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Amor fantasma

Ok, estaba mirando cuánto falta para que termine esta historia. Vamos por el capítulo 24 y me he fijado que tiene 32, así que todavía tenemos que pasar por varios asuntos pero en este cap. se presenta algo nuevo. Espero les guste, au revoir.

Capítulo XXIV: Amor fantasma

El sonido y el aroma de esas calles, nunca era el mejor escenario para trabajar. Pero para los dos hombres que aguardaban en una oscura equina del pérfido barrio de Southwark, esos detalles rara vez los incomodaban. Estaban acostumbrados a que el oficio los llevase de un lugar nauseabundo a otro, e incluso se podría decir por sus aspectos, que se confundían perfectamente con las personas de ese antro. Parecían uno más del montón, nadie repararía específicamente en ellos y eso era lo que los hacía tan buenos en su trabajo. El más bajo; de brazos gruesos y rostro adusto, no quitaba la vista de aquella portezuela que llevaban la última media hora vigilando. Era muy serio al momento de encarar una tarea y la que tenían en manos, efectivamente era la que más tiempo y dedicación les había robado.

—Allí va —le informó a su compañero. Mientras ambos veían como el pequeño pilluelo que seguían, salía disparado de la redacción de Boy Acles, un viejo mañoso pero muy astuto. Hasta ese día nunca lograron sonsacarle nada al maldito Boy, aunque sabían que su hombre se encargaba perfectamente de cubrir su rastro.

—¿El piojoso te suena de algo? —inquirió su compañero, haciendo el vago ademan de perseguir al muchacho.

—No, déjalo, sólo es un mísero mensajero. —Él sabía muy bien que ese niño había sido pagado para entregar el montón de papeles en la redacción. De nada servía increparlo, después de todo ya sabían quién había sido el emisario.

—Tal vez nos guíe al hombre gordo. —Su compañero se refería al individuo que había dado el recado al pequeño. Llevaban varios meses tras su pista y aunque ya sabían quien era el que se encargaba de hacer correr los escritos, aún no sabían quién demonios los escribía.

—¿Cómo están nuestros sospechosos? —preguntó, cambiando ligeramente la dirección de la conversación. A su lado el otro extrajo una libreta de su chaleco, para verificar los datos recolectados en el último mes.

—Deberi no ha salido de su casa, al parecer ha cobrado un nuevo temor al exterior. —Chasqueó la lengua, nunca había apostado mucho a que Deberi fuese su hombre pero las esperanzas eran lo último que se perdía—. Su mayordomo dice que ni pueden ingresar al estudio, sin que el hombre les arroje algo.

—Tendremos que tacharlo de la lista —reflexionó, dejando ir un leve suspiro—. ¿Qué mas?

—McDowell sigue exiliado en el campo y tras realizar una exhaustiva búsqueda, confirmé que no tiene ningún sirviente gordo y de cabellos rizados. Tampoco recibió visitas desde Londres, por lo que...

—También queda eliminado —completó con un dejo de frustración. Los sospechosos parecían esfumarse cada vez con mayor rapidez, y él seguía sin poder encontrar a su Fantasma—. ¿Quién queda?

—Pues... —Hizo una pausa pasando hojas de su libreta con avidez—. Seinfeld ha regresado de Brighton hace una semana, en su ausencia revisé a su personal. No hay ningún hombre con la descripción que contamos...—Lo miró con el ceño fruncido.

—¿Estás seguro? Tal vez viajaba con alguno de sus lacayos o su ayuda de cámara.

—Estoy muy seguro, señor, me metí por completo en su casa... y tengo información de primera mano. Nuestro hombre, no está ahí. —Su compañero se sonrojó con ligereza tras confesar aquello y él no quiso preguntarle la procedencia de dicha información. El joven, aunque algo impertinente, normalmente hacía un buen trabajo de investigación.

—¿Así que tendremos que borrar a Seinfeld también? —Esa idea lo contrariaba en demasía, pues de todos sus potenciales candidatos Seinfeld era el que más posibilidades tenía de ser el que ellos buscaban. No estaba acostumbrado a fallar en una observación y la primera vez que había visto a Rafe Seinfeld, su instinto le dijo que ese bufón lord escondía algo. ¿Se habría equivocado?

—No estoy del todo seguro. —Las palabras del muchacho lo abstrajeron de sus cavilaciones.

—¿Por qué?

—Bueno... sí tuvo visitas esta semana y creo que entre las personas que estuvieron en la mansión, estaba nuestro hombre.

—¿Lo viste? —El joven asintió un tanto dudoso—. ¡¿Y porque no me lo informaste?!

—Pues no había aparecido ningún artículo y yo... —Lo acalló con un ademan, a un segundo de asestarle una bofetada, pero se contuvo.

—Dame los detalles.

—No estoy seguro si es efectivamente él, pero llegó acompañando a un lord no sé qué... parecía su lacayo... —Una vez más rebuscó en su libreta. Él intentó por todos los medios no tomarlo por el cuello y estrangularlo. Así que buscó liberar su frustración con un largo y profundo suspiro—. Am... lord Pembroke ¡sí, ese es! —espetó con una gran sonrisa, mientras le enseñaba sus garabatos en la hoja. Como si él pudiese ver algo en ese revoltijo de letras.

—¿Pembroke? —Su mente maquinó por un segundo, buscando la correcta asociación de ese nombre—. ¿El observador de aves? —preguntó, sin poder ocultar un dejo de incredulidad.

—Ese mismo, el hombre gordo estaba con él. —Se quedó en un silencio analizador, mientras recuperaba la escasa información que tenía sobre ese hombre. Nadie en verdad lo conocía, pues tenía un perfil bajo y normalmente no daba mucho pie a escándalos. Aunque todos sabían que Pembroke era íntimo amigo del rey, nadie lo asociaba con la clase de persona influyente que debería ser.

Su título, su posición y su fortuna, deberían convertirlo en un hombre de alto renombre. Pero a decir verdad, era un conde del que nadie sabía nada. Por ahí se decía que estaba casado, por ahí se decía que no tenía piedad en el campo de honor y había quienes aseguraban que estaba un tanto loco. Pero las habladurías sobre él morían tan rápido como iniciaban, como si de alguna forma hubiese logrado que todo lo circundante a su persona fuese de escaso interés público. Era extraño, nadie en su sano juicio no se aprovecharía de su posición tan bien afianzada. Pero Pembroke no abusaba de sus privilegios, sino que parecía querer desentenderse por completo de ellos. Podría ser el mayor confidente de rey, pues el mundo entero sabía que varias veces había estado de invitado en su sala. E incluso teniendo ese factor a su favor, él no tomaba ventajas. ¿Por qué? ¿Sería posible que Pembroke utilizara aquella cercanía para otras cuestiones? ¿Cuestiones tales como obtener información? Después de todo, ¿quién sospecharía del observador de aves? ¿De ese individuo que todos tenían como un vago recuerdo? Al que podían ver, pero no notar. Ese que se movía por el palacio real como un espectro, como un susurro, como... el Fantasma que era.

—Lo encontramos —anunció, sonriendo con malicia. Pues Pembroke había jugado muy bien su papel, pero no lo suficientemente bien como engañarlo.

***

Soltando un suave suspiro, Ailim se alisó por decima vez la faja de su vestido verde agua. Ni siquiera sabía porque estaba tan nerviosa, después de todo no era su boda. Pero tras haber estado planeando incasablemente el evento que se llevaría acabo ese día, ella comenzaba a sentir las nauseas de una futura esposa. Al menos se sentía como creía que debería sentirse, pues ella no había tenido la oportunidad de pensar siquiera en su condición de futura esposa. Su matrimonio había sido concertado, sin que Ailim supiera nada al respecto y aunque eso la había fastidiado en ese momento, ya ni recordaba aquel suceso.

Sabía que era la esposa de Iker, no le importaba los cómos o los porqués, simplemente se sentía feliz por ello. Dos meses atrás ella no hubiese sido capaz de imaginarse el presente, pero todo eso había quedado muy lejos. Iker y ella eran felices a su particular modo, habían encontrado ese punto medio que en un principio los había hecho tan unidos. La amistad que se había perdido con los años, en los últimos meses había resurgido con más fuerza y ella se sentía en una consonancia pura con su esposo. No podía ponerlo de otra forma, ella lo amaba. No estaba segura cuándo descubrió que se sentía así, tal vez cuando Abi le explicó las cosas que Will despertaba en su persona, tal vez cuando Iker la miró a los ojos por primera vez en las penumbras de la mansión hacía tantos años, o tal vez fue en el transcurso de toda su vida. Sabía que el cariño que sentía hacia él, no era ese ideal infantil de antaño. Lo que había entre ellos era más fuerte, más solido y Ailim sabía que entre los dos podían perpetuarlo.

Por supuesto aún discutían, aún tenían pequeñas diferencias. ¿Pero quién no? Ella pensaba que la vida sería demasiado monótona, sin las usuales querellas y los desafíos de ingenio que le presentaba su esposo. Aun así Iker había adoptado una forma poco ortodoxa de hacerla ceder a sus demandas, pues en el momento en que sus labios se tocaban, Ailim perdía todo poder sobre sus argumentos. Y ya no le cabían dudas, dado que si eso que sentía en su corazón no era amor, ella no tenía idea cómo definirlo.

En ese momento se preparaba para la boda de su más reciente amiga. Abi y Ailim se habían vuelto íntimas al instante en que supieron como ponerse en contacto la una con la otra casi constantemente. Iker había perdido su apuesta, por supuesto, pues dos meses atrás Will decidió que quería a Abi como su nueva marquesa. Y aunque su esposo recelaba en un principio con aquel acuerdo, terminó por aceptar que la muchacha americana era lo mejor para su hermano. Desde entonces Ailim supo que debía darles todo su apoyo, mientras la pareja pasaba por su "largo" periodo de compromiso, ella intentó abstraer la mente de la futura novia con tonterías. Compras, fiestas, reuniones y cartas a su prometido. Los dos meses estipulados, finalmente habían caducado y la boda se llevaría acabo esa misma tarde. Sería un evento a la altura de la familia Warenne, el cual sin duda alguna dejaría a más de una con un mal sabor de boca, pues el Marqués de Adler oficialmente salía del mercado.

Sonrió con su propia ocurrencia, repasando su aspecto en el espejo de cuerpo entero. Desde que ella y su esposo habían logrado entenderse, Ailim se sentía resplandecer. Pero por extraño que fuese, en ese momento estaba dudosa y algo vacilante. Pues llevaba casi la última semana intentando abrir sus sentimientos y expresar algo más que agradecimiento hacia su esposo. Tal vez sería que tanto amor en el aire, la hacía querer participar o quién sabe. Abi estaba locamente enamorada de Will, eso era innegable, Nigel recientemente había informado de sus serias intenciones para con Zulima, la hermana menor de los Warenne, y su propia hermana había terminado su nota más reciente con la frase: "Lord Seinfeld se despidió de mí con un beso que me encendió el alma... ¡Querida hermana, regrésamelo pronto!" Algo que la desconcertó y alegró de modos iguales.

¿Cómo no querer compartir el momento? Ella tenía un amor, ¿verdad?, lo más justo sería que fuese lo suficientemente atrevida como para decírselo. No tenía que ser tan elocuente como el resto, no tenía que dar grandes muestras de romance. Sólo pronunciar dos simples palabras: "te amo". ¿Qué tan difícil podría ser? Para desgracia de Ailim, podía ser mucho más difícil de lo que se imaginaba.

Lo había intentado, había tenido ciento de oportunidades, pero estúpidamente dejó que su timidez se apoderara del momento en todas las ocasiones. ¿Por qué? ¿Por qué no podía decirle a Iker que lo amaba? Él después de todo había adoptado esa extraña manía de llamarla "amor mío". Ailim no estaba segura de cómo interpretar aquello, pues viniendo de Iker todo podía ser puesto en tela de juicio. Pero fuesen o no honestas sus palabras, Iker siempre utilizaba apelativos cariñosos para referirse a ella y Ailim aún seguía llamándolo por su nombre. Incluso en ocasiones lo llamaba "milord", pero sólo cuando se enfadaba con él. Llevaban cuatro meses casados, se conocían hacia más de dieciséis años... a esa altura de su vida, ella debería poder confesarle sus sentimientos o minimante tratarlo con menos formalismo. No tendría que pensarlo tanto simplemente decirlo.

—Te amo —le dijo con firmeza a su reflejo en el espejo y por un segundo no le supo tan complicado—.Te amo... —Volvió a repetir, como si de alguna forma la práctica le infundiera coraje. Ahora sólo faltaba decírselo a él, algo así como: Iker yo...—. Te amo —completó su frase mental, sonriendo al notar que casi lo tenía dominado.

Con un poco más de práctica, ella casi y hasta podía saborear el momento en que se atreviera a soltárselo. Sí, dos años más de hablar con el espejo parecían el camino indicado a seguir. Bufó ante sus propios pensamientos.

—Oí de esa técnica —anunció una voz profunda, no muy lejos de ella. Ailim respingó dirigiendo la vista horrorizada hacia la puerta, y allí lo vio; con un hombro reposado en el quicio y embestido en su traje formal, se encontraba su esposo sonriendo con toda desenvoltura. A ella se le cortó el aliento, ¿podría haberla oído? ¡¿Cómo rayos se explicaba?!—. Se supone que sirve para reforzar la confianza... ¿no? Aunque también alimenta un poco el ego. —Iker avanzó hasta colocarse detrás de ella, para luego posar el mentón sobre su hombro. Ailim no se movió, no respiró, ni siquiera logró escuchar bien lo que le decía—. ¿Puedo intentar? —le preguntó capturando sus ojos en el reflejo, Ailim asintió ausente ganándose a cambio una brillante sonrisita.

Iker fijó la mirada en su propio reflejo, pero en ningún momento se apartó de su lado, la tenía bien aferrada por al cintura y ella sólo podía resignarse a ser una observadora silenciosa.

—Veamos... te amo —dijo repentinamente sonriéndose a sí mismo. Ailim abrió los ojos como platos, pero no se atrevió a decir nada. No que supiera qué decir de todos modos—. Iker... te amo —espetó entonces, haciendo eco de sus pensamientos. Ailim se estremeció de forma involuntaria, ¿se estaría burlando de ella?—. ¡Vaya! Sí que funciona, ya me siento mucho mejor.

—Aja —concordó aún con el aire negándose a entrar en sus pulmones.

¿Realmente Iker pensaba que ella había estado diciéndose que se amaba? Por Dios, si eso era cierto Ailim era más afortunada de lo que esperaba. Al menos él no creía que estaba haciendo el ridículo, ensayando como confesársele.

—Hombre, ¿quién no te amaría con esos ojos que tienes? —Siguió diciendo su esposo, haciéndole coquetamente un guiño a su reflejo. Ailim puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír—. ¡Oh, por favor, me avergüenzas! —confesó un juguetón Iker hacia sí mismo—. Tonterías, debes estar acostumbrado a oír esas cosas —se respondió, logrando que ella soltara una carcajada. Él entonces la estrechó con más fuerza entre sus brazos, plantandole un sonoro beso en el cuello—. Ya, pero tengo que advertirte que soy casado —le apuntó al Iker del espejo con firmeza, para luego girarla y terminar de robarle la cordura con sus labios.

—Estás demente —susurró una vez que hubo recuperado el control de su cuerpo, su esposo se encogió de hombros como toda respuesta.

—¿Pero soy encantador? —instó, hundiendo el rostro en su clavícula y presionando con la lengua aquel punto por demás sensible de su cuello.

—Mucho... —suspiró ella, echando la cabeza hacia atrás para brindarle un mayor acceso.

—Mm... amor mío, no hay nada que desee más que acorralarte contra una pared y demandarte calmar este fuego pero... —No acabó su frase, pues ella decidió en ese momento tomarlo por la nuca y dirigirlo a su boca sin mediar tregua—. Condenación —murmuró Iker contra sus labios, bajando sus manos hasta su trasero para presionarla demandantemente contra su cuerpo.

Ailim gimió dentro su boca y él la alzó en vilo, aplastándola furtivamente contra la pared más cercana. Iker derrapó con sus manos por su espalda, acariciando la parte superior de su vestido y en algún momento sus inquisitivas caricias, lograron abrirse paso hasta su ardiente piel. Ella volvió a soltar un gemido, atrapando la lengua de su esposo entre los dientes y él le respondió dejando en su blancuzco cuello una enrojecida marca de posesión. Ailim lo jaló del cabello, apretándolo contra ella y buscando tenerlo más cerca. Y cuando Iker perdió todo control sobre la situación, al punto de comenzar a deshacerse de su bonito vestido, la puerta se abrió.

Él la liberó tan rápido que Ailim casi aterriza de trasero en el piso, su esposo masculló algunas maldiciones mientras intentaba recuperar la compostura, y ella sonriendo por la situación le dirigió su atención al recién llegado.

—Perdón —musitó la vocecilla de Ari, mientras que su vista iba de Iker a ella en cortos parpadeos.

—No pasa nada —la tranquilizó Ailim. Al menos no habían estado más que besándose y su sobrina ya los había visto de esa forma antes. Tal vez estaban un poco más acalorados que de costumbre, pero afortunadamente las manos de su esposo se encontraban en lugares no muy comprometedores.

—¿Qué ocurre, ratoncillo? —interrumpió Iker, quizás ya resignado a dejar el momento para más tarde.

Ari lo miró olvidándose rápidamente de su incomodidad, ella no se sentiría culpable por mucho tiempo. Era una pequeña pilluela y en ese sentido, había atrapado las mismas costumbres de su esposo. No era muy proclive a disculparse, o a avergonzarse y por sobre todo, siempre parecía guardar una replica mordaz para cada comentario. Su sobrina cada día se convertía más y más en una pequeña versión de su esposo. Algo extraño, debía admitir, pero siempre podía haber sido peor.

—El carruaje nos espera y... —extendió la última palabra de forma deliberada, sacando de su espalda una bola de pelos blanca—. Lord Dublín ha desempolvado sus mejores galas.

Iker soltó una carcajada tomando a su hurón de las manos de la pequeña, Ailim rodó los ojos. Le habían puesto un corbatín al animal, aunque tuvo que admitir para sí misma que el bicho se veía bastante adorable.

—¡Me toca llevarlo! —exclamó una nueva voz desde el pasillo, y minutos después el rostro de Gaby, enrojecido y agitado, apareció en la puerta. Iker se golpeó el labio inferior, en gesto analizador.

—¿Quién lo llevó la última vez? —preguntó a los niños y ambos se apuntaron acusadoramente el uno al otro—. Bueno, ya que no pueden ponerse de acuerdo, yo lo llevaré.

—¡Nooo! —Se quejaron ambos al unísono, frunciendo los labios en sendos gestos de capricho. Iker los ignoró, tomándola a ella de la mano.

—La próxima vez pondrán más atención a esos detalles —les dijo en tanto se encaminaban hacia la salida. A sus espaldas los niños refunfuñaron, pero ninguno se atrevió a contradecirlo.

Ailim sonrió, encantada con la escena. Y sin poder contenerse le plantó un suave beso en la mejilla a su esposo. ¡Qué Dios se apiadase de su corazón! Pero en ese instante, pensó que estaba loca por él.

***

Al llegar a Autumn Manor Iker ayudó a los niños a descender rápidamente del carruaje, pero cuando ella hizo ademan de seguirlo él se detuvo en la portezuela bloqueándole la salida.

—¿Qué? —lo increpó, tratando de hacerlo a un lado inútilmente. Iker le dirigió unas palabras al lacayo que aguardaba junto al carruaje y en un rápido movimiento se encaramó al interior—. ¿Iker qué haces? Tenemos que bajar.

—En un momento —señaló él con tranquilidad, instándola a ocupar una vez más su lugar.

Ailim se sentó, dócil, pero no pudo evitar mirarlo con el ceño fruncido. No tenía muchas ganas de llegar con demoras, después de todo ella debía acompañar a Abi a la iglesia y sabía que no empezarían hasta que llegara. Su esposo la miró con el asomo de una sonrisa y ella soltó un bufido dejándole claro que su actitud comenzaba a cansarla.

—Iker la boda de tu hermano... —Él le cubrió la boca con la mano.

—Shh... aún hay tiempo de sobra, antes necesito decirte algo. —La seriedad en su tono la obligó a ponerle toda su atención. ¿Qué podría querer? ¿Y por qué la miraba con tanta intensidad?

—¿Qué...? —susurró contra todos sus instintos, sintiendo el palpitar de su corazón estúpidamente acelerado. Iker sonrió, logrando que sus ojos verdes se iluminaran con picardía.

—¿Realmente piensas que me creí la tontería de reforzar la confianza? —inquirió entonces, dejándola estupefacta.

A su mente acudieron las imágenes de ella hablando con el espejo, de ella confesándole su amor a su reflejo y sus mejillas se tornaron violentamente rojas. Por supuesto que Iker lo sabía, había sido una estúpida al creer que él no notaría lo que en verdad estaba haciendo. Pero luego de que su esposo se pusiera a jugar con su reflejo, Ailim había decidido creer que todo ese bochornoso momento había quedado atrás. Estúpida, él sólo se había estado burlando de ella, otra vez.

—Abi me está esperando —musitó encontrando su voz, Iker no la dejó levantarse sino que la apretó entre sus brazos obligándola a ocupar un lugar sobre su regazo—. Iker tengo que...

—Shh... no tienes —le apuntó, aún con la sonrisa enmarcando su rostro. Comenzó a acariciarle el brazo y ella se removió con poco éxito, intentando mantenerse imperturbable.

¿Qué ganaba él alargando esa humillación? ¡Sí, ya lo sabía! Bueno no había necesidad de ponerla en esa posición incómoda, la había atrapado ensayando como confesársele, nada podía ridiculizarla más.

—¿Esto te divierte? —lo increpó mirándolo fijamente a los ojos, él sacudió la cabeza con suavidad.

—¿Divertirme? ¿Qué podría divertirme? ¿El hecho de que me ames? ¿O el hecho de que se lo confieses al espejo y no a mí? —Volvió a sonreír como si estuviese rememorando aquel instante—. Es... extraño el método, pero supongo que si eso te ayuda no soy quien para burlarme.

—¿No? ¿Y por qué te pusiste a decirle a tu reflejo que lo amabas?

Él soltó una breve carcajada, Ailim sólo atinó a verlo con fiereza. A ella no le parecía algo por lo que reírse.

—Oh bueno, ma chérie, no pude dejar pasar la oportunidad —confesó encogiéndose de hombros y regalándole una mirada de divertida complicidad. Ella puso los ojos en blanco. Por supuesto que su esposo no dejaría pasar un momento para reírse de alguien, sobre todo si ese alguien era ella—. Pero no te enfades... —demandó, tomándola por la barbilla e instándola a mirarlo.

Ailim se cruzó de brazos y lo ignoró con frialdad.

—No eres la única que necesita práctica.

Ella entonces le dirigió una dubitativa mirada.

—¿A qué te refieres? —Él enarcó una ceja como si con ese gesto respondiera lo evidente, Ailim frunció el entrecejo, confundida. ¿Eso significaba que él también la amaba?—. ¿Tú me amas? —preguntó, antes de siquiera darse cuenta de lo que hacía.

—Digamos que... —Se silenció, apartando un segundo la mirada—. Es difícil para mí... pero eso no quiere decir que no pueda llegar a pasar. —Iker bajó la vista a sus manos y soltó un amplio suspiro, si ella tenía problemas para confesarse, él no iba ni por cerca mejor encaminado—. Además que muy probablemente, no sonaría muy sincero.

—¿Qué? —lo interrumpió, incapaz de seguir la línea de sus pensamientos.

—Bueno... —La miró de modo repentino—. ¿Qué tanto me crees cuando te llamo amor mío? —Fue el turno de Ailim de apartar la mirada, pues a pesar que sus palabras sonaban bonitas, ella pensaba que sólo eran eso: palabras—. Me lo imaginaba —dijo él, captando la muda respuesta en su semblante.

—¿Puedes culparme? Tú nunca hablas en serio —se defendió, incluso antes de que él intentara replicar.

Iker soltó un bufido, colocando ambas manos a cada lado de su rostro para inmovilizarla con sus profundos ojos verdes.

—Es a lo que me refiero, si te confesara lo que siento... tú no me creerías y probablemente yo tampoco. —Ella se mordió el labio, sin saber cómo interpretar eso, y él le plantó un repentino beso en la boca—. Te amo.

Ailim se apartó un poco, para mirarlo a los ojos con seriedad.

—Mientes.

—Mierda —masculló él un susurro, luego se despeinó con una mano para volver a clavar su mirada en ella—. Te amo —repitió sin vacilar.

Pero Ailim sintió sus palabras absurdas, no tenían el significado que ella esperaba. Iker parecía estar representando un número para ella y muy en su interior aquello le dolió, le dolió porque lo que ella sentía era auténtico y no quería que él lo dijera para complacerla.

—No es cierto.

Él sonrió con desgana, antes de darle otro suave beso y dirigir su boca hacia su oído. Ailim lo sintió suspirar cortamente, antes de oír su voz ronca.

—Puede que sea muy pronto para mí, pero eso no significa que no respete tus sentimientos. —Tras decir eso, Iker la tomó de la mano para que se pusiera de pie y sin agregar más ambos descendieron del carruaje. Al llegar a la escalinatas de la entrada, él la detuvo un segundo—. Dame tiempo para practicar y verás cuan honesto sonaré para ti. —Le palmeó el trasero adelantándose en busca de los niños.

Ailim se quedó momentáneamente ida, observando su silueta perderse en el interior de la mansión. ¿A qué venía todo eso? ¿Cómo se practicaba para amar? Esas cosas se sentían o no, la práctica debía implicar algún sentimiento que expresar, ¿no? ¿Sería posible entonces que él sí sintiera algo fuerte por ella?

***

William, Zulima y Nigel los esperaban en el salón de música, los niños corrían delante de ellos alegres de poder visitar la casa de la infancia de Iker.

—¡Tío, Will! —gritó Ari, abrazándose al marqués con completa confianza. Gaby sacudió la cabeza como si el comportamiento de la niña lo avergonzara indirectamente.

—No es tu tío —le apuntó él a la pequeña, una vez que se hubieron apartado un poco.

Ari se limitó a mostrarle la lengua y Ailim sonrió sin poder evitarlo. Saludó con un beso a su cuñado y éste se mostró cordial con la sobrina que se había cargado en esos últimos días, había algo en los hombres Warenne que hacían que Ari se volviera completamente encantadora. Iker se adelantó para estrecharle la mano al novio, y Will le palmeó la espalda en lo que parecía un intento de abrazo.

—Hola, hermano —murmuró escuetamente el marqués.

—William —replicó su esposo con ese mismo tono apagado, Ailim sacudió la cabeza incapaz de comprenderlos—. Tengo que decirte que luces... —Ella interceptó su mirada, para darle a entender que debía moderarse con sus observaciones, Iker sonrió con picardía—. Luces muy bien... y... —Palmeó su hombro de forma amigable, sin quitar esa extraña sonrisa del rostro—. Te amo.

Todos los presentes plantaron sus miradas estupefactas en él, Will parecía tan sorprendido que ella incluso lo vio abrir la boca con incredulidad.

—Am... ¿gracias? —musitó en una dubitativa respuesta. Iker asintió complacido y se giró para seguir con los saludos. Se detuvo frente a Zulima y se reverenció plantándole un beso en la mano.

—A ti también te amo. —Ella respingó en su lugar, pero finalmente terminó por deslumbrarlo con una honesta sonrisa.

—Yo también —le respondió mucho más controlada que William. Fue el turno de Nigel, pero Iker se limitó a mirarlo con una ceja enarcada.

—No puedo fingir tan bien —espetó, pasando de largo al francés. Todas las miradas se centraron en ella, como si de alguna forma le estuviesen pidiendo una explicación.

—Está practicando —les informó a modo de respuesta, e Iker asintió en acuerdo.

—¿Practicando para qué?—inquirió Nigel, haciendo eco de los pensamientos de todos.

—Para sonar sincero. —Y con eso, Ailim se giró para ir en busca de Abi.

Iker la saludó con un guiño al pasar por su lado y articuló con sus labios un te amo. Ella sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. Él estaba practicando para ella y a decir verdad, Ailim no tenía idea cómo tomarse aquello. Pues aunque le había disgustado que él pareciera poco honesto al decirle que la amaba, también debía admitir que quizá las palabras no tenían porqué ser tan importante. Después de todo Iker estaba dispuesto a decirle a todo el mundo que los amaba, tan sólo para que ella no se sintiera incomoda por haber estado ensayando con el espejo. Estaba dispuesto hacer el ridículo, estaba dispuesto a sacarle el estigma a esas palabras y darle un significado nuevo al acto. ¿Quién podía asegurar que el amor se limitaba a la expresión de una frase? ¿Acaso su incapacidad para sonar sincero le quitaba algún valor a sus acciones? Iker la apreciaba, ella lo sabía y quizá era cierto, quizá todavía era demasiado pronto para él. Y Ailim podía vivir con eso, podía aguardar sus tiempos y dejarlo que practicara.

***

—Ahí está él —señaló el muchacho desgarbado, mientras sacaba una libreta del interior de su chaleco para apuntar la hora.

—Parece que hay mucho movimiento en la mansión.

—Es el casamiento del marqués de Adler —dijo el joven, arrebujándose en su sobretodo para ocultarse mejor de cualquier posible chismoso—. Pembroke llegó hace media hora...

—¿Quiénes son esos niños? —preguntó, apuntando a las dos criaturas de cabellos rubios que llevaban tironeando al conde de la mano.

—La niña es su sobrina, el niño es su heredero.

Enarcó una ceja frente a esa información. El conde llevaba muy poco tiempo casado, no podía ser posible que ya tuviera un hijo de doce o trece años con su esposa.

—¿Un bastardo? —inquirió entonces, pues era muy probable que Pembroke decidiera reconocer al pequeño, incluso cuando hubiese sido producto de alguna aventurilla.

—No, lleva el apellido de los Warenne... pero dicen que Pembroke lo recogió de las calles. —Su joven ayudante se encogió de hombros de un modo fugaz—. Puede que esa sólo sea una historia inventada, para no tener que admitir que es un bastardo.

—Como sea, la presencia del niño hará nuestro trabajo más fácil. —Su compañero lo miró contrariado.

—¿Qué significa?

—Si Pembroke no quiere cooperar, siempre podremos apelar a técnicas un poco más persuasivas. —La idea de amenazarlo con el muchacho no le hacía mucha gracia, después de todo el niño no tenía la culpa de que su padre fuese un famoso crítico de la corona.

Pero su trabajo era claro, debía instigar a Pembroke a abandonar las publicaciones clandestinas sin importar a qué costo. Aún no había hecho nada que se pudiera considerar demasiado osado, pues los artículos del Conde Fantasma, tendían a ser más burlones que difamatorios. Pero había una fina línea entre estos términos y si Pembroke la cruzaba, no habría vuelta atrás. Sería acusado de traición y ni todos los reyes del mundo, podrían salvarlo del castigo que esa acusación conllevaba.

—Entonces... ¿cuándo procedemos?

Él reposó una mano sobre el brazo de su joven e impaciente colega.

—Aún debemos confirmar nuestras sospechas, dejemos que piense que está seguro. Dejemos que crea que nada puede tocarlo, en ese momento procederemos, cachorro. —Lo miró sonriendo—. Pembroke bajará la guardia tarde o temprano y nosotros estaremos sobre su pista, seremos los primeros en cazar a este Fantasma.

Regresó su atención al hombre en cuestión, el cual en ese momento se encontraba alzando a los niños para subirlos al carruaje. Detrás de él se encontraba su hermosa esposa, sonriendo frente a los juegos del hombre. Pero entonces en un sutil parpadeo, ella recorrió la calle con los ojos en finas líneas, para terminar enfocando su fiera mirada azul en su persona. Fue un instante casi imperceptible, pero él pudo jurar que ella lo advertía en silencio a mantenerse alejado de su familia. Sonrió aceptando el desafío y la mujer lo fulminó con la mirada, antes de llevar su atención una vez más a su esposo.

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Al menos no se pueden quejar con las cosas entre ellos, ¿no? Están bastante tranquilos, les estoy dando un respiro... xDD ¿Ven? Soy buena jaja 

Espero les haya gustado ^^

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