Cosa de Hombres
Bueno, para los que estaban esperando la actualización de esta historia ya estamos. Gracias a los que me recuerdan que me estoy demorando, pero es que este cap es un poco más largo, así que tenía que leer con detenimiento. Igual que seguro algo se me pasó xDD A leer...
Capítulo XII: Cosa de Hombres.
Debería ser ilegal obligar a una persona a abandonar tan majestuoso sueño, pero era evidente que hasta allí había llegado su fantasía. Alguien estaba fastidiándolo sin consideración alguna y ya no podía seguir haciendo de cuenta que no lo notaba. ¿Qué tenía que hacer un hombre para conseguir algo de paz en su propia habitación? Pues la respuesta era simple, debía mudarse a una isla donde no habitaran ni niños ni hurones.
Se llevó una mano al rostro topándose con el cuerpo peludo de Dublín, el cual protestó con un chillido cuando lo alzó del cuero para depositarlo en el costado vacío de la cama. Tras soltar un sonoro suspiro, se volteó para seguir durmiendo. Pero entonces el animal volvió a reaparecer en su cabeza, como si acabara de aprender a volar en los últimos cinco segundos. Iker bufó irritado, aún negándose a abrir los ojos, pues sabía que si los abría ya no habría vuelta atrás; debería levantarse. Se quitó al hurón de la cabeza una vez más y notó más allá de su sueño, un vago zumbido que se afanaba por no convertirse en un ruido delator. Entonces Dublín comenzó a hociquear entre los dedos de sus pies, causándole cosquillas y rabia en formas iguales.
¡Eso era todo, mataría a esos niños! Se incorporó abruptamente, atrapando con su mirada una pequeña cabeza rubia que en vuelo directo al piso, intentaba buscar un rápido escondite.
—¡Sal de ahí! —exclamó con voz firme, sacudiendo los pies para apartar a Dublín que se comenzaba a poner cariñoso con su pulgar. Un segundo después, emergieron de debajo de su cama unos rostros con falsas muecas de inocencia. Pero Iker sabía muy bien de esas vanas actuaciones, él había esgrimido esa expresión más de una vez en su vida—. ¿Qué demonios? ¿Por qué están en mi habitación?
Chico le envió una mirada a la niña para que ella tomara la palabra y por supuesto que Ari no se dejó amedrentar, cargó sus pulmones como si el otro acabara de enviarla a la guerra y se dispuso a explicarse. Iker estuvo apunto de reír por sus solemnes actuaciones, pero tuvo que recordarse que estaba molesto y nada de despertarlo con el hurón debía causarle diversión.
—Tía Ailim dice que tienes que despertar ya. —Las palabras se le atropellaron en la boca, pero al terminar de trasmitir el mensaje sonrió con suficiencia. «Pequeña pilluela»
—Pues dile a tu tía que se vaya a... —La niña abrió los ojos como plato y se cubrió la boca como sólo una pequeña damita haría. Iker se mordió la lengua a tiempo para interrumpirse, no estaba acostumbrado a medir sus palabras y eso siempre significaba un problema frente a mujeres—. Que se vaya a... —Era una pena que no estuviese muy elocuente en esos momentos, pues simplemente no se le ocurría ninguna forma de rematar esa frase que no fuese de manera grosera.
—¡Sembrar tapioca! —ofreció una tímida vocecilla, saliendo a su rescate.
Iker miró hacia su izquierda, ganándose un encogimiento de hombros por parte de Chico. Él le correspondió el gesto, admirando la veloz sutileza del muchacho.
—Eso... a sembrar tapioca—repitió, soltando un suspiro por lo bajo. Nunca en su vida tuvo que cuidar su lenguaje y ahora el niño le estaba dando lecciones de etiqueta a él. La ironía resultaba extrañamente hilarante.
Un poco más tranquila tras su vaga respuesta, la niña se subió a su cama y tomó al hurón entre sus brazos como si se tratara de un bebé.
—¿Es verdad que lord Dublín ahora es mi primo? —preguntó entonces, sin despegar la vista de su mascota.
—¿Tu primo? —instó él, confundido. Pues no se le ocurría cómo podría un animal emparentarse con un ser humano.
Ari finalmente lo miró, sus ojos azules parecían preocupados y a la vez esperanzados, no supo cómo interpretar aquello.
—Mi mamá dice que tú te casaste con tía Ailim... ¿es verdad? —Por alguna razón la voz de la niña no parecía muy feliz por esa noticia.
Bien, sabía que no se entendían a las mil maravillas, pero Ari siempre que lo veía parecía entusiasmada. Entonces, ¿por qué no le agradaba la idea?
—Hmm... sí, nosotros nos casamos —murmuró casi en forma de pregunta. Intentó medir su reacción, pero ella se limitó a bajar la vista para acariciar al hurón una vez más—. ¿Eso está bien para ti? —Buscó su mirada sin éxito, pues Ari continuó esquivándolo con férrea determinación. Dios, ella sin duda estaba puliendo sus aptitudes de dama.
Tras un largo momento de silencio, finalmente le respondió con un encogimiento de hombros poco esclarecedor. Iker suspiró y al instante notó que un par de ojos negros no dejaban de medir cada uno de sus movimientos. Se volteó y movió la cabeza a modo de pregunta, pero Chico negó como si no tuviese nada que decir al respecto. Volvió su atención a la niña.
—¿Ari? ¿Estás triste por algo? —Ella asintió con suavidad. ¡Dios lo libre!, él no tenía paciencia para esa clase de cosas, ¿por qué Ailim no se encargaba de dar las explicaciones en este caso? Quizás ella los había enviado allí para que lo atormentaran un poco—. ¿Estás triste porque me casé con tu tía? —En esa ocasión ella negó y no pudo decir que eso no resultaba ser un cierto alivio—. ¿Entonces?
—No me invitaron a la boda... y ni Drew ni yo comimos pastel —espetó la chiquilla con tono recriminante.
Esto debía de ser una broma, pensó, ella estaba molesta porque no había ameritado invitación al gran evento. Iker no sabía si reír o llorar.
—Pero no hubo fiesta... —explicó con voz contenida, rogando que no se le escapara una carcajada a media palabra—. Todo pasó rápido.
—¿Y el pastel?
De acuerdo, la niña sin duda tenía prioridades extrañas.
—Bueno qué te parece si mandamos a comprar un gran pastel y lo comemos después de la cena... ¿Eso te gustaría? —Ari pareció iluminarse tras su rápida improvisación y súbitamente comenzó a asentir a modo de manifestar su acuerdo.
—¡¡Sí!! —exclamó, poniéndose de pie para brincar en su cama. Iker enarcó una ceja y sólo la miró serio por un segundo, logrando que ella se detuviera de forma abrupta y adquiriera una postura solemne—. Que sea de chocolate —murmuró antes de bajarse de su cama y salir con paso majestuoso de la alcoba.
Iker escuchó un bufido detrás de él y fue consiente de que aún tenía invitados. Lo miró.
—¿Qué? —gruñó esperando que con esa simple pregunta, la sabandija se hiciera humo. El niño lo desafió un minuto entero con la mirada, pero Iker no supo leer lo que éste intentaba decirle o quizá simplemente le importaba un cuerno. Chico terminó dirigiendo el rostro al piso, dejando el asunto pasar.
—Disculpe, milord —masculló, haciendo una extraña reverencia y huyendo hacia la puerta.
«Niño raro»
Resignado a que su descanso había llegado a su abrupto final, Iker se levantó de la cama mascullando maldiciones por lo bajo. Las quemaduras ardían como un condenado infierno, pero él sabía que si no pensaba mucho en ello la sensación terminaría por remitir y sabía también que el dolor estaba siendo bastante más indulgente con él de lo que lo había sido antaño. ¿Quién sabe? Quizá después de tantos golpes, su cuerpo había comprendido el mejor modo de burlar las dolencias. Por supuesto que eso no significaba que no estuviera con ánimos de rascarse hasta encontrar nueva piel debajo de sus heridas. Las quemaduras siempre eran las más molestas, las quemaduras daban comezón y los atuendos siempre parecían rozar las partes más delicadas.
Fue hasta una silla en la que había ropa amontonada desde que él tenía memoria. Maldito Stephen, ¿cuándo sería el día que llevara eso a lavar? Entre el montón había un traje de montar que Iker había usado hacía dos años y el cual había olvidado incluso que existía. Suspiró, si removía un poco esa pila hallaría a un vagabundo durmiendo debajo, casi podía apostarlo.
Era oficial, necesitaba personas que trabajaran para él y no sólo gente que le comprara bollos como una excusa para no ir al sastre. Stephen no sabía nada de los tareas que le exigía su posición; un ayuda de cámara debería estar allí presente para despertarlo, arreglar sus cosas para el aseo y escoger su ropa de día. Pero, ¿dónde estaba el suyo? Seguramente ebrio, tirado en el piso de algún prostíbulo de mala muerte. Tomó una camisa y la olfateó notando que apestaba a cosas que era mejor no averiguar. La arrojó a un lado, despidiéndola con una señal de la cruz y esperando que tuviera un buen viaje al más allá.
Repentinamente sintió pasos apresurados acercarse por el pasillo, se volvió de forma abrupta para ver como Chico y Ari se apretujaban en la puerta, intentando entrar los dos a la vez.
—¿Verdad que Drew no puede comer pastel? —exclamó la pequeña, codeando al niño en el estómago y dejándolo fuera de batalla. Iker, sin entender qué demonios decía, sacudió la cabeza en una negación. Entonces ella sonrió altiva y se volvió para apuntar a Chico con su dedo índice—. ¿Ves? Te lo dije.
El niño alzó la cabeza de su posición semi erguida y lo observó fijamente con una de esas miradas manipuladoras, que francamente ya comenzaban a hartarlo.
—¡¿Qué?! —le espetó, bastante perdido en los sucesos de esa mañana, aunque mejor dicho serían de esa tarde. ¿Era tanto pedir un segundo de paz para vestirse?
—Nada —masculló él en respuesta, aún sosteniéndose allí donde Ari lo había codeado. Ella soltó una cantarina risilla y fue cuando Iker creyó comprender lo que ocurría.
—Aguarda... ¿quién es Drew? —preguntó, observando a los niños de hito en hito.
Chico le volvió el rostro con desdén, algo que a decir verdad lo descolocó bastante. Ese muchacho cada día se ponía más extraño, ¿sería la edad?
—Él es Drew —señaló Ari, apiadándose de su confusión—. Hoy se llama Andrew... o sea Drew.
Iker asintió de forma ausente, sin saber qué demonios decir al respecto. Ese jueguito de buscarle nombre al Chico, lentamente comenzaba a exasperarlo. Todos los días se llamaba de alguna forma diferente, el niño había rechazado tantas opciones que a esa altura Iker ya se había aprendido un total de quince nombres distintos. Bien, dieciséis contando el actual.
—De acuerdo —murmuró sin ánimos, dándose la vuelta para seguir con su búsqueda. No le interesaba lo que sea que los había llevado de regreso a su habitación, así que dándoles la espalda esperaba zanjar cualquier enfrentamiento.
—¿Entonces? —La niña se paró a su lado para mirarlo de soslayo. Él maldijo entre dientes, al parecer ese día andaría desnudo por la casa, dado que no conseguiría deshacerse de ese par de indeseados visitantes.
—Entonces, ¿qué?
—¿Drew puede comer pastel?
Iker se cubrió el rostro con las manos, profiriendo una suplica en silencio. ¿Por qué Dios había puesto en el mundo a estas exasperantes criaturas? ¿Por qué las había puesto cerca de él? ¿Acaso Dios no veía que era un hombre propenso a los asesinatos?
Se giró para enfrentarlos, pensando que si tal vez les daba una respuesta lo dejarían en paz. Pero entonces su mirada se trabó con los ojos negros de Chico y no supo precisar por qué, pero le pareció que estaba viendo a otro niño. ¿Qué le había ocurrido?
—¿Y a ti qué te pasó? —inquirió, logrando que el niño bajara la vista al piso en un gesto avergonzado. Ari le tironeó de la mano para llamar su atención.
—Tía Ailim y mamá lo obligaron a bañarse esta tarde —susurró como si estuviese compartiendo un secreto, a pesar de que el niño estaba lo suficientemente cerca como para oírla.
Iker sonrió mirando una vez más al muchacho, éste lucía un chaleco limpio color lavanda con los botones relucientes de nuevo y sus calzones haciendo juego con el atuendo. Era la primera vez que lo veía vestido como un ser humano normal, usualmente lucía como un pordiosero. Incluso ahora era capaz de verle el rostro y... quién iba a decirlo, no era mal parecido.
—Vaya... tremenda hazaña —murmuró aún sin salir de su asombro. Ari sonrió con picardía, un típico gesto que no auguraba nada bueno.
—¿Sabe? Stephen dijo que cuando Drew se metió en la tina, el agua quiso cometer suicidio —comentó la niña, incapaz de refrenar una risilla burlona. Iker miró al Chico y vio como lentamente los colores se le subían a las mejillas.
—Me imagino, hasta ahora descubro que es rubio. —Entonces Ari no lo soportó más y rompió en una estridente carcajada, Iker contagiado de su risa no pudo otra cosa que seguirla. Chico soltó un bufido entre dientes, molesto por ser el epicentro de la diversión, pero su acción sólo logró hacerlos reír aún con más fuerzas—. Es increíble, te dejo un día acompañado de las señoras y ya pareces todo un modelito de elegancia —añadió, haciendo una pequeña broma a sus expensas.
Chico no respondió a la provocación y se limitó a patear el piso con frustración.
—En un día más, Drew comenzará a confeccionar su ajuar.
Iker la miró completamente estupefacto, esa niña era una luz al momento de humillar a alguien. Ni a él se le habría ocurrido tal observación.
Las risas de ambos se levaron hasta dejarlos casi sin aliento. Ari se sostuvo la barriga, presa de la tentación y al verla tan afectada, Iker casi se descoyuntara la mandíbula. Todo era demasiado hilarante, la imagen de Chico siendo obligado a tomar un baño y luego envestido en esas telas tan delicadas, simplemente no tenía precio.
Pero entonces, sin previo aviso, Chico reaccionó. De un momento a otro, Iker vio como Ari caía al piso abruptamente luego de recibir el fuerte empellón del muchacho. La niña soltó un alarido lastimero y cubriéndose el rostro con ambas manos, rompió en llanto. Sin dar crédito de lo que veía, se volvió para enfrentar al niño y éste lo fulminó con la mirada como si no nada.
—¡¿Acaso te volviste loco?! —le gritó, asiéndolo por la solapa del chaleco y dándole un fuerte sacudón. Él no respondió—. ¿Cómo se te ocurre andar pegando a una mujer? ¡Eso es de cobardes! —Sin apartarle los ojos de encima, Chico intentó lucir solemne frente a la reprimenda, pero Iker notó como sus defensas caían y lentamente su mirada se cubrió de un tenue velo de lágrimas. Lo soltó chasqueando la lengua, sin ánimos de verlo llorar como un cobarde—. ¡Lárgate de aquí! —exclamó, tironeándolo hasta la puerta—. Y si te veo levantarle la mano una vez más, yo te voy a enseñar lo que es recibir un verdadero golpe. ¡Desaparece!
El niño miró un segundo al lugar donde Ari seguía llorando y luego salió disparado por el pasillo.
—¿Ari?—Se acuclilló a su lado para observarla con detenimiento. Chico sólo le había dado un empujón, pero ella había aterrizado sobre uno de sus muebles. Él no pensaba que se hubiese hecho mucho daño, aun así no sabía si debía llamar a su madre o dejar el asunto correr—. Dime... ¿te lastimaste?
La alzó del suelo, para luego depositarla en uno de sus sillones de cuero. Ella sorbió sonoramente sus lágrimas, antes de mirarlo.
—Creo que le apreté una pata a lord Dublín —sollozó acongojada, levantando al animal a la altura de sus ojos.
Iker tomó a Dublín para verificar que todas sus extremidades estuviesen completas, éste no emitió quejido alguno por lo que supuso que no se había lastimado.
—Él es un caballero, sacrificaría todas sus patas con tal de que tú no te hicieras daño. —Ella sonrió extendiendo su manito hasta la cabeza del hurón, Dublín se removió debajo de su tacto disfrutando la caricia que se había ganado—. ¿Así qué estás bien?
Asintió, limpiándose las lágrimas con el encaje de su vestido.
—¿Lastimamos los sentimientos de Drew?
Él se encogió de hombros, no tenía ganas de pensar en ese asunto o en el extraño comportamiento de Chico. Simplemente esperaba que se calmara solo, pues Iker no era muy dado a soltar reprimendas o poner límites. Nunca antes había tenido que reparar en algo más que asegurarse de que comiera diario.
—Es un hombre, se le pasara cuando coma algo. —Ella sonrió un poco más tranquila al respecto, pero entonces sus ojos se deslizaron por la leve apertura superior en su bata y su pequeña boca cayó abierta en un claro gesto de sorpresa.
—¡¿Qué tienes en el cuello?!—preguntó, apuntando con su índice lo que claramente era una de sus heridas producto de su aventura nocturna.
Iker se llevó una mano hacia el corte y al instante tuvo que reprimir una maldición. Era mucho más soportable que antes, en realidad no tenía derechos para quejarse, pero aun así lo haría.
—Yo... —Miró a la niña y no pudo evitar que un pensamiento malicioso cruzara su mente. ¿Por qué no? Se preguntó internamente, después de todo Ailim se lo debía—. Anoche llegué un poco tarde y tu tía se molesto conmigo.
Los ojos de Ari estaban tan abiertos, que él podía contar las finas líneas color zafiro que tan similar hacían su mirar al de su propia esposa.
—¿Ella te hizo eso? —instó con la voz casi en un chillido.
Iker asintió, fingiendo un rostro de derrota y se cubrió los ojos con una mano, para reprimir un falso —pero muy sentido— sollozo.
—No duele tanto —musitó, encogiendo un hombro con humildad—. Luego de la primera vez, las otras quemaduras fueron casi... soportables.
—Oh mi Dios... —La niña se cubrió la boca con ambas manos, al parecer incapaz de congeniar esa sádica imagen con su adorable tía.
Por un momento, Iker pensó que quizás se le había pasado la mano, pero luego terminó por dejarlo de lado. No es como si le estuviese mintiendo, efectivamente Ailim lo había quemado. Quizás no le estaba contando todos los hechos, pero si los más relevantes. Al menos para él.
Ari le acarició el cabello en un gesto cargado de compasión. Iker sonrió, ella era una niña amable eso no iba a negarlo.
—Ella no debió hacer algo así.
—Está bien... quizás yo no debí regresar tarde.
—¡Eso no importa! —espetó con firmeza, Iker bajó la mirada al piso acongojado. O al menos pretendiendo estarlo, no es necesario entrar en detalles al respecto—. Yo hablaré con ella, le diré que no debe nunca, nunca hacerte daño.
La niña había sonado honestamente contundente y eso lo sorprendió un poco, en realidad ella estaba preocupada por su salud.
La miró, sintiendo un pequeño pinchazo de culpa por la mentira. Pero entonces vio como sus ojitos reflejaban pena y empatía para con él, y le fue imposible decirle la verdad. Bueno, no pueden negar que lo había intentado, ahora era problema de su esposa.
—Yo no quiero que se enfade contigo... —Por lo que prefirió continuar con la farsa, tarde o temprano todo se descubriría, pero nada valía tanto como ver la expresión de Ailim al momento en que Ari la increpara.
—No me importa. —Sacudió la cabeza más que decidida—. Yo cuidaré de ti —le dijo, antes de envolverlo entre sus pequeños brazos.
Iker era un mal hombre, se iría directamente al infierno por eso, pero en vez de apartarla se dejó consolar por aquella personita. Después de todo era un pobre hombre que sufría de los maltratos de su loca mujer y su atizador.
—Gracias, Ari, no sé qué haría sin ti.
Ella brincó del sillón y le depositó un beso en la mejilla, antes de salir de la habitación con paso seguro. Iker se volteó para comenzar a buscar su ropa, pues no estaba dispuesto a perderse ese enfrentamiento por nada del mundo. Su defensora iría a protestar en su nombre, esto era algo sin precedentes.
***
Todo se había echado a perder desde que esa intrusa había entrado en la casa. El señor ya no lo dejaba cuidar a lord Dublín, porque ella siempre quería tenerlo consigo. Pero eso sería lo de menos, pues por su culpa tampoco habían continuado con las lecciones de esgrima ya que ella quería aprender también y esa clase de deportes no eran adecuados para una dama. Dama, esa mocosa insolente y malcriada era de todo, menos una dama. Pero por alguna extraña razón, el conde parecía divertirse a su lado. Siempre reían juntos y conversaban todo el tiempo que el señor estaba en la casa. Incluso él le había prometido que cosecharían las fresas cuando fuese la temporada y eso era algo en lo que Chico lo ayudaba. Pero el conde ni siquiera se acordaba de él, ahora sólo tenía tiempo para esas mujeres.
Ailim al menos era amable y prefería que ella se quedara en la casa, le había agradado la idea de que se hubiese casado con su señor. Pero la niña y su madre debían irse, no soportaba a esa estúpida llorona ni un segundo más. Siempre tenía que dejarla jugar con él y ella ni siquiera podía trepar arboles, sólo se quejaba y proponía juegos de niñas, como tomar el té y pintar con acuarelas. Él le hacía caso, porque Ailim se lo había pedido. Pero estaba harto, de nada servía comportarse amable con esa estúpida, él seguía siendo invisible para el señor.
Chico tironeó los botones de ese maldito chaleco, se sentía como un marica con esas ropas. Nunca debió acceder a vestirse de ese modo, el conde jamás usaría colores como esos, por eso se había reído de él.
Lo hizo un bollo arrojándolo contra la pared y a éste le siguieron esas odiosas trusas que sólo le hacían picar las piernas. Rebuscó dentro de su viejo baúl, seguro de que allí aún quedaba algunas de sus antiguas prendas. No que eso importara mucho, porque de no tener ninguna estaría feliz de andar como Dios lo trajo al mundo, antes de llevar ese atuendo ridículo un segundo más. Finalmente dio con unos pantaloncillos y una casaca que habían visto tiempos mejores, pero por el momento eran perfectos para su cometido. Se vistió rápidamente y con un fuerte golpe abrió la ventana de su habitación. La luna salió a recibirlo con su ya tan característica luz blanquecina, Chico sonrió, la noche no lo asustaba ni mucho menos. Había pasado cientos bajo el amparo de las estrellas, algunas no tan buenas como las otras y unas tan frías que prefería no recordarlas. Pero todas habían sido para él una forma de aprender, en las calles siempre había estado solo y a la espera de oportunidades. Allí había hallado a muchos niños igual que él, que tenían como único sueño despertar en una sola pieza la mañana siguiente. Por eso sabía que lo peor de su vida ya había pasado, al menos ahora tenía un lugar seguro al cual regresar siempre que las cosas se pusieran feas. Sabía que el conde nunca lo correría, pero quizás él ya no quería seguir allí. Esa casa había sido su mejor hallazgo, pero ahora su lugar idílico estaba contaminado por niñas indeseables que sólo lo metían en problemas. Chico miró sobre su hombro en dirección a la puerta, no sabía qué esperaba realmente. O quizás no quería resignarse a aceptar que sin importar cuánto aguardara, él nunca iría a buscarlo.
Se colgó del alfeizar y tanteó con cuidado los extremos, hasta hallar la rama que siempre lo despertaba en las noches. Se trepó con la gracia que sólo años de práctica podrían lograr, y antes de que pudiera pensarlo mucho tiempo, se encontró a sí mismo oscilando peligrosamente de la ventana del segundo piso. Miró el suelo sin temor alguno y comenzó a deslizar sus manos por la rama, hasta que finalmente logró envolver sus piernas alrededor del tronco del árbol. Cuando estuvo a una altura conveniente, brincó y entonces sólo lo separó una verja de hierro de su tan anhelada libertad. Por esa noche descansaría de mocosas lambisconas y regresaría a su elemento, allí donde mejor se movía. Las oscuras calles de Londres.
***
Era increíble cuánto podía uno desentenderse del mundo cuando dormía, pero a Iker eso ya no lo sorprendía tanto. Luego de pasar tres años siendo incapaz de dormir por las noches, que el día se le escurriese cuando por fin conseguía el anhelado sueño era bastante común. Al bajar de su recamara, tras desperdiciar un buen tiempo en busca de un atuendo limpio, se encontró con que los planes para la cena estaban casi finiquitados. Lo positivo de tener mujeres en la casa, era que siempre parecían poder encargarse de todos esos detallitos. Se descubrió a sí mismo sentado en la cabecera de su mesa, con la única tarea de esperar. Ari estaba allí también, mirando al frente como si estuviese absorta en un pensamiento profundo. Ivanush irrumpió repentinamente, cargando en sus brazos platos y compoteras. Iker enarcó una ceja, preguntándose ¿con qué lo sorprenderían esa noche?
—¿Tú cocinaste? —le preguntó, cuando ella se detuvo a su lado para acomodar su cubertería. Ivanush sonrió, divertida.
—Lo siento, me temo que no es mi talento. —Al parecer la cuestión venía de familia entonces, razonó para sí mismo—. Olga cocinó esta noche.
—¿Olga? ¿Quién es? —instó curioso, estaba seguro de no conocer a alguien llamado de esa forma. Al menos que los nombres que le escogían a Chico, hubiesen comenzado a variar en lo que respectaba a género.
—Ella solía ser nuestra cocinera, cuando estuve... —Hizo una pausa, enviando una significativa mirada a la niña. Iker comprendió que Ivanush no deseaba mencionar aquel incidente frente a ella, así que se apiadó de ella con un leve asentimiento.
—Sí, comprendo.
—Bueno... me acompañó en ese momento y como Ailim me dijo que no tenías cocinera, pues... —Se encogió de hombros, para dejarlo decidir la mejor forma de terminar esa frase.
—Así que ya tengo cocinera —murmuró resignado.
Ella asintió con una sonrisa, antes de volver a perderse por la puerta que conectaba con la cocina. Entonces fue el turno de Ailim de emerger desde ese mismo punto, cargada con cosas que él ni se molestó en mirar. Se limitó a mirarla mientras ella maniobraba su esbelta figura a través de la mesa y depositaba bandejas individuales con aperitivos, como si la perfecta disposición de éstas fuera de vital importancia.
—Se ve bien... —dijo, en cuanto su esposa hubo dejado una porción en su plato. Ella lo miró de soslayo antes de responder:
—Olga es una excelente cocinera, no sólo se ve bien... sino que sabe magnifico. —Él estudió su trasero dirigiéndose de regreso a la puerta de comunicación y no pudo evitar pensar en sus palabras con cierto aire reflexivo: sabe magnifico. Sonrió, él no tenía ningún problema en verificar esa aseveración, dado que en ningún momento le había estado hablando de la comida.
Cuando la mesa estuvo puesta y los primeros platos servidos, las mujeres dejaron sus idas y vueltas para sumárseles. Iker se puso de pie y como correspondía a un caballero, apartó las sillas para sus acompañantes. Años de liceo para aprender a mover una silla, su madre estaría tan orgullosa de él.
—Falta Drew... —comentó Ivanush, en tanto que tomaba el decantador para servir el vino.
—Ari, cielo, ¿podrías ir a llamarlo? —pidió una solícita Ailim, quien en ese momento se encontraba ocupada ayudando a su hermana con las copas—. ¿Ari?—Volvió a llamarla, al no obtener respuesta en la primera ocasión.
La niña se mantuvo con la vista fija en el mantel, trazando pequeños círculos con sus dedos como si en verdad no estuviese escuchando los pedidos de su tía. Pero Iker sabía mejor, y en su fuero interno sonrió por la entereza de esa niña.
—¡Ari! Tu tía te está hablando. —Ella pareció reaccionar por el súbito llamado de su madre, la miró con ojos de disculpa pero en ningún momento dirigió su atención a Ailim.
—¿Qué, mami?
—Si puedes llamar a Drew. —Ella asintió sonriente y antes de bajarse de su asiento, le envió una agria mirada a su tía.
Ailim verdaderamente conmocionada por la hostilidad de su sobrina, los observó a ambos en búsqueda de una respuesta. Ivanush sacudió la cabeza sin comprender nada, e Iker se limitó a degustar su vino como si no hubiese sido consciente de ningún cambio en la niña.
Aguardaron un buen rato que fue aprovechado para dar los últimos retoques a la presentación. Iker mordisqueó algunas tostadas para entretener a su paladar, convenciéndose de que no estaba tan hambriento como se sentía. Sabía que la cena no sería servida hasta que todos estuviesen en sus lugares, pero él estaba comenzando a perder su paciencia y su apetito sólo iba en aumento, sin importar cuánto quisiera persuadirlo. Tras diez largos minutos la niña regresó.
—No está en su cuarto —anunció a los presentes, volviendo a tomar su asiento en la mesa. Iker le hizo una seña a Cleo para que comenzara a servir, pero Ailim la detuvo en seco.
—¿Cómo que no está? —La niña se encogió de hombros para responder y su esposa soltó un bufido para nada femenino—. Voy a buscarlo —espetó, poniéndose en marcha sin esperar opiniones.
Iker se levantó para detenerla anclada a la silla, completamente irritado con la idea de retrasar más tiempo esa cena. Llevaba el día entero sin comer, si Chico no estaba allí sus razones debía tener y a él en ese momento, no podrían importarle menos.
—Déjalo ya, Ailim, siéntate para que podamos comenzar.
—No comenzaremos sin él. —Puso los ojos en blanco, pero cuando quiso reaccionar, ella ya se le había escapado.
Dejando ir un pesado suspiro, se incorporó dispuso a seguirla para traer a esos dos a las rastras si eso le aseguraba una rápida ingesta. ¿Qué tenía que hacer un hombre para tener su maldita cena de bodas? Se lo había ganado después de todo.
***
Al llegar a la habitación del niño, notaron que tal como había dicho Ari, él no se encontraba allí.
—Bueno es una pena —musitó en tanto que jalaba a su esposa hacia el pasillo.
—No, espera... —Ailim se deshizo de su amarre para correr nuevamente al interior—. La ventana está abierta —señaló, sacando la mitad de su cuerpo a través de la susodicha.
Iker maldijo entre dientes.
—Ese condenado, le dije ciento de veces que no saliera por ahí. —Ella se volvió para observarlo con una mueca casi dolorosa, parecía... ¿preocupada?—. Descuida, es como un mono... no caerá o algo así.
Pero la expresión de su esposa no se relajó en lo absoluto.
—¿Dónde podría estar?—instó ella, mirando una vez más por la ventana. Iker se puso a su lado y admiró la luna un segundo antes de responder.
—Siempre que se enfada huye al club, sabe que allí no le negaran comida.
—¿Solo?—preguntó, clavando su firme mirada azul en él. Iker asintió, sintiéndose ligeramente azorado por la intensidad de sus ojos, la luna le daba un brillo particularmente atractivo. Pero entonces Ailim volvió el rostro, arruinándole la visión sin ninguna consideración—. Eso es muy peligroso...—continuó ella, completamente ajena a su descontento. Sin comida, ni una buena vista, Ailim no podía pretender que él le estuviese poniendo atención en ese momento—. ¿Iker?
—¿Hm? —Reaccionó cuando ella posó una de sus delicadas manos sobre su hombro, la miró sin poder precisar qué rayos le había estado diciendo.
—Hay que ir a buscarlo —espetó sin mover aquella dichosa mano, él le dirigió una sugerente mirada y Ailim pareció repentinamente quemarse, pues quitó su mano tan rápido como pudo—. ¿Me estás escuchando?
A decir verdad no, pero ella no quería saber lo que realmente estaba pensando.
Por Dios del cielo, sólo le había tocado el hombro y él ya estaba proyectando la visión de ella recostada sobre su cama completamente desnuda, con el cabello negro desparramado sobre su almohada. Necesitaba con urgencia acostarse con alguien, lo del celibato no era beneficioso para su salud mental.
—Sí, pero no... no voy a buscarlo. —Finalmente la sangre decidió dirigirse hacia su cerebro, a tiempo para dejarlo formular una buena respuesta—. Él sabe lo que hace, conoce las calles mejor que nadie no hay de que preocuparse.
—Yo no lo veo así —murmuró ella, dándose la vuelta para salir con ese contoneo de caderas tan propiamente suyo. Iker sacudió la cabeza, obligándose a apartar los ojos de su trasero y salió para seguirla.
—Ailim, ¿qué pretendes? —La detuvo a mitad de la escalera, pero ella se limitó a ofrecerle una cansina mirada como si no tuviera ni tiempo, ni ánimos de hablar con él. Parecía que ese día todos estaban practicando dicha mirada, pues no dejaba de recibirlas.
—Voy a ir a buscarlo.
—No —sentenció resuelto, una cosa era que el niño quisiera salir a un paseo nocturno, pero no se iba a arriesgar a que su esposa hiciera tremenda locura—. Tú no vas a ninguna parte.
—Tú no vas a decirme qué hacer —le respondió en tanto que cogía su capa para enfrentar la fría noche. Iker maldijo a todos los dioses que eran de su conocimiento y una vez más tuvo que salir detrás de ella como si fuese su pequeña mascota.
—Ailim esto es ridículo, Chico sabe como moverse... sabe lo que debe y no debe hacer. Y estoy seguro que simplemente fue al club.
—Pues iremos al club entonces. —Ella comenzó a caminar calle abajo y lentamente su silueta se perdió en la densidad nocturna.
Él pensó que debía dejarla ir y regresar a su casa para cenar de una vez por todas, pero la caballerosidad perdida hizo acto de aparición después de años de eterna enemistad. Acababa de sumar dos víctimas más a su lista; Ailim y Chico pagarían por haberlo hecho perder, lo que sería su primera cena real en esa casa de mala muerte.
***
El frío era casi tolerable una vez que se agarraba velocidad, a Chico le gustaba hacer carreras desde la casa a todos los puntos que frecuentaba ayudando a Stephen o al señor. Era un excelente corredor, podía incluso ganarle a los chicos de las cuadras, esos que debían ser rápidos para manejar a los caballos adecuadamente. Pero no había nada mejor para él, que correr libremente por los callejones en una noche que auguraba la proximidad de una cortina de niebla. A las personas les agradaba salir cuando nadie más podía verlos, el conde decía que los ladrones se movían con mayor comodidad en esa clase de noches y por como avanzaba esa, Chico pensaba que no tardaría en verlo con sus propios ojos. Tenía planeado ir al club y pedir comida, pues el dueño sabía que el conde luego pagaría por él. Pero decidió seguir de largo para pasar a visitar a sus amigos en el orfanato y tal vez invitarlos a que lo acompañaran en la cena. Pasó corriendo justo por la callejuela que cruzaba al club Rummer de caballeros, allí un suave silbido lo detuvo abruptamente. Chico observó que en las escaleras del club de su señor, se encontraba un niño de no más de diez años, completamente despatarrado.
—Eh, ¿a dónde ibas? —le preguntó el pequeño pelirrojo, empujando su densa maraña de cabellos lejos de sus ojos.
—Al orfanato, para secuestrar a Juan una hora —respondió, haciéndose de un escalón para sentarse también. No había notado lo agotado que lo había dejado esa carrera, los músculos de las piernas parecían temblarles conforme se agachaba para sentarse—. ¿Qué estás haciendo aquí tirado?
—Am... —murmuró el niño, a quien Chico recordaba por el nombre de Joe. Aunque todos sabían que ese no era el nombre que le habían dado sus padres. Pero cuando Joe había llegado a Inglaterra, ningún inglés parecía ser capaz de pronunciar su intricado nombre escoses, por lo que se decidieron por algo simple y corto—. El patrón tuvo ganas de hundirse más en el fango, como si ya no trajera el culo cargado de tanta mierda acumulada. —Chico lo miró con una ceja enarcada, nunca era capaz de comprender lo que Joe decía. Aunque hablaban el mismo idioma, parecía que el otro niño sólo mezclaba palabras hasta lograr una frase completamente sin sentido—. Me ha dicho que lo espere aquí... y luego tendré que oficiar de padrino, o sepulturero. Para como va con su ingesta, yo apuesto por la segunda opción.
—Bien. —Se puso de pie para continuar—. Te veré cuando regrese y te invitaré una tartaleta de pavo.
—Eso suena magnifico, compañero, ya estoy comenzando a ver con cariño a mis zapatos. ¿Cómo crees que sabrían estofados? —instó golpeando las puntas de sus botas. Chico bajó la vista, notando el lodo y toda clase de inmundicia pegado a sus pies, pasó saliva con algo de dificultad.
—Espérame mejor. —Joe soltó una risota, haciéndole un gesto afirmativo.
—¡Eh, chico! —Instintivamente se volvió frente a ese llamado, aunque bien podrían estar hablándole a cualquier otro.
Un hombre de edad madura salía del club, intentando pasar con todos sus tragos encima por un lado de Joe. El niño no hizo ningún ademan por quitarse del camino y el hombre tras maldecirlo un poco, logró esquivarlo con algo de dificultad.
—¿Quieres ganarte un chelín? —lo increpó en cuanto se detuvo a su lado. Chico sonrió de medio lado, pues sabía que con un chelín podría comprar algunos dulces para llevar al orfanato. Estaba seguro que Juan y los otros niños, no veían algo delicioso en décadas.
—¿Qué quiere?
—Lleva este mensaje... —Le entregó un papel un tanto arrugado y traspirado, acompañado de aquello que a él le interesaba; el chelín—. En Stew street, en la tercer escalera pregunta por Matt. —Chico asintió a pesar que no le gustó mucho la idea de dirigirse a aquel lugar.
Era un chiquero y la gente más extraña se pavoneaba por esas apretadas calles, no entendía cómo alguien podía vivir entre tanta peste pero en Stew nadie parecía notarlo.
Al llegar a la apretada y apestosa callejuela buscó con urgencia al tal Matt, sin detenerse a mirar a nadie en particular. El lodo lo detenía en medio de su caminata, era bastante incómodo y sabía que eso le imposibilitaría correr, por eso se sentía tan fuera de sí en ese sitio. Subió las escaleras, contento de poder rescatar sus botas del fango y golpeó la única puerta al final del descansillo.
—¿Y tú qué quieres? —le ladró un idiota que apestaba a tabaco y vino barato.
—¿Eres Matt? —Él otro asintió, descansando su cuerpo en el quicio de la puerta de madera. Chico le extendió el recado y éste lo ojeó con desinterés, para luego soltar un escupitajo junto a su pie.
—Ese bastardo —masculló, en tanto que golpeaba con fuerza el vano de la precaria vivienda—. ¿Qué acaso esperas pago por esta mierda de noticia? —Rodó los ojos fastidiado y se dio la vuelta para emprender el camino al orfanato. Ahora con el chelín en el bolsillo, sería capaz de pintarle una sonrisa a Juan, al menos por un instante—. ¡Eh! Aguarda... —le llamó aquel individuo, moviendo con dificultad su voluminoso cuerpo a través de las estrechas escaleras. Al llegar a su lado le colocó una pesada mano en el hombro, con la cual lo arrastró un tanto en su dirección—. ¿Quieres un poco?—preguntó, sacudiendo su bota de vino delante de sus ojos. Chico negó con suavidad y el hombre le encaró un profundo trago a la bebida—. ¿Seguro?
—Ya me voy —musitó, deshaciéndose de su amarre. El extraño le sonrió, enseñándole una amarillenta y podrida dentadura, pero afortunadamente no intentó disuadirlo. Eso era algo que le había pasado antes, algunos hombres le querían invitar bebidas o a sus casas, pero él no era tan estúpido como para fiarse de ellos. Sabía muy bien de los gustos extraños que tenían algunos.
Chico retrocedió sin darle la espalda, si bien parecía aceptar la negativa nada le aseguraba que no fuera de los que atacaran por la espalda. Pero por llevar ese paso, no notó que al final de la escalera se encontraba otra persona. Sin siquiera darse cuenta de lo ocurrido, golpeó a la mujer con su cuerpo y ésta afortunadamente no cayó al enlodado suelo, pues logró cogerlo de la casaca para mantenerse en pie. Chico soltó un suspiro y la tomó por el codo para ayudarla a incorporarse.
—Disculpe, señora. —Ella alzó la vista un tanto contrariada por el incidente. Tras escrutarlo por un largo segundo, sonrió con amabilidad.
—Oh descuida, cariño, ¿cómo molestarme con un muchachito tan educado?—Ella se sacudió el vestido y le extendió una mano a modo de saludo, Chico le correspondió vagamente. No tenía intenciones de demorarse más tiempo allí—. ¿Cómo te llamas? —le preguntó la mujer, mientras entrelazaba su brazo al de él para guiarlo en dirección contraria a la cual se dirigía. Jaló para liberarse pero ella no se dio por aludida—. ¿Y bien?
—No tengo nombre, señora. —Una vez más jaló y en esa ocasión pudo jurar que sintió como ella hundía sus uñas alrededor de su antebrazo. Reprimió un gemido de dolor y la observó con una mueca, ella ni siquiera lo miró.
—Que raro... un niño tan guapo sin nombre... —rió musicalmente, al parecer de una broma privada que él no llegó a comprender—. No hay problema, te hallaremos uno. —Chico presionó los ojos en rendijas y clavó los talones al piso, reacio a seguirla un paso más.
—Lo lamento, pero ya debo irme.
Ella finalmente lo miró, pero en esa ocasión no hubo amabilidad en esos ojos marrones oscuros, sino más bien ira.
—No puedes irte aún, te invitaré un chocolate. Mi casa está a una cuadra. —Negó intentando inútilmente recuperar su brazo— ¡No seas descortés! —le gritó repentinamente, dejándole en claro que esa mujer eran malas noticias—. No seas descortés... —repitió como si estuviese hablando con alguien más.
Entonces volvió a ponerse en movimiento y él a regañadientes se dejó tironear por el pasillo. En un instante se giró para mirar sobre su hombro, pero no halló a nadie conocido a la vista. ¿Qué demonios quería esa loca?
—Señora, realmente debo irme. —Intentó una vez más tratarla con delicadeza, después de todo el conde le había dicho que no debía pegar a una mujer. Pero ésta en verdad que comenzaba a ponerlo nervioso y sus nervios sólo fueron en aumento, cuando ella se volvió para tomarlo por los hombros y propinarle un fuerte sacudón.
—¡Te he dicho que no seas descortés! —exclamó, clavándole las uñas con odio.
Chico se dijo que eso era demasiado incluso para el hombre más sensato, no iba a pegarle sólo iba a apartarla de su lado. Alzó sus manos y se deshizo de su amarre con un decidido movimiento de sus brazos, luego empujó aquel cuerpo lejos de él y como pudo, emprendió la carrera. Pero no logró llegar muy lejos, pues de un segundo a otro unos brazos enormes emergieron desde las sombras, para apretarlo en un contundente amarre.
—¡¡Suéltame!! —Se sacudió incesantemente, pero los brazos de aquel hombre eran mucho más fuertes que los de la mujer.
—¿Qué demonios le hiciste a mi dama?
Ella se encontraba en el lodo y al notar que lo habían atrapado, sonrió con malicia.
—Ese estúpido niño se cree demasiado bueno como para aceptar una invitación a nuestro hogar, Harry. —El así llamado Harry rió entre dientes, o quizás fue un gruñido, él no supo discernir los ruidos de esa bestia que decía ser un hombre.
—¿Con que rechazaste a mi mujer? ¿Acaso no tienes modales? —Chico lo ignoró, procurando enviarle una fulminante mirada a esa zorra. Harry lo sacudió, apretujándole las costillas con sus manotas. Él profirió un grito agudo y entonces el hombre lo soltó, arrojándolo al lodo con rabia—. Tal vez habrá que enseñarle. —Lo incorporó de la casaca, obligándolo a enfrentar sus ojos.
Chico le escupió el rostro y Harry le propinó un puñetazo en la mandíbula que le robó hasta la última pizca de arrojo. Sosteniéndose con dificultad sobre sus pies, tiró puñetazos al aire sabiendo que era imposible que sus golpes lastimaran a aquel hombretón. Harry soltó una fuerte carcajada y asiéndolo por las muñecas, lo estampó contra una pared haciendo que las lágrimas comenzaran a caer por su magullado rostro.
—¡No en la cara idiota! —Oyó que gritaba la mujer, tras la bruma que eran en esos segundos sus pensamientos—. No me sirve de nada, si lo echas a perder.
Harry se detuvo un segundo, pero a Chico no le importó mucho. Pues en ese instante, se encontraba luchando con la bota que ese hombre había plantado en su espalda para dejarlo tendido en el suelo.
—Tranquila, cariño, no te vas a arruinar por este mocoso. —Lo volvió a levantar y con una enorme sonrisa le preguntó—: ¿Ya has aprendido quién manda aquí?
Chico presionó la mandíbula, incapaz de responder a eso afirmativamente. Prefería morir, antes que volverse el puto de alguna vieja achacada.
—¡Vete al infierno! —exclamó y haciendo acopio de fuerzas que pensaba perdidas, alzó la rodilla para arremeter con firmeza en la entrepierna de Harry.
El hombre, presa de la sorpresa y el súbito dolor, lo liberó para proteger aquella parte tan sensible de la anotomía masculina. Sin perder tiempo, Chico se impulsó para salir de allí llevando o no sus botas en los pies. Nunca reparó en la dificultad que sentía al respirar o en el dolor punzante de sus piernas y brazos, tan sólo pensaba en abrirse paso entre el fango y hallar el camino a casa. Era una pena que Harry no fuese hombre que olvidara las cosas con rapidez, y debió de preverlo, pero en su urgencia sólo pudo ver hacia adelante ignorando el peligro que se cernía a sus espaldas.
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Los problemas no se hacen esperar por acá, prometo que el próximo lo dejo rápido. ¿El martes les parece? xD En el multimedia le dejo una imagen de lord Dublín. Espero les haya gustado ^^
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