Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Golpe de gracia

Les juro que este capítulo fue en su momento uno de los más difíciles de escribir, y mientras lo leía para editarlo, me di cuenta de porque me había costado tanto entonces. En fin, anteúltimo capítulo y último giro de la historia. Espero les guste, aunque tal vez no xDD

Capítulo XXXI: Golpe de gracia

Las calles de Londres estaban agitadas, la última vez que se vieron de esa forma, un barón había sido amenazado de muerte por una loca intrusa en su cama. Pero esta ocasión era diferente, aunque cualquiera sabría que el mismo hombre de aquella vez, estaba implicado en este nuevo escándalo.

Sir Reginal Ethon, avanzaba por las calles a gran velocidad con su sombrero firmemente apretado contra su cabeza, la vista en las adoquinadas y sucias aceras; y el cuello de su sobretodo convenientemente alto. No había que ser muy inteligente para saber que ese hombre intentaba esconderse de algo o de alguien. Pero su precario disfraz era producto de su falta de tiempo, Reginal había salido prácticamente en voladas de su casa, cuando su lacayo le hizo llegar el periódico de esa mañana.

Una sola idea cruzaba su mente mientras apretaba el paso de forma deliberada, una y sólo una: encontrar a ese desgraciado.

Reginal había ponderado en más de una ocasión cortarle la lengua a ese entrometido conde. Ahora ya no necesitaba más excusas, primero lo haría retractarse y luego se encargaría de que esa sabandija no volviera a ver la luz del día. Para su buena fortuna o cauta precaución, sabía exactamente donde encontrarlo, sólo esperaba que no fuese demasiado tarde.

El inmundo barco al que tuvo que arribar en el puerto de Chelsea, casi lo hizo dar la vuelta y desistir de su idea. Pero no podía, simplemente era imposible que dejara que ese maldito artículo siguiera arruinándole la vida. Incluso sus propios empleados lo observaron con recelo esa misma mañana, como si él tuviese que darle explicaciones, como si fuera indigno de su inmundo servicio. Le valía una mierda lo que esos insignificantes pensaran, podría despedirlos y contratar un nuevo personal, uno que no parara la nariz como si tuviera alguna pizca de moral. El único que lo preocupaba era su hijo, sabía de las habladurías que acarrearía ese condenado artículo y Lancet era demasiado blando, demasiado influenciable. Si no era bien aceptado por la sociedad, terminaría por hundirse en su propia humillación. Su hijo nunca había aprendido a valerse como hombre, era más bien una chiquilla bien alimentada. Incluso su matrimonio había sido algo concertado por él mismo, Lancet ni siquiera parecía interesado en su mujercita y a Reginal eso no podría importarle menos. Sólo deseaba que de una vez le dieran un nieto, lo demás lo podía ignorar, incluso el hecho de que al parecer Lancet disfrutaba más de la compañía masculina y no de las piernas abiertas de su dispuesta zorrita.

—Por aquí, sir —masculló un guardia de rostro adusto y un aroma tan nauseabundo como el mismo Támesis—. Ha llegado a tiempo, pensamos levar ancla esta misma tarde.

Reginal no respondió, no le causaba ningún interés entablar una conversación con aquel hombre. Lo siguió por los escuetos y malolientes pasillos, tratando lo más humanamente posible de no cubrirse la boca y la nariz con un pañuelo. ¿Cómo podía esa gente vivir en esas condiciones? Era compresible que no les ofrecieran el mejor trato a los criminales, pero los guardias parecían llevar la misma suerte. Lo único que los diferenciaba a uno de otros, eran los grilletes que inmovilizaban a los primeros en una diminuta celda.

—Adelante. —Abrió una puerta de metal y se detuvo en el quicio permitiéndole el paso. El barón enarco una ceja con desconfianza, pero no encontró razón para no ingresar en aquel oscuro lugar.

—¿Dónde está él? —instó receloso. El guardia le sonrió de medio lado, como si le divirtiera su pequeña dosis de recato.

—Allí dentro, sir. —Con un gesto de su cabeza indicó hacia las penumbras. Él se encogió de hombros con resignación, no había llegado tan lejos para echarse atrás en el último segundo.

—Bien —aceptó, entrando en la pequeña celda de barrotes oxidados. Algo se movió en algún sector que no pudo determinar y luego un bulto en el piso emitió un quedo gemido. El guardia también ingresó y a pasos largos, se detuvo a un lado del cuerpo inerte del conde.

—¡Vamos, princesa! —Con una de sus grandes manos lo tomó de los retazos de la camisa, para incorporarlo—. Tienes visitas, pedazo de mierda —le informó sacudiéndolo con ahínco. Finalmente logró que el conde protestara un segundo, antes de tomar una posición más erguida.

Reginal tuvo que observarlo largo y tendido, pues a primera vista no logró reconocer al ser humano que se escondía entre tanta mugre y sangre seca. Lo único que expedía brillo en ese lugar, eran los ojos verdes de aquel jovenzuelo que estaban fijos en él en ese instante.

—Ah... estupendo —murmuró el conde, logrando pegar una tenue sonrisa en sus labios cuarteados—. Aún no muero y el demonio ya está reclamándome.

—Déjenos solo —ordenó al guardia, quien lo fulminó con la mirada pero no se atrevió a desobedecer. Iker no se inmutó por la salida del otro hombre, pues en ningún momento le quitó los ojos de encima.

—¿Y bien? —inquirió con voz rasposa, pero indiscutiblemente firme. Reginal se tuvo que guardar las ganas de arremeterle una bofetada por su impertinencia.

—Sabe porque estoy aquí.

—Me temo que no, sir, las noticias no corren con libertad por estos lares. —Él se encabritó frente a la condescendiente respuesta y del interior de su casaca sacó el periódico del día, para luego aventarlo con un ademan junto al conde. Éste lo observó de soslayo sin hacer el mínimo intento por levantarlo.

—Léalo. —Iker no se movió—. ¡Léalo! —exigió, conforme avanzaba esos pasos que lo separaban con la furia apenas contenida. Levantó el periódico del suelo y lo colocó delante de sus ojos, el conde echó para atrás la cabeza y Reginal lo tomó por el cabello obligándolo a clavar la vista en el artículo—. He dicho que lo lea.

—Suéltame, bastardo —masculló en respuesta Pembroke, conforme se removía inútilmente de su amarre. Reginal soltó una carcajada y con la misma mano que sostenía su caballo, empujó hacia atrás haciendo que su cabeza impactara una vez contra la pared.

—¿Acaso no fui claro? Lea lo que usted y sus palabras están haciendo... lea porque ahora mismo escribirá un artículo retractándose de todo esto.

—Yo no hice nada —murmuró casi con un hilo de voz, al parecer el golpe en la cabeza no le había sentado del todo bien.

—Puedo estar todo el maldito día aquí... y usted terminará por admitir lo que hizo, así que lord Pembroke es su decisión. O lo admite y escribe una disculpa pública, o yo lo golpearé hasta saber qué tanta resistencia tiene esa cabeza. —El conde alzó el rostro ensangrentado en su dirección y a pesar del veneno que expedía su mirada, estuvo claro para Reginal que estaba cerca de convencerlo.

—No me disculparé por algo que no hice. —El barón soltó una maldición, a tiempo que impactaba nuevamente la cabeza del conde contra la pared.

Los ojos de ambos se quedaron fijos en su contrincante por largo rato, Reginal había sido demasiado ingenuo como para creer que ese muchacho obedecería con tanta docilidad. Él lo conocía, sabía que con alguien como Pembroke las cosas jamás serían sencillas o rápidas.

—Correcto entonces, no me deja más alternativas. —Le extendió un papel y un trozo de carbonilla, dándole la última oportunidad de hacer las cosas por las buenas—. Escriba el artículo de disculpa, lord Pembroke, o el mundo sabrá quien es el Fantasma.

—¿Eso a mí qué me importa? ¿Acaso no ve dónde estoy?

Reginal sonrió con sorna.

—Oh sí, lo veo, lo veo muy bien. Pero, ¿es que acaso usted no ha pensando en las consecuencias que traerá esta noticia para su familia? —El conde frunció el ceño sin decir nada—. Veamos... ¿cómo quedaría su bonita esposa frente a las otras damas? ¿Alguien siquiera pensaría que ella no es tan culpable de traición como usted?

—Cierre la boca. —Le gustó ver la cólera brotando en cada palabra que pronunciaba el conde. Los hombres Warenne tenían una sola debilidad y esa eran sus zorras.

—Tan sólo debería mover algunos hilos, hablar con ciertas personas y no quedará individuo en Londres que no desprecie a la bonita Ailim —Negó ligeramente frente a la idea, pero en su rostro una enorme sonrisa lobuna surcaba sus facciones—. Una gran pena realmente, quedarse sin esposo y volverse parea en la sociedad al mismo tiempo...

—¡He dicho que cierre la boca!

Reginal soltó una carcajada, palmeando la cabeza del conde con fuerza.

—Tranquilo, Pembroke, tranquilo... nada de eso tiene que ocurrir, si sólo escribe la disculpa. —Le ofreció una vez más el papel—. Sólo unas palabras exponiendo la mentira...

—¿Mentira? Usted sabe que nada es mentira. —El barón frunció el ceño y masculló una maldición.

—Como sea, mentira o no, nadie arruinará la vida de mi hijo. ¿Comprende?

—¿Nadie más que usted? —En ese instante Reginal no se pudo contener e incorporándose lo suficiente, arremetió una fuerte patada en el estómago del conde. El joven cayó sobre su espalda soltando un ligero gemido, pero no fue su reacción lo que lo confundió, sino la protesta baja que soltó alguien en la celda contigua. Reginal escrudiñó el lugar con los ojos en rendijas, pero a no ser por un poco de movimiento no logró captar nada en la penumbra. Volvió su atención a Pembroke, que en ese momento se incorporaba con poca fuerza.

—Escúcheme bien, sabandija, escribirá la disculpa, se retractará por todo lo aquí expuesto o yo mismo me encargaré de hacer la vida de su esposa el peor de los infiernos.

—No me asusta —masculló el otro como toda respuesta. Reginal se acuclilló para estar a su misma altura, y sin poder ocultar del todo sus ansias homicidas lo obligó a mirarlo.

—Yo no intento asustarlo a usted, Pembroke, sabe muy bien que Ailim quedará desprotegida al mismo segundo que este barco zarpe. No hay opciones de que usted baje...

—Ella nunca estará desprotegida —lo interrumpió con seguridad, Reginal sonrió complacido de oír esas palabras.

—¿Y en qué basa esa afirmación? ¿El dinero? ¿Ese dinero que dejó en caso de que a usted le ocurriera algo? —El conde frunció el ceño, con los ojos chispeando de rabia—. Es una buena suma, no lo niego. Y fue muy considerado dejar esa cuantiosa asignación para el bastardito que vive en su casa. —Pembroke abrió los ojos sorprendido porque él supiera aquella información—. Ya no se puede confiar en nadie, ¿no es así?

—Me aseguraré en un futuro contratar personas que no se codeen con escorias.

—¿Qué futuro? Su futuro más inmediato se reduce a sobrevivir el día de hoy. Pero en cambio el de su esposa y el niño, puede ser el bonito futuro que usted quiso asegurar, o puede ser mucho más sacrificado. Queda en sus manos, ¿qué dice?

—Digo que puede irse al mismísimo infierno.

Reginal soltó un bufido y aguardó un segundo, pero el muchacho se mantenía firme en su decisión.

—Correcto, no me queda más alternativa. Usted no escribe la disculpa y Ailim en este mismo momento, se convertirá en una mujer pobre y necesitada. El muchacho regresará a las calles, donde sin duda alguien se dará cuenta de lo bonito que es y le darán una buena utilidad.

El conde se echó en su dirección en un intento por atraparlo, pero Reginal retrocedió a tiempo.

—¡Si te les acercas, no volverás a contar un día, viejo!

—¿Y cómo no he de acercarme? Si yo seré el único que le preste una mano a la pobre y bella viuda. —Soltó una carcajada, al ver como el conde se agitaba inútilmente tratando de liberarse de las cadenas—. No se preocupe, Pembroke, su mujer tendrá una habitación especial junto a la de Sofía.

Frente a la mención de la putita, el conde prácticamente rompe los postigos que lo mantenían anclado a ese sitio.

—¡Voy a matarte! ¡Nunca le pondrás una mano encima!

—¡Ya le puse las manos encima! ¡¡Y ella lo disfrutó, lo disfrutó como la puta que es!! —Pembroke soltaba veneno por los ojos, pero no logró liberarse del amarre al que era sometido. Reginal sonrió regocijándose, quizás no conseguiría que se retractara, pero al menos se aseguraría de que abandonaría el mundo con la certeza de que él arruinaría cada cosa que había conseguido.

—¡Te juro que te arrepentirás de esto! ¡Te arrepentirás de todo lo que nos has hecho! —El torció el gesto frente a la amenaza, pero en un segundo fugaz un recuerdo centelló en su mente.

—Lo mismo prometió tu padre y ya ves como terminaron las cosas para él. —Reginal avanzó, al notar que el conde se quedaba helado frente a la mención de Jonathan Warenne—. Le di opciones, le dije que si hacía las cosas bien, la mujer no tendría porque sufrir las consecuencias. Pero el marqués era tan idiota como tú, prefirió mostrarse como un caballero y salvar a la dama en peligro...

—¿Tú...? —Pero las palabras de Pembroke se atoraron en su garganta.

—Por supuesto que fui yo, él estaba arruinando mi negocio... estaba poniendo a todas las putas en mi contra. Necesitaba borrarlo del mapa, pero él se resistió, así que tuve que jugar con su putita para que se diera cuenta de que yo no ando de bromas.

—Lo mataste... —murmuró con los ojos fijos en la nada.

—Yo di el golpe de gracia, si a eso te refieres. No voy a negar que necesité de algo de ayuda, después de todo el marqués era un buen espadachín y yo no podía vencerlo solo...

—Así que lo atacaste a traición en plena noche, sabiendo que el viaje lo traería agotado.

Reginal se encogió de hombros, hasta el momento pensaba que asesinar al marqués de Adler, había sido su mejor plan.

—Era la mejor forma, los otros lo cansaron un poco y yo terminé por sellar su muerte. Tu padre era un maldito metiche que pretendía arruinarme, tú eres igual que él. —Se acercó para tomarlo por el cuello—. Y ya acabé con él, así que no tengas dudas de que haré lo mismo contigo. No permitiré que otro Warenne me condene... —Lo sacudió para dar mayor énfasis a sus palabras—. No te lo permitiré.

—No será necesario ningún otro Warenne, lord Ethon, usted logra condenarse perfectamente solo.

La voz a sus espaldas retumbó en toda la precaria celda como algo salido de su peor pesadilla, Reginal no se atrevió a volverse pues sabía perfectamente quién era el dueño de dicha voz.

—¿Acaso no tiene nada que decir, lord Ethon?

Pembroke enarcó una ceja sonriéndole de medio lado. Reginal retrocedió soltándolo con asco en el proceso y a pesar de que el conde perdió el equilibrio, se mantuvo de pie escudriñándolo con esa complacida sonrisita en sus labios.

—Su majestad, yo... —musitó el barón, concentrando su atención en el hombre más poderoso de Inglaterra, que se encontraba en ese momento ingresando en aquel asqueroso lugar. Tres hombres lo precedían, pero él no pudo determinar quiénes eran, pues su mente se encontraba patidifusa.

—Sir Reginal Ethon, queda usted bajo arresto por el asesinato de Jonathan Warenne marqués de Adler y por amenazar de muerte a un conde inglés. —Las palabras de su rey se colaron por sus oídos, pero Reginal no le encontraba ningún sentido.

Sus ojos viajaron por cada esquina de esa celda y por los ojos de todos los presentes. En un momento se encontró con el rostro de Pembroke y en él sólo vio la realización de un plan macabro. Ese niño, había sido él, todo había sido su culpa. Sin poder contenerse y con la ira bullendo por cada poro de su cuerpo, se abalanzó sobre el conde en un intento de borrar aquella sonrisa para siempre.

—¡Guardias!

—¡No! ¡No! ¡Voy a matarte! —exclamó, conforme sentía las manos de los guardias cernirse alrededor de sus brazos.

—Es irónico ¿verdad? —Reginal agitó la cabeza sin comprender las palabras del conde—. Te pasaste años observando, pero nunca notaste que siempre alguien estuvo viéndote a ti. La respuesta llegó finalmente...—Pembroke le palmeó una mejilla mientras hablaba—. Nunca ofendes a un Warenne y te quedas impune, pedazo de mierda.

—¡Llévenselo! —exclamó el rey a sus espaldas y a pesar de que intentó resistirse, los guardias lo fueron arrastrando por ese pasillo que minutos antes el transitaba con completa paz. Los gritos de Reginal se fundieron con el de los otros detenidos, hasta que las risas de los guardias se tragaron cada sonido y las esperanzas del barón, quedaban archivadas en alguna oscura celda de ese barco olvidado por Dios.

***

—¿Cómo te sientes? —Rafe le pasó un brazo por la cintura, ayudándolo a mantenerse en pie.

—Como si acabaran de patearme en el estómago. —Ambos esbozaron una tenue sonrisa, pero su amigo prontamente adquirió un gesto serio.

—Creo que fue arriesgado.

—Pero funcionó —le espetó Iker, mirándolo de soslayo. Rafe soltó un suspiro al parecer incapaz de negar aquel punto.

—Casi no te encuentro —se lamentó en voz baja, él asintió sin decir nada. Sabía que había estado muy cerca de no salir de allí con vida, pero nunca había dejado de confiar en que Rafe lo sacaría.

—Confío en ti —murmuró casi sin notarlo. Su amigo lo miró con la sorpresa decorando su rostro y sin decir más sonrió, acarreándolo por los pasillos del barco en silencio.

—¿Lord Pembroke? —Mientras descendían por las escalinatas, Iker se encontró con el hombre que minutos antes había interferido por él para salvarle la vida—. ¿Cree que podamos tener unas palabras?

Rafe lo miró e Iker asintió para que lo soltara, más allá vio como su amigo se reunía con su hermano cerca de un carruaje. Will le sonrió con algo de pesar en su mirada, seguramente no había sido tan satisfactorio para él escuchar la confesión de Reginal, pero al menos ahora ambos sabían la verdad.

—Su majestad —musitó con la intención de iniciar la conversación, el hombre se detuvo y lo miró por largo rato.

—No luces nada bien. —Iker sonrió con aspereza, al notar que estaba dejando de lado los formalismos—. Iker lamento esto.

Él abrió los ojos como plato, de todas las cosas que podría esperarse esa lo había dejado descolocado.

—Su majestad, yo creo que...

—No —lo acalló Jorge con un ademan—. No te escuché porque en verdad me negaba a pensar que harías algo así... —Oh mierda, ¿qué había hecho Rafe? Se preguntó en un instante, ¿acaso Jorge pensaba que era inocente?—. La idea de que fueses culpable de esa injuria, me producía rechazo. Por eso no permití que dieras explicaciones, a decir verdad estaba decepcionado y de haber sabido que Reginal te había enviado aquí...

—Yo...

—No, aguarda, déjame terminar. —Iker asintió incapaz de negarle algo a su rey—. No voy a negar que éste hombre merece un castigo y el Fantasma se proponía dárselo, no puedo molestarme por algo así ¿verdad?

—Supongo —murmuró más para sí que para su interlocutor. Jorge sonrió y le dio una pequeña palmada en el hombro.

—Correcto, espero que sepas disculpar las malas decisiones de este viejo. —Asintió sin saber qué otra cosa podía hacer, algo realmente estaba tergiversado en ese lugar pero Iker no sería el que le diera cause—. Espero que reconsideres mi oferta de trabajar en la enciclopedia.

—Me gustaría pensarlo.

Jorge sonrió en acuerdo.

—Tómate tu tiempo, has pasado un infierno. —Se estrecharon las manos en mutua concordancia, dejando de ese modo cualquier mal entendido atrás y él no pudo evitar pensar que su ángel estaba haciendo méritos esa noche. No comprendía el porqué o el cómo, pero no iba a discutir nada. El rey lo estaba perdonando, incluso parecía arrepentido por haberlo acusado antes sin darle posibilidad de defenderse. No que hubiese planeado en ningún momento tal cosa, así que ¿quién era él para negarse a recibir sus disculpas?—. Regresa a tu casa.

—Sí, su majestad. —Iker se dispuso a buscar a Rafe y a Will, cuando la mano del rey lo detuvo un segundo más.

—Me gustaría que próximamente te límites a las aves, no que no me agraden tus incursiones literarias... pero... —Y sin decir más el rey le sonrió, para luego darse la vuelta y dirigirse a su carruaje.

Iker soltó una breve carcajada, por supuesto que el hombre lo sabía. No había posibilidad de que Jorge no hubiese notado que él era el Fantasma, pero lo había exonerado. Eso significaba que estaba completamente libre de culpas, aunque quizás convendría que por un tiempo, el Fantasma se tomara un merecido descanso. Allí donde los escritores callaban.

***

Ailim escuchó el sonido de los carruajes y como todas las veces anteriores se incorporó de un salto, para dirigirse a la entrada. Abi la miró con una sonrisa dubitativa en sus labios, pero ella no estaba dispuesta a menguar su anhelo. Necesitaba verlo de nuevo. ¡Oh Dios! Rogaba una y otra vez ¡sólo has que regrese sano y salvo! Y mientras ese pensamiento tocaba su mente, la puerta se abrió.

Raphael Seinfeld traía fuertemente aferrado a su amigo con un brazo, mientras que William ocupaba el otro lateral para facilitar el trabajo al hombre. Iker parecía más divertido que otra cosa y al ver sus ojos verdes chispeantes de vida, ella no pudo evitar echarse encima de él sin darle tiempo a ninguno de los hombres a reaccionar.

—Iker... —musitó, hundiendo el rostro en su pecho para poder embriagarse una vez más de su aroma tan característico. Sintió el movimiento de su cuerpo debajo de su tacto y se le ocurrió que su esposo se estaba liberando del amarre de sus acompañantes.

—Estoy bien... —le susurró al oído, mientras ella sentía la firmeza de sus brazos estrecharla tenuemente en un dulce abrazo.

—Dios pensé que...

—Shh... no pasa nada —le dijo él, obligándola a emerger de la protección que le prodigaba su pecho—. Mírame... estoy bien. —Ella sonrió sabiendo que sus palabras eran ciertas, que ya no había razón para temer pues él estaba allí y ya nada lo quitaría de su lado.

Ailim se puso de puntillas y con los ojos cerrados, dejó que su respiración la guiara a aquellos labios que llevaba tanto tiempo añorando rozar. Se fundieron en un reconfortante, caluroso e incontenible beso, ese mismo que ambos habían estado guardando para esa ocasión. En ese momento todo a su alrededor palideció frente a la presencia de su esposo, finalmente estaba entre sus brazos, finalmente el destino les sonreía a ambos.

—Te eché tanto de menos —admitió en un hilo de voz, él sonrió acariciando su mejilla con su dedo pulgar.

—Entonces no llores, ¿quieres? Le quita credibilidad a tus palabras.

Ella no pudo evitar reír, pues sin importar la situación él siempre lograba robarle una sonrisa. Así era su esposo, no podía y no quería que eso cambiara.

—Lo lamento —espetó, sorbiendo sus lágrimas. Él negó guiñándole un ojo de forma juguetona.

—¡Iker! —Ambos se volvieron al oír la voz chillona llamando al conde desde las escaleras. Su esposo la apartó un poco para mirar al muchacho que descendía a trompicones, para luego detenerse a escasos centímetros de él. Ailim observó como Gaby se debatía por su próximo movimiento, pero afortunadamente su esposo le facilitó el trabajo. Colocando una rodilla en el piso se acuclilló para alcanzar su altura y el niño no lo dudó un segundo, se abrazó a él demostrándole cuán preocupado había estado en todo ese tiempo.

—¿Cuidaste la casa en mi ausencia?

Gaby no hizo intento de ocultar sus lágrimas y asintió hundiendo el rostro en el hombro de su señor.

—Sí, milord —murmuró, limpiándose con la manga de su casaca. Iker lo apartó un poco y le ayudó, mientras alrededor los presentes desviaban la mirada de la escena como si nada estuviese ocurriendo.

—¿Y mantuviste la histeria de las mujeres controlada? —El niño sonrió con cierta timidez, volviendo a asentir con suavidad—. ¿Y la de mi hermano también?

Gaby echó una mirada por sobre el hombro del conde, buscando los ojos del marqués que se mostraban divertidos por la ocurrente conversación. Entonces volvió su atención a Iker.

—Sí, milord.

Él le palmeó un hombro, conforme, para luego incorporarse y tenderle la mano.

—Bien... perfecto —espetó Iker, presionando con suavidad la mano del niño—, muero de hambre.

—La cocinera tiene panqueques de arándano. —Iker se mordió el labio y le envió una sonrisa cómplice a ella, Ailim sacudió la cabeza ellos nunca dejarían de ser así.

—¡Mis favoritos! —exclamó su esposo, dejándose guiar a la cocina por el pequeño.

Ella dirigió su atención a las personas que aún ocupaban su recibidor.

—Gracias —les dijo a todos con las más sinceras de sus sonrisas. Will, Rafe, Nigel y Richard se limitaron a hacerle una humilde reverencia, mientras que Abi corrió hasta ella para darle un gran abrazo. Ailim rió con su amiga aferrada a su cuello y por ese instante no sintió que nada más podría pedir en el mundo.

—Ahora sólo tienes que ocuparte de ser feliz —le susurró Abi al oído, y ella asintió en conformidad. Sólo eso debía hacer.

Tenía a su esposo y a su familia nuevamente a salvo, por primera vez se permitió albergar esperanzas de algo más. Ya no había una venganza que se interpusiera entre ella e Iker, ya no habría malos entendidos o peleas insulsas. Él la amaba y ella lo amaba, la vida proyectaba un brillante futuro para ambos. Pero por supuesto, a veces el destino decide que siempre hay un obstáculo más que sortear y esa ocasión tal vez no sería la excepción.

***

—¿Seguro que no estás cansado? —Él negó tenuemente, mientras su mano jugaba por su espalda propinándole la más dulce de las caricias—. Tienes que dormir un poco —insistió ella, despegando el rostro de su pecho para mirarlo. Iker sonrió cuando sus ojos se encontraron y subiendo su mano hasta su cabeza, la atrajo con lentitud hasta sus labios.

—No estoy cansado —admitió, luego de saborear su boca sin ninguna clase de consideración.

Ailim casi pierde cualquier facultad de pensamiento tras ese beso, pero se obligó a aclararse con una suave exhalación. Llevaban toda la noche y gran parte del día metidos en la cama, tan sólo abrazándose. Aunque Iker lo negara hasta con la última fibra de su ser, ella sabía que su cuerpo estaba demandando un descanso y si estar entre sus brazos era el único modo de tenerlo quieto, ella haría ese sacrificio gustosa. Sus invitados ya estaban de camino a sus respectivas casas y Gaby había decidido aceptar la invitación de Richard, de visitar la casa de la infancia de Iker y conocer un poco más de la familia. Ailim aún no entendía cómo el abuelo de Iker se había ganado la confianza de su hijo, pero no le importaba mucho siempre y cuando se comportara amablemente con el niño. Si en algún momento lo hacía sentir mal o siquiera se atrevía a ser desdeñoso, ella misma se encargaría de encontrarle un castigo.

—Aún no me has contado cómo hizo Rafe para sacarte de allí.

Luego de que ella lo encontrara, lord Seinfeld le había pedido cada detalle del lugar sin explicarle jamás de qué modo sacaría a Iker de ese barco.

—Es una larga historia.

Ella lo miró con una ceja enarcada y él le plantó un beso en la nariz, antes de soltar una leve carcajada frente a su contrariada expresión.

—Dime —insistió, trazando con su índice un camino sobre la cruz de su pecho.

—Hm... bueno, sólo necesitaba encontrarme y una vez que lo hiciera, debía terminar las cosas.

—¿Encontrarte? —instó, confundida por el modo en que había dicho aquello. Casi y hasta sonó como si lo hubiese estado esperando, pero eso... eso era imposible.

—Sí, ya sabes, había previsto que algo así iba a ocurrir... así que le dejé a Rafe instrucciones de cómo proceder.

—¿Le dejaste instrucciones? —repitió con cierta nota de incredulidad, aunque al parecer Iker no fue consciente del tono que decoraba su timbre.

—Sabía que la única forma de hacerlo confesar, era presionando la única cosa que realmente le importaba.

—A Reginal —dedujo en voz casi audible. Él asintió para confirmar su teoría.

—Así que preparé el artículo en que lo exponía como realmente era, pero sabía que eso no sería suficiente, ser un hombre despreciable no alcanza para ser condenado. Necesitaba que él se sintiera confiado y la única forma era...

—Poniéndote en desventaja.

Iker soltó una breve risilla, como si rememorar aquel plan lo llenara de regocijo. Ella no logró mover un músculo al escucharlo, pero lentamente sintió como la rabia y la decepción, subían por su garganta para llenar su boca de un sabor amargo. No podía ser cierto. ¡Pero lo era! Él lo había planeado todo, él se había puesto en esa situación de forma consciente.

—Permití que me apresaran e incluso que el rey me acusara de traición. Sabía que tras eso tan sólo debería esperar. Rafe me encontraría y daríamos el golpe de gracia.

—¿Cuál? —Ailim sintió como el cuerpo de Iker se tensaba debajo de ella, seguramente había sentido el tono de su voz, pero ella no estaba dispuesta a dejarlo ir sin terminar su historia.

—Ya no importa —intentó evadirse, pero ella posicionó ambas manos sobre su pecho a modo de dejarlo anclado a la cama.

—Dime, quiero saber —masculló, incluso desconociendo a la mujer que había expresado aquello con tal grado de frialdad.

—Ailim... —comenzó a protestar él, pero ella le envió una significativa mirada que lo detuvo de ir por ese rumbo. Iker soltó un suspiro para luego asentir con desgana, como si estuviese aceptando su reticente derrota—. De acuerdo... estando yo detenido se publicaría un nuevo artículo hasta el momento jamás leído. Allí no sólo hablaba de Reginal, sino que le enviaba un mensaje directo al rey. En una carta aparte, Rafe se hacía pasar por el Fantasma y le pedía a Jorge que presenciara algo que exoneraría a un inocente. Sabía que para lograr una verdadera condena para Reginal, debía hacerlo confesar... y con el público ya citado, lo único que restaba era hacerlo creer que me tenía donde quería. —Hizo una breve pausa, mientras ella notaba como sus ojos se oscurecían tras un gesto de malicia—. Fue cuestión de soportar un poco, pero el resultado fue mejor de lo que esperaba. Jorge escuchó de la mismísima boca de Reginal el modo en cómo asesinó a Jonathan y sus planes de hacer lo mismo conmigo. El final ya lo conoces...

—Sí, lo conozco —admitió en susurro velado. Iker extendió una mano para rozarle la mejilla y ella se apartó como si le quemara su tacto.

—Ailim, tú querías saber. —Ella se incorporó de la cama y a tientas buscó su bata, Iker se sentó para mirarla con los ojos en rendijas—. ¿Ahora qué demonios te pasa? —le recriminó, sin quitarle la vista de encima. Ella se detuvo a medio vestir y lo fulminó con la mirada.

—¿Realmente me lo preguntas?

—No entiendo qué te ocurre.

—¡Eres un hipócrita!—le gritó, incapaz de mantener su rabia a raya—. ¡Hiciste todo eso! ¡Arriesgaste tu vida! ¿Y por qué?

—¿Por qué? ¿Por qué? —exclamó él, como si no lograra entender la razón de su indignación. Iker también se levantó de la cama y fue hasta su lado para anclarla en su lugar con una mirada de acero—. ¿Acaso estás jugando? ¡Sabías que tenía que hacerlo!

—¡No!—le espetó con renuencia, dando un paso hacia atrás—. ¡No! —volvió a decir, mientras un inesperado nudo se apretaba en su garganta—. Lo prometiste —susurró—, dijiste que no volverías a ponerte en peligro. Me dijiste que lo harías, Iker, prometiste que no irías tras él pero lo hiciste. ¡Planeaste todo esto! ¡Nos mantuviste en vilo durante días! ¡Me hiciste creer que te perdería!

—¡Ailim no seas melodramática! —le espetó Iker y ella sacudió la cabeza incrédula, sin poder creer lo que oía.

—¿Qué no sea melodramática?—repitió, sin poder evitar una sonrisa irónica—. Me acabas de decir que planeaste tu propia detención, que dejaste que te golpearan, te hicieran pasar hambre y frío, y tantas cosas más... ¿sólo para que Reginal pagara? ¿Acaso escuchas cómo suena eso, Iker? ¿Acaso comprendes lo estúpido de lo que hiciste? ¡Me preocupé por ti! ¡Todos nos preocupamos por ti! ¡Lloré cada noche que no te tuve a mi lado! ¿Y para qué? ¡Si todo este tiempo lo habías planeado así! —Con su último grito le arremetió un golpe en el pecho, Iker cerró los ojos un segundo soportando el golpe sin decir nada—. No se puede confiar en ti, Iker Warenne, tú no tienes palabra. No eres digno de ser llamado caballero, eres el ser humano más egoísta que he conocido.

—Ailim...

—¡¡No!! No quiero oírte, no quiero que vuelvas a hablarme. —Ella se detuvo un segundo cubriéndose el rostro con ambas manos—. No permitiré que lo arruines, tú no entiendes lo que significa ser una familia. ¿Acaso no pensaste cómo nos sentiríamos? Ya sufrí demasiado por tu culpa... —Lentamente deslizó una mano a su vientre—. No vas a dañar a mi familia otra vez, ya no me preocuparé o pensaré en ti. Por tu culpa las cosas se arruinaron antes, no dejaré que me hagas esto de nuevo...

—¿Qué? —inquirió él, sin poder comprenderla.

Ailim se mordió el labio inferior con fuerza, después de todo no podía decirle nada en concreto aún. Tenía un retraso de diez días, pero eso sólo podría significar que su cuerpo aún se estaba ajustando a la perdida de hacía cinco meses. Era posible, era probable.

—Si estás tan decidido a sólo pensar en ti, perfecto —musitó, tomando una profunda bocanada de aire—. No te obligaré a nada, pero tienes que saber que a partir de ahora, yo me voy a preocupar por mí y por nadie más que por mí.

—¡Basta! —exclamó él, sobresaltándola—. Todo esto lo hice por ti, por nosotros. Ahora él tiene lo que se merecía, ¿qué importa un pequeño sacrificio? Lo logré, Ailim, logré encerrarlo para toda su vida. Deberías estar agradecida, deberías felicitarme por mi persistencia. Gracias a ello, podremos vivir tranquilos.

—Claro que no, Iker. Ni siquiera se trata de Reginal para ti, no te importa quién, cómo o cuál fue su pecado, tú vas por la vida buscando hacer daño. —Ailim soltó un tembloroso suspiro—. Y no siempre va a resultar bien, algún día alguien va a ser más fuerte o tendrá mejor puntería, ¿entonces qué?

—No iba a fallar —masculló su esposo con sórdida seguridad—. Yo no fallo, Ailim, yo jamás pierdo.

Sus ojos se encontraron por un largo y silencioso minuto, pero ella no supo qué estaba viendo en verdad. Iker nunca se iba a detener, Iker necesitaba eso como el aire para vivir, y ella no podría soportar verlo al borde de la muerte como si se tratara de una rutina. ¿Cómo podía confiar en él de nuevo? Cuando los meses que pasaron juntos en relativa tranquilidad, él había estado planeando aquella descabellada trampa.

Negó.

—Pues hoy acabas de perder.

Tras decir aquello, ella se dio la vuelta renuente a mirarlo un segundo más y con la decisión firme en su cabeza, cruzó a través de la puerta de comunicación hacia su cuarto. Con dedos temblorosos giró la llave, para luego dejarse caer contra la puerta hasta que su trasero tocó la mullida alfombra. Entonces una a una las lágrimas se abrieron paso a través de sus ojos, humedeciendo su rostro por completo. Ailim se hizo un pequeño ovillo y descargó todo su dolor en ese único instante de derrota, mientras del otro lado de la puerta lo escuchó murmurar una simple frase.

—Como gustes.

Cerró los ojos tratando de no dejar que eso calara en su corazón, pero lo hizo de todos modos. Sabía que no debía ponerse mal, tenía que ser fuerte porque esto era lo que le deparaba en la vida. Pero en esa ocasión no dejaría que nada la tuviera sumida en la melancolía o la desesperación, sólo debía pensar en ella y en la posibilidad de que Dios hubiese decidido enviarle un pequeño milagro. No iba a permitir que algo malo le ocurriera y si eso significaba borrar a Iker de sus vidas, pues bien. Él no hacía más que lastimarla y llenarla de incertidumbres; ese sufrimiento había lastimado a su primer bebé, se había llevado a su pequeño hijo antes de que pudiera siquiera imaginarlo por completo. Ella no dejaría que lo hiciera de nuevo, no dejaría que su mundo girara entorno a su esposo y su extraño modo de vivir jugando al temerario. Ailim podía permitirse aquel pensamiento egoísta, después de todo, él acababa de darle su permiso.

____________________________

Todavía me queda un capítulo más para arreglar o terminar de echar a perder esto. ¿Ustedes qué piensan? ¿Ailim se equivoca? ¿Iker hizo mal o bien? Me interesa saber cómo se tomaron ustedes la noticia. Y sepan que todo este tiempo les advertí sobre Iker.

Saludos ^^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: