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Capítulo 5

Cuando KyungSoo despertó, tres días antes, estaba en una habitación desconocida, espaciosa y bien ordenada.

Las ventanas abiertas le dejaban admirar un vasto jardín abierto, maravilloso, totalmente majestuoso con sus árboles de ciruelos deslumbrando en rojo, puntos de color que destacaban entre pinos nevados, siendo una maravilla. La frescura del ambiente sacudía su nariz, un incienso encendido en alguna parte para darle calma. Tanta belleza, tanta luminosidad. KyungSoo la habría apreciado en otro momento y en otras circunstancias, ¿pero cómo podía encontrar la hermosura del mundo cuando ya se está muerto?

Una cáscara vacía, como el cuerpo sin vida de su hermano, como la nación que había caído, KyungSoo no tenía esperanzas de ser salvado.

Miró su jaula día y noche con ausencia, sin moverse de la cama, sin decir palabra. Esta era una prisión hermosa, llena de lujos y dinero, pero seguía siendo una prisión de la que no podía escapar. Tampoco quería hacerlo. No importaba. Ya nada tenía sentido.

No sintió la entrada y salida de las personas, no fue consciente de las palabras que se acumulaban y susurraban para él, no olió el aroma de la comida que dejaban en la mesita más cercana y que continuaba sin tocar. KyungSoo estaba en un mundo brumoso donde sólo su cuerpo se mantenía con vida debido a la necedad de su cerebro y los comandos a sus órganos vitales.

En esos tres días de luto, KyungSoo no comió, no bebió, no se bañó ni se movió en lo más mínimo. Acostado en una cama exquisita, con la vista nublada apuntando al techo, su mente había abandonado todo vestigio de la realidad y había sobrevolado los cielos, dejando atrás el mundo terrenal. Fue lo mejor que pudo haber hecho, después de todo, el infierno donde existía el ser humano estaba plagado con dolor, sufrimiento y desesperanza.

Ahí no había nada que pudiera mantenerlo a salvo. ¿Para qué molestarse en quedarse entonces?

Sin embargo, su método de huida no duró demasiado. Al quinto día inamovible e inalterable, la puerta de la habitación se abrió fuertemente y un paso seguro y confiado se adentró en la estancia. KyungSoo continuó mirando hacia arriba, con las manos unidas sobre su estómago, la debilidad llenando sus extremidades dejándolo incapaz de moverse sin sufrir algún dolor en el camino. Su corazón latía pausadamente, sus labios partidos y resecos estaban entreabiertos, los ojos muertos... KyungSoo siempre había sido catalogado como una belleza, pero en ese momento no había nada más que un aire de locura rodeándolo, algo sublime envuelto en tristeza y dolor profundos.

Una mente brillante siendo vaciada y reemplazada por nada más que blanco inmaculado. Un corazón lleno de amor para ofrecer pisoteado y arrancado de su pecho.

Era una hermosa muñeca sin vida ni alma.

KyungSoo mantuvo sus ojos abiertos y desenfocados mientras lo alzaban, una mano grande rodeando sus hombros delgados y frágiles. Se mantuvo inmóvil mientras un tazón con caldo tibio era empujado a sus labios. No dijo nada cuando sus mejillas fueron apretadas y él fue obligado a beber el alimento. ¿Quejarse al ser desprovisto de su ropa, lo único que ocultaba la pureza de su cuerpo? No se molestó en hacerlo. Se había despreocupado de los asuntos terrenales. Lo que pasaba con él había dejado de importarle.

Sin ninguna reacción de su parte fue alimentado, bañado y cambiado por ropas limpias y abrigadoras. Su cabello desenredado se mantuvo suelto y desparramado sobre la almohada con su funda de seda, sus pies fueron protegidos por un par de calcetines mullidos para la nieve, su flequillo apartado de sus ojos, sus uñas limadas y arregladas, todo por la misma persona, por el mismo hombre de vigor excesivo y fortaleza invaluable.

Al acabar de arreglar a esta muñeca ausente, se puso de pie con un fluidez, la agilidad visible en cada uno de sus movimientos adiestrados por el talento y la experiencia. Se dirigió a la entrada de la habitación y, antes de salir, su voz masculina, firme y profunda resonó en el lugar.

—Ellos han muerto. No volverán, no los esperes. Se han ido y tú te has quedado, aprende a vivir con ello y sigue adelante. Es lo único que puedes hacer.

Fueron las primeras palabras que KyungSoo había podido escuchar durante cinco días. Las palabras del asesino de su familia, del hombre que había destruido su tierra, enterrado sus costumbres, sepultado su legado. Graciosamente, pudo oírlo con claridad y él se vio arrancado de su lugar algodonoso para volver a estrellarse contra el horror y la incertidumbre de la vida, para sumirse en su propio dolor una vez más, para recordar a los que estuvieron una vez y ya se habían ido.

Había llegado aquí hace cinco días y desde entonces, KyungSoo experimentó de primera mano lo que era estar en un limbo absoluto por culpa de un solo hombre. Irónicamente, ese mismo hombre lo sacó de allí y le devolvió la marea de sentimientos que su corazón había intentado reprimir.

Él había vuelto a la vida sin desearlo, cuando la realidad y la veracidad lo golpearon tan duramente.

Los trozos que quedaban de su corazón marchito explotaron en muchos pequeños pedazos insalvables e imposibles de reunir. Por otro lado, sus ojos quietos ardieron como las flamas que quemaron su hogar, y las lágrimas se deslizaron tristemente por las mejillas pálidas y suaves.

Una imagen tan triste, tan conmovedora.

KyungSoo se movió por su propia cuenta para encogerse en sí mismo, sus ojos volvieron a cerrarse para dejar salir las numerosas lágrimas llenas de desgracia y sufrimiento y su boca expulsó el primer sonido en forma de jadeos y sollozos lamentables. Finalmente, su garganta ardió y los gritos llenaron la habitación.

¿Qué era la felicidad? ¿Qué podría ser considerado como la razón de vivir de uno? ¿Qué era la vida? ¿Qué era la justicia?

KyungSoo no conocía las respuestas, ya no, pero no importaba. Ahora lo único que quería y podía hacer era verter sus penas y llorar amargamente hasta que sus ojos se secaran y volviera a dejar de sentir una vez más.

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             .(¸.·' (¸.·'* .  El Concubino del
                                       Emperador.

Fue el golpe de realidad lo que sacó a KyungSoo de su caparazón. Lo obligó a volver a pensar, a volver a oír y a volver a sentir.

A reconocer una cantidad de odio inconmensurable en su corazón, un sentimiento que nunca antes había experimentado con tal intensidad y gravedad, que nunca imaginó experimentar de esa manera tan salvaje y profunda.

Odio mórbido que acababa con todo. Odio fundido en sus venas dirigido a una sola persona.

Incluso llevando este dolor y peso sobre sus hombros, KyungSoo se mantuvo firme y orgulloso. ¿Por qué tendría que permitir que el enemigo lo viera en su momento más vulnerable? ¿Por qué dejarle saber cuánto dolía? ¿Por qué darle ese gusto, ese mérito? KyungSoo no lo permitiría. Como Segundo Príncipe del Imperio Do, no iba a dejar que nadie conociera la parte más sensible de sí mismo, que alguien descubriera los trozos finos y filosos de su corazón y su alma.

Estaba atrapado, vivía sus días con un futuro incierto, con las memorias llenas de gritos y oscuridad, pero, a pesar de esto, desplegó terquedad, dignidad y el valor que se le había instruido desde que era tan joven.

KyungSoo no fue criado para ser un guerrero, para hacerse cargo de las filas del ejército o para resaltar, pero definitivamente sabía cómo conservar la firmeza incluso en los tiempos más tormentosos, sabía cómo mantener la barbilla alzada, cómo cubrirse con una coraza impenetrable hasta el último momento de vida. KyungSoo no era un luchador especialmente fuerte, pero seguía siendo un Príncipe.

El último de su linaje, por ello tenía una gran responsabilidad sobre sí mismo.

Se mantuvo sentado en el mismo sitio durante días enteros. Una silla nueva frente a la ventana abierta. El aire invernal golpeaba su rostro, sacudía las cortinas ligeras y enfriaba su rostro inexpresivo. Su mirada permanecía fijamente sobre los ciruelos lejanos y el manto puro de la escarcha de la nieve y los copos flotantes. Espalda recta, manos en los muslos, cabello semirecogido, ¿alguna vez se había visto una belleza de esta magnitud?

Comió bocados ridículos de la comida que le era llevada una vez se encontraba solo, porciones tan pequeñas que resultaban ser una burla a las intenciones de quien las enviaba y una ofensa al cocinero que se esmeraba en crear bellezas visuales en busca de ser apetecibles. No saboreaba el té, derramaba los caldos con provocación, ignoraba los llamados de las doncellas y rasgaba las hermosas túnicas que le eran obsequiadas. Era mezquino, pero era justo esta mezquindad lo que le permitía sentir cierta satisfacción tonta.

No era consciente de lo mucho que había adelgazado y lo gris que era su piel. Su cabello había dejado su lustre a un lado y había aprendido a hacer oídos sordos a las réplicas de su estómago vacío. Su firmeza y necedad lo conduciría a la muerte, pero KyungSoo no tenía ningún tipo de problema con este fin.

Moriría con la dignidad de un Do y la barbilla alzada con imponencia.

Sin embargo, y aparentemente, el destino no parecía querer que esto ocurriera.

Las puertas de su habitación fueron deslizadas una vez más. El aroma cítrico impactó contra su nariz, la fuerza en el caminar fue algo que pudo reconocer, la presencia a su espalda fue poderosa. Toda una suma de poder y vigor, de orgullo y determinación. KyungSoo no se dio la vuelta, pero el vello delgado de su cuerpo se alzó y sus puños se apretaron sobre sus muslos.

Tap. Tap. Tap.

Los pasos al ritmo de su corazón resonaron en sus oídos atentos. Una bandeja fue colocada en la mesita auxiliar a su lado. KyungSoo descubrió un par de manos grandes, fuertes, totalmente poderosas y moldeadas por la experiencia de la guerra y la hostilidad, bronceadas y callosas. Distinguió la oscuridad de un traje finamente elaborado, la piel de buena calidad de las botas y el oro bordado. Siguió sin mirar y sin moverse y las cortinas fueron cerradas para que el frío dejara de entrar en la habitación.

Esto lo irritó enormemente bajo la coraza helada de su expresión. 

—Has adelgazado de forma preocupante en estos últimos ocho días. Debes comer un poco más si quieres mantenerte saludable —la misma voz grave, el mismo tono firme, el sonido del resentimiento que nacía en sus venas—.

KyungSoo lo ignoró olímpicamente. Aún a sabiendas de que se trataba de un Emperador, aún cuando su poderío era evidente. KyungSoo se atrevió a ignorarlo.

El hombre tomó el cuenco de jade lleno de sopa y se acercó aún más a él. Las uñas se hundieron con fuerza en sus palmas y la mandíbula se apretó duramente. Aún sin mirar el rostro del Emperador, KyungSoo alzó una mano e impactó el cuenco; este se resbaló de las manos del hombre y se estrelló contra el suelo, haciendo un desastre que no le importó en lo más mínimo.

El silencio permaneció mientras el cuenco rodaba estruendosamente y finalmente se detenía a una distancia considerable.

—Llévate tu mierda de comida lejos de mí y simplemente déjame en paz hasta que la muerte venga por mí.

KyungSoo no era partidario de las malas palabras, pero había aprendido unas cuantas mientras era joven, cuando los guardias imperiales lo pillaban junto a SeungSoo y echaban a correr por las calles concurridas para evitar ser devueltos al Palacio tan pronto. Recordaba el tono feliz y excitado de su hermano al exclamarlo a todo pulmón, la felicidad que le producía verlo tan emocionado y eufórico mientras corrían tomados de la mano. Aún podía sentir el calor rodeando su mano y la respiración agitada a su lado.

Su corazón destrozado se comprimió aún más y se obligó a calmarse cuando el calor reconocido invadió sus ojos.

La mirada inyectada en sangre se posó directamente sobre los ojos oscuros del asesino de su familia, llenos de resentimiento, ira y odio, pasando por alto las reglas básicas de la nobleza, sin una pizca de respeto hacia él. No fue consciente de los rasgos molestamente atractivos del hombre, ni de la piel inusualmente bronceada, no le importó el cabello largo y brillante y la boca sensual apretada. KyungSoo no pudo tomar nada de esto en cuenta cuando su cuerpo lo odiaba con cada célula, con cada vena y arteria, con todos los músculos que lo componían y cada hilo de cabello sobre su cabeza. Tal ira, tal molestia, ¿cómo podía sentir algo tan corrosivo, pero tan malditamente intenso e imposible de apagar?

—Incluso si tu mayor deseo es morir, no lo permitiré. Te mantendrás con vida, comerás y te acostumbrarás a vivir aquí.

KyungSoo sonrió con evidente burla.

—¿Es así? Solo prueba mi determinación.

Entonces giró el rostro y volvió a ignorarlo, mirando hacia los vestigios del paisaje que mostraba la ventana cubierta. El Emperador se mantuvo de pie en el mismo sitio por minutos enteros llenos de tensión, pero quién iba a saber que él podría ser tan o más necio que el propio KyungSoo. Tomó el segundo tazón de sopa, se acuclilló delante de él y extendió una mano para cogerlo de las mejillas, tal cual lo había hecho la última vez.

KyungSoo reaccionó de inmediato, golpeando su mano con fuerza y contundencia, pero el hombre continuó adelante. Entonces pudo sentir el poder y la fortaleza que esta persona conservaba en su cuerpo, cómo era capaz de neutralizarlo sin aparente esfuerzo y empujaba el tazón de sopa contra sus labios. KyungSoo cerró los ojos, forcejeó con violencia, ¿pero qué podía hacer un hombre debilitado contra una montaña? Solo pudo ser capaz de estirar una mano e impactarla contra su mejilla en medio de sus movimientos desesperados, el golpe hormigueando sobre su palma abierta.

La quietud volvió mientras la sorpresa e incredulidad se vieron impresas en los rasgos del Emperador. El corazón de KyungSoo dio un vuelco, pensando en el agravio de su acción y las posibles consecuencias mortales; sin embargo, el Emperador acomodó su expresión a una máscara sumamente fría y terminó por acabar lo que había empezado, reduciéndolo a un cuerpo inmóvil mientras lo obligaba a comer.

Las lágrimas resbalaron por los bordes de sus ojos cuando la sopa hizo su recorrido por su garganta seca y se asentó en su estómago frío. Los ojos punzando veneno fijos en los inescrutables contrarios hablaban sobre su disgusto, sobre su enfado totalmente ignorado.

No fue hasta que el cuenco fue vaciado cuando el Emperador se alejó, poniéndose en pie con agilidad y esquivando exitosamente el tazón caído y totalmente olvidado que KyungSoo le había arrojado. Tampoco pareció especialmente sorprendido o afectado por la ola de exclamaciones que lo siguieron como el flujo continuo y violento del río más feroz de sus tierras.

—¡Vete, vete de aquí! ¡Llévate tu porquería y tu desagradable presencia fuera de mi vista! ¡No quiero verte nunca más, no quiero que vuelvas a tocarme! ¡Te odio, maldito hombre sin corazón! ¡Te detesto con cada gramo de razón que me queda! ¡Fuera de aquí!

El Emperador continuó esquivando cada objeto valioso y precioso que KyungSoo arrojó hacia él, siguió moviéndose con la agilidad que cualquier guerrero envidiaría, huyendo una y otra vez de algún posible impacto arrojado en su dirección con extremo vigor. Finalmente, una vez hubo llegado a las puertas cerradas, se volvió hacia KyungSoo y lo miró una última vez.

La imagen rompería el corazón de cualquiera, porque una belleza como aquella no debía verse destruida, no debería llorar tan amarga y dolorosamente y, sin embargo, así era como KyungSoo se encontraba.

Descompuesto y roto.

—¡Fuera! ¡Lárguese! —gritó, su voz rompiéndose dolorosamente en algún punto—.

El Emperador bajó la mirada y terminó de salir de sus aposentos. Solo entonces KyungSoo fue libre de llorar tanto como quiso una vez más.

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             .(¸.·' (¸.·'* .  El Concubino del
                                       Emperador.

KyungSoo rápidamente descubrió que si se negaba comer, el Emperador vendría en persona y se encargaría de alimentarlo por su propia cuenta con variados métodos poco ortodoxos que lo pondrían en vergüenza, por ello, contra su voluntad y bajo una terrible impotencia, aceptó todas y cada una de las comidas que le eran ofrecidas y comió por su propia cuenta, odiando la idea de ver al gobernador del mundo del Sur.

Efectivamente, ante su colaboración, el Emperador dejó de visitarlo por un tiempo y él pudo sentir un poco de tranquilidad.

Seguía sin salir de su habitación y sin hablar con las doncellas que intentaban crear algún tipo de conversación mínima y suave, además, continuaba mirando a través de la ventana, justo al paisaje helado sin ningún tipo de protección que lo cuidaría de profundos resfriados. Perdió la cuenta de la cantidad de abrigos que había recibido hasta el momento, todos rechazados de una manera más terrible que la otra.

Algunas veces quemaría una linda túnica sobre las llamas de la chimenea que habían encendido en sus habitaciones, otras veces las rasgaría usando manos y dientes, algunas las mancharía terriblemente con la suciedad de las sobras de la comida que dejaba y otras más las bañaría en el té o el café preparado para él. Cuando se sentía especialmente desganado y melancólico, KyungSoo simplemente las arrojaría por la ventana y se olvidaría de ellas prontamente.

Hoy no había sido la excepción. Se sintió especialmente inspirado y tomó el abrigo en un arrebato violento, cogió uno de los aceites corporales para usar después del baño y lo vertió completamente sobre la lana y la piel, luego lo dejó caer en el suelo y pisoteó a su gusto para, finamente, volver a ocupar su lugar en su silla habitual.

La doncella había mirado todo esto con una expresión complicada y ojos bajos, sin embargo, yendo en contra de las costumbres rutinarias, no se retiró con el obsequio arruinado de inmediato y, en cambio, continuó reverenciándolo respetuosamente. Este extraño cambio de los acontecimientos atrajo la atención de KyungSoo, que, con disimulo, le arrojó una mirada veloz antes de volver a enfocarse en el ciruelo frente a él.

—Lord, Su Majestad el Emperador lo espera en el salón del comedor. Espera cenar con usted.

—No —dijo con contundencia, con toda la fuerza conservada en su alma—.

—Lord, Su Majestad el Emperador no admite una negativa de su parte. Siento molestarlo, pero ordena explícitamente que me acompañe para llevarlo a su encuentro.

—No puedo preocuparme menos por las órdenes que exprese tu Emperador. Mi respuesta sigue siendo no.

—Mi Lord...

—Incluso cuando un tigre alado intenta mover la montaña firme, no podrá conseguirlo. Puede sacudir sus tierras con su poderoso rugido, pero la montaña continuará en su lugar, totalmente dura y decidida. ¿Cómo luchar contra una voluntad tan admirable? Hoy seguiré siendo la montaña y tu Emperador será el tigre alado. Él rugirá lo más fuerte que pueda pero yo no obedeceré sus órdenes. Me mantendré firme hasta el día que por fin pueda perecer y descansar.

Impactada por escucharlo hablar por primera vez de forma extendida y que, de hecho, se debía exclusivamente a ir en contra de los deseos del Emperador, la doncella quedó pasmada en su lugar, los ojos bajos ampliados y su corazón acelerado, sintiéndose desdichada porque había corrido con la peor de las suertes al ser enviada a atender al Lord en esta ocasión y llevarle malas noticias a nadie más que su gobernante. ¿Con qué cara y valor repetiría estas palabras delante de Su Alteza y la Emperatriz? Ella estaba asustada hasta los huesos.

—Pero...

—Es lo último que diré al respecto —la interrumpió de inmediato antes de darle volver a alzar la barbilla con la espalda totalmente recta—.

La doncella no pudo hacer más que inclinarse y salir de espaldas, sintiendo su ritmo cardiaco retumbando en sus oídos y su garganta.

KyungSoo suspiró cuando se halló en completa soledad nuevamente y cerró los ojos con pesadez.

Estaba tan cansado. ¿Cuándo tendría permitido descansar? Anhelaba intensamente la llegada de ese día.

—Incluso si la montaña es firme, al enfrentarse a un tigre alado lo suficientemente poderoso, terco e indomable no podrá ser considerada una contendiente duradera. Tarde o temprano terminará accediendo a los deseos del tigre y la montaña será mansa, colocada en el sitio que la bestia desea.

—Para que esto ocurra, el tigre deberá utilizar todo su poder, burlar a la montaña, ir en contra de su voluntad, reducirla a polvo y trasladarla roca a roca, parte por parte, hasta reconstruirla en el lugar que el tigre desea. Sin embargo, para entonces ya no será una montaña, sino una ruina lamentable que ni siquiera el tigre deseará ver —contestó KyungSoo con firmeza, observando el horizonte mientras el Emperador se mantenía detrás de él—.

—¿Cuánta necedad y terquedad puede tener esa montaña para ir contra los tigres y dragones? Si se suman ambas bestias, la fiereza y la voluntad de los cielos, entonces se tendrá el poder suficiente para hacer lo que quiera —el Emperador se detuvo por un momento. KyungSoo no se movió, no lo miró y no hizo ruido alguno—. Lamentablemente, incluso cuando la montaña es admirable en su firmeza, el tigre es obstinado y más temprano que tarde conseguirá lo que desea. Incluso si debe usar todo su poder, incluso si debe fusionarse con la excelencia de los cielos, lo hará y moverá la montaña sin importar que esta quede en ruinas.

KyungSoo empuñó sus manos apretadamente mientras una ligera capa de sudor bañaba sus sienes. Sus nudillos se blanquearon y sus dientes se aferraron al interior de una de sus mejillas. Finalmente, incapaz de contenerse, preguntó bruscamente:

—¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me dejaste vivir, por qué me trajiste aquí? Tienes mis tierras, asesinaste a mi hermano, a mi... a mis amigos, a mi pueblo, ¿cuál es la razón tras tu insistencia de mantenerme aquí?

El Emperador del Sur se tomó un momento. Pensando profundamente en la infinidad de su mente, buscando algunas palabras para él. KyungSoo esperó en silencio, con el burbujeo intenso de la ira quemando sus entrañas, incendiando todo su ser como las llamas que ardieron en su imperio y acabaron con todo a su paso.

KyungSoo escuchó el movimiento de las telas, el roce de las mangas largas y el vaivén de la fragancia cítrica del hombre a su espalda. Sintió un peso repentino sobre sus hombros, una caricia delicada en su mejilla, y entonces se dio cuenta de que un abrigo peludo y mullido protegía su débil cuerpo. Lo tomó de inmediato y lo arrojó al suelo, junto a los pies del Emperador, despreciando su gesto.

Él no se inmutó, se agachó y tomó la prenda nuevamente en sus manos, pero no volvió a insistir; en cambio, contestó su pregunta.

—Sea cual sea mi razón, ¿cambiará algo?

KyungSoo sonrió con ironía.

—Por supuesto que no. Sin importar tus razones, mi odio por ti continuará fluyendo en mi cuerpo y se desbordará hasta llegar a mi alma.

—Entonces puedo soportarlo. Si debes odiarme, hazlo con todas tus fuerzas y todos tus huesos, ódiame en todas tus reencarnaciones; porque mi razón es tenerte únicamente para mí y conservarte a mi lado hasta el día de mi muerte. Solo entonces podrás librarte de mí.

Dando tumbos, su corazón latió intensamente, rápido, fuerte, torpe, indomable y desesperado. Sus cejas se fruncieron, su cuerpo se tensó completamente y los vellos en su nuca se erizaron. Su piel pálida palideció aún más y sus labios entreabiertos se secaron en medio de su profunda inhalación.

En medio de su shock, el Emperador continuó, informándole con contundencia:

—Incluso si te desmoronas, incluso si todo se destruye en tu corazón, serás parte de este tigre. No me importará verte siendo trozos de escombros, me encargaré personalmente de reparar tus piezas a la perfección luego de destruirte. Después de todo, una montaña firme no es nada comparada al hijo de un dragón y, definitivamente, es indefensa ante su deseo de poseerla.

KyungSoo no sabía si era posible, pero puede jurar que pudo sentir cómo los finos trozos delgados de su alma tambaleante cayeron repentinamente a sus pies. Sus pulmones se vaciaron de cualquier pizca de oxígeno que pudiera haber tenido anteriormente, su cuerpo se paralizó en su lugar y sus ojos quietos ardieron en los bordes.

No podía ser cierto. Él no podría estar hablando en serio. No podía, porque ¿cómo podría continuar adelante como lo había hecho hasta ahora? ¿Cómo podía seguir viviendo con esta carga gigante, con este temor y esta repugnancia que representaba estar en medio de un turbio lío político que lo había dejado, al final, bajo la merced del verdugo de todo lo que una vez amó? ¿Cómo podría pertenecerle a este hombre vil? ¿Cómo vería a su hermano a la cara cuando muriera?

Era una broma, un chiste extremadamente cruel.

El último Príncipe del reino enemigo perteneciendo al Emperador del Sur. ¿Acaso existía algo más deshonroso y poco moral que esto?

KyungSoo deseaba llorar, gritar, destruir todo a su paso, golpear y matar a este hombre con sus propias manos, pero solo pudo quedarse ahí sentado, con la vista nublada apuntando al horizonte mientras los copos de nieve continuaban descendiendo del cielo, que continuaba llorando gotas circulares y puras por él, sintiendo su dolor, acompañándolo en su desdicha.

KyungSoo cerró los ojos suavemente y respiró una bocanada de aire helado que le acarició las mejillas.

Tres días después, sin falta ni tardanza, el Joven Segundo Príncipe KyungSoo del caído Imperio Do fue reconocido como Concubino Real por el Emperador del Imperio del Sur, Kim JongIn.

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