El Rico más pobre
Este capítulo sin duda es uno que me gustó escribir, ahora que lo tuve que releer para editarlo, me acordé de muchas cosas. Espero les guste ;)
Capítulo XI: El Rico más pobre
"Cuando tomas una vida, sólo piensas en la razón que te llevó a hacerlo. Jamás piensas en la acción, intentas por todos los medios desentenderte de aquel "otro". Porque eso es lo que es, otro. No un ser humano, no una víctima, ni siquiera tu enemigo... simplemente, alguien ajeno a ti. En el instante que dejas de considerarlo de esa forma, es cuando tomas consciencia de tu acto. Pero es demasiado tarde para lamentaciones.
Quitar una vida puede considerarse rápido, algo incluso sencillo; si lo tomas con la debida frialdad. Esa no es específicamente la parte complicada, no, las complicaciones aparecen cuando te detienes a ver lo que tú mismo causaste. Cuando entiendes que ese otro, nunca estuvo realmente solo, cuando lo miras y en él notas a ese padre, hijo, hermano o esposo. Entonces eres conocedor de las limitaciones de tu propia humanidad, porque no sólo tomaste un alma sino que en tu avaro proceso, aniquilaste muchas otras inocentes. A todas esas que resguardaban a tu enemigo, velando por su regreso. Esos que ahora te odian y ni siquiera pueden precisar tu nombre.
Pero aquí, aquí te aseguras de ganarte más de una maldición dirigida a tu persona y comienzas a formar parte de las pesadillas de desconocidos. Y estás en boca de ellos siendo injuriado, al punto de que sólo desean para ti un rápido viaje al infierno. No puedes culparlos y no quieres culparte a ti mismo, porque de hacerlo aceptarías que todo por lo que luchas, no es más que un método para causar dolor. Es imposible comprender que algo que tú no comenzaste, encuentra su realización en tus propias manos. Irónico, casi risible... pero si te niegas a seguir eres un traidor y si continúas te arriesgas a perder la razón.
Entonces a tu mente acude el recuerdo de ese primero, el mismo que buscaba callarte eternamente con el enviste de su espada, pero él ya no está para atormentarte. Ahora sólo representa una pequeña brecha entre tu racionalidad y tu salvajismo. Es un instante más para ti, pero es el recuerdo que siempre evocas al momento de tomar otra vida. Y cierras los ojos disculpándote con ellos y con tu propio ser, cierras los ojos para ya no ver, diciéndote una y otra vez que eso está bien. Pero los gritos de piedad, son difíciles de acallar y lo único en que piensas es que pronto terminará.
Del Conde Fantasma.
Desde El Campo de las Almas Perdidas."
***
Sus pies, como de costumbre, lo guiaron al único lugar donde él esperaría hallar algo de paz. El mayordomo de Rafe ni siquiera titubeó al verlo en el umbral de su puerta completamente desalineado, cubierto de sangre y suciedad. Se limitó a guiarlo a la antesala, como si no hubiese nada extraño o poco usual en su visita. Ese hombre merecía un aumento, pensó en su fuero interno cuando éste se marchó. Seguramente había ido a despertar a su señor, Iker no hizo mucho caso de eso y ante la soledad que lo rodeaba en ese lugar, se dejó caer en la acolchada suavidad del banquillo del piano. No quería causar estragos en la tapicería de Rafe, así que eso podría verse como un acto considerado por su parte.
Sonrió, mientras reposaba las manos en la brillosa superficie del instrumento, y al instante notó como su tacto dejaba pequeños caminos de sangre en la superficie blanca del instrumento. Bueno, quizás no era tan considerado después de todo. Se encogió de hombros, golpeando con la frente la tapa del piano en un intento por mantenerse despierto. Sentía un cansancio inhumano, algo extraño puesto que no era de esos que se dormían con facilidad. Pero repentinamente, el piano se le antojó demasiado cómodo y los ojos lentamente se le fueron cerrando presas del letargo. Seguramente no faltaba mucho para el amanecer, pensó sintiéndose mecer por el encanto del sueño.
—¿Pembroke? —La voz de Rafe lo catapultó fuera de su letanía interna y con un sobresalto irguió la espalda. ¡Qué indecoroso!, se estaba durmiendo sobre un piano. Soltó un leve bufido, para confirmarle a su amigo que se trataba de él y no de cualquier extraño que había optado por padecer en su sala. Los pasos de Rafe se confundieron con los de alguien más, seguramente el mayordomo, e Iker no hizo intento de levantar la cabeza de su cómoda posición—. ¡Mi buen Dios! ¿Qué demonios te ocurrió?—Para que Rafe utilizara el nombre de Dios en vano, él debía lucir bastante peor de lo que se sentía—. Voy a llamar al médico.
—¡No! —lo detuvo, antes de que se pusiera como una mamá pato a proteger a sus crías indefensas.
—¿Qué no? Pero si te estás desangrando encima de mi piano.
Iker bajó la vista al susodicho, había algo de sangre en él pero nada por lo que ponerse nervioso.
—Te compraré otro, condenación, no necesito un médico... sólo... —La frase se le perdió a media entonación, pues sorpresivamente olvidó cuál era el propósito de la misma.
—Iker, ¿qué fue lo que pasó? ¿Tan mal reaccionó Ailim? —Quiso soltar una carcajada frente a esa teoría, pero lo único que logró fue una sonrisa pobre.
—No digas idioteces, Seinfeld, tuve un pequeño contratiempo.
—Ajá. ¿Y tu contratiempo llevaba pistola o navaja?
Él sintió la penetrante mirada de su amigo sobre su persona, pero no tuvo deseos de devolvérsela. Así que se las ingenió para gruñir en lo que esperaba fuese una advertencia para su amigo. Simplemente detestaba que la gente intentara pasarse de lista en su presencia.
—Navaja, y aparentemente los bolsillos vacios, porque quería llenarlos con mi dinero.
—Demonios, Iker... si no te pavonearas por los callejones tan imprudentemente, esas cosas no te ocurrirían.
Iker bufó en voz baja, no estaba de humor para que lo reprendieran. Además, ¿qué tenía cinco años?
—Mira, Rafe, nunca tuve una madre así que no empieces a sermonearme como si fuese tu crío. —Su amigo chasqueó la lengua, optando por no responder a su provocación.
Sí, probablemente sus palabras no habían sido de lo más amables, sobre todo teniendo en cuenta que lo estaba dejando convalecer en su sala. Pero le importaba poco o nada herir sus sentimientos, no eran un grupo de señoras tomando el té durante su bordado, Rafe tenía que acoplarse mejor a su imagen de hombre o la gente pensaría raro de él.
—Ya, como sea, ¿quién soy yo para darte consejos? —Era el ser humano más predecible del mundo, eso era. Iker notó claramente el sarcasmo en su voz, pero se limitó a dejarlo correr.
—Sólo me cortó el brazo, nada por lo que preocuparse... —Esperaba de esa forma hondear la bandera blanca, no necesitaba tener a Rafe ofendido o se quedaría sin lugar para dormir.
—Déjame ver. —Iker extendió el brazo izquierdo fuera de su soporte y al instante sintió la incomodidad que esto produjo, por lo que reposó todo el peso de su cabeza en su otro brazo—. Le diré a Casimir que traiga agua para limpiarlo.
—No es necesario —respondió ausente, mientras volvía a ocultar su brazo.
—Bien, sé necio y muere desangrado, ni esperes que te de un entierro digno... tu maldito culo flotará en el Támesis. —Él dudaba mucho que fuese a morir por ese corte, pero la idea de flotar de culo casi lo hace reír.
—No puedo quedarme... —dijo mientras se obligaba a incorporarse, tendría que haber ido directamente a su casa pero por muy estúpido que sonase, él no sentía ese lugar como propio—. Aún tengo que informarle a Ivanush de la condición que puso Reginal.
—¿No se lo dijiste? —instó Rafe, claramente sorprendido.
—Bueno, estaba un poco ocupado tratando de no morir en la niebla... no creo que un día haga la diferencia. —Se sacudió las manos, notándolas ligeramente entumecidas. No lo habían golpeado tanto, Dios sabía que el ladrón se había llevado la peor parte, entonces ¿por qué se sentía tan débil?
—Puede que tengas razón, pero aun así debes decírselo. Estoy seguro que tu mujer no tomará bien la noticia. —Sí, él también estaba seguro de ello, por eso retrasaba el asunto quizás.
No tenía deseos de ser el causante de otro momento doloroso, pero debía hacerlo o su abuelo le quitaría su protección. El acuerdo al que llegaron era claro y habían dejado de garantía la palabra de su abuelo, a Iker le daba lo mismo si el viejo quedaba como un patán mentiroso. Pero por el momento no le convenía, luego de que el peligro hubiese pasado, él mismo se encargaría de injuriar a Richard. Esa era una asignatura que tenía pendiente.
—Si... —suspiró cansinamente—. Mejor me voy.
—Llévate mi carruaje, no creo que debas caminar así. —Sin importar lo que le dijera, a pesar de que Iker se burlara de él luego, Rafe seguía preocupándose por su persona. Era, debía admitirlo, un lindo detalle. Aunque en cierta forma lo incomodaba, no estaba acostumbrado a que alguien le mostrar afecto. Incluso si éste venía representado en una mera acción, como enviarlo a su casa en un carruaje para asegurarse de que llegara en una pieza.
—Rafe... —El aludido alzó las cejas expectante, seguramente esperando una negativa o una observación burlona por su parte. Pero cuando Iker intentó soltar su normal discursillo, las palabras no acudieron a su boca, en contrapartida terminó murmurando un dudoso—: Gracias. —Su amigo sonrió complacido, quizás era la primera vez que obtenía una palabra amable de él. Iker comenzó a pensar que los golpes le habían afectado más de lo que creía.
—Esto parece ser grave, ¿seguro que no quieres que llame al médico o... a un exorcista?
Iker frunció el ceño molesto, esto se ganaba por intentar actuar como un ser humano normal.
—Vete al infierno —espetó, arrastrando su magullado cuerpo hacia la salida—. Apropósito, ¿sigue en pie tu oferta?
—Sí, yo me encargo de que tu cuñada llegue a destino.
Asintió en conformidad, feliz de haberse quitado esa responsabilidad de encima.
—Au revoir mon ami.
***
—El Conde Fantasma...—susurró Ailim, mientras depositaba el ejemplar sobre el escritorio.
Luego de leer el artículo no pudo evitar sentir un escozor de empatía por el escritor, sus palabras transmitían tanto pesar. Era la primera vez que leía un artículo del Fantasma, en el que éste no se mostraba irónico y crítico. Pues sus escritos siempre tendían a señalar las indiscreciones de los estratos mejor acomodados y ella, al igual que muchas otras personas, se divertía leyendo sus jocosas observaciones. Pero ese no era igual y aunque en la común prosa se podía detectar su particular modo de redactar, ella no comprendía a qué apuntaba con el lugar de envío. La firma del Fantasma, siempre iba acompañada por una chistosa referencia a la ciudad de Londres. Entonces el lector podía adivinar el lugar que estaba criticando, por ejemplo cuando hablaba de un prostíbulo la firma sentenciaba: Desde El Callejón de los Gemidos, si hablaba del rey entonces aparecía: Desde El Regazo de Dios. Pero ella no sabía a qué debía atribuir esta. ¿Dónde sería el campo de las almas perdidas? Se sentía un poco estúpida, era la primera vez que no lograba comprenderlo por completo.
Suspiró desanimada y lo dejó correr, luego de que Iker desapareciera ella había estado dando vueltas por la casa como un espectro. Incluso había aprovechado su falta de sueño para poner en orden la biblioteca, allí fue donde los encontró. Una cantidad inigualable de artículos del Fantasma, muchos que ella no había visto en ninguna parte. Ya de por sí era difícil hacerse de sus escritos, pues ni bien eran publicados, los hombres del rey se encargaban de hacerlos desaparecer. El Fantasma le daba mala fama a la corona e incluso al clero, era comprensible que estos no quisieran que se ventilaran sus vergüenzas. Por eso la había sorprendido sobremanera, descubrir que Iker seguía a ese peculiar escritor. Después de todo hasta donde ella sabía, su esposo era fiel amigo del rey. Se preguntaba qué pensaría Jorge si descubriese que su confiable conde, escondía una enorme e invaluable colección del crítico más acérrimo del país. Era curioso, debía admitirlo. Aunque Iker parecía ser un hombre apegado a las reglas, tenía una pequeña vena de revolucionario.
El ruido de los cascos de unos caballos en el exterior, la sobresaltó. En esa casa no entraban caballos, al menos que alguien los visitara, cosa que no ocurría desde que ella había llegado allí. Curiosa por la expectativa de ver quién se acercaba, no reparó en el hecho de que las personas normales no hacían visitas a las cinco y media de la mañana. Estaba alcanzando la puerta de entrada, cuando ésta se abrió sorpresivamente. Ailim dio un brinco hacia atrás y al ver de quien se trataba soltó, literalmente, un chillido de horror.
—¡¿Porque gritas?! —exclamó él quizás tan sobresaltado como ella.
Ailim se recuperó de la primera impresión que le causó oírlo alzar la voz, para luego simplemente quedarse pasmada observándolo.
—¡Iker! ¿Qué demonios te ocurrió? —espetó recuperando el don del habla, él estaba goteando —pues no había otra forma de describirlo— de sus manos y de su rostro. Ailim se cubrió la boca para no volver a chillar, sabiendo que eso de nada serviría pues claramente Iker necesitaba atención médica—. Voy a llamar a un médico —anunció poniéndose en movimiento.
—No, ningún médico. —Ella se volvió un segundo para descubrir que él la estaba siguiendo, lo ignoró. Un hombre desangrándose no era fuente de confianza después de todo y este lo era incluso menos—. ¡Ailim vuelve aquí! —Pero ella ya había alcanzado las escaleras, decidida a despertar a Stephen y enviarlo a buscar ayuda. Ella simplemente no podía manejar el dolor físico de las personas, aunque esta persona en particular mereciera sufrir mucho dolor—. Te he dicho que te detengas.
El corazón le subió hasta la garganta, cuando Iker aprovechando su ensimismamiento, logró darle alcance. En ese instante la sostenía con su mano ensangrentada fuertemente, impidiéndole seguir su camino.
—Suéltame, necesitas ayuda. —Él puso los ojos en blanco, antes de jalarla escaleras abajo. Ailim notó la profunda herida que se extendía casi por completo en su antebrazo izquierdo y quiso golpearlo por ser tan testarudo—. ¡Iker por Dios! —Pero la única respuesta que obtuvo por su preocupación, fue una sonrisa burlona. Bien, oficialmente él era un estúpido—. ¡Correcto, libérame y vete a morir solo idiota!
—Ailim... shh... —Se detuvo abruptamente, para luego reposar su dedo índice sobre sus labios. Ailim tuvo que esforzarse por no suspirar contra su tacto. Pero cuando una vez más fue consiente de sus pensamientos quiso patearse, ella era tan idiota como él—. Estoy bien...
—No, no lo estás... estás sangrando.
Iker bajó la vista como si por primera vez reparara en su apariencia, ella presionó las manos en puños para no comenzar a sacudirlo y hacerlo entrar en razón. ¿Cómo le metía algo de sentido a su cabeza dura?
—Sí... —corroboró vagamente, entonces simplemente volvió a jalarla en dirección al estudio.
Ailim no lo comprendía, ¿acaso no sentía dolor? ¿Acaso no sentía nada de nada? Iker se pasó una mano por el rostro, ensuciándoselo incluso más que antes y ella pasó saliva con dificultad. No debía sentirse tan apenada al verlo lastimado, pero lo hacía. ¿Qué rayos ocurría con ella? ¿Por qué preocuparse por alguien que no quería su atención?
Suspiró apartando esos pensamientos y lo observó al detalle por un largo segundo. Ella no sabía mucho de heridas, pero estaba segura que la perdida de sangre lo estaba debilitando y quizá confundiendo. En cuanto él abrió la puerta del estudio, se quedó de pie mirando el lugar como si súbitamente hubiese olvidado porqué estaba allí. Esa acción fue como la confirmación de su anterior teoría, Iker estaba desorientado.
—¿Iker? —preguntó situándose delante de él.
La mirada de su esposo parecía distante y sus ojos estaban enrojecidos por el cansancio, ella extendió una mano hacia su rostro para obligarlo a mirarla. Pero entonces, él presionó la mejilla contra su palma agarrándola completamente desprevenida, era la primera vez que lo veía tan sumiso.
—Necesitas atención. —Esas palabras parecieron traerlo de regreso, pues se apartó tan repentinamente que Ailim sintió la ausencia de su calor en todo el cuerpo. Lo observó avanzar por el lugar a trompicones, pero resistió aquella presión en el pecho que la instaba a correr en su ayuda.
—Ahh... —gimió, a tiempo que se dejaba caer en un sofá.
Entonces instintivamente relajó la cabeza, echándola hacia atrás y fue cuando ella notó otra profunda herida en su garganta. Fue hasta donde él estaba con los pies en voladas y haciendo caso omiso de sus protestas, rompió la parte baja de sus enaguas para usarlas como vendas. La sangre que brotaba de aquella herida, era la que manchaba por completo su pecho y ella supo que su improvisado paño no serviría para detener la hemorragia.
—Dios, Iker, esto no luce bien. —Él la tomó por las muñecas, justo cuando Ailim intentaba incorporarse e ir en busca de Stephen—. Déjame llamar a un médico —rogó, atrapando su mirada perdida por unos segundos.
—No... —balbuceó portándose como el estúpido, necio, incompetente, presuntuoso y obtuso que era—. Trae el atizador.
Oficialmente ella estaba confundida.
—¿El atizador?
—Sí, en la chimenea... ¿sabes lo qué es no? —Si no estuviese tan mal herido, ella lo habría pateado fuerte y sin miramientos.
—Por supuesto que sé, pero ¿para qué quieres el atizador? —El descarado tuvo la picardía de sonreírle.
—Solo tráelo. —Frunció el ceño no muy convencida, pero se dijo que si luego de tener el atizador él la dejaba llamar al médico, pues le daría su bendito atizador. Lo tomó con las manos en pinzas, pues la punta estaba al rojo vivo tras haber pasado toda la noche sobre el fuego encendido del estudio.
—Aquí tienes —dijo dubitativa. Él se incorporó pero en ningún momento hizo ademan por tomarlo, solo extendió el brazo en su dirección y aguardó—. ¿Qué...? — Y entonces ella lo supo—. ¡Oh, no! No, no, no, no... tú estás demente.
—Ailim si no lo haces tú, lo haré yo... y no estoy muy coherente, puede que termine quemándome todo el brazo antes de dar con la herida.
¿Acaso había oído bien? ¿Él quería que lo quemara con el atizador?
—¡No! ¡No voy a quemarte, necesitas un médico!
—No necesito un condenado médico, necesito cauterizar la herida así se detendrá el sangrado. —Ella sacudió la cabeza en una vehemente negación, no le importaba lo que le dijera no iba a aceptar. Iker suspiró cansinamente, acercándose a ella a paso sopesado, la miró fijamente y Ailim no pudo más que devolverle el escrutinio. Entonces él alzó una mano para acariciar su mejilla con cautela, y con premeditada lentitud, acercó sus labios hasta que estos oscilaron tentativamente sobre su oído.
—Confía en mi, amor. Sé de lo que estoy hablando.
Por un minuto completo, ella fue incapaz de respirar o siquiera pensar. Pero tras oír la demandante voz de su razón, se obligó a poner a su estúpido corazón en cause. Y se dijo una y otra vez que una palabra como esa, para Iker carecía del significado que ella le atribuía. Si tenía el descaro de burlarse de ella de ese modo, pues entonces sí iba a quemarlo y quizás fallaría accidentalmente en el primer intento.
***
—Recuéstate —le dijo, mientras lo empujaba de nuevo hacia el mullido colchón.
Luego de quemarlo con el atizador, lo había obligado a meterse en la cama a fuerza de voluntad. Pero él seguía diciéndole que no necesitaba dormir, que estaba bien y que ni le dolía. Ailim debía admitir que Iker tenía una gran resistencia al dolor, pues cuando ella cauterizó las heridas él se limitó a soltar improperios por lo bajo, pero ni un solo grito de dolor. Estaba claro para ella que él tenía experiencia en lo que la hizo hacer, pues siempre se encargó de apuntarle detalladamente el procedimiento. Ailim aún pensaba en la carne de su esposo magullándose bajo el metal ardiendo y se estremecía por completo, no comprendía y no quería comprender la razón que la llevó a seguirlo en esa locura.
—Debes quitarte esa camisa, está toda sucia de sangre. —Él asintió, pero no parecía realmente estar atendiendo a sus palabras—. ¿Iker?
En ese momento había cerrado los ojos, quizás durmiéndose finalmente. Lo observó allí completamente relajado, sucio pero indiscutiblemente apuesto. ¿Cómo era eso posible?
—Quítamela tú...—murmuró en voz queda, tras lo que parecieron ser horas de silencio.
Ella soltó una risilla nerviosa y al ver que no agregaba nada más, optó por seguir su orden. Después de todo era su esposo y estaba dormido o quizás muerto, eso debería verificarlo más tarde porque repentinamente no se movía. No había nada de malo en ayudarlo a desvestirse, claramente Iker no podía hacerlo por si mismo y dejarlo yacer con toda esa ropa sucia sería muy descortés por su parte.
Comenzó a tirar de la tela para poder desprenderla de las calzas, intentando no pensar en la sangre que estaba tocando, porque entonces no sólo se sentiría avergonzada por lo que estaba haciendo sino que también sentiría nauseas. Y no precisamente por tener que admirar su torso desnudo —que ahora estaba justamente descubriéndose ante su anonadado rostro—; alzó la vista una milésima de segundo. Todo libre, él seguía durmiendo.
Continuó subiendo la camisa y el pecho de Iker se ensanchó con un profundo suspiro al sentir la brisa que se colaba por la ventana, su piel blanca se estremeció como si ella acabara de acariciarlo con el roce de la prenda. Ailim sonrió, estaba convirtiendo ese acto en un disfrute personal, porque no iba a mentirse, Iker valía la pena ser visto. ¿Y ser tocado? No, ella no se atrevería. Bueno, ¿cuándo tendría otra oportunidad como esa?
Le deslizó la camisa fuera del cuerpo y embebió un paño en el agua de la jofaina para el aseo que tenía su esposo en el cuarto. Lentamente comenzó a remover la sangre seca que se colaba entre las líneas de sus pectorales, no era algo malo ella simplemente estaba siendo amable se repitió para sus adentros. Su mano fue moviéndose en círculos en una caricia ininterrumpida a través de su pecho, su vientre y sus bíceps. Las marcas de sangre se iban borrando conforme ella lo aseaba, pero a su paso descubría otras viejas marcas que sólo lograron captar más su atención.
El abdomen de Iker evidenciaba una vieja herida que resaltaba notoriamente, sobre su piel blanquecina. También tenía pequeños cortes en el pecho y una marca en forma de cruz justo encima de su corazón. No pudo evitar preguntarse quién le habría hecho algo así. Olvidándose de lo que hacía por un momento, se tomó el atrevimiento de rozar con la punta de sus dedos aquella cicatriz tan peculiar. Delineó una y otra vez el relieve que formaba la cruz, no sabía si le gustaba esa marca o la odiaba, pues estaba casi segura que Iker no se habría auto infringido esa herida. Pero entonces en medio de su debacle mental, él reaccionó. Ailim respingó al sentir su mano cerrándose alrededor de su muñeca y jaló hacia atrás en vago intento de liberarse. Lo miró, confusa, y él se limitó enarcar una ceja como preguntándole mudamente: ¿qué estaba haciendo? Ella se encogió de hombros, intentando liberarse de su amarre nuevamente, pero Iker no era hombre fácil de persuadir.
—Te limpiaba la sangre... —musitó, esperando que él ignorara sus pocos convencionales métodos de limpieza.
Iker asintió, liberándola finalmente y antes de que pudiera procesarlo, él volvió a guiar su mano hacia su corazón a ese punto que ella antes tocaba. Tímidamente dejó reposando su palma sobre la cruz y al alzar la vista nuevamente en su dirección, él volvía a estar "dormido". Pero ella ya no se fiaba de su esposo, por extraño que sonase, Ailim comenzó a sospechar que él había estado despierto durante todo el proceso de aseo.
—En dos días tu hermana tendrá que marcharse. —Ella abrió los ojos sorprendida por esa repentina confesión.
—¿Qué? ¿Por qué? —exclamó contrariada.
—Es la condición de Reginal, Ivanush no puede quedarse en Londres de lo contrario volverán a apresarla. —El silencio precedió aquellas palabras, Ailim ensimismada dejó ir un suspiro de derrota.
¿Realmente creía que las cosas serían tan fáciles? ¿Qué su hermana intentaría matar a alguien y ésta quedaría totalmente impune? Sabía que Ivanush tendría alguna especie de castigo, pero nunca esperó que ese castigo se extendiese a ella misma. Pues sin su hermana a su lado, eso significaba sin Ari también y... ¿eso con qué la dejaba a ella? Bajó su vista tentativamente; sí, eso la dejaba con un hombre que no la quería y que aunque ella intentara negarlo, despertaba en su interior unas ansias de deseo indecoroso que nunca esperó sentir. Iker volvió a respirar profundamente y los movimientos de su pecho la alertaron, aún seguía tocándolo, tocándolo como si él no estuviese semidesnudo junto a ella.
Apartó la mano, renuente a permanecer un minuto más en esa habitación. Ya había hecho todo lo que pudo por ayudarle, su recuperación dependía completamente de su entereza física. Aunque... se detuvo un segundo en un pensamiento y volvió su atención al medio durmiente Iker. Nunca antes había tratado una herida por sí sola, pero su abuela muchas veces la había hecho poner sus manos sobre incontables hombre lastimados, que luego juraban sentirse mejor tras su toque. ¿Podría hacerlo? ¿O necesitaría de la instrucción de su abuela para lograr despertar ese poder? Se removió ligeramente incómoda y tras cargar sus pulmones con un profundo suspiro, colocó su mano derecha sobre el corte cauterizado del brazo de su esposo y la otra debajo de su cuello. Cerró los ojos y aguardó, concentrándose como le habían enseñado. Sólo debía ver la herida curada, debía verla en su mente y debía quererlo en su corazón. «Deséalo» Le decía su abuela, y ella intentó desearlo en verdad. Iker suspiró de modo audible, perdiendo algo de la rigidez de sus músculos y ella miró sus heridas críticamente. Se veían igual, pero con suerte habría ayudado a que el dolor fuese más soportable y su tiempo de recuperación acotado.
—Descansa... —murmuró vacilante, antes de ponerse de pie.
Tenía ciento de cosas que decirle, pero comprendió que sería inútil intentar hablar con él estando en esas condiciones. Ambos necesitaban un tiempo fuera para repensar todo lo que estaba ocurriéndoles. Por puro instinto se detuvo para verificar que no le estuviese subiendo fiebre, estaba frío pero su respiración se sentía algo demasiado controlada. No dormía.
—No te vayas. —Y esas palabras se lo confirmaron.
Qué hombre estúpido, todo el mundo sabe que cuando se está herido o enfermo, la mejor cura es un buen descanso. Ella estaba planeando seriamente atarlo a los postes de la cama, tarde o temprano se tendría que agotar y dormirse.
—Tienes que dormir.
—No ha amanecido. —Miró por la ventana, efectivamente aún no aparecía el sol. Pero ella no vio eso como un impedimento, a decir verdad era más cómodo dormir mientras el sol permaneciese oculto.
—Echaré las cortinas para que no te dé el sol, ahora duerme. —Fue hasta la ventana para llevar acabo dicha acción. Al instante sintió detrás de ella movimiento y al voltearse vio que Iker se había sentado en la cama. Un segundo, un segundo se había alejado y él ya estaba desobedeciéndola—. ¡Acuéstate!—Llegó a su lado y le plantó las manos en los hombros, tratando inútilmente de vencer su fuerza. Ailim tuvo el plan de ir en busca del atizador, quizás era la única forma de convencerlo de dejarse atender.
—No puedo dormir, no aquí y no antes de que amanezca. —Había hablado tan seriamente que ella por un segundo pensó en pintar un sol enorme en su cuarto, sólo para convencerlo de que se durmiera. ¿Qué ilógico ser humano no dormía si no amanecía?
—¿Me hablas en serio? —Tuvo que preguntarlo, porque Iker tenía esa estúpida manía de hacer bromas con asuntos que simplemente, nadie encontraría graciosos.
Él asintió reposando la cabeza en el respaldo de madera, ella frunció los labios al ver nuevamente la herida de su cuello y apartó la mirada. Nunca debió quemarlo, ¿en qué rayos estaba pensando? La marca estaba roja, casi en carne viva, pero ya no sangraba y con suerte estaría mucho mejor en la mañana. Iba a concederle eso al menos, Iker tenía razón al decir que el sangrado cesaría una vez que fuese cauterizado con el calor de las brazas. Aun así, seguía pensando que todo ese asunto había sido un completo disparate. Sacudió la cabeza, era momento de hacerlo dormir.
—¿Y cómo te duermes? ¿Quieres que te cante una nana? —Él sonrió, pero respondió encogiéndose de hombros—. Bien, el canto no es una de mis mejores habilidades, pero puedo contarte una historia.
—Eso me parece bien. —Ailim asintió más animada y empujándolo un poquito con sus caderas, se hizo de un lugar en su cama.
Pensó por largo rato una historia que lo cansara o que simplemente lo mantuviera entretenido hasta el amanecer. Por supuesto, evitando preguntarse ¿por qué diantres no se dormía antes de que éste hiciera su aparición en el horizonte?
—De acuerdo, ¿has oído la historia de "El Rico más Pobre"? —Él sacudió la cabeza negando, y a Ailim no se le pasó por alto la tenue sonrisa que surcaba sus labios—. Bueno, esta historia pasó en una pequeña aldea alejada de casi toda gran civilización. —Cerró los ojos un segundo, tratando de recordar los detalles que siempre hacían de la historia algo mucho más entretenido—. Allí las personas eran muy felices y amables los unos con los otros. Todo el pueblo trabajaba en conjunto en las épocas de labrado y sembrado, así como también en la defensa de sus propiedades.
—¿Era Wrington?
Ailim frunció el ceño al mirarlo, pues todas las veces que ella había escuchado esa historia o relatado a alguien más, nunca había oído esa pregunta y tampoco nunca se le ocurrió plantearla. A decir verdad era lógico querer conocer el nombre de la aldea, pero ella no tenía idea de cuál era.
—No lo sé, ¿por qué crees que sería Wrington?
—Estaban preocupados por la defensa de sus propiedades, en ese lugar nació la persona que puso en la cabeza de todos; que la acumulación de bienes es algo más importante que el honor. —Ella asintió por mero decoro, pues no había captado muy bien a dónde quería llegar.
—De acuerdo... —alargó la palabra tratando de recobrar el hilo de su historia—. Digamos entonces que la aldea era Wrington. —Iker la miró expectante, entonces ella comprendió que quería que continuase—. Como sea, la gente sabía que debían apoyarse los unos a los otros. Nunca dejaban que los extranjeros, arruinaran la paz que reinaba en su apartado pedacito de paraíso. Sus uniones eran entre las mismas familias que supieron sentar las bases de ese poblado y así ellos funcionaban a la perfección. Asegurándose de que ningún sangre sucia, rompiera sus linajes.
—Pero si no aceptaban extranjeros, ¿cómo seguían reproduciéndose? Tarde o temprano hallarían concordancia de sangre en las uniones, pues no podrían subsistir al menos que se relacionaran entre familia. —Ailim se limitó a mirarlo con la boca abierta. ¿Qué clase de retorcida mente pensaba eso de un cuento de hadas?
—Bueno quizás dejaban entrar un extranjero cada año, de modo que pudieran continuar con su reproducción. —Le envió una significativa mirada, para ver si eso lo dejaba callado.
—Entonces no eran tan puros... —masculló con tono arrogante, haciendo caso omiso de su advertencia.
—De acuerdo, ¿quieres contar tú la historia? —lo increpó, cansada de sus interrupciones sin sentido. Iker alzó ambas manos en gesto de paz, otorgándole una vez más la palabra. Ella soltó un sonoro suspiro y se dispuso a continuar muy a su pesar—. Como iba diciendo, ellos vivían apartados del resto del mundo. Pero como en todo hermoso lugar, siempre hay algo o en este caso "alguien" que representa el mal, el dolor y la tragedia. Esta persona era el terrateniente más acaudalado de toda la aldea, su castillo se podía ver desde cualquier parte del pueblo, pues era enorme... con grandes torres como poderosos centinelas y una fosa en la que algunos decían, su dueño echaba a todo el que osara contradecirlo. —Tomó una inspiración corta—. Pero a pesar de que cada hombre, mujer y niño, tenía un temor enorme al hombre del castillo... nadie sabía cómo era.
Iker enarcó una ceja, ella comenzó a pensar que él estaba resistiendo las ganas de interrumpirla con vehemente tenacidad.
—El señor Black... —continuó, tras una premeditada pausa—. Así era su nombre. Jamás salía de su casa y por las habladurías en el pueblo, se creía que era un hombre deforme, horrible, el cual causaría una muerte segura sólo con mirarlo a los ojos.
—Eso es ridículo. —Por supuesto él ya no lo resistió más y tuvo que intervenir. Ailim rodó los ojos, antes de atender a su protesta con una displicente sonrisa en sus labios—. Digo... nadie puede morir tan sólo porque alguien feo lo mire. Ese pueblo era una parva de idiotas, ¿cómo lograron sobrevivir más de dos generaciones?
—Iker es un cuento y no eran idiotas, sólo creían en la magia. —Él bufó algo ininteligible, haciéndole un brusco ademan con la mano para que siguiera. Ella estaba comenzando a dudar seriamente si seguir o no, pero se dijo que podía darle una última oportunidad. Después de todo era un cuento para niños y un adulto siempre le encontraría detalles poco coherentes—. Bueno, llegado un día de fiesta en el que todos salían a las calles para celebrar un nuevo año desde que se había fundado el lugar, algo terrible ocurrió...
—¿El señor Black les envió una asesina mirada? —Ailim tuvo ganas de asesinarlo a él en ese instante y no precisamente con su mirada.
—¡Si no quieres saber cómo sigue sólo dímelo y ya! —exclamó exasperada, en tanto que se disponía a largarse de allí.
—Venga, vamos no seas tan sensible... —Él atrapó una de sus manos para volverla a anclar a su lado—. Sí, quiero saber qué fue esa terrible cosa que ocurrió a esos pobres y felices aldeanos.
Lo miró de soslayo por un segundo, encontrándose con sus ojos verdes fijos en su rostro. Ailim tuvo que admitir que a pesar de la burla, él parecía honestamente interesado. Asintió resignada e intentó retirar la mano de su agarre, pero él no se dio por aludido o simplemente no le importó mantener ese contacto.
—Como te había dicho, ese día de fiesta en las calles el pueblo estaba todo reunido. Sus cánticos de alegría, habían alertado de su presencia a un grupo de forajidos que habían desertado de sus tropas. Al ver que el pueblo estaba desprotegido...
Iker alzó una mano pidiéndole la palabra y ella se mordió el labio inferior con fuerza, para luego mirarlo y hacerle saber que lo escuchaba.
—¿Fueron tan despistados como para dejar que incluso los guardias fuesen al festejo? —Ella asintió, pues en el relato el pueblo entero festejaba y eso incluía a los guardias que cuidaban los lindes—. Y luego dices que no son idiotas...
Ailim chasqueó la lengua, logrando que él le enviara una pícara sonrisa en disculpa.
—Como sea... —espetó, perdiendo lentamente la paciencia y comenzando a planear la mejor forma de amordazarlo con su ropa de cama—. Los forajidos entraron al pueblo e iniciaron una sangrienta masacre...
—Ya me gustaría ver una masacre sin sangre. —Ailim soltó un bufido y arremetió un golpe contra el colchón.
—¡Eso es todo ya no te contaré nada! —Se puso de pie recogiéndose el bajo de su falda para no tropezar y se encaminó hacia la salida, resuelta. Era estúpido tratar de hacerlo comprender un cuento de hadas, ¿en qué demonios pensaba al ofrecerse voluntariamente?
—¡Ailim! Ailim, aguarda...—Incluso podía oír la nota divertida en su timbre, la usual forma que él adquiría cuando quería burlarse de su persona.
Tomó la puerta decidida a abandonar ese lugar dando un fuerte bandazo, pero cuando jaló del pomo, ésta no cedió.
—¿Qué...? —murmuró confundida, buscando la llave y girándola sin conseguir resultados. Entonces sintió como alguien le soplaba suavemente la nuca y al volverse, notó que Iker estaba deteniendo la puerta con su mano justo por encima de su cabeza—. ¿Quieres dejarme salir?
Él negó sonriendo frente a su frustración.
—Iker vete a la cama y descansa, estoy segura que amanecerá pronto. —Se cruzó de brazos para demostrarle que no estaba de broma, pero lo único que consiguió fue que él utilizara aquello para arrastrarla de nuevo junto a la cama—. ¡Suéltame! —pidió, al momento que la dejó caer en la parte izquierda del colchón. Ailim se incorporó casi instantáneamente y lo fulminó con la mirada.
—No quiero que te vayas —le dijo él, metiéndose por el otro lado del lecho. Ella aún permanecía sentada de brazos cruzados, lo cual parecía divertirlo incluso más.
Iker lentamente fue reptando por el edredón hasta llegar a su lado, ella lo ignoró categóricamente cuando apoyó la cabeza sobre su regazo para observarla con los ojos brillantes. Uno pensaría que él tenía ensayada esa mirada de niño desolado y por un segundo ella casi le sonríe en respuesta, pero se obligó a volver el rostro hacia la ventana para mantener su postura imperturbable. Iker buscó posicionarse mejor sobre sus piernas, mientras su cabello negro golpeaba casualmente una de sus manos. En realidad él la estaba cabeceando para que le hiciera caso.
—¿No vas a seguir con tu historia? —Ella no respondió—. Bien, entonces te oiré cantar si eso es lo que deseas.
—Lo que deseo es irme a mi habitación —masculló cortante, mientras intentaba deslizarse fuera de la cama.
Iker descubrió sus intenciones y presionó aún con mayor vehemencia su cabeza contra sus muslos. Ailim respingó sin poder evitarlo, el calor de su cuerpo se le estaba haciendo demasiado familiar demasiado rápido. Y su mano le comenzaba a picar, presa de la tentación de hundir sus dedos en su suave cabellera.
—Esta es tu habitación —aseveró con firmeza, ella finalmente se dignó a mirarlo directamente.
—Esta no es mi habitación, es tuya...
—Sí, pero yo soy tu esposo así que esta es tu habitación también.
Oficialmente Ailim se alarmó, mientras sentía como la tranquilidad de segundos antes huía despavorida de su cuerpo. Ella no pensaba compartir la cama o el cuarto con él, pensaba que eso ya había quedado claro durante su conversación. Una pequeña risa la sacó abruptamente de sus cavilaciones.
—Deberías ver tu rostro... te pusiste tan pálida como un muerto. Descuida, ma chérie, tras aquella puerta... —Ella siguió la dirección de su mirada, notando una tercer puerta que Ailim sabía no conducía al cuarto de baño—. Se encuentran las habitaciones de la condesa. —Sin saber qué decir, se limitó a mirarlo anonadada—. Tu nueva habitación... —le susurró él, en tanto que la tomaba de la mano para guiarla hasta su cabello.
Sin darse cuenta, comenzó a peinarlo con los dedos en rítmicos y lentos movimientos. Iker cerró los ojos aún con la cabeza relajada sobre su regazo y por lo que resto de ese día (o noche), no hubo heridas, historias o más palabras. Con él de esa forma, ella se encargó de atesorar aquel insignificante momento en su alma. Pues sabía que esa pequeña calma, antecedería una nueva tempestad.
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Espero que les haya gustado, esta fue la primera vez que leemos algo del Fantasma, pero es algo que pertenece a su época de hombre de guerra. Y nada... eso, saludos ^^
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