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Capítulo 28


En multimedia: Gnash - I hate you, I love you.


Incómoda hasta la muerte: así me sentía. Del otro lado de la mesa, Sam me miró, desconcertado. Casi pude leer su mensaje corporal de que no me moviera de donde estaba. Su madre, Kathy, tenía la vista clavada en la playa detrás de mí, que lindaba con la parte trasera de la casa.

Siloh le acababa de decir sobre su relación con Shon. Y la expresión inmediata de la mujer era esa que yo tenía al frente y que trataba de evitar a toda costa. En varias ocasiones me había preguntado por qué mi compañera estaba tan reacia a contarle a su progenitora la relación estable que mantenía con nuestra amiga.

Su reacción siempre había sido de indiferencia, pero en el fondo yo sabía que le pesaba mucho. Como un yunque en la espalda.

—Voy a mi habitación. Si me disculpan —Kathy se levantó estirada y tensa como un resorte. Los ojos de sus hijos la siguieron.

—Mamá —la tanteó Sam, también incorporándose.

Hasta ahora, la cena había transcurrido en son muy pacífico. Kathy me había preguntado sobre mi carrera, y como toda una dama prudente, ni siquiera había mencionado el chisme que todo mundo sabía sobre mí, pero que ya nadie, para entonces, tenía los pantalones de espetar en voz alta.

Sam, con la misma indulgencia de siempre, se limitaba a mirarme, estoico, pero con una sombra de duda en la mirada; parecía que aún se sintiera incómodo conmigo, y que nada de lo que pudiéramos charlar actualmente como dos buenos amigos, podría reparar el puente roto entre nosotros.

Antes, cuando me refugié en los brazos únicamente de mi familia, la ausencia de mis amigos no había sido tan brutal como la sensación posterior a enfrentarlos. Primero a Siloh, luego a Shon y por último a Sam; salvo que a las primeras dos las había afrontado al regresar a clases. A Sam apenas un día atrás. Después de que me hubiese recogido.

Por esa y varias razones, yo justifiqué sus evasivas, sus miradas fulminantes y el hecho de que acabase por ignorar cualquiera de mis acercamientos. A lo mejor, pensé anoche antes de irme a dormir, le cuesta mucha de su voluntad el tener que confiar en mí.

Pero luego, tras meditarlo, me dije que no se había roto nada. Porque Sam y yo, de cualquier manera, nos habíamos quedado en un vaivén que acabé rompiendo.

—¡No! —gritó Kathy en ese instante. Le apuntó a la cara a Sam antes de girarse, y mirando hacia Siloh, dijo—: No lo acepto. Y no te atrevas a sugerirlo siquiera.

Después se marchó a través del enorme patio, que coronaba su belleza con una piscina pequeña, pero elegante. Las luces del farol ayudaron a que la silueta de Kathy sobresaliera hasta que abrió el cancel de la puerta y se perdió en el interior.

El silencio de vergüenza se cernió sobre el resto de nosotros. Yo traté de comer más mientras Siloh se cubría el rostro con ambas manos. Shon, con la espalda recargada totalmente en la silla, me lanzó una mirada suplicante que entendí a la perfección.

No sabía qué exactamente tenía que hacer, pero hice lo primero que me cruzó por la mente.

—¿Sam? —Él se encontraba de pie, con la vista en el suelo. Estaba tan pensativo que sentí pena de tener que traerlo de regreso a la realidad. Alzó las cejas para hacerme entender que había escuchado mi voz, y entonces me apresuré a decirle—: ¿Caminamos por la playa? —Dejó ver un semblante desagradable, pero miró hacia Siloh y, con una velocidad impresionante, acabó por comprender lo que sucedía.

Mientras caminaba en mi dirección, porque yo me puse de pie al notar que me había entendido, vi que se guardaba las manos en los bolsos del pantalón. Avanzó con la mirada gacha, sorprendiéndome en el camino cuando la levantó para mirarme. Cruzó el jardín a paso lento y miró alrededor.

Había más casas en las inmediaciones, pero todas estaban encerradas en su propio mundo. Por la hora, solo se alcanzaban a notar una que otra pareja en la playa; Sam aguardó por mí justo en el instante en el que un niño corría a su lado. Él, aún cabizbajo y sumido en sus cavilaciones, se detuvo en mitad de la playa.

—No es tu culpa nada de esto —le dije, adelantándome a su mente.

Intentó esbozar una sonrisa, pero vi que el gesto se desdibujaba de su rostro antes incluso de haber nacido totalmente. Así que, para hacer menos pesada la escena, me quité las chanclas que llevaba puestas y arrugué los dedos encima de la arena.

Sam me observó durante un par de segundos.

—Mi madre va a pensar lo contrario —dijo.

—Pues tu madre va a necesitar unas clases de apoyo moral, entonces —sonreí. Él entrecerró los ojos hacia mí y yo, para huir de la recriminación en su rostro, miré al horizonte; había muy pocas estrellas en el firmamento, pero la luna de finales de julio brillaba como toda una señora luciendo sus más preciosas alhajas—. Lo único que quiero decir con esto, es que Siloh siempre será su hija, y lo suyo con Shon siempre será amor aunque ni ella ni tú ni yo podamos entenderlo.

—Tal vez es solo la primera impresión —repuso Sam.

Asentí, bastante convencida de que la expresión de Kathy no era producto de una sorpresa amarga, sino de sus prejuicios arcaicos, cuyo pilar más fuerte era el qué dirán. Y, mirándola de esa forma, se parecía muchísimo a mi madre y a Maggs.

Se parecía un poco a mí, incluso.

—Cambiando de tema —Él se rascó la ceja derecha con desgarbo. Miró mi perfil como si yo no pudiera darme cuenta—, ¿qué te depara este año? —preguntó.

Llené mis pulmones de aire, incapaz de sopesar su pregunta. Uno de mis lados cobardes me decía que el suyo era un intento por hablar conmigo de algo que no tuviera que ver con los prejuicios —los cuales hacían mella en mí—, de manera que me sentí acalorada en menos de un segundo.

Mi estómago se revolvió con violencia, cuando el recuerdo de mis errores, de las burlas, de los comentarios en los pasillos, ocupó mis pensamientos. Pero, para mi fortuna, por estos días las ganas de hacerme ovillo en el suelo, fingir que nadie existía e ignorar al mundo, habían quedado reducidas a una capa ligera de vergüenza.

La foto era imposible que la pudiéramos remover del internet. Un experto se lo había dicho a mi madre, y eso había tornado mi situación más dolorosa, pero más aceptable también. Poco a poco, terminé por hacerme inmune a los prejuicios.

—Mucha tarea, y pocas salidas, espero —musité sin mucho ánimo—. Puede que busque un trabajo de medio tiempo. Como practicante. —Eché la cabeza atrás para intentar aclarar mis ideas. Sam inhaló aire y me encaró de una sola zancada.

—Aproximadamente en un mes —murmuró—, tengo que viajar a New Haven para hablar con tu primo. Mi madre quiere regalarle a Siloh un departamento... —Su mirada se ensombreció; supuse que por el repentino recuerdo de la declaración de su hermana; tal vez creía que su madre se iba a arrepentir, pero vi que se obligaba a continuar—: Quizás pueda darme una vuelta por el campus, y si estás lista...

—¿Lista? —pregunté, sonriendo—. Solo tienes que llamarme y estaré lista. —Mi tono no era de diversión ni de broma negra, pero Sam se fijó en que yo no había comprendido del todo el regusto de su pregunta. Entonces bajó la mirada y examinó el lunar de mi cuello—. Oh... —susurré, tras caer en la cuenta de que se refería al aspecto sentimental—. Yo... Es que...

Cerré los ojos al sentir que la lengua se me hacía nudo. Él, mirándome más si se podía, parpadeó varias veces.

—Quizás en otra ocasión —dijo.

Me había pasado en varias ocasiones que me daba cuenta de cuánto la gente me temía. Porque creían que era voluble y que, así como elegía un color, al día siguiente podía jurarle odio al mismo. Sam se encontraba entre el puñado de personas que no tenían ni la menor idea sobre qué cosa esperar de mí.

Mi madre, que era la más paciente, me preguntaba a menudo si salía con más personas, si mi entorno era agradable, si la escuela no me presionaba demasiado; sí lo hacía, pero aquello mantenía mi mente ocupada. De esa forma no me daba tiempo de pensar en tonterías.

Y era muy consciente de que, si Sam se mantenía alejado, lo hacía por seguridad mental. La suya y la mía, tal vez.

Como lo hice yo al darme cuenta de que mis sentimientos por Nash no eran sino producto de mi inmadurez emocional. Sam había dado un paso gigante al atreverse a sugerir que saliéramos mientras él estuviese en New Haven. Imaginé lo que debió de costarle aceptar que aquello podía funcionar esta vez (él y yo metidos en una misma ecuación).

—En otra ocasión ¿cuándo? —le espeté. Fruncí el ceño. Nos miramos el uno al otro en medio del sonido de las solas, cuando se rompen y forman una estela de escarcha sobre la arena. Los ojos de Sam, por la falta de luz, no parecían tener un color tan llamativo y, de todas formas, seguían pareciéndome hermosos; ya no eran inexpresivos y delirantes; ahora tenían esa ligereza que otorga el haber subido un peldaño en la escala de la vida—. Yo no vengo mucho por acá, y tú tampoco vas seguido a Connecticut. Es ahora o nunca, Sam.

—Suenas bastante decidida —musitó él.

Miré hacia el océano; por encima del agua bailaban las ondas disfrazadas de luz. Y entonces mi interior, que ahora escuchaba como si fuera mi terapeuta personal, me acribilló con recriminaciones.

No estás loca. No eres insegura. Llevas una carrera. Cometiste un error; sí, metiste el pie. Te acostaste con quien no debiste y luego, para coronar el pastel, te preocupaste por esa persona más de lo que él nunca te permitió.

Ya está. ¿Qué otra cosa esperas para dejar los errores debajo de tus pies, adonde pertenecen realmente?

Sueno como alguien que quiere tener una cita convencional con un viejo amigo —dije.

Sonreí.

—Un viejo amigo —sentenció Sam, gruñendo. Negó con la cabeza, pero yo lo dejé allí parado. Al notar que caminaba hacia la línea donde las olas se despegaban de su fuerza, me siguió hasta encontrarse de pie en el mismo lugar que yo; se había descalzado y miraba sus dedos hundidos en la arena húmeda—. Eso éramos ¿cierto? Amigos...

Me encogí de hombros porque no sabía qué cosa responder. Mi terapeuta interno me dijo tú solo eras una niña jugando al cazador; jugabas al yo puedo reírme con dos muchachos a la vez sin quemarme en lo absoluto.

Usualmente, mi voz interna siempre tenía razón: cada vez en la que estuve con Nash, había remarcado con insistencia que era un error, que aquello tendría graves consecuencias. Y, si decidí ignorarme, no fue por inseguridad, sino por el deseo de alcanzar lo que siempre parece agotadoramente imposible: cambiar el modus operandi de un tipo con la calaña de Nasty.

Sam y yo permanecimos en la playa, rodeados por los chasquidos del agua, voces del mar y vientos estrepitosos, hasta bien entrada la noche. Fui yo quien puso la mirada en la lejanía, a donde ya no se atisbaban las siluetas de mis amigas sentadas a la mesa. Se lo señalé a mi compañero y resolvimos volver a la casa.

Sabíamos que las cosas estaban en su punto más álgido, así que nos costó caminar hasta allá sin albergar algún miedo. Por su parte, Sam temía que la relación entre Siloh y su madre se rompiera. Pero lo que encontramos apenas cruzar la puerta fue algo que no nos esperamos nunca.

Shon se plantó delante de mí. Cargó su maleta de mano y sujetó la manija.

—Te llamo ya que llegue a casa, ¿sí? —dijo. Su voz denotaba un aire de suficiencia.

Arriba, en la segunda planta, se escucharon los gritos eufóricos de Siloh. No entendí una palabra de lo que decía.

—¿Mamá te pidió...? —Sam intentó preguntar, no sin mostrarse apenado.

Shon enarcó una ceja y sacudió la cabeza varias veces.

— No, para nada —espetó, y agachó la vista—. Conozco esta etapa perfectamente y lo que Siloh necesita es abrirse por completo con tu mamá. Yo sobro en este momento.

Di un paso hacia ella y me puse en puntillas para abrazarla. Me estrechó entre sus brazos como si le doliera despedirse. Si lo hacía, si aquello le dolía como era evidente, no dijo nada. Se contuvo como toda caja fuerte, protegiendo su interior. Sam le acarició la mejilla en cuanto me aparté de ella, y entonces se marchó.

Escuché que le preguntaba si quería que la llevara a algún lado, pero Shon se excusó diciendo que había pedido un taxi recién. La vimos marcharse de la casa con la mirada llena de emociones. Ninguno de nosotros nos atrevimos a decir nada.

—Voy a... —Sam señaló las escaleras.

Yo me limité a asentir, y lo observé mientras subía. Las recriminaciones de Siloh no habían terminado, pero yo no dejaba de ver la ausencia de Shon.

No cabe duda que mientras más cercana es la persona, más terrible resulta el darte cuenta de que los conoces tan poco...

Desplomada en el sillón, en medio de tan poca luz, cerré los ojos al tiempo que evocaba la primera vez que había visto a Shon y los celos que había sentido de ella al saberla próxima del exclusivo círculo de Nasty.

Me percaté, al notar que sí me dolía la situación, de que no estaba hecha de piedra y de que no era inmune a la lealtad que se produce tras descubrir la amistad de una persona.

Punto para mi terapeuta. 

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