Interludio
Hola, bueno, acá les dejo un nuevo cap. el mismo título dice algo del capítulo. Después de este van a pasar ciertas cosas xDD Espero les guste, voy a intentar tener el siguiente rápido así no los tengo mucho a la espera. Por cierto, no puedo responder los comentarios... wattpad ya está en desgraciado otra vez y no me deja, así que mis disculpas por eso. Saludotes, saben que se agradece mucho el que se pasen :D
Capítulo VII: “Interludio”
El olor a tabaco, cerveza y sudor era nauseabundo, pero él no tenía intenciones de permanecer mucho tiempo insertado en esa atmosfera densa. Un estridente choque de risas se levó por los aires, trayendo a sus oídos el rumor de un nombre por demás familiar. Iker se volvió sobre su hombro casi como llamado por sus ojos dorados; ella le sonrió desde el otro lado de la masa de hombres que se debatía por llamar su atención, como si él fuera lo único al que podía ver. Sofía, fiel a su belleza, los ignoró con la gracia que sólo una puta consumada podría lograr, luciendo endemoniadamente tentadora por supuesto.
—Iker, cielo —murmuró en cuanto estuvo a su lado, pasando antes una errante mano por su torso. Él se limitó a observarla, Sofía sabía que no debía actuar para conquistarlo, sabía que nada de eso era necesario entre ellos—. Guapo como siempre —sentenció una vez que hubo terminado su análisis y con aquella misma mano lo atrajo del cuello del chaleco, hasta plantarle un arrebatador beso en los labios.
—Sofía, necesito…
—Sí, sí, sé lo que necesitas. —Sonrió sabiendo que a él no le gustaba que lo cortaran a media frase, pero a ella podía disculpárselo—. Sígueme. —Y tomándolo de la mano, lo guió escaleras arriba por un camino que Iker conocía como su propia palma—. Comenzaba a preguntarme en dónde te habías metido.
Él se encogió de hombros, sabiendo que las dudas de ella eran completamente relevantes.
En ese momento pasó por su lado un hombre vestido sólo con una camisa, ansioso por atrapar a la chica que antes lo cabalgaba (en el sentido más literal de la palabra). Iker hizo una mueca volviendo el rostro en otra dirección. ¿Y se preguntaba por qué no la visitaba seguido? Había que contar con un estómago fuerte para soportar a los deplorables caballeros que frecuentaban ese sitio.
No le importaba que los hombres buscaran placeres fuera de su casa, era de conocimiento general que pocos se mantenían fieles a una sola mujer y más si se veían confinados a un matrimonio de conveniencia. Las putas de Les déchets eran las más aceptables de todos los prostíbulos de Londres y eran perfectas para cualquiera que buscara un poco de variedad fuera de la rutinaria vida de casado. El lugar era manejado por franceses, por lo que se comprendía que la exigencia en belleza fuese de estándares altos. Los caballeros más acaudalados se gastaban la mayor parte de sus asignaciones en complacer los caprichos de sus amantes de turno. Muchos las tomaban como protegidas e incluso había oído esas románticas historias en que los hombres terminaban declarándose a sus putas. Todo un acto estúpido en lo que a él concernía, pues sabía que cuando un hombre dejaba una habitación otros tres entraban por detrás. No se puede esperar una relación reciproca con una mujer que vende su cuerpo, pero siempre que entraba en ese lugar hallaba historias que maravillaban a sus lectores.
En el preciso caso de Les déschets, a sus lectoras. Aunque no siempre iba con el propósito de encontrar inspiración, a esa altura pensaba que ya no podría explotar más el tema de las infidelidades. Los hombres estaban tranquilos en ese aspecto, el Fantasma no cazaba libertinos.
—Rafe estuvo aquí la otra noche —comentó Sofía sacando una llave de su ajustado corpiño—. Aunque no visitó a ninguna chica, sólo sé que perdió una buena cantidad apostando.
Rafe siempre perdía dinero apostando, algo que él sabía al hombre le daba exactamente lo mismo.
Raphael Seinfeld era nieto de un conde de campo, vivía por la mera razón de que nadie esperaba nada de él. Mientras su abuelo continuara respirando y produciendo en su finca, Rafe podía estar tranquilo de que nunca le exigirían trabajar o siquiera pensar. Pero era un buen hombre, le agradaba Rafe o quizás sólo se había acostumbrado a él. Sea lo que fuese, se conocían lo suficiente como para aparentar ante el mundo una amistad. Un conde y un lord vagabundo, ambos completamente apartados de la sociedad, ambos vistos como personas de intereses limitados, ambos con el título de solteros sin remedio. Lo que significaba que ni siquiera representaban una buena opción para el matrimonio, al menos con eso se sacaban de encima a las pretenciosas madres cazadoras y sus petulantes hijas vírgenes.
—¿Dejó algo para mí? —Así como Stephen e incluso Chico, Rafe se encargaba de conseguir temas de debate para sus escritos. Era evidente que Iker no podía saber todo lo que pasaba por sí mismo, necesitaba de ayuda. Y Rafe era el perfecto investigador, siempre se encontraba en los sórdidos lugares donde parecía que el mundo decidía mostrarse desobediente.
—Te dejó un sobre, lo tengo bien guardado. —Sofía lo empujó al interior de la habitación sin más demoras.
Allí había una enorme cama con cortinas de encaje negras tapando parcialmente el edredón al mismo tono, el fuego avivado en la chimenea creaba el clima perfecto, combinando en dosis justas la luz y la sombra de modo de hacer resaltar las curvas enfundadas en seda. Ella parecía formar parte de una pintura, creada específicamente para capturar los sentidos de quien apreciaba el arte. Iker la observó mientras se despojaba de su escasa ropa, a tiempo que se contoneaba con un ritmo casi hipnotizador. Una visión por la que cualquiera pagaría, pero no él, Sofía nunca le cobraría por una noche a su lado.
—Ven aquí, cariño, es hora de que te ayude a dormir.
Iker sonrió de medio lado y con rápidos movimientos lanzó su casaca y chaleco sobre el único sofá en el cuarto.
—No quiero fastidiar tu ritmo —susurró fingiendo modestia, ella lo amonestó con una descarada mirada.
—Anna sabe que cuando tú vienes, debe apartarme una habitación.
Él llegó al lateral de la cama y de rodillas avanzó hasta colocarse encima de ella.
—Mujer inteligente —murmuró desatando los nudos que unían su canesú.
Sofía soltó una carcajada, apresándolo con sus piernas por la cintura. Iker se dejó devorar por esos exigentes labios y como tantas otras noches, se dispuso a disfrutar de lo que serían finalmente algunas horas de descanso.
***
Los rayos del sol golpearon sus ojos cerrados, como tratando de invadir aquel sueño tan maravilloso que tenía. «No, un segundo más, por favor». Pero fue inútil su suplica, pues la luz siguió interrumpiendo hasta despertarla por completo. Ailim se desperezó con movimientos lentos y calculados, experimentando la temperatura fuera de la protección de las cobijas primero con una mano y luego con el resto de su cuerpo. No era un clima cálido, pero podría pasar como una bonita tarde primaveral. ¿Tarde? ¡Momento! Abrió los ojos y su cabeza se congeló al instante. Una ventana amplia, que podría ser para dirigirse a un balcón, jugaba de opulenta entrada para ese condenado sol. Esa no era su ventana y… «¡oh Dios!»
—Esta no es mi cama… —Ailim bajó la vista, alzando aquellas mantas desconocidas con manos temblorosas. Se tomó un segundo completo para confirmar que al menos ese bulto que estaba cubierto era su cuerpo. Todo en orden, ahora podía despotricar.
Brincó de la inmensa cama y paseó su estupefacta vista por el cuarto; aquí y allá la saludaron pequeñas pinturas de animales en estado natural. En un principio no supo con quién relacionar aquella decoración, pues las pilas de libros y ropas diseminadas alrededor sólo ayudaron a confundirla más. Pero en una tercera inspección, súbitamente, las cosas comenzaron a encajar en su lugar. Ella nunca había llegado a su habitación, se había quedado dormida en la cocina y entonces… ¿Entonces qué? Alguien la había llevado allí. Pero ese no era cualquier cuchitril, era el cuarto del jefe, era… la habitación de Iker.
—Condenado hijo de p… —Un perturbador sonido terminó por tragarse sus palabras y Ailim frunció el ceño, sin poder distinguir a qué animal estarían castigando para que chillara de ese modo.
Prefirió no perder tiempo en averiguarlo, tenía que salir de allí primero y de preferencia sin que nadie la notara. Se calzó sus zapatillas de cuero, tratando de evitar pensar cómo habían salido de sus pies en primer lugar y luego se dirigió a la puerta.
No lo comprendía, ¿por qué la llevaría a su habitación? ¿Iker habría dormido a su lado? Se volteó para estudiar la cama, sin duda allí podrían dormir tres personas juntas sin la necesidad de tocarse. Pero el lado que ella había ocupado aún permanecía con las huellas de su estadía, mientras que la otra esquina se mantenía impoluta. O Iker no pesaba una onza o simplemente no había descansado en aquel monumento al sueño.
Suspiró más tranquila, quizás la había encontrado durmiendo y la había llevado allí por cortesía. «¡Si ya! Y ahora te volteas y te encuentras un par de alas». De haber sido él, pues dudaba mucho que Stephen se hubiese tomado el trabajo de cargarla, la habría tirado allí con el propósito de humillarla luego. Estaba casi segura que en cualquier momento entraría, para comenzar a burlarse de su rapidez para meterse en la cama del patrón. Pero no le daría la satisfacción, se alisó el cabello con las manos y abrió la puerta rezando porque al menos mantuvieran bien aceitados los goznes.
El sonido lejano aún parecía estar en su apogeo, era bastante molesto. Pero ella pensó que eso correría en su favor, nadie la oiría bajar con eso tapando sus pasos. De puntillas avanzó por el pasillo, recogiendo su falda para ganar mayor movilidad, luego se escabulló por las escaleras del servicio pues no confiaba que encontraría las principales libres de chismosos. Para su buena fortuna, llegó a su habitación sin reportar incidentes y automáticamente sonrió deteniéndose frente a su pequeño tocador. Se observó largo y tendido en el espejo, notando como sus enrojecidas mejillas parecían darle un matiz audaz a su mirada. Su corazón latía apresurado y sus manos temblaban presa de la excitación. ¿Excitación? Se preguntó en su fuero interno, frunciendo levemente el ceño al notar que efectivamente era eso.
Estaba excitada por el hecho de moverse a hurtadillas por ese gigantesco lugar, no porque hubiese despertado en su cama. ¡Qué va! Eso la traía sin cuidados, por supuesto, había despertado completamente vestida por lo que sabía nada extraño o vergonzoso había ocurrido. Aun así la idea de haber tenido ese sueño en su cama, le causó un estremecimiento a su estómago. Pero terminó por desecharlo con un desdeñoso movimiento de su mano, Iker y ella jamás llegarían a estar tan cerca el uno del otro. Jamás.
***
—¿Cuánto tiempo se supone debes castigar a ese instrumento?
La niña soltó un bufido antes de volverse sobre su hombro y fulminarlo con la mirada. El ruido cesó por unos entrañables cinco minutos.
—Mi mamá dice que debo practicar todas las mañanas —respondió, retomando la tarea sin tener consideración alguna por su público forzado.
Iker presionó la mandíbula, esa niña simplemente carecía de oído musical y de talento musical, y de manos musicales y de cualquier cosa que pudiera asimilarse a algo con esas características.
—¿Con qué objeto? Es evidente que con la práctica no mejoras. —En esa ocasión la pequeña cerró de un golpe seco la tapa del pianoforte.
Incluso tratando de desentenderse del instrumento ella lograba hacer sufrir a sus oídos.
—Las damas bien educadas, necesitan saber tocar un instrumento. —No se volteó al soltar aquel discursillo, haciéndolo parecer en cierta forma algo que repetía para convencerse a sí misma. Iker observó su pequeña espalda rígida, mientras sus manos paseaban por la base del pianoforte como si con ellas intentara entender el concepto de su música—. De esa forma lograré impresionar a los hombres cuando sea mayor.
Él reprimió la tentación de reír por esa aseveración, no podría estar más equivocada. Se puso de pie caminando hasta donde la niña se auto compadecía por su falta de talento y colocó su mano sobre el instrumento para llamar su atención, aun así ella no se dio por aludida.
—¿Puedes decir más de cuatro palabras sin trabarte? —preguntó completamente serio. Ella alzó el rostro en su dirección, clavando sus curiosos ojos azules en él. Asintió—. Entonces no tienes de que preocuparte, eres hermosa, y si puedes pronunciar la frase: “sí, acepto casarme contigo” tendrás tantas propuestas como a ti te apetezcan.
—Pero mi mamá dice…
Él sacudió una mano para silenciarla.
—Hazme caso, las habilidades musicales sirven para impresionar a una suegra y eso tiene que ser lo que menos te importe, porque ella al fin y al cabo no es la que pondrá el anillo en tu dedo.
La niña entrecerró los ojos analizando sus palabras por un instante y automáticamente Iker se sintió complacido de haberle dado algo mejor con que entretenerse. Se dio la vuelta para comenzar aquel día de trabajo, pero en cierta ocasión sintió que lo seguían de cerca y en ese mismo segundo tuvo que replantearse su estúpida idea de querer ser de ayuda. Se volvió notando que la niña acompasaba su ritmo al de él, no pareciendo muy proclive a dejarlo solo en ningún momento pronto.
—¿Qué quieres?
—¿Usted toca algún instrumento, milord?
—No.
—¿Baila?
—No en la medida de lo posible. —Empujó la puerta de su estudio con ella aún pegada a su espalda.
—¿Y entonces qué hace?
Iker se quedó pensando un segundo en esa pregunta, ¿acaso podría decirle que hacía? Ni siquiera él estaba del todo seguro.
—Vivo de mis rentas. —Se dejó caer en su sillón de cuero y ella nuevamente se colocó detrás, como si acabara de decidir convertirse en su sombra desde ese día.
—Ah, o sea que hace matemáticas.
Quiso reír ante la suposición, pues hacía años que se había desentendido de las exigencias de la finca de Pembroke. Había nombrado a un administrador de modo que nunca tuviese que sumar número alguno. Las matemáticas, las cuentas y los balances no eran precisamente su fuerte.
—No, contraté a alguien para que lo hiciera por mí.
—¿Y por qué? —Niños, suspiró para sus adentros, parecía que las preguntas jamás se les acababan a los niños. Pero había sido su error, a esa altura de su vida ya tendría que haber aprendido la lección. Todavía no se deshacía del último niño al que había hablado en la calle y al parecer lo mismo pasaba con esa chiquilla, debía tener alguna especie de marca que lo volvía blanco fácil de los niños. No lo comprendía. Ni siquiera le gustaban los niños, pero a ellos eso no parecía importarles en lo más mínimo.
—¿No tienes nada que hacer? —le preguntó, a modo de darle a entender que él sí tenía ocupaciones.
—Tenía que practicar, pero usted me dijo que no me preocupara por eso.
—Touché. —Sí, definitivamente él solo se había metido en aquel predicamento—. Bien busca algo con que entretenerte, yo tengo que atender mis asuntos.
—Pero dijo que alguien más los hacía por usted.
Iker puso los ojos en blanco. Maldita tendencia a responder siempre con la verdad, cuando siempre podría buscar una evasiva que dejara a todos contentos. Él para acortar explicaciones, soltaba todo sin tapujos y eso no siempre era conveniente con los infantes.
—Sí, en la finca pero no aquí.
—¿Y qué hace aquí?
Suficiente, ese era su límite para soportar niños e interrogatorios.
—Suelo secuestrar niñas parlanchinas, para echarlas en mi sótano y dejarlas allí hasta que las ratas se las comen. —La chiquilla abrió los ojos como plato y su cuerpito se enderezó de un brinco. Él casi pierde la concentración y ríe por su expresión—. Así que lárgate de aquí antes de que me ponga a trabajar…
Ella no escuchó su última palabra, pues sus pies ya habían alcanzado la puerta para entonces. Iker se echó hacia atrás en su sillón y soltó una estridente carcajada; el sonido se elevó por el cavernoso estudio, llenándolo por un segundo de una sensación que rara vez despertaba en aquella vieja mansión. ¿Regocijo quizás?
***
¿Podría aquel lugar en el que siempre se había sentido segura simplemente agobiarla? Hasta esa mañana ella apostaría hasta su último vestido a que no, pero claramente no contaba con esa nueva variante.
Ivanush tomó asiento en uno de los sillones de su salita. En un día común, ella estaría arreglando algún vestido de Ari o simplemente bordando un nuevo cojín. Pero no en ese momento, nada podría distraerla de aquello que se veía obligada a enfrentar. Calibrando su pulso sirvió el té diligentemente, podría estar nerviosa e intimidada pero no por eso debía mostrarse acobardada. Ella lo sabía.
—Gracias —musitó él tomando la taza que le alcanzaba, a tiempo que acariciaba casualmente sus dedos en el acto. Ivanush se estremeció para sus adentros, una vez más recordándose que sólo era un hombre.
—¿A qué debo su visita, milord? —Podía jugar su juego, si se creía un ser inalcanzable, ella gustosamente lo bajaría de su nube de un hondazo. No había cosa que quisiera más que poner en su lugar a ese viejo infeliz, si tan sólo no hubiera desperdiciado su oportunidad.
—Dejemos de lado la pantomima, Ivanush, ambos sabemos que no existen secretos entre nosotros. —Repasó su cuerpo con la mirada, como si tuviera completo derecho para ello. Ella intentó no inmutarse por la atrevida promesa que escondían sus lascivos ojos, llegado ese punto ya estaba acostumbrada a que la viera como si sólo representara un cuerpo que debía poseer.
—¿Entonces qué quieres? —espetó, depositándole mayor fuerza a su timbre.
Reginal sonrió, complacido, dándole un ligero sorbo al té. Ivanush entrecerró los ojos, resistiendo la tentación de rozar aquella taza con su mano y hervirla hasta sacarle un trozo de lengua. «Viejo repulsivo»
—Primero que nada, que quites esa avinagrada expresión de tu rostro… te hace lucir fea. —Enarcó una ceja con incredulidad, guardándose una replica potencialmente más fea que su expresión—. Y segundo, quiero que hablemos como seres civilizados.
—¿Piensas traer a alguien que tome tu lugar? —Pues claramente ese hombre no había sido presentado con el concepto de civilización aún.
Reginal soltó una ronca carcajada y poniéndose de pie con lentitud, caminó hasta el sillón en donde ella se encontraba. Ivanush fijó la vista en su taza, tratando de parecer desinteresada ante su repentina cercanía. Él tomó asiento a su lado y en un deliberado acto de libertad, la cogió por la nuca obligándola a dirigir el rostro en su dirección.
—No me gusta esa lengua afilada, quizás tenga que enseñarte una vez más a respetarme.
Ella tiró la cabeza hacia atrás, logrando hacerse daño en el proceso al notar que el amarre de Reginal no disminuyó ni una onza.
—Me lastimas —musitó, tragándose su orgullo a medias. Él pareció ajeno a su pedido, al menos hasta que su mano comenzó a deslizarse de su nuca hasta la parte frontal de su vestido. Ivanush se puso de pie de un brinco y Reginal la jaló de la muñeca para hacerla regresar a su lugar—. Dijiste que hablaríamos —le recordó, tratando inútilmente de escurrirse fuera de su asqueroso tacto.
—Y lo haremos, lo haremos —susurró él, a tiempo que la empujaba con su cuerpo hacia la esquina del sillón.
—Hay guardias en la puerta, si sigues con esto gritaré…—Podía hacer algo mucho peor que eso, podía prender fuego todo el maldito lugar y tanto ella como él lo sabían. Pero eso de nada le serviría, sólo arruinaría su casa y se ganaría finalmente un viaje a la horca sin retorno. Después de todo, ¿qué mejor modo de explicar una muerte que culpando a la que ya era la primera sospechosa?
—No hay necesidad de eso. —Reginal se incorporó a regañadientes, liberándola de su peso. Ivanush suspiro internamente, pues sabía que cualquier signo de debilidad él lo usaría en su contra—. Puedo esperar, ya que en verdad hoy sólo vine a hablar.
Ella no le creía ni media palabra, pero ¿qué podía hacer? ¿Huir? ¿Echarlo de su casa? Seguramente Reginal tenía dinero puesto hasta en el hombre que limpiaba botas a la vuelta de su casa, cualquier intento de intimidación por su parte estaría anulado antes de que ella pudiese pensarlo en verdad. Ivanush no tenía armas en su contra, no tenía poder, amigos o fortuna. Sólo había tenido una oportunidad y la había desperdiciado, ahora debía acarrear con las consecuencias, para bien o para mal estaba sola en ese dilema.
—Te escucho.
Una sonrisa ladeada surcó sus labios finos y maltrechos, nunca había sido un hombre agraciado pero definitivamente la edad lo había deteriorado en grande. Una desgracia que su lívido aún siguiera intacto, pensó en su fuero interno. Quizás ella podría hacer algo al respecto de eso, como ensayar alguno de sus estudios en anatomía mientras dormía; un corte aquí, un corte allá, seguramente él no notaría la diferencia.
—He visto a la niña.
Entonces todo pensamiento huyó de su mente, Ivanush se sintió desfallecer incluso cuando aún permanecía firmemente sentada con la misma pose de dama. Su semblante podría no demostrar alteración, pero su corazón se comprimió al punto de casi desaparecer por completo de su pecho. Su Ari, su pequeña chiquita cerca de esa alimaña. Todo su ser protestó ante la evocación de ese pensamiento.
—Es toda una hermosura, tiene el cabello tan rubio como mi madre… ¿Sabías que mi madre era rubia? —Ella no respondió, pues le daba exactamente igual como era la zorra que lo había parido. Si con ese simple acto, había arrojado al mundo una de las peores pestes—. Me pregunto… —Se silenció mientras sus arrugados ojos centellaban con diversión—. Me pregunto si tendrá esas mismas habilidades que tú y tu hermana poseen. Es un rasgo propio de tu familia, ¿no es así?
—Si te acercas a ella… —comenzó, pero el impacto de la mano de Reginal la detuvo en seco. Ivanush cayó fuertemente contra el piso alfombrado, perdiendo por completo la perspectiva tras la inesperada bofetada que recibió.
—Yo me acerco a quien quiera, ni creas pequeña puta que puedes decirme lo que hacer. —La asió por el brazo para incorporarla de un sacudón—. Ahora escúchame bien, porque no pienso repetirme… —Ella reprimió las lágrimas que pugnaban por escapar de sus ojos y lo observó con rostro pétreo—. Vas a acceder a mi pedido y trabajarás para mí, o te prometo que acercarme a ella será la cosa más inofensiva que le haré.
Ivanush se cubrió la boca con una mano, incapaz de guardar un sollozo.
—No le hagas daño… —rogó, olvidándose por completo de su actuación. Por Ari, se dijo una y otra vez, por su niña ella se arrastraría hasta las puertas del mismísimo infierno—. Es una pequeña inocente.
Reginal sonrió con sorna y la atrajo hacia sí, para hablarle al oído.
—Si quieres que conserve su inocencia, te sacarás de la cabeza la estúpida idea de defenderte ante mi acusación. —La apartó lo suficiente como para mirarla a los ojos—. Dile a Pembroke que te retractas, que no quieres su protección y yo retiraré los cargos dejando que tú hermana y la niña, sean libres.
En la mente de Ivanush sólo había lugar para su familia, no le importaba su futuro, no cuando éste se volvía más y más inalcanzable. Lo único que la reconfortaba, era saber que su hija y Ailim estarían juntas sin importar qué.
—¿No te les acercarás? —La respuesta de él fue un chasquido de lengua grosero, pero Ivanush no se dejó acallar, debía saber que ellas estarían a salvo—. Si prometes que nunca entrarás en sus vidas, yo estoy dispuesta a entregarte la mía para que hagas lo que se te antoje.
En esa ocasión una sonrisa de pura satisfacción apareció en sus odiosos labios.
—Tienes mi palabra, la niña nunca sabrá de mi existencia y tu hermana podrá hacer con ella lo que se le plazca.
Ivanush asintió, resuelta, ya que había perdido desde el mismísimo instante en que su vida se entreveró a la de él. No tenía sentido luchar por un absurdo, las personas poderosas siempre ganaban; no importaba que ella tuviese la razón, no importaba la injusticia, sólo importaba quién tenía la garantía de un buen nombre como respaldo.
Reginal se puso de pie para tomar su capa.
—Una cosa más. —Ella dirigió su obnubilada vista hacia donde esperaba estuviese él parado, ya ni se sentía capaz de poder distinguir más que una silueta. Su mente estaba congelada—. Para que no tengas ánimos de jugar conmigo, si insistes en escapar no sólo tu familia sufrirá las consecuencias. Quizás no seas consciente de lo mucho que estás involucrando a Pembroke en todo esto, pero yo no tengo problemas en poner en su lugar a ese mocoso.
—Iker no tiene nada que ver —murmuró con un hilo de voz, notando que de seguir adelante lo único que logaría, sería hundir en su fosa a un conde que sólo se había mostrado amistoso con ellas.
—Déjale claro que no vuelva a meter sus narices en mis asuntos, o me aseguraré de que una espada lo atraviese de lado a lado en su próxima caminata.
Ivanush lo observó horrorizada, la imagen de Iker lastimado o peor aún muerto, fue lo último que necesitaba en ese momento. Él había sido su amigo, había sido amigo de Ailim siempre, cuidándola y distrayéndola de la realidad que las atormentaba. No podía permitir que Reginal lo lastimara a él, si aún le faltaba algo para decidirse en ese instante ya no le cupieron dudas. Por el bien de las personas que estimaba, ella aceptaría el trato. Después de todo, intercambiar una vida arruinada por la de tres personas con un brillante futuro, parecía ser un acuerdo justo.
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Planteado el problema, ahora sólo es necesario buscarle la solución. Hasta el próximo, saludos ^^
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