Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26





M: The Fray - How to save a life. 





Suzanne Watson era una mujer fría, pero era mi madre. Desde la muerte de papá, ya casi una década atrás, nadie le había preguntado nunca cómo se sentía. Tampoco yo. Tampoco comprendí ni su lucha ni sus silencios; tampoco me pregunté si extrañaba al que había sido el amor de su vida.

Actualmente, llevaba las riendas de sus monstruos interiores; cuidaba de mis intereses, aunque para mí fuera bastante frívolo el pensar que el dinero lo es todo. Tal vez no provee la felicidad, dijo mi tía Maggs, pero si se gana con trabajo duro, ¿por qué te vas a avergonzar por gastarlo?

Por primera vez en muchos años, abandoné el orgullo y me hice un ovillo en el sofá. Recargué la cabeza en el regazo de mi madre. Tenía las manos tibias y muy suaves; las sentí cuando me acarició la cara y me apartó los cabellos del rostro, porque lo llevaba suelto.

Y me permití llorar. No fue un llanto desgarrador, ni desconsolado, fueron lágrimas derramadas por el vacío de mi interior, por la ausencia de ese algo que había perdido y que quería recuperar.

La tarea no parecía fácil, pero en cuanto admití que necesitaba ayuda —aun cuando hacerlo resultaba extraño e inverosímil— mi madre me miró con un gesto de culpa. Más temprano, luego de recogerme en el campus, lo primero que le dije fue que la quería. Y era una de las pocas verdades que me quedaban.

Si bien no estaba de acuerdo con su manera de vivir, me había cansado de malinterpretar su valentía y juzgarla todo el tiempo. Me sentía avergonzada de que Shon (su madre era una mujer que permitía que sus hijos vivieran bajo las garras de su marido, un tipo alcohólico y violento) hubiera podido plantar frente a la vida con todas sus desgracias a cuestas.

—Si no quieres denunciar —dijo mamá, removiéndose en el sofá quizás porque se había cansado—, al menos deberías salirte del campus.

La casa de mi tía Margaret se encontraba en un fraccionamiento de lujo a las afueras de New Haven, por eso Daryel había vivido tres años en la residencia estudiantil de la que estaba provista la universidad. Mamá se quedaba con ella cada vez que venía de visita y concluyó que permanecería allí hasta que el ciclo escolar acabara.

No se lo agradecí porque de cierto modo sentía que los estaba metiendo en algo que solo yo podía reparar, pero de igual forma, tampoco me negué a que fungiera su papel de madre; luego de no haberlo usado en muchos años por completo.

—Él se va de la universidad este año —me excusé—. No tendría caso.

Él —replicó mi madre.

Probablemente se había cansado de que lo llamara de esa forma, pero delante de ella, no tenía valor para pronunciar su nombre. Lo había protegido con cerrojo dentro de mi corazón, a donde seguían anidados muchos de mis sentimientos para él. Sanos o no, continuaban allí y, hasta que el tiempo quisiera, permanecerían como un virus.

Mi primo entró en la sala con una bandeja; llevaba servidos vasos y tazas con té frío. Mi madre y yo lo adorábamos. Era una cosa que teníamos en común, pero que yo no había aceptado porque estaba ocupada juzgándola.

Había pasado tanto tiempo temerosa por sus cosas terribles, que no descubrí lo que había debajo de su pantalla hasta que le pedí en voz alta que escuchara lo que tenía que decirle desde siempre: me bastó un simple no puedo, para que ella respondiera con un acto de comprensión.

No compartía mi decisión de dejar las cosas como estaban, pero guardó silencio, y terminó aceptándolo.

—Tía —Dary le extendió su té. Y ella sujetó el vaso para, de inmediato, llevárselo a los labios. Mi primo, que se sentó frente a nosotras, se sirvió en un vaso más largo y se bebió el contenido. Luego se dirigió a mí—: ¿A qué hora quedamos?

Miró su reloj de pulsera, pero yo no me moví, sino que me limité a cerrar los ojos y espetarle—: A las seis.

Íbamos a cenar con Sam y las chicas. Aquella era la última semana de clases, y no nos quedaba mucho tiempo para pasarlo en compañía de Samuel, que tendría que irse a seguir una maestría en San Diego mientras su madre lo incursionaba en los pendientes del negocio de su familia.

—¿Sam irá? —preguntó Daryel, insistente.

Abrí los ojos y los clavé en él. Ya sabía que lo mencionaba para ver la reacción de mi madre, por lo que suspiré y aguardé a que las interrogantes fluctuaran a mi alrededor.

Estaba tan abrumada por mis propias emociones, que no había tenido tiempo de preguntarme qué ocurriría con Sam. Con lo que sentía por mí y con lo que yo no me permitía sentir por él.

—¿Sam Mason? —inquirió mamá—. ¿El de...?

De un movimiento brusco, me senté en el sofá y flexioné las piernas hasta dejarlas encima de los cojines. Mamá me observó con atención al tiempo que yo negaba con la cabeza.

Ella era buena poniéndole etiquetas a la gente, por eso no había querido decirle quién era Nash.

—Sí, mamá, el mismo —gruñí—. Es hermano de mi compañera; ya te había hablado de él. —Suspiré, cansada por la falta de sueño. Mi madre se peinó el cabello castaño a los lados de la cara y alzó las cejas—. No estoy en nada con él —le dije.

—Qué bueno —espetó ella—. No sería prudente para ninguno —agregó, con tono apesadumbrado.

Yo no quería decirlo en voz alta, pero mi madre tenía razón; eso que yo me negaba a sentir por Sam, era algo similar a lo que viene después de que tienes un orgasmo: languidez, tranquilidad, satisfacción pura.

No estaba lista para sentir nada por nadie. Mi corazón sangrante me pedía a gritos que le diera un descanso, y con Sam alrededor, eso era imposible. Así que, mientras le contaba a mi madre qué clases extra iba a tomar el siguiente año, y le explicaba los cursos, decidí que a veces un adiós dice mucho más que un te quiero forzado.

*

Una persona es bella, como Sam, cuando puedes diferenciar sus defectos de sus virtudes, cuando no te pierdes en sus actitudes bonitas ni sientes que flotas a su alrededor; la belleza de querer a una persona como Sam, de sentirlo junto a mí, estaba en el hecho de que había cosas que me molestaban de él —como el que fuera un poco altanero— y, aun así, hacía que me olvidara de todo lo demás.

El mundo dejaba de ser negro en los instantes en los que él me contaba sus últimos proyectos; el miedo que tenía de que su madre supiera lo de Siloh. Mientras sujetaba mi mano y caminábamos juntos en los jardines del campus, a solo un día de que él se marchara y de que el ciclo aquel diera término, charlamos acerca de nada y de todo.

Principalmente de todo.

—Tal vez me va a decir que no la cuidé lo suficiente —arguyó y tiró de mi mano para que nos sentáramos en una banca del jardín—. Pero voy a preparar un discurso excelente para que comprenda que esas cosas no se planean, ni tienen explicación. Son y ya.

—Son porque deben ser —lo corregí.

Ambos recargamos la espalda en la banca y contemplamos la extensión enorme y gótica de la biblioteca, que se encontraba a tan solo un par de pasos. El verano había comenzado a entablar su ya respectiva conversación con el ambiente; provocaba calor, humedad y olores frescos en el aire.

Sam echó un brazo a través de mis hombros, atrayéndome para que no hubiera espacio que nos separara. Acepté su cercanía porque me agradaba olerlo; su aroma no se parecía a ninguno, y lo mejor de todo era que no me mareaba ni me aturdía ni me provocaba pánico.

—Tendrías que haber venido a pasar el verano —se lamentó, en un suspiro—. Te hubiera venido bien —dijo.

Sonreí, incapaz de saberlo más encantador. Él, por su lado, me miró con detenimiento y se relamió los labios.

—Me habría venido bien, sí —musité—. Pero a ti no te conviene estar conmigo. Sería injusto.

—Tienes que buscar mejores excusas cuando intentes rechazarme —señaló.

—Quizás, pero lo cierto es que no tengo cabeza para pensar en relaciones afectuosas mientras estoy así, tan... ofuscada por todo esto.

—Hiciste una elección. Por algo se empieza —recalcó.

Pegué la frente a su hombro y miré con indiferencia a los pájaros que volaban arriba, despreocupados porque todo lo que necesitaban se encontraba al alcance de sus picos. Las alas les daban libertad y no tenían miedo de exámenes finales, profesores que no te daban los créditos, o clases extras que, en realidad, habían acabado por condenarte.

Al evocar aquel recuerdo, me sentí muy confundida.

—Nunca te dije que Nash tomó literatura para acercarse a mí, ¿verdad? —le pregunté.

Sam entornó la mirada, circunspecto. A él no le gustaba tocar ese tema porque su propio error salía a relucir. Por mi lado, no me importaba en lo absoluto si había sido cómplice de un acto que hubiera podido arruinar a una chica, y además de haberlo vivido en carne propia, la pena por saber que él tenía que cargar con esa culpa, me fue suficiente.

Tal vez Nash no le había perdonado nada de eso, pero en lo que a mí respectaba, no tenía por qué avergonzarse.

—En este punto puedo creer lo que sea sobre Nash —dijo.

Había un dejo de decepción en su voz. Negó con la cabeza, como esperando a que el universo también le dijera qué cosas tenía que pagar para saldar la deuda.

Él agachó la mirada y la mía se hundió allí hasta que noté cómo sus pupilas se expandían; sus ojos, siempre inexpresivos, rutilaron con fuerza contra la luz solar de la media tarde. Así nos quedamos varios segundos, hasta que fue él quien se inclinó para besarme...

Mi mejilla resintió el roce de sus labios, suaves y fríos al mismo tiempo. Apreté los párpados para degustar el sabor de una caricia desinteresada.

—Mi cumpleaños es en noviembre así que puedo venir para entonces... O tú puedes ir a visitarme —dijo.

—Sería un viaje muy cansado —le espeté.

Él se mordió el labio inferior y, aun mirándome, contestó—: Vengo yo, entonces.

Sacudí la cabeza como reprensión para él y me estiré para abrazarlo. Me recibió con su tibieza normal, pero con un apretón afianzó lo que ambos sabíamos y no queríamos decir.

Podía ser que no fuera una despedida en forma y, de todos modos, se sentía tan placentera como un sigues en mi vida. Para mí, era más que suficiente.

En mi bolsillo del pantalón mi teléfono vibró. Lo saqué después de respirar el aroma a cítricos de Sam, y me dispuse a leer lo que había llegado: era un correo electrónico. Estuve a punto de no abrirlo, pero la curiosidad me ganó.

Una dirección desconocida había enviado un enlace a una página externa. Dudé unos instantes antes de pincharla. Mi celular redirigió a una web pública; un foro en específico al que todo el alumnado tenía acceso para ver las oportunidades de empleo, los departamentos en renta y otras cosas.

También llegaban a hacer mal uso de la red. Como en esta ocasión.

Tragué saliva mientras miraba al frente, a la biblioteca. Mi corazón palpitó con fuerza en contra de mi tórax; lo tenía triturado a causa del miedo, del escarnio de un terror que solo había experimentado en brazos de Nash.

—¿Qué sucede? —me preguntó Sam.

—Es... —Su teléfono también timbró. Él se lo sacó de la bolsa de los vaqueros y miró la pantalla.

Lo dejó a un lado cuando vio que la primera lágrima se deslizó por mis mejillas. Todo lo que hizo fue abrazarme. Me abrazó hasta que mis gemidos se ahogaron en contra de su pecho. Y yo lo abracé para tratar de comerme el estupor.

Pero aquello era bastante real.

Era tan real como Nash, como sus cicatrices; era lo suficientemente real como la web en la que, un anónimo, había subido mi fotografía. Desnuda. Desnuda ante un mundo cruel lleno de prejuicios. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro