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Juventud 2

Hay ocasiones en que el mejor de los caramelos termina siendo hiel,
en que la cruz de cedro termina siendo cetro del diablo.
Momentos en que el rencor termina siendo cariño puro,
en que el niño de lentes termina siendo coleccionista de piel.

Lo curioso de estas peculiares situaciones,
es que siempre hay una alerta ignorada,
como cuando descubres la mentira y justificas la decisión,
como cuando huele a mierda y dices no percibir olor,
como cuando eres puro dolor y dices:
¡Nunca había amanecido mejor!

Soid nunca había entregado su corazón,
nunca había destrozado un corazón,
nunca destrozaría un corazón.

No sabía de alarmas, creía en serafines y hadas.
Ignoraba que hasta la mejor siembra podría terminar siendo nada.

Por eso, cuando probó unos labios, se entregó sin filtros.
Al mes pensaba en boda y anillo,
soñaba con la casa, el jardín, la esposa, los niños.
En cada beso sentía que moría un trauma profundo.
En cada sexo se sentía conquistador de mundos.

No obstante, la vida no sabe de justicia, ni de tiempos.
Únicamente avanza, cambia, termina.
Y la dama a la que Soid amaba sin mesura no sabía de censuras,
era brillo y comía deslumbramiento,
era belleza y bebía coqueteo,
era ave y no sabía de cautiverio,
era agua y siempre estaba en movimiento.

Para ella fueron cuatro semanas de vacaciones,
para él fueron treinta días de sanaciones.
Ella hizo volver la sangre a sus venas,
él la hizo feliz con orgasmos y cenas.

Y sin ningún alerta,
sin boleto de vuelta,
sin oportunidad de rabietas,
simplemente secreta.

Al día treinta y dos
zarpó la cálida luna,
corrió la honesta sonrisa,
voló la inocente mantícora,
se marchó su amor verdadero.

Al día treinta y dos
regresó el ayuno saciante,
regresó la insípida soledad,
regresó el obeso abandono,
regresó el lóbrego taciturno.

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