceó trabándose con sus propios sollozos.

—Lo sé —prorrumpió él de manera concisa y sin ninguna emoción aparente en su timbre—.Vete a dormir, Ailim, no tienes de qué preocuparte

Y con esas palabras se despidió de ella, como si no acabara de revelarle el episodio más doloroso de su vida. Ailim se quedó observando la puerta por la cual su esposo se había marchado, tan suelto de cuerpo como era su costumbre. De nada había servido intentar ser honesta, ahora quizás él no la creía una histérica pero seguramente sentía repulsión hacia su persona. Después de todo, ¿quién querría de esposa a una mujer que había sido usada por otro hombre? Ella había perdido todo derecho sobre su cuerpo, el mismo día que permitió que ese asqueroso ser humano le robara su inocencia. Nunca antes se había sentido tan poco digna, pues por algún tonto instante ella pensó que su pasado no le importaría a Iker. Pensó que él realmente la apoyaría y ambos buscarían una forma de surcar ese obstáculo, o al menos no la vería como una perdida. Pero la respuesta de su esposo había sido simple y silenciosa; desaparecer siempre era más sencillo que admitir que su esposa había sido deshonrada. De todos modos si ellos no consumaban el matrimonio, él siempre podía pedir una anulación y no manchar el respetable nombre de los Warenne con una mujer de su tipo.



[1] Traducción: ¿Quién lo hará?

[2] Traducción: Yo no soy así.

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Las traducciones que no puse es que son muy obvias o irrelevantes, pero sí puse las más importantes. La primera vez que presenté este capítulo hubo algunas confusiones sobre el sueño que tiene Iker, pero quiero que se entienda que el niño del árbol que llora la muerte de Nathan es el mismo Iker de pequeño. Creo que se sobreentiende, pero nunca está demás aclararlo.

Por cierto, los pensamientos de Ailim del final... son totalmente normales para la época. Ustedes no lo vean desde su posición como mujeres de este siglo, intenten ponerse en el lugar de una mujer del 1700 y entonces tal vez les haga menos ruido.

Hechas las aclaraciones, me retiro. Espero les haya gustado el capítulo ^^

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