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Epílogo

Desde entonces, me baño en el Poema del Mar,
infusión de astros y vía lactescente,
sorbiendo el cielo verde, donde flota a veces,
pecio arrobado y pálido, un muerto pensativo.
El barco ebrio, de Arthur Rimbaud.

Nuestro intento de dar caza a El Ophir acababa en un estruendoso fracaso. La nave se había comportado bien, más allá de lo que podíamos esperar de ella; pero la impaciencia por alcanzar el cometa rojo nos había dejado en esta situación lamentable.

La Stella Maris se había batido en duelo contra El Ophir y este poderoso adversario ganaba el combate. Tocaba ahora que la nave, como un animal herido, se replegase para lamerse las heridas y recuperar fuerzas de cara a futuras aventuras.

Número Uno y Número Dos fueron capaces de salir al exterior para cerrar el circuito del peligroso sodio que había reventado. Aunque los daños de la corrosión del sodio no fueron relevantes; sin embargo, con el sistema de refrigeración muy debilitado, la potencia del motor apenas podíamos forzarla hasta el 10 %, y siempre con el miedo de que, en cualquier momento, terminase por romperse del todo, y quedáramos a la deriva en la inmensidad del Espacio interplanetario.

En estas condiciones tan patéticas incluso el capitán Ahab tuvo que admitir que teníamos que buscar un puerto seguro donde reparar los daños. Se limitó a recluirse en su cabina. Sus tic tic tic enmudecieron y no quiso hablar con nadie por mucho tiempo...

Nos consolaba saber que las comunicaciones funcionaban bien. En todo momento Ceres-navegación tuvo noticias de nuestra desdicha. No nos dieron, al menos, por desaparecidos.

El sistema de habitabilidad también aguantaba decentemente. Vivíamos en un ecosistema cerrado en el que, aunque muy incómodos, podíamos vivir casi indefinidamente. La comida tenía un sabor malísimo que empeoró con el tiempo a nauseabundo —incluso para Ben—, cuando se agotaron los saborizantes; pero nos mantuvo vivos durante aquel penoso viaje de vuelta.

Pero el derrotismo se apoderó de todos nosotros. La decepción, la impotencia de saber que habíamos fracasado en nuestro intento de alcanzar al cometa rojo... Habíamos pretendido la minería más ambiciosa, la más valiosa, la mejor... Vanos ilusos. Volvíamos con la nave averiada y sin carga, sin producto comercial. Era seguro que los navieros no estarían satisfechos porque iban a perder mucho dinero. Volvíamos sanos y salvos, pero no habría paga pues no había beneficio.

Era lamentable. En el momento del accidente, el delta de velocidad adquirido en persecución de El Ophir ya había sido considerable, y deshacer el camino andado, el retorno al plano del sistema solar, se mostró tremendamente difícil.

Tan difícil fue, que tardamos varios años en arribar a un puerto civilizado.

Demasiados años.

Una vez en el Espacio, siempre en el Espacio.

Madrid, 2022.

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