10
Terminada la asamblea, un sirviente Amarillo nos traslada a la señorita Perla y a mí fuera del palacio y nos conduce a un edificio de gran tamaño donde habitan todos los sirvientes, cocineros, y empleados en general. De acuerdo al trabajo que uno efectúa es la habitación que uno recibe; de esta forma, empleados como instructores de arte, de actividades deportivas, maestros, entre otros, viven en las partes más altas, donde se encuentran las habitaciones más confortables, mientras que el resto de empleados vive en habitaciones de una calidad inferior.
Entramos a dicho edificio y el sirviente nos lleva a nuestra habitación. Al abrirla, podemos ver que contiene dos camas individuales, un mueble para guardar prendas de vestir, una mesa, un par de sillas, una ventana con vista al jardín, una ducha y un cuarto de aseo personal con sanitario. Para la señorita Perla, que estaba acostumbrada a lujos y comodidades, tal vez ese sitio parezca incómodo, pero para mí es, tal vez, el mejor lugar donde haya vivido.
—Esta será su residencia de ahora en adelante —expresa el hombre Amarillo—. Su llave —dice, y se la entrega a la señorita Perla—. Una vez que se instalen, vayan a la sala principal. Allí se encuentra el capataz quien les asignará un trabajo. Es por este corredor, a la derecha —indica—. Que tengan buen día —concluye, y entonces hace una pequeña reverencia para pasar a retirarse.
—Te dejaré la que está cerca de la ventana —dice la señorita Perla con una sonrisa plácida—. Bueno, será mejor que nos presentemos ante el capataz —señala. Yo solo asiento, y juntos nos dirigimos al mencionado sitio.
Al llegar allí encontramos a un empleado Amarillo de tonalidad muy oscura sentado detrás de un gran escritorio. Hay una placa en la mesa que dice «SEÑOR RUBIO. ENCARGADO DE SERVIDUMBRE Y EMPLEADOS DEL PALACIO». En cuanto a su apariencia, luce elegante ataviado con prendas de vestir formales, es de constitución un poco fuerte, con su cabello corto peinado hacia atrás y su rostro de edad madura iluminado por una tenue sonrisa.
—Buen día tengan ustedes, señorita Perla —le saluda—, y usted... —añade un tanto perturbado por mi presencia.
—Flint —respondo.
—Sí. Bueno, bienvenidos al departamento de la servidumbre —añade sin eliminar la sonrisa de su rostro—. Fui informado de la situación que se suscitó en el palacio, y me pidieron que preparara algunas vacantes disponibles para ambos —menciona, y toma una tablilla con un sujetador que contiene varias hojas de papel—. Para usted, señorita Perla —señala, y comienza a leer el contenido de las hojas—, tenemos puestos en lavandería, cocina y limpieza. Elija la que más le plazca.
—Que sea lavandería —escoge sin dudarlo un momento.
—De acuerdo —indica, y toma un papel que procede a entregárselo a ella—. Llene este documento con su información personal y entréguelo a la señora Miel en el departamento de lavandería en el palacio. ¿Tiene idea de donde se encuentra?
—Por supuesto; de pequeña solía pasear por el palacio, y conozco cada rincón de él —aclara con tranquilidad y una sonrisa amable.
—Bien. Para usted, joven mestizo —dice a la vez que da vuelta a la hoja—, tenemos un puesto disponible en las caballerizas reales —señala, y acto seguido me entrega el mismo documento que a la señorita Perla—. Llénelo con su información personal y llévelo al señor Butterscotch, quien le asignará sus actividades. Mandaré llamar a un empleado para que lo lleve hasta él, ¿está de acuerdo?
—De acuerdo —respondo, aunque no con demasiado entusiasmo.
—Perfecto. Les deseo lo mejor en su trabajo. Si tienen alguna duda, aquí estaré para servirles —finaliza con una sonrisa algo incómoda en su rostro.
La señorita Perla y yo agradecemos al señor Rubio y pasamos a llenar el documento con nuestra información. No pide demasiado, solo el nombre, la edad y alguna experiencia laboral y enumerar nuestras aptitudes y cualidades. Hecho esto, pasamos cada uno a nuestro respectivo sitio de trabajo.
Ahora soy guiado por un empleado Amarillo de tonalidad algo pálida, otra mezcla con un integrante de la realeza de color Blanco, como Cyan. Me conduce hasta una parte alejada del palacio y del edificio para empleados, una gran edificación con forma abovedada en el techo. Se trata de las caballerizas reales, donde se guardan a los caballos que tiran los carruajes, además de aquellos que montan los reyes, príncipes y demás integrantes de la realeza en sus actividades como la equitación o la cacería.
—Aquí es —señala con seriedad y de forma cortante. No es demasiado amable con mi persona, pero tampoco es despectivo como otros—. El señor Butterscotch se encuentra dentro. Con su permiso —dice el hombre, y entonces se aleja.
Me acerco a la puerta y la abro, y dentro me encuentro a un sujeto Amarillo de gran altura y apariencia fuerte. Su rostro es un poco cuadrado, con bigote y barba espesa, y su vestimenta es un poco informal, pues lleva una camisa, un chaleco de piel sin abotonar, un par de pantalones, botas largas y un sombrero de ala ancha.
—¡Por todos los colores! ¿Qué hace una mezcla como tú aquí? —me habla con brusquedad.
—Me asignaron aquí para trabajar —respondo con calma.
—¿Y quién en todo Croma sería capaz de eso? —añade indignado.
—El capataz Rubio —contesto de nuevo, y procedo a entregar el documento.
El hombre lee la hoja por completo, y cuando ve la firma y sello del señor Rubio puedo ver un poco de fastidio y repudio en su expresión.
—De acuerdo —habla hosco y con cara de pocos amigos—. Sígueme —indica, y me guía a una puerta que se encuentra enfrente de nosotros. La abre y entonces puedo ver el interior del lugar.
El sitio se compone de una gran cantidad de establos, un gran número de ellos ocupado por su respectivo caballo, con sus alimentos y agua adecuados, además de algunos montones de paja. El techo es semicircular, con algunos tragaluces, barrotes y pilares que lo sostienen. Hay alguna que otra lámpara para la noche, y en el lugar puedo ver a unos cuantos empleados de un color Amarillo pálido. Hay uno que parece ser el empleado de mayor rango, y a este llama el hombre al que acompaño.
—¡Dijon! —llama el sujeto del sombrero, y aparece un empleado Amarillo pálido con una indumentaria similar a la suya, solo que sin sombrero y chaleco y un pañuelo al cuello. Es una persona muy joven, de menos de veinte años, cuyo entusiasmo se percibe en su rostro.
—A sus órdenes, señor Butterscotch —expresa con una gran sonrisa en el rostro.
—Él será tu nuevo subordinado. Su nombre es Flint, y quiero que lo prepares para sus actividades en este lugar.
—Entendido, señor. Acompáñame —indica. Acto seguido, me lleva hasta donde se encuentra el grupo de trabajadores y me presenta con ellos. Terminada la presentación, comienza a explicar uno a uno los deberes de un empleado de caballerizas, e ilustra con ejemplos. Incluso tengo la oportunidad de llevar a cabo lo que me ha enseñado ese mismo día, lo que llena de orgullo al muchacho.
La jornada en las caballerizas termina a la hora cero de la noche, el momento en que partimos para recibir nuestros alimentos nocturnos en el comedor y después dirigirnos a nuestras habitaciones. Sin embargo, tenemos instrucciones de permanecer atentos en caso de que se requieran nuestros servicios en horas de la noche.
La señorita Perla y yo nos encontramos en nuestra habitación. Ella viste un traje especial de los empleados que se dedican a la lavandería, y se le ve exhausta y por completo empapada.
—¿Se encuentra bien? —curioseo un tanto preocupado por su bienestar.
—Sí, sí, claro —indica, y acomoda un poco un mechón de cabello que tiene suelto. Es evidente que no está acostumbrada a esa clase de labores, pero lo dice para no preocuparme—. ¿Y qué hay de ti, Flint?
—Fue mejor de lo que esperaba. El día estuvo un poco ajetreado, pero nada a lo que no esté acostumbrado —respondo.
Dicho esto, pasamos cada uno a tomar una ducha y después de ello nos preparamos para descansar.
Ha sido un día bastante largo y lleno de cambios para cada uno de nosotros. No será sencillo adaptarnos a un nuevo estilo de vida, pero trataremos de hacer lo posible y salir adelante.
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