12
Ha transcurrido un año desde aquel día en que decidimos concretar el plan. He permanecido en mi trabajo, al pendiente de las acciones del señor Admiral, y bajo su consejo he mantenido un perfil bajo sin llamar demasiado la atención para que nuestro proyecto no sea dado a conocer y arruine todo por lo que se ha trabajado este tiempo.
El día de hoy es muy especial para todos los trabajadores en el palacio, y de principal interés para mi persona: el día de la liberación. Si las circunstancias han resultado favorables, tal y como el señor Admiral lo ha prometido, este podría ser mi último momento como trabajador en las caballerizas y el comienzo de un posible mejor futuro.
Este día la actividad en las caballerizas es como cualquier otro día. De pronto, por el lugar donde entran los caballos, se ve a una persona que se acerca montada en uno de ellos.
Es una de las princesas Negro, una joven de, tal vez, unos diecisiete años. Lleva puesto un vestido especial que usa cuando practica cabalgatas, y monta a «Canela», una yegua del color de la especia.
En el momento que ingresa, posa sus ojos sobre mi persona. Es una mirada serena, muy diferente a la que me dedican todos los demás. Es curioso, pero esa profundidad que tiene su mirada hace que me pierda un momento en ella, y provoca en mi interior una sensación desconocida, pero agradable.
—Sirviente, por favor ayúdeme a descender —habla con calma.
—Enseguida —respondo, aunque no de inmediato, entonces tomo un escabel y me acerco a la yegua por el lado izquierdo.
La joven extiende su mano; yo la tomo y la ayudo a descender de la yegua. Una vez que está en el suelo, arregla un poco sus prendas de vestir y entonces vuelve su mirada hacia mí.
—Gracias, buen mozo —expresa, y alcanzo a percibir una leve sonrisa en su rostro.
He de admitir que me ha tomado por sorpresa. Hasta ahora, ninguno de ellos, tanto reyes y reinas como príncipes y princesas, me ha pedido ayuda para subir o bajar de un caballo, ni mucho menos me han agradecido por ayudarle en alguna labor. De hecho, prefieren huir de mi presencia o se niegan a solicitar mi ayuda. Sin embargo, ella no parece ser así. Su cálida sonrisa hace que dentro de mí se forme una sensación extraña que me estremece. Siento como si algo tibio recorriera mi rostro y mi cuerpo, un inusual cosquilleo en el vientre, y el corazón late fuerte y con rapidez. Jamás había experimentado esto antes... ¿Qué me sucede?
—¿Está usted bien? —inquiere ella.
—Sí, claro —respondo nervioso—. Voy... voy a...
—¿Todo en orden? —pregunta el señor Butterscotch, quien aparece de inmediato en escena.
—Todo está bien, señor —responde con calma la joven.
—Perfecto. Flint, lleva a «Canela» a su lugar; yo acompañaré a la señorita afuera de este recinto —ordena el señor Butterscotch.
—De acuerdo —respondo, y procedo a hacer como él solicitó.
Después de que culminamos con nuestras labores, el señor Butterscotch se dirige hasta donde me encuentro con una sonrisa burlona en su rostro.
—No tienes oportunidad con ella —comenta de repente, lo que me deja desconcertado.
—No comprendo —respondo fuera de mí. No es mentira, pues en verdad no sé de qué habla.
—Me di cuenta de la forma en la que mirabas a esa chica. Te aconsejo, muchacho, que no pierdas el tiempo; ella está muy lejos de tu alcance, sin olvidar las diferencias que existen entre tú y ella —señala en referencia a mi cuerpo y el color de mi piel.
Sus palabras tan solo provocan que levante los hombros, suelte un poco de aire por la nariz y menee la cabeza un poco.
—De acuerdo —respondo.
—Por cierto, muchacho, debo recordarte que hoy es un gran día para ti y los trabajadores de este sitio.
—El año de la liberación.
—Así es. ¿Qué vas a hacer? ¿Te quedarás otros siete años en el palacio?
—Si me lo permiten, así será.
—¿Trabajarás en la caballeriza? —indaga.
—Es una posibilidad —respondo—, aunque puede que suceda algo mejor para mí —añado lleno de confianza, a lo que el señor Butterscotch responde con un soplido de aire de la nariz y otra vez esa sonrisa burlona.
—Flint —llama Dijon desde la distancia, y entonces procede a acercarse.
—Dijon, amigo, ¿qué sucede? —indago.
—El capataz Rubio me solicitó que te entregara esto —contesta, y entonces pasa a darme un pequeño sobre.
Tomo el sobre, lo abro y de él extraigo una hoja de papel con un escrito que comienzo a leer en ese momento.
—¿Qué es lo que dice? —curiosea Dijon.
—Es un aviso del capataz Rubio. Dice que han... —respondo, y continúo con mi lectura. En cierto momento me detengo, hago una pausa y muestro una sonrisa tranquila y optimista—... aceptado mi proposición para trabajar como sirviente dentro del palacio.
—¡Asombroso! —expresa Dijon, quien de inmediato coloca su mano sobre mi hombro—. No tenía idea de que te habías postulado para un nuevo trabajo.
—Más sorprendente, y un tanto sospechoso, es que hayan accedido a tal solicitud —habla el señor Butterscotch.
—Tal parece que hay algunas personas que me quieren en ese sitio después de todo —respondo, y sonrío triunfante.
—Claro que sí, Flint —comenta el señor Butterscotch con aire de sospecha—. Como sea, muchacho, te felicito y deseo lo mejor en tu nueva asignación.
—¡Igual yo! —habla el efusivo de Dijon.
—Gracias —les digo—. Ahora, les pido disculpas, pues debo ir con el capataz Rubio para reportarme.
—Adelante —dice el señor Butterscotch, y paso a retirarme de inmediato.
Llego hasta el despacho del capataz Rubio, y me encuentro con la grata sorpresa de que allí, para ser precisos, también se encuentran la señorita Perla y el señor Admiral, ambos con una gran sonrisa retratada en sus labios.
—Buen día, Flint —saludan el señor Admiral y la señorita Perla.
—Buen día, señor. Buen día tenga usted, señorita Perla —respondo.
—Pareciera como si acabaras de recibir buenas noticias —expresa el señor Admiral.
—Por supuesto —indico con el documento en mano—. Todo marcha de acuerdo a como lo hemos planeado —añado.
—Excelente. Ahora, llevemos tu hoja de asignación con el capataz Rubio —insta ella.
Nos presentamos ante el capataz Rubio, quien al verme manifiesta una expresión que busca un sitio entre la decepción y el fastidio.
—Señorita Perla, Señor Admiral... —saluda con cortesía—... Mestizo —añade con tono molesto y aires ofensivos, como si mi presencia le incomodara—. ¿Qué se les ofrece?
—Quiero presentar mi renovación de asignaciones —responde la señorita Perla, y le entrega un par de documentos.
—Entonces volverá a la lavandería. De acuerdo —expresa, y procede a colocar un sello de aprobación en cada uno de ellos. Toma una de las hojas y la guarda en un contenedor—. Vaya de vuelta a la lavandería del palacio, con la señorita Miel, y entregue este documento —indica, y le entrega la otra hoja—. Sus actividades comenzarán mañana a la hora cero.
—Yo recibí esto —señalo con la carta que me fue enviada esa mañana, y se la entrego.
—Así es, mestizo —responde después de darle una mirada—. Tienes a alguien que te quiere mucho en este lugar —habla entre dientes con sus ojos vueltos hacia el señor Admiral, quien no aparta de su rostro su expresión dura y seria—. Lleva esto al salón para empleados cerca de este sitio. Allí se encuentra la señora Flaxen. Ella recibirá este documento y te indicará la hora a la que debes presentarte para iniciar tus actividades.
—Gracias —respondo—. Con su permiso —me dirijo a la señorita Perla y al señor Admiral antes de pasar a retirarme.
—Te deseamos lo mejor, Flint —hablan a coro.
Cruzo a lo largo del pasillo hasta llegar a una puerta con un anuncio que dice "SALA DE EMPLEADOS". Abro la puerta y en el interior del salón encuentro un gran número de sillas ordenadas en filas, muchas de ellas ocupadas por personas de color Amarillo, y frente a ellas se encuentra una dama Amarillo de edad avanzada, de pie mientras lee un documento que sostiene en manos. Su cabello está recogido en un alto y elaborado peinado y usa un largo vestido que le cubre desde el cuello hasta los pies.
Al momento en que abro la puerta, la mujer se vuelve sobre sus talones y al verme percibo que su dulce sonrisa se transforma de inmediato en un gesto colmado de horror y desagrado, mismo que comparten los que le acompañan en la sala.
—¡Por todos los colores! ¿Qué hace la mezcla aquí? —exclama la mujer.
—Fui aceptado para trabajar como sirviente en el palacio —indico, y le muestro el documento que se me entregó.
La mujer se acerca presurosa y con pasos pesados, y al llegar hasta donde me encuentro me arrebata el documento de mis manos y procede a leerlo. Con molestia, lo arruga en sus manos y sale de inmediato de la sala conforme grita improperios dedicados al capataz Rubio. Esto, por alguna razón, me parece un tanto hilarante, pero trato de mantener la compostura lo mejor que puedo para evitar ofenderla. Volteo a ver a los demás que se encuentran en la sala y ellos me ven extrañados y algunos hasta un poco molestos mientras que yo solo sonrío con levedad.
No tarda demasiado en regresar la señora Flaxen, quien entra como un torbellino al recinto.
—El mundo debe estar de cabeza —reclama—. Adelante, toma asiento —indica aunque no menos molesta. Yo accedo y paso a sentarme en una de las sillas ante la juiciosa mirada de mis compañeros Amarillo.
Hecho esto, la señora Flaxen comparte una charla acerca de lo que conlleva ser un sirviente dentro del palacio, y después manda llamar a un sastre para que tome medidas de nuestros cuerpos y confeccionar nuestros futuros uniformes.
Culminada la plática, la señora Flaxen nos despide y nos indica la hora a la que debemos presentarnos al día siguiente en ese mismo sitio. Después de esto, paso a retirarme al comedor y después a mi habitación a descansar. Mañana me espera un gran día, el primero en el que se nos entrenará para ser sirvientes, y deseo estar listo para ello.
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