Hasta que la muerte los separe
Ok, ya estoy de vuelta! A pedido de... amm ¿Carpe Diem? Interesante nombre por cierto xD Voy a dejar el nuevo cap. Disculpen la demora, estaba haciendo cosas para la Uni y no tenía tiempo. Saludos ^^
Capítulo IX: Hasta que la muerte los separe
Había algo positivo y algo negativo de ser un Warenne, lo positivo era que el apellido acarreaba consigo un inesperado halo de respeto. Cualquiera que tenía la fortuna de llevarlo, debía sentir a la vez el peso de años de tradición de una familia de alto lustre. Lo negativo, bueno... lo negativo era que Iker no era uno de sus representantes más respetables. El conde de Pembroke tenía fama de pendenciero, granuja e irresponsable, atributos que lo hacían digno de poca elegancia.
Nadie podía mirar a Iker y pensar algo como: «¡Oh,allí viene un Warenne!» Si no que las alusiones a su nombre siempre iban acompañadas de algún poco favorable adjetivo: «Allí viene el pillo ese... el malhumorado, elaburrido,el complicado, el desdeñoso, altanero, despectivo, frío, arrogante, etc, etc... conde de Pembroke». En circunstancias comunes, esto le habría causado mucha gracia —lo había hecho, a decir verdad— pero no en ese instante; en ese instante nada le habría gustado más que tener el aplomo diplomático de alguno de sus hermanos. Necesitaba expedir la gracia de su título y a decir verdad, tras años de ignorar las reglas básicas de los caballeros, se sentía un poco en desventaja. Y entonces una vez más pensaba en lo negativo de ser un Warenne, ¿quién podría pensar que lo negativo incluso podría tomar forma humana?
Soltó un suspiro por lo bajo mirando la punta de sus botas, las caminatas constantes ya habían echado a perder otro par.
—Levanta la vista. —Él se irguió como un soldado tras esa orden, casi como si repentinamente volviese a tener siete años. Siguió caminando detrás del hombre, pero en esa ocasión asegurándose de no mirarse los pies y ganarse otra reprimenda. Pasó saliva con dificultad y la puerta detrás de ellos se cerró. Aire, pensó soltando un suspiro de tranquilidad, finalmente podía respirar de nuevo—. Eso no ha salido tan mal —comentó el viejo, volteándose para obsequiarle una afable sonrisa.
Iker masculló una respuesta ininteligible, ya había soportado mucho por ese día. No podría fingir tan bien como él.
Lo observó dirigirse al carruaje negro tirado por dos corceles que bien podrían pertenecer al rey. El cochero con levita borgoña y el escudo de la familia decorando las puertas laterales, eran como una burla a la elegancia y a todos sus principios. Él se sintió repugnante de sólo mirarlo, ¿cómo había caído tan bajo? Nunca antes se había sentido así de miserable; pero una vez más era su culpa, pues sabía que su simple presencia sería la determinante en un caso que él no podría manejar solo.
—Bien... —susurró mordiéndose la lengua con fuerza, antes de soltar su siguiente palabra—. Gracias.
Sorprendido de que le saliera en un solo intento, se volteó para encarar el camino de piedras y salir finalmente de aquel odioso lugar. Pero, ¿acaso las cosas podrían ser tan fáciles? No, por supuesto que no. No tratándose de un Warenne.
—Aguarda, Pembroke. —Y de esa forma, Iker se vio obligado a detenerse en plena huida—. Sube.
Él lo fulminó con la mirada, completamente reacio a llevar esa tortura en sus dominios.
—Si vas a la mansión, allí te encontraré —vociferó de manera concisa, por un segundo albergando la posibilidad de que todo quedaría en eso.
—Sube de una maldita vez, los caballos tienen que hacer el viaje de todas formas y dudo que sientan el añadido de un poco de peso extra.
Iker entonces estudió al cochero y a los caballos respectivamente; odiaba viajar en carruajes o en cualquier cosa que le impidiera valerse de sus propios medios. Lo odiaba con cada fibra de su ser y ese hombre lo sabía, tal vez esa era justamente la razón por la cual hubiese sacado el mejor carruaje de la cuadra.
Soltó un sonoro suspiro. Y no pudo evitar pensar que siempre podría saltar con el carruaje en movimiento, al menos se salvaría de oír lo que sea que el viejo quisiera decirle. Se acomodó en uno de los mullidos asientos y clavó la vista en la ventana; pronto estuvieron en movimiento.
—¿Qué quieres? —preguntó sin ánimos de ocultar su desagrado.
—No te pongas impertinente conmigo, si mal no recuerdo tú fuiste a buscarme. —Ese era el primero de muchos recordatorios, tú pediste mi ayuda, tú viniste con el rabo entre las piernas, tú siempre esperas que alguien más resuelva tus problemas. Básicamente había oído ese mismo discursillo desde que había respirado oxígeno por primera vez, nada nuevo, el viejo no podría catalogarse como un ser innovador.
—Disculpa, querido abuelo, ¿cómo podría pagarte tan magnánimo acto de bondad para conmigo?
El viejo lo fulminó con la mirada, antes de darle un bastonazo en la pierna.
—Jamás esperaría nada de ti, Pembroke, has demostrado que no tienes la entereza necesaria. —Iker sonrió divertido, nada lo ponía de mejor humor que ser la decepción de su familia—. Pero si prometí ayudarte con esto, es porque quiero que hagas algo a cambio.
—Siempre tan desinteresado —comentó con ironía. Richard se limitó a bufar, sin encontrarle gracia a sus palabras.
—Mantendré a Ethon lejos de ti y de tu pequeña esposa.
No pudo evitar tensarse al oír esa confesión por parte de su abuelo, no sabía si era el nombre de Reginal o el de Ailim asociado a ese nuevo título, el que le causaba tal sensación de pesadez en el estómago. Se inclinaba por pensar que era el de Reginal, sólo para no creerse a sí mismo tan cobarde como para no aceptar que su nueva esposa era aquella única amiga de la infancia. Si su abuelo supiera, él acababa de ayudarlo a cerrar el trato de matrimonio con su amiga imaginaria. Se encogió de hombros sonriendo perezosamente... cosas más extrañas han ocurrido.
—A cambio de...
—A cambio de que visites a tu madre. —Entonces cualquier asomo de sana diversión se esfumó de su rostro, Richard apartó la vista incomodo al notar que ya la conversación le parecía insultante.
—Preferiría cortarme un dedo —espetó letalmente serio, su abuelo chasqueó la lengua y por un segundo su rostro severo se relajó hasta adquirir una velada expresión de desasosiego.
—Es una pena que tu dedo mutilado no me sea de utilidad, ahora si me ofrecieras cocerte la boca... —Una vez más Richard recuperó esa extraña pose en la que parecía burlarse de él y al mismo tiempo sentir repulsión.
—Lo lamento, la utilizo para comer e injuriarte. —Su abuelo sonrió, centrando su vista un largo segundo en sus ojos. Iker se sintió presionado por su escrutinio intenso, por lo que volvió el rostro hacia la ventana con la excusa de ver dónde estaban—. ¿Vas a quitarme tu apoyo si no la visito? —Tuvo que preguntar. La razón de que hubiese ido con Richard a enfrentar a Reginal era más que clara. Iker no tenía el peso necesario, ni los contactos que poseía su abuelo. Cualquiera se acobardaría en su presencia, más si ese cualquiera era un simple barón.
—Si es necesario.
«Maldición, condenado viejo manipulador»
—¿Por qué debería hacerlo? Al fin de cuentas tú me debes mucho más de lo que yo a ti, considera este intercambio como una de las pocas muestras de afecto que tienes para tu nieto.
Su abuelo enarcó una ceja con suspicacia, Iker esperaba darle en alguna fibra de su ser que activara algo de su compasión. Pero claro, ¿en qué mundo? ¿En qué realidad Richard sentiría pena de él?
—Si ya terminaste de lloriquear, espero que en la semana pases a cenar con tu madre y tu hermana. Esa es mi condición.
Iker presionó las manos en puños, repentinamente recordando la promesa de que algún día lo empujaría por las escaleras. Algo que extrañamente lo ayudó a mantener su cólera a raya.
—¡Bien! —Richard sonrió complacido—. Pero no me comportaré amable y si te encuentro en el piso superior, te tiraré por las escaleras.
—No esperaría menos de ti, aunque prometiste eso hace siglos a esta altura pensé que lo habías olvidado. —El hecho de que se burlara de su amenaza, tan sólo acrecentó sus ansias de echársele al cuello y asfixiarlo con su propia corbata.
—¿Puedo bajar? —inquirió lanzándole una aburrida mirada. Podría estar hirviendo por dentro, pero sabía que demostrarlo físicamente sería darle ventaja al viejo—. La idea de tener que soportar una cena con ustedes, comienza a causarme nauseas.
Richard presionó los ojos tenuemente, para luego golpear con su bastón el techo del carruaje, el cual al segundo buscó un espacio vacío en la calzada.
—Aún actúas como una niñita, ¿qué la guerra no te hizo más hombre? Tu padre debe estar revolcándose en su tumba.
Iker empujó la portezuela para bajar, pero en último segundo se volvió para sonreírle ampliamente.
—Suerte que le hemos dejado en un espacio grande, espero que este brincando en su inmundo ataúd. —Los ojos de su abuelo centellaron con rabia.
Iker... sólo Iker tenía la facultad de insultar la memoria de su queridísimo Jonathan. No había nada que lo cabreara más y él se sintió complacido de haberse llevado la última palabra.
—Adieu cher grand-père.[1]—Y con un certero portazo escapó a la fría, pero ya tan bienvenida, noche londinense. Uno de sus obstáculos ya estaba superado, ahora le quedaba informar a su esposa de sus recientes nupcias y con suerte estaría muerto antes del amanecer. Podía ser una visión fatalista, pero desgraciadamente conocía bastante bien a su nueva condesa.
***
Al llegar a su casa, se sorprendió al encontrarse con Rafe, Chico y Ari, sentados en las escaleras de la entrada. La niña tenía la vista puesta en sus manitos, como si estuviese buscándose un dedo demás, en tanto que su amigo le mostraba un truco de magia con una moneda a Chico. Ari fue la primera en verlo y le expuso una dubitativa sonrisa. Así de mal estaban entonces.
—Mamá regresó —dijo con cierto ánimo en su voz, pero luego sus siguientes palabras carecieron de brillo y seguridad—. Pero tía Ailim está molesta y le gritó a mamá. —Rafe asintió haciendo una ligera mueca, para luego dejar el truco de magia a un lado.
—¿Así que Ivanush se lo dijo? —preguntó él, captando las distintas reacciones en sus interlocutores. Chico y Ari al no conocer la noticia, se limitaron a encogerse de hombros, mientras que Rafe soltó un pesaroso suspiro.
—Sí... la traje aquí en cuanto tuvimos la autorización del corregidor, pensé que sería mejor que su hermana se lo dijera. —Por un segundo miró el suelo, parecía un tanto avergonzado por esa decisión.
Luego de que Iker e Ivanush firmaran la licencia, él comenzó a repartir órdenes. Para su buena fortuna Stephen fue lo bastante listo, como para llevar al clérigo y a Rafe consigo. Su amigo se había encargado de ponerse en contacto con las autoridades y mientras Iker buscaba a su abuelo, Rafe conseguía la libertad de Ivanush. Richard y él discutieron los términos con Reginal, y tras ofrecerle una suculenta compensación por los daños a su persona, el idiota aceptó lo que su abuelo le proponía. Iker no tenía planeado encontrarse con Ailim aún, pues pretendía conseguir alguna forma de suavizar el golpe. Pero ya era tarde para eso, Ivanush se le había adelantado. Al fin de cuentas de nada valía dilatar el asunto.
—¿Y...? —Ni siquiera estaba seguro de qué podría preguntar—. ¿Todavía hablan?
—No lo sé, en cuanto la discusión comenzó preferí salir a tomar un poco de aire.
—Mami le dijo a lord Seinfeld que nos acompañara al jardín. —Iker asintió ausente y antes de ingresar a su casa se volvió para verlos un segundo.
Ari le sonrió, algo que parecía un gesto común en la pequeña. Era extraño que alguien le sonriera siempre con tal optimismo, todavía no decidía si eso le agradaba o no, pero se veía incapaz de pedirle que se detuviera. Rafe veló su expresión, seguramente no queriendo caldear más el asunto y en cuanto a Chico, bueno... él ni siquiera lo miró.
Abrió la puerta de su casa, intentando captar algo de la conversación de las mujeres y al inicio, no logró oír absolutamente nada. Quizás Ivanush ya había conseguido calmar a la fiera. Pero ese pensamiento positivo duró el mismo segundo que le tomó darle forma.
—¡¡No!! ¡¡No quiero hablar contigo!! —Ailim avanzó a grandes zancadas por el pasillo que guiaba a la sala mayor. Ella no lo vio de pie en la entrada, pues pasó como un rayo directo a las escaleras.
—Ailim por Dios, necesito que me escuches. —Ivanush la precedió a paso apresurado, ella sí lo notó enviándole a tiempo una mirada suplicante.
Iker no movió sus pies.
—¡¡Siempre!!—exclamó su mujer, deteniéndose tras subir dos escalones—. ¡¡Siempre tenemos que amoldarnos a ti!! Nunca te detienes a pensar en nosotras, fue tu error Ivanush... ¡¡Tu maldito error!! ¡¡Y ahora me vienes con esto de que estoy casada!!—Ailim sacudió los brazos para darle mayor énfasis a sus palabras, mientras que su hermana permaneció mirándola con ojos de cervatillo asustado—. ¡¡Nunca sentí tanta rabia hacia una persona!! ¡¡Te odio, no quiero que vuelvas a hablarme en toda mi vida de esposa!!
Iker casi rió por la forma en que había escupido la última palabra, pero se contuvo, no era momento para reír. Aunque ella parecía estar a punto de prenderse en llamas, tenía un espíritu indomable de eso no le cabía duda. Esto definitivamente sería toda una aventura.
—Ailim... —gimió Ivanush, pero su hermana no logró escucharla pues subió el resto de la escalera en una ráfaga de femenina impetuosidad.
Iker se aclaró la garganta y se acercó lentamente a ella, Ivanush se había dejado caer en el último escalón para finalmente romper en llanto.
—Supongo que no lo tomó bien.
Ella alzó el rostro, lo suficiente para ofrecerle una deprimente sonrisa.
—Tiene razón, todo es mi culpa y ahora ella debe pagar por mí... —El resto de su frase volvió a perderse en lágrimas. Iker se sacudió en su lugar incómodo, no sabía cómo lidiar con el llanto y menos con el de una mujer.
—Hablaré con ella. —Ivanush no le respondió y él lo agradeció en silencio, esperaba calmar a su inclemente esposa para que la chica ya dejara de sufrir en su escalera. Tenía la impresión de que si Ailim escuchaba sus razones, llegarían a un acuerdo con el que ambos pudieran sentirse cómodos y felices. Bufó ante el curso de sus pensamientos... había demasiadas mujeres en esa casa y su mente comenzaba a dar muestras de deterioro, si seguía así pronto lo encontrarían a él bordando una disculpa en un cojín.
Subió las escaleras con las manos en los bolsillos y un gesto despreocupado, si algo había aprendido en la guerra era a nunca mostrar debilidad frente al enemigo. Ni aunque éste te estuviese torturando, ni aunque no tuvieras más armas que tu propio orgullo, nunca debías dar muestra de cobardía o temor. Buscó en las distintas habitaciones pero no había rastros de ella, así que optó por entrar en su recamara para reagrupar a las tropas. No podía simplemente presentarse ante su nueva esposa y esperar que ella le sonriera en agradecimiento, aunque no iba descartar esa opción por muy optimista que fuese. Armas... necesitaba armas.
Era demasiado tarde para comprarle algún collar y sabía que tampoco podría intentar el artilugio de cortejarla. Ailim requería de una actitud más agresiva, la única forma de que aceptara aquello era mostrándose incluso más molesto que ella al respecto. Eso era, ella no lo quería de esposo y él no la quería de esposa. Si acordaban en esos términos, todo estaría bien. Más tarde se concentraría en los detalles.
—¡Ajá! —Sonrió al encontrar lo que buscaba.
Podía no quererla de esposa, pero eso no significaba que no quisiera aparentar para el resto. Inspeccionó el pequeño anillo, girándolo entre sus dedos. Había pertenecido a su abuela y ella se lo había dejado con la esperanza de que él le diera un buen uso. En sus peores épocas Iker había incluso pensado en empeñarlo, pero ese era el único recuerdo de su abuela y hasta él sabía ponerle un límite a su estupidez. En ese momento se sintió complacido de no haberlo empleado en frivolidades, ahora al menos tenía algo que ofrecerle a su esposa.
Sonrió justo cuando cruzaba delante del espejo, bueno no iba a menospreciarse tan crudamente, siempre podría ofrecerse a sí mismo para calmar el enfado de Ailim.
***
Se negaba rotundamente a creer lo que su hermana le había dicho, porque simplemente era imposible, ridículo, estúpido. ¿Iker y ella? ¡No!, ni siquiera podía pensar en esa frase sin querer reír como loca. Porque él podía ser irritante, asfixiante, molesto y distante cuando lo deseaba, pero no podía ser tan idiota como para hacer algo así. No, Iker tenía fallas pero jamás se dejaría convencer por las tonterías de Ivanush.
Pero entonces, ¿cómo era posible que su hermana estuviese allí, libre? Debía de haber otra explicación, debía... o ella terminaría saltando por la ventana del altillo. Observó hacia la ventana a tiempo que ese pensamiento cruzaba su mente, la luna brillaba en lo alto como retándola a cumplir aquella amenaza y tuvo que darle una mueca disgustada en respuesta. Escondió el rostro entremedio de sus rodillas; tampoco se iba a poner tan paranoica, saltando por la ventana no ganaría nada. Mejor tiraba por allí a su "esposo".
Esposo, ella no podía estar casada, no podía ser la mujer de nadie. Odiaba a su hermana por ponerla en esa situación y odiaba a Iker por atreverse a insultarla de ese modo.
—¿Ailim? —Lo oyó llamarla desde alguna parte del piso inferior, pero ella no atinó a mandarlo al diablo o a cerrar la trampilla que dirigía al altillo. Entonces escuchó como sus pasos comenzaron a rechinar por la madera desprovista de alfombra, a lo cual ella respondió hundiendo más su rostro entre sus rodillas. Si lo deseaba con fuerza, tal vez despertaría en su cama para reír por el estúpido truco que le había jugado su mente—. Ailim, ¿podemos hablar?
«Primero muerta»
—No, no podemos hablar... no quiero hablar. ¡¿Qué no ves que intento ahogar mis penas?!
Iker abrió los ojos sorprendido por su reacción, pero a ella le dio lo mismo. No tenía ánimos de comportarse racional, al demonio todo, estaba casada. La racionalidad había huido hacía largo tiempo de esa casa.
—No hay necesidad de gritar —murmuró él en su clásico tono burlón. Ella pegó los puños a cada lado de su cuerpo y se puso de pie en un brinco.
—¡¿Y qué te hace pensar que me importa lo que digas?! Si quiero gritar ¡¡Grito!! —En esa ocasión Iker frunció el ceño y en dos simples zancadas estuvo delante de ella, avasallándola con su presencia amenazadora.
Ailim se olvidó de respirar un segundo entero, su expresión casi y la hizo arrepentirse de su osadía. Pero luego se dijo que él y su enfado podían irse al mismísimo infierno, ella tenía derecho de estar molesta. Acababan de casarla sin siquiera pedir su opinión al respecto, simplemente el mundo asumió que ella no tendría objeciones.
—No lo harás en mi casa. —Su tono había sido una tajante advertencia, pero ella se sentía temeraria o estúpida, vaya a uno a saber qué.
—¡¿Oh qué no te lo dijeron?!—ladró irónica, incapaz de refrenar su lengua—. ¡Esta es mi casa ahora también! En la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza... ¡¡Incluso con los gritos incluidos!! —Debía haberse callado cuando él se lo advirtió, al captar la ira latente en sus ojos, lo supo.
Iker la tomó por los hombros con tal brusquedad que ella casi cae al piso, pero en cambio él la hizo retroceder hasta que su espalda chocó contra la pared. Entonces sin previo aviso, descargó un golpe seco en la madera junto a su rostro. Ailim se quedó helada, mirando la mano que había pasado a un milímetro de ella.
—He dicho que no grites... —susurró tan cerca suyo que Ailim pudo notar la pequeña marca blanca en su barbilla e incluso, las motas doradas que se perdían en su iris predominantemente verde.
Iker tenía la vista fija en sus ojos y por un instante la observó absorto, para luego soltar un bramido liberándola de su amarre. Ailim lo siguió en su andar quedándose petrificada, él se había dado la vuelta y se masajeaba la nuca como intentando recuperar la compostura. Pero ella no se movió de aquel punto en donde su fuerza la había anclado, se sentía insignificante y dócil. Iker podía someterla con la misma facilidad que...
Sacudió la cabeza, no iba a pensar en cosas todavía más dolorosas.
—Lo lamento —se disculpó aún vuelto en otra dirección—. Yo... no vine a pelear contigo. —En esa ocasión la espió por encima del hombro. Ailim encontró en su mirada una nota de pesar que nunca antes habría atribuido a alguien como Iker; ya no tenía de qué pensar.
—¿A qué viniste entonces? —preguntó, sintiéndose lo suficientemente segura como para hablarle.
Él presionó los ojos pensando su respuesta y se giró por completo para darle un vistazo completo de su imponente tamaño. De no tener la pared detrás, Ailim habría retrocedido como una presa asustadiza de un cazador hambriento. ¿Cómo era posible que de un segundo a otro luciera amenazador y dócil de formas similares?
—Me temo que ya perdiste la oportunidad, me informaron hace unos minutos —musitó, tratando de empujar el episodio de su muestra de cólera lejos de su mente. Él sonrió antes de avanzar un paso en su dirección, pero Ailim alzó las cejas de súbito y él comprendió que no lo quería cerca. Se detuvo.
—Me hubiese gustado decírtelo yo mismo —confesó en un exabrupto, ella quiso chillar por lo ridículo de la situación. ¿Es que acaso no se daba cuenta de lo que había hecho? ¿De lo que le había hecho a ambos?
—Pues a mí me hubiese gustado terminar el día tal y como lo empecé, soltera.
Iker entornó la mirada, al parecer sin saber cómo reaccionar a eso.
—Entonces eres la primera mujer en la historia que piensa algo así. —Pasó por alto su sarcasmo, pensando que ni por un segundo lo dejaría que se burlara o se escapara tan fácil de ella—. Mira...
—¡No! No quiero oírte, no quiero pensar en ti o en nadie. En lo que a mí concierne, esto nunca paso...
—Pues que pena, cielo, porque tengo una licencia que dice lo contrario. Así que mejor hazte a la idea, estás casada conmigo.
A ella se le detuvo la replica en la garganta, las palabras de Iker resonaron en su cabeza, como una cruda burla a la cual jamás lograría encausar debidamente.
¿Y él no la dejaba gritar? A ese punto ella estaba a un segundo de perder su última gota de cordura. O quizás ya la había perdido.
—¡¡No!! —gimió frustrada. Sabía que era verdad, sabía que su hermana no había estado bromeando. Pero oírlo de labios de Iker, fue como si le tiraran a la cara un galón de agua helada—. ¡¿Por qué hiciste algo así?!
Sin reparar en lo que hacía, avanzó hasta donde él estaba y aporreó su pecho con sus puños, como si de ese modo lograra conseguir que se retractase, como si de ese modo lograra menguar su angustia. Iker la tomó por las muñecas deteniendo su berrinche de niña y Ailim se sintió estúpida, humillada y aún peor que todo, abatida. Dejó caer la cabeza en su casaca y las lágrimas histéricas comenzaron a caer una a una de sus ojos.
—Te odio —musitó con la voz contenida, él no hizo nada para calmarla. No le prometió que todo estaría bien, ni siquiera intentó apartarla o abrazarla. Simplemente se quedó allí a su lado, soportando con estoicismo su llanto de mujer acongojada. Esa actitud la hizo sentir incluso más rechazada. Buscó por todos los medios soportar su creciente desazón y con poca convicción retrocedió, hasta ya no sentir el calor del cuerpo de Iker.
—Cuando estés lista para actuar como corresponde y quieras realmente escuchar las razones, búscame. —Se dio la vuelta para salir del altillo y Ailim volvió a sentir el picor del llanto amenazando con romper nuevamente sus barreras. Y no luchó por mantenerlo a raya, pues al menos se dijo que podía controlar su derecho de llorar y berrinchar a su gusto.
Iker se giró un segundo, metiendo la mano en el bolsillo de su chaleco como si estuviese buscando algo, aunque Ailim no supo decir qué.
—Creo que necesitarás esto.
Entonces como si de alimentar a un perro se tratase, le arrojó un pequeño objeto que al chocar con la madera, expidió un suave tintineo. Ailim dirigió su mirada a ese punto y a pesar de las lágrimas que turbaban sus ojos, fue capaz de dirimir la forma circular de un anillo.
Sonrió con pesar. Entonces así daba inicio su vida de casada.
[1] En francés: "Adiós querido abuelo"
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Espero que les haya gustado, digamos que esta fue la primera reacción. No juzguen muy duro a Ailim (lo digo porque la primera vez que publiqué este capítulo antes, mucha gente no comprendió bien su reacción). Ella tiene sus muy claros motivos y pronto se hablara más de ello. Bye ^^
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