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Juventud 8

“Porque ninguna cosa es imposible para Dios.” (Lucas 1:37)
Contestó Soid a un joven que le preguntó una dirección

“En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” (Génesis 1:1)
Mencionó, interrumpiendo a dos jóvenes que hablaban de evolución.

Ahora las horas se le iban leyendo su Biblia sagrada.
Cada versículo le parecía dedicado a su figura.
Se le inflaba el pecho conforme leía,
sentía que Dios acariciaba su espalda,
pensaba que la Biblia le hablaba, que lo entendía, que era su cura.

A raiz de esto decidió ser portavoz de la escritura.

“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” (Mateo 7:7)
Dijo al escuchar a una madre quejarse por quedarse sin trabajo.

“¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?, le contestó Jesús.” (Juan 11:40)
Le contestó a unos tipos que hablaban de un proyecto económico.

Ahora se veía bien nutrido, se alimentaba alimentando a otros con cristo. Su mente estaba clara, debía salvar gente del infierno, arrancar el pecado de sus frentes, convertirlos en creyentes.

Sin embargo, al parecer, al diablo o quizá al santo, no le gustó lo que Soid había decidido, y es que siempre que decidía predicar, la gente escapaba, le contaban sus traumas o hasta algo malo les pasaba.

A Maria le habló de paz y de lealtad; terminó embarazada la condenada.
A Malverde le dijo: "El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida" ;  confiado, murió acribillado mientras degustaba vírgenes latinas.

Él hacía oídos sordos, tomaba su Biblia y caminaba hasta que el dolor en los pies lo hacía regresar al camino celestial, le hacía regresar a la felicidad, lo alejaba de las tinieblas.

Mas, aunque pensaba que había tomado el camino sin final, sólo había comenzado a recorrer el final de su camino, y el boleto a su apocalipsis se lo dio su sacerdote favorito, un cura acusado de saciar su libido senil con hambrienta e inocente carne infantil.

Soid fue a la guerra para limpiar a su mentor, pero la guerra manchó la figura del defensor. Ahora, el joven era acusado de mil injurias; decían que él siempre supo del gusto del sacerdote, que incluso tenía el mismo gusto que el sacerdote.

Peleó con rabia en cada poro; aun así, la guerra paró cuando le mostraron el vídeo que confirmaba la acusación.

Las quejas de insana lujuria no terminaron, y a pesar de seguir los pasos de Jesús ayudando a convalecientes y prostitutas, terminó humillado y excomulgado de su amada iglesia.

Esa tarde, la luz se fue, las palomas se hicieron zopilotes, la Biblia se hizo Necronomicón, y la fe se hizo desesperanza.

Llegó a casa derramando lágrimas de coraje y confusión, descolgó los Cristos, trituró las imágenes y se sentó a pensar en el mañana, acompañado de una hoguera cristiana originada por las hojas del asqueroso Testamento que tanto predicó.

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