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VIII

El vaivén de sus caderas era una tortura, el rey Min tomaba la cintura delgada y esculpida de Jimin y le ayudaba a moverse sobre su entrepierna, cada fricción era un arrebato de suspiros y maldiciones al viento, se deleitaba con escuchar los sonidos impuros que salían de su boca mientras tomaba su cabello con fuerza, él mordía la piel suave de su cuello dejando marcas amoratadas que vería al día siguiente con orgullo.

Jimin explotó entre sus brazos con un orgasmo que le hizo temblar de los pies a la cabeza. Yoongi lo beso con fervor mientras se daba vuelta para quedar sobre él,  tomo sus piernas, largas y delineadas para llevarlas a sus hombros e inclinarse hacia adelante, la posición hizo que Jimin dejara caer la cabeza hacía atrás mientras gritaba de placer.

Las estocadas rápidas y profundas fueron en aumento, la cadera el rey se movía con fuerza para encontrar el alivio dentro del cuerpo de su amante. Lo besó, mordiendo su labio inferior que estaba hinchado por su ronda de besos. Le encantaba la forma en la que el cuerpo de Jimin lo recibía, tan apretado y caliente. No falto mucho para que llegara al éxtasis, llenando al menor de su esencia. Bajo sus piernas posicionándolas a sus costados, se dejo caer sobre su pecho y suspiro cansado, sus respiraciones erráticas daban peso al esfuerzo físico que habían empleado esa noche.

Llevaban días entregándose sin reparo por las noches, días donde Yoongi había comprobado en carne propia la sensualidad del doncel. Lo tenía loco, cada pensamiento dirigido a Jimin lo dejaba por los suelos, como un esclavo suplicante de libertad.

Jimin era un completo manjar, como una fruta de temporada jugoso y nutritivo, le daba la jovialidad que le faltaba, algo que ni siquiera sus otros amores le habían dado, sus cuerpos encajaban y reaccionaban al otro a la perfección, como si el destino loa hubiera moldeado para estar juntos. Él lo creía de esa manera, por eso cada cosa que venía del mayor la aprisionaba en su mente con recelo, sus expresiones de esquisto deseo, su sonrisa que quitaba el aliento y su inocencia que le encalidecia el corazón.

—Me gusta escuchar tu corazón cuando terminamos de hacer el amor—susurro acariciando su cadera, mientras sentía las manitas tomar sus cabellos con parsimonia —.Se siente diferente, mucho mejor que escuchar el sonido de los pájaros por las mañanas..

—Esas cosas tan bonitas no pueden ser comparadas con alguien como yo —susurro cerrando los ojos.

Para Jimin todo aquello había resultado abrumador pero esclareciente, como si viviera un sueño maravilloso del cual no quería despertar, cuando estaba al lado del rey, parecía un mundo nuevo, repleto de cosas que jamás pudo imaginar, el trato que este le daba era tan especial que sentía su corazón latir con fuerza, sus besos y caricias erizaban su piel, cada parte de su cuerpo tenía su marca, se sentía deseado y amado. Como nunca antes se había sentido.

—Eres esas cosas hermosas y mucho más mi amor —se levantó para besar su frente—. Tan especial que no corazón muere cuando te alejas y revive cuando te mira nuevamente. Eres lo que jamás creí que pudiera pasarme, mi destino, eso eres, lo que me hace vivir.

Los ojos de Jimin brillaron de felicidad—¿Es normal sentirse tan dichoso?

—Lo es si estás con la persona indicada, Jimin ¿Estar conmigo lo sientes correcto?

Asintió,  porque dudaba de sus palabras, de la estabilidad de su voz, porque de repente parecía ser frágil, como una pieza pequeña de cristal. Se relajó en los brazos de su rey.

















Estaba atendiendo a su madre, quien balbuceaba en la cama mientras era vestida, Jimin le cantaba bajito para que ella se lograra relajar, cuando terminó la dejo en su cama y comenzó a hacer la comida.

Estaba concentrado en aquello cuando escucho la puerta, limpio sus manos y fue a abrir, ahí se encontraba un soldado, de inmediato creyó que era un enviado del rey pero se equivocó, este le tendió una pequeño paquete enredado en una manta negra.

—Mensaje —dijo antes de irse.

Jimin suspiro y entro a su casa, se sentó en el piso y comenzó a abrir el paquete, ahí había una hoja, la desdoblo y miró su contenido. En medio de esta estaba dibujada a  carbón una montaña, abajo estaba un pájaro finamente detallado, con trazos delicados. Pero no era lo único también había una pieza de madera tallada de una flor de loto. Su esposo le había mandado un mensaje de amor.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, de repente todo lo que había hecho llegó a su mente y cobró un nuevo significado, uno más sucio. Negó, había engañado al hombre que le juró fidelidad, quien le había sacado de la calle y le dio una vida nueva, quien en esos momentos estaba jugándose la vida. Se sintió desdichado.

—Lo siento Hobi.

Esa noche dejó plantado al rey porque la culpa pesaba más que su deseo de volverlo a ver.










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