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Cosa de Hombres (Parte II)

Estoy muy de corrida, pero ya hace rato sé que les estoy debiendo capítulo. Y me disculpo pero con todo he tenido una semana algo ajustada y ahora estoy de salida. Así que les dejo el cap. espero no tenerlos esperando mucho con el siguiente. Saludos y gracias por pasar. Lamento pero no voy a poder responderles los comentarios esta vez. Besotes!!


Capítulo XIII: Cosa de Hombres (Parte II)

—Sólo explícame una cosa, ¿cómo se te ocurre burlarte de esa forma de un niño? —Iker rodó los ojos y siguió caminando ajeno a las palabras que le dirigía su esposa. Llevaba las últimas cinco cuadras reprendiéndolo por su manera poco apropiada de sobrellevar el incidente entre Chico y Ari. Aún no comprendía por qué se lo había contado. Ah sí, claro, porque ella no se explicaba con qué razón Chico se desapareció sin informárselo previamente—. ¿Es que acaso no te das cuenta de lo que significas para él?

¿Qué podría significar él para un crío? Iker era su benefactor, le había permitido entrar en su casa porque sabía que el niño no ocuparía más que un espacio ínfimo. Nada más se requería de él, el muchacho no podía exigirle más que eso. Aparentemente en algún momento alguien había confundido sus roles, pues Ailim creía que él debía actuar como su padre y no como su simple casero.

—¿De qué diablos estás hablando? Yo no soy su niñera, él es libre de hacer lo que se le venga en gana y si no le gusta como lo trato, pues que se mande a mudar. A mí me da igual.

Ella se detuvo abruptamente y él se vio en la obligación de aminorar la marcha para mirarla. No le gustó mucho la expresión que le obsequió.

—Sabes, tenía claro que eras un idiota pero hasta los idiotas tienen algo de consideración. Es un muchacho, Iker, él te admira, eres el primer adulto que se interesó por darle algo de atención. ¿Por qué te empecinas en no verlo? —Iker soltó un bufido, pasando de responder. Ella no tenía derecho a echar a perder la relación de camaradería que tenía con Chico. Ellos se comprendían bien, nunca hablaban de idioteces sentimentalistas que sólo atañían a las mujeres—. ¿Realmente no te interesa lo que le pueda pasar estando allí solo?

La miró un segundo, antes de darse la vuelta y retomar la marcha.

—Si estoy haciendo esto, es porque quiero regresar antes de que mi cena se eche a perder. —La tomó del brazo para que se moviera más aprisa—. Así que terminemos de una vez.

Afortunadamente no hubo más palabras en lo que restó del trayecto. Iker no se sentía cómodo tocando esa clase de temas, nunca antes había pensado que Chico pudiese querer... quererlo. Aunque lo que decía Ailim tenía sentido, él era la única imagen adulta en la que el muchacho podía fijar expectativas. Y eso era una mierda de grandes dimensiones, él no podía ser un ejemplo para nadie. No planeaba tener hijos, porque sabía que sería un padre terrible y ser el tutor de Chico, podría resultar un fracaso aún mayor. Aunque los términos de su estancia en la casa no tenían nada que ver con los de empleado y empleador. Chico no trabajaba para él, a pesar que Iker le daba dinero. Nunca le exigía que ocupase ninguna tarea, las cosas que el muchacho hacía, las hacía por voluntad propia. Quizás para agradarle o algo así. Pero en teoría y para la ley, Chico era su protegido. Pues Iker se había comprometido a darle un techo, alimento y educación para en algún futuro, dejarlo como el beneficiario de todos sus bienes. Hasta el momento nunca vio fallas en ese plan, pero quizás solo quizás, estaba pasando algo importante por alto. Apartó todos esos pensamientos de un pincelazo, tenía que encontrarlo.

Al llegar al club casi tropieza con una de las criaturas que solían acaparar las escaleras.

—Muévete —le espetó, pero el niño pelirrojo no se dio por aludido.

—Iker pídeselo bien. —Ailim se puso de cuclillas para estar a la altura de aquel ratoncillo—. Cariño... —En esa ocasión el niñito clavó sus ojos azules en ella. Iker suspiró pesadamente, una sola palabra y hasta los críos se colgaban de sus tobillos—. Has visto a un muchacho alto, de cabello rubio y...

Chico —dijo él cortándola a mitad de su explicación. Ailim le sonrió asintiendo.

—Sí, ¿él está allí dentro? —El pelirrojo negó suavemente—. ¿Y dónde lo has visto?

—Hablamos un rato... y luego salió a la diligencia, un viaje a Stew por un chelín. Creo que fue un trato justo.

Entonces Ailim le dirigió una confusa mirada a él, pero Iker no logró devolvérsela, pues de un segundo a otro una idea poco agradable cruzó su mente.

—¿A qué parte específicamente? —preguntó con la voz en un murmullo.

—Tercera escalera, a la choza de un tal Matt.

—¿De qué está hablando? —instó Ailim incapaz de seguir la perorata del escoses. Pero Iker lo comprendió perfectamente, en su vida había tenido que cruzarse con muchos que hablaban ese peculiar idioma que a los ingleses simplemente desconcertaba.

—Gracias —le dijo sacando una moneda del bolsillo, el niño sonrió frente a la recompensa y él no perdió tiempo.

—Iker, ¿qué ocurre? —No respondió, pues la simple idea de que ese estúpido estuviese rondando Stew lo puso colérico. Si no estaba muerto, él lo mataría después—. ¡Iker espera!

—No hay tiempo.

—¿Qué ocurre? —insistió ella deteniéndolo del brazo. Iker se volvió y de un sacudón de liberó de su amarre, Ailim lució sinceramente lastimada por su reacción y algo pesado se asentó en la boca de su estómago en respuesta.

—Lo lamento —masculló bruscamente, procurando calmar esas crecientes ansias de salir corriendo—. Quédate aquí, estarás a salvo yo voy por él.

Y sin más emprendió la carrera, alegre de darle un motivo a sus músculos para descomprimir la tensión. Ailim lo llamó una vez más, pero él prefirió no voltearse a mirarla. Por mucho que quisiera desentenderse de esa sensación que tomaba más y más espacio en su mente, la culpa más que dispuesta a apoderarse de él conforme avanzaba por las estrechas calles. Si algo malo le ocurría al Chico, era entera y completamente su culpa. Y en ese instante no sabía cómo manejar las sutilezas, tan sólo quería encontrarlo.

***

Los ojos de Iker no le trasmitieron ninguna clase de tranquilidad, si él esperaba que ella permaneciera de pie esperándolo como una inútil, pues estaba muy equivocado. El problema era que Iker había adquirido una velocidad descomunal y a Ailim se le hacía casi imposible seguirlo. Pero no se atrevía a apartar la vista de su espalda, sabía que si se esforzaba al máximo lograría alcanzarlo. Aunque debía ser cuidadosa y no advertirle de su presencia o él la haría regresar, no necesitaba conocerlo a la perfección para saber cómo sería su reacción al momento en que la viera detrás de él. Y aun frente a esta certeza, en ningún segundo vaciló. Debía alcanzarlo, necesitaba saber que Chico estaba bien.

Cuando el camino se convirtió en una callejuela enlodada, Ailim comenzó a preocuparse en verdad, pues si antes estaba nerviosa al entrar en ese lugar su corazón estaba por salírsele por la boca. Y no podía culpar a la agitación. Había perdido a Iker de vista y rodeada por todos esos rostros extraños, el pánico comenzó a tomarla como prisionera. No debía ser tan egoísta, si ella estaba asustada en ese lugar, no podía hacerse una idea de cómo estaría Chico. Pero sin importar en que dirección mirase, ni el niño, ni Iker parecían estar cerca. Alguien derrapó por una de las escaleras laterales, deteniéndose a centímetros de ella. El hombre ni siquiera alzó la vista, sino que retomó el paso como si Ailim no estuviese de pie justo enfrente de él. Ella se apartó ayudada por el empujón que le dio aquel tipo y tuvo que guardarse las ganas de decirle algunas verdades. Siguió caminando con los ojos abiertos de par en par, sin fiarse ni una pizca de las miradas que recibía a cambio, ni tampoco de los guiños o risotas que resonaban tras cada paso que daba. ¿Dónde diablos se había metido? Tendría que haber escuchado a su esposo y haberlo aguardado en el club. Ese sitio no era para que una mujer sola lo recorriese, ni siquiera para que mil mujeres juntas lo visitaran.

Un grito prorrumpió en la distancia, Ailim avanzó jalándose la falda enlodada para poder moverse con mayor firmeza. Desde otras escaleras vio bajar a un joven de casaca negra que ella reconoció al instante. Iker parecía volar por encima de los escalones y al alcanzar el piso emprendió la carrera, sin siquiera reparar que ella estaba unos metros más atrás. Ailim hizo lo posible por vencer la resistencia que le imponían su pesada falda, hasta verlo desaparecer por otro estrecho callejón. No lo dudo, si lo perdía en esa ocasión, ella no saldría de allí en una sola pieza. Corrió como nunca antes pensó que podría hacerlo, obligando a sus piernas a alcanzar el límite y superarlo. Pero entonces cuando pensó que por fin iba a alcanzarlo, Iker pareció ser tragado por las sombras una vez más. A tientas y por instinto siguió el camino que ella esperaba fuese el correcto. Afortunadamente para ella o no, los sonidos de gritos y golpes supieron guiar el resto del trayecto.

Al cruzar por debajo de un antiguo arco, notó como dos hombres se debatían cuerpo a cuerpo en el lodo. El más pequeño era sin duda su esposo, pero Ailim no supo decir quién era el enorme hombre que en ese momento lo estampaba contra la pared. Ella se cubrió el rostro al ver como Iker recibía uno tras otro puñetazos en el estómago, sin siquiera mascullar un sonido de queja. Entonces cuando su esposo pareció tener suficiente, cayó de rodillas en el piso como un suplicante tras una larga peregrinación. El extraño lo tomó por el cabello y sin que ella pudiese siquiera llegar a pensarlo, le arremetió fuertemente con su rodilla en la boca, dejándolo automáticamente tendido en el suelo.

Ailim ahogó un gemido, al ver como Iker yacía inmóvil y completamente dócil mientras el hombre se disponía a rematarlo en el suelo. Ella soltó una exclamación y antes de siquiera pensar en lo que hacía llevó una de sus manos hacia atrás, concentrándose como le había enseñado su abuela. Al agitar el brazo en dirección al hombre, el extraño pareció ser golpeado por una fuerte ráfaga de aire que lo estrelló contra la pared más cercana. Iker levantó la cabeza del lado, confuso, a tiempo de ver como su contrincante caía lejos de él sin que nadie le hubiese puesto un dedo encima. Entonces se giró en su dirección, atrapando sus ojos un instante antes de incorporarse con renovada energía.  Aprovechando su nueva ventaja, Iker brincó sobre el cuerpo caído del otro hombre, y si antes el conde parecía al borde de la muerte en ese instante parecía haber sido resucitado por el mismo demonio.

Lo golpeó hasta que su propia sangre se confundió con la del hombre, lo golpeó hasta que los ojos de aquel extraño fueron irreconocibles, hasta que las palabras de suplican brotaron de sus labios, hasta que su cuerpo dejó de moverse debajo de él. Lo golpeó, hasta que el desgarrador grito de una mujer lo instara a detenerse e incluso entonces no se detuvo. Fueron las manos de un niño, las que abrazaron al conde por la espalda, esas mismas manos que sostuvieron sus puños ensangrentados obligándolo a devolverle la atención. Iker pareció recobrar el sentido lentamente y sin ningún remordimiento en su mirada, la observó por un corto segundo más. Luego como sólo él podía hacerlo, le dedicó una lúgubre sonrisa, para luego ocultar el rostro en el hombro de Chico.

Ailim se estremeció involuntariamente, lo que había visto estaba lejos de ser la persona que ella recordaba o incluso la persona que Iker quería aparentar. Por un segundo había mostrado un lado completamente distinto y para ser honesta consigo misma, ella tuvo miedo de él. ¿Quién era realmente su esposo?

***

Ailim no debió seguirlo, se dijo internamente por decima vez. Ese había sido su error, no había razón para sentirse tan endemoniadamente incómodo. Pero no podía evitarlo, había algo distinto en ella. No lo miraba directamente a los ojos y estaba demasiado silenciosa para su gusto. Habían caminado de regreso a la casa, incluso cuando él ofreció detener un carruaje. Ninguno de los dos le respondió, Chico no parecía dispuesto a hablarle en ningún futuro cercano y Ailim parecía temerosa de siquiera caminar cerca suyo. Ambos se le habían adelantado varios pasos, para dejarlo a él atrás padeciendo sus golpes en solitario. No quería pensar que lo que había hecho estaba mal, porque no lo estaba. Había defendido al muchacho, ¿o no? Esos asquerosos seres humanos (si es que se los podía llamar así) querían lastimar a Chico, querían... ¡Dios! Iker ni siquiera soportaba pensar lo que hubiese ocurrido de no alcanzarlos en ese callejón.

Se merecía lo que le había hecho, hombres como ese no tenían derecho a habitar en ese mundo. Lo había asesinado porque tenía que morir, porque de no hacerlo ese idiota se seguiría cobrando la existencia de más muchachos inocentes. Entonces, ¿por qué repentinamente pensaba que había cometido un error? No, él no creía haberse equivocado en eso. Lo que había hecho mal, había sido matar a un hombre delante de Ailim y de Chico. Ellos no estaban mentalmente listos para algo así, había actuado como un salvaje, pero por una buena causa. Debía salvarse a sí mismo, a Chico y a ella. Pues si se dejaba vencer en esa pelea, sabía que ningún saldría de allí caminando. Aún cuando muy posiblemente su esposa habría logrado salir airosa por su propia cuenta, ella no podía estar tan molesta con él si en realidad lo había ayudado.

Llegaron a la casa sin romper la tregua del silencio, el niño se dejó caer en los escalones de la entrada. Mientras que Iker y Ailim continuaron hacia la puerta, fue cuando ella finalmente se dignó a mirarlo.

—Habla con él —le susurró, observando sobre su hombro directamente al lugar que el muchacho ocupaba. Iker alzó las cejas sorprendido por ese pedido. ¿Ella en verdad quería que un asesino hablara con un pequeño?

—¿Yo? —Aunque no había muchas posibilidades de que se tratase de alguien más, tuvo que hacer la evidente pregunta.

—Por supuesto que tú —respondió ella con un reprensible miradita—.  Explícale lo que acaba de pasar. —Cuando él lo entendiera, sin duda se lo explicaría pero hasta el momento estaba en ascuas.

—¿Y qué pasó? —instó buscando alguna pauta. Ailim se cruzó de brazos, escrutándolo con marcado desdén.

—Si tienes algo de humanidad en tu alma, lo sabrás. —Y tras soltarle aquello, se metió en la casa cerrándole la puerta en las narices. ¿Humanidad? ¿Alma? Hasta ese instante, estaba seguro de no poseer ninguna de las dos cosas.

Suspiró pesadamente, no era tan necio como para no comprender lo que pretendía Ailim. Pero si ella creía que una conversación corazón a corazón con Chico, terminaría por borrar la traumática imagen de la cabeza del muchacho pues estaba muy equivocada. Se resigno pensando en darle sus razones por las cuales lo había hecho, pero no estaba seguro de si eso sería suficiente o si serviría de algo. Tomó asiento a un lado del niño, quien en ese momento miraba ausente en dirección opuesta en un intento por rehuirle la mirada. Iker lo observó fijamente dispuesto a aguardar que le devolviera la cortesía, pero Chico no se dio por enterado, pues continuó ignorándolo como si nunca hubiese estado allí presente. Iker extendió una mano, rozándole con un dedo el golpe en la mandíbula que ya comenzaba a hinchársele.

—¿Te duele? —preguntó con voz calmada. Pero no recibió respuestas, sólo el suave murmullo de su respiración acompasada—. Te dejará un buen morado —comentó intentando llenar el vacío, una vez más no logró obtener respuesta—. A mí no me duele tanto, si te interesa saberlo.

Lo miró de reojo, Chico continuaba viendo a la nada. Maldijo para sus adentros, ¿qué se suponía que debía hacer ahora? Si el niño no respondía, tampoco podía obligarlo ¿o si? No, definitivamente no.

—Sabes...

—Me gustaría estar solo —lo interrumpió él a media frase.  

Iker asintió, era normal que el muchacho no sintiera ánimos de hablar, en su lugar él pensaría exactamente lo mismo. Comenzó a ponerse de pie, cuando repentinamente un pequeño quejido escapó de los labios de Chico. Iker se quedó helado sin saber cómo reaccionar, odiaba que las personas llorasen pues no tenía idea qué hacer en dichos casos. Pero el llanto de Chico era silencioso, casi imperceptible. Las típicas lágrimas que suelta un niño que intenta aparentar fortaleza. ¡Dios! ¿Cuándo había sido la última vez que él mismo había llorado? Ya ni lo recordaba.

—¿Estás bien? —Chico asintió, con el rostro vuelto en dirección al jardín—. Lamento...

—¡No debió ir! —espetó alzando la voz en un exabrupto. Iker confundido por esa reacción, lo tomó por la barbilla obligándolo a enfrentar su mirada.

—¿Qué?

—No debió ir, no necesitaba su ayuda... la de nadie... —Lo empujó para apartarse y darle nuevamente la espalda—. Yo no necesito de nadie —masculló cobrando mayor firmeza en su timbre.

—Claro, ¿por qué habrías podido con Harry tú solo?

El niño se volvió para fulminarlo con la mirada, e Iker supo que ese comentario no había sido del todo atinado.

—¿Por qué no se marcha? No tiene que actuar como si le importase, estoy seguro que Ailim lo perdonará tarde o temprano... —Frunció el ceño frente a la estupidez que decía, Chico volvió a empujarlo—. ¡Márchese! No quiero hablar.

—¿Quieres detenerte? —Lo tomó por las muñecas obligándolo a claudicar en su intento de apartarlo—. No estoy aquí porque me estén obligando. —Chico soltó un bufido desacreditando sus palabras al instante—. Venga, bien... quizás si estoy aquí porque me obligan. —No veía nada de malo en admitir eso, pero al parecer su interlocutor pensaba diferente pues de un manotazo se liberó de su amarre—. Eso no significa que no me importe.

—A usted nada le importa —susurró casi para sí mismo. Iker presionó las manos en puños, dispuesto a abandonar esa ridícula confrontación. Después de todo ninguno de los dos quería mantener esa conversación, ¿no? Pero sabía que ese acto era el de un cobarde, no tenía una idea de cómo pero iba a afrontar sus falsas acusaciones.

—Con un demonio, dejé que un gorila me diera una paliza por ti. ¿Y tienes el descaro de decir que no me importa?

—Yo no se lo pedí y usted no lo hizo porque quisiera, lo hizo porque Ailim lo obligó.

Ni que el niño leyera mentes, ¿tan predecible era?

Francamente su aseveración lo descolocó y no pudo sostenerle la mirada, Chico tenía razón en algo; él había ido sólo porque Ailim había insistido. Se cubrió el rostro con las manos, pensando un escape de todo eso pero no logró conseguir nada. Lo miró dispuesto a disculparse, pero al abrir la boca ni una de esas palabras se hizo presente.

—Por favor dime qué quieres que haga —rogó sin siquiera proponérselo—. Estoy en penumbras aquí, dame una pauta.

El niño se limitó a encogerse de hombros, como si la suplica llegara demasiado tarde y quizás así era. Hasta ese instante nunca le dio una razón para que creyera en él, Chico estaba en lo cierto él no se interesaba por nadie y era la primera vez que esto lo hacía sentir como un vil cerdo egoísta.

El silencio parecía ser el invitado estrella de esa noche, por largo rato los dos se mantuvieron quietos y expectantes, aguardando porque uno lograra conciliar un pensamiento claro. Iker no tenía idea de qué podía decir o hacer. Nunca antes había estado en una situación similar, pero de algo estaba seguro acababa de perder a su seguidor número uno. Chico parecía decepcionado de él y no justamente porque hubiese matado a un hombre, sino porque en el acto no involucró ninguna clase de sentimientos hacia el niño. Simplemente se había cegado y había dirigido su ira acumulada en los años, hacia un individuo que sólo había decidió meterse con el muchacho equivocado. Por supuesto que la rabia por lo que pudieran hacerle al niño influyó, pero a decir verdad el deseo de matar a alguien también fue partícipe especial en esa masacre. Él realmente estaba loco. Pero por ese instante creyó comprender algo, al menos en parte.

—Entiendo lo que se siente no ser importante para nadie, hasta la fecha pienso que mi padre murió sin saber mi nombre. —Fijó la vista en un árbol lejano, súbitamente recordando los pocos instantes en los que Jonathan le hablaba. Y efectivamente no pudo precisar ni una sola ocasión en la que lo llamara Iker, sólo "demonio" cuando estaba molesto y "ratoncillo" cuando lo encontraba deambulando por la casa. Sonrió fugazmente y sin esperar respuesta continuó hablando, como si se encontrara sólo con sus pensamientos—. Cuando nací mis padres decidieron que yo no valía la pena ser conservado y me enviaron lejos de ellos. —Su voz se volvió monótona incluso para sus oídos, aunque no recordara esos sucesos, sabía que ese primer rechazo había sido el detonante para toda su amargura venidera

»Mi abuela me dijo que no podían lidiar con un recién nacido en ese momento y yo supuse que era un bebé demasiado ruidoso o simplemente un mal hijo. Ella quiso convencerme de lo contario, pero no hay mucho que decir al respecto... es una mierda cuando ni tus propios padres te quieren a su lado. Y entonces comienzas a plantearte distintas preguntas como, ¿por qué yo y no mi hermano o mi hermana? ¿Qué hizo de ellos algo distinto a mí? —Se silenció repentinamente, hacía años que había decidido patear todo ese asunto al sector más oscuro de su mente. Revivir todo eso sólo lo llenaba de un renovado odio hacia su familia.

—¿Qué pasó luego? —Iker pestañó varias veces tratando de recobrar el hilo de sus pensamientos, lo miró algo contrariado—. Con su familia, ¿qué pasó?

—Bueno eso depende, para algunas personas mis padres murieron en un accidente, para otros murieron de una exótica enfermedad y si me encuentran en un día feliz, digo que se ahogaron juntos en el mar tras naufragar por semanas sin otra compañía que la de ellos mismos —sonrió con picardía mirándolo de soslayo, Chico frunció el ceño pensativo—. Ese último pienso que es bastante romántico, normalmente se lo suelto a las mujeres.

—¿Y cuál es la verdad?

La sonrisa se esfumó de sus labios.

—¿La verdad...? —vaciló soltando un amplio suspiro—. La verdad es que tras años de ignorarme me tuvieron de regreso y una vez más se deshicieron de mí. Y cuando estuve listo para volver, mi padre ya estaba muerto y me había quitado el privilegio de hacerlo yo mismo.

Bajó la vista hacia sus manos, incapaz de recordar qué sintió al momento de saber de su muerte. Porque nunca estuvo triste por eso, en realidad sólo desilusionado. Y en ese preciso instante Iker reafirmó una vieja idea; él era un mal hombre y ni siquiera debería estar hablando con un niño.

—La verdad es que mi abuelo me envió a una guerra, con la idea de que de una vez por todas saliera de sus vidas.

Pero por extraño que sonase ante sí mismo, le era imposible detener su lastimoso parloteo. De un momento a otro una pequeña mano pálida le cubrió las suyas, lo miró a regañadientes sintiéndose como un idiota. Se suponía que él debía darle un consuelo al niño, pero una vez más los roles se habían confundido en le proceso.

—Mi madre vive diez calles abajo, con mi hermana y mi abuelo. No los veo desde hace tres años y eso a ellos, no les importa. Nunca intentaron acercarse a mí y yo dejé de intentarlo hace mucho tiempo, sé que cuando dices que no necesitas a nadie, no hablas en serio. —Los ojos del niño se cubrieron por un tenue brillo delator—. Porque yo digo lo mismo, constantemente desde que tengo siete años... y nunca, ni una sola vez lo dije en serio. —Chico sorbió sonoramente y él sin hacer mucho aspaviento, le limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas—. No te propongo que dependas de mí, pero si estas dispuesto a decirme cómo; yo intentaré ser menos idiota y ambos podemos depender mutuamente del otro.

—¿Cómo un trato?

Iker asintió.

—Como un trato entre caballeros. —El niño le sonrió tenuemente y se dispuso a darle un abrazo, Iker lo detuvo en seco—. Dije como caballeros —remarcó incómodo—. Estréchame la mano y como el hombre que eres, olvidarás que tuvimos esta conversación, ¿de acuerdo? —Chico soltó una carcajada, tomando la mano que él le ofrecía—Eso es...

—Muero de hambre —murmuró el muchacho, poniéndose de pie como si segundos antes no hubiese estado llorando. Iker se sintió estúpidamente orgulloso, en el futuro Chico sería un hombre hecho y derecho; y él obtendría el crédito por eso.

—Pues vamos a comer. —Se dirigieron a la puerta con su buen medio metro de distancia, nadie podía sospechar que ellos se habían quebrado como un par de quinceañeras alejadas de sus familias. Pero por un segundo le fue imposible seguir avanzando, el niño notó que se rezagaba y se volteó para dedicarle una interrogante mirada. Iker metió las manos en los bolsillos adquiriendo una pose desinteresada—. ¿Así que... finalmente serás Andrew?

Esa duda venía rondándole en la cabeza desde que se habían sentado a lamentarse en la entrada. Definitivamente Ailim tenía razón en algo y eso era que Chico no podía llamarse eternamente de ese modo.

—No creo que ese nombre guarde buenos recuerdos —musitó él, bajando la mirada a sus pies. Iker comprendió a lo que se refería, a decir verdad él pensaba lo mismo.

—¿Me permites una sugerencia?—instó sutilmente, si el muchacho se negaba no iba a armar un escándalo por ello. Pero tenía una idea y quizás, quién sabe, al niño terminaba gustándole.

—Sí, claro.

—Bueno... antes de que yo naciera, tuve un hermano mayor... —Se detuvo a media frase, repitiéndose en la mente la idiotez que acababa de decir—. Por supuesto que era mi hermano mayor, fue antes de que naciera... ignora eso. —El niño le sonrió divertido—. En fin a lo que iba, nunca lo conocí... pero hace algunos años vi un retrato de él y me sorprendió mucho notar que a diferencia de todos nosotros, él era rubio. —Chico se tocó el cabello en un acto inconsciente—. Sí como tú —corroboró él sonriendo de medio lado—. La cuestión es que cuando te veo, pienso en mi hermano, me recuerdas a él. Quizás te gustaría llevar su nombre o al menos intentarlo.

—¿Y cuál es?

—Gabriel.   

***

Desde el quicio de la puerta, Iker se dedicó a disfrutar de la escena que se desarrollaba en su sala de estar. Ni bien los hombres entraron en la casa, las mujeres parecieron reagruparse en un torbellino de vestidos ondulantes. Su harén completo se había puesto a disposición del pequeño infortunado y él niño disfrutaba de las atenciones sin ningún recelo. Ari en ese momento depositaba a Dublín sobre el regazo de Gabriel, en lo que parecía ser una muestra de cortesía en el idioma de los niños. En tanto que esa cocinera desconocida, lo atiborraba de pastelitos y delicias dulces que bien podrían haber formado parte de su cena pérdida. Ivanush se había encargado de curar sus heridas y Ailim de abrazarlo, hacerle cosquillas y robarle una que otra sonrisa. Todas parecían estar dispuestas a atender al muchacho y éste en un solo segundo alzó la mirada en su dirección, para ofrecerle una sonrisa complacida. Condenado, el pequeño Gabriel acababa de descubrir la fuerza que impulsaba a una mujer a ser complaciente. Aún no existía una dama que se resistiera a cuidar de un hombre convaleciente. Lo malo del asunto, era que siempre un niño te podía robar el protagonismo.

Iker se preguntaba, ¿dónde estaban sus pastelitos? ¿O su "bien hecho te patearon el trasero pero aún vives"? Ni siquiera había recibido una palmadita, sus mujeres sólo se decantaron por atender a la sangre joven. ¿Y él? Bueno... él ya estaba grande para ponerse a desear tonterías. Sonrió con aspereza y terminó por darse la vuelta y emprender la retirada. Estaba cansado, adolorido y muy sucio (de nuevo) necesitaba hundir su cuerpo en agua hirviendo, necesitaba que sus músculos perdieran la rigidez que lo invadía después de una pelea.

Avanzando lenta, pero efectivamente, se dirigió hacia las escaleras. Por una sola vez en la vida, esperaba que Stephen estuviese en su lugar de trabajo y que le preparara el baño. Vamos no pedía mucho, siempre tenía que preparárselo el mismo, sólo quería una mínima atención, sólo quería tomarse un pequeño capricho acorde a su título. Se trepó del barandal de las escaleras, pensando qué argumento echarle a su ayuda de cámara para despertar su simpatía, cuando un sonido a sus espaldas lo abstrajo.

—¡Iker! —Al oír su nombre, se volvió casi automáticamente.

Pero incapaz de comprender lo que ocurría, se dejó empujar contra una pared o quizás había sido el peso del otro cuerpo, el que lo impulsó hacia atrás hasta anclarlo contra aquella superficie. Sea lo que fuese, repentinamente se encontró acorralado y privado del habla, pues sus labios se veían momentáneamente asaltados por una pequeña boca ansiosa. Iker bastante estupefacto, cedió al pedido de aquella ladronzuela y Ailim aún colgada de su cuello, se dedicó a saborearlo con descaro. Él se obligó a poner en cause sus pensamientos, aunque a decir verdad la presión de esos labios jugando con su boca en un desenfrenado estudio de cavidades, lo instaba a no cuestionar y sólo dejarse hacer. Y así lo hizo, no movió las manos de su lugar, no la atrapó para retenerla contra su cuerpo, ni siquiera atinó a ayudarla a alcanzarlo. Simplemente la dejó que le ultrajara la boca a gusto y por supuesto que también se dio sus pequeñas libertades allí dentro. Pero cuando el beso terminó, demasiado pronto para su gusto, ella se limitó a posar una mano sobre su pecho y a susurrarle:

—Gracias por interesarte por él. —Sus ojos azules centellando con una emoción diferente. Iker no vio rechazo o temor, ella no lo juzgaba por lo que había hecho. Eso sin duda alguna era un gran hallazgo.

Finalmente Ailim se dio la vuelta dejándolo confundido y bastante necesitado de más. No lo procesó al instante, pero notó que esa era su recompensa por haberse dejado moler a golpes. Y sin duda alguna, era mucho mejor que mil pastelitos de arándano. Pero al igual que le ocurría con dichos bocadillos, una vez que probaba uno las ansias de repetir lo volvían loco y en ese instante tan sólo podía pensar en cómo sabría el pastel completo.

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Como siempre les agradezco la paciencia y la buena onda :D    

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