Capítulo 12
De todo lo que me esperaba luego del informe de investigación, jamás pensé que las palabras de mi propio padre saldrían en los medios de comunicación para responder preguntas de tal forma de dejarme peor ante la prensa y el mundo. Me pregunté cuánto dinero le ofrecieron, qué cosa le prometieron como para que se vendiera de tal forma. Y asimismo, me cuestioné también por qué Amparo había aceptado algo así. ¿Acaso no éramos cercanos? ¿El haberla ignorado por tantos días le había hecho cambiar de opinión con respecto a mí? ¿Solo se me acercó para cumplir con su trabajo en el periódico, cuya portada estaba en todos los canales de televisión abierta?
Mi teléfono silenciado seguía con la pantalla encendiéndose incansablemente por llamadas de desconocidos, hasta mostró el nombre de la mujer que yo culpaba de todo esto. Ansioso por obtener una explicación, le respondí.
—No es lo que crees —fue lo primero que dijo luego de que contestara.
—¿Entonces qué es?
—Un trabajo que mi jefe editorial me ordenó hacer porque el encargado se tomó licencia.
—¿No lo podía hacer alguien más?
—Álvaro...
—Me imagino que estabas muy preocupada porque te mandaron a entrevistar a mi papá, sobre todo se notaba en la calidad de las preguntas. Sí, queda clarísimo que no querías dejarme mal —le dije con sarcasmo, con la rabia ardiendo en mi cabeza, más aún cuando en la pantalla mostraban extractos escritos con interrogantes poco serias, hechas solo para generar polémica. "¿Está de acuerdo con que su hijo salga con alguien muy menor?", "¿Cómo se siente al saber que es padre de alguien que cometió un error tan garrafal en su carrera que le costó la vida a alguien?". Llegaba un momento en el que no sabía qué era peor, si los cuestionamientos de Amparo o las respuestas de mi padre, en las que afirmaba estar decepcionado, no haberme criado para tener tan poca calidad humana y profesional y esperar que se me castigara por mi mal actuar.
—Tienes todo el derecho a estar molesto conmigo...
—Es que no solo estoy molesto, estoy furioso —le grité por el celular, sin preocuparme por el silencio sepulcral de los periodistas afuera, quizá con la oreja pegada a la puerta, paredes y ventana para escucharme—. Yo confiaba en ti, te veía como una buena amiga y pensaba que podríamos ser algo más. Me siento un estúpido al recordar cómo te defendí ante mi hermana y mi amigo, cómo me aferré a mantener una relación que solo era para hacerme daño. ¿O crees que no sé lo de tus cartitas?
—¿De qué estás hablando?
—Las cartas que has dejado en mi casa. ¿Te vas a hacer la tonta ahora?
—No sé a qué te refieres.
—No finjas, porque sé muy bien que eres tú, mi vecino te vio. Y te advierto, tengo una abogada para tratar todo esto de la mejor manera posible y si sigues con tu jueguito, armaré una demanda en tu contra por acoso. Estás advertida.
Sin dejarla terminar, corté la llamada y marqué el número de mi padre. Se demoró en contestar. Quizá había dejado el celular olvidado en otra pieza y le tocó pararse con dificultad por sus rodillas a mal traer. Pero no me importaba causarle un poco de dolor físico al viejo, no después de la puñalada por la espalda que me acababa de dar.
—¿Quién habla? —Contestó con su habitual tono serio y casi amenazante, como si te dijera subliminalmente que si no eras de su agrado, colgaría al instante.
—Tu adorado hijo —le dije con ironía, solo para saber qué decía.
—Nada de adorado y me atrevería a decir que ni siquiera mi hijo. ¿Así fue como te criamos con tu madre? ¿Para eso estudiaste tantos años?
—¿Por eso tenías que dar una entrevista a la prensa?
—¡Por supuesto! A ver si así ya entendías lo que te conviene. Mira que esa muchacha un día anda contigo y al otro te hace tremenda zancadilla como si nada. Con mucho gusto respondí sus preguntas para ver si así le haces caso a tu hermana y la dejas. ¿Por qué no puedes ser más sensato como ella?
Odiaba cuando nos comparaba, más cuando era en temas en los que yo estaba seguro de ganar. Pero no quería hablar mal de Abigail porque siempre pierdo contra él en ese tema.
—Sea por el motivo que fuera que diste la entrevista, no tenías el derecho. Deberías estar ayudándome, eres mi padre al fin y al cabo.
—Yo no ayudo a negligentes y asesinos.
—Yo no he matado a nadie.
—¿Y Gael? Tú lo condenaste injustamente.
—Yo solo lo condené en base a las pruebas que se presentaron en ese entonces.
—¿Y nunca las cuestionaste? ¿Nunca te preguntaste si había cámaras de seguridad en la zona? ¿O si había más huellas dactilares además de las del muchacho? Era tu deber estudiar los informes y ver si había irregularidades. Pero llegaste y actuaste solo por la presión del qué dirán. Eres un débil que no puede hacer nada sin pensar qué dirá después la gente. Así nunca harás lo que realmente quieres, porque eres un débil de mente.
Quería defenderme, pero no tenía argumentos a mi favor. Después de todo, él tenía toda la razón. Mi actuar siempre se reducía a ¿qué pensarán los demás si hago tal cosa y no la otra? Aquello me llevó a estudiar derecho, a luchar por el puesto de juez y finalmente a mi perdición en un veredicto que debí haber sopesado más.
—Si no tienes más que decir, adiós. No me llames más, que de ahora en adelante tengo solo una hija viva. Los otros dos están muertos.
Con eso me colgó, dejándome hablando solo.
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