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Parte 8: Lidia

Sia despertó adolorida y fatigada, y el único ruido que creía oír eran murmullos a lo lejos. Estaba tirada de forma incómoda en una superficie dura con textura terrosa, rodeada de una profunda oscuridad que no le permitía distinguir casi nada a su alrededor. Se levantó pesadamente del suelo, agitando ligeramente la cabeza para disminuir el mareo que la embargaba, hasta lograr ponerse de pie. Sin embargo, al hacerlo se percató que había otras personas con ella.

―Edward... Joseph, Lili... ―murmuró, aliviada.

Hans, Ericka y Viper también estaban cerca, en el mismo estado de debilidad y confusión. Gradualmente todos fueron recobrándose hasta poder compartir la información que poseían. No obstante, incluso luego de una corta conversación, no lograron sacar nada en concreto para determinar la situación en la que se encontraban. Recordaban vagamente qué había sucedido antes de despertar en aquel tétrico lugar, de modo que sólo les quedaba armar unas pocas conjeturas.

―Entonces, de alguna manera Lord Belarus estaba al tanto de lo que pretendíamos ―dictaminó Lilian, pensativa―. Por lo que decidió actuar en nuestra contra... Pero aún no entiendo qué hacía en la ciudad el caballero sagrado del que hablaron.

―Posiblemente haya estado intentando lo mismo que nosotros ―opinó Ericka, ladeando la cabeza―. Hacer públicos los crímenes del Lord.

―Supongo que ahora eso da igual ―suspiró Edward, encogiéndose de hombros―. Lo importante es descubrir dónde estamos.

―Parece una arena de la lidia de mutágenos ―dijo Viper, sonriendo.

―No digas estupideces ―espetó Joseph―. ¿Qué tiene que ver...?

En ese instante unos débiles focos del techo iluminaron la pequeña sala en la que se hallaban. Las paredes parecían ser de concreto y estaban pintadas de un enfermizo tono entre mostaza y marrón. En una de esas paredes se abría una entrada de bordes irregulares obstruida por una pesada reja de barrotes negros, que permitía entrever una estancia mucho mejor iluminada, amplia y de techo alto. También era posible distinguir unas graderías circundando la gran sala, repletas de bulliciosos hombres y mujeres engalanados con majestuosos y extravagantes ropajes.

―Ya ven, es una arena ―afirmó Viper, asintiendo con satisfacción.

A diferencia de ella, los demás se vieron invadidos por el más profundo horror. Ahora sabían exactamente qué crímenes debían ser atribuidos a Lord Belarus: así como las clases medias de la ciudad disfrutaban de las sanguinarias lidias de mutágenos, el Lord organizaba las suyas propias con seres humanos para deleite de sus nobles y poderosos amigos.

―Por eso encontraban cadáveres cerca de la ciudad ―masculló Edward.

―No puede ser... esto no puede estar pasando. ―Lilian retrocedió unos pasos, incluso más aterrorizada que sus compañeros―. Nosotros vinimos como turistas de Ukriev... El Lord debe saber los problemas diplomáticos que tendrá si...

―Si realmente la gente importante de Krossia está metida en el asunto, no creo que les cueste mucho mover algunos hilos ―canturreó Viper, soltando una risilla.

―Pero...

En ese momento, un potente sonido similar al retumbar de un trombón los hizo sobresaltar. La multitud que cubría las graderías, ante el aviso, dejó de conversar entre sí y dirigió su atención a un podio ubicado en lo alto de una estructura dorada. Los miembros del Club podían observar, a través de los barrotes de su celda, que en la plataforma se encontraba un hombre de porte elegante y mirada seria. Sus cabellos grises y su arreglada barba le brindaban un aura de alta alcurnia que se veía mermada por la malicia que emergía de sus pequeños ojos azules.

―Damas y caballeros, me complace tenerlos una vez más para presenciar el espectáculo ―clamó el hombre utilizando un micrófono, a la vez que hacía ondear su capa para que todos pudieran apreciar la gran "B" que la adornaba―. Tal como les prometí, esta vez no veremos a unos simples perros harapientos muriendo de forma patética.

La multitud clamó y lanzó gritos de júbilo.

―Hoy nuestros invitados son unos jóvenes extranjeros ―continuó el que indudablemente era Lord Belarus―, que fueron lo suficientemente insensatos para venir a mi ciudad con perniciosas intenciones.

Surgieron abucheos por parte del respetable público.

―Pero, como cualquier forastero, ellos me subestimaron. Porque yo soy el dios de este lugar. Y como todo buen dios, exijo sacrificios. Ustedes, damas y caballeros, también son dioses que necesitan recibir tributos de sangre, ¿verdad?

Las aclamaciones fueron desbordantes.

―Las reglas seguirán siendo simples ―prosiguió el Lord―. Los extranjeros son seis y se enfrentarán a seis contrincantes escogidos personalmente por su servidor. Si nuestros invitados logran derrotarlos a todos, serán libres. Si no... pues recientemente uno de los líderes de Vojeraza me pidió que lo ayudara a conseguir algunos sujetos de experimentación. ¿No creen que sería buena idea apoyar la causa antiteísta?

La risa cundió entre la multitud.

―Los extranjeros podrán elegir libremente cuál de ellos confrontará a sus adversarios, hasta que ninguno pueda continuar ―añadió Lord Belarus―. Sin más que agregar, damas y caballeros, los invito a disfrutar de la lidia.

Nuevamente el sonido del trombón invadió el lugar, acompañado por los gritos y exclamaciones del público.

―Malditos enfermos ―masculló Joseph, pateando el suelo con furia―. Con razón se lleva mal con la Iglesia.

Sia, Lilian y Ericka se habían apartado a un lado, intentando contener el horror que sentían. Hans, aun más pálido de lo normal, se mantenía estático mirando al piso. Edward, con una mano entre los barrotes de la reja, tenía una expresión seria en el rostro, y Viper parecía estar tan alegre como siempre.

En eso, la reja comenzó a abrirse lentamente y el Lord anunció que el primer participante debía presentarse ante el público. Los miembros del Club se miraron entre ellos, sin saber qué hacer.

―Tenemos la reja abierta... tal vez... tal vez podamos... ―intentó decir Ericka con la voz temblorosa.

Joseph se acercó lentamente a la entrada para observar mejor al exterior. Por encima de las graderías, prácticamente ocultos entre las sombras, se encontraban varios hombres armados, con el uniforme de la guardia de Belarus.

―No podemos escapar.

―Yo iré ―anunció Edward repentinamente―. Yo iré y derrotaré a cualquier imbécil que ese desgraciado Lord mande.

―Pero... no sabemos lo que está planeando ―musitó Sia, al borde de las lágrimas.

―No importa. ―Edward, se quitó la camiseta para dejar al descubierto sus marcados músculos―. Soy el más fuerte aquí. Ese maldito noble cree que puede subestimarnos... ―Miró con seriedad a sus compañeros―. Yo debo ir, no pueden discutirlo.

―Por favor... ―Sia lo tomó de un brazo, sollozando―. Ten mucho cuidado.

―Por supuesto, no soy un hueso fácil de roer ―contestó él, desordenándole el cabello.

Sia lo soltó y Edward se dirigió a la entrada de la celda.

―Ve con todo, Ed ―dijo Joseph.

El aludido se limitó a asentir en silencio. Los demás también le dieron palabras de aliento, tras lo que finalmente puso pie en la arena de batalla. Al instante, la reja volvió a bloquear la entrada y la multitud de las graderías estalló en exclamaciones de emoción.

―El primer participante ha sido decidido ―anunció Lord Belarus―. Es hora de comenzar, damas y caballeros.

Edward aspiró profundamente y comenzó a estirar brazos y piernas a modo de calentamiento. El ejercicio formaba parte de su vida diaria desde poco después de unirse al Club del Terror, cuando tenía dieciséis años. En aquel tiempo su intención había sido conseguir destacar físicamente para atraer la atención de Sia y, aunque no dio resultado, Edward había terminado acostumbrándose a la rutina.

En más de una ocasión, tanto durante su época escolar como en la universidad, los equipos deportivos oficiales de diversas índoles lo habían invitado a unírseles, pero él siempre se negaba para poder contar con tiempo suficiente para el Club. Si bien muchas veces había pensado en abandonar su rutina de ejercicios ya que no le brindaba ningún beneficio tangible, en aquel momento agradecía profundamente poseer gran capacidad física. Incluso aunque fueran vanas esperanzas, tenía la oportunidad de proteger a sus amigos.

Mientras calentaba, Edward analizó atentamente la enorme arena en la que se hallaba. Era oval, sin ningún obstáculo u objeto en toda su extensión. Detrás de él estaba la celda donde se encontraban los demás y, justo al otro lado, debajo del púlpito de Lord Belarus, se erigía otra entrada similar. La reja de esta se abrió al cabo de pocos segundos, dando paso al que sería el primer contrincante.

Era un tipejo grande, vestido únicamente con un holgado pantalón andrajoso, lo que dejaba al descubierto gran parte de su curtida piel aceitunada. No parecía ser alguien nacido en Krossia, sino que tenía la apariencia de un extranjero venido de la Anarquía de los Amos del Desierto o alguna nación cercana. Tal vez incluso su origen pudiera remontarse al misterioso continente llamado Éfricum, lo cual lo convertía en alguien absolutamente imprevisible.

El sonido del trombón volvió a retumbar, dando inicio al combate. Edward, quien se había distraído analizando a su oponente, alzó los brazos con los puños cerrados, mientras lo rodeaba lentamente. Tenía conocimientos básicos de lucha libre y algunas artes marciales, pero confiaba más en su fuerza que en su habilidad. Su enemigo parecía tener el mismo estilo, ya que su andar era irregular y su improvisada postura de combate no revelaba ninguna táctica conocida.

Edward supuso que Lord Belarus y el aristocrático público esperaban que él mantuviera una actitud defensiva hasta que el otro lo atacara. Por eso, con la intención de utilizar la sorpresa a su favor, continuó moviéndose hasta acortar la distancia lo suficiente. Entonces, en menos de un segundo, abandonó su postura inicial y emprendió carrera contra su enemigo, alcanzándolo en pocos instantes.

El hombretón, sorprendido, intentó golpearlo, pero Edward se detuvo antes de estar a su alcance, y aprovechó el derrape para patear brutalmente una de sus piernas. Su contrincante perdió el equilibrio, ante lo que el chico le clavó un puño en el abdomen, obligándolo a retorcerse de dolor.

Pero, aprovechando la adrenalina producto del daño, el hombre de piel aceitunada fue capaz de tomar a Edward del cuello. Este no se dejó amilanar y colocó ambas manos en la cabeza de su enemigo, para luego forzarlo a agacharse con violencia hasta que la rodilla del chico golpeó su oscuro rostro. Al instante, Edward se liberó de la mano que sujetaba su cuello, y lanzó otro rodillazo contra la quijada del hombre, causando que se derrumbara.

El tipo cayó al suelo, y un silencio absoluto se impuso por unos segundos. Edward aprovechó para regular su respiración, temiendo que su oponente se recuperara en cualquier momento, pero se tranquilizó al cerciorarse que había perdido la consciencia. En eso, el público de las graderías estalló en aclamaciones y abucheos en cantidades similares.

―¡El primer encuentro ha concluido! ―exclamó Lord Belarus, ligeramente decepcionado―. ¡Como el participante aún está en pie pasaremos directamente al siguiente combate!

Edward chasqueó la lengua, maldiciendo al noble que no lo dejaba ni descansar un momento. Pero como quejarse era algo inútil, se apresuró a regresar a su posición original, cerca de la entrada de la celda donde estaban sus compañeros. Suponía que alguien recogería el cuerpo inconsciente del hombre de piel aceitunada, pero en su lugar la reja opositora se abrió para permitir la entrada del segundo contrincante.

Era más bajo que el anterior, y su piel blanca junto con su cabello rubio indicaban su procedencia del continente. Pero, gracias al uniforme que llevaba encima, se hacía indiscutible que formaba parte de la guardia de Lord Belarus. A pesar de su aparente juventud, los galardones y medallas que colgaban en el pecho de su camisa denotaban la increíble experiencia que cargaba encima. Afortunadamente no llevaba armas consigo, por lo que Edward mantuvo vivas las esperanzas de poder ganar nuevamente.

El trombón retumbó con potencia, y Edward adoptó su postura de combate mientras apartaba del rostro su cabello negro, húmedo por el sudor. A diferencia de lo sucedido con el enemigo anterior, contra el nuevo no podría simplemente confiar en la fuerza bruta. Era un soldado, seguramente con varias horas de entrenamiento militar encima y aun más horas de servicio en el campo. Pero, desde el punto de vista del chico, esa experiencia podía llevar a que se confiara demasiado. Por eso su oportunidad radicaba en aprovechar cualquier error que el guardia cometiera.

Tal como se lo esperaba, el hombre rubio arremetió contra él con rapidez. Edward apenas tuvo tiempo de esquivar la acometida, tras lo que intentó lanzar una patada. El soldado, aprovechando el ataque, tomó al chico de la pierna y se preparó para partirle la rodilla. Afortunadamente, Edward fue capaz de liberarse del agarre arrojándose al suelo con violencia. Su contrincante, en lugar de seguirle el juego y caer junto a él, lo soltó para retroceder unos pasos y volver a posicionarse con la intención de iniciar una nueva ofensiva.

El chico se vio obligado a retroceder arrastrándose para esquivar las agresivas pisadas que el guardia intentaba propinarle, pero logró impulsarse con sus brazos y espalda para plantar sus zapatos en el abdomen de su enemigo. El hombre quedó sin aire durante unos instantes, por lo que Edward decidió acabarlo y se levantó para tomarlo de la cabeza con una mano. Asumió que el guardia no tendría tiempo para reaccionar, por lo que preparó el puño de su mano libre apuntando directamente a su quijada.

El potente golpe dio en el blanco, mas antes de conseguirlo, el guardia había sido capaz de extraer una cuchilla, oculta en una de sus mangas. El hombre rubio cayó al suelo, inconsciente, mientras Edward lanzaba un aullido de triunfo, que fue repetido por la emocionada multitud desde todos lados de las graderías. El chico sentía que la adrenalina lo invadía por completo, considerando que si seguía con su buena racha realmente podría llegar ser el protector de sus amigos.

No obstante, cuando su emoción decreció se vio obligado a caer de rodillas, mientras un insoportable dolor se expandía desde el costado de su vientre. Bajó la mirada y descubrió que su enemigo había logrado apuñalarlo con la cuchilla secreta, cuyo mango sobresalía sanguinolentamente de entre sus costillas. Edward escupió sangre y su mirada comenzó a oscurecerse, mientras un potente mareo lo invadía.

―El segundo encuentro ha concluido, señoras y señores, y la suerte de nuestro invitado parece haber llegado a su fin ―anunció Lord Belarus, recibiendo aclamaciones del público―. ¡Pero la lidia aún no ha llegado a su punto más álgido! ¡Prepárense para lo mejor!

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