Su cuerpo estaba tendido en la cama, dos orificios en su yugular, dos en su costilla izquierda, dos en su muslo derecho.
Sentí truenos afuera, la tormenta se avecinaba, el corazón se escuchaba muy lento. Yo calculaba que debía tener algo así como medio litro de sangre; mi doctorado en ciencias médicas pueden avalar mi palabra. Con un susurro le pedí que abriera sus ojos, esos color miel que tanto amé y sentí más odio aún porque no brillaban.
Besé sus labios con demasiado entusiasmo, ya su cuerpo no respondía y podía sentirlo.
Le leí un poema muy conocido, esos que de tan conocidos se volvieron clásicos.
-"Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día"- besé su ojo derecho-"y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso lisonjera"- besé su ojo izquierdo-"Mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía"- besé su frente-"Nadar sabe mi llama el agua fría"- besé su mejilla derecha-"Y perder el respeto a ley severa."- besé su mejilla izquierda-"Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido"- besé sus labios-"Venas, que humor a tanto fuego han dado, médulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado."- di tres besos en su cuello y me llevé conmigo el último trago de su vida.