3. Cala Khrisna
Pasé por diferentes calas, playas, pueblos... Llevaba ya tres días en aquel paraje pero no había conseguido nada de información sobre aquella leyenda.
Intenté hablar con diferentes personas pero nadie conocía nada, todos se limitaban a decirme que aquella leyenda llevaba mucho tiempo siendo contando pero que era una simple leyenda como otra cualquiera.
Aquello me desesperaba, me sentía frustrada, había viajada hasta allí pensando que la gente propia de las tierras conocería de primera mano los mitos propios de Bahrein. Pero no, nada, las generaciones más jóvenes desconocían la leyenda mientras que las de mediana edad se limitaban a explicarme que era un cuento que sus padres les solían contar antes de ir a dormir pero que con los años se había perdido la ilusión y la tradición por aquella leyenda.
Todavía no me rendí, me quedaba un as bajo la manga, había conseguido hablar con una amigable mujer que se dedicaba a la venta de souvenirs que me explicó que su madre seguía leyendo aquel tipo de leyendas. Me indicó como llegar hasta su casa y puesto que notó que no estaba muy convencida, ella misma se ofreció para acompañarme.
Tuve mucha suerte encontrando a aquella mujer llamada Layla ya que al dedicarse a la venta de souvenirs había adquirido la capacidad de comunicarse lo justo en inglés permitiéndome entendernos por poco que fuera.
Llegué hasta la casa donde vivían Layla y su madre Sana, era una carismática casita de paredes blancas que se encontraba en las afueras del pueblo, casi rozando la playa donde empezaban las cabañas donde yo estaba viviendo durante aquella semana.
Sana me estuvo explicando todo lo que sabía sobre la leyenda, todas las notas que habían dejado sus ancestros y todo lo que había podido recopilar a lo largo de los años. Layla estuvo allí en todo momento, traduciéndome muy amablemente todo lo que Sana me explicaba.
- Ten cuidado, puede ser peligroso acercarse demasiado a los Alpkallu. - empezó a traducirme Layla. - Llevan siglos considerándose un simple mito sin importancia, nadie les hace ofrendas ya.
Tras decir aquello, Sana se levantó de su lugar y volvió con un pequeño papel deteriorado que me tendió.
- Este mapa lleva siendo transmitido de generación en generación en nuestra familia. - lo observé con atención. Había una serie de dibujos e indicaciones hasta llegar a una cruz que se encontraba en medio de una pequeña cala que aún no había tenido tiempo de recorrer. Por detrás de aquel papel, había una serie de frases que no pude entender.
- Este mapa explica donde fue la última vez que se tuvo constancia de un Alpkallu por parte de nuestra familia. Mi tatarabuelo fue quien consiguió ver por unos efímeros instantes a uno de los Alpkallu y lo dejó por escrito en este mapa. - me dijo señalando el mapa a medida que hablaba.
- En este punto marcado fue donde lo vio, la cala Khrisna, fueron unos instantes en los que vio una persona saliendo del mar con cola de pez y que en cuanto puso los dos pies en la arena de la cala, dejando atrás el agua marina, hubo un destello de luz que hizo que tuviese que apartar la mirada mi tatarabuelo. Después de aquello, lo último que vio fue un hombre salir corriendo en la otra dirección de la cala. - me dijo señalando las líneas escritas en el dorso de aquel papel. - Pero ten cuidado, después de aquello, mi tatarabuelo murió de forma repentina cuando contó en el pueblo lo que había visto.
Me quedé estupefacta, Sana contaba aquello con los ojos con un brillo de admiración y miedo a la vez. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Nunca llegué a pensar que algo así pudiese pasar. Siempre me había imaginado que los Alpkallu eran unos seres caritativos que habían ayudado durante siglos a los humanos.
- Por suerte, antes de morir escribió todo esto para dejar constancia de lo que había visto. Lo hemos conservado en la familia como una reliquia. Tiene un valor muy preciado para nosotros. Y, a dia de hoy, se siguen sin entender las causas de su muerte ni donde se puede encontrar. Un día desapareció mientras volvía a recorrer la cala donde había visto aquello y nunca más volvimos a saber nada de él.
Se la veía afectada por la perdida de su tatarabuelo pero a la vez había un brillo aventurero cuando nuestras miradas se cruzaban.
- Mi tatarabuelo fue el último que hizo ofrendas a esa misma cala para dar las gracias a los Alpkallu. Yo nunca llegué a pisar aquella cala. No me atreví.- me dijo con temor, le temblaba la voz al contarme aquellas historias familiares. - Ten cuidado, puede ser peligroso, pero mi instinto me dice que tendrás suerte. Eres valiente, has venido hasta aquí gracias a nuestra leyenda, te mueven unas buenas razones y los dioses lo sabrán.
Eso fue lo último que me dijo antes de que me fuera de aquella casa. Agradecí su hospitalidad y la gran cantidad de información que habían decidido compartir conmigo y me fui hacia mi cabaña para dejar por escrito en mis notas todo lo que acababa de descubrir.
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