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Capítulo 9


Quería tener el consejo de mi amigo, pero para ello tuve que esperar hasta el fin de semana, cuando él ya estuviera libre. Mientras, le seguí dando vueltas a lo que Abigail me había sugerido y terminé haciéndole caso, no porque fueran sus palabras, sino que el hecho de ver todas las noches el rostro de Amparo sonriendo cínicamente me causaba nerviosismo. Por ello, terminé evitando todo contacto con ella. Ya no le proponía salir, ponía excusas a sus invitaciones con trámites inexistentes, dejaba sus mensajes varias horas esperando respuesta y el teléfono sonando con su llamada hasta que se cortaba. Todo con tal de aclarar mi mente antes de retomar nuestra relación. Me dolía tratarla así. La necesitaba, mis problemas me ahogaban, la prensa era cada vez más dura conmigo y no tenía con quien hablar, con quien poder compartir aunque sea un poco de mi carga.

Cuando llegó el sábado, salí temprano a juntarme con Carlos. Casi no habíamos hablado desde que me despidieron, dejaba mis mensajes en visto y cuando le reclamaba afirmaba estar más ocupado que nunca ahora que yo no estaba en la oficina. Aquella salida la logré casi rogándole, porque necesitaba a mi amigo de toda la vida, hasta que finalmente accedió y nos reunimos en un café que solíamos frecuentar cuando ambos éramos estudiantes.

Llegué con varios minutos de anticipación, por lo que me tocó esperar. No me importaba, porque Carlos siempre fue muy puntual, así que me empecé a preocupar cuando pasaron quince minutos de nuestra hora de encuentro y él seguía sin aparecer. Llegó finalmente cuarenta y cinco minutos atrasado, cuando mi paciencia ya se estaba acabando. Esperaba una disculpa o una excusa a su retraso, pero se limitó a pedir la carta para hacer el pedido.

—Hacía años que no venía a este lugar —comentó como si nada hubiera pasado, así que decidí seguirle la corriente.

—Yo voy a pedir un café simple y unas galletas —mencioné como si nada, esperando el momento adecuado para iniciar una conversación más profunda.

—Yo me iré por un pastel, tengo ganas de algo muy dulce.

Los primeros minutos, mientras esperábamos nuestro pedido, los pasamos conversando de cualquier cosa que se nos ocurriera. Él tenía que volver temprano porque su señora quería que fueran al supermercado, me preguntó si conocía a algún profesor particular porque su hijo estaba bajando sus notas en el colegio y así siguió exponiendo sus problemas banales. Las dificultades por las que pasa cualquier hombre casado de nuestra edad, los mismos que debería tener yo si mi familia siguiera viva.

—¿Y cómo te ha ido la vida de cesante? —Preguntó sin darse cuenta de cómo me dolió la forma en que puso en palabras mi situación. Con su tono le restó toda la importancia y humillación que sentía desde que salieron los primeros titulares.

—Me ha ido mejor.

A través de la ventana noté que en la vereda de enfrente había periodistas con sus cámaras, a la espera de tomar la mejor imagen. Carlos notó a dónde se iba mi atención y suspiró pesadamente cuando se dio cuenta de la situación. Dejó su tenedor con brusquedad sobre el plato y pasó su mano por su pelo, como si con ello lograra relajarse algo. Aunque me molestaba su actitud, ya que el principal afectado era yo y no él, traté de comprenderlo poniéndome en sus zapatos. La gente comenzaría a hablar mal de él por mi culpa. No por nada existía el dicho "dime con quién andas y te diré quién eres". Y hay gente que le da demasiada importancia a esos aspectos.

—Voy a tener que salir por otra parte para que no me vean contigo.

—No hablarán tan mal de ti.

—¿Cómo que no? Dime tú, ¿cómo tomará la opinión pública que el actual juez está compartiendo con el que acaba de renunciar por irregularidades en su quehacer? Peor aún, hablarán mal de mí por darle la mano al que condenó a un inocente.

—¿El actual juez? —Alcé una ceja y lo miré inquisitivamente, esperando una explicación a esa parte específica e ignorando el resto de sandeces que dijo en mi contra.

—Me dieron tu puesto —afirmó luego de varios segundos de silencio incómodo al darse cuenta de que acababa de hablar de algo que no debía. Al menos no de esa forma—. Yo no sabía que me lo iban a dar, te lo juro. Me ofrecieron la vacante después de que te fuiste.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No quería hacerte sentir incómodo o dolido.

—¿Y creíste que sería mejor enterarme por accidente, solo porque lo soltaste sin querer en un descuido?

—Álvaro... mira, no vine aquí a sacarte en cara que ahora yo soy juez y tú un hombre cesante —aseguró con tono firme que solo logró hacerme sentir peor—. Vine para escucharte y aconsejarte en lo que necesitabas. Pero, el problema ahora es que si nos ven juntos, las cosas no serán buenas para ti ni para mí.

—Carlos...

—Por ahora limítate a cortar todo vínculo con Amparo —comenzó antes de que yo pudiera decir algo más respecto a su nuevo trabajo o a lo que necesitaba de él—. No te conviene, mereces algo mejor. Después de eso, mantente en silencio y espera a ver el informe final de la investigación que debería salir en estos días. En base a eso, consíguete un abogado, lo vas a necesitar.

Y sin más consejos que dar, tomó sus cosas, me dio la mano y se acercó al mesero para pagar la cuenta y preguntar por una salida alternativa a la principal. Me dejó solo, con la palabra en la boca y con un sentimiento de humillación agobiante. Mi mejor amigo estaba ocupando el puesto por el que tanto me sacrifiqué los últimos años. Me preguntaba si ese "mereces algo mejor" era también con respecto al trabajo y a mis amistades.

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