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El tiempo no lo cura todo

Me sorprende las variadas posturas que mostraron en los comentarios, algunos con Iker otros con Ailim y otros con los dos sin poder elegir uno. Fue complicado este capítulo, es largo así que yo les diría que lo lean con calma e intenten recordar que estamos hablando de personas de otro siglo, ¿ok? Todavía falta un epílogo, les recuerdo. Ahora a leer...

Capítulo XXXII: El tiempo no lo cura todo

Como suele ocurrir siempre en estos casos, el tiempo se encargó de llevarse todo consigo; disputas y malos entendidos, por alguna razón simplemente dejaron de ser importantes. El tema no se volvió a hablar y como si de un pacto mutuo se tratase, ambos hicieron de cuenta que aquello jamás había pasado. Iker continuó con sus salidas nocturnas, volviendo a la casa a deshoras o no volviendo por días como era su costumbre.

Pero cuando las semanas transcurrieron y se convirtieron en meses que pusieron en evidencia su estado, Iker pasó de fugarse en las noches a ocupar la cama sin pegar un ojo en toda la víspera. Nunca se disculpó o intentó un acercamiento, pero tampoco hizo caso omiso de lo que ocurría. Sólo le pidió una cosa durante ese momento y era que ocuparan la misma cama, no porque guardara alguna esperanza de mantener relaciones maritales, sino porque quería estar cerca por si necesitaba algo. Ella no fue capaz de declinar a ese pedido, la última vez estar sola fue casi un suplicio, tenerlo al menos a su lado sin dormir le daba cierta sensación de tranquilidad. Así que él seguía allí para lo que ella o Gaby pudiesen necesitar, pero sólo en cuerpo. Cualquier rastro de amistad que habían forjado durante todo ese tiempo, parecía más un sueño que una realidad. Aun así ella no intentó buscar una solución, se dijo a sí misma que ya no malgastaría fuerzas o pensamientos en alguien que no tenía reparos en jugar con su vida. No se arriesgaría a que algo malo le ocurriese a su hijo, ya no.

La preocupación por Iker o su matrimonio podía esperar, ella se había tomado esos meses para encontrar algo de paz. Desde que se había reencontrado con Iker su vida se había puesto patas arriba, tenía lógica que por un mísero instante quisiera algo de tranquilidad. No sabía qué harían una vez que el bebé naciera, no sabía si él estaría la mañana siguiente a su lado y esa incertidumbre constante, la había llevado a tomar esa decisión. Se convenció de que fuese lo que fuese les deparase el futuro, ya no le importaba.

Iker se había vuelto su esposo en la práctica, asistían a bailes y reuniones juntos, charlaban sobre trivialidades en la cena y ambos mantuvieron su palabra de ocupar la misma habitación. Pero eso era todo, él no se le acercaba de otro modo que no fuese lo estrictamente necesario. Aún le jugaba bromas cuando parecía que su humor quería hacer amago de reaparecer, y a veces incluso se había atrevido a dejarle una rosa en su bandeja de desayuno. Pero siempre se cuidaba de mantener una distancia prudente y nunca le pedía nada más de lo que ella estuviese dispuesta a darle. Pasaban tiempo admirando los jardines y él la acompañaba en las cortas caminatas a las que se veía reducida mientras su embarazo avanzaba. Y siempre que se iban a la cama, él le depositaba un breve beso en la frente, para luego darse la vuelta y ocupar su lado en silencio. No dormía, pero tampoco se iba, sólo estaba allí como el fantasma de lo que antes había sido.

No podía sentirse mal al respecto, pues él estaba respetando lo que ella había pedido. ¿Pero era lo que quería realmente? Con el pasar de los meses ya no estuvo tan segura; y mientas desperdiciaba tiempo leyendo las felices cartas de Abi, no podía evitar preguntarse si ella alguna vez llegaría a mantener la felicidad más de un minuto o dos. Pasaba horas leyendo y comparando inútilmente, conforme las palabras de su cuñada se colaban en su mente su resolución se hacía cada vez más dolorosa de sobrellevar. ¿Estaba mal extrañarlo? ¿Cómo se podía echar de menos a alguien que tenía a su lado? El tiempo no pasa sin dejar una huella en el interior de cada persona, y la huella que se marcaba en su pecho cada vez parecía más y más profunda.

—¿Estás bien, mamá? —Gaby apartó la vista de su lectura, para obsequiarle una curiosa mirada. Ailim presionó los ojos un instante, notando que en un pequeño traspié había dejado salir un leve quejido por entre sus labios.

—Estoy bien, cariño.

—¿Y por qué lloras? —inquirió él poniéndose de pie, para luego detenerse junto a la tumbona que ella ocupaba.

—¿Quién llora? —prorrumpió una voz profunda desde el quicio divisorio, haciendo que ambos devolvieran su atención hacia ese punto.

—Mamá.

Ailim se apresuró a negar aquella afirmación, no quería que Iker la viese de ese modo. Intentaba por todos los medios que él no notara cuánto la afectaba su distanciamiento, pero en ocasiones sólo era demasiado difícil pensar que lo tenía a un palmo de distancia y no supiera cómo tocarlo.

—No, no lloraba... —Por un instante no supo cómo acabar la frase, pues él la observaba fijamente con un verdadero gesto de preocupación y ella se vio incapaz de ignorar aquel hecho—. Es que... el bebé me pateó.

Los dos hombres fruncieron el ceño un tanto contrariados, pero finalmente asintieron conformes con su explicación. Ailim fue muy consciente del cambio que produjo en los rasgos de su esposo la mención del bebé aún no nato.

—Bien, yo voy al club —anunció mirándola por un corto segundo, no buscaba su aprobación sólo se lo estaba informando—. ¿Vienes? —le preguntó a Gaby de forma solícita.

El aludido le envió una interrogante mirada, a lo que Ailim intentó no poner marcada atención, sabía que el niño buscaba confirmar si estaba realmente bien.

—No... —murmuró el pequeño, dubitativo—. Ailim y yo jugaremos ajedrez —mintió con una leve sonrisa, mientras se hacía de un espacio en la tumbona y le daba un ligero abrazo. Iker soltó un suspiro por lo bajo que a ella no se le pasó por alto.

—Como quieras —masculló de forma concisa, para luego girar sobre sus talones y retirarse en completo silencio. Ella lo observó un instante y luego sintió como Gaby posicionaba la cabeza sobre su vientre, para hablar con el bebé.

Ailim sonrió acariciando su cabello rubio, allí tenía todo lo que necesitaba y si él no quería ser parte de su familia, pues ella no iba a obligarlo.

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Fue un veinticinco de diciembre cuando la pequeña Sabrina, decidió llegar a este mundo. Al igual que su hermano mayor, llevaba el nombre de uno de sus tíos por parte de padre. Iker había sugerido el nombre minutos después de conocerla y Ailim no habría podido pensar ninguno mejor, por lo que lo aceptó entusiasmada. Le gustó que su esposo finalmente decidiera involucrarse en la vida de su hija, el día que había nacido vio a Iker por primera vez anonadado y eso sería algo difícil de olvidar. Él estaba feliz y se le notaba la felicidad en cada gesto, era imposible no enamorarse a primera vista de Sabri y su esposo había sido la víctima número uno.

Nunca habría imaginado a Iker comportándose como un verdadero padre y aunque sus métodos no eran de los más normales, nadie podía negar su interés hacia sus hijos. Pasaba gran parte de su tiempo jugando con ellos, leyéndoles o simplemente enseñándoles los animales del jardín. Gaby disfrutaba más las prácticas de esgrima que las excursiones al jardín, pero Sabri parecía estar eclipsada por la voz de su padre. La niña podía escucharlo hablar por horas, sin dar señas de estar cansada o hambrienta. Y siempre que era hora de su siesta, ambos se recostaban bajo un árbol para conciliar el sueño. A Iker le gustaba tenerla de aquí para allá y ella estaba encantada en los brazos de su padre. Ailim los observaba siempre mientras ellos deambulaban por la casa, cantando extrañas y poco apropiadas canciones, o silbando como aves en busca de su pareja. Al menos eso era lo que Iker les decía y ellos parecían confiar ciegamente en su palabra.

Siempre los observaba, pero pocas veces participaba de sus juegos. No porque no quisiera, simplemente porque ella no parecía estar incluida. Por supuesto que jugaba con sus hijos y Ailim era la que más tiempo pasaba con Sabri, pues recelaba de la idea de dejarla acostumbrarse tanto a una niñera. Pero el tiempo nunca era estando los cuatro juntos, Iker sólo buscaba a los niños cuando ella no estaba en la habitación y sus charlas se habían reducido incluso más después del nacimiento de su hija. Estúpidamente había albergado la posibilidad de que las cosas se normalizarían aquel veinticinco de diciembre. Iker había estado cerca de ella, sosteniendo su mano y soportando su llanto tras cada contracción. Entonces, ¿por qué parecía ya no importarle? Ailim estaba dispuesta a olvidar, incluso lo había olvidado todo. Ya no quería seguir molesta con él, ya no quería que se trataran como dos extraños viviendo bajo el mismo techo. Quería que Iker sintiera la necesidad que ella sentía.

Pero no parecía que eso fuese a ocurrir, él seguía allí, sólo que ahora exclusivamente para sus hijos. Incluso estando ella embarazada, Iker no se había portado tan distante. Se había atrevido a robarle besos y algunas noches la abrazaba para permitirle sentirlo cerca. Pero ya ni eso hacía, era como si ya no quisiera intentarlo. Quizás se había cansado de ella, quizás estaba harto de una mujer que sólo lo rechazaba. ¿Y es que podía culparlo? Antes su repuesta habría sido sí, pero en ese momento ya no sabía qué pensar. Pues en todo ese tiempo, él le había demostrado que podía estar a su lado sin jugar al temerario. Pero de qué servía aquello, cuando a claras luces se notaba que él no estaba cómodo.

Reginal estaba preso en un lugar que Ailim prefería no conocer, Iker finalmente había obtenido su venganza y ya no había hombres con los cuales enfrentarse. ¿Entonces? ¿Por qué no terminaba todo de una buena vez? ¿Por qué no podía abrazarlo y decirle que ya nada importaba? Porque sí importaba, el Iker que se presentaba a ella todas las noches para "dormir" no era su Iker, era una versión sosa y desmejorada del hombre inquieto con el que se había casado. ¿Pero es que prefería a aquel hombre temerario sobre el Iker hogareño que parecía apagado? Ella no sabía que responder, lo quería seguro, lo quería vivo por Dios del cielo. Saber que él no tenía reparos en arriesgar su vida, la lastimaba. La opción de pasar noches en vela esperando que él regresara por la mañana en una pieza, no era mucho más tentadora que su apatía. ¿Por qué él no podía dormir a su lado? ¿Cómo podía amar a alguien que insistía en ponerse en riesgo para sentirse bien? ¿Acaso era tan malo intentar proteger a su corazón de tantos pesares? Ella no le quitaría la posibilidad de nada, pero ya no podía arriesgarse por él y al parecer Iker ya había perdido toda esperanza en ellos. No había mucho que hacer por la relación, aunque doliera, Ailim lo prefería de ese modo. Serían buenos padres y harían a sus niños felices, en cuanto a el resto... el resto, ella ya no podía manejarlo.

***

—¿Qué te parece?

Iker alzó el pergamino para poder observarlo desde todos sus flancos.

—Es un excelente trabajo, su majestad —sentenció tras analizar los detalles de las plumas, las patas y el pico. Sin duda era un retrato perfecto, él nunca había logrado capturar el movimiento en pleno vuelo de un ave y el dibujo que sostenía en las manos, era digno de admirar.

—Sabía que te gustaría, este es uno de cientos. —El rey sonrió como un niño que acaba de toparse con una dulcería, Iker intentó esbozar algo similar pero bastante forzado—. Serán las ilustraciones para la enciclopedia.

—Son perfectas.

—Bueno, tenemos que intentar ser fieles a la naturaleza. —Y con dibujos como ese, incluso la naturaleza intentaría imitarlos.

—¿Quién es el pintor? —El rey sacudió una mano restándole importancia.

—Un americano muy talentoso, le conocerás cuando sea el momento. —Jorge tomó el pergamino, para depositarlo sobre una mesa repleta de muchas otras ilustraciones. Si bien Iker estaba entusiasmado con los dibujos, tenía sus reservas sobre toda la situación en sí, el rey no lo mandaba a llamar a menudo eso sólo podía significar una cosa—. ¿Cómo está la niña?

—Am... muy bien —respondió dubitativo, echando una rápida mirada al reloj sobre la chimenea. ¿Podría huir a cenar a las cuatro de la tarde?

—¿Cuánto tiempo tiene ya?

—Dos... —Volvió la atención hacia Jorge, quien en ese momento lo observaba fijamente—. Dos meses y medio.

—¡Vaya! Los niños crecen rápido...—Iker sonrió ausente. ¿Podría saltar por la ventana? ¡No! Eran cinco pisos de caída libre y el aterrizaje sería algo para lo que no había ido preparado. Aunque no sería una locura completa, Dios sabía que su cuerpo estaba necesitando recordar por dónde corría su sangre—. ¿Has pensado en mi propuesta?

Demasiado tarde para una salida dramática, se dijo para sus adentros. Miró al rey y pensó en encogerse de hombros en un vano intento por ganarse algo de tiempo, pero era una tontería. No podía seguir evadiendo al hombre, si bien últimamente su comportamiento había decaído de forma considerable, aún se contentaba con poder decir que no era un cobarde.

—Yo...—vaciló. ¿Cómo confesar que no quería ser parte del proyecto? ¿Cómo negarse a ser inmortalizado en la enciclopedia inglesa?

—Iker hemos estado posponiendo esto por largo tiempo, supuse que una vez que tu hija estuviese sana y salva estarías listo. —¿Listo? ¿Llegaría algún día en que estuviese listo para algo así? Su familia era algo que no llegaba a comprender, pero no por eso quería dejarlos—. El resto del equipo ya se encuentra trabajando, nos hace falta nuestro naturalista. Si no quieres...

—¡No, sí quiero! —Pues a decir verdad, sí quería, aunque la mayor parte del tiempo se decía que no quería. Bien, quería y no quería. ¡Dios! Era su sueño, pero también estaba... —. Quiero hacerlo pero...

—América queda muy lejos —completó Jorge con una pequeña mueca en los labios—. No puedo obligarte a participar... —El hombre soltó un suspiro de derrota—. ¡Pero bien! Es tu decisión, sólo quiero que sepas que en tres días un barco estará partiendo hacia las Américas. Hay un lugar para ti, si deseas ocuparlo.

—Su majestad, yo... —Jorge lo silenció sacudiendo una mano.

—No ahora, sólo piénsalo estos días y luego decide. Necesitamos que alguien lleve acabo la investigación y tú conoces América, eres bueno para este trabajo, Iker... pero comprendo tus razones.

—Gracias —murmuró con el ceño ligeramente fruncido. Al menos podía admitir sin recelo que era bueno para algo, y puesto que parecía no ser bueno para vivir como un hombre corriente, entonces, tal vez aceptar no fuera una mala decisión.

«Tres días» Al llegar a su casa, eso era lo único que ocupaba su mente y la idea de no encontrar una respuesta a su dilema, lo alteraba.

En tres días debería subirse a un barco para luego sumergirse en cinco años de investigación. ¿Podía hacerlo? ¡Claro que podía hacerlo! Pues en teoría nada lo detenía, ¿es que acaso podía decir que su matrimonio era un impedimento? No, incluso ese viaje se podría considerar una salida fácil para ambos o al menos para ella. Si se subía al barco, ellos ya no tendrían que verse las caras, ella ya no tendría que forzar una sonrisa siempre que se cruzaban y ya no se vería obligada a hablar con él. Después de todo, ¿por cuánto más seguirían manteniendo aquella farsa?

En un principio pensó que Ailim lo olvidaría todo rápidamente, no era la primera vez que incumplía su palabra y ella ya lo había disculpado por eso antes. Pero con el pasar de los meses, notó que en esa ocasión nada era como antes. Ella lo miraba y lo trataba de forma diferente, no se mostraba molesta o lastimada, sólo indiferente. Era como si en verdad hubiese perdido las ganas de estar a su lado, como si cualquier rastro de fe hacia él se hubiese esfumado y ya no podía forzar más la situación. Se había dicho que se quedaba allí por el bebé, al menos hasta su nacimiento pues era lo correcto. Pero entonces Sabri nació y se convenció de que debería permanecer un tiempo más, hasta asegurarse que estuviese bien. Y la niña estaba rebosante de salud, Ailim y Gaby cuidaban perfectamente de ella. ¿Qué excusa podría poner ahora? Ya no había más, tenía que actuar de algún modo y quizá la opción que le estaba dando el rey terminaría por ser la respuesta.

Si decidía marcharse, lo haría por ella y no por la posibilidad de investigar nada. No era tan necio como para no ver que estando a su lado no le hacía ningún bien, incluso llegó a pensar que su presencia tan sólo la perturbaba; ella estaba en lo cierto aquella vez, él no sabía cómo pertenecer a una familia. En esos meses había hecho un esfuerzo por comportarse como un hombre normal, había dejado las trifulcas y ya no buscaba peleas callejeras, no se había presentado ante ninguna mesa de juego buscando provocar a los comensales a un duelo. Incluso había renunciado por completo a escribir nada que pudiera molestar al rey, al clero o cualquiera que se viera perturbado antes por el Fantasma. Literalmente había dejado todo lo que en algún momento lo había ayudado a seguir adelante, tras la guerra esas evasiones eran lo único que lograban apaciguarlo y ahora ya no lo tenía. Muchas noches se quedaba mirando el techo de su habitación, pensando y preguntándose por qué necesitaba la adrenalina del peligro para sentirse vivo. No tenía sentido, era ridículo y comprendía la razón de que Ailim lo rechazara. Estar al límite siempre le había ayudado a estar en guardia, como si temiera que de un segundo a otro alguien volviera a hacer de él su títere. Se había prometido a sí mismo al regresar de la guerra, que nadie más que él manejaría lo que ocurriría con su cuerpo y su vida. Y algo estaba mal, algo salió mal con esa resolución.

De todos modos si ella se había percatado de algo de eso, sin duda le importó poco o nada. Aún seguía notando cuán tensa se ponía Ailim siempre que él se le acercaba más de la cuenta, sabía que ella no lo quería alrededor. Y demostrarle que podía ser un hombre corriente, no parecía suficiente ya.

Entonces, ¿por qué no aceptar? Si lo observaba todo con tranquila objetividad, no había nada que lo detuviera. Ailim le había pedido que la dejara en paz y por los niños, extendió aquel ultimátum más de lo esperado. Era injusto lo que estaba haciéndole, ella se lo había dejado claro él sólo la hacía sufrir. Pero podía cambiar eso, podía dejar de ser egoísta y no pensar sólo en sus dificultades para llevar adelante aquel matrimonio. Ella había tenido las suyas, pero había sabido manejarlas mucho mejor que él, de eso no le cabían dudas. Iker no tenía idea de qué papel estaba jugando, así que si su presencia parecía ser tan prescindible entonces no podía fingir lo contrario.

Procurando no hacer ruido, empujó con lentitud la puerta pintada de rosa. En el interior de la habitación, los rayos del sol ingresaban por la ventana dándole un toque angelical a todo el entorno. Iker avanzó con pasos insonoros, hasta situarse a un lado de la cuna que coronaba el centro del cuarto. Ella estaba allí y tal como él lo esperaba, no dormía.

—Pequeña bribona. —Sabrina podía pasar mucho tiempo en silencio, en eso eran bastante parecidos. Pero sólo en eso, pues ella poseía la belleza de su madre, el mismo cabello azabache ondulado y esos enormes ojos azules—. Preciosa... —No había otra forma de describirla.

Ella le mostró una muequita al oírlo hablar, algo que parecía emular una sonrisa, pero era difícil decirlo pues sus gestos aún eran imprecisos.

Le acarició una mejillita regordeta, antes de tomarla en brazos y dirigirse al alfeizar de la ventana, allí donde pasaban gran parte de su tiempo juntos. Le agradaba cargarla en brazos, ella era tan pequeña y frágil, que sentía que sólo así podía mantenerla a salvo. Sabri posicionó su diminuta cabeza sobre su pecho y al son de sus latidos, pareció hallar el sitio idóneo para dormir. Iker la acunó en completo silencio, entre ellos no eran necesarias las palabras, parecía que se comunicaban de un modo incluso ausente. Le acarició el cabello suave y delicado, lo tenía corto pero los mechones ya lograban ondularse entre sus dedos. En algunos años lo tendría tan largo como el de su madre, en algunos años se convertiría en una hermosa jovencita, porque era imposible que no fuese de ese modo. Su hija era perfecta, en todos los sentidos.

Sabía que sería inteligente y sagaz, sabía que sería fuerte y decidida; y que nunca se dejaría engañar por un hombre como su padre. Ella buscaría a una persona adecuada, no a un idiota que no conocía la forma de mantener las cosas en orden en su propia casa. ¡Dios! Rogaba que su hija pudiera encontrar felicidad, que nunca tuviese que derramar una lágrima por un mal amor y que no conociera el dolor de la desdicha.

Pero él no podría asegurarse de que todo eso ocurriera, por más que así lo deseara, no podía seguir de ese modo. Tenía que confiar en que Sabri supiese reconocer sus oportunidades, tenía que recordarse que Ailim y Gaby siempre estarían a su lado siendo sus guías.

—Tu hermano te cuidará bien —le susurró, sin apartar los ojos del infinito—. Te quiere mucho y nunca permitirá que algo malo te ocurra. —Sabía que eso era cierto, sabía que el muchacho sería un excelente hermano mayor. Iker le daría las instrucciones necesarias para que aprendiera a cuidar de las mujeres de su familia. Gaby era mucho más sensato que él, no había posibilidades de que equivocara el camino.

Si debía dejarla, al menos se aseguraría de que no hubiese detalles librados al azar. Se había encargado de pasar el mayor tiempo posible a su lado, enseñándole cuanta cosa él supiese del mundo. Era un tanto patético saber que había reducido toda su enseñanza de vida a dos simples meses, pero Iker se contentaba sabiendo que se había limitado a ofrecerle cosas útiles. Sabri no necesitaría saber utilizar una espada, ni cómo hacer trampa en las cartas y él no tenía deseos de enseñarle a hablar con todo tipo de personas. Desde prostitutas a ladronzuelos de poca monta, esos que él tan bien conocía por su oficio de Fantasma. Ella sería una dama de sociedad, que con suerte nunca se vería envuelta en trifulcas o duelos, su máxima preocupación sería escoger el vestido adecuado para su presentación. Así debía ser. Su hija no tendría que acarrear con las habladurías que precedían al nombre de su padre.

Sonrió con aspereza, mientras en su mente creaba los distintos escenarios. Se imaginaba a una niña con un carácter fuerte, de lengua afilada pero con rostro de ángel, con una sonrisa traviesa que eclipsaría a quien la viera un solo segundo. Esa sería ella, sería una razón por la cual estar orgulloso, pero por extraño que sonase no lograba visualizarse a su lado. La presionó ligeramente contra su pecho, hundiendo un segundo el rostro en su cabello. Su aroma a bebé inundó todos sus sentidos, la recordaría de ese modo: pequeña, delicada, abrazada a él como si fuese lo único presente en su mundo. Confiándole la seguridad de su sueño ligero e inocente, con sus manitas apretadas sobre su camisa y el continúo golpeteo de su corazoncito contra su pecho.

No quería dejarla, no quería dejar su casa, pero ¿es que acaso podía seguir fingiendo que no oía el llanto de Ailim por las noches? ¿Podía soportar las miradas de sufrimiento que intentaba ocultar en su presencia? No, no podía... ya no quería causar más daño, su vida se reducía a siempre lastimar a alguien y finalmente lo había comprendido. No la merecía, no merecía tener todo aquello porque su destino había sido dictado hacía mucho tiempo. Tendría que haberse dado cuenta antes, su negra alma no sólo lo consumía a él, sino que consumía a la gente a su alrededor. Y todavía existía una pequeña parte en su interior que podía reconocer aquello, reconocer que era tóxico.

—Pero ya no... —susurró como una promesa a Dios—. Ya no puedo hacerlo. —Sabri se removió incomoda por el sonido de su voz y comenzó a soltar un leve quejido—. Shh... —La calmó dándole suaves golpecitos en la espalda, ella alzó brevemente la cabeza y por un segundo sus ojos se encontraron. Iker la observó con la disculpa escrita en cada facción de su rostro y ella hizo un puchero con su labio inferior, antes de comenzar a soltar diminutas lágrimas insonoras—. Lo lamento... —murmuró, pensando que ella comprendería o que al menos algún día lo haría.

La abrazó con fuerza, quizás para no permitirle que lo viera llorar, y con rabia limpió el camino que marcaba el llanto en su rostro. Sabri se quedó muy quieta entre sus brazos, sintiendo cómo su padre perdía el control de sus emociones y se mostraba por primera vez vulnerable frente a otra persona.

—Siempre voy a estar para ti —musitó con la voz entrecortada, pues sabía que a ella le gustaba oírlo hablar—. Si alguna vez estás triste, sólo... sólo cuéntale tu secreto a un ave... ella llegará hasta mí esté dónde esté. Y yo te ayudaré a cargar con tu pesar... nunca estaremos lejos, lo prometo. —Le depositó un cálido beso en la cabecita—. Tú sólo... prométeme que cuidarás de tu mamá... abrázala siempre que puedas y no te olvides de decirle que la amas. No esperes a una ocasión especial, sólo díselo porque ella necesita saberlo... díselo por todas las veces que yo no lo hice —se silenció un segundo tomando una bocanada de aire—. También vigila a tu hermano, es muy buena persona, pero creo que a veces se olvida que no todo el mundo es así de bueno. Cuídalo, Sabri, yo lo hice lo mejor que pude en este tiempo... no lo dejes solo, ya ha sufrido mucho por eso en el pasado. Dile que no... que no los estoy abandonando, porque... nos volveremos a ver.

Aunque su plan no era regresar pasado los cinco años de investigación, la única forma de otorgarle la libertad a Ailim, era desapareciendo de Londres para siempre. Si pasaban diez años sin noticias de su persona, ella sería completamente libre de hacer de su vida lo que más deseara. Ese sería su último obsequio, le daría la posibilidad de escoger, pues él bien sabía que antes no se la había dado. Lentamente se dirigió al centro de la habitación y tras soltar un leve suspiro, deposito a la niña en la cuna. Ella lo observó con sus ojitos tristes y él intentó esbozar una sonrisa. Con el índice le dibujó un corazón en la mejilla y ella persiguió su dedo ávidamente, hasta lograr metérselo a la boca. Iker rió con suavidad, para luego depositar un largo beso en su frente.

—No me olvides —murmuró, depositando el corazón en esas palabras. Entonces se obligó a despegar los ojos de esa diminuta persona y arrastró su cuerpo a la salida. Sabri emitió un sonidito de protesta, pero él no se volvió a mirarla, sabía que si se volteaba no habría fuerza que lo sacara de allí. Presionó la frente contra la madera de la puerta, sintiendo lágrimas silenciosas quemar un camino por sus mejillas y tras presionar las manos en fuertes puños, se limpió el rostro y tomó el picaporte.

Conteniendo un gemido, cerró la puerta detrás de sí y por un corto periodo permaneció de pie en el pasillo, sin saber adónde ir.

—¿Iker? —La voz de Ailim lo sacó abruptamente de sus cavilaciones y sin apartar los ojos de la alfombra, susurró un "¿Qué?" casi audible—. ¿Sabri...? —comenzó a preguntar, pero por alguna razón se detuvo a mitad de su frase. Él sacudió la cabeza, para luego alzar la mirada y observarla de soslayo.

—¿Qué? —volvió a preguntar, procurando depositar algo de firmeza a su timbre. Ailim lo miraba fijamente en ese instante y él fue lo bastante estúpido, como para llevarse una mano al rostro en un vano intento por limpiarse cualquier rastro de su llanto. Ella no hizo comentarios al respecto, pero la duda se veía reflejada en sus ojos azules.

—¿Duerme? —inquirió tras lo que pudieron ser horas de silencio. Iker observó la puerta y luego a su esposa, negó con suavidad dando un paso al costado para permitirle la entrada. Ailim avanzó hasta detenerse a su lado y él se quedó estático, aguardando porque pasara. Pero ella no lo hizo, sino que a esa distancia volvió a mirarlo de forma directa a los ojos. Él no le sostuvo la mirada, sólo presionó las manos en puños y tomando la decisión finalmente, se encaminó por el pasillo dándole la espalda por última vez.

—En tres días me marcho a América —informó, incapaz de mirarla mientras esas palabras salían de su boca.

—¿Qué? —Pero su desconcertante respuesta lo obligó a detenerse en plena retirada. Escuchó los pasos de ella precipitarse a sus espaldas y un segundo después, Ailim estaba detrás de él aguardando a que le diera su atención.

—Me marcho a América —repitió, conforme se volvía para enfrentar esos ojos de cielo—. El rey me ha ofrecido trabajar en la enciclopedia...

—¿Por qué...? —susurró ella, sin oír su explicación.

—Es una oportunidad única, haré lo que deseo... escribiré sobre lo que quiero...—Pero Ailim no parecía escucharlo, se había quedado con la vista clavada en su pecho y se limitaba a asentir, como si nada de aquello le importase.

—¿Por cuánto tiempo? —lo interrumpió. Iker tomó una bocanada de aire, procurando que la voz no le vibrara.

—Cinco años.

—¿Cinco...? —En esa ocasión ella lo increpó con la mirada, parecía tan confundida y agobiada que él deseó simplemente acabar con todo de una buena vez. No podría soportar esto por mucho más tiempo—. No puedes...—prorrumpió de forma repentina, tomándolo con la guardia baja.

—¿Por qué no?

Ailim sacudió la cabeza en una negación.

—Porque no puedes... ¡no puedes! —exclamó en un sobresalto, él la miró sin terminar de comprender su reacción. Y ella pareció leer su desconcierto, pues soltó un leve quejido contrayendo el rostro en una mueca, antes de darse la vuelta y salir corriendo en dirección opuesta. Iker la observó huyendo de él y tras pensarlo sólo un segundo, no pudo más que salir detrás de ella a la carrera. Preguntándose incesantemente, ¿qué había despertado aquella reacción previa?

—Ailim —la llamó logrando que ella acelerara el paso, cruzando los largos pasillos a gran velocidad—. ¡Ailim! —Volvió a decir y en esa ocasión, ella se volteó sobre su hombro para ofrecerle una clara mirada de derrota.

Iker casi sufre un colapso nervioso al verla de ese modo. Ella viró entrando a la salita que compartían los dos cuartos principales y allí golpeó sin querer, una mesita que decoraba el centro. Pero su esposa no se detuvo cuando el jarrón que descansaba en su soporte, cayó al suelo provocando un sonido ensordecedor. Si no que siguió adelante, ignorando eso e ignorándolo a él. Iker aminoró la marcha al pasar junto a las flores esparcidas en el piso y con un movimiento de su mano apartó los trozos de vidrio que aplastaban a una inocente rosa, miró el desastre en el piso un largo segundo antes de incorporarse y cruzar la última puerta por la que se había perdido su mujer.

—¿Ailim?

—Déjame sola —pidió con un hilo de voz, detenida en medio de la habitación de espaldas a su persona. Él negó a pesar que ella no podía verlo, por primera vez en todos esos meses, estaba dispuesto a ignorar su pedido.

—Dime... —musito, sin saber realmente lo que pedía. Ailim se volvió, tenía los ojos cerrados pero claramente estaba llorando. Iker avanzó como tirado por una cuerda y cuando hizo ademan de tocarla, ella lo observó casi rogando que no lo hiciera. Bajó la mano con pesar, pero lo comprendió—. Ya no tienes de que preocuparte...—murmuró interpretando su rechazo de un sólo modo—. No vamos a tener que seguir con esto, lo prometo... te dejaré que busques felicidad...

—No.

Iker se silenció esperando a que ella dijera algo más, pero no lo hizo.

—A partir de este momento, Ailim, tendrás la libertad de decidir que es lo que quieres... ya no seré un obstáculo. No vas a tener que fingir para nadie, no vas a tener que esperar a que salga de la habitación para respirar tranquila, no vas a tener que...

—¡No! ¡Basta! ¡Basta! —Ella tenía los ojos abnegados en lágrimas, pero Iker tuvo que contenerse de limpiarlas de una vez por todas—. Ya no sigas... no sigas —le pidió en un susurro velado—. No quiero escucharte decir eso, no puedes... no puedes... —Él no tuvo que moverse, pues fue Ailim quien terminó por vencer las distancias para fundirse contra su cuerpo en busca de consuelo—. Eres mi esposo —continuó diciendo, hundiendo el rostro lacrimoso sobre su pecho—. Eres mío... y no voy a permitirte que hagas esto. ¡No vas a dejarnos! No...

Iker cerró los ojos, acusando el golpe de sus palabras justo en el estómago.

—¿Y es que acaso podemos seguir así? —instó, sin desear traer eso a la conversación pero sabiendo que era necesario—. No hacemos más que pretender ser una familia, desde que nos casamos sólo hemos estado interpretando un papel, Ailim. —Apretó las manos en puños para no cerrarlas entorno a su pequeño y tembloroso cuerpo—. No quiero ser tu esposo de ese modo, no quiero tenerte sólo cuando tenemos público. —Ella se apartó lo suficiente para observarlo con firmeza—. Es como si me dejaras saborear sólo por un instante lo que nunca vamos a volver a tener... y estoy odiando cada vez más esta situación. Y no te culpo, lo merezco, pero tú te mereces más que esto.

—Perdóname —le espetó ella en un exabrupto, dejándolo literalmente sin habla—. Todo fue mi culpa, perdóname... Iker lo haremos a tu modo, no voy a exigirte nada. Sólo...—Soltó un leve sollozo—. Por favor, no me dejes sola. No puedo hacer esto si no estás conmigo, no importa si no puedes amarme. No importa si no quieres hablarme o mirarme, o si quieres salir a matar para sentirte bien, no me importa pero no te vayas... —Él no daba crédito de lo que oía y por un largo segundo, no supo cómo reaccionar. Ailim se impacientó frente a su silencio y llevándose una mano a la boca, intentó ahogar su llanto. Iker volvió a aferrarla entre sus brazos, ¿qué cosas estaba diciendo?—. Yo exageré todo, no eres egoísta... no lo eres. Perdóname, nunca entendí lo que significaba para ti la muerte de tu padre, no te apoyé. No comprendí lo mucho que valía el sacrificio que estabas haciendo, salvaste a muchas personas con lo que hiciste. Salvaste a muchas chicas, a muchas mujeres y quién sabe a cuánta gente más. Yo fui mezquina, no eres un mal hombre, pero es que sólo quería significar para ti la mitad de lo que tú significas para mí.

—Shh... Ailim, detente.

—No, quiero que lo sepas.

Iker la tomó por el rostro, para mirarla a los ojos. Sonrió.

—No seas boba, tú lo eres todo para mí... el problema es que escogí todos los modos incorrectos para demostrártelo. No fue por mi padre, mi amor, o por ninguna otra persona... fue por ti. Te había prometido que me detendría, pero no podía porque mientras más lo pensaba, más me daba cuenta de que tenía que hacer algo para devolverte todo lo que has hecho por mí. Porque quería que lo tuvieras todo, a tu hermana, a tu sobrina y la seguridad de que nunca nada malo te volvería a ocurrir. Sé que hice mal al no hablarte de ello, pero es que en mi mente sólo pensaba que lo que hacía era una necesidad. Por ti pasaría lo que sea, por ti dejaría que me torturaran y sonreiría al final, si eso garantiza tu seguridad. Yo soy desechable, Ailim, hace mucho tiempo aprendí que mi vida no vale nada. Y si tenía que darla, nada me complacería más que hacerlo en tu nombre. —Lentamente pasó su pulgar sobre sus húmedas mejillas y ella pareció querer sonreír tras ese gesto, pero no lo hizo.

—Eso no es cierto, Iker, no puedes despreciarte de ese modo.

—Ailim... —protestó con una reticente mueca.

—¡No, Iker! Sé de lo que hablo, amo a un hombre que ha luchado todo este tiempo para encontrar su lugar, pero que se ha confundido pensando que debe hacerlo todo solo. Y no es así, no voy a dejarte ir... no voy a dejar que te rindas ahora. Tú me perteneces y yo a ti, tú perteneces aquí... si te marchas llévate mi corazón y arrójalo al mar, porque sería igual que si me mataras.

—Yo jamás te haría daño intencionalmente. —Ella sonrió sin poder evitarlo, pero fue tan fugaz aquel gesto que él sólo deseó poder decir algo gracioso que le robara una nueva sonrisa—. ¿No lo entiendes aún, Ailim? Cualquier sacrificio para mí es poco, para pagar la enorme deuda que tengo contigo.

—Tú no me debes nada.

—Sí lo hago, te debo años y años de entrega absoluta. Te debo el haber aparecido en mi vida, te debo el haberte quedado, te debo la persistencia, te debo la paciencia, te debo el amor... y dudo mucho que me vayan a alcanzar los años para pagarte. Así que te juro que no voy a poner mi vida en riesgo otra vez, porque todos los años que me quedan son tuyos y te los doy completos.

Ella negó, tratando de ocultar una tímida sonrisa ante sus palabras.

—Entonces ¿no te irás?

Iker no respondió en el momento, sino que con los ojos cerrados reposó la cabeza sobre su hombro, depositando un beso en aquel punto tan delicado. Y otro en su cuello y otro en su barbilla, para finalmente terminar su recorrido a escasos centímetros de sus labios.

—¿Cómo podría irme si mi dueña se queda aquí? —murmuró rozando su boca con cada sílaba pronunciada. Sintió el segundo en que ella avanzó para robarle un beso, pero él retrocedió—. Pero tengo una condición.

—¿Qué? —inquirió, observándolo con sus limpios ojos azules expectantes. Iker esbozó una sonrisa, metiendo una mano dentro de su chaleco. Ailim enarcó una ceja al sentir que él le depositaba algo en la palma, ella bajó la vista y él siguió la dirección de su mirada, para luego reír frente a su reacción—. Once... —musitó su esposa, sosteniendo la rosa roja entre sus dedos.

—Ailim... —Lo miró al instante en que sintió la seriedad en su voz—. Quiero pedirte que te cases conmigo. —Su rostro era la viva imagen del desconcierto, algo que casi lo hizo perder el enfoque.

—Ya estamos casados —respondió ella con sencillez. Él puso los ojos en blanco, luego decían que no era romántico.

—Lo sé, tontita, pero quiero... en realidad deseo saber, ¿si quieres ser mi esposa? —Ailim presionó los ojos analizando sus palabras y seguramente no les halló sentido, pues se limitó a esbozar una confusa sonrisa. Iker se vio en la obligación de echarle algo de luz a toda la situación—. La primera vez no fue tu decisión y tal vez por eso las cosas resultaron tan... complicadas. Ninguno de los dos estaba listo para asumir ese rol, ninguno sabía en qué se estaba metiendo. —Le tomó una mano con delicadeza—. Por eso quiero pedirte correctamente que seas mi esposa, no por obligación o necesidad. Simplemente porque así lo deseas, porque quieres pasar el resto de tu vida a mi lado, porque me amas y porque yo te amo. —Hizo una breve pausa, como si eso le resultara evidente—. Así que, Ailim Breed, ¿me otorgarías el gran honor de pasar cada segundo de mi vida amándote? Dios sabe que me hechizaste desde esa misma noche en que apareciste en mi habitación, fuiste la respuesta a mis suplicas y no me di cuenta, no me di cuenta hasta ahora que sólo tú podrías salvarme, mi ángel.

Ailim se cubrió el rostro con ambas manos, sintiendo como las lágrimas y la alegría pugnaban por salir todas juntas. Pegando un brinco de la más pura dicha, se colgó de su cuello para devorarle la boca a besos. Iker soltó una leve risilla y tras corresponderle con metódica elegancia, la miró expectante aún esperando su respuesta.

—Sí... por supuesto que sí... —Él volvió a atraparla entre sus brazos, sin siquiera dejarla terminar su frase. Pero a ella poco le importaba eso, pues de un momento a otro se encontró tendida en la cama, siendo cortejada por un muy entusiasta prometido—. ¡Iker! —La liberó un segundo mostrándose impaciente, pero con los ojos chispeando de vivacidad.

—¿Qué ocurre? —Ella frunció el ceño y lo empujó un poco para que se incorporase.

—Nada de relaciones hasta la boda. —Su esposo chasqueó la lengua y posando una mano en su hombro, la tumbó nuevamente en la cama. Ailim sonrió contra su ávida boca, pero ya no intentó jugarle más bromas. Había pasado tanto tiempo, que hasta casi había olvidado lo dulces y adictivos que eran sus besos.

—Mi vida, arderemos en las llamas de la pasión o en las del infierno... no me importa, siempre y cuando estés allí para complacerme.

—Oh pero, mi buen lord, tan sólo soy una doncella. ¿Usted condenaría mi alma eterna por algo de placer? —instó juguetona. Iker soltó una carcajada apresándola por las muñecas y con tortuosa tranquilidad, comenzó a marcar húmedos caminos con sus labios, acariciando sus brazos, su clavícula... hasta perderse más allá del valle de sus senos. Ella ahogó un gemido, intentando inútilmente liberarse de su amarre.

—Señorita Breed, usted sola acaba de condenarse con esa respuesta. —Ambos rieron por su ocurrencia, mientras lentamente la ropa era expulsada de escena, mientras las palabras comenzaban a ser inútiles y a su vez eran reemplazadas por cadenciosos gemidos y risas poco disimuladas.

La comunicación de los amantes, esa que sólo ellos comprenden y que nunca, nunca confunde términos.

—Te amo...

—Creíble.

***

Sentado en el solárium, Gaby pintaba con tranquilidad en su cuaderno cuando repentinamente un sonido extraño lo sobresaltó. Apartó la atención de su dibujo, a tiempo de ver como Stephen pasaba corriendo en dirección del vestíbulo mascullando maldiciones.

—¡Estas condenadas puertas, ya están haciendo eso de nuevo! —Decía en tanto que de un bandazo cerraba la puerta principal.

Gaby sonrió para sus adentros y colocando el cuaderno sobre un cojín, se puso de pie dispuesto a corroborar que Sabri no se hubiese asustado por el ruido. Conforme avanzaba por los pasillos de la casa, encontraba cada puerta y ventana abierta de par en par. No les puso marcada atención y decidido se encaminó a la habitación color rosa del segundo piso. Al ingresar observó que una de las niñeras estaba con su hermanita, parecía estar como él corroborando que estuviese bien.

—¡Oh! Joven Gabriel, siempre se mueve como fantasma. —Él no respondió a la observación de la niñera y se limitó a sonreír de medio lado—. Es extraño lo que ocurrió con las puertas, ¿no?

—Sí —musitó, viéndola ir y venir por la habitación.

—Bien, creo que iré a ver el resto de la casa. ¿Le hace compañía a la niña?

Gaby asintió, haciéndose a un lado para darle paso a la mujer. Una vez que ella se hubo marchado, él se aproximó a la cuna para observar a la pequeña que le devolvió el escrutinio con firmeza. Era el bebé más extraño del mundo, pocas veces dormía y él podría jurar que la había visto sonreír. Aunque su mamá insistía, en que aún era demasiado pequeña para hacerlo.

—Sabri... ¿alguna vez te conté la historia de "El rico más pobre"? —Por supuesto que su hermana no respondió, pero sus ojitos azules se enfocaron en su persona poniéndole toda su atención—. Bueno, esta historia pasó en una pequeña aldea alejada de casi toda gran civilización... no recuerdo bien su nombre, pero lo averiguaré más tarde...

Lentamente Gaby fue relatando la historia a su hermana, hablándole de los exclusivos aldeanos, del señor Black y del extraño temor que todos le tenían, a pesar de no conocerlo. Le habló de los desertores y de la masacre, sin omitir detalles le contó del momento en que los forajidos exigieron a los aldeanos dinero y estos respondieron que el dinero sólo le pertenecía a un hombre.

—El señor Black era el prestamista de cada persona que allí residía, siempre que alguien tenía problemas de dinero acudían a él. Pero claro, nunca lo veían... pues ellos debían tratar con su joven asistente. Un muchacho bastante escuálido, con rasgos bellos pero poco interesantes. Hablaban con él porque sabían que era la única forma de conseguir sus préstamos, pero todos le tenían envidia... al fin y al cabo, sólo ese joven conocía al señor Black. —Sabri hizo un sonidito y él la observó con interés, parecía reír pero Gaby se convenció de que eso no era muy posible.

»Cuando los forajidos pidieron dinero a cambio de sus vidas, los aldeanos apuntaron todos al mismo tiempo hacia el castillo.

"Allí, el señor Black tiene dinero" decían uno a uno, sin preocuparse por lo que sus palabras pudiesen causar.

"El castillo tiene oro, tómenlo... pero perdónenos las vida" Y sin necesidad de oír más, los desertores de las tropas se dirigieron al castillo. Pero allí sólo encontraron soledad, había cosas bonitas y costosas, pero no había sirvientes o personas. Buscaron al señor Black en cada habitación, aun así nunca lo hallaron y cuando se disponían a dejar el lugar, molestos por su mala fortuna, encontraron a alguien. —Gaby hizo la pausa que Ailim le había enseñado, aunque sabía que Sabri no comprendería la razón.

—El joven asistente fue tomado prisionero y los forajidos lo pasearon por el pueblo, amenazando con cortarle la garganta si no le daban todo el dinero de los cofres. Pero nadie respondió por el muchacho, nadie abrió la boca... tal vez esperando que el señor Black en persona decidiera intervenir por su asistente o tal vez porque simplemente no les importaba. Sea lo que fuese, el joven tuvo que prometerles a los hombres, conseguirle tanto dinero como fuesen capaces de contar. Y ellos cegados por la avaricia, accedieron al pedido del muchacho. Ese mismo día de fiesta, se llevaron al joven del pueblo... esperando a que él lograra cumplir su promesa. —Sabri agitó las manitos, como pidiendo que continuara y esto lo animó a seguir con su relato—. Y lo hizo... le tomó varios años conseguir todo el dinero. —Moviendo un florín imaginario, emuló las batallas que el joven asistente tuvo que llevar a cabo en busca del botín. Le relató su lucha contra los piratas y la vez que casi se hunde en el mar. También le habló de aquella mujer que le robó algo más que dinero y de cada lugar que conoció junto a los forajidos.

—Cuando logró conseguirlo todo, el joven... que ya no era tan joven, regresó a su pueblo. Pero lo que se encontró lo dejó estupefacto, la belleza y la felicidad de las personas se había esfumado de un día para el otro. Los aldeanos estaban muriendo de hambre en las calles, las casas estaban derruidas y ya no se oía la risa de los niños jugando. Frunciendo el ceño se dirigió a la que alguna vez fue la plaza más bonita del mundo y que ahora, sólo era la sombra del más desértico paisaje. Lentamente los aldeanos comenzaron a juntarse, atraídos por el rostro extraño que se dignaba a pisar esos abandonados parajes.

"¿Quién es?" se preguntaban con entusiasmo, mientras observaban sus costosas y bien cuidadas ropas. Él les miró con pesar, lamentándose el no haber estado allí para evitar todo ese desastre.

"¡Es el asistente!" exclamó alguien a la distancia. "Oh ha regresado, para salvarnos" Y tras esa aseveración, cada integrante del pueblo comenzó a levar una suplica en su nombre. Intentaban tocarle las manos para pedirle por algún familiar, por sus tierras, por su ganado, por todo lo que antes le pedían. Él se liberó asqueado y los observó con una oscura malicia.

"Todo esto es su culpa" les dijo viendo a uno y a todos. "Pudieron seguir disfrutando de mis favores, pudieron seguir utilizando mi dinero..." Los aldeanos se miraron entre sí, sorprendidos por aquellas palabras. "Pero ninguno quiso salvarme cuando pedí ayuda, todos recurrían a mi siempre... pero no tuvieron reparos en condenarme" Sacudió la cabeza mientras una sonrisa surcaba sus labios. "Ustedes perdieron su amado pueblo y todo lo que querían por desleales, mandaron al exilio al único hombre que siempre había velado por sus necesidades. Ahora... ahora disfruten de lo que ustedes mismos crearon, los ruegos no sirven de nada cuando llegan a oídos sordos." Y diciendo eso último, el señor Black giró sobre sus talones para darles una última lección a sus aldeanos: lo que ves con los ojos no es a la persona completa, es sólo la parte que cada uno desea dejar a conocer. Y la bondad no forma parte de la personalidad de todos, por eso debes apreciarla cuando la encuentras, pero no depender de ella. Porque nunca se sabe cuándo llegará un bandido que te lo robe todo, incluso hasta la propia humildad de tu alma... —Gaby se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a la durmiente Sabri.

Ya le contaría otra vez la historia y en un futuro, se aseguraría de que su padre también estuviese presente para escucharla. Después de todo, no podía arriesgarse a que no conocieran sobre los problemas que surgían en la vida, cuando se teme dar a conocer el corazón.

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Ok, no sé si estarán o no conformes con este último capítulo. Cuando escribí esta historia, tenía cinco años menos de los que tengo ahora, obviamente la escribió una mente de Tammy distinta a la de hoy en día. Y me quise mantener fiel a lo que escribí entonces, espero en verdad que les haya gustado. Esta, al igual que Pide un deseo, fueron mis primeras incursiones en la escritura y estaba aprendiendo a soltarme xDD Un saludote y gracias a todos por darle una oportunidad ^^

Veo si mañana les dejo el epílogo. 

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