Abrázame
Como dije en FB estoy redecorando y acá las cosas están patas arriba, pero me hice una escapada para dejarles un nuevo cap. Tengan paciencia, todo tiene una razón de ser... ;)
Capítulo XXX: Abrázame
—¡Por favor! Soy inocente... —clamaba una voz lastimera, desde un punto que él no supo determinar.
—¡Llamen a mi hijo! ¡Él lo explicará todo! —decía alguien más, mientras Iker avanzaba por un apretado pasillo, precedido por dos hombres robustos y de muy mal aspecto.
—¡Cierren la maldita boca!—sentenció el de su derecha, pateando las rejas de la celda más próxima.
—¿Dónde está la comida...? —exclamó un tercero que al parecer no había oído el pedido de silencio del guardia.
—¡He dicho que cierren la boca! ¡Malditas escorias!
—Cálmate, Hugh, no pierdas la paciencia con estas basuras —le apuntó el otro, quien de los dos parecía ser el más sensato.
Iker continuó avanzando en silencio, conforme escaneaba todo con la vista e intentaba situarse en tiempo y espacio. Luego de que lo hubieron sacado del palacio, lo habían tirado dentro de una carreta con las ventanas cubiertas de modo que no había logrado ver el camino tomado. Pero después de una hora andando por calles no muy cómodas, habían terminado el recorrido en algún puerto. No había podido determinar cuál, pues los hombres que lo llevaban a las rastras se encargaron de pasarlo como si se tratara de un bulto cualquiera. Por el ruido y teniendo en cuenta lo tarde que era, podía pensar que estaban en Chelsea pero era difícil confirmarlo. Lo que sí supo fue que lo subían en un barco y eso no había sido nada alentador. ¿Por qué un barco? ¿Adónde lo enviarían? No era común que un prisionero de su rango fuera despachado sin la oportunidad de defenderse, lo cual sólo podía significar que Reginal había interferido de algún modo en su traslado.
Los calabozos de ese lugar estaban repletos, olían espantosamente desagradable y por lo que podía ver entre los barrotes, algunos de los pasajeros ni siquiera tendrían el placer de ver levar anclas.
—¿A dónde me llevan? —inquirió, abriendo la boca por primera vez. El guardia de su izquierda lo miró un segundo, antes de empujarlo fuertemente contra la precaria pared y asestarle un derechazo en la mandíbula.
—¿Acaso no oíste que mi amigo quiere silencio?
Hugh sonrió al ver la reacción de su camarada más "tranquilo". Iker escupió un hilillo de sangre que se escurrió por su labio y una vez más lo jalaron para ponerlo en movimiento. Los guardias del rey se habían desentendido de él en las puertas del carruaje, estas personas no sabían quien era o porqué estaba allí, sólo sabían que era un prisionero que debía ser educado.
—Este viste muy bien —murmuró Hugh, tocando la manga de su levita con sus sucios y rechonchos dedos. El otro en ese instante se encargaba de remover un ostentoso manojo de llaves, con el cual pretendía abrir una celda.
—Tienes razón —concordó, mirándolo de reojo—. No creo que eso le vaya a ser útil donde va.
—Si sobrevive al viaje, allí no necesitará nada de estas bonitas prendas. —Hugh lo empujó al interior de la celda mientras se jactaba de su ventaja para moverlo de aquí para allá, Iker se removió pero al tener las manos atadas a la espalda, resistirse a sus tirones se tornaba doblemente más difícil. Oyó el ruido de cadenas que provenían desde el oscuro interior y retrocedió un paso golpeando a Hugh en el proceso—. Oh, pobrecillo, tiene miedo.
Ambos guardias soltaron sendas risotas, mientras lo obligaban a tirarse al piso boca abajo.
—Bien, ahora dame esto —le dijo uno de ellos, quitándole los grilletes de las manos mientras el otro le aplastaba la cabeza contra el piso con su bota—. Es ropa muy fina. —Apuntó en tanto que lo despojaba de su levita y de su chaleco con jalones expertos. Para él estaba claro que esa no era la primera vez que se hacían de su propio botín allí.
—Pido las botas —exclamó Hugh, logrando que el otro bufara—. A mi hijo le están haciendo falta unas nuevas.
—Dame las cadenas —apuró el guardia que ahora se llevaba su calzado. Hugh tironeó de unas cadenas que estaban fuertemente aferradas a la madera olorosa de la pared. Él pudo notar que en la punta finalizaban en un oxidado y poco practico grillete. Iker intentó retroceder frente a la idea de que lo dejaran encadenado en ese lugar, pero el guardia más grande lo pateó contra el piso echándole todo el peso de su macizo cuerpo encima.
—No... —dijo con un leve sofoco, conforme sacudía las piernas escapando de las manos de Hugh.
—Pedazo de mierda, me pateó la boca. —El guardia que tenía encima, le descargó un puñetazo en la nuca y fue cuando Iker casi pierde todo el control sobre su persona. Hugh finalmente logró capturarle un pie y entre más forcejeos, le cerró el grillete alrededor del tobillo para luego retirarse junto a su amigo, riendo por la proeza realizada—. Mírame, ¿estoy sangrando?
—No tienes nada —lo calmó su compañero, rodando los ojos.
—Si fuese por mí lo asesino ahora mismo, condenado atrevido.
—Deja de gimotear, ya oíste lo que dijeron los guardias... nada de alimento para éste. —Hugh sonrió mostrando sus amarillentos dientes, al parecer al recordar aquel detalle el dolor de su boca remitió de forma considerable.
—Morirá antes de que el barco zarpe.
—Seguramente, nadie sobrevive mucho tiempo aquí... si no lo mata el hambre, lo harán las ratas...
—O el frío... —añadió Hugh, riendo toscamente.
—O nosotros. —Y tras soltar esas palabras, los dos hombres se alejaron riendo y gritándole injurias a los detenidos, burlándose de su infortunio y sacudiendo la ropa del conde como un premio por su buen trabajo. Mientras en la mohosa celda, Iker se dejaba caer con resignación contra la pared y soltaba un amplio suspiro.
—No tardes, Rafe —susurró a la oscuridad, cerrando los ojos en un vano intento por no dejarse atrapar por el pesimismo. Había estado en situaciones mucho peores que esa, podría... no, él iba a salir de allí.
***
La puerta principal se abrió de forma repentina y tanto Ailim como Abi, brincaron en sus lugares antes de salir disparadas hacia el recibidor. Will cruzaba el umbral en ese momento, acompañado de lord Seinfeld. Ambos lucían extremadamente agotados, llevaban sus ropas bastante arrugadas y sus ojos estaban cubiertos por un velo de resignación difícil de ocultar. No necesitaron decir nada, ellas supieron leer en sus expresiones que una vez más no habían tenido suerte.
Ailim sintió el peso de la mano de Abi en su espalda y sin mediar palabra, se dejó guiar por ella de regreso a la sala. Llevaba toda la noche allí sentada y para lo único que se levantaba era para ver quién cruzaba la puerta. A pesar de lo que Rafe había contado, aún guardaba la esperanza de ver a Iker entrar con su ya tan común sonrisa y su gesto de "todo está bien" que siempre lograba relajarla. Pero eso no iba a ocurrir y conforme los días iban pasando, así también se iban escapando las posibilidades de encontrarlo.
—Tal vez lord Richard esté teniendo suerte. —Ella oía la conversación de los hombres no muy lejos, pero por más que intentaba no ponerles atención, no podía evitarlo del todo.
—El rey sigue negándose a darle audiencia —respondió William en un susurro, mientras Rafe soltaba un improperio al mismo volumen.
Ailim se volteó para verlos de pie junto a la chimenea, ambos estaban tan impacientes como ella. Pues sabían que si el abuelo de Iker regresaba sin noticias, habrían perdido toda esperanza y no sólo eso, sino que también habrían desperdiciado seis valiosos días. ¿Cómo estaría él? ¿Dónde podrían haberlo llevado? Nadie desaparece de la faz de la tierra sin dejar rastros, al menos eso decía Will y ella le creía. Tenía que confiar en él, pues ya no sabía en qué confiar.
No lograba encontrar a Iker con su magia, su talismán no captaba nada y ella no sabía qué más podría hacer. El único truco que había aprendido de su abuela era inútil en ese momento, no había tenido la oportunidad de aprender cómo utilizar su magia en todo su potencial, pues su abuela había muerto antes. Y en lo que concernía a Ivanush, ella manifestaba otra clase de fuerza.
Ailim siempre había podido moverse en sueños y sólo cuando perdía el control, parecía poder manejar el fuego o el aire. Pero, ¿de qué le servía eso? De nada, ella no servía para nada. Iker la necesitaba y ni siquiera podía encontrarlo, era un remedo de bruja. Su abuela estaría tan decepcionada de ella.
—Son ellos. —Ella respingó y como la vez anterior, se dirigió en voladas al recibidor.
Lord Richard y sir Nigel ingresaron en esa ocasión, y al igual que los otros dos hombres, no traían consigo buenas noticias.
—Hemos buscado en cada diligencia o puesto de detención... Iker no está en ninguno —informó el francés, frotándose los ojos enrojecidos por la falta de sueño.
—Tampoco tuvimos suerte —dijo Rafe, mirando a Richard de soslayo esperando saber noticias del rey.
—No quiere recibirnos —masculló con lo que parecía ser una verdadera nota de rabia en su timbre. Ailim lo miró un segundo completo, notando que por primera vez veía el porte de Richard como el de un hombre de edad avanzada. Hasta ese momento, nunca antes le había parecido el abuelo de nadie, pero allí estaba y era difícil no admitir que se veía preocupado por Iker.
Pero pasado seis días de su desaparición todos lo estaban y ya no sabían qué hacer para dar con él, lo habían buscado por cielo y tierra sin éxito. ¿Qué harían ahora? A Ailim le aterraba no tener respuesta a esa pregunta.
—Ese hijo de puta, ¿a qué está jugando? No puede simplemente pretender desaparecerlo, Iker tiene familia —estalló Will, dándole un sorpresivo puñetazo a la pared. Abi sacudió la cabeza y fue a abrazar a su esposo en un intento de menguar su angustia.
—Alguien considerado traidor pierde todo, título, nombre e incluso a su familia. —Si bien las palabras de Richard habían sido crudas, no apuntaban a nada más que a la verdad.
Cuando Ailim oyó a Rafe diciendo que habían acusado a Iker de ser el Conde Fantasma, simplemente se paralizó. No podía creer tremenda locura. Pero luego comenzó a pensar en todo los pequeños detalles que conformaban la personalidad de su esposo y entonces la posibilidad, no se le hizo tan inconcebible. Se dijo a sí misma que hasta no oírlo de su boca, no lo creería. Pero, ¿qué importaba de todas formas? Para como estaban las cosas, que fuese o no el Conde Fantasma, no determinaría absolutamente nada. Iker seguía siendo su esposo y tal como Will pensaba, no había razones para acusar a Iker de traición. El Fantasma era un crítico, un observador al que le gustaba burlarse de la vida cotidiana. No hacía daño real, sólo le aplicaba una pequeña dosis de humor a la monótona vida de los londinenses. ¿Era eso motivo suficiente para apresarlo?
Tanto Will como Richard, intentaban convencer al rey que su accionar era completamente descabellado. Pero mientras su majestad se negara a oírlos, Iker seguía perdido en alguna parte de ese enrome país, sufriendo quién sabe cuantas penurias.
—¿Y qué propones? ¿Lo dejamos morir donde sea que esté? —recriminó Will, sin poder ocultar su enfado.
—Contrólate, William, no estoy diciendo eso ni mucho menos. Pero debemos pensar con calma...
—¿A qué se refiere? —instó Nigel, dirigiéndole a Richard una confundida mirada. Ella también lo observó expectante.
—No lo sé, pero presiento que no estamos buscando en los lugares adecuados.
—Revisamos cada maldito lugar de detención en Londres y los alrededores. ¿Piensa que lo sacaron de la ciudad? —El hombre mayor asintió de modo casi imperceptible, Rafe soltó un quedo suspiro de derrota y ella dejó caer los hombros como si repentinamente cargara en ellos el peso del mundo. La posibilidad que les exponía el duque, no era para nada alentadora.
—Pienso que cuando alguien no quiere llamar la atención con la muerte de un personaje reconocido, lo mejor es deshacerse de él de una manera discreta...
—Un viaje —dedujo William, observando a su abuelo para confirmar sus sospechas. Richard asintió una vez más.
—Pero, ¿adónde? —interrumpió ella por primera vez en la conversación. Los cuatro hombres clavaron la vista en su persona, aun así Ailim se mantuvo imperturbable.
—Pensaría que a las colonias... —murmuró Richard sin apostar a nada—. Están en guerra, sería fácil meterlo en algún regimiento y esperar a que muera...
—No, Iker sería reconocido por otros caballeros —espetó Rafe, muy seguro de lo que hablaba. Ailim lo miró fijamente, él había estado peleando con Iker hombro con hombro, sabía lo que ocurría en el campo de batalla y ella no estaba dispuesta a poner en duda su opinión.
—¿Y qué tal una colonia de convictos? —preguntó Nigel, haciendo que la atención de todos los presentes recayera sobre sus hombros—. He oído rumores de que en Australia, atracan a diario embarcaciones inglesas y americanas cargadas de esclavos y ciudadanos desterrados.
—Podría ser... —musitó el duque, mientras le enviaba una interrogante mirada a su nieto mayor.
—Si es así, eso significa que Iker podría haber partido en cualquier barco en todo este tiempo que nosotros estuvimos buscando por tierra. —Ailim se mordió el labio, frente a esa deducción.
—Pero esos barcos pasan meses en puerto, esperando completar la carga. Todos saben que transportar convictos sin haber sido enjuiciados es ilegal, por eso ellos cubren aquellos trasbordos con un falso negocio. De lo contrario les sería imposible pasar la aduana...
—Entonces debemos registrar los barcos que hayan partido en los últimos seis días. —Todos asintieron a las palabras de Richard—. William, ¿podrías preparar uno de tus navíos para un viaje ligero y rápido?
—Puedo vaciar cualquiera con sólo una orden.
—Correcto, si Iker ya salió en alguno de los barcos de contrabando... nos llevará algunos días de ventaja, tenemos que ser capaces de movernos rápido.
—¿Y la ruta? ¿Cómo sabremos que camino tomaron?
El duque observó momentáneamente sus manos, como esperando hallar la respuesta entre sus dedos.
—Nigel y yo averiguaremos el destino de todos los barcos que hubieron partido con carga sospechosa, estoy seguro que algo de dinero será suficiente incentivo.
—Ahora sólo nos falta saber de qué puerto salió Iker.
—Si es que salió —recordó Abi a su esposo, y éste le sonrió brevemente.
—Bueno las opciones no son muchas, dudo que los lacayos de Jorge se atrevieran a trasportar al conde fuera de la ciudad en carreta...
—El puerto de Londres queda descontado, la aduana es firme en ese lugar y no podrían pasarlo ni con diez reyes de apoyo —interrumpió Rafe y Nigel asintió en acuerdo con sus palabras.
—Entonces nos quedarían Chelsea Harbour y el Saint Katherine... son los más cercanos...
—Bien, abuelo... Nigel y tú registren el Saint Katherine. —William miró a Rafe—. Lord Seinfeld y yo, iremos a Chelsea.
—En realidad, yo necesito comprobar una teoría... —murmuró Rafe algo evasivo, Ailim lo observó con una ceja enarcada pero como nadie dijo nada, ella también decidió callar—. Adelántate, si Iker está allí... necesitaremos sus credenciales para sacarlo.
—Las credenciales no servirán de nada, me temo que tendremos que saltarnos el protocolo.
Ailim no pudo evitar sonreírle a Richard y una vez más comprobó que nunca llegaría a comprenderlo en su totalidad.
—Bien, vamos —lo apremió Nigel, y sin decir más ambos hombres se pusieron en movimiento.
—Regresaré lo antes posible. —Se despidió Rafe, sin darle tiempo a Will de negarse o replicar algo.
—De acuerdo, también me voy.
—Te acompaño. —El marqués se detuvo en medio del vestíbulo para observarla con marcada confusión—. Si Iker está aún en el puerto, yo sabré decirlo.
—Ailim... —comenzó él vacilante.
—No, Will, ella tiene razón... es mejor que vayamos...
—¿Vayamos? —inquirió él con la voz ligeramente chillona—. No, tú no irás a ninguna parte.
—Will no seas necio, ella puede encontrarlo.
—¿Y eso en dónde te incluye a ti?
—Ailim es mi mejor amiga y yo soy tu esposa, ¿acaso necesitas más razones? —Él frunció el ceño y tras arrojarle una rápida mirada a Ailim, se acercó a su esposa para tomarla suavemente por los hombros.
—Abi... puede ser peligroso, no sé a cuántos hombres tendré que sobornar o golpear para poder llegar hasta Iker. No quiero que tú... —Bajó la mano para posicionarla en el vientre de su mujer—. O el bebé estén en peligro.
Ailim sonrió sin querer al oírlo, no le cupieron dudas en ese instante que Will sería un padre maravilloso. Y una extraña sensación se asentó en la boca de su estómago, al pensar que quizá Iker jamás podría experimentar tal cosa. «No» Se obligó a refrenar esa línea de pensamiento, porque todavía no estaba lista para afrontar un quizá. Iker iba a estar de regreso, ella no podía perderlo, no de nuevo.
—Cariño, nada malo va a pasar.
—Es verdad, William, si Iker está allí... ni siquiera tendremos que bajar del carruaje —interrumpió ella, ansiosa por ponerse manos a la obra.
Will observó a su cuñada y a su mujer de hito en hito, ambas parecían tan impacientes como él como para prolongar esa discusión. Y a decir verdad, no tenía fuerzas para negarse en ese momento, tan sólo quería encontrar a su hermano.
Sacudió la cabeza soltando un suspiro de derrota.
—Bien, vamos. —Ellas sonrieron ampliamente y en pocos minutos los tres estuvieron en un carruaje, camino al puerto de Chelsea Harbour. Una de sus últimas posibilidades.
***
—¿Puedo saber cuáles son tus planes? —Ailim se vio obligada a apartar la vista de la ventana, cuando la voz suave de su cuñado la increpo de forma directa.
—Puedo encontrarlo —respondió, sin dar más información al respecto. William frunció el ceño y Abi a su lado sonrió frente a la frustración de su esposo.
—¿No serás más especifica?
Ailim parpadeó con nerviosismo y en un silencio sepulcral, prefirió abstenerse de dar explicaciones. Tampoco sabría cómo encarar dicha explicación, no es como si fuese un tema que se podía abordar a la ligera.
—Will... —lo llamó Abi, acariciándole el brazo con delicadeza—. Ves que yo soy especial ¿no? —Él sonrió frente a las coquetas maneras de hablar que tenía su mujer y terminó asintiendo, sabía muy bien a lo que Abi se refería—. Bueno, Ailim también es especial.
Will volvió el rostro en su dirección de forma abrupta y de no ser por el momento que estaban pasando, habría reído frente a su expresión de asombro.
—¿Tú...? —murmuró vacilante y antes de que continuara por esa vía, ella negó rápidamente.
—No, Will, ella juega de local —espetó Abi, logrando que su marido volviera a fruncir el ceño.
—No comprendo —admitió él, masajeándose el entrecejo con intensidad. Ailim observó una vez más la ventana y tras pensárselo unos segundos, decidió la mejor manera de revelar su secreto sin tener que caer en una explicación detallada.
—¿Recuerdas como pasaba el tiempo Iker cuando era pequeño?
—Encerrado en la biblioteca, maldiciendo al mundo y jugando con... —Will no terminó la frase, pero ella sabía muy bien lo que iba a decir.
—Con su amiga —completó, y él asintió de modo casi imperceptible—. Bueno, yo era esa amiga...
—Imposible —negó el marqués al instante—. Porque ella no era real, sólo Iker podía...
—Verla, sí... lo sé.
William presionó sus ojos negros en finas líneas, como si estuviese analizando en profundidad cada palabra dicha. Pero tras un largo minuto de silencio, soltó un bufido y la miró con profunda seriedad.
—¿Cómo?—inquirió en un susurro de voz.
—Sólo sé que muchas noches tenía miedo y me sentía triste, por alguna razón también sentía la tristeza de alguien más. Así que una noche mientras dormía, decidí buscar a esa persona que tanto se lamentaba...
—¿Mientras dormías? —Ella asintió y fue muy consciente del esfuerzo que estaba haciendo William para seguir el hilo de su conversación.
—Es algo que siempre pude hacer —continuó, esperando que él la estuviera escuchando aún—, cuando cierro los ojos... mi mente puede viajar a otros lugares, sin que mi cuerpo se mueva. Así encontré a Iker, sentía el dolor que provenía de él, sentía una fuerza a su alrededor que sólo había sentido antes con personas iguales a mí...
—Eso significa que... —Se silenció bajando la vista al piso, Ailim miró como Abi le rozaba la espalda en reconfortantes caricias, pero Will parecía estar muy lejos de allí. Quizá su mente estaba regresando a su niñez, quizá estaba intentado ver algo que antes había sido incapaz de ver—. Él no mentía...
—No —confirmó ella, tratando de no oírse acusadora—. Iker nunca fue específicamente igual al resto, aunque jamás comprendí por qué podía verme.
—Oh dios —musitó el marqués, bastante contrariado—. Nunca le creí, preferí pensar que era un niño caprichoso. Pero... mierda, todo ese tiempo que pasó en Francia, lo único que quería era regresar contigo. —Abi le susurró algo al oído y él sacudió la cabeza, como si no lograra concebir sus palabras—. Comprendo porque está tan molesto con nosotros, después de todo nadie hizo nada por él. No dejaba de decir que quería ayudarte, que tú eras lo único que le daba paz... pero. ¡Es que tú no existías!
—Will —lo calmó Abi, abrazándolo con fuerza—. Tranquilo tú también eras un niño, eso no tenía que ver contigo. No habrías podido hacer nada.
—Iker sólo quería que alguien lo escuchara, Abi, yo le di la espalda como el resto de la familia. —Ailim presionó las manos con impotencia, no pretendía hacer sentir culpable a William. Pero ella sabía que en su momento, Will también se había negado a escuchar a su hermano menor, prefiriendo desentenderse de él cuando más lo necesitaba.
—Iker te quiere mucho, Will, no le importa eso. —El marqués la observó receloso, estaba claro que no le creía—. Él me lo dijo, te admira... y seguro que también te lo dijo a ti. De todos...
—Tú eres el que más me agrada —completó Will con la sombra de una sonrisa surcando sus labios, al recordar las palabras que siempre le dirigía su hermano menor.
Repentinamente el carruaje comenzó a bajar la velocidad, para un segundo después detenerse por completo.
—¿Ezequiel? —preguntó Will, alzando la voz para que el lacayo lo oyera.
—Llegamos, milord. —Sus acompañantes la observaron con una sola emoción en sus ojos. Ailim supo comprenderlo al instante, era hora de buscar a Iker.
***
—11996, 11997, 11998...11999... —Una pequeña pausa—. 11990, 11991...—Y volvía a empezar.
Iker puso los ojos en blanco, parecía que nunca lograría llegar al maldito doce mil. La persona que ocupaba la celda contigua, hacía lo mismo todas las noches. Gracias a eso él sabía exactamente cuando caí el sol, pues ese hombre comenzaba a contar de modo incasable, para trabarse como de costumbre en el mismo número. Parecía como si de alguna forma necesitara ocupar cada segundo vacío, hasta el regreso del astro rey en el cielo. Él ya ni se molestaba en pedirle silencio, comprendía porque nadie se tomaba el trabajo. Sin importa qué, el prisionero seguía contando, incapaz de escuchar algo más que su propia voz dejando ir cada insípido número.
—11997, 11998, 11999...
—12000 —susurró él, sintiendo la palabra raspar a través de sus cuerdas vocales. Pero por supuesto que el otro hombre, no le hizo el menor caso.
—11990, 11991... —Iker soltó un quejido por lo bajo y se arrellenó mejor contra la pared en la que llevaba soportando su peso las últimas cinco noches.
No podía alejarse de ella ni aunque así lo quisiera, pues estaba encadenado y eso reducía considerablemente sus opciones. Justo enfrente de él tenía un jergón en el que podría echar su magullado y cansado cuerpo, pero no lo alcanzaba. Había desperdiciado gran parte de sus fuerzas, intentando arrastrarse hasta allí, para luego descubrir que el esfuerzo era inútil. Estaba en ese sector inalcanzable, específicamente para recordarle que en ese lugar nunca tendría algo que necesitara. Y si las restricciones se limitaran sólo al lecho, eso sería casi aceptable. Pero no sólo debía apreciar el jergón a la distancia, sino que todos los días veía como al resto de los detenidos eran alimentados. Mientras que su plato siempre se mantenía carente de cualquier cosa que pudiera llamarse comida.
Cerró los ojos un momento, sabía que si no pensaba en el hambre o en la sed, no las sentiría con tanta vehemencia. Pero ese truco le había resultado los cuatro primeros días, en esa ocasión estaba comenzando a perder la cabeza. Ya no lograba convencerse con tanta facilidad que saldría de allí en una pieza, ya no lograba saber si el barco se movía o aún seguían en el puerto. Y por sobre todo, ya no lograba controlar las ganas de golpear su cabeza contra los barrotes de metal y perder el conocimiento de una buena vez.
—Oh dios, oh dios... —gimió alguien desde las penumbras. Iker reconocía la plegaria previa al desborde de lágrimas, cada detenido parecía tener su propio método para sobrellevar el encierro. El que le gritaba a Dios solía llorar por horas hasta quedarse dormido.
En varias ocasiones, lo perturbaba incluso más que el que contaba. Los sollozos del hombre eran desgarradoramente insoportables, siempre pedía perdón a nadie en particular, siempre se lamentaba por no haber sido un buen hombre y otras tantas cosas más. Como si eso fuese ayudarlo de alguna forma, si moría en ese lugar lo más probable es que lo dejaran pudriéndose hasta que se hicieran a la mar, en donde lo arrojarían al agua sin ninguna ceremonia. ¿Acaso valía la pena encomendar el alma a Dios en esa situación? Él no necesitaba un milagro, necesitaba mantenerse firme en su mente. No podía dejar que el temor a morir lo amilanara. No había hecho todo eso para acabar muerto entre desquiciados que no dejaban de llorar y contar. Él iba a salir de allí, sólo...
Ah... para qué molestarse, no iba a salir. Si pasaba una semana más sin comer, moriría irremediablemente sin importar cuánto quisiera negarlo... estaba perdiendo la batalla. Se estaba deshidratando, se estaba congelando sin su ropa y sobre todo, cada día le costaba más no caer en un profundo sueño sin retorno. No sería tan indigno o doloroso, sólo debía dejarse llevar. Se moriría dormido, sin sufrir ninguna clase de molestia, tal vez ni siquiera lo notaría.
Pensó en Ailim, pensó en el niño, pensó en su hermano y en toda su familia. Era mentira que uno sólo recuerda los momentos felices cuando está en las puertas del abismo, pues lo único que Iker recordaba eran todas las cosas que había hecho mal. El rostro de su esposa llorando por su causa una y otra vez, la mirada casi asustada de Gaby y la decepción que siempre parecía traslucir los ojos negros de su hermano. Nunca había hecho nada bueno por ellos y estaba seguro que no iban a sufrir mucho una vez que supieran que no iba a regresar. Le habría gustado decir algunas palabras para defender su memoria. Pues sí, nunca fue bueno con ellos pero tampoco era como si pudiera negar su naturaleza. A su modo quiso creer, les había transmitido su aprecio.
Al menos de algo estaba seguro, ellos lo querían a pesar de todo. Había desperdiciado gran parte de su vida buscando ser odiado o simplemente ignorado. Pero incluso así, ellos lo habían querido, no se habían rendido. Eso era digno de recordar, eso tendría que pensar. No importaba si moría con la conciencia sucia, ellos se encargarían de limpiar su recuerdo. Nada borraría todas las canalladas que manchaban su pasado, pero se conformaba pensando que todas y cada una de ellas estaba justificada. Nunca fueron por él, siempre habían sido por ellos.
—11993, 11994, 11995, 11996... —Iker sonrió con aspereza, al menos estaba seguro que moriría antes de que llegara al 12000.
Hundió el rostro entre sus rodillas, dejándose arrullar por el murmullo de su compañero matemático, permitiendo que el dolor de aquel que lloraba se colara por sus oídos dejando una marca imborrable en su memoria. Todo lentamente fue quedándose atrás, en su mente sólo existía una luz que iluminaba sus recuerdos.
—¿Iker? —En algún sector muy perdido de su racionalidad, creyó oír que lo llamaban por su nombre. Pero lo ignoró, no iba a gastar fuerzas en erguir la cabeza—. ¡Iker! —Una mano le rozó el hombro, para luego intentar posarse bajo su barbilla. Él se removió incomodo y a regañadientes, dejó que le alzaran el rostro de su cómodo soporte—. Mírame... —murmuró aquella voz.
Iker no necesitaba verla, sabía perfectamente cómo era ella. Ojos azules profundos y expresivos, labios suaves con una pequeña marquita en la comisura derecha, una herida de la infancia seguramente, cabello negro que se ondulaba con el viento cuando lo llevaba suelto. Piel blanca y tersa, la misma que podría ser más exquisita que el satén. Sonrisa de querubín, demasiado pícara cuando lo deseaba y demasiado inocente cuando se requería.
—Iker, mi amor, mírame. —Pero él no abrió los ojos, prefería mantener aquella ilusión más tiempo. No quería encontrarse con el vacío otra vez, sabía que si la miraba desaparecería, tal y como ocurrió las veces anteriores.
—Ailim... —susurró, haciendo un gran esfuerzo para despegar sus labios ya tan desquebrajados por la falta de líquido.
—Sí, soy yo —dijo ella con la voz claramente afectada. Iker alzó una mano vacilante, para terminar posándola en su delicada mejilla. Estaba húmeda, ella lloraba.
—No... —le pidió, no quería que estuviese triste. Era su ilusión, en su ilusión ella debía estar feliz.
—Oh, mi dios, te eché tanto de menos. —Repentinamente ella lo cubrió con su pequeño cuerpo, propinándole el más dulce de los abrazos. Esta era la mejor ilusión de la historia, eso sólo significaba una cosa, sería la última. Ailim se presentaba ante él para despedirlo y en lo único que podía pensar Iker en ese instante, era en aferrarse con fuerza a esos brazos para prolongar cuanto pudiera el momento.
—Lo siento —musitó con el rostro sobre su hombro.
—Shh... no importa, no importa. Te sacaremos de aquí, tienes que aguantar un poco más. —Ailim lo apartó con suavidad, posando las manos en sus mejillas—. Mírame, Iker, abre los ojos.
—No quiero que desaparezcas —admitió, tras un largo segundo de silencio.
—Estoy aquí, mírame. —Él desplegó los parpados casi con temor y tras observarse mutuamente un instante, ella le sonrió. Iker extendió su mano para acariciar sus labios, era real... no la estaba imaginando, estaba allí a su lado.
—Lo lamento.
—Basta, Iker, no te disculpes.
—Pero... creo que me equivoqué... algo no... —Ailim le cubrió la boca con su índice.
—No digas más... —susurró con lágrimas en los ojos—. Tan sólo prométeme que resistirás un poco... —Iker sonrió como toda respuesta, no podía admitir que ya estaba utilizando las últimas reservas de sus fuerzas—. Promételo.
—Sí —mintió, sin borrar su sonrisa. Ella se mordió el labio inferior, agitando la cabeza como si no pudiera soportar verlo de ese modo.
—Iker... no puedes dejarme, no puedes —le reclamó, volviendo aferrarlo entre sus brazos—. Tienes que esperar... tienes... —decía entre sollozos, mientras él sólo la apretaba contra su pecho en un intento estúpido de menguar su dolor—. Por favor... resiste...
—Te amo. —Fueron las palabras que utilizó para responder a su pedido, logrando que ella se deshiciera en llanto. Tanto Ailim como Iker sabían que no había muchas posibilidades de que sobreviviera más tiempo, por eso prefería decirle aquello de una vez por todas. Decirlo con la simpleza y la humildad que jamás había logrado conjurar en su tono—. Siempre que te dije que te amaba lo hice en verdad... antes de encontrarte... antes de robarte tu limonada... mucho antes que eso, ya te amaba.
—No hagas esto —pidió ella con la voz rota.
—Perdón.
—¡Basta, Iker! —Ailim descansó su frente contra la de él—. No te vas a morir, aún tienes que convencerme de tu amor. —Iker soltó una fugaz risilla y sin necesidad de decir más, eliminó aquella distancia que lo separaba de sus labios. Un beso casi tan doloroso como la situación en la que se producía, pero era su beso. Los labios de su mujer, en cualquier parte serían para él lo mismo que el paraíso.
Ella se apartó demasiado rápido con el ceño fruncido, Iker la miró sin comprender lo que ocurría.
—¿Qué pasa?
—Oh no, tengo que...
—¿Ailim? —Él le presionó suavemente la mano y ella le devolvió una acongojada mirada.
—Tengo que irme, pero regresaré... te sacaremos de aquí, confía en mí... —Le acarició la mejilla—. ¿Lo haces?
—Sí —susurró, incapaz de congeniar la idea de que lo dejara allí solo de nuevo.
—Resiste. —Él la abrazó con la poca fuerza que le quedaba y ella hundió su lacrimoso rostro en su pecho. Entonces Iker le depositó un tibio beso en el cabello, mientras Ailim se aferraba con sus manos a su camisa—. Te a... —Pero el resto no llego a oírlo, pues en ese preciso instante Ailim desapareció.
Iker cerró los ojos con resignación, pensando que sólo saldría de allí para obligarla a terminar aquella frase.
***
Un lacayo envestido en su librea formal, avanzaba a grandes zancadas por los pasillos del palacio real. En sus manos cargaba una pequeña bandeja de plata, en la que descansaba precariamente una nota junto al periódico de esa mañana.
—Su majestad —saludó, haciendo una profunda reverencia.
El rey Jorge III, lo observó acercarse hasta su sillón mientras que con movimientos propios de un buen sirviente, le hizo entrega del contenido de la bandeja.
—Gracias —murmuró el rey, echando su cuerpo hacia atrás para leer el primer encabezado. Tras un segundo en un profundo silencio, el hombre más poderoso de toda Inglaterra, soltó una fuerte maldición para luego incorporarse abruptamente—. Esto es imposible. ¡Busquen a un Warenne! ¡Ahora mismo! Quiero que me traigan a alguien de esa familia, ya.
El lacayo respingó al ver cómo su rey se alejaba vociferando órdenes a cada hombre que cruzaba por su camino. Con manos temblorosas, el hombre se inclinó para alzar el periódico que su majestad había dejado caer, pero algo llamó su atención de forma casi inexorable.
"El Conde Fantasma los invita nuevamente, a hundir sus sentidos en algo que a más de uno hará gritar. Pues sin importar a quién guarden, la voz del pueblo siempre se ha de alzar, como un pájaro en pleno vuelo el Fantasma siempre logra escapar..."
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Podría decir mucho sobre esto, pero voy a esperar a ver qué teorías están barajando. Les dejo un saludo, cada vez queda menos. Dos caps. y un epílogo.
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