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Epílogo

Pido disculpas por no subir rápido el epílogo, pero estuve algo ocupada y no me daba el tiempo para sentarme en la compu. En fin, sin más dilataciones, espero que disfruten de este último vistazo a la vida de estos personajes. Espero de corazón que hayan disfrutado el viaje, para mí siempre es un gusto tocar en este barco con ustedes ;)

Epílogo

—¡Lord Pembroke! Admito que esto es una sorpresa.

Iker se inclinó de forma diligente, sin poder evitar que una sonrisa burlona surcara sus labios.

—Me alegro que aún pueda sorprenderte.

Ella puso los ojos en blanco, antes de invitarlo a entrar con un elegante y algo atrevido ademan. Él no se fijó en los detalles que decoraban su invitación y cruzó la puerta que tantos años había sido víctima de sus llamados a deshoras.

—¿Puedo saber a qué debo el placer? —Sofía no era tonta y jamás se andaba con rodeos cuando quería algo, podía ser que lo estuviese recibiendo a altas horas de la mañana pero eso no le borraba la impertinencia.

—Me temo que apresuras conclusiones, querida. —Ella hizo un mohín casi imperceptible.

—No puedes culpar a una mujer por desear.

—No, estás en lo cierto. ¿Qué clase de caballero le niega a una dama un deleite?

—Tú.

—He ahí tu error, querida. Yo no soy un caballero.

Sofía sonrió muy a su pesar, indicándole que la siguiera a su pequeña sala de estar. Normalmente allí se llevaban a cabo distintas reuniones con los caballeros que estuviesen interesados en alguna de las chicas. Pero siendo las nueve de la mañana, el lugar estaba desértico como era de esperarse. Las jovencitas dormían tras una ardua noche de trabajo y la única que tenía el gusto de ver a Iker en ese instante, se encontraba extenuada por las exigencias de su nuevo puesto de trabajo.

—¿Cómo llevas todo? —preguntó él tras las cordialidades expresadas por ambas partes.

Sofía no iba a engañarse diciendo que no echaba de menos a Iker, pues si bien tenía una larga lista de clientes fieles y cariñosos, él había sido más que eso. Ellos eran amigos, eran compañeros, cómplices y camaradas. No es que ya no se trataran en lo absoluto, pero ella comprendía que por el bien de la familia de su amigo, debía hacer un paso al costado y permitirle tener algo de normalidad. Iker incluso había tenido la amabilidad de mostrarle a su hija una tarde en Vauxhall y ella se había quedado encantada con la pequeña. Si bien conocía y había cruzado unas que otras palabras con Ailim, ella prefería que las cosas permanecieran en una amena y amigable distancia.

—Todo va de maravilla —respondió, tras un segundo de silencio.

No podía exigirle nada más a su amigo, había cumplido su promesa, la había liberado del yugo que la aprisionaba al ser la querida de Reginal. Y ahora gracias a Iker, era la dueña de Les déchets. Finalmente podía llevar la casa de putas más prestigiosa de todo Londres, sin tener que preocuparse por su seguridad o la de las chicas que trabajaban para ella. Le debía eso y mucho más al conde, razón por la cual sabía muy bien que él nada debía hacer allí.

—¿Cuándo me dirás qué te trae por aquí?

—Mujer impaciente.

—Si no vienes por negocios, algo más debe estar molestándote o no te levantarías tan temprano.

Touché, Sofía, touché. —Iker rió enseñando las palmas a modo de rendición —. Me has atrapado, no queda más que revelarte mis intenciones que tan mal he ocultado.

—Sólo escucho palabras, lord Pembroke, nada de argumentos. —Nunca se cansaría de las conversaciones de falsa cordialidad que ambos parodiaban al estar juntos. Iker era una persona de un léxico fresco y encantador, tan sólo quien no lo conociera pensaría que era amargado y reservado, pues él se mostraba de esa manera frente a personas que no merecían su estima.

—Te traje esto. —Del interior de su chaleco Iker sacó un pequeño objeto, Sofía no supo de qué se trataba hasta que él lo depositó en su mano abierta. Un anillo.

—No comprendo —espetó confundida, mientras giraba de un lado a otro el anillo entre sus dedos—. ¿Por qué me das esto?

—Cuando apresaron a Reginal, unas semanas después el corregidor me visitó en mi casa. Me dejó esto, diciendo que estaba en la caja fuerte del barón. —Él hizo una breve pausa mirando el anillo con algo de recelo—. Creo que tú mereces tenerlo.

Ella negó al instante, intentando regresárselo.

—Iker, no.

—Por favor, insisto. —Sofía frunció el ceño, mientras dejaba que su vista se perdiera un segundo en el grabado del anillo de oro. Tenía el escudo de armas de los Warenne y ella sólo necesitó de un segundo para reconocerlo, era el anillo de Jonathan, el mismo que había desaparecido la noche de su asesinato. Iker se había prometido recuperar ese anillo, pues entonces sabría que había dado con el asesino. Sofía sabía lo que eso significaba para él y no comprendía por qué se lo daba, el anillo había sido el trofeo de guerra de Reginal y para Iker arrebatarle aquello siempre había tenido un gran peso.

—Esto era de tu padre, lo justo es que tú lo conserves o tú hermano...

Él chasqueó la lengua como respuesta automática.

—La herencia no debe limitarse a la sangre, Sofía, si vamos a ponernos serios tú le tenías más estima que cualquiera de nosotros. Fue más un padre para ti que para mí. ¿Dime qué diantres haría yo con el anillo?

—Iker... —protestó ella, pues no le agradaba el mensaje que subyacía tras sus palabras—. Jonathan te quería mucho.

—No vine a discutir esas cosas, Sofía.

Ella bufó frente a la soberbia de su amigo, ya que sabía que sin importar qué le dijera jamás creería las cosas que le contaba de Jonathan. Las cosas reales que Jonathan había hecho por más de una mujer como ella, aunque a Iker le costara admitirlo, ellos se parecían mucho más de lo que ninguno de los dos jamás supo. Para Iker su padre lo detestaba, pero Sofía sabía la verdad.

—¿Por qué aún te niegas a oírme?

—No me niego, es que simplemente no me interesa. Él está muerto y nada de lo que digas va a cambiar mi opinión sobre su persona. —El conde se puso de pie, para enfatizar el final de esa conversación.

Ella suspiró resignada, siempre que tocaban el tema de su padre Iker parecía transformarse. Para Sofía era evidente cuánto aún le lastimaba las malas de decisiones de Jonathan, pero Iker prefería fingir indiferencia antes de intentar comprender que había algo más en él.

—¿Alguna vez leíste la carta que te escribió el día de su muerte? —Él se limitó a clavar sus verdes orbes en ella, en un claro gesto de censura—. Comprendo —musitó, ya sin ánimos de continuar con la inquisición. Si Iker quería odiar a su padre, ella nada podía hacer el respecto.

El perdón debe nacer de un verdadero sentimiento de superación, pero estaba claro que Iker no quería dejar nada en el olvido. Él ya se había forjado una opinión y ésta era irrevocable.

—Es mejor que me retire ya.

—Sí, así lo creo —concordó, un tanto dolida por lo corto de su visita—. Me ha gustado verte.

—Mientes, pero no voy a negar que el gesto ha sido adecuado.

—Aprendo rápido, cada día encuentro más entretenido descifrar las maneras de la alta sociedad. —Su comentario podría pasar por inocente, pero cualquier buen oidor, notaría el ataque implícito en esa replica.

—Eres toda una dama, Sofía.

—Al igual que usted, milord, llego a acoplarme a la perfección pero eso no significa que lo disfrute. —Él se inclinó aprobando sus palabras y con un movimiento casual de su mano, le extendió un sobre lacrado con el sello de la familia. Sofía lo tomó un tanto contrariada y rápidamente se dispuso a leer la misiva.

—Nadie dijo que yo no lo estuviese disfrutando —murmuró Iker, en tanto que ella se devoraba el contenido de la carta en segundos. Perpleja bajó el pergamino, para observar a aquel hombre con extrañeza.

—No comprendo.

—No te pido que lo hagas, sólo acóplate.

Sofía sonrió sacudiendo la cabeza.

—¿Es una invitación? —instó, remarcando lo evidente—. Pero si ya está casado.

—Sí, lo sé, pero esta será la ceremonia oficial.

—¿Dos años después de la primera? —En esa ocasión Iker no pudo más que acompañarla en la broma.

—Digamos que algunas cuestiones nos retrasaron.

—Comprendo —musitó, sin saber qué otra cosa decir.

—Entonces... ¿vendrán? —inquirió él con algo parecido a impaciencia y curiosidad. Sofía se quedó prendada de esos ojos de esmeralda un largo segundo, él sabía perfectamente cómo hacer que su mirada trasmitiera inocencia, enfado o sumisión. Y en ese momento parecía mostrar un poco de los tres.

—¿Quieres que un grupo de cortesanas asista a tu boda? ¿No piensas que eso acarrearía habladurías?

Iker se encogió de hombros, en un gesto muy propio de él.

—No sería mi boda si no existiesen habladurías. —Avanzó un paso para tomarle una mano con delicadeza—. Y no estaría completa, sin mis amigas de Les déchets.

—¿Qué piensa tu esposa al respecto?

Iker agitó un dedo en el aire negando.

—Prometida —corrigió, para luego añadir—: Ella me expresó claramente que podía invitar a todos mis amigos... eso las incluye.

—Si debemos contar a tus amigos, tan sólo estaríamos nosotras y Rafe. —Iker rió frente a sus palabras.

—Exactamente y no deseo que ningún lugar quede vacío. —Le depositó un beso en el dorso de la mano—. ¿Así que vendrán? —Sofía no pudo más que asentir con una verdadera sonrisa en sus labios, jamás podría negarle nada a él.

—Por supuesto, todas estaremos allí. —Y serían testigos de su felicidad, agregó para sus adentros.

Si algo se merecía su buen amigo, era obtener todo ese cariño que tanto tiempo pareció evadirlo.

***

—¿Puedo pasar?

—Adelante —indicó Iker, tomando de un trago el contenido de su copa. Normalmente no bebía, pero en ese momento pensaba que un pequeño estímulo no caería mal.

—Te ves bien —espetó la pequeña, dándole una radiante sonrisa.

—Y a ti te faltan dos dientes, ya pareces una anciana. —Ari frunció el ceño y escondió su sonrisa tras sus labios sellados—. ¿Qué ocurre?

—Nada —respondió evasiva, mientras estiraba su falda con premeditada indiferencia. Iker no se creyó aquello, pero en ese instante estaba algo ocupado como para intentar descifrar los ademanes de su sobrina. Faltaban minutos para dar inicio a la ceremonia y aunque él ya estaba casado, no podía evitar del todo sentirse ansioso. Los actos sociales nunca habían sido lo suyo, pero lo entusiasmaba en cierta forma quitarse la máscara para empezar esa nueva etapa de su vida. Con Ailim a su lado, cualquier evento social parecía una oportunidad de aventura y eso, por supuesto, incluiría su propia boda.

—Bueno. ¿Y ese nada que te está fastidiando puede esperar hasta después de la boda o...?

—Te traje esto —lo interrumpió ella, corriendo hasta su escritorio para depositar una pequeña tortuga de madera en él.

Iker se estiró sobre el mueble para poder alcanzarla y tras inspeccionarla un segundo, supo reconocerla.

—Me trajiste mi tortuga —susurró, sin comprender cuándo o cómo la talla había abandonado a sus compañeras. Ari bajó la mirada al piso, acongojada, y sus siguientes palabas las dirigió hacia sus zapatos.

—La tomé cuando estuve de invitada en tu casa, sé que no debía tocar las tallas... pero tenía miedo de estar sola entonces y la tortuga me hacía sentir mejor. Perdón, Rafe me dijo que debía devolverla porque está mal tomar algo que no me pertenece. —Alzo la vista, con sus ojos azules inundados en lágrimas—. ¿Me perdonas?

Iker se quedó momentáneamente mudo.

Sostuvo el animalito entre sus dedos y luego observó a la pequeña que parecía estar a un segundo de echarse al piso para rogarle. Sonrió casi por inercia, ni siquiera se había percatado de la ausencia de la tortuga.

—Ari...

—Lo sé, lo siento en verdad. —Ella se justificó antes de que él pudiese articular un pensamiento.

—Escúchame, pequeña. —Ari asintió prestándole toda su atención—. No estoy molesto, no me importa que la hayas tomado. Puede que antes esto fuese muy importante para mí... porque quizás al igual que tú me sentía seguro teniéndolos, no lo sé. —Se silenció un segundo recordando el primer momento en que recibió aquellas tallas, pero incapaz de conjurar el sentimiento nuevamente—. Pero ya no importan... son parte del pasado.

Se levantó hasta situarse a un lado de la pequeña y posando una rodilla en el piso se colocó a su altura.

—Si quieres conservarla, puedes hacerlo. —Le entregó la tortuga—. Creo que no necesito retener mi pasado en un caja... sólo me interesa mi presente.

Ella sonrió con todo y sus dos dientes menos.

—¿En serio puedo quedármela? —Iker asintió y ella tomó la tortuga para luego meterla en su canesú. Acción que parecía venir de familia, ninguna mujer en esa casa conocía de la existencia del ridículo—. Gracias, tío Iker.

—Un placer, pequeña. Ahora, ¿te parece si iluminamos esa boda con nuestra presencia?

—Una pena que seamos tan guapos, pues le robaremos el momento a Ailim.

Iker rió tomándole la mano a su sobrina, para escoltarla al jardín en donde se llevaría acabo la ceremonia.

—Ari adelántate, en un segundo te alcanzo. —Ella asintió mientras Iker regresaba a su estudio y rápidamente rebuscaba en su vitrina de licores la caja de sus tallas.

Estaba algo sucia y bastante maltratada por el tiempo, pero aún conservaba el brillo que lo había encandilado de pequeño. La abrió con suavidad y de ella retiró dos tallas que nunca dejaba a la vista de nadie; una pareja de cuervos que por alguna razón, Jonathan siempre escogía al momento de jugar con él. Las dejó a un lado sin darle mucha importancia y más abajo encontró lo que buscaba; con cuidado retiró el papel que ya se encontraba viejo y maltrecho. Aún conservaba las manchas de sangre de su progenitor y él recordaba perfectamente el momento en que William le había entregado la carta. No podía creer que habiendo pasado tantos años, nunca se hubiese dignado a leer más que las primeras líneas. Y en ese momento no quería hacerlo, se había convencido que las últimas palabras de Jonathan jamás cambiarían las cosas que habían vivido. ¿Qué sentido tenía leerla? Él estaba iniciando una nueva vida, tratando de apartar toda la basura que le habían impedido avanzar. Jonathan y todos sus recuerdos formaban parte del antiguo Iker, ahora él pertenecía a Ailim y a sus hijos, eso no debía incomodarlo.

Pero lo hacía y sin notarlo siquiera, tuvo entre sus manos la carta abierta.

«Bath, Inglaterra, enero 1756.

Sería iluso de mi parte decir que lamento no haber llegado a nuestro encuentro. Desde hace unos días soy consciente de que no podré cumplir mi promesa. No sin algo de disgusto, confieso que las razones tú las has de conocer o al menos sospechar.

Pero no pienses que he escogido morir de este modo por sobre ti, eso nunca. Sé que nada bueno terminará de este viaje, sé que tendré que sacrificar parte de mi alma y quien sabe qué más. Pero estoy dispuesto a hacerlo.

No voy a intentar persuadirte, si has visto mis ojos al menos una vez, hijo, sabrás que mis sentimientos hacia ella son puros y honestos. Morir es una consecuencia que acepté, desde el mismísimo instante en que me encomendé a amarla y salvarla. Disculpa por quitarte el placer de tomar mi vida, si he de escoger a mi ejecutor no podría más que desear que fueses tú y no él. Pero seguramente eso ya no está en mis manos, si lees esto es porque finalmente alcancé mi límite y no lo lamento.

Iker, cualquier cosa que aquí escribiera jamás borraría las cosas que he hecho. No me enorgullezco de mis decisiones, no me enorgullezco de todas las cosas que te enseñé. Lo único que te inculqué fueron malos tratos, y no puedo culparte por haber desarrollado un método de defensa. Lo nuestro, hijo, jamás vio la luz del día. Fuimos enemigos sin cuartel, pero jamás lo quise realmente.

Deseaba ser tu amigo, deseaba que comprendieras, pero las cosas fueron confundiéndose en el camino. Desde el mismo momento en que naciste todo fueron dificultades, tu madre no fue fuerte y yo no la acompañé. Dejamos que alguien más tomara nuestras decisiones y ese fue nuestro primer error.

No pretendo pedir tu perdón, porque sé que no lo merezco. Pero por una vez me gustaría decirte algo que no fuese con la intención de agredirte. Tal vez no quieras oír el consejo de una persona que pasó su vida ignorándote, tienes que saber que nunca lo hice en verdad. Estabas presente en cada uno de mis pensamientos, sé que nunca di esa impresión, pero aprendí que contigo mostrar debilidad era igual que perder tu respeto. Eso ya no importa, no quiero irme de este mundo sin dejarte claro cuánto afecto siento por ti. Siempre vi en tus ojos mi propio reflejo y eso me atemorizaba, porque no quería que fueses de este modo. No quería que dedicaras tu vida a cumplir obligaciones, a aceptar lo que otros decían y asentir al pedido de tu familia, porque eso no es realmente vivir. Sabía que sólo tú tendrías la capacidad de romper esas cadenas que yo tanto tiempo tardé en descubrir atadas a mis muñecas, sabía que serías lo suficientemente fuerte como para no dejarte influenciar o doblegar. Ni William ni Zulima poseen la decisión y tenacidad que tú guardas en un sólo gesto. Sé que sin importar cuántos golpes te dé la vida, podrás alzar la cabeza y mostrarle una sonrisa indulgente a quien se sea.

Por eso fuiste digno de mi admiración, por eso siempre te he visto como mi mejor logro. No importa lo que creas al finalizar, no importa si sigues odiándome o no. Sólo importa que ahora lo sabes; y puedes estar seguro que nunca, nunca habría preferido que fueses de otro modo.

Jonathan G. Warenne

III Marqués de Adler y IV Conde de Pembroke»

La puerta se abrió en el instante que él cerraba la carta.

—Iker, todos están listos, ¿vamos?

El conde bajó la vista hacia el papel arrugado y manchado, para luego posarla en su abuelo. Asintió.

—Sí. —Pero antes de salir, se apresuró a alcanzar la chimenea y sin pensarlo mucho tiempo arrojó la carta a las crepitantes llamas—. Nadie tiene que saber lo patético que eras —murmuró, viendo como las palabras de su padre eran devoradas por el fuego. Y entonces sonrió, indulgente, tal y como al viejo le gustaba.

—¿Con quién hablas? —inquirió Richard desde la puerta.

—Con nadie —respondió taciturno, para luego volverse y hacer un ademan hacia la puerta—. Es mejor que terminemos con esto.

—No podría estar más de acuerdo —masculló su abuelo, con su ya tan común nota de burla.

Iker ocupó su posición en el altar, mientras observaba a los invitados sonreírle desde sus, estratégicos y muy discutidos por las mujeres, lugares. Rafe junto a Ivanush lo saludaron con un ademan respetuoso, mientras que Ari alzó la pequeña tortuga en el aire al verse atrapada por su escrutinio, y Gaby le propinaba un suave golpe en la mano para que se comportara. Él posó la mirada un instante en su hijo y éste le ofreció unos pulgares arriba a modo de apoyo. Justo enfrente de ellos se encontraban su hermana y Nigel, el francés parecía absorto admirando el perfil de Zulima y al sentir la presión de sus ojos, se volvió lo suficiente para bajar la vista en un gesto de sumisión. Iker sacudió la cabeza, captando de reojo la sonrisa de su cuñada Abi, junto a ella se encontraba su hermano y sus sobrinos. William no lo miraba a él, pues en ese instante parecía haberse quedado prendado de los balbuceos de su pequeña Julieta, o Jules según Abi, y de las sonrisas demasiado contagiosas de su heredero Maxwell. En ese instante el clérigo carraspeó, llamando su atención y la del resto de los asistentes.

El novio se volvió hacia el pasillo para observarla caminando hacia él, ella se sostuvo con firmeza del brazo de Richard, mientras avanzaban con lentitud al compás de una suave melodía de violines. Iker le sonrió y en ese preciso momento su hija soltó un gritito de protesta, Ailim no pudo más que volverse para ver a Sabrina. Pero Rosalie la calmó, haciendo que la pequeña siguiera con la mirada a su mamá. Richard suspiró de forma audible y tras subir los tres escalones del improvisado altar, depositó la mano de la novia en la de su nieto.

—Gracias —murmuró Iker, sintiéndolo por primera vez. Richard les ofreció una reverencia y cuando se disponía a bajar para dirigirse a su asiento, el conde lo tomó de un hombro dándole un suave empujón que lo desestabilizó. El duque se giró abruptamente, para verlo con los ojos muy abiertos y el joven conde le expuso una sonrisa juguetona—. Estas no son tan altas, viejo.

—Ni siquiera en su boda... —Se fue mascullando su abuelo, logrando que Iker se carcajeara a sus costas.

—Si estamos listos, milord —le espetó el clérigo, obligándolo a silenciarse.

—Por supuesto comience. —Ailim lo miró de soslayo con reproche y él no pudo evitar del todo esconder una sonrisa de satisfacción. Ella le presionó tenuemente la mano, mientras el clérigo daba inicio a la ceremonia que él escuchó por alrededor de cinco segundos. Iker se inclinó en dirección de su prometida, hasta posar sus labios a escasos centímetros de su oído—. Tengo que decirte algo.

Ella lo observó enarcando una ceja, el hombre frente a ellos continuó hablando haciendo caso omiso de sus murmullos.

—¿Qué? —Ailim no pensaba que fuese el momento de hablar, pero Iker parecía tan serio que no quería pasar por alto lo que fuera que quería decirle. Él se mordió el labio inferior, antes de soltar un suspiro que le causó algo de cosquillas.

—Soy casado. —En ese instante la formal y hermosa novia, rompió en una inesperada carcajada. Alrededor los invitados la miraron sin comprender nada y a su lado el hombre responsable de aquel bochorno, le sonreía feliz de haberla hecho reír en un momento como ese—. Discúlpenla, discúlpenla... —pidió Iker, mientras ella intentaba recuperar la compostura. Ailim le golpeó un brazo y tomándolo por el cuello de la levita, lo atrajo hasta sus labios para callarlo de una buena vez.

—Eso aún...—comenzó a decir el clérigo, para luego desistir de cualquier intento por guiar esa boda. Los invitados comenzaron a aplaudir al ver consumado el beso final, mientras el hombre de Dios sacudía la cabeza en una contundente negación.

Ailim lo liberó de forma repentina y él la observó con los ojos encendidos de deseo.

—¿Qué te parece si terminamos esto y pasamos a la noche de bodas?

—Estoy de acuerdo —respondió ella, coqueta.

—Antes —interrumpió el clérigo, visiblemente indignado—. ¿Ailim Breed, acepta a este hombre en la salud y en...?

—Sí, acepto —exclamó, antes de que el hombre pudiese terminar.

—¿Y usted, Iker...?

—Por supuesto, qué pregunta —lo acalló el conde, sin despegar los ojos de su mujer por segunda vez.

—Entonces me complace ser el primero en presentarles a lord y lady Warenne, Condes de Pembroke. —El clérigo soltó un aliviado suspiro al terminar aquella poco ortodoxa unión, mientras los aplausos se levaban una vez más casi tragándose sus últimas palabras por completo. En el altar, el joven conde acunó el rostro de su mujer entre sus manos, como si se tratara de un objeto preciado.

—Ahora no hay vuelta atrás —le susurró, ajeno a su público, ajeno a todo lo que no fuese ella.

—Doce —respondió Ailim, al sentir que Iker le deslizaba el anillo de su abuela en su dedo anular. La diminuta rosa destello robándole una sonrisa a su mujer—. Tenías razón, doce rosas conquistan el corazón de una mujer.

Él sonrió de medio lado.

—Doce rosas y un hombre perseverante.

—Y una mujer permisiva —propuso Ailim irónica, Iker le depositó un beso en la punta de la nariz.

—Cuestión de semántica, cariño.

Por ese instante no le importó otorgarle la victoria en esa querella, sólo se dispuso a perderse en la urgencia de un merecido beso. Iker la tomó por la cintura pegándola a su cuerpo y ella le cruzó los brazos alrededor del cuello, mientras una vez más se permitía cerrar aquel acuerdo de la única manera posible.

—¿Seremos felices? —cuestionó en un momento de intranquilidad.

Iker la tomó por la barbilla y la hizo ver hacia sus invitados, entre la multitud descubrió la mirada de sus niños fijas en ambos, ella les sonrió en tanto que su esposo la hacía mirarlo nuevamente.

—Ya somos felices, amor mío. —La besó suave y lentamente—. Sólo que ahora... —Otro corto beso—. Sin temores o malos entendidos.

Ella asintió en acuerdo, para luego observarlo con el ceño fruncido.

—Arruinaste mi perfecta boda —le espetó con firmeza, él la apretó más fuerte contra su pecho.

—La hice más interesante —se justificó, depositando un beso en su cuello—. Algo único, sólo para nosotros... además no quería que iniciáramos con mentiras.

Ailim dejó ir una leve carcajada, posando su atención un segundo de más en sus encantadores ojos verdes. Él nunca cambiaría, siempre tendría aquella chispa de burla que lo volvía un hombre tan particular, un hombre intenso en todos los sentidos, un hombre que estaba dispuesto a ir un paso adelante del mundo si eso era necesario. Iker no era un hombre más, era su hombre.

—No podría pedir que fueses de otro modo —confesó en un exabrupto, casi sin percatarse de ello. Iker la miró contrariado por un instante.

—Eres la segunda persona que me dice eso. —Sonrió—. Estoy empezando a creer que soy un tipo fenomenal.

—¡Ay! Bájate de tu nube. —Iker frunció el ceño y sin que ella se lo esperara, le dio una ligera nalgada—. ¡Oye! No abuses de tu fuerza.

—¿Crees que eso es abusar de mi fuerza? ¡Por Dios del cielo, mujer! —Antes de que Ailim siquiera pudiese protestar, Iker la alzó en vilo y echó a andar hacia la casa a grandes zancadas con ella en brazos. Ailim no pudo fijarse en los invitados o en nadie, pues se limitó a abrazarse con fuerza para no caer y cuando llegaron al estudio de su esposo, Iker la soltó sobre la otomana para presionarla con su cuerpo.

—Los invitados —le recordó una Ailim jadeante.

—Que se vayan al diablo, sólo vienen por la comida y yo tengo diferentes apetitos.

Ella se sonrojó frente a sus palabras y él la tomó por las muñecas para inmovilizarla.

—Aguarda —le pidió sonando en verdad reticente. Iker la liberó sin comprender esa reacción y ella, tras alisarse el vestido, se sentó para enviarle una maliciosa sonrisa. Entonces sacudió su dedo índice en el aire, cerrando la puerta con un suave clic en el proceso. Él la observó sorprendido y ella alzó ambas cejas en gesto de superioridad—. Estuve practicando —se excusó con un leve encogimiento de hombros.

—Impresionante, amada mía.

—Quiero aprender más sobre esto —confesó, bajando su mirada con timidez. Iker posó dos dedos bajo su barbilla, para alentarla a observarlo—. No quiero que me tome a mí o a Sabri por sorpresa, si ella es como yo... quiero...

—¿Qué quieres?

—Quiero enseñarle y que no tenga miedo de ser como es, a ella y a cualquiera que necesite aprender más. Porque... tal vez hay más gente.

—Me parece una tarea muy noble por tu parte, Ailim. Y sabes que tienes mi apoyo absoluto para ello.

—Gracias, Iker. —Ella sonrió acercándose para darle un beso delicado, algo que él sabía no era más que una provocación para que se pusiera manos a la obra.

—Así que... brujita mía —musitó, presionando su barbilla entre su índice y pulgar—. ¿Qué otros trucos guardas en tu vestido? —Ella comenzó a reír, cuando Iker introdujo una mano por el bajo de su falda y con un simple movimiento rasgó sus enaguas—. No, aquí no hay nada... quizás aquí...—Él jaló la parte superior de su canesú, para luego hundir su rostro en el valle de sus senos casi completamente expuestos —. Seguiré por aquí.,..

—¡Iker! —exclamó, sin saber si deseaba que se detuviera o que siguiera adelante.

—Dime, amor —instó él, observándola con fingida inocencia. Ailim sacudió la cabeza, escondiendo su sonrojado rostro entre sus manos.

—Nada.

—¡Bien dicho! —Y una vez más comenzó con su pericia.

Dios la salve de ese hombre que con sus ojos de demonio y su irresistible sonrisa de suficiencia, la arrastraría al pecado de la lujuria sin miramientos. Pero por Iker estaba dispuesta a perder el alma, pues su corazón él ya se lo tenía ganado desde hacía mucho, mucho tiempo.

******************

Muchos años después...

"El conde Iker Warenne fue el primer naturalista de nacionalidad inglesa en instalarse de forma permanente en Norteamérica, tras vivir hasta sus treinta y cinco años en suelo inglés. Sus investigaciones sobre la flora y fauna de la creciente nación americana, todavía es objeto de estudio para varios especialistas y su libro sobre aves autóctonas, se guarda en el museo personal de la familia Warenne. El conde dejó una gran cantidad de información sobre la naturaleza, la cual supo recolectar a los largo de sus setenta y cinco años de vida.

Mientras que el apellido Warenne siguió proliferando en Inglaterra gracias a sus hermanos William Warenne y Zulima Warenne, de los cuales se pueden rastrear sus descendientes hasta el día de la fecha..."

—¿Jules? —Unos dedos chasquearon junto a su oído y ella pestañeó dos veces antes de volverse—. Oye, ¿dónde estaba tu mente? Debes estar leyendo algo en verdad bueno.

Sonrió algo avergonzada, guardando el archivo que le había enviado el profesor Benjamín Louren hacía una hora. Había tanta información sobre la familia Warenne para procesar, pero ella tan sólo podía pensar en lo mucho que la habían tranquilizado las fechas. No había habido muertes prematuras, ni nada que pudiera suponer una tragedia para ellos, su amiga Abi lo había logrado, había logrado cambiar el pasado.

—¿Y bien? —inquirió Jony, impaciente ante su silencio. Jules se puso de pie, para luego rodear su cuello con sus manos y darle un pequeño beso.

—Sólo leía sobre tus antepasados, ¿sabías que desciendes de nobles?

Fin.

____________________________

Yo ya no tengo más palabras, desde acá ustedes son los que van a llevarse esta historia y hacer lo que deseen con ella. Me alegro siempre poder compartir mis escritos y que haya gente dispuesta del otro lado a leer, a comentar o callarse, eso no importa. Para mí lo que siempre importa es que haya alguien y que ese alguien se vaya al menos un poquito más diferente de cuando llegó. Saludos para todos y gracias por leer, Tammy ^^

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