Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5

El nuevo día ha llegado, pero poco he conciliado el sueño. Me preocupa demasiado la situación de mi amigo y me devora la incertidumbre de saber qué sucedió con él. Además, no he logrado resolver el enigma de la noche anterior, y eso me ha dejado algo desconcertado. ¿Qué hacía en la ciudad esa mujer Verde, y cómo fue que se esfumó sin dejar rastro?

Decido hacer a un lado tales pensamientos y me levanto para preparar el desayuno y el almuerzo a mi padre, quien todavía sigue enfermo. Su malestar empeoró durante la noche, el dolor es insoportable y se encuentra muy débil. Me desgarra el corazón verlo en ese estado, pero trato de ser fuerte por él.

Termino mis actividades en mi casa y parto con rumbo hacia mi lugar de trabajo. De pronto, no muy lejos de donde me encuentro, distingo la figura de alguien que me resulta conocido. Lo sigo por un momento y luego me oculto detrás de un muro en un callejón solitario y solo muestro mi rostro.

—Cyan —le hablo de forma que nadie más se dé cuenta de que me encuentro allí.

—¿Flint? —responde él a la vez que se vuelve sobre sus talones, y entonces ve mi cara asomada por el borde de la pared. Al verme, su expresión muestra preocupación y temor, y con ese mismo sentimiento se acerca hasta mi presencia, nervioso y un tanto encorvado.

Después de que él y yo nos internamos en el callejón, procedo a darle un saludo con un abrazo fuerte.

—Estuve muy preocupado por ti. No tienes idea lo mucho que me dolió ver cuando la oficial te llevaba al cuartel. Llegué a temer por tu propia vida. Dime, amigo, ¿qué sucedió? —indago con gran ansiedad.

Cyan suspira y vuelve su mirada hacia atrás. Se le ve tenso y estresado, e incluso un tanto agotado en su rostro.

—Lo lamento, Flint —responde entristecido, y esto no me indica nada bueno—. Me encerraron, me interrogaron, preguntaron cuánto tiempo teníamos en contacto y qué era lo que hacía por ti. Ellos lo saben, Flint —habla consternado—; saben de nuestra amistad, saben que te ayudaba con alimentos y de otras maneras. Iban a encerrarme, pero mi padre se presentó e intercedió por mi. Pagó una gran fianza, me liberaron al anochecer y me prohibieron verte de nuevo. Ahora me vigilan, y vigilan mis acciones y mis movimientos. Si me encuentran contigo, será el final, no solo para mí, sino para los míos —expresa. Sus emociones están agitadas y sus ojos se ven al borde de las lágrimas; no cabe duda que atraviesa por un gran estrés—. No quiero perder mi amistad contigo, pero no deseo ver sufrir a mi familia —finaliza cabizbajo.

—Entiendo —suspiro resignado y lleno de pesar.

—Siempre recordaré lo nuestro con gran cariño —continúa—. Fue breve, pero fue la mejor amistad que he entablado en mi vida.

—Opino lo mismo —sonrío.

—Tengo que irme —señala, entonces se acerca y me da un abrazo de despedida—. Te cuidaré —susurra a mi oído—. No me verás, pero allí estaré para ti. Haré lo posible por ayudarte en lo que me lo permitan las circunstancias.

—Gracias —respondo con voz seria.

Hecho esto, me da una palmada en el hombro y pasa a marcharse. Puedo ver la tristeza en su rostro cuando se despide de mí, y me pregunto si algún día lo veré de nuevo. Entonces permanezco de pie conforme le veo alejarse y, una vez que se pierde de vista, continúo con mi camino.

Es inevitable, ha llegado el adiós. La luz que orientaba mis pasos en la oscuridad ahora se ha apagado, y vuelvo a andar a tientas.

Llego a la posada del señor Gamboge y me preparo para otro día de trabajo. Sin embargo, al llegar escucho un intenso alboroto proveniente del comedor. Instantes después, el señor Mostaza, el cocinero y mano derecha del señor Gamboge, ingresa a la cocina vuelto un remolino, y presuroso se dirige hacia mí.

—¡Tienes que salir de inmediato! —ordena enérgico, y yo todavía no logro salir de mi desconcierto.

—¿Qué sucede? —curioseo.

—¡Son los guardias Rojo! —Advierte, y mis compañeros de trabajo solo abren sus ojos enormes, con un gesto lleno de sorpresa—. Alguien les informó que aquí trabajaba una mezcla, y han venido a investigar. Ve afuera, ¡ahora! Si te descubren, nos meterán en prisión y cerrarán el negocio.

Aterrado, arrojo el trapeador al suelo y corro hacia el cuarto de limpieza. Abro la entrada e ingreso al cuarto que sirve de bodega de artículos viejos. A tropezones, llego hasta la salida oculta y procedo a abandonar el establecimiento. Es entonces cuando me percato que me he olvidado de quitarme el delantal, por lo que me apresuro a removérmelo.

—Miren quién se encuentra aquí —exclama una voz que me resulta conocida. Vuelvo mi mirada hacia el lado izquierdo del callejón y alcanzo a ver a uno de esos sujetos Azul que acompañaban a Índigo—. ¡Guardias! ¡Por aquí! —llama.

No tardan un segundo en llegar hasta donde él una gran cantidad de soldados Rojo con sus vestimentas oficiales y espadas de cristal en la mano. Aterrado, pretendo escapar por el otro lado del callejón, pero entonces aparecen más guardias acompañados del señor Gamboge. Su expresión se percibe mortificada, mientras que los individuos Azul se ven regocijados y orgullosos.

Uno de los Rojo, con vestimenta oficial de alto rango compuesta por una levita larga que llega hasta la altura de las rodillas y llena de medallas en el lado izquierdo de su pecho, además de un sombrero distintivo en la cabeza, se acerca hasta donde me encuentro en compañía del señor Gamboge, a quien lleva del brazo.

Al tenerlo frente a mi presencia, agacho la mirada mientras él me observa con fijeza. Su rostro es severo e inmutable y sus ojos penetrantes casi me perforan con su mirada.

—Señor Gamboge, ¿esta mezcla es su empleado? —interroga con voz dura y profunda.

—Esto... Bueno... Puedo explicar —habla el señor Gamboge a la vez que hala un poco el cuello de su camisa.

—¡Señor Gamboge, responda sí o no! ¿Esta mezcla es su empleado? —reitera el Rojo un tanto molesto.

—¡Sí! —responde apenado.

—¡Acoger a una mezcla como su trabajador es un delito por el que tiene que pagar un año en prisión; asimismo, su establecimiento será clausurado, y sus compañeros de trabajo serán encerrados junto a usted por complicidad! Sin embargo, si usted decide despedir a la mezcla ahora mismo, solo deberá pasar unos días en prisión y presentarse ante las arcas de la ciudad para pagar una multa. Podrá volver a abrir su negocio en un mes. Pero si vuelve a acoger a la mezcla como su empleado, se le encerrará por tres años sin derecho a fianza y su negocio será clausurado para siempre. Usted decide, caballero —explica.

—Señor, por favor, piense en mi padre —imploro en voz algo baja—. Se lo debe.

—Lo lamento, chico —contesta con frialdad—; tienes que irte —remata.

El corazón se me detuvo por un instante. Mi cuerpo pierde fuerza y caigo de rodillas al suelo. Todo daba vueltas a mi alrededor. Había perdido mi única fuente de ingresos justo cuando mi padre necesitaba medicamento para su malestar.

—¡Ponte de pie, mestizo! —ordena, pero como no acato su orden con la rapidez que él desea decide tomarme de las prendas de vestir y ponerme de pie con brusquedad—. Tú nos acompañarás al cuartel —informa—. Has atravesado los límites de tu colonia, te has internado en territorio prohibido y has mantenido contacto frecuente con ciudadanos. Tal vez pasar algo de tiempo en prisión te ayude a razonar y a no violar las leyes de la ciudad.

—No, ¡no! No puede hacerlo. ¡Por favor, no lo haga! —ruego a la vez que sujeto con fuerza su brazo.

Mis súplicas poco efecto tienen en un hombre duro como él. Sin inmutarse demasiado, toma un par de grilletes y procede a colocarlos sobre mis muñecas. Acto seguido, casi a rastras y sin importar cuánto me resista, pasan a escoltarme. No voy solo, pues el señor Gamboge también es llevado junto conmigo.

—¡Por favor, señor! ¡Mi padre está enfermo! ¡No puedo dejarlo solo! ¡Déjeme ir, se lo ruego! —clamo angustiado y lleno de desesperación, pero mis súplicas son en vano pues nadie presta atención a ellas.

Conforme avanzamos aparece una muchedumbre atraída por la curiosidad. Sus ojos irradian desdén hacia mi persona y una gran vergüenza y decepción hacia el señor Gamboge. Sus miradas y su opinión poco me interesan pues solo puedo pensar en lo que sucederá con mi padre. Espero que siga con vida si acaso logro salir de ese agujero.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro