Los días fríos no cualquiera los soporta.
Dicen que son más tolerables con vodka.
Opción inadmisible para un pequeño ciempiés.
Así que mejor correr y darle un susto a la aorta.

Afuera caen truenos y grandes gotas.
Adentro hay trifulca con sólo dos bocas.
Afuera vientos mortales transforman las calles.
Adentro guerra química entre madre y padre.

Por más que sudaba y tiraba cosas, el frío no se iba.
Así que el inocente Soid decidió hacer una fogata.
Almohadas, cobijas y libretas, la leña selecta.
Tres, cinco, diez cerillos y llegó la llama definitiva.

Y sí, empezó a irse el frío, pero no el ruido.
Los gritos no cesaban, la tormenta engordaba.
El calor noqueó al niño, soñaba con abrazos y sonrisas, con unos
papás juguetones, sin caras de enojones, soñaba con castillos de pizza
y bombones, soñaba con una piel sin moretones.

Fue un sueño hermoso, sin embargo, despertó por una tos horrible.
Lo cargaba papá, un papá asustado, un papá con lágrimas, un papá
que jamás se había visto. Lo dejó en el jardín y regresó al concierto
de llamas; tenía que salvar a mamá, pero en lugar de salir, otra vez se
pusieron a gritar.