Fuego Cruzado
Bueno me pidieron un capítulo más, así que dejo un capítulo más. Soy tan complaciente xDDD Espero les guste ^^
Capítulo IV: “Fuego Cruzado”
A pesar de los varios sonidos que invadieron sus oídos al momento en que la puerta se abrió, sólo uno logró romper la barrera de su mente hasta colarse en medio de toda su confusión. Fue casi imperceptible, incluso Ailim pensaba que tan sólo iba dirigido a ella; un resoplido, uno que pareció transmitir más que la maldición expresada por Lord Reginal.
El hombre en cuanto se vio interrumpido por la brisa de la puerta al ser abierta de sopetón, se alejó de ella casi en un impulso. Aun así Ailim estaba segura que quién fuera el que había entrado, sin duda había sido testigo de la escena que ellos montaban en la biblioteca.
—¡Señor, por favor! —Reconoció el timbre ronco y un tanto agitado del mayordomo, y de ser posible su mortificación se acrecentó.
Ella decidió mantenerse con la vista fija en el piso, era cuestión de volver el rostro hacia la derecha para averiguar quién la había “salvado”. Momentáneamente, al menos. Pero su instinto le advertía, gimiéndole desde algún oscuro lugar que volverse sería el mayor error de su corta existencia. Por supuesto, su estupidez superó a su sensatez y casi como si una fuerza invisible la instigara, espió por el rabillo del ojo para automáticamente quedarse sin aliento.
—Lo lamento, milord, él no ha querido detenerse. —La disculpa del mayordomo se perdió en la bruma, Ailim estaba literalmente petrificada.
Allí, a no más de dos metros, estaba él. Tan imponente como de costumbre, su simple presencia había lograda sacar el poco oxigeno que quedaba en sus pulmones. ¿Qué hacía Iker en ese lugar? Por una milésima de segundo, pensó eufóricamente que él había llegado para rescatarla. Tal y como ella lo deseó de pequeña, con su fuerza y su gallardía la sacaría de las garras de Reginal. Pero fue cuestión de echar un pequeño vistazo a su mirada de hielo, para recordarse que Iker nunca sería el caballero encantado que ella soñaba. Si estaba allí quizás sólo sería para ayudarle a cavar con mayor velocidad su fosa.
—¿Qué se supone que es esto? —Reginal se recostó lánguidamente contra una de las esquinas del escritorio, mostrándose como amo y señor en sus dominios. Esa pose lejos estuvo de intimidar al conde, después de todo Iker no se había ganado su reputación dejándose amedrentar por barones.
—Le pido me disculpe —murmuró como tantas otras veces, tratando de enmascarar el tono satírico en sus palabras. Para cualquiera habría sonado indiferente, pero Ailim no era cualquiera—. Supongo que puede prescindir de su pequeño aperitivo, para regalarme unos minutos.
Ella se puso tiesa como la cuerda de un arco, su comentario había sido un claro insulto a su persona. Estuvo apunto de replicar, pero la áspera risa de Reginal la detuvo en seco, por un segundo sintió como si le estuvieran pasando lijas por los oídos. «¡¡Hombres!!»
—¿Y puedo saber su nombre mi buen señor?—Por supuesto que el barón no reconocía a Iker, la última vez que lo había visto había sido hacía dieciséis años, el conde quizás representaba un vago recuerdo en su mente.
—Soy el Conde de Pembroke y un asunto que atañe su importancia, me trajo hasta usted de esta forma tan apresurada. —En ningún momento la observó, era como si ella fuese una mancha en el tapiz, algo de lo que ambos hombres podían pasar de largo.
—Pembroke… —Ailim notó que la mente de Reginal comenzaba a maquinar, seguramente haría falta un galón de aceite para girar los engranajes viejos y oxidados. Pero entonces se presentó aquello que ella definiría, como el pequeño brillo de la conciencia en sus ojos—. Lord Pembroke —masculló en esa ocasión, dibujando una falsa sonrisa de reconocimiento—. ¿Cómo está su padre?
—Muerto —respondió Iker sin un ápice de pesar.
—Oh… eso es una pena, era un gran hombre.
—Seguramente lo fue con alguien.
Reginal entornó la mirada alrededor del joven conde, quizás sopesando la extraña respuesta. Una vez más Iker parecía ajeno a su escrutinio, como si la mirada de los presentes no pesara absolutamente nada en su semblante. Ailim sacudió la cabeza con aspereza, en realidad no quedaba nada en él, parecía un cascaron vacío. Un cascaron bien parecido, debía admitir, pero aun así vacío.
—¿Entonces cómo puedo ayudarle?
A esa altura Ailim estaba segura que Reginal recordaba a Iker perfectamente. No sólo al padre de éste, no sólo como un mero nombre, sino como el niño que había interferido en su casa en más de una ocasión, aquel que estuvo apunto de echar a perder su vida. El mismo niño que ahora era uno de los mayores confidentes del rey.
Ella no pertenecía a la alta sociedad, ni siquiera podía ser considerada de la baja “buena” sociedad y aun así había escuchado ciertos rumores. Iker era uno de los pocos allegados del rey Jorge y cuando ella había sido conocedora de aquello, tan sólo supo que la brecha entre ellos ya parecía tan amplia como un océano. Si Ailim manejaba esa información, podía darse casi por sentado que Reginal también lo sabía.
—Un simple intercambio. —Y fue la única ocasión en que él la miró, rápidamente, casi con asco pero la miró. Ailim sintió sus penetrantes ojos verdes recorrerla de arriba abajo, tal y como un hombre sopesaba a una compañera de una noche.
Ella iba a enseñarle, nunca en su condenada vida había sido víctima de un trato tan desdeñoso. Sintió el fiero y poco femenino impulso de patearlo en la entrepierna.
—Ailim. —Se volvió automáticamente hacia el barón, prefería mirar al diablo en persona que seguir tan quieta, incapaz de defender su honor insultado. Pues no debía ser un genio para saber lo que Iker pensaba, seguramente la veía y sólo notaba a una de tantas fulanas—. Por qué no me esperas en el salón… —Era la manera formal de decirle: lárgate los hombres queremos hablar. Y aunque ella tenía una variopinta lista de palabras que replicarles, tuvo que recordarse su condición de dama y se limitó a guardar la creciente furia en su boca.
—En realidad, ya no voy a robarle tiempo, milord.
Reginal no se tragó su actuación de niña buena, pues le envió una furibunda mirada de advertencia. Él sabía que buscaba una manera de escapar y era exactamente lo que haría, pues era una cobarde. Pero regresaría, dado que tenía pensado rescatar a su hermana a como de lugar. Después de todo su cuerpo dejó de pertenecerle hacía muchos años, si debía sacrificar su alma no veía mejor motivo que su familia.
—Señores. —Haciendo una apresurada reverencia escapó de la casa a la carrera, importándole poco o nada el decoro. Esa batalla la llevaba perdida desde lo quince años, no importaba cuánto fingiera, la marca de la indecencia sería su cruz hasta su muerte.
***
Al salir de la agobiante casa de Lord Reginal, el aire del exterior le pareció húmedo y pesado. Cómo odiaba Londres, y ese pensamiento seguramente lo tacharía de traidor y eso lo traía completamente sin cuidado. Pero no era su culpa, nunca supo descubrir la “magia” de Londres. Tal vez hubo un momento en que quiso creer que también había algo bueno para él allí, pero todo pensamiento positivo se había esfumado esa tarde. Ailim, su dulce e inocente Ailim.
El estómago se le apretó en un nudo, no supo cómo fue capaz de conferenciarse con Reginal y no vomitar en el acto. Él se sentía sucio e indecente, incluso cuando no había hecho más que ver tan deplorable escena. Era una pena que no fuese alcohólico, pues una buena dosis de brandy quizás lo ayudara a borrar la imagen grotesca de su mente. Los labios de esa alimaña, de ese viejo rastrero, mentiroso, ladino y vomitivo… sobre la suavidad de su amiga.
Su Ailim.
¿Un pensamiento posesivo? Pues sí claro, no la había consolado noche tras noche para luego verla correr a sus brazos. ¿Por qué Ivanush le había jugado tan mala pasada? La joven había estado hecha un manojo de nervios cuando él entró a su calabozo, sólo pretendía prestarle una mano. Si conocía mejor la razón de la acusación, quizás podía interferir en su nombre en la corte. Pero no se esperó que la chica le saltara a los gritos y sollozos, pidiéndole que rescatara a Ailim. Iker no necesitó de más, cualquier manera de remediar su error era bien aceptada. Y si Ailim estaba en peligro, pues él sería el primero en correr en su ayuda. Pero cuando había accedido a “rescatarla” no se esperó hallarla tan cómoda en su retención. Ella no había necesitado de él, quizás e incluso lo estuviese maldiciendo por haberla interrumpido en pleno acto.
Pero le importaba una mierda, al hablar con Reginal había conseguido algo a favor de Ivanush, no su libertad pero por algo se empezaba. Podía ignorar el hecho de que Ailim estuviese incluida en la ecuación, podía actuar fríamente y ayudarlas. No debía molestarle lo que ella hiciera en la intimidad de su vida, si tenía cierta afición por los viejos, pues bien ¿a él qué más le daba?
—¿Qué le dijiste?
Iker sonrió casi trágicamente, no había hecho más que cruzar la calle cuando ella lo interceptó. Se negó a mirarla y continuó con su caminata sin el menor asomo de culpa. Por Dios, incluso pensaba que sus recientes actos lo acercaban cada vez más al camino de la santidad. Por supuesto no tenía ni el blanco del ojo puro e incluso pensaba que su alma tenía más hollín que todas las chimeneas de Londres. Pero nadie podía negar que no refrenara a la perfección sus impulsos, como el impulso asesino que se guardó al ver a Reginal o el impulso poco caballeroso que comenzaba a despertarle Ailim.
—¿Iker?
Por supuesto ahora era Iker, mientras que cuando no podía obtener nada de él, se volvía “milord”.
Mujer manipuladora, eso era ella. ¿Acaso no había sido así siempre? Desde pequeña lo encandilaba con sus enormes ojos azules, para que él actuara a su voluntad. ¿Con cuántos habría usado esa mirada? Se sintió enfermo y no podía culpar precisamente al aroma del Támesis, aunque lo haría en su fuero interno.
—¿Puedes detenerte?
—No —respondió fríamente.
Mientras caminaba pensaba con mayor claridad y estaba seguro que ella no sería capaz de mantenerle el paso por largo rato.
—¿Qué hablaste con Lord Reginal?
Quizás ella pensaba que había arruinado el humor de su amante.
—Quédate tranquila, estoy seguro que si regresas podrás retomar donde dejaste. —Y entonces se detuvo. «¡Al fin!»
—¿Qué mierda significa eso? —masculló a una distancia que no supo y no quiso determinar.
Iker continuó caminando dándole como respuesta un encogimiento de hombros desinteresado, pero repentinamente sintió una ligera punzada en el pecho. No, no era su corazón reclamándole por su pequeño acto de canallada, era su mascota buscando el almuerzo dentro del chaleco. Dublín al parecer había fallado con su olfato y en contrapartida él se había llevado el mordisco. Una vez más sintió como unos piecitos se movían furtivamente detrás de él, quizás tendría que intentar perderse entre el gentío.
—Regresa, Ailim —le advirtió, recordando que su asqueroso gusto no debía afectarlo.
Ella estaba en su derecho de frecuentar a quien quisiera, ¿quién era él para juzgarla? Dios sabía que no era santo para dar sermones. Además ese sector de la ciudad no era apropiado para una dama y él no se sentía con ánimos heroicos.
—No me digas que hacer. —Bien, no lo haría.
Iker se limitó a alargar sus pasos y comenzó a salir y entrar de la acera a cada oportunidad que veía, para luego cruzar la calle y terminar metiéndose en un callejón que lo dejó en un sitio que no le era del todo familiar. Se encogió de hombros nuevamente, ella tarde o temprano se cansaría, pensó mientras pasaba su cuerpo entre unos vendedores ambulantes y con una contorción algo improvisada evitó a un jinete solitario.
—¡Espera! —La oyó decir en algún momento y mientras se volvía para buscarla con la vista, notó que Ailim no estaba viendo adelante.
—¡¡Muévase!! —bramó un cochero, haciendo que ella brincara en su lugar pero sin hacerse a un lado. Iker maldijo entre dientes y con un fuerte jalón la atrajo hacia sí, apresando su cuerpo esbelto contra el suyo—. Maldita estúpida… parece una mula ciega… —El cochero continuó con su larga diatriba sobre las mujeres y las mulas, y fue cuando Iker notó que la chica temblaba de forma furtiva en su amarre. Lentamente la liberó para mirarla, había sido un pequeño susto no veía el porqué de esa reacción.
—Hey… —La instó a mirarlo tratando de no alterarla, Ailim vaciló un segundo antes de separar el rostro de su pecho y devolverle la cortesía. Dublín protestó por el apretón al que lo habían sometido, mordiéndolo nuevamente cerca del corazón—. ¿Estás bien?
—¡¡Claro que se encuentra bien, quiere arruinarme… arruinarme!! Eso hacen las mujeres, sólo problemas saben causar.
Ailim le dirigió una avergonzada mirada al cochero, pero éste se limitó a responderle con un bufido. Iker se volvió en su dirección.
—Desaparece ahora. Y por tu bien que comiences a tratar como se debe a una dama o la ruina será tu deseo más anhelado.
El hombre abrió los ojos como platos y azuzó a sus caballos, como si la vida se le fuera en ese simple acto. Iker casi sonríe, se le daba tan bien eso de intimidar que a veces le divertía la reacción de las personas. Era un maldito hijo de puta y que orgulloso se sentía de eso.
—¿Qué hablaste con sir Reginal?
Por supuesto de vuelta a los negocios, pensó con algo de renuencia. Nunca un: gracias por salvarme la vida, mi fiel y leal amigo.
—Le pedí un permiso especial hasta el juicio, ha permitido que Ivanush espere con prisión domiciliaria. —Ella no sonrió como él había esperado.
Estaba bien, no eran excelentes noticias pero por algo se empezaba ¿no? ¿Y por qué mierda esperaba una recompensa? ¿Qué haría él con una sonrisa? ¿Por qué sintió el fugaz deseo de darle algo de paz? Bueno… era su amiga, quería verla feliz. Iker no era tan obtuso o tan egoísta como para no desear el bien de las otras personas.
—No debiste interferir.
—Claro, porque tú ibas manejándolo tan bien —señaló burlonamente, mientras se retiraba por completo de su lado.
Ella expedía cierto calor, al cual no tenía ganas de acostumbrarse. Oh bien, ganas no le faltaban, pero la parte racional de su cerebro le apuntaba que ese calor no era para él. No, por supuesto, era para los viejos achacados.
—Escúchame, lo que viste…
—Yo no vi nada —espetó cortándola a media frase. Lo que menos quería en ese momento era revivir aquella imagen. Aún no había almorzado por amor a Dios.
—Iker, por favor, intento explicarte. —Él se dio la vuelta retomando su caminata, ¿acaso ella no notaba una indirecta? No quería escucharla hablar de ese hombre o de sus proezas sexuales para el caso—. Iker, intentaba ayudar a mi hermana.
—No discuto tus métodos —murmuró por lo bajo y aunque sus oídos la oían a la perfección, él simplemente estaba ignorándola.
—¡Eres un necio! —Nada más lejos de la verdad—. Un estúpido entrometido, yo no te pedí ayuda.
Iker se volteó para fulminarla con la mirada y ella instintivamente retrocedió un paso.
—Ni por un segundo pienses que estaba allí para ayudarte —masculló colérico—, le hacía un favor a una amiga. —Y diciendo eso al instante notó como su aseveración producía un claro cambio en su expresión. De no conocerla mejor, diría que estaba apunto de llorar. Perfecto, al menos le había devuelto la estocada.
Giró sobre sus talones y se alejó entonando una melodía con sus labios, Dublín asomó el rostro de entre sus ropas y trepó por su pecho hasta alcanzar su hombro. Por un segundo le pareció que el animal había salido con el simple propósito de verla a ella.
—Esa mujer no vale la pena, muchacho —le dijo, mientras lo empujaba devuelta dentro del calor de su chaleco.
***
Llegó a la diligencia y ella ya lo esperaba allí, sentada en un sucio banco y acurrucada debajo de su capa gastada y sosa. Parecía más pequeña y desolada que nunca. Pasó por su lado sin hablarle y por supuesto que Ailim se puso de pie para seguirlo dentro. Había olvidado lo rápido que ella lo entendía, no eran necesarias grandes explicaciones, Ailim siempre parecía saber leer lo que él pretendía.
—Sigues sin usar carruajes —comentó en un instante. Iker enarcó una ceja antes de mirarla. Ailim sonreía casi con miedo, como si él estuviese apunto de zampársela de un bocado. Asintió para responder a su observación y ella le correspondió con el mismo gesto—. Pensaba que a esta altura se te quitaría esa manía.
—Manía —susurró, recordando como sus padres lo regañaban por ello—. No es una manía, es una creencia que nadie más respeta —espetó fingiendo sentirse ofendido, para luego disfrutar de la disimulada risa de Ailim.
—Estoy segura que los caballos del mundo agradecen tu sacrificio.
Iker la miró por un instante, esperando ver la común burla reflejada en sus ojos. Pero se sorprendió al notar que Ailim hablaba en serio, no se reía por su excéntrica forma de ser. Él ya estaba acostumbrado a que las personas encontraran su “manía” como algo hilarante. No le importaba, pues se iría a la tumba manteniéndose firme en su creencia, pero en cierta forma se sentía bien que alguien al menos reconociera su sacrificio.
Antes de poder refrenarlo se vio a sí mismo sonriéndole en agradecimiento, pero ella no le devolvió la sonrisa sino que se quedó mirándolo fijamente, como si él acabara de soltar el peor de los insultos. Adiós a la sonrisa.
***
Él parecía estar molesto, no, no parecía lo estaba. Ella lo había molestado otra vez, justo cuando pensaba que iban allanando el camino volvió a meter la pata. Pero le había sonreído y Ailim se había maravillado al ver su rostro iluminado por una sonrisa. Cambiaba tanto, que no pudo más que mirarlo sorprendida. Pero entonces Iker volvió a ponerse en movimiento y una vez más la ignoraba. Ya habían hablado con el corregidor y también le habían entregado la carta de sir Reginal. En ese momento estaban esperando por el traslado de Ivanush y ella estaba con los nervios a flor de piel. Sólo deseaba llegar a su casa con su hermana y abrazarse a ella, también gritarle y luego volver a abrazarla. Aún no tenía idea de cómo salvarla, pues esto no era más que una solución provisoria. Ailim sabía que lo mejor era que Ivanush permaneciera cautiva en la casa y no en esos sucios calabozos. Qué estúpida había sido al recriminarle su intromisión a Iker, él quería ayudar a su hermana. A su hermana, no a ella, debía recordarse eso.
—Ailim… —El susurro desgarrado la abstrajo de sus cavilaciones. Se volvió en busca de Ivanush y ésta se abalanzó sobre ella, murmurándole regaños al oído. No le importó escucharla maldecir en ruso, pues estaba demasiado enfocada en llorar tontamente entre sus brazos—. Niña tonta, casi me matas del susto…—Se apartaron lo suficiente para mirarse y su hermana le limpió las lágrimas con cariño maternal.
—Estoy bien —aseveró, aunque su frase le sonó vacía e insulsa. No estaba bien, tenía miedo, se sentía perdida y sola pero mostrarle eso no sería bueno para ninguna—. Iremos a casa. —El rostro de Ivanush se ensombreció frente aquellas palabras, Ailim la observó expectante. ¿Ahora qué ocurría?
—Escúchame, cielo…
—¿Qué va mal? —Se giró para encarar a Iker, pero Ivanush la sostuvo del rostro obligándola a mirarla.
—No podemos estar juntas. —Ella negó casi imperceptiblemente, pues Ivanush debía estar equivocándose. Ellos tenían el permiso de Reginal, podían llevarla a casa.
—Pero podemos… —musitó sin sentido.
—No, no juntas —espetó su hermana con completa seriedad. Ailim se quedó muda, ¿qué significaba eso?—. Yo regresaré a nuestra casa, mientras que Ari y tú se irán…
—¡No! —exclamó resuelta—. ¿Acaso no entiendes? ¡No te dejaré sola! —Le presionó las manos con fuerza, renuente a dejarla ir.
—Ailim… cariño… —Ivanush observó más allá de ella con impotencia, seguramente pidiendo ayuda a Iker o buscando su... ¿aprobación?—. Podremos vernos… —le susurró al oído, Ailim pestañó con vehemencia para apartar las lágrimas de sus ojos—. No estaremos lejos. —Aún seguía sin entender, pero el simple hecho de saber que podría llegar a Ivanush con magia la calmaba significativamente—. Prométeme que cuidaras de Ari y de ti.
Ella asintió firmemente e Ivanush una vez más buscó su oído.
—Y promete que no iras a verlo otra vez.
—Yo…
—Promételo —le urgió con impaciencia, Ailim volvió a asentir ganándose una sonrisa a cambio—. Bien, entonces es hora de irme…—Le besó la frente.
En ningún momento a Ailim se le dio por preguntar dónde irían ella y Ari. Pero por un segundo sólo pudo pensar en la pronta liberación de Ivanush, pues confiaba en su hermana y sabía que no dejaría nada librado al azar.
—Te seguiremos —dijo Iker en cuanto Ivanush pasó por su lado, ésta le sonrió en respuesta.
Al llega su casa le pareció un lugar lúgubre y sin vida, Ari no estaba allí, las dos empleadas que las ayudaban tampoco. Su pequeño jardín estaba arruinado, a causa de las enormes botas de los gendarmes que no habían tenido consideraciones al momento de invadir su propiedad. Miró su rosal con pena, ese año no florecería, ese año no podría obsequiarle una rosa de cumpleaños a Ari. No se sorprendió ni un poquito al notar que su ropa yacía empaquetada sobre la escalera de la entrada. Ni siquiera le habían permitido tomar sus pertenencias a gusto, simplemente alguien había decidido por ella qué era digno de ser conservado y que no. Tomó el pequeño saco entre sus brazos y lo apretó contra su pecho, notando que su vida cabía en una minúscula longitud.
—Lo siento mucho, Ailim. —Su hermana le rozó un hombro con la mano y ella se volvió para mirarla, intentando por todos los medios de no lucir acongojada.
—¿Dónde está Ari? —instó con un hilo de voz.
—Ella esta con Cleo… ambas se trasladaron hace una hora. —Ailim soltó un suspiro para sus adentros, al menos sabía que la niña estaría a salvo con su nana.
—Hora de entrar, señorita. —Un hombre robusto llamó la atención de su hermana y ésta asintió con resignación, besó su mejilla antes de despedirse de ella.
—Compórtate —le apuntó al momento en que la puerta se cerraba para separarlas una vez más.
Ailim estuvo a un segundo de despotricar, no había sido capaz de preguntarle a dónde debía ir. Estaba dispuesta a dormir allí, en su propio jardín, pero sabía que los guardias no se lo permitirían. ¿Y ahora qué? Se preguntó en un grito sofocado.
—Vamos. —Iker la tomó por el antebrazo sobresaltándola. Ella se removió de su amarre y él le dirigió una interrogante mirada—. ¿Qué?
—¿A dónde? —preguntó, sin poder precisar lo que quería saber. Quizás Iker sabía donde estaba Ari y la llevaría con ella. El problema era que cuando alguien la aferraba de la forma en que él lo había hecho, Ailim perdía la capacidad de razonar correctamente.
—¿Cómo que adónde? ¿Acaso Ivanush no te lo dijo? —Ella negó al instante y él soltó un resoplido impaciente—. Tu sobrina esta en mi casa, hacia allí vamos.
Entonces volvió a tomarla por el brazo y Ailim soltó una exclamación que dejó a ambos helados.
—¡No me toques! ¡No iré a tu casa! —espetó, retrocediendo hacia la puerta de entrada.
—Regresa aquí, no actúes como una niña… —Los guardias del exterior le cubrieron el paso y ella supo que esa no sería una vía de escape. Iker siguió avanzando hasta plantarse justo delante de ella—. Mira, no es mi obligación llevarte… ya te dije que intento ayudar a una amiga. Si te quieres quedar en la calle por mí está bien, si quieres buscar tu propio refugio me da absolutamente lo mismo.
Él se dio la vuelta y en menos de dos zancadas atravesó su diminuto jardín sin volverse siquiera una vez. Ailim miró a los guardias detrás de ella y luego a Iker alejándose, entonces sin que ella les diera la orden, sus pies comenzaron a moverse detrás de él.
—Aguarda… —Lo detuvo de la casaca, pero Iker pasó de ella como si nunca hubiesen cruzado palabra—. ¡Aguarda! Iré contigo, pero sólo a buscar a mi sobrina. —No pensaba aceptar limosnas, ella podía mantenerse sola.
Aunque todo su dinero se encontraba guardado bajo un tablón del piso de su habitación, Ailim sabría como apañárselas. Iker no quería ayudarla a ella, pues eso ya se lo había dejado claro varias veces. Entonces, ¿para qué imponerse a sí mismos una presencia que ninguno deseaba? Él no era el amigo que ella recordaba y ella no era absolutamente nada para él. Mientras más rápido aceptara aquello, más rápido se quitaría la absurda ilusión de que las cosas podían volver a ser como antes.
—La niña se queda conmigo.
—¡No! Ella es mi sobrina, tú ni la conoces.
Él le respondió con un encogimiento de hombros, un gesto que a ella comenzaba a exasperarla cada vez con mayor rapidez.
—Tal vez no, pero Ivanush quiere que ella esté a salvo y sabe que contigo eso no es muy probable.
Ailim se puso roja de ira, ¿cómo se atrevía?
Iker sonrió frente a su silencio y ella no pudo más que observarlo con la boca abierta de par en par. ¿Siempre había sido tan mordaz? ¿O ese acto de canalla lo estaba puliendo con ella?
—Además está la niñera, no nos haces falta. —Y esa fue la gota que desbordó su precaria paciencia, Ailim alzó una mano en el aire y buscó impactarla contra su altanera expresión de desalmado demonio. Pero Iker fue más rápido y la detuvo a medio camino, para luego presionarle los dedos con rabia—. Una sola vez permití que alguien me abofeteara… nunca… —La jaló para hablarle a menor distancia—. Nunca, vuelvas a intentar algo así.
—Suéltame —pidió en un murmullo ahogado, notando como sus dedos se estrujaban dentro de su palma. Él la liberó haciendo una mueca de asco y sin decir más volvió a emprender la huida—. ¡Quiero a mi sobrina! —gritó a sus espaldas, por supuesto sin obtener respuestas.
Entonces muy a su pesar lo supo, la única forma de llegar hasta Ari sería siguiéndolo. Había enfrentado a Reginal por su familia, sin duda alguna podría soportar los ataques de Iker. Sólo un poco más, sólo hasta tener a Ari a su lado, luego podría dejar de fingir ser fuerte y gustosa se dejaría hundir en su miseria. Pero por el momento, tenía que tomar las armas y luchar… aunque eso significara poner a su corazón en la línea de fuego.
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Entonces, ¿vamos bien? XD
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