Suicida: Aquel que por propia mano da fin a su vida.
Esa es la definición sabida, pero Soid no la compartía.
Suicida: Aquel que, valiente, da inicio a su vida.
Esa es la definición que el joven tenía.

Él pensaba que sólo así se alcanzaba el nirvana.
Creía que así drenaría el violeta de su alma.
Que así iniciarían sus noches estrelladas.
Y que un robin lo guiaría hacia la gótica calma.

Él no sabía de presiones, era una nube.

Una nube soñando con susurros de escopetas.
Soñando con cuchillas cortando el flujo del martirio.
Soñando la caricia de una estampida de aspirinas.
Una nube soñando con el columpio de la muerte.

Menos sabía de valentía, era un pusilánime.
Un pusilánime pensando en los mil contras.

Que si el lazo celestial lo dejaría en las sombras,
que si la navaja oxidada lo dejaría podrido,
que si la pastilla caducada lo dejaría impedido,
que si el río de metales lo dejaría consciente y dormido.

Era un pusilánime indeciso.

Un erizo sin espinas.
Un espinazo sin humano.
Una suma de ceros.
Un cuervo sin Edgar.
Una vela sin fuego.
Un luego sin intención.

Y aún así, tomó la soga y se dispuso a crear el columpio que nadie quiere.