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Aperitivo

¡Buenas! Ya que me levanté temprano en domingo, me dije que mejor dejo un nuevo cap. Y acá estamos, empezamos a ponerle un poco de drama a esto xD 

Capítulo III: Aperitivo

No importaba cuánto alzara la voz, no importaba cuánto se esforzara; esos hombres simplemente seguían ignorándola. Pero ponerse a soltar improperios no la ayudaría, ¿verdad? Ailim sintió un tenue apretón alrededor de sus dedos, los mismos la ayudaron a escapar de esas extrañas ideas condenatorias, ponerse agresiva no serviría de nada. Lo sabía, lo aceptaba. Bajó la cabeza en dirección de la persona que intentaba llamar su atención y a fuerza de voluntad recompuso su expresión, para no lucir tan demacrada como se sentía por dentro.

—¿Dónde está mamá? —preguntó la pequeña con los ojos ligeramente humedecidos. Ari no había roto en llanto, no había armado una rabieta como se esperaría de una niña de ocho años. Ailim sonrió con aspereza, su sobrina era más valiente que ella.

—Ella está bien —murmuró con poca convicción, aun así Ari la recompensó con un asentimiento optimista.

Ailim clavó la vista en el escritorio enfrente de ambas, estaba aturdida y sus pensamientos parecían navegar lejos de esa catedrática oficinilla. Recordaba los sucesos de esa mañana aún como algo completamente ajenos a su persona. Había, literalmente, amanecido en medio de un caos. Su hermana quien la había arrastrado fuera de la cama, le gritaba incongruencias apremiándola incesantemente a hacer las maletas. Algo que la había tomado completamente por sorpresa. Mientras ellas discutían las implicaciones y razones para encarar tal empresa sin ninguna planificación de antemano, unos hombres que ella nunca antes había visto, irrumpieron en su humilde morada. A empellones y amenazas con espadas, lograron arrancarle a Ivanush de los brazos. Ailim automáticamente había corrido a la habitación de la durmiente Ari y sin darle tiempo de vestirse adecuadamente, salieron detrás de la carreta con barrotes que amenazaba con deshacer su pequeña familia.

Lo siguiente que supo fue que ambas se encontraban esperando a quién sabe que hombre, en la diligencia donde se llevaban acabo las detenciones de los criminales.

Su hermana una criminal, eso le había gritado el corregidor mientras vociferaba a viva voz que una asesina no tenía derecho a visitas. Por esa razón Ailim no había movido un músculo decidida a ver a Ivanush, pues podría jurar sobre la tumba de su padre que ella no era ninguna asesina. Pero su determinación comenzó a flaquear en cuanto oyó a los guardias jactarse de la proeza de la joven apresada. No le agradó para nada darse cuenta de que tratándose de quien se trataba, era muy posible que Ivanush hubiese pretendido lastimar a ese individuo. No matar, pero seguramente causarle un sufrimiento acorde con el que ellas habían vivido a sus costas. Él estaba en Londres y por el impulso de su hermana, comenzó a sospechar que él recordaba bien quienes eran ellas.

Se tensó frente a ese pensamiento, no quería que la encontrara, verlo o siquiera pensar en él era igual que auto infringirse dolor.

—¿Es usted la señorita Illiria? —escupió entre dientes el idiota que la había atacado verbalmente ni bien puso un pie allí.

El corregidor sabía muy bien quién era ella, pues Ailim se había encargado de dejarle claro a quién buscaba varias veces al exigir su liberación. Pero seguramente el hombre intentaba provocarla para tener una excusa pertinente y echarla en un calabozo también.

—Sí —aseveró mientras se ponía de pie en un impulso. Ari volvió a aferrarse a sus piernas, quizás tratando de proteger su vista de tan desagradable espécimen de hombre—. ¿Ya puedo ver a mi hermana?

Él masculló algo incongruente y con un ademan la invitó a seguirlo, mientras se alejaba por uno de los oscuros y estrechos pasillos. Ailim cubrió a Ari con su cuerpo, caminando a paso sopesado pero con la cabeza bien erguida. El corregidor se volvió para observarla por sobre el hombro, luego de exponer una sonrisa lobuna chasqueó la lengua.

—La niña no puede entrar —espetó retomando el paso como si nada. Ambas se tensaron al oír tal estupidez.

—¿Por qué no? —exclamó contrariada.

No podía y no pensaba dejar a Ari sola en un lugar como ese. Ni siquiera había sido capaz de dejarla sola en la casa, sabiendo que esos hombres aún merodeaban por allí; dícese investigando la vida de la criminal. Pero ella sabía que sólo querían meter mano de lo que pudieran conseguir gratis.

—Los calabozos no son lugar para una mocosa, o entra sola o no entra nadie.

Ailim presionó las manos en puños, no sólo por la denigrante forma en que ese hombre se dirigía a ellas, sino porque fue muy consciente de que ese día no vería a su hermana.

Ariana alzó la vista mostrándose avergonzada por su condición de niña, y ella le sonrió pues sabía que no podía culparla, había sido su error traerla a un lugar tan impúdico.

—Muchas gracias, señor —soltó en tono ácido antes de darse la vuelta y desandar el camino avanzado.

—Lo siento —susurró Ari y por un segundo creyó oír como su pequeño corazoncito de comprimía dentro de su pecho.

—No es tu culpa, cielo. —Y esas palabras resonaron en la deprimente oficina antes de que dieran su primer paso fuera.

Tenía que hacer algo, ¿pero qué? El aire del exterior golpeó su rostro desnudo, había salido tan aprisa que no tenía cofia o ninguna clase de sombrero. Con el cabello danzando alrededor de sus hombros, se sentía igual que una salvaje o una cualquiera. Por lo que llevaba el rostro decididamente apuntado hacia el piso, totalmente inconsciente de que entonces avanzaba directamente a un nuevo encuentro con su destino burlón.

—Ailim.

Fue su aroma y no su voz, la que la ancló en el suelo. Tan sólo había pasado el período de un vals a su lado y aun así, por extraño que sonase, su particular perfume se había quedado arraigado en su mente. Del modo más elemental, no recordaba a Iker por sus ojos o su cuerpo, tampoco por su carácter o su extravagante porte sombrío, lo recordaba porque era imposible que alguien como él expidiera un aroma suave pero tan vivamente masculino.

Lo miró a regañadientes; lucía algo desalineado, como si su ayuda de cámara lo hubiese echado en el oscuro para que se jactara de su suerte al vestirse. Tenía el cabello demasiado corto, al parecer buscando prescindir de los cepillos por una larga temporada. Era extraño que no lo llevara como dictaminaba la moda, Ailim era conocedora de esos absurdos experimentos que los hombres ponían en práctica con tal de tener una cabellera abundante y brillosa. Por supuesto que luego se afanaban por atar aquella maraña en una coleta sofisticada y si dicho hombre pertenecía a la alta aristocracia, terminaba por cubrir toda esa puesta en escena con una pomposa peluca empolvada. Pero no él, por supuesto que él no seguiría tendencias. Aun siendo conde no usaba tricornio o peluca, como si de alguna forma reafirmara su supremacía al evitar ser monocorde con sus pares.

—Milord —saludó inclinándose en una fugaz reverencia. No apartó la vista de su rostro y por esa razón, notó la pequeña tirantes en la mandíbula del conde al escucharla hablar.

Iker se acercó con paso seguro, una vez más mostrándose más aristócrata que cualquier otro en su posición. A pesar de vestir como un niño revoltoso, la seguridad que emanaba hacía a uno olvidar que ese joven no tenía más de veinticuatro años. Seguramente practicaba en el espejo esa mirada desdeñosa, capaz incluso de hacer que el mismo rey bajara la cabeza avergonzado. Esa fue su reacción, Ailim no logró mantenerse firme pensando que muy seguramente lo había molestado al hablarle. ¿Pero de qué forma? Si no había pronunciado más de una palabra.

—¿Qué ocurrió? —No se había esperado oír aquello por lo que, como ya era su costumbre, miró por sobre su hombro buscando a la persona receptora de esa pregunta. Pero Iker le hablaba a ella y él se encargó de dejarle eso claro, cuando la tomó por la barbilla para que volviera la vista hacia sí—. Dime, ¿qué ocurrió?—pidió, esta vez con mayor vehemencia.  

—Mi mamá fue apresada y el guardia gordo, no nos deja verla.

El caballero dirigió una inquisidora mirada a la niña, hasta ese momento Ailim casi y se olvida de que Ari seguía a su lado. Al parecer Iker ni siquiera había reparado en la chiquilla de ojos azules, tan brillantes como dos hermosos lagos congelados.

—No hablaba contigo —la reprendió él, y tanto Ailim como Ari abrieron los ojos como platos.

Sabía que era un grosero, sabía que nunca actuaba con diplomacia al menos que obtuviera algo a cambio, pero por Dios del cielo se trataba de una pequeña asustada y confundida. Desafortunadamente no atinó a interferir en nombre de su sobrina, pues le gustara o no admitirlo; Ari había hecho mal al dirigirse a un hombre sin que nadie le diera permiso. Pero había mejores formas de apuntarle su error, eso había sido innecesario.

—Discúlpela…—Iker agitó una mano para silenciarla y Ailim se mordió el labio, a un segundo estuvo de mandarlo al diablo.

—¿Quién eres? —En esa ocasión se dirigió directamente a Ari, ésta le envió una mirada dubitativa, seguramente debatiéndose si era o no pertinente responderle—. ¿Ahora te quedas callada? Habla, chiquilla, no te di a resolver un problema de algebra ¿o eres tan lenta que ni tu nombre sabes?

—Eso… —Él volvió a callarla con un ademan y por un segundo creyó que se terminaría atragantando de tantas canalladas juntas—.  ¡Es sólo una niña, no le hables así!

Le importó poco o nada la fulminante mirada que le obsequió Iker. Un hombre como él no estaba acostumbrado a que desobedecieran sus órdenes, la había mandado a callar pero ella acababa de pasar por encima de su pedido sin más.

—Ya veo de dónde ha sacado tan impecable educación esa niña. —Y sin mirar a ninguna de las dos, se encaminó dentro del edificio de piedra en donde retenían a su hermana.

 Tras recuperase del impacto de sus palabras y su actitud tan presuntuosa, Ailim se arremangó el bajo de la falda para poder correr detrás de él. No sabía por qué o con qué propósito, pero por alguna razón presentía que Iker quería que lo siguiera. Ari no se mostró disconforme, aunque en sus dulces ojitos se evidenció un claro temor, el mismo que sólo podía despertar la posibilidad de perder a su única familia en un día.

—Estaremos bien —le prometió, mientras la instaba a mover los pies en un recorrido que ella ya comenzaba a comparar con la entrada a su infierno personal. Claro estaba que Iker le oficiaría de guía, pues ¿quién mejor que un conde diabólico para enseñarle a caer en el pecado de la manera más digna?  

                                                                 ***

Cada segundo que pasaba, Ailim se convencía más de la injusticia que dominaban en Inglaterra. Por supuesto que cuando el corregidor la vio acompañada de Iker, recordó súbitamente que ella era una dama y que Ari no era ninguna mocosa. Prácticamente les pulió el piso conforme ellas se encaminaban a los calabozos. Arrastrado, pensó en su fuero interno incapaz de refrenar una sonrisa de suficiencia al verlo tan solícito con ellas.

Les permitieron ver a su hermana pero Ailim sabía que si quería realmente descubrir lo que había ocurrido, no podía hacerlo enfrente de su sobrina. Ivanush la había calmado hábilmente, haciendo que Ari incluso sonriera frente al ingenio de su madre. Ailim se limitó a observarlas en silencio y cuando se disponían a retirarse, Iker se le adelantó tomando la mano de su sobrina para sacarla del calabozo. En ningún momento le dirigió la palabra, ni tampoco interrumpió en el reencuentro de la niña con su madre, pero en esa ocasión le dedicó una advertencia muda. Ailim comprendió que le estaba regalando unos minutos para que ella pudiera esclarecer sus dudas y a pesar de que el conde se había mostrado como un bastardo con Ari antes, la pequeña ni siquiera vaciló al momento de seguirlo fuera.

—Es una buena niña —susurró su hermana, volviéndola abruptamente a la realidad.

Ailim la observó sin ser capaz de verla realmente, pues de un segundo a otro sus ojos se cubrieron por una delgada capa de lágrimas. Sacudió la cabeza y por un instante procuró que sus emociones no gobernaran sus acciones; fracasó lastimosamente.

—¡¿En qué demonios estabas pensando?! Oh qué estúpida pregunta, por supuesto que no pensabas… —Su hermana no se inmutó por su arrebato, sino que con mucha calma se puso de pie para tomarla de las manos. Fue entonces que notó como éstas le temblaban presas de la desesperación.

—Ailim…

—¡No, no hay nada que puedas decirme que justifique esto!

Ivanush la había dejado sola, había buscado una venganza personal olvidándose que tenía una familia, ¿cómo podía ser capaz de actuar tan imprudentemente?

—Ailim, cálmate. —Su hermana la envolvió entre sus brazos para ayudarla a menguar su ira, desafortunadamente ésta se transformó en un penoso llanto compungido—. No llores, todo se va a arreglar. —Y quizás por un segundo quiso creer en la palabra de su hermana mayor, quiso confiar ciegamente en ella como lo había hecho siempre. Pero, ¿cómo se arreglaría tremendo embrollo?

—¿Por qué lo hiciste?—sollozó despegándose los suficiente para mirarla a los ojos—. Tu hija te necesita, yo te necesito. ¿Por qué hiciste algo así?

Ivanush apartó la mirada un instante y ella pensó que se sentía avergonzada, pero no justamente arrepentida como debería esperarse.

—Sé que piensas que sólo fue un impulso infantil, pero te equivocas. Lo hice por ustedes, quería deshacerme de ese hombre para siempre. —Ailim respingó en su lugar, la rudeza que decoraba el timbre de su hermana logró estremecerla. La había oído miles de veces prometerse a sí misma que lo haría pagar, pero nunca llegó a creer que en verdad iría por ello. Casi sintió que no reconocía a su propia sangre—. Ailim… él sabe… —Ella enarcó una ceja al mirarla, sin poder determinar lo que oía—. Sabe de Ari —confesó entonces Ivanush y por un segundo, todo pareció detenerse alrededor de ambas.

—No, no puede ser —murmuró buscando alternativamente otra razón, pero el gesto de Ivanush no admitía errores—. ¿Cómo…?

—En el baile de máscaras me interceptó y me dijo que si no lo ayudaba con algo importante, se llevaría a Ari. —Su hermana sacudió la cabeza con aspereza—. No podía permitir que se la llevara, ella es mía.

—Lo sé… —dijo, incapaz de poder atinar una línea que lograra apaciguar a Ivanush—. ¿Qué quiere de ti?

Su hermana respondió con un bufido y ella no necesitó más para saber lo que se traía entre manos.

—No estoy dispuesta a dejarme utilizar, ya no soy una niña puedo defenderme y defenderlas a ustedes. —Una risa amarga escapó por entre sus tensos labios—. Fui muy estúpida, cometí un error y no logré escapar a tiempo… lo lamento tanto, Ailim. Pero tendrás que marcharte con Ari de regreso a Rusia.

—¿Y qué hay de ti? —instó en un exabrupto, nunca se había separado de su hermana. Ellas estaban juntas siempre, sin importar qué tan ardua fuese la empresa, tenían que enfrentarla las dos—. No te dejaré —espetó resuelta, antes de que ella pudiera contradecirla.

—Yo las alcanzaré. —Ivanush parodió una sonrisa, que en ningún momento logró engañarla. Ailim supo que su hermana no tenía intenciones o ilusiones de abandonar aquel lugar.

¡Sobre su cadáver!, la salvaría aun si en el proceso tuviese que condenarse ella misma. Ari no podía crecer sin su madre, Ailim sabía lo duro que esto era y no estaba dispuesta a dejar que su sobrina corriera con su suerte.

—Hablaré con él —masculló sin un ápice de vacilación en su voz, aun así le fue imposible retener la imagen grotesca que forjó su mente.

—¡No! Te prohíbo que te le acerques.

—No puedes prohibirme nada, tú estas aquí encerrada y en lo que a mí concierne, soy yo la que toma las decisiones ahora. —Nunca había utilizado un tono amenazador con ella, jamás fue necesario, pero en ese instante Ailim se propuso regresarle todo lo que alguna vez su hermana había hecho por ella.

—¡Por favor, Ailim! —rogó una conciliadora Ivanush—. Si hice esto fue para mantenerlas alejadas de él… te lo ruego no vayas a enfrentarlo.

Ella le obsequió una triste sonrisa y se puso de puntillas, para despedirse con un beso en la frente.

—Lo siento, pero ya tomé una decisión. —Su hermana lució un rostro desesperado que casi logra robarle la determinación. Razón por la cual Ailim se apresuró a huir de allí como alma que lleva el diablo.

Al salir, tanto Iker como Ari alzaron la vista del piso y la posaron en ella con distintos grados de curiosidad. Él aún sostenía la mano de la niña y ésta no parecía particularmente incómoda al respecto. Ailim frunció el ceño, confundida, pues ella conocía la reticencia que mostraba Ari con cualquier hombre. Nunca les hablaba directamente, algo que había hecho con Iker antes y estaba casi segura que nunca, nunca la había visto tan tranquila junto a un extraño. Suspiró avanzando los pasos que los separaban, luego observó a Iker y éste le mantuvo la mirada imperturbable.

—Gracias —musitó notando que todo se lo debía a él y a sus contactos en la diligencia.

De no ser por Iker, Ari quizás no hubiese visto de nuevo a su madre hasta quién sabe cuando. Él extendió hacia adelante las manos enlazadas de ambos y la niña comprendió al instante lo que le pedía. Ari lo soltó y rápidamente corrió a abrazarse de ella. Ailim la levantó en sus brazos, procurando no romper en llanto. Había tomado una decisión, pero primero se encargaría de que Ari estuviese segura. Al regresar la vista en dirección del conde, notó muy a su pesar que éste se había esfumado. Ailim se encogió de hombros, tenía cosas más importantes en las que pensar, pero se sintió ligeramente vacía al percatarse que una vez más él no se había despedido.

                                                                 ***

¿Podría hacer de ese encuentro algo estrictamente olvidable? El repentino nudo que se formó en la base de su estómago, la disuadió de tal milagro. Nunca se sentiría cómoda en su presencia, no importaba cuántos años hubiesen pasado, Ailim jamás olvidaba. Se alisó su sencillo vestido gris mientras fijaba la vista en la opulenta puerta blanca que la enfrentaba, los escalones que guiaban al interior estaban excesivamente pulidos y el jardín parecía el sueño de cualquier mujer. Él sabía como vivir bien, era injusto que una persona de su calaña tuviese la vida tan sencilla.

Llamó a la puerta notando como sus manos se negaban a encarar tal tarea, aun así se obligó a actuar como un persona sensata. Ella no iba allí para atacarlo, como había sido la idea de Ivanush. Ailim iba con el propósito de pactar algo que dejara a todos los implicados conformes.

—¿En qué puedo ayudarla? —preguntó un mayordomo de levita violeta y ojos negros como la más densa noche.

—Estoy buscando a Lord… Reginal. —El nombre se le atoró en la lengua, tanto ella como Ivanush se habían prohibido pronunciar esa palabra en voz alta. Pero en esa ocasión, la situación lo ameritaba.

—Milord, no recibe visitas. —El mayordomo comenzó a cerrarle la puerta en la cara y Ailim hizo acopio de su poco valor, para detenerlo a medio camino.

—Estoy segura que milord, hará una excepción conmigo. —El hombre enarcó una ceja con incredulidad, Ailim ignoró la sonrisa burlona que decoró el rostro del mayordomo y añadió—: Dígale que Ailim lo busca.

—Como quiera —masculló en respuesta, antes de volverse hacia el interior sin escatimar en su desdén.

Al notar que dejaba la puerta entreabierta, ella lo siguió. Evitó observar a su alrededor, pues eso sólo haría que su ira fuese en aumento. La injusticia del mundo cada día se le hacía más evidente, por lo que no necesitaba ver lo bien que lo llevaba un bastardo rico.

Cinco minutos después, se encontraba de pie en una antigua biblioteca enfrentando a uno de sus más oscuros fantasmas. El barón, sir Reginal Ethon, la observaba desde su amplio sillón con un gesto que podría pasar por curioso, aunque ella bien sabía que sus ojos no buscaban exactamente descubrir un secreto. Estaba más viejo de lo que ella recordaba, no pensaría que ocho años harían tanta diferencia en el porte de un hombre. Pero aunque ahora su vientre se hubiese henchido producto del abuzo de los licores, aún mantenía la chispa en sus ojos celestes, siempre inquisidores, siempre deseosos.

«Maldito viejo asqueroso»

—¡Qué hermosa sorpresa! —masculló, escupiendo un poco la bebida que aún guardaba en su boca. Ailim intentó refrenar la mueca de asco, pero al parecer no tuvo éxito pues él comenzó a reír estridentemente—. Oh, claro, la pequeña Ailim… siempre tan pulcra y refinada, mi zakuska. ¿Recuerdas eso?

Cada parte de su cuerpo lo recordaba, odiaba esa palabra porque el muy bastardo había aprendido una forma de insultarla en su propio idioma. Era tan denigrante y a la vez, despertaba cada uno de esos recuerdos que tanto trabajo le habían costado enterrar.

—No vine hablar de tonterías…

—Estás aquí por tu hermana —completó Reginal con aire de superioridad, Ailim asintió—. Pues tienes que tener en claro que no pretendo lastimar a tu hermana, sólo necesito un favor y luego será libre de ir a donde quiera.

—Nunca es sólo un favor —remarcó ella, dándole a entender que no era tan estúpida como pensaba. Reginal se rozó la nariz con la punta del dedo, un gesto con el que hacía gala de su perspicacia.

—Perfecto entonces, no nos andemos con rodeos, Ailim. Estás aquí porque quieres proponerme una alternativa ¿me equivoco?

—Me ofrezco a hacer ese trabajo por Ivanush, pero tú tienes que dejarla en libertad y olvidarte de ellas. —Reginal agitó una mano, como diciéndole que eso ya era un hecho y luego la instó a continuar—. Necesito algo más que un simple ademan para asegurarme de que me das tu palabra.

—Y yo necesito saber si eres capaz de hacer lo que tu hermana. —Él se tocó la barbilla, pensativamente—. No recuerdo si alguna vez te vi… ya sabes.

Se resistía a admitir que conocía de la magia, esa misma magia que lo había salvado de la ruina en más de una ocasión.

—Somos de la misma familia y tenemos las mismas capacidades… —El barón se puso de pie del otro lado del escritorio y ella por primera vez notó que no era tan alto como lo recordaba.

En realidad estaba algo encorvado y más aparentaba ser un viejo achacado que un hombre intimidante. Aun y con todo esta nueva idea de él, nada podía borrarle el temor que éste despertaba en su interior. Ailim retrocedió por mero instinto y él bordeó el escritorio para acercase más, ella dio otro paso atrás y fue entonces que oyó como Reginal reía divertido.

—Estás más asustada que un ratón… —Su voz le sonó indiscutiblemente demasiado cercana, Ailim alzó la vista para encontrarlo a centímetros de distancia—. Pero también te has convertido en toda una perra, podría jurar que eres más bella que Ivanush… —Hablaba de manera pausada, mientras su vista la devoraba sin reparos. Ailim se sintió asqueada con su propio cuerpo.

—¿Tenemos un trato? —preguntó sin ánimos de alargar por más tiempo esa reunión.

—Sólo una condición más…—Ella le envió una inquisidora mirada, logrando que él le sonriera de medio lado. Un gesto que provocó que el lado izquierdo de su rostro se poblara de profundas y grotescas arrugas—. Quítate el vestido.

Ailim abrió los ojos desmesuradamente, y sin pensarlo llevó las manos hacia su pecho a modo de protección.

—¿Eso qué tiene que ver? Lo ayudaré con su problema, no veo que…

—Sabes muy bien que yo estoy perdiendo más que tú con este trato, lo mínimo que pido a cambio es un poco de calor en mi lecho. —Se detuvo lo suficiente para extender una mano y enredarla en su cabellera, ella hizo lo posible por no luchar contra su amarre—. Si no estás dispuesta, pues es una pena… aunque estoy seguro que Ivanush será un gran decorativo meciéndose en la horca.

—¡No! —exclamó resuelta, la imagen de su hermana colgando sin vida la golpeó de lleno.

No podía permitir que lastimara a su familia, ¿pero acaso podía acceder a lo que él reclamaba? Su mente automáticamente exclamaba otro ¡no! con horror.

—Entonces, Ailim, ¿tenemos un trato? —le susurró pegando sus labios en su barbilla, el estómago le dio un brinco en su interior y sintió como cada centímetro de su cuerpo le gritaba incesantemente huir de allí.

Pero una vez más el recuerdo de su hermana y de su sobrina se impuso por sobre sus instintos de supervivencia. Asintió sin fuerzas, mientras la última gota de valentía se escapaba de su alma. Pero se dijo que era mejor así, al menos su familia podía escapar de allí y nunca más tener que pensar en ese hombre.

Reginal le acarició la sien con la yema de los dedos y su boca buscó abrirse camino al interior de la suya. Ailim intentó retroceder, pero él la tenía bien aferrada por el cabello. El barón gruñó molesto por su rechazo y en esa ocasión dejó de lado la persuasión y sin miramientos, la mordió para obtener lo que quería. Una lágrima insonora rodó por su mejilla, mientras le permitía aquel odioso beso. 

Entonces, la puerta se abrió. 

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Pues eso... ¿opiniones? Ya todos sabemos que Iker no se gana el premio al más cariñoso de los personajes, pero él es así xD                            

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