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Imperfectos

Bueno, les di tiempo a los que estaban poniéndose al día ¿no? Vienen los últimos giros de esta historia, digamos que de acá las cosas comienzan a acelerarse. Espero les guste ^^

Capítulo XXIX: Imperfectos

—¿Qué tal luzco? —Ella presionó los ojos analizándolo con toda objetividad, tras devorarlo literalmente con la mirada asintió dándole su visto bueno.

—Podrían servirte en el postre.

Iker frunció el ceño dubitativo.

—¿En el postre? Pero me antecederían... ¿cuántos platos antes? ¿No crees que pueda ser la entrada?

Ailim sacudió la cabeza, sonriendo.

—No, porque una mujer no puede disfrutar de la entrada o del segundo plato, sólo el postre es pura y exclusivamente para el deleite de una dama.

Él se apartó del espejo y la observó interrogante, Ailim sonrió frente a su confusión.

—¿Por qué el postre? —instó, dejando que su curiosidad le ganara. Ella se puso de pie para situarse delante de su esposo, con tranquilidad pasó las manos por sus fuertes hombros, para luego deslizarlas por su pecho, acabando su viaje a escasos centímetros de su cintura. Iker siguió cada una de sus movimientos con los ojos fijos en las líneas que marcaba con sus delgados dedos.

—Durante la entrada, una debe mostrarse interesada en la conversación de los caballeros a su lado. Por lo que no sienta bien comer con libertad frente a la mirada de hombres que no se conocen aún. Eso puede dar pie a malas interpretaciones. —Iker asintió esperando el resto de la explicación—. El segundo plato es para halagar a la anfitriona, por lo que una debe estar atenta de no repetir las palabras de alguna otra dama o perder su turno en la rueda.

—Eso es muy importante. —Convino su esposo con un amago de sonrisa, ella se limitó a continuar haciendo caso omiso de su broma.

—Y luego llega la hora en la que se sirven los postres, para entonces los hombres están enfrascados en conversaciones de negocios o cualquier asunto que a una dama no interesan. La anfitriona como única mujer a la que se le permite intervenir abiertamente en esas charlas, puesto que es la dueña de casa, no pierde oportunidad de alardear las ganancias anuales de su marido. Ese momento es el preciso, en el que cualquier invitada puede darse el lujo de degustar algo verdaderamente delicioso sin la imperiosa atención de los que la rodean. —Ailim cerró los ojos haciendo un pequeño sonido de deguste con su garganta, como si incluso pudiese despertar ese instante en su mente—. Por eso, querido, una mujer sólo disfruta del último plato. Pues es cuando un evento público, se convierte en el más privado de los deleites.

Iker sonrió con malicia y rodeó la pequeña cintura de su esposa, para atraerla suavemente hacia su cuerpo.

—Creo que comenzaré a poner más atención en dichos momentos —susurró junto a su oído, haciendo que Ailim se estremeciera por el roce de su cálido aliento —. Nada me complacería más que verte completamente entregada al pecado de la gula.

—No es gula —replicó ella dejando ir una risilla—.Y si eso es un pecado, entonces disfrutar de tu cuerpo también lo sería. ¿Piensas que debo deshacerme de ese mal hábito que me has hecho coger a fuerza de costumbre?

Iker rió junto a su cuello, causándole cosquillas y ella tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse regia.

—Eso sería un sacrilegio. ¿Pretendes condenarte incumpliendo la tarea que te dio a realizar el Señor?

—¿Y cuál es esa tarea mi buen lord? ¿Por qué no me ilustra? —Él gruñó como toda respuesta, mientras depositaba un camino de besos por su tráquea. Lamiendo y succionando con sus delicados labios, como si de alguna forma intentara limpiar sus pecados con ese acto.

—Amarme, respetarme... bla, bla, bla... tú sabes la más importante, es que debes complacerme en todos mis caprichos...

—No recuerdo ese mandamiento —interrumpió ella, pero Iker la silenció con un vigoroso beso.

—Para eso estoy yo aquí, para recordártelo. La mente pura y virginal de una mujer, está a merced de lo que aprenda de su instruido esposo. —En ese momento ella rompió en una fuerte carcajada.

—¡Diantres! Ahora sólo me hace falta encontrar un instruido esposo que me enseñe.

Iker sacudió la cabeza y tras depositarle un nuevo beso, la liberó para terminar de arreglarse.

—¿Cómo piensas entretenerte en mi ausencia? —Ella fue a sentarse en la cama, mientras lo observaba ir de un lado a otro; juntando sus gemelos, buscando su galera. Y no pudo evitar sonreír cuando lo vio completamente enfundado en su atuendo de gala. Se veía tan distinto, Iker no acostumbraba a vestir formalmente. Si bien su vestuario siempre estaba confeccionado con las más exquisitas telas, él no era de la clase de hombres que le gustara llamar la atención. No iba a la moda, pues sus trajes siempre rondaban los colores oscuros; negros, grises, azules y una que otra vez café.

Pero esa noche se veía radiante con su levita borgoña impecable, sus calzas color arena y sus botas altas reluciendo de nuevas. La galera le daba un toque distinguido y como pocas veces, llevaba un chaleco decorado con líneas doradas que emulaban las ondulaciones del viento.

—Oh, ya sabes, lo usual —respondió, quitándole peso al asunto con un suave movimiento de su mano—. Invitaré a mis amantes, pasaremos una noche de pasión y los esconderé en el armario para cuando vengas.

—Procura no alertar a los vecinos, ya sabes que les desagradan los sonidos fuertes. —Ailim sonrió y a través del espejo, él le correspondió del mismo modo.

—Lo haré, siempre y cuando tú procures no divertirte mucho.

Iker se volteó para regalarle una irónica mirada.

—¿En una cena con el rey y sus amigos? ¿Cómo podré evitarlo?—exclamó sarcástico, alzando las manos al cielo. Ailim se mordió el labio, refrenando las ansias de apresarlo entre sus brazos y no dejarlo ir hasta el amanecer.

Pero eso no era posible, Iker debía asistir a la cena del rey pues la misma había sido pactada desde hacía antes de su accidente. Y puesto que él había tenido dos largos —y según Iker, interminables— meses para recuperarse por completo de la herida, no contaba con ninguna excusa para evadirse de esa responsabilidad.

—Bueno, siempre podría intentar convencerte de que te quedes a hacerme compañía. —Su esposo enarcó una ceja con suspicacia y Ailim bamboleó una de sus piernas cruzadas a la altura de la rodilla. Él pareció vacilar de forma notoria, frente a su insinuante invitación.

—Me quieres hacer un hombre sin palabra, esposa.

—No, ¿cómo crees? —repuso, haciendo un leve puchero que graficaba su ofensa.

Iker la recorrió con la mirada de arriba abajo y sin mediar más palabras se abalanzó sobre ella, haciéndola caer sobre su espalda completamente a su merced.

—Cada día te vuelves más pícara, realmente soy una mala influencia para ti. —dijo él en tanto que introducía una mano por el bajo de su falda y rápidamente comenzaba a subirle el vestido.

—Iker... —suspiró en voz queda—. Arrugarás tu ropa... —apuntó con un gemido, al sentir como la mordía en el cuello. Él no hizo caso, callándola con un lujurioso beso y ella se olvidó de cualquier otra cosa que no fueran las exigentes caricias de su esposo. Lo arrastró a la cama por el almidonado cuello de la levita, mientras lo obligaba a un cambio de posiciones que lo dejaba a él debajo de su cuerpo. Iker tironeó los amarres de su vestido con ademanes urgentes, dejando expuesta la parte superior de su camisola. Ella rió introduciendo las manos por la pretina de sus calzas y en un parpadeo casi imperceptible, se encontró boca arriba recostada en el colchón.

No se fijaron en el tiempo o en lo poco práctico de la situación, se querían en ese instante, se deseaban con una locura casi irrefrenable. Por lo qué como era costumbre en ellos, simplemente se dejaron llevar. Llenando el aire de esa habitación con sus gritos de pasión, con sus gemidos poco disimulados y con la indiscutible esencia de un amor que ya ninguno estaba dispuesto a negar.

***

—Las personas preguntarán qué me retrasó.

—No llegas tarde —le dijo ella, observándolo vestirse por segunda vez en esa noche. Iker evitaba mirarla, pues de lo contrario simplemente sería incapaz de no regresar a la cama y devorarla una vez más sin prisas.

—¿Te gusta ponerme en esta posición? —la increpó con tono de censura, a sabiendas que Ailim era muy consciente de lo que sus insinuaciones hacían en él.

—No, para nada, es más tenía planes esta noche. —Iker la observó esperando a que le hablara de ellos—. Gaby y yo jugaremos ajedrez, debe estar esperándome en este instante.

—No te retengo entonces —respondió, taciturno. Ella se incorporó de la cama repentinamente seria, sin inmutarse por su desnudez.

—¿Qué te pasa con Gaby?

—¿Qué?

—¿Por qué lo tratas de esa manera tan hosca?

—No sé de lo que hablas —murmuró sin mirarla, mientras volvía a buscar esa estúpida y escurridiza galera.

—Claro que sabes. —Ailim lo tomó de la levita, obligándolo a mirarla—. Dime.

—No pasa nada, no lo trato de ninguna forma.

—Exactamente —replicó ella, alzando ligeramente el timbre—. Ya casi ni le hablas. ¿Por qué?

—Eso no es cierto, hablamos siempre. —Pero Iker sabía que lo que decía era una mentira.

—Mientes. —Y por supuesto que Ailim, también lo sabía—. Lo tratas con indiferencia, como si él fuese una molestia para ti. ¿Lo es?

Iker apartó la vista, cansado de esa conversación.

—Ya debo irme.

—Antes respóndeme, ¿lo es?

—No, Ailim, no lo es. —Se pasó una mano por el cabello un tanto exasperado, para luego alcanzar la bata de su esposa desde el piso para cubrirla. Hablar y verla desnuda, nunca iba a funcionar en su mundo—. La cuestión es que... ¿qué rayos significa para ti?

—¿Qué cosa? —Ella se apretó el nudo de la bata en ese instante y él suspiró para sus adentros.

—Ya sabes... —Sacudió una mano sin ser nada específico, Ailim lo observó frunciendo el ceño—. Él te dice... y tú...

—Él me dice mamá, ¿eso te molesta? —dijo con un tono acusador que casi lo hizo maldecir a todos los dioses—. Pensé que Gaby era tú heredero, lo acogiste, le diste tu apellido. ¿Qué tiene de malo en que me llame de ese modo?

—No es tu hijo —musitó sin quererlo realmente—. No es nuestro hijo y sabes que él...

—¿Qué? —acusó su esposa, mostrándose recelosa como cada vez que él hacía un intento por tocar el tema.

No es como si el asunto lo hiciera feliz, no es como si pudiese borrar de su memoria aquella mañana, una semana después de su regreso de Bath, cuando ella finalmente habló con él. Todo había estado calmo, su recuperación aunque lenta parecía progresar correctamente y el doctor casi y hasta podía asegurar que la putrefacción no se llevaría su brazo. Ailim parecía alegre de tenerlo de vuelta, pero la había notado distinta, aunque no podía precisar la razón. Fue extraño que una simple carta de su hermano, fuese la detonante de todo.

William le había enviado una carta con noticias algo inesperadas, pero que nunca podrían ser tomadas a mal. Abi estaba embarazada, y cuando Iker le contó la noticia a su esposa, ésta rompió en llanto como si él acabara de informarle de la muerte de la muchacha. Le tomó trabajo, tiempo y paciencia que no supo de dónde sacó, pero al final de cuentas ella se lo dijo todo. Y aunque ya habían pasado casi cinco meses del sucedo y dos meses de que él se hubiese enterado de lo ocurrido, pensar en lo devastada que se veía Ailim al adjudicarse la culpa por la muerte de su bebé, aún le carcomía las entrañas. Ser padre nunca había estado presente en su cabeza como algo que debía pasar, por supuesto que había pensado la posibilidad, pero tenía veinticuatro años. Para él la paternidad aún parecía algo lejano, posible, pero lejano. El saber que en realidad había sido algo mucho más tangible que una mera suposición a futuro, lo había sobrecogido. Y no tenía otro modo de decirlo, pero confiaba en que eso llegaría con el tiempo. Tan sólo esperaba ser capaz de hacerle entender a Ailim su punto de vista, antes de que decidiera cerrarse por completo y continuara medio negando que lo ocurrido, había sido una decisión de la naturaleza en la que ella no habría podido interferir.

Iker suspiró, pero bien, no podría seguir callando lo que pensaba. Era mejor dejarlo todo ir, ya habían pasado dos meses desde su regreso y no podía evitar fijarse en esas cosas.

—Él no va a ocupar el lugar del bebé, sé que te sientes mal al respecto... pero Gabriel es... —Frente a la mención del bebé muerto, Ailim retrocedió tal como si él le hubiese asestado una bofetada—. Él no es tu hijo.

—Para amar a alguien no es necesario cargarlo en el vientre, sé que tú no te sientes igual. Pero Gaby y yo compartimos un vínculo fuerte, lo quiero... y sé que no ocupará el lugar de mi bebé.

Iker presionó la mandíbula con fuerza, ella siempre decía "mi bebé" como si él no hubiese tenido nada que ver en todo el asunto. Y sabía que no podía reclamarle al respecto, porque él no había estado, ni siquiera había sido capaz de decirle adiós a su pequeño hijo.

—Sólo quiero que comprendas —musitó, apartando aquel pensamiento negativo de su cabeza. Habría otros, debía recordarse que ellos podían tener muchos hijos y que los tendrían—, que si bien lleva mi apellido él no pertenece a nuestra clase, nunca será más que un bastardo. —Se acercó para tomarla de la barbilla, en ese instante Ailim negaba sin siquiera oírlo. Pero ella tenía que entender, tenía que saber qué lugar ocupaba Gaby en sus vidas—. Podemos tener otros hijos, lo sabes bien. Pero no quiero que le des a pensar cosas que no son, puedes quererlo tanto como te apetezca, pero él no es más que mi protegido. No mi hijo, no el tuyo.

No había pretendido sonar tan duro, pero era mejor aclarar las cosas desde entonces. Era impensable que un niño de la calle alguna vez recibiera el trato de un caballero aristócrata. Poseía un apellido y eso lo haría un hombre distinguido, podía ser rico una vez que Iker muriera, pero no podría perpetuar su título. Si ellos no tenían un hijo varón por su parte, el título de Iker pasaría a manos de un familiar directo. Posiblemente los hijos de Zulima, pero Gaby jamás sería considerado para tal cuestión. Y él pensaba que no era justo llenarle la cabeza al niño de cosas inexistentes, se beneficiaría de su apellido e incluso podría manejar sus negocios, pero nunca tendría el prestigio o la aceptación de la aristocracia. Lo que Ailim no entendía, era que darle un trato distinto ahora lograría que se sintiera desplazado más adelante. Sus hijos, cuando los tuvieran, merecían tener un linaje limpio y la asociación con un niño de la calle, sólo pondría en entredicho su posición.

—Si ya terminaste, ¿puedo retirarme a mi cuarto?

Iker maldijo para sus adentros.

—No te enfades, pediste que te diera mis razones, no te molestes por eso.

—No me molesto —replicó ella, clavando la mirada en la alfombra. Iker le alzó el rostro con delicadeza y fue endemoniadamente consciente de las lágrimas que marcaban las mejillas de su esposa.

—Dios, Ailim, sé que te dije que no haría más esto... —Le limpió suavemente el rostro—. Perdón... no sé qué pensaba, simplemente no quiero confundirlo. Gaby es un niño magnifico, lo sabes. Pero no podemos hacer nada por cambiar su procedencia, no todo puede ser perfecto.

—Podríamos ser sus padres. —Sin comprenderlo, Iker frunció el ceño. En teoría lo eran, al menos él, pues había firmado para obtener su tutela y al casarse con Ailim, ella se volvió su tutora de forma automática.

—Bueno en cierta forma lo somos.

—No, Iker, yo lo soy... tú simplemente piensas en su sangre. Gaby no lleva tu sangre por eso no es digno de ser tu hijo.

—No, eso no me importa.

—Sí te importa —le recriminó ella, tomándolo por las manos con firmeza—. Podrías facilitarle la entrada en sociedad, si dejarás de fingir que no existe. Las cosas serían más sencillas para él, si contara con tu respaldo. Eres nieto de un duque, Iker, ¿crees que alguien pondrá en duda su procedencia si supieran que es un Warenne? —Él suspiro incapaz de responder—. No te molesta que me llame mamá, te molesta que después de tantos años a tu cuidado, aún no te tenga confianza como para llamarte siquiera por tu nombre.

—Tengo que irme —dijo evasivo. Y antes de que ella pudiese decirle algo, juntó su casaca y salió de allí rápidamente.

En el pasillo estuvo a punto de tumbar al niño que se dirigía justamente a llamar a Ailim para su juego.

—Disculpe, milord —susurró Gaby mientras pegaba su espalda a la pared, esperando a que él pasara. Iker se volvió en ese instante y lo observó con los ojos en rendijas. El niño, frente a la hostilidad de su mirada, se apretó incluso más contra la pared.

—¿Me tienes miedo? —instó iracundo. Algo confundido el muchacho sólo pudo asentir con la cabeza. Iker soltó un bufido y la siguiente mirada que le dirigió, pareció mucho más relajada—. ¿Siempre? —En esa ocasión su voz había sido un susurro, casi como si esperara que el niño le dijera que no.

—A veces —respondió Gaby, esperando haber dado en el clavo.

—Disculpa —dijo él y el muchachito abrió los ojos como platos, era la primera vez que su señor le decía algo por el estilo—. No quiero que pienses que no me agradas, si me agradas. ¿Lo sabes?

—Sí, señor.

Iker sonrió ante su respuesta, metiendo la mano dentro de su chaleco para extraer de su cálida siesta a Dublín.

—Correcto —espetó seriamente, a lo que el niño volvió a asentir sin saber qué otra cosa hacer. No comprendía el por qué de la actitud de su señor, pero no era como si fuese a contradecirlo—. Te quedas como el jefe de la casa, procura mantener todo en orden. —Y entonces le dejó caer su hurón albino en las manos, como si acabara de darle las llaves de la mansión.

—Sí, señor —repitió, metiendo al animal dentro de sus ropas tal y como hacía el conde. Al terminar le regaló una gran sonrisa, dejando ver que podía manejar la tarea encomendada a la perfección.

Iker sonrió de medio lado, el niño cambiaba bastante cuando no tenía la mirada puesta en el piso y los hombros caídos. Incluso hasta podría decirse que era bastante bien parecido, ¿quién sabe? Quizás si había algo de los Warenne en su sangre, después de todo uno nunca puede negar nada. Riendo por su ocurrencia salió de la casa directo a su encuentro real, mientras en su mente repasaba cada uno de los detalles de su plan, tan sólo esperaba que todo estuviese dispuesto tal y como él esperaba por una maldita vez.

***

Obsérvalo todo a una distancia prudente, solía decir su padre, pues de esa forma conocerás sin ser conocido. En ese momento no podría estar más feliz de haber tenido a un desquiciado como progenitor. Colocando su espalda mansamente contra la enorme viga de granito, se dispuso a observar y a oír con toda la cautela que los golpes de su padre, le habían inculcado.

—No puedo creerlo, ¿en qué estabas pensando?

—Tranquilízate, Iker, si vamos al caso el único que está pensando aquí, soy yo. —El aludido soltó un bufido de reproche.

—Correcto, como sea... quiero que me lo devuelvas.

—No —respondió el otro, taciturno.

—Me pertenece, dámelo.

—No, ya estoy harto de esto. Lo único que hago es esperar, pero el momento nunca se presenta... —La voz de lord Seinfeld bajó consideradamente de tono, al dirigirse a su interlocutor—. Lo prometiste, pero ahora que todo está bien con tu esposa, te olvidaste de lo que él hizo.

—Eso no es cierto —protestó Pembroke, modulando su timbre al igual que Seinfeld.

—Trabajamos mucho por esto, Iker...

—Lo sé, pero no puedo ahora —lo interrumpió entonces con una mueca en los labios—. Rafe dámelo.

—No, si tú no tienes las agallas, yo lo haré. —Metió la mano dentro de su chaleco, exponiendo a los ojos de su amigo un papel bastante maltratado—. Lo publicaré.

—Es mi artículo y yo no deseo que salga a la luz.

—Por supuesto, maldito egoísta —masculló Seinfeld con la rabia apenas contenida—. Cuando era por ti debíamos hacerlo todo sin temor a represarías. Pero ahora que te pido utilices al Fantasma una última vez, te niegas. —Reginal frunció el ceño frente a la mención de aquel escritor, sin poder evitar del todo el regusto amargo que bajó por su garganta.

Él no era tan estúpido, al igual que medio Inglaterra sabía muy bien de las jugarretas del Fantasma contra la corona y el clero, e incluso contra muchos lores que gustaban de pasatiempos algo licenciosos. ¿Pero por qué lo mencionarían esos dos cachorros?

—¡Ya basta, Rafe! Es mi decisión, tú no eres el que arriesga su culo, soy yo.

—Sólo una última vez, Iker, te lo pido como tu amigo... haz esto por mí y por ella. Por favor, termina lo que iniciaste. Sabes que será por el bien de Ailim también... —Pembroke se mantuvo en un corto silencio, tras esas palabras.

Reginal estaba que no cabía en sí mismo de la euforia, era imposible, pero no podía decir que sus oídos lo estuviesen engañando. Definitivamente, el observador de aves e hijo de la escoria de Adler era el Fantasma, era sorprendente cómo el mundo aún tenía las agallas para dejarlo anonadado. Gratamente anonadado. Esto era material invaluable, ese maldito chiquillo que sólo le había causado dolores de cabezas, tenía una debilidad. Peor aún, tenía un secreto que podría llevarlo a la horca.

—Lo siento, Rafe. —El conde extendió una mano, arrebatándole el papel de los agarrotados dedos de Seinfeld, Reginal casi rompe en una carcajada al ver su expresión de desasosiego—. Prometí no buscar más problemas... —continuó Pembroke y en ese momento su amigo pareció reaccionar, soltó la punta de papel que aún sostenía con asco, mientras le enviaba una fulminante mirada al conde.

—Cobarde —masculló colérico—. Maldito cobarde, no vuelvas a dirigirme la palabra o te juro por Dios que yo mismo acabaré contigo.

Y sin decir más, lord Seinfeld se pegó la vuelta para desaparecer entre la multitud de hombres que habían sido invitados a la velada. Con rostro frío e inexpresivo, Pembroke enrolló el papel para luego ocultarlo en el interior de su chaleco. Reginal lo observó ir en dirección contraria a la de su amigo y con una sonrisa surcando su anciano rostro, se limitó a deambular por el salón hasta que los llamaran a la mesa. Esta velada prometía.

***

—Oí que estabas trabajando en un nuevo proyecto. —Escuchó el murmullo de Jorge llegando desde su lateral, pero vagamente fue consciente de lo que decía. Su atención estaba demasiado dispersa esa noche.

El rey contaba con una lista bastante ostentosa de invitados, a la mesa habían sentado alrededor de cincuenta caballeros. Todos los altos rangos que residían en Londres. Iker, como de costumbre en esas aburridas fiestas, ocupaba la siniestra de su majestad quien claramente estaba en la cabecera. Si bien todos eran invitados de Jorge, pocos podían hablar directamente con él, pues eso requería tener una voz demasiado fuerte y una confianza en sí mismo que pocos podrían presumir allí.

—Me temo que debo discernir su majestad, llevo un tiempo sin tocar papel o pluma —respondió con humildad, conforme saboreaba un trago de vino y se dejaba atrapar por la trivialidad de la velada.

—Que pena, bien sabes que tengo ansias por saber más de los hábitos de ese animal americano... ¿Cómo dijiste que se llama?

—Loro crepuscular —musitó, dirigiendo una mirada de reojo al sitio que ocupaba Reginal casi a mitad de la mesa. Las posiciones según rangos estaban bien respetadas, sólo en su caso se hacía una omisión. Como conde debería estar más allá, detrás de los duques y marqueses, pero nadie se atrevería a mencionar ese detalle. Sobre todo porque su lugar había sido designado por la boca del mismo rey, Iker no era más que su pequeño entretenimiento y lo aceptaba con solemnidad. Más o menos.

No que él fuera a presentar ninguna queja, su sitio le proporcionaba una vista amplia del resto de los asistentes y esa era la parte que le gustaba de aquella ventaja. Había estado atento, observándolo todo con una atención que pondría orgullosa a un águila. Notó, no sin algo de asco, que Reginal lo miraba mucho más de lo que acostumbraba en actos por el estilo. No es como si su animadversión fuese algo para ocultar, pero normalmente el viejo optaba por un comportamiento menos evidente cuando tenían público. Esa noche, al parecer, había decido romper el hábito. Por él no había problema, es más estaba algo entusiasmado por ser el foco de su mirada. Tal vez, por una vez en su vida, las cosas se dispondrían de tal manera que él pudiera desahogar años de frustración en el cuerpo de ese individuo. Pero se obligó a refrenar esa línea de pensamiento, no era el momento, se dijo una y otra vez, mientras forzaba su mirada lejos de sir Ethon.

—Es un animal exótico, pero siento qué podemos averiguar tanto más de él.

—Por supuesto, su majestad —concordó, sin siquiera atender a su perorata. Su mente estaba muy lejos de la conversación que mantenía con Jorge, a decir verdad nunca le ponía marcada atención.

—Entonces, ¿qué dices? —preguntó el rey de forma repentina, y él se vio ligeramente azorado al no saber qué rayos responder.

—¿Sobre qué su majestad?

—Sobre ir a las Américas, para llevar acabo esta investigación. —El rey bebió un trago de su copa—. Por supuesto que la corona te recompensará enormemente por tu aporte a nuestra enciclopedia de animales americanos.

Iker enarcó ambas cejas, sorprendido por aquella invitación. ¿Formar parte de la enciclopedia inglesa? Eso era... ¡Diablos! Era un sueño hecho realidad, un sueño que nunca siquiera se había propuesto considerar.

—Yo... —balbuceó como pocas veces le ocurría—. Sería un estupendo honor...

—¡Por supuesto, su majestad! —gritó alguien desde el centro de la mesa—. Es una pena que el conde ya se encuentre ocupado en otros asuntos.

Tanto Iker como Jorge, volvieron el rostro hacia aquella voz. Reginal acababa de ponerse de pie con la copa en lo alto, dirigiendo un brindis hacia el rey.

—No comprendo, lord Ethon, ¿le apetecería explicarse? —inquirió Jorge, echándose para atrás en su silla y clavando sus pequeños ojos azules en Reginal. Iker se acarició la barbilla, tomando un bocado de su carne con marcada indiferencia.

La mirada de todos los asistentes se posaron en Reginal, quien se mojaba los labios con su sonrosada lengua para iniciar el discurso. A su lado su joven hijo Lancet, sonreía con una muequita en sus labios, pensando quizás que su padre una vez más armaría una de sus escenitas de ebrio.

—Tan sólo pienso en el bienestar de la corona, su majestad —dijo el viejo, rodeando la mesa para avanzar directo a la cabecera—. Ya sabe como buen inglés, mi deber es velar por la unión y la fortaleza de este hermoso país.

—Le agradezco la grandilocuencia mi buen lord, pero podría dirigirse al punto —le espetó Jorge, sin un ápice de diversión por la inoportuna interrupción. Reginal asintió, manteniendo una sonrisa de suficiencia todo el camino hasta alcanzar su lugar. Finalmente se detuvo justo detrás de la silla de Iker, para hablar de forma directa con Jorge. Iker se volvió sobre su hombro, regalándole una curiosa mirada; y esperó.

—Me temo que lord Pembroke aquí presente. —Le apoyó una mano en el hombro a lo que Iker no mostró reacción alguna—. Se encuentra momentáneamente ocupado en otros menesteres. —Jorge lo miró con una ceja enarcada, pero él no dijo nada frente a la interrogante que marcaban sus facciones. No sabría qué decir de todos modos—. ¿Por qué no le habla al rey de sus últimos trabajos? —inquirió, presionándole aquel punto donde reposaba su mano.

Iker se encogió de hombros para apartar su mano y le envió una sonrisa de disculpa a Jorge, como para dejar en claro que no comprendía adónde quería llegar Reginal.

—Lord Ethon, ¿tiene esta charla algún propósito?

—Por supuesto, su majestad, sólo quiero exponer las cosas tal y como son. Usted pretende otorgar un gran reconocimiento, a una persona que sólo merece su desprecio.

—¡Mi lord, está acusando a un conde! Espero que... —Pero Reginal fue lo bastante osado, como para hablar por encima de la voz del rey.

—Actuó como un buen ciudadano, este hombre su majestad, es un traidor.

Los murmullos alrededor se levaron en un abrir y cerrar de ojos. Pero Iker se limitó a clavar la vista en un punto arbitrario, sabiendo que interferir sólo sería sumar una voz al tumulto que sería pasada por alto.

—¡¡Silencio!! —exclamó el rey, logrando rápidamente que todo adquiriera de nuevo su calma—. ¿Y puedo saber en qué basa sus palabras? —increpó Jorge, mirándolo un segundo antes de posar su atención en Reginal.

—Sólo en pruebas, su majestad, sólo en pruebas —respondió el aludido con seguridad, sonriendo como un demonio frente a las puertas del infierno.

—¿Cuáles?

—Lord Pembroke, ¿por qué no se abre el chaleco?

Ante esa orden Iker alzó la mirada como retándolo a hacerlo por sí mismo, y por la mirada que le devolvió Reginal, no parecía que tuviese problemas en tomar la iniciativa. En ese momento sintió que alguien le rozaba la mano con sutileza y al bajar la vista, se encontró con los ojos azules de su rey.

—Por favor, Iker —le pidió con la voz en un tenue susurro. Él pestañeó dos veces, tal vez esperando que Jorge lo obligara. Pero Iker sabía que el rey no lo haría, confiaba en él, lo respetaba y quizá por eso no opuso mayor resistencia. Sería indigno de un conde hacer caso omiso del pedido directo de su rey, así que asintió y poniéndose de pie, se abrió el chaleco para toda la concurrencia.

—Enséñele a su majestad los trabajos que han estado ocupando su tiempo, muéstrele como le es fiel a su país y a su reino. —Hizo una leve pausa, mientras le arrojaba la más irónica de las sonrisas—. Adelante, lord Pembroke, maravíllenos con su amplio manejo de la palabra.

Iker cerró los ojos agitando la cabeza en una tenue negación, las protestas de algunos hombres sumado a las extrañas preguntas que se arrojaban entre sí, casi se comen la replica del rey.

—¡¿De que demonios está hablando?! Lord Ethon, este hombre es de mi entera confianza y lo que dice es una acusación muy fuerte.

Reginal asintió mostrándose por primera vez algo receloso.

—Lo comprendo, su majestad, pero este hombre ha traicionado dicha confianza. Le ruego busque dentro de su chaleco allí encontrará un papel... verá que mis palabras no son una mentira.

Jorge lo miró buscando obtener una palabra, un intento de exoneración, pero una vez más Iker dejó pasear su vista por el infinito y suspiró.

—Iker, si llevas entre tus ropas...

—¡Por Dios! Está claro que él no le entregará el escrito voluntariamente.

Todos los hombres presentes fulminaron con la mirada a Reginal. Incluso Iker se permitió girarse para fruncirle el ceño, lo que acababa de hacer era un asqueroso atrevimiento, debían colgarlo sólo por pensar en levantarle la voz al rey.

—Muy bien, lord Ethon, entonces proceda. —Jorge presionó los ojos claramente cansado de tener que lidiar con ese hombre, y con un ademan de su mano le indicó que buscara por sí mismo el papel.

Iker se mordió el labio inferior, mirando una sola vez al rey antes de volverse y extender los brazos para que Reginal lo registrara. No había más que hacer, aunque la idea de que ese hombre le pusiera una mano encima lo estaba comenzando a enfermar. Reginal sonrió triunfante mientras le palpaba el interior del chaleco, para encontrar la hoja de papel doblada en su bolsillo interno. Lo extrajo incluso con manos temblorosas, como si fuera incapaz de contener su júbilo. Iker enarcó una ceja y a cambio recibió una envenenada mirada, la cual mantuvo por un largo e intimidante minuto en el que ninguno se hizo a menos.

Entonces las cosas comenzaron a pasar sin que Iker pudiese atinar a darle un cause, o sin siquiera darle tiempo de intentar hacerlo. Reginal abrió el papel y bajó la vista para iniciar la lectura, pero contradiciendo aquel predecible movimiento, le sonrió y dando un paso al costado, le extendió de forma solemne la hoja a Jorge. Iker se volvió tomando una brusca inspiración, a tiempo de ver cómo el rey extendía el papel entre las manos y con un manso suspiro, se disponía a leerlo para todos los allí presente. Su cuerpo se movió hacia adelante sin su permiso, pero una sola mirada del rey lo detuvo de hacer nada.

"Las palabras de un autor cuyo nombre ya conocen, vuelven una vez más para hacerlos estremecer. Pues esta velada mis queridos lectores, las cosas van a comenzar a arder. Y desde la puerta roja de un sir que ya muchos identificarán, nos llegan los chismes frescos que a una lady acaba de deshonrar..."— La respiración se le quedó atrapada en alguna parte del cuerpo que no podía definir, mientras sus palabras escritas llenaban el ambiente, siendo esbozadas por la dura e implacable voz del rey.

Iker bajó la vista a sus manos, derrotado, no podía ser posible. Fue incapaz de moverse o siquiera pestañar, en tanto que oía al igual que el resto de los invitados, cómo el Fantasma acusaba sin tapujos a lord Reginal Ethon de haber deshonrado a la esposa de su hijo. En algún momento los ojos de Iker se encontraron con los de Lancet, quien parecía no caber en su cuerpo frente a la ira que refulgía de su mirada café. Él no estuvo seguro si quería matarlo por haber escrito eso, o por haber descubierto de esa forma que su padre era una rata embustera. Iker no pretendía que él se enterara, no había sido su intención que las cosas tomaran ese rumbo y una parte de él quiso disculparse con el chico.

—Cierren sus puertas y tapien sus ventanas, casaderas, el lobo Ethon acaba de probar carne joven y no se detendrá hasta obtener también la suya. Ni la familia, ni los lazos ponen coto al apetito del voraz. Mejor huyan despavoridas, damas, y no caminen por las calles solas que los pasos errados de las inocentes, siempre terminan encontrando su puerta roja...—La voz de Jorge lentamente se fue apagando, conforme caía en cuenta de la firma que cerraba aquella insultante y provocativa entrada—. Del Conde Fantasma, desde las fauces del lobo.

El rey depositó el papel en la mesa en un movimiento casi perplejo, otorgándole a Iker una muy anonadada mirada.

—¿Lord Pembroke? —lo increpó—. ¿Qué significa esto?

—¡Son calumnias! ¡Eso es! ¿Cómo se atreve a decir esas mentiras? —Reginal prorrumpió en un exaltado gorgoteo.

—¿Padre? —exclamó Lancet desde el centro de la mesa, con el rostro tan rojo que parecía estar apunto de colapsar. Reginal lo observó avergonzado, o al menos algo bastante parecido a vergüenza y una vez más estalló en gritos.

—¡Son mentiras, hijo! ¡Este hombre sólo intenta manchar mi nombre!

—¡Lord Ethon, contrólese! —lo acalló Jorge, dejándose caer en su sillón incapaz de decir o hacer algo más que mirar a Iker con el rostro contraído en una mueca de decepción.

—¡Exijo que lo apresen! ¡Lord Pembroke es el Conde Fantasma! ¿Qué otra evidencia necesita? ¡Apréselo! —Alrededor todo se volvió un caos, los cincuenta hombres presentes comenzaron a alzar la voz en distintas protestas. Algunos en acuerdo con Reginal, otros pidiendo que las cosas se esclarecieran de una buena vez. Y entre el endemoniado sonido de las voces masculinas, se mezclaban rostros en distintos grados de desconcierto. Pero Iker sólo pudo ver un par de ojos marrones que lo observaban con marcada preocupación. Rafe sacudió la cabeza, como si le estuviese pidiendo en silencio que mantuviera la compostura. Iker suspiró, volviendo la mirada en dirección del rey.

—No digas nada —le espetó con firmeza Jorge, en tanto que alzaba una mano para llamar a sus guardias.

Reginal seguía discutiendo con su hijo, pidiendo que se aclararan todas las calumnias, aunque Iker y él sabían que en el artículo no había ni una sola mentira. Reginal había violado a la esposa de su hijo y bajo amenazas la había silenciado. No era la mejor manera de dar a conocer el problema, pero en cierta forma al menos algo bueno había salido de todo ese calvario. Lancet ya no estaría cegado por el ideal de padre que tenía, ahora lo vería tal y como era.

—Su majestad... —susurró, buscando su mirada. Pero Jorge se limitó a soltar un bufido.

—Sáquenlo de mi vista —le ordenó a los tres guardias reales, que rápidamente lo rodearon.

—¡Su majestad! —exclamó, tratando de deshacerse de las fuertes manos que lo tironeaban de los brazos con insistencia—. ¡Su majestad! ¡No es...!

—¡Qué lo lleven!—bramó el hombre, incapaz de mirarlo a los ojos. Iker se revolvió inútilmente, sabiendo que su fuerza no podría aplacar la de los tres guardias. Reginal en ese momento lo observó con veneno en la mirada y lo siguió en el camino que era obligado a transitar, casi como si necesitara verlo a la cara mientras era acarreado dios sabe dónde.

—Maldito, te mereces la horca —le escupió el viejo, mientras pasaban por el gran salón a todas prisas. Iker dio un jalón a su brazo aún en recuperación, pero el guardia no tuvo consideración alguna por el aullido de dolor que escapó de su boca—. Si crees que esta jugada te saldrá limpia, te equivocas Pembroke, me encargaré de hacerte ejecutar por traidor.

Iker presionó las manos en puños, en un vano intento de abalanzarse sobre él.

—¡Voy a matarte! —le advirtió con los ojos inyectados de cólera. Reginal le sonrió, asquerosamente le sonrió.

—No te preocupes, Pembroke, yo me aseguraré de cuidar todo por ti...—Le palmeó el rostro con innecesaria fuerza—. En especial de tu querida esposa.

—¡¡No!! —gritó, soltándose de uno de los guardias y arrastrando a los otros dos en el proceso. Reginal retrocedió asustado al verlo reaccionar de ese modo—. Si te acercas a ella voy a...

Los hombres del rey rápidamente se recuperaron para tomarlo una vez más, esta vez ejerciendo mayor presión en el amarre.

—¿A qué? No podrás hacer mucho desde el lugar al que vas... —A la distancia Iker vio como Rafe salía corriendo del comedor para seguirlo, tal y como había hecho Reginal.

—¡Rafe! —lo llamó y éste asintió con el rostro completamente pálido—. Cuídala... —susurró a pesar de saber que él no podría oírlo.

—Por eso no debes preocuparte —interrumpió Reginal, y sacudiendo una mano instó a los guardias a terminar de trasladarlo fuera.

—¡Maldito hijo de puta!—gritó Iker, conforme era sacado del salón—. ¡Esto no quedará así! ¡Voy a aniquilarte! ¡Si te acercas a Ailim, te cortaré la cabeza!

Pero tras unos minutos en donde no se oían más que sus amenazas hacia Reginal, la última puerta del gran palacio se cerró. Y en la sala sólo quedaron dos hombres, viendo como el conde de Pembroke era arrastrado a un destino incierto.

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No tengo mucho más para decir, aunque obviamente espero que les haya gustado. Un saludo para todos y como siempre, un placer tenerlos del otro lado :D

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