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Escena extra


Cierto es que hacía tiempo que no sentía este tipo de nerviosismo. Las mejillas ardiendo, un temblor en el cuerpo y la sangre corriendo por mis venas tan rápido que parecía tener los brazos helados. La cocina de la mansión estaba igual que cada día: limpia e impoluta, sin una sola mancha y con todos los accesorios perfectamente ordenados. El hilo donde colgaban los pedidos estaba vacío, pero pronto iba a llenarse, como hacía cada noche. 

Respiré hondo, tratando de tranquilizarme. No estaba nervioso por lo que iba a hacer, pues lo había hecho miles de veces, sino por lo que esto representaba. El primer motivo que causaba ese sentimiento en mí, era que ese iba a ser mi último asesinato. Apenas tenía treinta y un años, pero esa era como mi jubilación. La segunda razón, era porque iba a asesinar ni más ni menos que a la familia del presidente de los Estados Unidos. Estaba acostumbrado a matar, pero... No a ese nivel. 

Me sentía capaz. Sabía que podía hacerlo. Sabía que iba a hacerlo. Pero algo en mí no quería abandonar todo lo que me había llevado años construir. Aunque ya nada era igual: no estaba Dusk para ayudarme, así que tenía que hacerlo todo yo solo, evitando obtener la ayuda de un sustituto. Tampoco podía charlar con nadie acerca de los casos. Estaba solo, en resumen. Más solo de lo que lo había estado nunca. 

Miré a mi alrededor; aún estaba solo en la cocina, pero escuchaba unos pasos aproximándose. Uno de mis compañeros entró por la puerta y, sin tan solo mirarme, hizo un gesto con la cabeza para saludar. Yo no le respondí, simplemente, me limité a observarlo con curiosidad. Dejó la bolsa que llevaba en el suelo de malas maneras, y se puso uno de los delantales que había colgados en la pared del fondo, que daba a un enorme baño que utilizábamos como vestuario. Después, el hombre se colocó el sombrero de chef y se apoyó contra la encimera. Giró la cabeza para mirarme, y, durante unos segundos, nuestras miradas se encontraron, pero nuestras bocas no soltaron palabra alguna. 

Después entró otra mujer con esa media sonrisa que siempre llevaba. Repitió los mismos pasos que el hombre anterior y, aun sin perder la sonrisa, se colocó al lado del otro. Los dos me observaban: al fin y al cabo, era el jefe. 

En menos de cinco minutos entraron siete personas más: cuatro hombres y tres mujeres. La mayoría de los trabajadores de la mansión eran callados, pues trabajaban duro durante el día y cuando volvían a casa gastaban todo su dinero en caprichos caros. 

Cuando me aseguré de que había llegado todo el mundo, me dispuse a hablar:

-Buenas noches -Empecé, al igual que cada día. -, los señores pedirán sus comandas en ocho minutos. Este es el plan de hoy: vosotros -Dije, mientras señalaba a tres de mis trabajadores. -, os encargaréis de los segundos. Vosotras, chicas, los postres. Y tú, y tú, haréis las salsas o complementos que se pidan, ¿de acuerdo?

-No puede hacer los primeros usted solo. -Comentó Stephanie, la llamada "rebelde" del grupo. -Son demasiados platos. -Por suerte, lo tenía todo preparado. 

-Quiero la perfección. Y temo que no puedas conseguirla solo abriendo esa boca tuya. -Stephanie me lanzó una de sus miradas asesinas, pero no me importó. Me miraba de esa forma a menudo, y lo único que había conseguido provocar en mi era diversión. -Quiero que os limitéis a hacer lo que digo -Cada día repetía la misma frase, ensayando para ese momento. -, nada de sorpresas. 

Todos asintieron y entonces el reloj marcó las nueve: hora de empezar. Señalé a una de las chicas más jóvenes, quien asintió y salió de la cocina junto a las cartas que yo había estado preparando junto a uno de los mejores cocineros que había en la cocina. Pronto después, entró con una expresión complicada de adivinar. Tenía el ceño fruncido, y observaba una pequeña libreta mientras intentaba leer algo con dificultad. 

-¿Qué ocurre? -La chica era nueva, hacía solo un par de días que trabajaba en la cocina. Cuando la familia del presidente muriese, ella iba a ser la principal sospechosa. Todo estaba listo, perfecto.

-Han... Han pedido muchas cosas y yo no sé si... Lo siento, creo que no lo he apuntado todo. O puede que... 

-Oye, no te preocupes. Es tu tercer día por aquí, aprenderás. Prepararás los primeros conmigo, así te enseñaré, ¿de acuerdo? -Ella asintió, y me sentí extraño. Esa pobre chica acabaría en la cárcel. Pero no me sentía mal por eso, en realidad, sino porque estaba actuando como el padre que nunca quise ser. Todo el mundo a nuestro alrededor nos observaba, así que aproveché esa oportunidad. -Rabbie preparará los primeros junto a mí. A partir de ahora probará un poco de todo, es decir, mañana te enseñarán a hacer postres, y pasado los segundos. -Me volví hacia la chica, que parecía haberse apoderado del pánico con rapidez. -Vamos. 

Le cogí la muñeca y la acompañé hasta el final de la grande cocina. Teníamos una encimera blanca y gris para nosotros solos; me encantaba disponer de espacio suficiente para poder crear mis platos con total libertad, sobretodo aquellos que contenían "productos especiales".

Mientras ella se peleaba consigo misma para que los mocos y las lágrimas no cayeran, yo empecé a prepararlo todo. En diez minutos mis compañeros ya nos habían preparado las salsas, y nosotros teníamos la base de los primeros. 

La cocina entró en pánico porque íbamos retrasados de tiempo: todo el mundo corría de arriba a abajo sin parar, gritando a los demás para que se apartaran. Era mi oportunidad, mi momento: Mi último asesinato. 

-Rabbie, ¿puedes traerme la salsa para el salmón, por favor?

-¿Dónde está? -Aunque ya había dejado de llorar, parecía triste y desorientada. 

-Al final de todo, en aquella especie de armario de metal. Creo que está arriba del todo, puede que tengas que pedir ayuda a alguien para que lo coja. -Ella asintió y se fue a paso lento, asegurándose de no tropezar con toda la gente que se cruzaba en su camino. Esa chica no tenía remedio... Pero debía tratarla como si no fuese así. 

Tras asegurarme de que nadie miraba, saqué una pequeña bolsa con polvos blancos en su interior. Había investigado sobre ellos, y había llegado a la conclusión de que eran totalmente mortales: causaban la muerte en menos de cinco minutos. 

Los coloqué en una ensalada que había pedido la mujer del presidente de primero: con todas las salsas e ingredientes que llevaba, los polvos fueron desapareciendo poco a poco, pero, solo por si a caso, coloqué más lechuga por encima. 

Repetí el proceso con los demás primeros de todos los miembros excepto el del plato del presidente.

Volví a guardar la bolsa rápidamente y esperé a que Rabbie volviera. Tardó en llegar, y por el camino chocó con bastantes cocineros, provocando así su enfado, pero había traído lo que le había pedido.

-Gracias. -Sentencié, y ella medio sonrió. Meses antes habría sentido pena por la mujer, pues era nueva y lo más probable era que ella fuese acusada por el asesinato. Pero hoy era distinto: era mi último caso, era el momento de la satisfacción. 

Miré a mi alrededor; todos estaban centrados en sus propios asuntos, por lo que nadie se había percatado de nada que no debía. Rabie seguía mirándome con esos ojos tan grandes que me incomodaban, así que decidí actuar para sacármela de encima.

-Rabbie -Sentencié con un poco más de amargura de la que deseaba. 

-¿Sí? -Su voz dulce pretendía dar pena, ablandar a la gente, pero no iba a caer en la trampa.

-Creo que estás lista, puedes hacerlo tú sola. ¿Te ves capaz? -Sus ojos empezaron a brillar al mismo tiempo que la chica asentía energéticamente con la cabeza.

-Yo... ¡Sí! ¡Claro que sí! -Exclamó agitando los brazos. El ruido de fondo de las sartenes, los cuchillos o los pasos rápidos paró de golpe. Giré un poco la cabeza para encontrarme con todos los demás cocineros observándonos. Rabbie no parecía haberse dado cuenta, pues seguía dando pequeños saltos de alegría sin mirar a nadie.

-Le he dicho que puede hacerlo ella sola. -Dije para justificar la repentina emoción de mi compañera. Algunos compañeros soltaron palabras de aprobación y enseguida volvieron a su trabajo. -Voy a ayudar a... A quien me necesite. -La mujer no pareció percatarse de que me iba, así que aproveché el momento para deslizarme entre las demás personas en la cocina. 

Sin perder de vista a Rabbie, o, mejor dicho, a los platos en los que había echado el veneno, me acerqué a uno de los cocineros.

-¿Sucede algo? -Preguntó apartando la mirada de la comida que estaba preparando para observarme.

-No, solo quiero ayudarte. -Señalé a la chica con la cabeza. Para aprender tiene que estar sola. -Al chico no pareció gustarle la idea de tener que compartir la "mesa de trabajo", pero se apartó para hacerme un sitio a su lado sin rechistar. Por fin, conseguí apartar la mirada de la chica, aunque, en mi cabeza, no podía parar de imaginar cómo sería el momento en el que la familia del presidente muriese, en el que la policía irrumpiera en medio de la cocina, en el que nos interrogaran a todos... Porque, claro. En pequeños casos anteriores había tenido la opción de salir corriendo y evitar ser interrogado, pero eso no iba a funcionar ahora. Esta vez, debía ser un testigo más, y no un asesino.

Ahora solo tenía que empezar la fase dos del plan: la primera había sido echar el veneno al plato, ahora solo tenía que crear mi cuartada y conseguir que los demás en la cocina se culparan entre ellos cuando los agentes preguntaran.

-Oye -Dije, tal y como lo había planeado en casa. -, ¿crees que puedes ir junto a Sally a ver cómo está Rabbie? Como soy el jefe de la cocina, creo que le estresa trabajar bajo mientras la observo. Pero quizá vosotros podáis ayudarla. 

-Pensaba que era el momento de que lo hiciera sola. -Contestó al mismo tiempo que alzaba una ceja.

-Sí, eso he dicho, y lo mantengo. Solo os pido que vayáis a vigilarla, mirad cómo trabaja, y luego me lo decís. Quiero ver si es buena, rápida... Necesito saber si puedo confiarle los platos más elaborados o si solo me servirá para ir a buscar salsas.

-Entiendo -Contestó el hombre mientras soltaba el cuchillo en la encimera. -, buscaré a Sally.

-No sabes cuánto me ayudáis. -El hombre se fue a un paso tranquilo, y decidí observar todo el proceso: primero caminó hasta el fondo de la sala para encontrar a su compañera. Después, tras explicarle (o eso creo) lo que yo le había dicho, ambos caminaron hasta donde se hallaba Rabbie, quien hacía bruscos movimientos con los brazos a causa de los nervios. Los dos cocineros se acercaron y empezaron a hablar con ella, pero no parecía tranquilizarse. Sally le dio algunas palmaditas en la espalda mientras el otro me miraba y se encogía de hombros. Me estaba dando la razón, aunque no estaba seguro de tenerla.


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Habían pasado ya cinco minutos, y por fin vi a Rabbie salir de la cocina con los platos envenenados. El hombre se acercó a mí, y Sally volvió al fondo de la cocina a volver con lo que estaba haciendo.

-¿Cómo ha ido? -Pregunté sin tan solo mirarlo, puesto que tenía la mirada fija en la puerta por la que estaba saliendo la mujer junto a los platos que le cambiarían la vida a ella y a todos los demás presentes.

-No creo que nos sirva de mucho, la verdad. -Dijo mirando hacia el mismo lugar que yo. -Se pone nerviosa enseguida, entra en pánico y mientras tanto no hace nada. Hemos tenido que ayudarla.

-Lo tendré en cuenta. 

-Es buena persona, y tal, pero...

-Aquí buscamos a buenos cocineros, no a buenas personas. 

-Sí, jefe. -Esperó una respuesta, pero yo no estaba dispuesto a dársela. Quería esperar, nada más. Quería esperar a que llegara un grito, una señal; algo. El efecto del veneno hacía efecto rápido, no debería tardar ni dos minutos. 

Rabbie entró por el mismo lugar por el que había salido, pero con una sonrisa radiante en la cara. Se acercó a mí con una expresión claramente orgullosa. 

-Nos han felicitado -Dijo, ampliando aún más su sonrisa. -, dicen que todo está muy bueno.

-Me alegro, ¿cómo te va por aquí? ¿Te sientes a gusto? -Crear una conversación agradable con ella era la siguiente fase del plan. Solamente disponía de unos pocos segundos, pero eso me serviría para caerle bien y que no me acusara de nada ante los agentes.

-Bien, estaba un poco nerviosa, pero creo que me acostumbraré. Todos sois muy amables.

-Me alegro, Rabbie. Si necesitas ayuda con algo, no dudes en avisarme, ¿vale? Estoy para eso.

-Muchas gracias, lo... -Un grito desde el comedor la interrumpió. Era un grito ahogado, desesperado, lleno de miedo y pánico. Y eso me llenó de felicidad: una felicidad que no podía mostrar, pero sí sentir. Una felicidad que parecía recorrer todo mi cuerpo, que se transformaba en una sensción que me ponía los pelos de punta. La adrenalina parecía estar por las nubes, pero mi compañera no parecía sentirse igual. 

Su sonrisa se desbaneció en menos en menos de dos segundos, sus ojos se abrieron como platos y empezaron a mirar a nuestro alrededor con aparente curiosidad, pero, sobretodo miedo.

-¿Vamos? -Preguntó con voz temblorosa. Tuve que ocultar la sonrisa, pues, al contrario que ella, yo estaba más que entusiasmado. Todo estaba saliendo exactamente como planeaba; sin huellas, sin pistas, sin nada que me pudiese delatar. Todo era perfecto, como debía ser.

Los demás en la cocina también pararon de hacer sus tareas: algunos miraban fijamente la puerta, mientras que otros habían clavado su mirada en mí. Respiré profundamente un par de veces antes de decidir alzar la voz:

-No sabemos lo que está pasando ahí fuera -Empecé, intentando parecer tranquilo y nervioso al mismo tiempo para integrarme en aquella sensación grupal. -, pero tampoco sabemos si es peligroso... -Lo mejor que podía hacer era aparentar dudas. La seguridad parecía más falsa, pero en una situación así, yo estaría lleno de preguntas sin respuesta. -No creo que salir todos sea una buena idea, pero quizá alguien necesite ayuda. ¿Algún voluntario para ir a ver qué sucede?

Mientras hablaba, se empezaron a escuchar muchos gritos más. Algunos apartaron la mirada y la fijaron de nuevo en la puerta, cerrada. 

-Iré yo. -Sally alzó la voz. -Veré qué sucede y luego os diré si es seguro. -Asentí, y al cabo de pocos segundos la mujer ya había abandonado la sala con todas las miradas clavadas en ella.

Nadie volvió al trabajo; todos estábamos pendientes de recibir algo de información, una señal, algo, lo que fuese. Sally tardó más tiempo del que la gente podía soportar sin empezar a gritar también, pero, finalmente, escuchamos su voz:

-¡Necesitamos ayuda! -Gritó con lo que parecían ser todas sus fuerzas. La cocina pasó de ser un lugar de paz, intriga y miedo a un lugar lleno de pánico. La gente empezó a desplazarse por la zona sin un destino fijo, intentando calmar sus nervios y ayudando al mismo tiempo a sus compañeros a hacerlo. Yo los imité, pero, como era el jefe, tuve que actuar antes que nadie.

-Vamos, ¿quién viene conmigo? Ya lo habéis oído, necesitan ayuda. 

-¡Quizá es una trampa! ¿Y si han entrado ladrones, o...? ¡Espías! ¡Eso es, espías!

-No lo sé, pero no creo que Sally nos hubiese llamado si no fuese necesario. Yo tengo que ir, y alguien tendrá que acompañarme. ¿Voluntarios? -Esta vez nadie alzó la voz. -Está bien. Pues tú, tú y tú, conmigo. Lo siento, pero no voy a ir yo solo, quizá sea algo importante. -Para mi sorpresa, nadie se quejó. Los tres elegidos se colocaron detrás de mí y salimos de la cocina en fila conmigo en primer lugar. 

Giramos hacia la drecha, después hacia la izquierda y, tras caminar recto algunos segundos, entramos a una gran sala que tenía la puerta abierta. Encontramos una mesa larga con un par de sillas tumbadas en el suelo y muchos cuerpos alrededor. El presidente los miraba uno por uno, horrorizado. Pero también tenía miedo por lo que podría sucederle a él. Quizá la siguiente víctima iba a ser él. Quizá un grupo de criminales estaban al llegar...

Estaba agachado junto a uno de los cuerpos, (el de su mujer, supuso el Cocinero) y le daba pequeños golpes en la cara para intentar despertarla, sin éxito. Para meterme en la situación, me agaché al lado de uno de los adolescentes, que estaba muy pálido, mientras preguntaba:

-¿Qué ha pasado? -El presidente apartó la mirada un momento para fijarse en mí; parecía que hasta ahora no había notado mi presencia. Pero negó con la cabeza y de nuevo volvió a centrarse en su mujer. 

-No lo sé... Yo... ¡No lo sé! ¡He llegado aquí y todos estaban tumbados en el suelo!

-Dudo que sea una casualidad -Dije, empezando a poner cara de sospecha para incomodar a la joven y ponerla nerviosa. -, creo que ha sido alguien. -La chica me miró como si no entendiera nada. 

-¿Yo? -Exlclamó mientras se ponía en pie con una mano en el pecho, mostrando así que se sentía dolida y traicionada. -¿Me estás acusando? -Su cara se volvía roja por la ira, pero también pude ver que en el fondo estaba asustada. 

-Yo no he dicho eso. -Contesté con sumo cuidado, intentando no mostrar ningún sentimiento. -Solamente he dicho que no puede ser una casualidad que...

-¿Podéis callar de una puta vez? -Gritó el presidente, poniéndose en pie. -Mi familia entera se está muriendo, o, mejor dicho, ¡está muerta! -Hizo una pausa para recuperar el aire antes de seguir. -¡Ya tendremos tiempo de encontrar el culpable, eso si la supuesta asesina no me mata también! Ahora, ayudadme con los cuerpos o llamar a una ambulancia, ¡joder!

No quería ayudarlo. No quería que los médicos los salvaran. Quería su muerte, quería cumplir con mi parte del trato, y para eso tenían que morir. 

-No respira -Dijo Sally con un par de dedos en el cuello de uno de los niños. -, ¿alguien sabe hacer esa maniobra que...? Ah, ¿cómo se llamaba? -Negué con la cabeza, sabía lo que debía hacer, aunque no me gustara. 

-Llamaré una ambulancia. 

-¡Corre, joder! -El presidente se impacientaba, y cada vez daba golpes más fuertes a su mujer, probablemente muerta, aunque él no se había percatado. -¡Hay un teléfono en ese mueble, segundo cajón de la derecha. 

Me apresuré a acercarme al mueble que me había indicado. Abrí el cajón, pero, en vez de encontrar un teléfono, me topé con una pistola: estaba limpia, reluciente. Era de un color negro intenso, de buena calidad y de un agarre perfecto.

-¿Señor presidente? -Me giré con el arma entre las manos y me topé con el hombre frente a mí. Tenía la mirada perdida en alún lugar lejano; su cuerpo estaba aquí, pero su mente había volado lejos. -¿Qué es esto...?

-Mátame. -Ordenó con una voz sin sentimiento. 

-¿Qué? No, yo no...

-Mátame. Hazlo. Ahora. -Negué con la cabeza, y el se acercó un par de pasos más. -Si no lo haces tú, lo haré yo. 

-¿Por qué quiere morir? -A mi derecha, Sally nos miraba con expectación e inquietud.

-¿Y por qué no? Ellos -Se giró hacia su familia, ya nadie parecía respirar. -, ellos eran lo último que me quedaba en ésta vida. La vida me los ha arrebatado, no sé por qué. Quiere hacerme sufrir, ¿verdad? Quiere verme llorar, desesperarme. -Hizo una pausa y volvió a mirarme, con los puños apretados y, ésta vez sí, su mirada en mis ojos. -Pues no, señor. Ésta vez no, no se lo voy a permitir. 

Y, con un rápido movimiento, me arrebató el arma de las manos y se la colocó en su abdomen. Tras una rápida mirada, apretó el gatillo y su cuerpo cayó al suelo, sin vida. Sally chilló, horrorizada. Yo lo miré con desprecio; se había rendido. Lo había dejado todo. 

-¡Llama a una ambulancia! -El Cocinero no tenía el más mínimo interés en ayudarle (de hecho, ni tan solo los médicos podrían hacerlo en sus condiciones), pero el plan seguía en marcha. La función no había terminado.

La mujer tardó en reaccionar, pero siguió sus órdenes al pie de la letra. Le taparon la herida con un par de toallas, e intentaron (sin éxito) revivir a los demás con la maniobra de Heimlich

Ella lo intentaba con todas sus fuerzas mientras lloraba; él fingía estar desesperado.

Pronto llegaron los servicios de emergencia, quienes, tras hacerles más preguntas de las que podían responder, se llevaron a los heridos. Ellos se quedaron en el salón, rodeados de policias que no les quitaban ojo de encima y médicos que preguntaban por lo que había comido la familia. 


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-¿Entonces el presidente se ha suicidado? -Preguntó uno de los policias por tercera vez en menos de cinco minutos. La mujer se puso una mano en la cara, desesperada, y el Cocinero asintió de nuevo. 

-Ya le hemos dicho que sí. Ha visto a su familia en el suelo y se ha quitado la vida delante de nuestras narices. Ha sido duro de ver, creo que nunca... Nunca podré olvidarlo... -Lamentarse falsamente era una buena técnica. Era como una mentira, pero no implicaba decir nada. Miré a mi compañera de reojo mientras me acercaba a la oreja del policia. -Escuche -Dije en voz baja. -, ¿le importaría que hablásemos en privado? 

El agente alzó una ceja, claramente sorprendido, pero aceptó sin pensarlo demasiado. Tras decirle a Sally que querían interrogarme a mí solo, nos apartamos de la multitud de gente que se había acumulado en la sala. El policia paró y esperó que empezara a hablar.

-Verá... No quería decirlo delante de ella porque es bastante sensible, pero hoy era el tercer día de trabajo de Sally. Nunca ha habido ningún problema en la mansión; la comida siempre ha estado bien y todo eso. Pero justo hoy la he dejado cocinando sola. 

-¿Cree que eso ha contribuido a la muerte de la familia?

-No digo que sea culpable, quizá no estaba preparada para el puesto y ha sucedido algo mientras no la vigilaba. 

-¿Estaba sobre su responsabilidad vigilarla?

-Solo los dos primeros días, después se suponía que ya podía dejarla sola, que se habría adaptado y que ya sería capaz de trabajar como cualquiera de nosotros. -Miré a mi alrededor. -Pero veo que no, no ha estado a la altura y ha hecho daño a gente... No me lo esperaba de ella... -Intenté entristecerme, y pareció funcionar. 

-Gracias por contárnoslo, es información importante que se tendrá en cuenta en el juicio. 

-Creí que debían saberlo. -Hize una pausa, pues sabía lo siguiente que quería preguntar, pero estaba buscando la forma de hacerlo sutilmente. -¿Han encontrado alguna pista? Si necesitan algo, o quieren preguntar, aquí me tienen. Quiero que sepan que quiero ayudar en todo lo posible, aunque comprendo que en el trabajo de investigación será mejor que lo hagan los expertos. 

-Sí, están trabajando en ello. -Suspiró, estaba cansado. Iba a ser una noche larga para todos. -Lo único que han encontrado de momento son huellas dactilares de la familia, de algunos camareros, suyas... Todo normal, no hay ADN externo de la mansión. 

Entonces parecíó comprender algo que no había entendido hasta el momento, porque me miró con los ojos muy abiertos. 

-¿Sucede algo?

-Si no hay ADN externo significa que el culpable ha sido alguien de aquí. 

-Supongo que es lo más probable, aunque aún es temprano, quizá haya alguna pista que no han encontrado. 

-Es pronto para descartar que pueda haber cambios, por supuesto. Pero si no lo han encontrado lo más probable es que no lo encuentren. Ha sido alguien de la mansión, estoy seguro. 

-La gente de aquí siempre ha sido amable y respetuosa, no consigo entender por qué alguien querría hacer eso. -Hize una pausa y fijé mis ojos en los suyos, intentando transmitir confianza. -¿Cree que pudo ser un accidente?

-Como he dicho, de momento no podemos descartar nada. -Carraspeó antes de seguir hablando. -Pero lo dudo mucho, la verdad. No sería muy normal que tanta gente, excepto la persona más importante del país, muriera de golpe, ¿no crees? Esto lo ha hecho alguien, y alguien muy ingenioso. 

No pude evitar sentirme halagado, pensaba que había hecho un buen trabajo. 

-Tiene razón -Comenté. -, no hay que descartar nada. Podría haber sido cualquiera, hasta los de la limpieza. 

-¿Los de la limpieza?

-No digo que hayan sido ellos, solamente digo que el culpable podría ser cualquier persona, aunque algunos tienen más probabilidades que otros, por supuesto. Ellos disponen de muchos productos tóxicos que en grandes cantidades podrían causar la muerte, si no me equivoco. En la cocina no disponemos de eso, al menos que yo sepa. -Dirigí la mirada intencionadamente hacia Sally, quien hablaba con una agente. 

El agente me miró de arriba abajo y después miró hacia donde yo lo hacía: la mujer. Tenía cara de preocupación y se mordía las uñas de las manos mientras escuchaba a la agente con atención, aunque su mirada estaba perdida en el suelo.

-Haremos todo lo posible para encontrar al culpable. -Comentó el policía volviendo a la formalidad con la que empezamos hablando, pero que, a medida que la conversación avanzaba, habíamos perdido mayoritariamente. -Se os mantendrá informados, y lo más probable es que todos tengáis que acudir al juicio cuando se encuentre a los sospechosos. -Me miró con esa mirada que inquieta a cualquiera. -Aunque, claro, como usted ha dicho antes; todos sois sospechosos hasta que se demuestre lo contrario.

-Hasta que se demuestre lo contrario... -Murmuré, esperando que no lo hubiese escuchado. Tras un breve saludo con la cabeza, el agente se marchó para comentar lo que le había contado a sus compañeros. Me acerqué a Sally, quien ahora se encontraba sola y lloraba desconsoladamente. -¿Te encuentras bien? -Al verme, ella se secó las lágrimas con la manga y asintió, aunque sabía que si me marchaba los llantos iban a volver.

-Sí. Sí, claro. Es solo que...

-Todo esto es muy extraño, lo entiendo. -Formé lo que pareció ser una pequeña sonrisa y por un momento sentí pena por la mujer. -Seguro que cuando cogiste el empleo no esperabas todo esto.

-Por supuesto que no -Ahora parecía más bien enfadada. -, me arrepiento de pocas cosas en la vida, lo digo en serio. Pero te puedo asegurar que trabajar de esto es la peor decisión que he tomado. Mi vida ya no volverá a ser la misma, he visto a gente morir y a un hombre suicidarse. Creí estar preparada, pero... No lo sé, se ve que no fue así.

La miré a sus ojos llorosos, pero su mirada volvía a estar fija en el infinito. Por un momento tuve ganas de consolarla, por otro, quería contarle que era una de las mayores sospechosas por mi culpa. Estaba hecho todo un lío, en resumen, aunque nunca me gustará admitirlo. Por un lado, quería decirle que todo saldría bien, que encontrarían al culpable, que todos volveríamos a casa y que no habría que interrogarnos ni nada por el estilo. Pero, por otro lado, quería que sufriera. Quería decirle que terminaría en la cárcel, medio muerta después de las palizas que algunos iban a darle por ser una asesina cruel que se creía la dueña del mundo matando a la familia del presidente.

Me sentía un poco desorientado, así que decidí alejarme un rato de la mujer, quería estar solo junto a mis pensamientos, aunque muchas veces estos no ayudaran, en absoluto. Me acerqué tanto como pude a la puerta de salida: nos habían dejado muy claro que bajo ningún momento podíamos salir del edificio, y, de hecho, había policías vigilando todas las salidas.

Salir a tomar el aire, por lo tanto, no era una opción, y lo más cercano que me quedaba al exterior era un gran ventanal que había al fondo de la sala. Caminé hasta él y observé el jardín, ahora sometido al oscuro negro de la noche.

Detrás de la valla que separaba la mansión del inmenso jardín, pude distinguir algunas siluetas: periodistas que grababan la escena y todo lo que encontraban a su alrededor. Detrás de ellos, muchas personas estaban iluminadas por la luz de las farolas, y todas tenían la mirada fija en el hogar del presidente o charlaban con otros espectadores. Era gente curiosa que solamente tenía como objetivo conseguir un gran cotilleo que explicar en las próximas quedadas con amigos.

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Los minutos pasaban. Las manos sudaban. La gente se acumulaba. Los nervios aparecían. Los agentes se acercaban. Eran muchas las cosas que empezaban a pasar y que comenzaba a sentir. Nadie me mantenía informado, pero todo el mundo parecía saber algo, excepto yo.

Me acerqué al mismo policía con el que había charlado minutos atrás, pero en cuanto me vio abrió los ojos y se despidió de su compañero, con el que parecía estar discutiendo.

-¿Sabéis algo ya?

-Escucha, entiendo que quieras implicarte y que estés preocupado, ¿de acuerdo? Pero no puedes venir como si nada a hablar con los policías, somos nosotros los que vendremos a buscarte.

-No has contestado a mi pregunta. -Se puso una mano en la frente al mismo tiempo que suspiraba.

-Bueno, ya han confirmado que todas las huellas que había eran de alguien de la mansión. Nos han llamado hace cinco minutos desde el hospital, todos han muerto. Al tratarse de una familia importante, la autopsia ya ha empezado, pero tardarán un rato, no es algo rápido. En el centro de salud, lo único que han podido asegurar es que no se trataba de una enfermedad, paro cardíaco o algo por el estilo. Esto lo ha hecho algún hijo de puta. -Eso me sentó un poco mal, pero lo cierto es que tenía razón. -Vamos a encontrar al culpable, estoy seguro. Si hace falta, yo mismo me encargaré de que ese imbécil salga de su escondite.

La conversación no estaba tomando el rumbo que yo deseaba, así que intenté cambiar de tema sin que se diese cuenta.

-¿Sabe cuándo podremos irnos a casa? ¿Algo del juicio? Queremos saber lo que sea, nos tienen aquí abandonados sin tan solo haber podido cenar.

-Mis compañeros están echando a todos los periodistas para que algunos salgan. Supongo que primero dejarán ir a los que no son sospechosos, pero dudo que vosotros vayáis a tener una noche en paz. -Miró a nuestro alrededor. -La sala empezará a vaciarse en breve, ya verás.

-Entonces, ¿eso significa que nadie pasará la noche en prisión?

-Supongo que sí, al fin y al cabo, ¿a quién van a meter en la cárcel? No tenemos pruebas que delaten a ninguno de vosotros. Hay que esperar a ver qué dice la autopsia, y así veremos qué los mató y quién pudo haberlo hecho.

-Frank -Un hombre con gafas, pero musculoso, se acercó a nosotros a paso rápido. -, dicen que ya los podemos dejar. Solamente tienen que dejar su huella dactilar, firmar algunos documentos y los podemos dejar ir. -Dijo, dirigiéndose al agente.

Yo observé la conversación con precaución. Hablaron sobre si era buena idea dejarnos ir o si la mejor opción era hacernos pasar la noche en el calabozo para evitar más sustos. También comentaron quiénes eran los que tenían más probabilidades de ser acusados, y, por suerte, yo no estaba en la lista.

Con tinta, dejé mi huella dactilar en un folio junto a otros datos sobre mí, firmé seis documentos que me impedían salir del país o desaparecer hasta que recibiera una carta o algún aviso por parte de la policía, y, por fin, me dejaron ir.

Ya eran las tres de la mañana, pero el ambiente en la calle estaba bastante activo. Aunque los agentes les habían impedido el paso hasta la mansión, muchos periodistas habían conseguido colarse para conseguir una exclusiva. Algún que otro, al verme salir, se acercó para preguntarme qué había sucedido, pero les aparté, pues salir en la televisión después de cometer unos cuantos asesinatos no formaba parte del plan.

Llegué a casa en autobús minutos más tarde. Abrí la puerta, encendí las luces, y...

-¡Me cago en todo! -Cuatro hombres musculosos se encontraban en mi salón junto a pistolas, machetes y más armas de las que no sabía sus nombres. Uno descansaba en el sofá con unas gafas de sol, otros dos charlaban con la espalda apoyada en una pared y, el más alto y fuerte, me observaba con un cigarrillo en la boca.

-¡Pero mirad quién ha llegado! -Exclamó el último mientras tiraba el cigarrillo al suelo y lo pisoteaba. Llevaba un bate con el que daba pequeños golpes a su mano al mismo tiempo que se acercaba. -¡Nuestro mejor amigo, el magnífico Cocinero!













































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