Hay amores
Hola, ¿qué se cuentan? Bueno, acá les dejo uno de los capítulos más largos que tiene esta historia. Pero es un capítulo con un poco de todo, varias cuestiones se cierran acá para dar paso a otras nuevas. Espero que les guste y como siempre, un gusto tenerlos del otro lado ;)
Capítulo XXIII: Hay amores
Arribar a su casa con la luz del sol de mediodía calentando su nuca, debería ser ya una tradición inglesa para proponer al rey. Una vez finalizado el duelo, Iker se había dirigido a la mansión de Rafe para descansar algunas horas. A decir verdad ese era el modo de proceder comúnmente; primero matar, luego comer un aperitivo y finalmente dormir. Cualquiera se preguntaría, ¿por qué no hacer eso en la privacidad de su propia casa? La respuesta era simple, evitar su casa era una forma de evitar a algún padrino molesto increpándolo en sus propios dominios. Era sabido que varios cobardes, esperaban al ganador de un duelo en las inmediaciones de su casa para exigir una satisfacción. Sólo que jamás lo hacían en los términos adecuados, sino que atacaban a traición, justo cuando uno se encontraba más confiado. Malditos cobardes. Por eso Iker rehusaba regresar directamente a su hogar, sabía que nadie lo esperaría pasando tantas horas del duelo. Y aunque lord Antoni se veía deseoso de hacer correr su sangre fuera de su cuerpo, Iker no creía a ese hombre capaz de luchar por el honor de su amigo muerto. Pero nunca estaba demás ser un tanto precavido.
La puerta se abrió incluso antes de que él la alcanzara, un somnoliento Stephen le saludó con un ademan antes de salir de la casa.
—¿Eh, adónde vas con tanta prisa? —lo detuvo a media huida, Stephen le sonrió con aspereza.
—La señora me ha enviado de feria, al parecer está decidida a contratar más personal.
Iker frunció el ceño sin comprenderlo del todo.
—¿Qué desea?
—Doncellas, mayordomo, ama de llaves... no lo sé. —Chasqueó la lengua como si repetir el pedido de su esposa, lo molestara en demasía. Iker soltó una leve carcajada, Stephen odiaba cumplir órdenes como un lacayo pero no podía negarse al pedido de su señora—. Lo dejará en bancarrota antes de que usted lo note.
—Oh vamos, Stephen, míralo de esta forma. Teniendo más personal tú ya no tendrás que atender sus caprichos. —Le envió una sonrisa divertida, el hombre se limitó a refunfuñar entre dientes.
—Sonría, milord, usted no tiene idea.
Confundido por esas palabras, Iker lo observó con fijeza pero su ayuda de cámara se dio la vuelta ignorándolo sólo como él podría hacerlo.
—¿Qué significa eso? —instó, mientras el otro se alejaba con paso renovado hacia el portón de salida.
—Ya lo verá —exclamó por sobre el hombro, sin darle ninguna clase de explicación.
Sacudió la cabeza dejando correr el asunto, después de todo no tenía interés en conocer las maquinaciones de aquel individuo. Al ingresar en su hogar fue directo a sus habitaciones. Necesitaba quitarse la ropa que traía de la noche anterior, no solo porque apestaba a humo y perfume barato, sino porque el maldito de Edward Thompson había logrado cortarlo con su florín. Y como consecuencia normal, una mancha de sangre seca decoraba la parte frontal de su camisa. Pero afortunadamente la casaca y el chaleco lo cubrían de forma conveniente, aunque sí había echado a perder una estupenda camisa.
Se quitó la ropa con tranquilidad, pensando que podía pedirle a la cocinera que lo ayudara a quitar la mancha de sangre de su chaleco. Demonios, ese era su preferido, no estaba seguro de poder rescatarlo. Lo miró con amargura, al menos había salvado la casaca. Mientras se lamentaba por la ropa que ya no recuperaría y que sabía Stephen no mandaría a lavar, la puerta se abrió atrapándolo a medio camino de deshacerse de la camisa. Se volvió por inercia, y la sorpresa lo tomó de golpe al notar que se trataba de su esposa. No había querido pensarlo hasta el momento, ni siquiera se había molestado en buscarla con anterioridad, porque en cierta forma esperaba no tener que explicar esa situación.
Ella se detuvo para enfrentarlo, reposando el peso sobre la puerta cerrada de su habitación y su gesto no parecía invitar a una charla civilizada. Iker suspiró.
—Hola, querida —dijo en tanto que terminaba por echar su maltrecha camisa al piso y se disponía a examinar su herida.
No era tan profunda, sólo un corte al ras de la piel. Pero ardía como el infierno, todo ardía en esa habitación, no sólo su herida sino también la ira de su mujer. Iker sabía que estaba molesta y más aún, que su desinteresado saludo la había cabreado incluso más. Pero ¿qué otra cosa podría decirle? "¿Dame un momento y te lo explico?" él no tenía ni la más remota intención de hablarle sobre lo ocurrido. Y en lo que a su interés concernía, ella no tenía porque estar molesta.
—Edward Thompson está muerto.
Él la observó con los ojos entornados, esto se veía más negro de lo que aparentaba.
—Que pena —musitó con los dientes apretados, tratando de lucir un gesto imperturbable. Pues bien, ella lo sabía. ¿Y qué? Le gritó aquella vocecita en su interior que recelaba ante cualquier señal de autoritarismo, ¿a él qué le importaba que su mujer conociera sus trifulcas nocturnas? Mejor que lo supiera, de esa forma se evitaba tener que inventarle alguna tontería para explicar su herida o su ausencia en toda la víspera.
—Esta mañana cuando fui a buscar algo de pan con Ari, lord Antoni Neiman decidió que sería conveniente que yo conociera esta noticia.
Iker presionó las manos en puños, maldito Antoni después de todo su idea de que iba a causar molestias no había sido tan errada. Pero, ¿correr con el chisme a su esposa? Eso era bajo y bastante irritante, tal vez lord Antoni estaba buscándose una invitación para aclarar las cosas en el campo de honor. Su florín exclamó "aleluya" frente a la idea de un nuevo reto, sin duda debía estar enfermo como para sonreírse con ese tipo de pensamientos.
—Lamento que tuvieras que verte enredada en mis asuntos. —Y realmente lo lamentaba, no había necesidad de entrometer a Ailim, al menos no aún. No era necesario que supiera de su siniestro interior tan pronto.
Ella avanzó hacia él con los brazos en jarra, su pose no lo intimidó en lo absoluto pero tampoco le agradó.
—¿Acaso te burlas de mí? —le recriminó, marcando con énfasis sus palabras. Iker enarcó una ceja guardándose un suspiro. ¿Cuánto había durado la paz en su hogar? ¿Un día? Diablos, esto tenía que hablar muy mal de él.
—No sé qué quieres que te diga... —espetó, sin ánimos de continuar por ese rumbo. Al parecer ella quería discutir pero Iker estaba un tanto harto de esos enfrentamientos sin sentido y el agotamiento por la falta de un buen sueño, comenzaba a afectar su poca paciencia.
—¡Por Dios! ¡Dime que no es cierto!
¡Ah por allí iba la mano! Ella quería que negara que hubiera matado a un hombre, bueno tenía dos alternativas: mentir y hacerla feliz, o decir la verdad y ganarse su desprecio.
—Pero... es cierto. —A esa altura de su vida, ya debería haber aprendido que una mentira muchas veces podía sacarlo de cientos de predicamentos.
Ailim lo miró con los ojos como platos, no sólo parecía contrariada sino que por un instante Iker pudo jurar que la vio estremecerse. También estaba asustada o eso comprendió él de ese involuntario movimiento, hasta allí llegaban sus intentos de mantener en secreto a su siniestro interior.
—Oh... no puedes... —Pero ni siquiera finalizó su frase, al parecer demasiado alterada como para reprenderlo. Entonces sus ojos azules como el cobalto parecieron recobrar la compostura, Ailim lo miró con desaprobación incluso con algo de desdén e Iker comprendió que la etapa de sobresaltarse había sido mínima. Era el momento de las recriminaciones—. ¿Por qué?
Pero su pregunta casi susurrada, lo confundió. Esperaba gritos o tal vez llanto, pero la reacción de su esposa parecía ser más una búsqueda incansable de conocer su razonamiento. Algo que él gustoso le explicaría, si fuese capaz de comprenderlo por su propia cuenta. Estaba enfermo, a veces su comportamiento rayaba en la locura, ¿por qué intentar comprender aquello?
—Es largo de explicar —murmuró, a tiempo que ella dejaba ir un suspiro de derrota y clavaba la vista en sus pies.
—¿Largo? —musitó con una risilla irónica—. ¿Es todo lo que dirás?
En ese momento alzó la mirada, como si buscara hacer más fuerte el efecto de su reclamo. Él negó de modo casi imperceptible.
—¿Qué quieres que diga?
—¡Dios, Iker! ¡Mataste a un hombre, nadie mata a alguien sin razón!
Bueno al final de cuentas sí habían llegado los gritos, él sabía que sólo era cuestión de tiempo para que aparecieran. Frunció el ceño.
—Bien... si te hace más feliz, lo maté porque me fastidiaba. —Por supuesto que esa respuesta no le agradó, ella lo fulminó con la mirada sacudiendo la cabeza en una vehemente negación. Tal vez sin dar crédito de lo que oía, tal vez pensando que ya había perdido su último gramo de cordura.
—¡Eres increíble! —Y no lo decía como un halago—. ¡No comprendo qué rayos pasa por tu cabeza! Pensé... —Su voz se fue apagando lentamente, él la apremió a continuar con un desdeñoso ademan y Ailim se mordió el labio antes de soltarle todo lo que venía guardando dentro de su pecho—. Pensé que estabas dispuesto a sacar esto adelante, que realmente querías...
—¿Por qué nos acostamos juntos? ¿Creías que al dormir conmigo ganabas alguna clase de permiso para exigirme algo? —la increpó, cortándola a media frase. Ella lo miró con la boca ligeramente entreabierta, no iba admitirlo jamás pero Iker sabía que en cierta forma había adivinado el hilo de sus pensamientos—. No te equivoques, amor mío, somos marido y mujer... en ningún lugar firme pidiendo tener una conciencia.
—¡Eres un hipócrita! —gritó, inyectando veneno a cada palabra y él las recibió con estoicismo—. ¡Nunca me había sentido tan asqueada en presencia de una persona! En lo que a mi concierne, tú y yo no somos nada.
Ella se dio la vuelta airosa para dejarlo con la palabra en la boca, pero Iker no era el tipo de hombre que se dejaba desacreditar en su propia casa. Ailim tarde o temprano iba a aprender que su lugar como esposa era obedecerlo, le gustara o no, él era quien tenía la última palaba en ese sitio. La jaló del brazo obligándola a mirarlo, pero ella no sólo lo miró sino que en el calor del momento, logró conectarle una bofetada que le borró cualquier rastro de amabilidad o caballerosidad de la mente.
Ailim pareció tan sorprendida como él, pues tras reparar en lo que había hecho se llevó la mano a la boca para ahogar un chillido. A Iker le importó una mierda cuán contrariada estuviese, regresó el rostro sintiendo la mejilla arder con el suave movimiento. Fue cuestión de mirarla un instante para transmitirle sus pensamientos, estaba a un segundo de perder los estribos y ella leyó la advertencia, de eso no le cabía duda.
—Lárgate de aquí —masculló con los ojos chispeando de rabia, Ailim permaneció en el mismo sitio mirándolo petrificada—. ¿Qué no has oído? ¡Lárgate!—exclamó, jalándola con fuerza hasta la salida.
El cuerpo pequeño de su esposa parecía un trapo entre sus manos y no le importó mostrarse como un completo hijo de puta, ella se lo había buscado. Al menos no le devolvió el golpe.
—¡Espera!—gimió ella, mientras él la obligaba a cruzar el umbral—. Iker, no quise...
—Me importa una mierda lo que hayas querido —siseó, atrayéndola con fuerza para susurrarle sus siguientes palabras al oído—: Si te atreves a golpearme nuevamente, ten por seguro que olvidaré que eres mujer. No voy a admitir este comportamiento en mi casa, Ailim, no te tomes más licencias de las necesarias porque te saldrá caro.
La empujó de forma repentina, haciendo que ella tropezara con sus propios pies frente al inesperado impulso. Al verla en el pasillo cerró la puerta de un bandazo, ignorando de primera mano sus grandes ojos azules observándolo a un estímulo de las lágrimas. Luego se dejó caer contra la madera y soltó un amplio suspiro, buscando recobrar su tranquilidad. Sabía que la amenaza había estado demás, Ailim podría golpearlo tantas veces como ella quisiera, él jamás le devolvería un ataque. Podía estar molesto, pues si había algo que detestaba era que lo abofetearan, eso traía a su mente recuerdos demasiado perturbadores. Pero bien, no podía ponerse a la defensiva ya que se había ganado esa bofetada por canalla. Es más, esperaba que ella sintiera algo de liberación después de eso. Dado que no podían encontrar una forma de entenderse tal vez llevarse a los tumbos, era su manera de prodigarse cariño. ¿Qué más daba después de todo? En lo que a ella concernía ellos no eran nada.
***
No había sido buena idea asistir a aquella reunión, pero Iker pensaba que sería un buen castigo por la osadía de su esposa. Jamás pensó que las cosas se le truncarían, hasta parecer un castigo personal. Esa tarde prácticamente le había gruñido que lo acompañara en la noche a la casa de su madre. En un principio esperando que ella se negara, pero su esposa lo había sorprendido al decirse encantada con la idea. ¿Encantada? ¿Quién en su sano juicio estaría encantado? Pues bien, él prefirió no decir nada y se preparó para la cena a la que su abuelo lo obligaba a asistir, esperando que su mujer manifestara sus quejas en algún instante y finalmente encontrar una razón para no ir. Pero Ailim en ningún momento negó, parecía realmente feliz al respecto.
En un momento incluso pensó que ella se maravillaría con la idea de ponerle los clavos a su ataúd. Y su familia no se había mostrado menos complaciente, todos irritándolo, todos hablándole de idioteces que a él no le apetecían escuchar. Tuvo que prescindir de tragar su comida, al notar que su esposa encontraba entretenido charlar con su hermano, reír de los comentarios de su abuelo y planear futuras fiestas con su madre. Ella se llevaba muy bien con ellos, al parecer el único Warenne que le desagradaba era su propio concubino.
Cansado de toda esa puesta en escena, tanto por parte de su familia como por parte de Ailim, Iker se escabulló sin dar ninguna clase de explicación. Después de todo nadie esperaba verdaderas muestras de elegancia por su parte, había algo cómodo en el asunto, todos lo justificaban: "Iker hace eso por tal o cual razón", decían siempre que él abandonaba una habitación sin atender al protocolo. "No le pongan atención, es un poco mañoso" Personalmente esa excusa lo divertía. Pero no esa noche, al parecer nada lo divertiría en ese momento.
Su divague por la enorme mansión, terminó guiándolo a la biblioteca, el ala más apartada del comedor y por consecuencia, más apartada de sus comensales. En su mente seguía repitiéndose una y otra vez que no tendría que haber regresado a esa casa. Por más que sus hermanos estuviesen allí, nunca se sentía bienvenido y eso podría ser porque desde un principio, nadie se había mostrado receptivo con su llegada. Y no pensaba sólo en esa noche, sino en la primera vez que puso los pies en aquel lugar. Con los ojos clavados en el enorme retrato de Jonathan, le fue casi imposible no revivir esa mañana ya tan perdida en sus recuerdos o lo que ocurrió un mes después.
~*~*~*~*~*~
—Bienvenido a Londres —repetía una voz con tono cansino una y otra vez.
Iker se puso de puntillas tratando de alcanzar el barandal para poder observar hacia abajo. Pero en ese momento una mano en su hombro lo instó a seguir avanzando, por lo que alcanzó la pasarela y descendió a paso lento, posando su vista en las distintas embarcaciones que habían arribado esa mañana al puerto. Un hombre vestido con casaca blanca y botas negras pulidas, saludaba a los individuos con una reverencia y las palabras: "Bienvenido a Londres". Iker pasó junto al hombre de blanco, dirigiéndole una interrogante mirada. Pero Jonathan parecía estar un poco impaciente, dado que no le dio tiempo de inspeccionar el barco o los alrededores.
No que hubiera mucho para ver, la niebla cubría el cielo hasta hacerlo desaparecer casi por completo. No pudo evitar preguntarse si el clima sería así diariamente y, aunque por un momento se dejó embelesar por la emoción de llegar a un lugar nuevo, en su mente aún estaba presente su hogar y la manera en que su padre se había desasido de sus pertenencias, de sus criados y de la casa solariega de su abuela. Suspiró tristemente al pensar en la mujer que lo había criado hasta hacía una semana, cuando repentinamente la muerte decidió apartarla de su lado. Jonathan había llegado dos días después y había comenzado a dar órdenes a diestra y siniestra. En menos de una semana, Iker vio como toda su vida era dada como pago a los empleados. Al no darles tiempo de antelación para buscar otros empleos, Jonathan tuvo que compensar las molestias. Y no tuvo mejor idea que pagarles con las pertenencias de su abuela y suyas. El marqués no había tenido consideraciones y por eso Iker estaba que bullía de rabia, después de todo con un par de palabras su padre había literalmente borrado su historia. Siete años de inexistencia, pues ni una pintura de su abuela pudo conservar.
Lo había dejado llevarse todo lo que le cupiera en las manos, pero ¿qué tanto podía caber en sus pequeñas manos? Pues ahora lo sabía, sólo una caja de madera a la que él le tenía mucho aprecio. Al menos hasta la mañana en que tuvieron que partir, dado que cuando Iker se mostró reacio a abandonar su casa, su padre no se estuvo con vueltas. En ningún momento intentó persuadirlo, sino que le gritó que no perdería el tiempo con sus niñadas y en algún momento los gritos de aquella discusión, terminaron por convertirse en golpes. Para cuando Iker se dio cuenta de lo que ocurría, ya tenía tantos morados en los brazos y en la espalda como nunca antes en toda su vida. Al no haber recibido una paliza jamás, eso lo había dejado anonadado y bastante resentido con el marqués. Pero aun así había conservado la caja de madera, pensando que quizás su padre sólo estaba tan molesto como él con la muerte de su abuela. Más tarde comprobó que ese pensamiento había sido una estupidez, Jonathan odiaba a su abuela y probablemente también lo odiaba a él.
Durante todo el viaje de Francia a Inglaterra, Iker aprendió todas esas palabras que su tutor inglés había preferido no enseñarle. Ahora tenía una variopinta lista de vulgares maneras de referirse a su progenitor y todas se las debía a él mismo, por supuesto.
—Quédate aquí, veré que suban nuestras maletas al coche, ¿comprenez vous?—Sus maletas, hubiese querido decirle pero por el bien de su rostro, prefirió permanecer callado. Jonathan lo miró con el ceño fruncido, al notar que Iker bajaba la vista al piso acongojado—. No comiences nuevamente —le advirtió, tomándolo por la barbilla para que lo observara—. Ya te dije que no estés llorando como una niñita, muéstrate como el hombre que eres. —Y tras decir aquello se volvió para dirigirle algunos gritos a los cocheros.
Iker pasó saliva con rigidez, notando que a pesar de la advertencia los ojos comenzaron a picarles presas de la presión de las lágrimas. Se limpió rápidamente con las mangas de su casaca, pero fue inútil. Tan sólo pensar que estaba tan lejos de su casa y con un completo extraño, hizo que su pobre resistencia colapsase. ¿Qué iba a hacer ahora? Necesitaba a su abuela, a sus niñeras y el calor de los campos franceses. Ese hombre lo atemorizaba y no quería que fuese su padre, lo único que quería era regresar a su hogar.
Dirigió su vista de forma ausente hacia el río, notando como la bruma lo cubría todo imposibilitándole encontrar un escape. Estaba atrapado allí y mientras ese pensamiento cruzaba su mente, sus ojos divisaron a la distancia una bolla moviéndose incesantemente de un lado a otro por los golpes de las olas. Se volvió para ver dónde estaba Jonathan y repentinamente un sentimiento de odio lo embargó, estaba al igual que esa bolla siendo obligado a permanecer en un lugar al que no pertenecía y su opinión no importaba, tenía que limitarse a dejarse llevar por la corriente. Por las decisiones de un hombre que apenas conocía, uno que lo había golpeado hasta magullarlo, que había desdeñado las pertenencias de su abuela. ¿Acaso una persona así merecía su respeto? Él creía que no, Jonathan se podía ir al mismísimo infierno. Iker jamás le perdonaría esa canallada.
Abrió la caja de madera reposándola en el piso. Rápidamente comenzó a sacar de su interior las tallas y antes de pensar lo que hacia, comenzó a arrojarlas una tras otras al río. Su intención era golpear la bolla, quizás liberarla en el proceso, pero claro estaba que no logró ni acercarse a ella. Cuando tuvo a la tortuga de patas planas, esa con la que él jugaba todo el tiempo, una mano lo detuvo por la muñeca bruscamente frustrando su objetivo de enviarla a las profundidades del Támesis.
—¿Qué demonios haces? —Jonathan lo asió por los hombros, clavando en él una fulminante mirada—. Esas tallas me costaron un dineral, ni creas que voy a permitirte semejante comportamiento.
Iker presionó con fuerza la tortuga pero no fue capaz de ir en contra de su pedido, estaba seguro de una sola cosa y esa era que ya no quería más zurras. Así que optó por asentir con brusquedad y devolver la talla a la caja. Aunque nunca volvería a ver a esos animales con los mismos ojos. Cuando su padre se los había obsequiado un año atrás, él se había sentido feliz de que el marqués lo recordara como para tener esa clase de consideraciones. Pero ahora que sabía como eran las cosas realmente, ya no tenía idea de qué esperar y eso era lamentable.
Ni su padre, ni su abuelo, ni su hermano, ni su madre supieron hacerle de un lugar en la familia. Jonathan, tras abandonarlo en la enorme mansión, se desentendió de él como si acabara de dejar una maleta. Más tarde Iker descubrió quién era la madre que hasta ese día nunca antes había visto. Rosalie, aunque era muy bonita exteriormente, resultó ser tan inútil como el idiota de su padre. Esa fue la primera vez que Iker utilizó un lenguaje tan obsceno, pero le hizo saber a su "madre" lo que pensaba de ella y de esa maldita casa. Por su osadía se ganó una nueva zurra, pero le importó una mierda y no perdió tiempo en seguir demostrando su desagrado a permanecer en Inglaterra.
La respuesta de su padre era una bofetada cuando él se mostraba terco y la de su madre, sólo volverle la espalda como si no lo hubiese oído jamás. Iker no tuvo ocasión de buscar en su hermano a un aliado, pues desde el inicio William le dejó claro que no compartiría su tiempo con una alimaña francesa. Él no se molestó en explicarle que no era francés y que era tan inglés como cualquiera de esa casa, pero los comentarios de su abuelo acerca de su acento sólo acrecentaron las dudas de su hermano. Finalmente sus padres enviaron lejos a William, e Iker estuvo feliz por no tener que verlo nuevamente. Sólo llevaba un mes en ese lugar y nunca antes había reparado en la ira que lo embargaba cada vez que tenía que enfrentar a alguien en ese sitio.
Así que permanecía la mayor parte de su tiempo oculto en la biblioteca, o surcando las copas de los arboles; lo único que le daba algo de paz era observar las aves volar lejos de allí. Pensaba en conseguirse un par de alas y emprender el vuelo, tan alto como pudiese. Ya no lloraba, no al menos enfrente de su familia. Los momentos de extrañar a su abuela, se los guardaba hasta muy entrada la noche, cuando finalmente se permitía bajar la guardia y dejaba ir su llanto en forma silenciosa. Con la vista puesta en el cielo estrellado, le pedía de modo incesante que lo llevara con ella.
Lindsay, una de sus niñeras, le había dicho que siempre que quisiera hablar nuevamente con su abuela debía mirar una estrella. Pues allí estaría ella, cuidándolo y escuchándolo como nadie más hacía. Y eso impulsaba a Iker noche tras noche a pedirle que regresara o caso contrario que lo dejara ir allí, para ya no tener que estar solo. No quería seguir de esa manera, no quería llorar hasta que el sueño lograra vencerlo, quería que las cosas volvieran a ser como antes.
—¿Por qué lloras?
Él se sobresaltó al oír una voz dentro de su cabeza, se limpió las lágrimas velozmente y observó en todas direcciones, hasta que sus ojos se toparon con una silueta que permanecía expectante a su lado.
—¿Quién eres tú? —inquirió, mirando a la niña extraña con desconfianza. Había tenido tiempo para familiarizarse con el personal y sus hijos, sabía muy bien que esa niña no vivía en la mansión.
Llevaba un vestido blanco y el cabello negro libre sobre los hombros, la luz de la luna que se colaba por la ventana la iluminaba dándole un toque incluso angelical. No podía ser cierto, ¿después de tanto rezar habían contestado a sus plegarias? ¿Finalmente lo dejarían ir con su abuela?
—Soy Ailim. ¿Y tú?
¿Un ángel llamado Ailim? Bueno, quién era él para criticar.
—Iker.
—¿Y por qué lloras? —repitió, poniendo el rostro de lado y haciendo que sus rasgos encararan la única luz de la habitación. Tenía ojos azules, se dijo él mientras analizaba a su muy peculiar "ángel".
—No lloraba —mintió y efectivamente Ailim no se lo creyó—. Oh bien, mi abuela se murió... y me dejó aquí con unos bastardos hijos de puta. —La niña abrió los ojos como platos frente a sus descarados modos de expresión, y él tuvo el detalle de sonrojarse. Eso no había sido muy caballeroso.
—Lamento mucho lo de tu abuela. —Iker asintió y ella dio un vacilante paso en su dirección, para luego estrecharle una mano de modo afectuoso—. ¿La echas mucho de menos?
—Sí.
—Pues no tienes que estar triste, tal vez ella no está más aquí pero... —Hizo una pausa mostrándole una pícara sonrisita—. Yo estoy aquí y te aseguro que no tienes que preocuparte, porque nunca, nunca te dejaré solo con los bastardos.
Ambos rieron por sus palabras y por primera vez en todo su estadía en Londres, Iker comenzó a guardar cierta esperanza.
—¿Eres un ángel? —inquirió a su nueva amiga. Ella se acercó lentamente para susurrarle al oído:
—Soy una bruja. —Iker se apartó para mirarla con la duda escrita en el rostro, Ailim soltó una carcajada divertida por su expresión—. Pero no temas, yo guardo tu secreto y tú guardas el mío.
La observó con una ceja enarcada y no pudo evitar atraparla en su propia trampa.
—Pero yo no soy brujo, no hay secreto que guardar. —Aun frente a esa aseveración, la niña no perdió la chispa de optimismo.
—Tal vez no, pero aun así no le dirás a nadie de mí ¿verdad? —Él asintió, no quería que la única persona que le transmitía serenidad en ese lugar, no confiara en su palabra—. Correcto, entonces yo te prometo que no le diré a nadie que has estado llorando.
—Pero no lloraba... —le reclamó, la niña lo jaló de la mano para hacer que la siguiera.
—Como digas —aceptó con solemnidad, en tanto que se encaminaban al oscuro pasillo.
—¿A dónde vamos?
—A jugar. —Y él no puso objeciones frente a ese hecho, pues seguiría a la niña hacia cualquier aventura.
En ese momento no pudo evitar pensar que Ailim era la respuesta de su abuela, eso que él había estado esperando desde que se encontró sin saber hacia dónde ir. Al menos ya no estaría solo, se dijo internamente y una sonrisa de suficiencia surcó sus labios, mientras que se aferraba a la mano de su salvadora. Su ángel y su bruja.
~*~*~*~*~*~
—¿Iker?
Cerró los ojos con fuerza, tratando de quitar aquellas viejas imágenes de su mente. Debía admitir que de niño, él era un ser bastante patético. Hasta comprendía que su padre se molestara, si parecía una chiquilla llorando todo el tiempo, era vergonzoso.
—Dime —musitó, presionándose los parpados antes de volverse hacia su interlocutora. Su madre lo miró con cierto grado de escepticismo, pero si su deseo era decir algo acerca de lo extraña que había sonado su voz, se lo calló con mucho acierto.
—William se retiró al club y tu abuelo se preguntaba si nos acompañarías con una copa en el salón.
Condenados protocolos, él ni siquiera había probado bocado durante la cena cualquier bebida le caería de la patada. Pero declinar no entraba entre sus opciones, por lo que decidió irse por el camino honroso.
—Sí, me reuniré con ustedes en un momento —espetó, regresando su atención hacia aquel punto arbitrario entre las manos del antiguo marqués y su florín. A sus espaldas, el susurro de las faldas de Rosalie contra el suelo debieron de advertirle que no estaba solo. Pero su atención estaba tan dispersa en esos momentos, que se sorprendió al sentir una mano sobre su hombro.
—¿Te encuentras bien? —preguntó su madre, mostrándose como nunca solícita con él.
—Perfectamente —masculló, sintiéndose sobrepasado por la situación. Bajó la vista a esa mano que ella mantenía sobre su manga, con el simple propósito de instarla a que la apartara. Y Rosalie comprendió su pedido silencioso, pues incluso dio un paso hacia atrás frente a su cautica mirada. Aun así permaneció de pie a su lado, sin apartarle los ojos de encima—. ¿Qué quieres? —inquirió, volviendo el rostro en dirección al cuadro de Jonathan. No se sentía cómodo con ella tan cerca y menos cuando lo miraba de esa forma.
—Pensé... que... —Iker enarcó una ceja viéndola de soslayo, Rosalie se aclaró la garganta antes de continuar—. Pensé que podríamos hablar.
—No hay nada de que hablar —aseveró, a tiempo que se daba la vuelta para abandonar la biblioteca.
—Iker...
—Sabes arruinaste este lugar con ese maldito cuadro... —Se giró apuntando fugazmente la pintura—. Deberías echarlo al fuego, sería una buena forma de hacer de Jonathan una utilidad... ya sabes como yesca. —Sin duda alguna, lo mejor que hacía su padre era caldear el ambiente, la función le caía como anillo al dedo.
—No hables de esa forma.
Tuvo que obligarse a presionar la mandíbula para no soltar un improperio.
—¿Qué no hable...? —La miró sin dar crédito de lo que oía, pues no podía apostarlo pero eso le había sonado como una orden.
—Iker, por favor. ¿Hasta cuándo seguiremos así?
En esa ocasión le fue imposible refrenar una pequeña risa burlona, su muy querida madre le estaba pidiendo un tiempo fuera. Había cierta nota de ternura en eso, o quizá sólo se trataba de estupidez. Sí, sin duda era estupidez.
—Rosalie, no estoy seguro de comprender adónde quieres ir.
—Te entiendo, ¿si? Comprendo que estés molesto, no niego que cometí muchos errores contigo pero quiero solucionarlos. Ya no quiero dejar pasar más tiempo... —La mirada que ella le dirigió incluso podría considerarse esperanzada, pero la postura del conde no sufrió cambio alguno.
—Me temo que ya dejaste pasar veinticuatro años —señaló cortante, sacudiendo la cabeza para zanjar el asunto de una vez por todas.
—Por favor, Iker, al menos déjame explicarte...
—¡No! ¿Qué demonios vas a explicarme? —La cortó en un exabrupto, esa conversación comenzaba a írsele de las manos y ese no era terreno seguro.
—Sé que te cause daño y no intento justificarme con esto, pero debes entender que cuando naciste no me encontraba capacitada para cuidar de ti. Pensé que hacía lo correcto... mi madre tan sólo me decía que correrías con el mismo destino que Gabriel y Sabrina, y no podía permitir que algo así te ocurriera. Había perdido a tus hermanos, aún estaba llorándolos cuando tú llegaste al mundo...
—¡Dios, madre! ¿Y eso acaso era mi culpa? Yo no los maté y aun así te deshiciste de mí. —Se pasó una mano por el cabello, intentando encontrar su centro, no iba a seguir con ese absurdo.
—Iker, no fue así... yo no quería apartarte de mi lado, pero no podía... —Su voz se quebró con una de las mejores actuaciones de mujer acongojada, él se limitó a soltar una maldición entre dientes—. No iba a poder ser una verdadera madre para ti... si algo malo te ocurría, yo moriría también.
—¡Mentira!—exclamó con los dientes apretados—. Deja de decir mentiras, porque nunca pensaste en mí... —Aspiró profundamente, apartando la mirada de sus ojos llorosos, ella no lo obnubilaría con su bonita dramatización—Madre, William también estaba aquí, no te has preguntado ¿por qué me enviaste a mí y no a él?
—¡Es diferente!
—¡Por supuesto que lo es! ¡Siempre lo fue! William es tu hijo y yo... sólo fui un maldito imprevisto, llegué en un momento inadecuado, no fui suficiente para llenar el vacío de tus otros hijos. Hay miles de excusas y no me interesa oírlas. —Alzó una mano deteniendo su replica, no quería oírla, pues no soportaría mantener las palabras a raya y en algún momento terminaría por soltarle cosas que más tarde lamentaría—. Déjalo, Rosalie, hemos subsistido bien fingiendo que nos soportamos no presiones más allá, porque no te gustará lo que encontrarás.
—¡Iker! —Pero él ya se había apresurado a alcanzar el pasillo que guiaba al gran salón, a pasos largos fue dejando atrás la biblioteca y todo aquel espectáculo. Definitivamente había sido una estupidez regresar a la casa, allí los fantasmas no se habían esfumado, sólo estaban a la caza de oportunidades. Y él acababa de ser lo suficientemente idiota, como para dejarse perturbar por uno de ellos—. ¡Iker aguarda!
—Maldición, ¿es que acaso no lo entiendes? —Se volteó para dirigirle una fulminante mirada—. ¡Déjame en paz!
—Estás en lo cierto, nada de lo que diga cambiará el pasado. Pero por favor, te estoy pidiendo perdón.
—¿Perdón por qué? —Rosalie dio un paso atrás al notar el ofuscado sonido de su voz—. Si mal no recuerdo, tus errores han hecho gala de presencia en toda mi vida. Ahora dime, ¿por cuál de todos te disculpas?
—Iker... —rogó en un susurro. Pero a la mierda con todo, ella le había dado el pie ahora que se abstuviera a las consecuencias.
—¡No me vengas con lágrimas, porque perdiste la oportunidad de darme lástima! ¡Tú nunca consideraste las mías! Cuando te busqué siempre me ignoraste con toda frialdad. No sólo me regalaste, sino que dejaste que ellos me apartaran de lo único que lograba apaciguar mi dolor... y me volviste la cara cuando pedí tu ayuda años después. Dejaste que me embarcaran hacia una guerra, cuando sólo tenía diecisiete años... —Se silenció notando como su respiración comenzaba a acelerarse, en algún momento su vista se trabó con los ojos de su abuelo y entonces supo que ya no estaban solos.
—Lo lamento. —Pero fue cuestión de oírla hablar nuevamente, para que su mente se abstrajera de cualquiera que estuviese allí presente. Iker negó efusivamente, sus lamentaciones no servían para nada, ya no—. Hijo... —Ella intentó tomarle la mano, pero él se apartó como si ni siquiera pudiese soportar su cercanía.
—No seas cínica, no me llames de esa forma. —Soltó un suave suspiro, buscando su calma perdida—. Ha sido una mala idea regresar, ninguno de los dos debemos padecer la compañía del otro.
—Pero... —murmuró a tiempo que él volvía a pedirle que se detuviera.
—Te lo dije antes, tú y yo no tenemos nada de que hablar —masculló ya sin poder contener ese nudo que se formaba en su garganta, incapacitándole expresarse con toda libertad—. ¡Vamos, Ailim!
No necesitó volverse hacia su derecha, había sentido su presencia desde el mismo momento en que hubo descubierto que la discusión había trascendido la soledad de la biblioteca. Pero le dio igual saber que estaba montando un espectáculo, al menos podía decirse que él había ganado en la disputa. Aunque las ganas de regodearse por ello, jamás llegaron. Iker salió hecho una furia de la casa familiar, dejando detrás de sí a una madre que nunca había visto como tal y a su abuelo quien quizás ahora, podría parecer un tanto arrepentido. ¿Pero es que acaso eso cambiaba algo? ¿Sus decisiones lo habían hecho como era? ¿O quizás él sería un canalla sin importar qué? Se detuvo abruptamente a mitad del camino de piedras y se llevó ambas manos al rostro, lentamente sus hombros comenzaron a sacudirse y fue cuando el conde perdió todo control sobre su persona.
***
Ailim no se molestó en juntar su capa o el abrigo de Iker, en el momento en que madre e hijo habían irrumpido en la sala sumergidos en una acalorada discusión, ella fue incapaz de hacer más que mirar estupefacta la escena. No podría decir que estuviese sorprendida, al final de cuentas ella pensaba que Iker ya se había tardado mucho en cantarle sus verdades a Rosalie. Pero jamás esperó oírlo tan lastimado, a pesar de que él había intentado mantenerse imperturbable en todo momento, cada palabra que salió de su boca parecía esconder un sofocado grito.
Su madre nunca había logrado comprenderlo, ella lo sabía e incluso a pesar de que aún seguía molesta con su esposo, no pudo evitar ponerse de su lado en esa querella. Jamás comprendería el modo en que Rosalie actuó en lo que se refería a Iker. Teniendo todas las posibilidades de criar a su hijo, había decidido ceder su custodia a su abuela, como si el niño representara una carga en su vida. ¿Qué clase de madre hacía tal cosa? Y peor aún, ¿qué clase de madre se desentendía durante siete años de unos de sus pequeños? Ailim había oído de boca del mismo Iker que incluso Jonathan lo visitaba con frecuencia en los años que había vivido con su abuela, pero de Rosalie ni siquiera una mísera carta había recibido. Ella simplemente había preferido olvidarse de él, ahora no podía querer remediar lo irremediable. Ailim salió detrás de su esposo, sin emitir juicio. Encantada le habría dicho a Rosalie donde podía meterse unas disculpas que llegaban demasiado tarde, pero no supo cómo se contuvo de hacer de esa velada algo más insoportable.
Mientras recorría el camino de piedra en voladas, sus ojos se posaron en la espalda del hombre que la aguardaba varios metros más adelante. Ailim avanzó notando que Iker se sacudía tenuemente bajo la luz de la luna. ¿Podía ser posible? No, por supuesto que no. Se necesitaba más que una simple discusión para hacer que las barreras de su esposo cayeran. Sólo él podía tener una reacción tan peculiar, Iker estaba riendo. Riendo con ganas, riendo como si fuera incapaz de contener la euforia.
Ailim sacudió la cabeza y se instaló delante de él, esperando porque recuperara la compostura. Y entonces la vio, al momento su risa se apagó para situar en su lugar una lúgubre expresión. Estaba claro que seguía molesto por la bofetada, pero en cierta forma ella creía que ambos se debían explicaciones por todo lo ocurrido esa mañana.
—Bien, esposa, ¿te gustó la representación? —Como era de esperarse él buscó evadirse con la excusa de las bromas, pero Ailim no se iba a dejar amedrentar por sus palabras, no de nuevo.
—Basta, Iker —le pidió con seriedad, él sacudió la cabeza sonriendo pero ella no fue indulgente. Ya no más—. No actúes para mí.
El rostro de su esposo adquirió ese arrogante gesto que varias veces lograba exasperarla. Ailim se mantuvo firme, hasta que Iker terminó por claudicar apartando la mirada y dejando ir un improperio entre dientes.
—Ya bien... —aceptó encogiéndose de hombros—. Ha sido una noche de mierda, no hay razón para seguir adornándola.
Ella dio unos pasos en su dirección, acortando deliberadamente sus distancias. Él la siguió con la mirada, expectante, guardándose eficientemente sus mordaces comentarios y Ailim supo que una vez más ese día, Iker estaba decidiendo bajar sus defensas. Algo a lo que sin duda no estaba acostumbrado.
—Ella tenía que oír todo eso —aseveró, posando con suavidad una mano en su mejilla y de esa forma alentándolo a devolverle el escrutinio.
Él le expuso una dubitativa sonrisa, porque Iker podía ser duro y en apariencia imperturbable, pero también era un ser humano. Un ser humano que había sufrido demasiado a manos de las personas que tuvieron que haber sido su apoyo.
—Ella me tiene sin cuidado, cariño, toda mi vida supe que no me aceptaba... que jamás me quiso. —Ailim frunció el ceño, pero no fue capaz de negar aquello. Ni siquiera podía terminar de entender a Rosalie, como para intentar defenderla de esa acusación—. No es mi madre quien me perturba, al final de cuentas ella nunca formó parte de mi vida. Pero tú...
—Iker lamento haberte abofeteado. —En esa ocasión su sonrisa fue más evidente, pero demasiado fugaz se dijo a sí misma con algo de decepción.
—Rayos, si bien merecido me lo tenía. No tienes que disculparte, amor mío, en esta ocasión y en todas las anteriores, yo cargo con toda la culpa. —Ella negó casi de un modo imperceptible, no quería que él le mostrara los modales que bien guardados se tenía. Siempre sentía esas confesiones como absurdas actuaciones, le era muy difícil distinguir cuál de todos los Iker que mostraba al mundo, era el real.
—Tan sólo quiero que... —Pero se detuvo al notar lo que estuvo apunto de pedirle, pues no podía decirle lo que realmente esperaba de él.
¿Amor? ¿Confianza? ¿Respeto? ¿Qué sabía Iker de esas cosas? ¿Cómo podría implementar algo de eso cuando nunca nadie se molestó en enseñárselo? Un suave roce en su mejilla la abstrajo de sus cavilaciones y fue entonces cuando se encontró con sus inquisitivos ojos verdes fijos en los suyos. No supo cómo logró contener el torrente de emociones que le producía verlo así, tan receptivo, tan atento, tan parecido al niño que había conocido.
—¿Qué quieres? —la apremió, haciendo que su corazón se comprimiera en su pecho al sentir la dulzura depositada en su timbre ligeramente ronco.
Estaban tan cerca el uno del otro, que Ailim se sentía capaz de ver el interior de su alma. Por favor, rogó en su fuero interno, deseando en silencio que él le permitiera ayudarlo.
—¿Por qué mataste a Edward Thompson? —susurró, conteniendo el aliento. Era tan difícil predecir los arranques de su esposo, que ella estaba casi segura que no obtendría respuesta. Pero tenía que intentarlo.
—Ailim... —comenzó, mostrándose claramente renuente a abordar el tema. Ella se mordió el labio inferior, refrenando el deseo de pedirle que le confiara sus secretos—. No lo comprenderías.
—Iker, no quiero pensar que mataste a un hombre sin ninguna razón, por favor dime.
—No fue sólo él, lo sabes. —Ella asintió, pero nunca pensó en oír su siguiente confesión—. Es el tercer hombre que engaño para que me rete a un duelo y es el tercero que asesino de esa forma, pero no es ni por cerca el último. —Ailim olvidó por un segundo cómo respirar y lo único que pudo hacer fue mirarlo con la ojos tan abiertos que casi le fue imposible mantenerlos dentro de sus orbitas. Iker chasqueó la lengua, dando un paso hacia atrás—. Olvídalo.
—¡No! —Se apresuró a tomarlo por las manos y regresarlo a su anterior posición—. Dime, ¿por qué? —Él estuvo en silencio por tanto tiempo que ella comenzó a creer que se abstendría de darle una respuesta. Pero por esa vez, se contentó de haberse equivocado.
—Hm... —Su esposo soltó un tenue suspiro que sacudió suavemente el cabello que enmarcaba su rostro. La miró largo y tendido, de alguna forma parecía querer leer algo en su expresión y ella luchó por no lucir recriminante—. Mataron a Jonathan, no estoy seguro cuál de todos fue... en realidad los seis participaron. Lo atacaron en grupo, pues sabían que intentándolo de la manera honorable ninguno lo vencería.
—¿A tu padre? —No pudo evitar preguntar con evidente sorpresa, pues no comprendía por qué razón Iker estaba cazando a los asesinos de su progenitor. Hasta donde ella sabía, él había incluso albergado el deseo de hacerlo por sí mismo.
—Irónico ¿no?—Pasó de responder su hipotética pregunta, aunque su rostro se expresó sin necesidad de palabras—. No me malinterpretes, realmente no me agradaba Jonathan... pero ni la peor alimaña merece morir de esa forma. Lo humillaron, a él y a la mujer que amaba.
—¿A Rosalie?
Iker sonrió sacudiendo la cabeza.
—No, Rosalie no significaba nada para mi padre. Él había descubierto los placeres de Londres y aunque suene estúpido, terminó perdiendo la cabeza por una cortesana. —Ailim abrió los ojos de par en par, eso no era un chisme cualquiera. ¿Un marqués y una prostituta?—. La cortejó, la enamoró, le ofreció el mundo en bandeja, pero había otros hombres que se vieron alterados por el romance del marqués.
—¿Alguien más estaba enamorado de ella?
—Era una puta, Ailim, tenía medio Londres tras su pista... pero las cosas no son tan así. Después de todo, una mujer como ella además de tener una larga lista de amantes representaba una entrada de dinero segura y confiable. Cuando ella se prometió a mi padre, el dinero dejó de entrar y otras cortesanas decidieron seguirla. Apartarse de aquella vida, sabiendo que eso era posible. Eso no les agradó a muchas personas... Jonathan comenzó a ser una molestia, al igual que su mujercita.
—Y los mataron —dedujo, incapaz de conectar esa historia con el padre de Iker. Es que simplemente era increíble.
—Los arrastraron a una muy bien diseñada trampa, él viajó a Londres al recibir un mensaje urgente de ella y cuando iba mitad de camino... la encontró. —No le gustó para nada el tono de sus últimas palabras, por alguna razón predijo que lo que venía sería desagradable—. La mujer tenía una hija, una muchacha de unos quince años. Al parecer Jonathan la quería como si fuese suya. Por eso ellos, supieron como manipularlo, como hacerlo moverse sin una comitiva. Humillaron a ambos mujeres delante de sus ojos, antes de quitarle la vida a él y a su amante. A la muchacha le perdonaron la vida, pero uno tiende a pensar que tan sólo ayudaron a arruinársela. —Su esposo se silenció entonces enviándole una significativa mirada, Ailim no supo qué decir y se limitó a asentir en silencio—. No puedo detenerme, cariño, ellos merecen que alguien responda por la agresión. En un principio admito que un acto egoísta me llevó a seguirle la pista a sus asesinos, pero cuando descubrí la verdadera historia. —Supiró—. Olvidé cualquier animosidad existente entre mi padre y yo, va más allá de eso. Lo deshonraron, lo humillaron y se burlaron de él, no soporto la idea de que se salgan con la suya. Tal vez la respuesta llegue con años de demora, pero sabrán que un Warenne no muere sin presentar batalla. —Se detuvo el tiempo suficiente como para enmarcar su rostro con sus calidas manos, ella sólo fue capaz de mirarlo—. No puedo detenerme, Ailim, no... no me quites esto, por favor, no me pidas que renuncie. Necesito hacerlo, ¿entiendes?
—Lo entiendo. —Las palabras se le atoraron en la garganta, pero fueron completamente sinceras. Iker quería responder el insulto a su familia; sin importarle cuánto daño le hubiese hecho Jonathan, estaba claro que la sangre era más fuerte en esos sentidos. Él necesitaba cerrar ese ciclo y quizá una vez que terminara con ello, podría en verdad concentrarse en disfrutar de su vida sin sentirse encadenado al pasado—. Pero una vez que ellos estén...—Hizo un gesto para evitar tener que traer esa molesta palabra a colación, Iker asintió sonriendo ante su recato—. ¿Prometes que no habrá más duelos?
Su esposo enarcó una ceja al parecer contrariado por su pedido, pero entonces supiró con suavidad para luego soltar su rostro y colocar sus manos con firmeza en su cintura.
—No más duelos —susurró junto a su oído. Entonces su boca inició un lento viaje descendente por su mejilla, hasta terminar rozando tentativamente la comisura de sus labios.
Ailim soltó un quedo gemido, volviendo el rostro en su dirección para terminar de flanquear esa incipiente distancia. Al sentir los labios de su esposo presionándose sobre su boca, ya no hubo más preguntas en su mente. Ella supo que lo apoyaría en su lucha, estaría para él del mismo modo en que él había estado para ella. Iker también merecía desprenderse de sus fantasmas, merecía saber que en una familia todos los miembros se apoyaban mutuamente, merecía tener una familia real. Mientras su lengua irrumpía en su interior, haciéndola demasiado consciente de lo mucho que le gustaba esa sensación, Ailim lo supo. Supo que ese era su verdaero comienzo.
Iker la alzó en vilo, aferrándola por la cintura y ella soltó una leve carcajada contra su boca.
—¡Iker!
—Tengo que llevarte a casa, mon amour, hoy lograremos que hasta las puertas de Versalles se abran de par en par.
Ella le dio un golpecito en el hombro a modo de juego y él volvió a apretarla contra su cuerpo, tomándose el tortuoso trabajo de delinear con la lengua sus labios, escapando a cada instante que ella intentaba atraparlo. Ailim, deseosa de fundirse a su boca, hundió una mano en su cabello obligándolo a responder la demanda de sus besos y por supuesto que él le correspondió completamente dispuesto.
—¿Francia, mi señor? ¿No cree que eso tal vez sea demasiado pretencioso?
Él sonrió de ese modo pícaro que hacía brillar sus ojos verdes.
—Estoy dispuesto a asumir ese reto, mi señora, si usted está dispuesta a asumirlo conmigo.
Entre risas y besos robados, ellos desparecieron de aquella casa, sin volver la vista atrás ni una sola vez. Ese lugar representaba el pasado y ambos, sin necesidad de palabras, se prometieron que desde ese día sólo mirarían hacia adelante. No estaban exentos de problemas y disputas, pero en lo que concernía al tema familiar ninguno quiso volver a hablar del asunto. Ahora Ailim e Iker, comenzarían a escribir la historia de su propia familia.
___________________________
Ok, les dije que era largo xDD Pero digamos que este cap es el más explicativo, ahora empieza una nueva etapa para ellos dos. Espero que les haya gustado, saludos ^^
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro