Inocencia Perdida
Bueno... con todos los líos que he estado teniendo, ni ganas de publicar tenía si les soy sincera. Pero en fin, el show debe continuar ¿no? xDD Espero que tengan ganas de saber más de estos dos, disfruten el cap ;)
Capítulo II: Inocencia Perdida
Había dos cosas en el mundo que Ivanush amaba por sobre todo y éstas eran: su hermana y su hija. La primera le causaba más de un dolor de cabeza, pero ella sabía que era la única en que realmente podía confiar. En cuanto a su niña… era la razón de su existir, por ella encontraba una forma de sonreír cada día al despertar; por Ari su pequeño sol, Ivanush había aprendido a vivir más allá de las oscuridad de su pasado. Ellas conformaban su familia y no estaba dispuesta a permitir que nadie arruinara la posibilidad de hacerlas felices.
A pesar de que repentinamente el aire se le hubiese atorado en los pulmones, a pesar del sudor que cubría sus palmas, no dudó un segundo en plantarle cara a ese hombre. Había necesitado cinco segundos de contemplación para reconocerlo y fue como si instintivamente su mente reaccionara protegiendo a su corazón de aquellos sórdidos recuerdos. No pensó en lo que hacía, aunque a decir verdad pocas veces reparaba en sus acciones. Él, como de costumbre, se pavoneaba por el salón como el hombre de mundo que pretendía ser. Una señorita de no más de veinte años se colgaba de su brazo en gesto posesivo, dirigiéndole sonrisitas bobas que rayaban en lo lascivo. Pero ella ignoró todo aquello, le importaba poco o nada quién fuese tan estúpida como para ofrecerse voluntariamente a ese barón.
Es más, pensaba que estaba haciéndole un favor al intervenir a mitad de su pobre coqueteo. Avanzó de forma impetuosa, demostrando que su sangre no le impedía ser mejor que aquellas damas que la rodeaban. Al detenerse enfrente de ellos, él ni siquiera la ofreció una mirada de reconocimiento, por lo que Ivanush decidió ser un tanto más directa. Le arrebató la copa que llevaba en la mano derecha, captando su atención finalmente. Él la observó con una sonrisa ladeada y ella imitó el gesto añadiéndole un toque sarcástico, entonces alzó la mano en la cual oscilaba la bebida y la dejó caer por su rostro sonriente.
—Necesita enfriarse viejo ladino. —Las personas a su alrededor se volvieron a mirarlos, ansiosos por pescar algo de lo que parecía ser un gran escándalo.
La chiquilla que minutos antes se dejaba arrastrar por el salón con ese hombre, mostraba una diversión difícil de ocultar tras su máscara. Ivanush alzó el mentón retadoramente y se enfrentó a la mirada contrariada y llena de odio del barón.
—¡¿Acaso se ha vuelto loca?! —exclamó el hombre y en esa ocasión, incluso los anfitriones voltearon a ver la escena.
Ella estuvo a punto de soltarle una retahíla de palabrotas, pero se contuvo y con gesto aireado giró sobre sus talones para desaparecer entre el gentío. No era el momento, se dijo mientras buscaba a su hermana por el lugar. Necesitaba cobrarse esa deuda, ese pesar que acarreaba desde hacía tantos años, pero no podía hacerlo con tantas personas de testigos. Su mente rápidamente comenzó a urdir un ingenioso plan, sonrió complacida por su astucia y se dispuso a quitarse la máscara. Él no la había reconocido y seguramente ninguno de los otros asistentes la recordaría, no que eso importase. Para lo que iba a hacer, lo único que necesitaba era el amparo de la noche.
***
—Hola… —susurró por lo que pudo ser la quinta vez en diez minutos. Ailim podía e iba a admitirlo, en cuanto supo quién era su mente se apagó limitándola a lo más básico.
—Hola —respondió él como las veces anteriores, sólo que en esa ocasión ella notó la diversión que decoraba su timbre.
Y todo volvió a repetirse, llevaban un buen rato en el mismo plan. Se saludaban y luego se miraban, como si ninguno de los dos diera crédito de lo que veía. Ailim nunca lo había visto en el sentido más propio de la palabra, las veces que había estado junto a Iker ella dormía y de alguna forma—que aún no comprendía—lograba que su mente viajara hasta él. Pero en esa ocasión era distinto, estaba despierta y todos sus sentidos funcionaban a la perfección, podía tocarlo, olerlo, verlo… bueno, temía que si seguía mirándolo terminaría por gastarlo.
—Yo… —Él aguardó a que ella continuara, pero se abstrajo en su mirada atenta y una vez más perdió el hilo de lo que iba a decir—. Hola… —Iker sonrió tomándola de la mano con confianza y Ailim movió los pies detrás de él por inercia. Poco le importaba a donde la llevara, siempre y cuando no se desapareciera como la última vez—. Te eche de menos —admitió en un exabrupto. Iker la escuchó, por supuesto que lo hizo.
Se volvió para escrutarla con el ceño ligeramente fruncido, pero no dio indicios de querer responderle. La jaló un poco más de la mano para adquirir una posición de baile. Claro, él no le pidió que lo acompañara en una pieza, instintivamente asumió que ella no se negaría. Ailim se apartó para poner distancias, pues Iker pretendía bailar un vals y ella no estaba tan segura de querer seguirlo en esa ocasión sin protestar.
—¿Qué ocurre? —pidió saber tratando de asirla por las manos.
—No quiero bailar. —Él desmereció sus palabras con un movimiento casual y la apresó sin miramientos.
—No podemos permanecer viéndonos sin decir nada, la gente ya comienza a vernos raro. Personalmente me es indiferente, pero supongo que tú pretendes mantener cierta reputación…—Lo que él decía era sensato, cualquiera que los viera parados mirándose pensaría cualquier tontería. Y Ailim era conocedora de lo devastador que podía ser estar enrollada en los cotilleos del mes. Aun así la forma en que él planteaba salvar su nombre, era incluso más cuestionable.
—¿Pero por qué un vals? —se quejó dramáticamente, obteniendo como respuesta una pícara sonrisa.
Él marcó el tiempo, sosteniéndola con la indiferencia que antes había mencionado. No parecía costarle moverse por la pista y a ella tampoco se le daba mal, aun así nunca le gustaba ser el centro de las atenciones. Dispuesta a ignorar la mirada del resto de los asistentes, se concentró en su compañero de baile, en él, su amigo.
Poco quedaba del niño que ella había conocido, por supuesto, no era estúpida sabía que la gente crecía con el tiempo. Pero en Iker había algo más que sólo el común envejecimiento, se veía joven y vital claro está, pero tenía cierta sombra en la mirada que lo hacía lucir distante. No se parecía al pequeño soñador que pretendía imponerse a su padre, a su abuelo y a quien se sea por salvar a un animal. Aquel chiquillo que ella había observado por mucho tiempo, el mismo que pasó una noche entera junto a un caballo herido, pidiéndole disculpas en nombre de su padre. Ella recordaba a un niño lleno de ideales y éste hombre, a pesar que en apariencia lucía igual, denotaba un grado de resignación que podía leerse en lo apagada y lejana que parecía estar su mirada, sin un ápice de sueño o entusiasmo. Ese mismo que solía caracterizarlo, incluso en los instantes en que más solían lastimarlo.
—Cambiaste —murmuró él en un momento y ella asintió, pues al parecer ambos pensaban exactamente lo mismo del otro.
—Crecí —repuso en un intento de hacer fluir la charla.
Algo nuevo para Ailim, dado que nunca había sentido forzado nada con Iker. Siempre se sentía libre de actuar a voluntad, pero eso era con el niño. ¿Acaso el adulto seguía teniendo esos estándares de libertad? No la había reprendido por no dirigirse a él por su título. Quizás aún conservaba algo de su antigua personalidad después de todo.
—No te has casado.
Ella lo sabía, no veía con qué propósito señalarle que a sus veintitrés años aún seguía soltera. En un año más ya hasta se la consideraría obsoleta, pero ¿por qué deprimirse por anticipado?
—Gracias por recordármelo. —Ailim afianzó el amarre alrededor de su mano izquierda, comprobando que Iker no llevaba argolla de matrimonio—. Tú tampoco —apuntó con cierta malicia, él se encogió de hombros desinteresado.
—No tengo apuro, ni particular interés en algo por el estilo.
—¿Por qué? —preguntó con demasiada curiosidad y sin darse cuenta estirando el cuello para acercarse más a su boca.
Iker tenía la mala y estúpida costumbre de susurrar en vez de hablar, si uno quería conversar con él debía aprender a leer los labios de antemano.
—No podría decidirme por una, sería injusto escoger a una señorita por sobre otra…
—Así que es mejor dejarlas a todas desilusionadas —completó ella, logrando que él le expusiera una afirmativa muequita. En cierta forma sintió ganas de sonreír, pues las palabras de Iker le recordaron que aún podía prever la dirección de sus respuestas.
—Sí, aunque les dejo a todas en claro que ya estoy prometido.
Ailim no pudo evitar abrir los ojos sorprendida, esa revelación la había tomado con la guardia baja. ¿Estaba prometido? ¿Con quién? Quería preguntárselo, atosigarlo hasta que le diera el nombre de esa mujer. Pero un comportamiento por el estilo sería demasiado pretencioso. Sí, se conocían desde niños, pero no se habían vuelto a ver desde entonces. Ailim de tanto en tanto sabía reconocer su lugar. Y presionar a un conde para que hablara de su vida privada, estaba muy por encima de su cabeza.
—Felicidades. —Por lo tanto se limitó a dar una respuesta acorde con lo que se esperaba de una fulana sin nombre.
—Gracias. —Ella no lo comprendió por completo, él acababa de decirle que no tenía particular interés en contraer matrimonio, pero aun así estaba prometido. ¿Sería algo pactado desde hacía muchos años? ¿Un arreglo de sus padres? Sentía tanta curiosidad, que su desagrado llegó a reflejarse en su rostro—. ¿Qué ocurre?—le preguntó y ella tarde notó que Iker la observaba con fijeza.
—Nada —respondió inerte, sin saber a ciencia cierta qué la había abatido de un modo tan repentino.
Por un segundo, quizás uno casi fugaz… ella albergó en su interior la posibilidad de encontrarlo para reclamarlo como suyo. Siendo una niña fijó su atención en Iker, otorgándole el rol de su caballero encantado. Él la salvaría, él la buscaría y con él se desposaría. Por supuesto que todas esas ideas pertenecían a la mente de una niña, aun así el recuerdo de ese sueño abrió una pequeña brecha en su interior. Iker, su así llamado caballero encantado, estaba prometido a alguien más. Finalmente fue capaz de dar con el disparador de su momentánea tristeza.
—¿En qué piensas?
«En que me quedaré sola por el resto de mi vida». Vaya que estaba siendo melodramática, como si alguna vez hubiese tenido alguna oportunidad real. Iker era hijo de un marqués, nieto de un duque y era el quinto conde de Pembroke. ¿En que rayos estaba pensando?
—En tu linaje —admitió muy a su pesar. Él no pareció comprender su respuesta, pues se limitó a mirarla con una ceja enarcada.
—Tu hermana.
—No, ella me tiene sin cuidado —dijo categóricamente. Iker agitó la cabeza y le apuntó por encima del hombro.
—¿Qué esa no es tu hermana?
Ailim se volvió para captar a una Ivanush sin máscara, dirigiéndose hacia ella a paso apresurado. Parecía estar huyendo de algo o de alguien, Ailim se tensó casi por instinto y su vista se clavó en la mirada preocupada de su hermana.
—¿Qué ocurre? —instó en cuanto ella hubo llegado.
Ivanush la tomó de la mano y comenzó a llevársela consigo sin mediar palabras, pero entonces Ailim sintió como del otro lado oponían resistencia. Miró por sobre su hombro, Iker aún la mantenía bien agarrada y no parecía dispuesto a dejarla ir sin una explicación. Articuló una disculpa con sus labios y se deshizo de su amarre, no sin algo de esfuerzo. Él frunció el ceño, para luego pegarse la vuelta como si le importara un comino lo que hiciera o dejara de hacer. Su respuesta fue tan desconcertante, que Ailim permaneció un segundo completo anclada en su lugar mientras veía como Iker se alejaba sin ofrecerle una mísera mirada.
—Ivanush, detente —espetó, tratando de ir en busca de Iker. Pero su hermana la ignoró completamente y Ailim dirigió su vista a la pista que dejaba atrás, sintiendo como un pesado malestar se asentaba en su estómago.
Por un corto momento sus ojos se volvieron a encontrar pero el gesto desdeñoso que le ofreció Iker, fue suficiente para que ella no soportara quedarse un segundo más allí.
—No hay tiempo, tenemos que irnos —farfulló Ivanush, ajena a la escena que captaba su atención. Ella reparó en el tono abrumado de sus palabras y la miró, seria.
—¿Qué hiciste? —Ailim plantó los pies en el piso, el temor de que su hermana hubiese echado a perder su pobre reputación, terminó por imponerse frente al recuerdo de Iker. Había vivido dieciséis años sin saber nada de él, podía sobrevivir sabiendo que en sus últimos segundos juntos, ella lo había hecho enfadar.
—Te lo explicaré en el carruaje. —Tuvo que conformarse con esa pobre excusa y dejarse llevar al exterior por una Ivanush que sorpresivamente se mostraba poco comunicativa.
***
En el carruaje no dijo mucho de nada, sólo le murmuró algo sobre un dolor de cabeza insoportable. Ailim la observó con suspicacia, pero sabía que si algo la fastidiaba tarde o temprano lo compartiría con ella. Ivanush era demasiado transparente, no se contenía en nada y siempre daba todos sus pensamientos a conocer. Por lo que Ailim había aprendido a ser paciente y a aguardar sus tiempos. Aun así, no le gustó ver la amargura que decoraba su semblante, como si repentinamente hubiese sido golpeada por un tropel de caballos. Algo la preocupaba y no saberlo comenzaba a impacientarla. Al parecer esa noche había sido para llevarse sorpresas.
Se sumergió en sus pensamientos apoyando la cabeza en el vidrio con languidez, luego le fue casi imposible no verlo a través de sus ojos cerrados. Le habría gustado robarle una sonrisa más, antes de tener que dejarlo tan prematuramente. Había pasado años pensando en qué decirle si se volvían a encontrar, pero en el momento se había quedado en blanco. Ninguno de sus ensayados discursos salió en su rescate, tal vez Iker pensaría que ella había malgastado su intelecto con el tiempo. Pues si no pensaba que era retrasada, seguramente no estaría lejos de dar con esa conclusión. Suspiró, no debía preocuparse por eso, después de todo ¿cuántas posibilidades había de encontrárselo de nuevo?
Al llegar a su casita en el centro del East End, su hermana desapareció escaleras arriba dejándola sola nuevamente. Ella recorrió la casa en puntillas y antes de perderse en su alcoba, se detuvo frente a la puerta ligeramente entornada de la habitación de su hermana y Ari. Ivanush se encontraba sentada en la cama a un lado de la pequeña, se inclinaba sobre la niña para susurrarle palabras al oído con ternura. Ailim sonrió, podía tener ciento de fallas, actuar como una mujer caprichosa e incluso desabrida. Pero amaba a su hija de eso no le cabía duda. Su hermana daría lo que fuese por Ariana, Ailim lo sabía pues ella había sido más de una vez testigo de ese maternal cariño.
Esa noche descansó como nunca antes, había logrado un sueño profundo y reparador. Se permitió fantasear con tonterías y en más de una ocasión, el nuevo rostro de Iker invadió sus pensamientos. Miles de veces se había imaginado su apariencia de adulto y, a decir verdad, no se había equivocado tanto. Aunque Iker lo negaría a muerte si ella se lo dijese, Ailim creía que era la viva imagen de Jonathan, de no ser por el color de ojos serían exactamente iguales. Incluso en lo de llevar el eterno fruncimiento de cejas se parecían.
Frente a ese descubrimiento se sintió acongojada, recordando cuando Iker le decía que su padre no sabía reír o divertirse. ¿Acaso él notaría que tampoco reía en verdad? Ni siquiera siendo niños ella pudo lograr que soltara una carcajada real, producto de un sentimiento de sincero goce. En más de una forma en esos tiempos Iker se convertía en Jonathan gradualmente y ella había querido evitar que se perdiera de la misma forma que el marqués. Ahora se encontraba completamente confusa, pues tras mirarlo por sólo un minuto sintió que no había nada de él que se pudiera salvar. Iker era cortés cuando quería, pero frío y esa siempre había sida la barrera que nunca pudo flanquear. O quizás estaba haciendo un prejuicio malicioso, porque el muy bastardo se iba a desposar con otra. ¡Desconsiderado! Tal vez él ya no recordaba su promesa, pero para Ailim ese había sido un momento difícil de olvidar.
—Hombre tenía que ser.
***
—¿Milord? —Ignoró aquel llamado hundiendo la cabeza en la almohada con ahínco—. ¡Vamos, milord, despierte! —Iker sacudió una mano, tratando inútilmente de espantar aquella molesta voz arruinada por el tabaco—. Es un bonito día, casi y se puede ver el sol.
Un eufemismo insultante, pensó Iker con desagrado. En Inglaterra casi nunca se veía el sol, como odiaba ese país.
—No me fastidies —masculló cubriéndose con un brazo el rostro. El condenado de su ayuda de cámara había descorrido las cortinas y la mortecina luz que se colaba por la ventana parecía sólo afear el espacio—. Y cierra esa ventana que se me congela hasta el espíritu. —Tiritó mientras llenaba sus pulmones con aires renovadores.
Tenía que levantarse, pero la cama se le hacía tan deliciosa y tentadora. Nada cambiaría si decidía quedarse allí el resto del día, no es como si alguien fuera a echarlo de menos ¿no?
«Te eche de menos » esas palabras resonaron en su mente sin que él lo hubiese previsto, tirando a pique su anterior teoría. Quizás alguien sí lo echaba de menos, al menos en alguna parte del mundo, Ailim le dedicó uno de sus pensamientos. Eso debería ponerlo de mejor humor, pero extrañamente sólo lo fastidiaba. ¿Cómo podía echar de menos a alguien como él? No es como si hubiese hecho algo importante por ella, si abandonarla e ignorar su promesa era su forma de hacer mella en alguien, claramente esa chica necesitaba revisar sus prioridades. No era merecedor de tal reconocimiento, nadie pensaba en él. ¿Por qué ella lo haría? ¿Lo habría echado de menos realmente o sólo había sido una frase incongruente? Muy posiblemente sería la segunda opción.
—¿Piensa quedarse allí mucho más tiempo? No recorrí todo Londres a pie, para que usted ignore mis perfectas atenciones.
Iker enarcó una ceja, preguntándose ¿de dónde rayos había sacado ese empleado?
—¿A pie?—instó, reparando tentativamente en sus palabras—. ¿Te dejaste robar otra vez? —En esa ocasión alzó la cabeza de su cómoda almohada de plumas para dirigir su atención a Stephen, el hombre chasqueó la lengua insultado por su pregunta.
Aunque Iker tenía razones para dudar, en una ocasión su ayuda de cámara había sido lo suficientemente estúpido como para aceptar los servicios de una muchachita que terminó por dejarlo desnudo a la vera del camino.
—Nada de eso —replicó alzando el mentón con orgullo, un americano tipo pensó él en su fuero interno—. Hay un gran revuelo por las calles.
Iker tomó su bata mientras lo escuchaba sumergirse en su perorata. Stephen encontraba cualquier asunto inglés motivo de ser llevado a los titulares, era un hombre salido de las colonias por lo que era fácilmente impresionable. Estaba acostumbrado a la vida entre guerras, su padre había batallado contra los franceses, él lo había hecho y esperaba que si algún día tuviese un hijo, lo siguiera en la empresa. Hablando de propósitos en la vida.
—¿Qué pasó?—preguntó de forma ausente, mientras se esparcía un poco de jabón por el rostro.
Esperar a que su ayuda de cámara, lo “ayudara” en sus arreglos matutinos era una completa pérdida de tiempo. Stephen no tenía en claro cuáles eran sus obligaciones y él no tenía ganas de explicárselas. Así funcionaban bien, al menos desde que lo había traído con él de América, lo único que fue capaz de pedirle era que se encargara de despertarlo y hasta eso se le daba terrible.
—Al parecer alguien intentó asesinar a un barón. —No era algo extremadamente importante, pero quizás digno de ser revisado. Le hizo una seña para que continuara con su relato—. Pues todos en las calles estaban como locos buscando a la asesina…
—Dijiste que intentaron matar al barón, ¿verdad? —Stephen asintió, Iker se encargó de rasurar la parte baja de su barbilla antes de hablar—. Entonces no es una asesina, ya que no lo mató... utiliza el término correcto.
Cualquiera pensaría que una aclaración de ese tipo era inútil, pero Iker reconocía muy bien el valor de las palabras. No las malgastaba y jamás hablaba sin antes pensar el contenido de lo que quería transmitir. Stephen lo conocía bastante bien, sabía que a su lado tenía que hablar con propiedad, por eso se afanaba de cometer errores adrede.
—Bien, la “presunta” asesina… —Le sonrió a través del espejo—. Se coló en la casa del barón y dicen que a punta de cuchillo, lo amenazó mientras éste dormía plácidamente junto a una de sus putitas…
Chistó por lo bajo y casi se abre una mejilla por la sorpresa.
—¡Habla bien! —señaló molesto. No le importaba que fuese informal cuando el momento lo requería, pero si estaban compartiendo un posible tema de debate, no podía citar a alguien en su escrito diciendo: que el barón dormía junto a una de sus putitas—. Sabes, lo interesante de lo que hacemos es que a pesar de criticar nos mantenemos firmes en lo que refiere al respeto por la aristocracia. ¿Cómo crees que quedaría esa palabra en uno de mis artículos?
Stephen se golpeó el labio inferior pensando.
—Pues sin duda sus lectores pensarán que el Conde Fantasma finalmente ha descubierto los placeres de las damas londinenses.
Iker rodó los ojos y se aclaró el rostro con algo de agua fría, demasiado fría para su gusto.
—No calentaste el agua —masculló entre dientes, juntando su ropa esparcida por el suelo.
—Estaba caliente cuando lo llamé, pero usted prefirió darle largas al asunto… ¿Acaso pretendía que volviera a hervir agua mientras recogía su traje?
—¿Y dónde está mi traje? —preguntó buscando con la mirada al susodicho. Stephen se encogió de hombros, dejando el asunto a un lado sin más. Iker se preguntó internamente, ¿qué diantres vestiría ese día?
—Con todo el jaleo que había me olvidé de pasar por el sastre, pero si le traje algunos bollos calientes. —Genial, se echaría un bollo sobre los hombros para salir a la calle—. Pero no me interrumpa, ¿quiere conocer el final de la historia o no?
Asintió muy a su pesar y con sus manos comenzó a estirar la ropa que llevaba el día anterior. Cualquiera pensaría que había pasado la noche entre animales, que bueno que nadie reparaba en su apariencia o Stephen tendría los días contados.
—Entonces… le decía que la mujer saltó sobre la cama del barón y lo acusó no sé de cuantas atrocidades.
—¿Cómo sabes eso?
—Ah, la putita tiene el labio fácil, le ofrecí un chelín y me lo contó todo… luego me ofreció que la acompañara a un callejón. Pero me negué, porque debía traerle esta nueva información.
Quiso reír por esa absurda mentira, pero se contuvo aguardando el desenlace.
—¿Por qué no lo mató? Por lo que me cuentas, parecía tenerlo a su merced.
—Sí, pero la chica comenzó a gritar, sus alaridos despertaron a los criados y la “presunta” asesina tuvo que huir sin realizar su cometido.
—El barón no debe ser muy formidable en la cama —comentó abotonando su chaleco azul. Stephen lo observó confuso, por lo que se dispuso a explicarse—. Si los gritos de la joven alertaron al personal, eso quiere decir que no están acostumbrados a oír que su amo extraiga sonidos de ningún tipo de ellas.
Por un instante el hombre pareció pensárselo con detenimiento, para luego dejar escapar una ronca carcajada y asentir en conformidad.
—Esa sería una muy buena observación…—Iker frunció el ceño, había perdido los gemelos de su camisa—. Bueno pero lo que sucedió después fue aún mejor… —exclamó Stephen recobrando el ánimo por el relato—. Porque el barón salió gritando a los cuatro vientos, que daría una recompensa en oro a quien fuese capaz de encontrarla.
Ahora entendía la razón del ajetreo en las calles. Por supuesto que ningún sentimiento de empatía para con el pobre barón desafortunado movería a las masas, sólo una suculenta recompensa despertaba sus instintos de buenos samaritanos. Así era el mundo en el que vivía.
—Todos se pusieron en la búsqueda, incluso creo haber visto a un obispo…
—¿Puedes confirmarlo?—inquirió repentinamente interesado. Los golpes al clero siempre eran bien aceptados por los estratos altos.
—Puedo intentarlo. —Sonrió, pero su sonrisa se esfumó al instante, al parecer ese día no llevaría gemelos y para como iba la mañana tampoco calcetines—. Creo que vi uno debajo de la cama hace unos días.
Iker lo miró por sobre el hombro y entonces reparó que se refería a alguna de sus prendas extraviadas.
—¿Entonces qué pasó? ¿La encontraron?—Introdujo la mano debajo de la cama, tanteando el suelo. Había tanta mugre allí que por un segundo, esperó recibir una mordida.
Algo se movió repentinamente y él brincó hacia atrás, pensando por un instante que la presunta asesina se escondía debajo de su cama. Entonces una sonrosada nariz emergió por entre medio de la tierra y pelusas, trayendo consigo un calcetín gris. Iker se levantó del piso, cargando a Dublín con su mano libre. El hurón sería mejor ayuda de cámara que Stephen.
—Sí, dieron con ella, la muy tonta no tuvo mejor idea que correr a su casa. ¿Puede creérselo? Al parece no tuvieron que buscar mucho… la apresaron las autoridades, por lo que nadie recibió recompensa.
Stephen se dejó caer en una de sus sillas tapizadas, seguramente sintiéndose realizado por haberle proporcionado esa historia. Iker aún la sentía un poco vacía de contenido, pero quizás podía hacer algunas averiguaciones y descubrir nombres. Eso le daría más realismo, a las personas les agradaba leer sobre su vecino, sobre su párroco o el más acaudalado de los terratenientes. Siempre que pudiesen compararlos con sus absurdas vidas, sentían que de alguna forma la justicia divina existía y que las desgracias de ellos podían llegar incluso a los sectores más bien protegidos.
—¿Quién la apresó? —Stephen se encogió de hombros en respuesta, para luego sacar un cigarro de su bolsillo interno—. No aquí… —Le apuntó la ventana y el hombre rezongó antes de ponerse de pie para salir al balcón.
—Oí algunos nombres, pero no sé si son datos confiables.
—Te escucho —dijo alzando la voz para que el otro continuara. Mientras tanto tomó algunos trozos de comida que reposaba en la bandeja de su cena de hacía dos días. Miró a Stephen dudando si le había o no dicho que levantarla entraba dentro de las tantas tareas que ignoraba. Encogiéndose de hombros juntó las migas y se las entregó a Dublín, quien rápidamente se encargó de dejar limpio su tazón—. Buen chico.
Acarició su cabecita blanca y el animal trepó por su brazo hasta meterse debajo de su chaleco. En ese clima el hurón pasaba mucho frío, tanto él como Iker estaban más acostumbrados al calor. De no ser por la guerra hacía mucho tiempo que habrían escapado a Francia.
—Según la… amante del barón. —Él notó que hizo una marcada pausa, al menos ya había entendido que putita no era muy adecuado—. La mujer había sido una antigua…
—Sí, comprendo —lo cortó, antes de que Stephen hiciera gala de su léxico tan variado.
—Bien, por lo que me dio a entender que estaba acongojada o lo que sea… e incluso me dijo que antes ya los había importunado.
—¿Cómo?
—No sé, un incidente en un baile. —Le restó importancia con un movimiento fugaz de su mano—. La cuestión es que la mujercita creyó oír como el barón, le decía al corregidor el nombre de su atacante.
—¿Y éste es?
—Illia…o Illiar…—balbuceó dubitativo, Iker se tensó—. Ella no escuchó muy bien —se excusó, un tanto avergonzado.
—¿Illiria?—preguntó con la voz en un susurro velado.
En ese mismo segundo la imagen de Ailim huyendo de la casa de ese barón, lo golpeó de lleno. Pero instantemente se negó a darle rienda suelta a esa idea. No podía ser ella.
—Sí, ese exactamente. ¿Cómo lo supo?
No respondió, limitándose a observarlo con el rostro pétreo. Dublín lo miró desde su pechera como instándole en silencio a hacer algo. Pestañeó, cogió su casaca arrugada y se cubrió con ella alzando los laterales del cuello. Sabía a donde dirigirse, sabía con quien debía hablar, pero extrañamente no sabía cómo calmar las crecientes palpitaciones de su corazón. ¿Por qué de todas las personas en el mundo tenía que ser ella? Y aunque no se tratara de ella específicamente, podía ser Ivanush, pues él estaba más que seguro que no existía en el mundo otra persona con ese apellido. Sólo Ailim tendría la ocurrencia de utilizar un nombre robado de las páginas de un dramaturgo inglés. En ese momento, si fuese posible, odió un poco más a Shakespeare y también a ella por haberse dejado atrapar. Al menos en esa ocasión sería capaz de enmendar su error, dieciséis años atrás le había fallado quizás había llegado el momento de esfumar aquel viejo fantasma.
—¿A dónde va, milord? —gritó Stephen, al verlo como se perdía por los pasillos de su hogar.
—A salvar a mi prometida —susurró para sí, sonriendo al recordar el rostro que había puesto Ailim al conocer esa noticia.
Pero la diversión no tardó en esfumarse, su amiga había cambiado mucho en esos años. ¿Habría cambiado al punto de querer asesinar a un viejo amante? La simple idea le causó un involuntario estremecimiento, hasta la fecha creía conocer a Ailim. Pero él era prueba viviente de que los años podían causar estragos, incluso en la criatura más inocente.
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De a poco vamos avanzando, espero les haya gustado. Gracias por pasar ^^
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