4. Atardecer acechando
Me quedaban solamente cuatro días para investigar, cuatro días hasta tener que poner rumbo de vuelta a mi ciudad natal. No estaba dispuesta a irme todavía, no cuando había descubierto tal cantidad de información que nunca pensé que conseguiría.
Me había planificado, me había organizado para saber lo que hacer y como actuar. Me había costado decidirme sobre si sería buena idea embarcarme en aquella cala. No quería tener el mismo final que el tatarabuelo de Sana.
Aquella historia hizo que frenase durante un instante, ¿y si en verdad estaba entrando en un juego peligroso?, ¿y si en verdad existían los Apkallu y no se tomaban bien mis intenciones?, ¿me matarían?
Aquellas dudas me hicieron replantearme si aquello estaba bien, si realmente debía seguir con mis investigaciones e ir hasta aquella playa en busca de algo que no sabía ni que era. Era joven para morir, joven para morir en unas circunstancias desconocidas como el tatarabuelo de Sana. Pero, ¿no habían estado los Apkallu ayudando a los humanos durante siglos?, ¿no habían conseguido aquel obsequio que les beneficiaba gracias a los humanos? Es por ello que no entendía por qué deberían actuar de aquel modo y matar a alguien solo por querer mantener viva su existencia y sus leyendas.
Me sentía abrumada y desconcertada, dudé, pero finalmente decidí seguir con aquellas investigaciones. Aquella leyenda era la que había movido toda mi vida, desde que era pequeña y mi madre me la leía por las noches hasta el porqué de haber estudiado Estudios Clásicos. Toda mi existencia y mi pasión envolvía la mitología mesopotámica y, en especial, aquella leyenda.
No quería echarme atrás, no ahora, después de todo el esfuerzo y toda la información que tenía. Era ahora o nunca. Así que me preparé todo lo que consideré necesario para embarcarme en aquella nueva aventura. No me daría por vencida, daría todo lo que tenía hasta encontrar algo más de información.
19:30 - Cala Khrisna
Había llegado el momento, quedaba media hora. El tatarabuelo de Sana vio a aquel supuesto Apkallu a las ocho de la tarde en aquella misma hora. Quedaba media hora. Media hora que me la pasé de un lado al otro de la playa alerta a cualquier pequeño movimiento que divisara.
Era una pequeña cala rocosa, se encontraba entre dos acantilados que hacía que fuese de difícil acceso. Era uno de los lugares menos visitados y transitados de aquel lugar, solo venían algunas personas y la mayoría a través del mar con pequeñas barcas o botes.
Había tardado más de una hora en llegar hasta la arena de la cala, aquellos acantilados contaban de pequeños senderos estrechos y empinados cubiertos por algas verdes que hacían bastante peligroso el descenso hasta la arena. De todas formas bajé, estaba dispuesta a quedarme en aquel lugar en aquella hora y ver lo que me deparaba el futuro o mejor dicho los Apkallu.
Pasé de un lado de la cala al otro, era una cala pequeña, de un kilómetro de largo aproximadamente pero contaba con numerosos recovecos y pequeñas cuevas en las que no tenía intención de entrar.
El atardecer acechaba el horizonte, el sol iba despareciendo entre el oleaje que cada vez se veía más persistente, más fuerte. El agua, que ahora adquiría unas tonalidades más oscuras, se veía cristalina.
Introduje los pies sintiendo como esta entumecía mis extremidades de lo fría que se encontraba. La arena de la playa bañaba mis pies haciéndome cosquillas en las plantas. Era una arena blanca, suave y ligera que se escurría entre mis dedos y se mecía con el viento.
La cala, llena de algas y restos de troncos atraídos hasta la orilla por el oleaje, se encontraba en calma, vacía y en un silencio abrasador.
Miré el reloj, quedaba un cuarto de hora para las ocho, la hora mágica como bien había denominado el tatarabuelo de Sana, pero seguía sin encontrar nada que me indicase que allí había habido presencia humano o mitológico cercana.
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