Parte 7: Investigaciones
Lilian y Hans, acompañados del gato sonriente, no tuvieron problemas para ingresar al castillo de Lord Belarus. Una sección específica de la edificación estaba abierta al público a modo de museo, exponiendo el árbol genealógico de la noble familia, así como algunas obras de arte representativas de la ciudad. Ellos sabían que revisar el museo no era suficiente para proseguir con la investigación, pero adentrarse en las zonas restringidas resultaba demasiado riesgoso.
Lilian no paraba de observar continuamente a su alrededor, esperando encontrar algo que pudiera ayudarlos. Hans, en cambio, pensaba que debía aprovechar la ocasión para entablar conversación con ella.
―Que suerte que... ―dijo el chico, tragando saliva―. Que no hayan dicho nada sobre el gato.
Lilian lo miró, extrañada. Efectivamente, los guardias y empleados los habían dejado ingresar al museo sin poner reparo alguno en el animal que la chica llevaba consigo. Más que una especial consideración por el felino, daba la impresión que nadie más que ellos podía percatarse de su existencia. No obstante, la sorpresa de Lilian no se debía a aquel peculiar hecho, sino a que, por un momento, había olvidado que iba acompañada del chico. Tampoco era demasiado complicado obviar la presencia de Hans, con los rizos rubios que coronaban su grácil rostro, parecía más una frágil doncella que el hombre que supuestamente era.
―Es mejor que nadie diga nada sobre mi gatito ―respondió Lilian―. No soportaría dejarlo sólo en esta ciudad.
―Entiendo. ―Hans ladeó la cabeza, recordando que su amiga había afirmado antes que no pensaba quedarse con el animal―. Y... ¿Ya le has puesto un nombre?
―Un nombre... ―La chica levantó al felino a la altura de su rostro―. Tiene cara de llamarse... Cheshire. ¿Qué opinas? ¿Le queda bien?
―Sí, es muy bonito.
El gato recién bautizado repentinamente se liberó de los brazos de Lilian y cayó al suelo con elegancia. Tanto su cabeza y su cola estaban levantadas, como si algo hubiera llamado su atención. Olisqueó en el aire y, tras erizarse, comenzó a caminar con dirección a una de las salidas del museo.
―¿Qué sucede? ―La chica se apresuró a recogerlo, pero el gato se zarandeó con molestia―. No ha pasado nada para que te asustes así, Cheshire.
Hans, alarmado por la repentina brusquedad del comúnmente manso animal, intentó encontrar el origen de su temor. Salvo por los turistas que vagaban por las salas y pasillos aledaños, junto a los empleados y guardias haciendo sus respectivos trabajos, el lugar no tenía mayor actividad. Sin embargo, con el rabillo del ojo captó algo que le llamó ligeramente la atención.
―Hay un noble por ahí ―informó a Lilian, inesperadamente serio―. Cerca del cuadro del caballo, al lado de la estatua negra.
La chica y el gato dejaron de combatir y prestaron atención hacia donde Hans indicaba.
―¿Cómo lo sabes? Sólo veo turistas normales.
―El símbolo que lleva en una de las mangas de su saco ―explicó Hans, observando con disimulo―. No es miembro de la familia de Lord Belarus, es un noble de otra ciudad.
Lilian ladeó la cabeza y abrazó al gato con suavidad para levantarlo.
―¿Eso es sospechoso?
―Podemos ignorarlo o intentar seguirlo.
La chica alzó una ceja, sorprendida por la inesperada sagacidad de su amigo. Sonrió ligeramente y acomodó a Cheshire entre sus brazos.
―Está bien, vamos a por él.
...
Viper, emocionada, se detuvo frente a una amplia vitrina que exponía una pequeña y honda arena de lucha. El suelo polvoriento estaba marcado por diversas líneas y puntos que dividían distintas áreas, y a cada extremo del campo se erigían un par de pedestales. En dichos podios, atrapados en jaulas de férreos barrotes, se encontraban dos extrañas criaturas, con la apariencia de un reptil emplumado y de un perro insectoide, respectivamente. Ambos seres se miraban mutuamente con profundo odio, mientras berreaban y aullaban golpeándose contra los barrotes.
―¡Increíble! ―exclamó la chica, esperando con ansias que empezara el combate.
―¿Qué diablos es esto? ―preguntó Joseph, acercándose a la vitrina―. ¿Alguna especie de ritual demonista?
―Es una lidia de mutágenos ―indicó Ericka, la cual estaba leyendo un panfleto que había recogido en la entrada del establecimiento―. Parece ser una práctica común en Belarus, aunque no gusta tanto en otras ciudades de Krossia.
Joseph chasqueó la lengua. No era especialmente moralista, pero un espectáculo de esa naturaleza le parecía muy desagradable.
―Pensé que las peleas de animales eran ilegales en toda Auria.
―No son animales, míralos ―dijo Viper, sin poder ocultar su excitación―. ¡Son monstruos!
En ese instante sonó una campanilla y las jaulas se abrieron para dar inicio a la pelea. El ser con forma de perro aprovechó los aguijones de sus múltiples colas para atacar, mientras se defendía con el exoesqueleto que cubría sus alas transparentes. Su contrincante, en cambio, era mucho más feroz y se abalanzó confiando en el poder de su mandíbula sin importarle el daño que recibía. Tras unos segundos de combate, el perro cayó abatido, sin colas y sin cabeza, mientras que el reptil emplumado se alzaba vencedor, tras lo que murió por envenenamiento.
―Que estupidez ―comentó Joseph―. Permitir esto debe ser el crimen del Lord.
―No estoy segura ―opinó Ericka―. Liline tiene razón, los mutágenos no son considerados animales. Solamente la Iglesia se esfuerza por darles derechos y protección, pero la mayoría de naciones los usan como herramientas. No creo que nadie vaya a señalar a Lord Belarus como criminal sólo por esto.
―¡Vayamos a ver los otros enfrentamientos! ―propuso Viper, pero Joseph y Ericka se negaron rotundamente.
Aquel peculiar coliseo se dividía en variadas salas donde se desarrollaba cada uno de los combates. Los dueños de los mutágenos llevaban consigo todo un contingente de monstruos, lo cual no era complicado ya que la mayoría no medía más de treinta centímetros. Durante toda la tarde, y especialmente durante la noche, se realizaban los encuentros hasta que casi todos los mutágenos quedaban inservibles, mientras que sus dueños y los que habían apostado por los monstruos ganadores regresaban a sus hogares un poco más ricos.
El anochecer estaba cerca y aquel establecimiento era el último que les tocaba revisar. No habían hallado nada de importancia en los casinos, casas de apuestas y demás centros de entretenimiento de la ciudad, por lo que les sentaba mal irse sin nada. Pero, antes de salir del coliseo, Viper jaló a sus compañeros hasta una sala algo alejada de las demás.
―¿Qué haces? ―espetó Joseph, empujándola―. Si quieres satisfacer tu sadismo no nos metas a nosotros.
―Miren, esto parece especial ―repuso Viper, ignorándolo.
En la sala se estaban preparando para dar inicio a otro de los combates. Pero, tal como había dicho Viper, los monstruos participantes no parecían ser mutágenos comunes y corrientes. A diferencia de los usuales, ambos contrincantes eran bípedos, tenían poco pelo y debían medir por lo menos un metro de altura.
―Parecen humanos ―murmuró Ericka, sintiendo que un escalofrío le recorría la espalda.
No sólo su apariencia simiesca era perturbadora, sino que también tenían cierto grado de inteligencia. Ninguno de ellos estaba encadenado o atado, pero se mantenían erguidos en sus respetivas posiciones, mientras sus dueños les susurraban cosas al oído.
―Oigan, ustedes ―espetó un hombre vestido de traje, acercándose a los chicos―. Este es un evento especial, todo el público está obligado a apostar.
―Vámonos ―dijo Joseph, dando media vuelta para salir de la sala.
―¡Pero yo quiero ver quién gana! ―exclamó Viper, haciendo un puchero.
―No creo que tengamos dinero suficiente ―indicó Ericka, mirando fugazmente el tablero de apuestas.
Se retiraron apresuradamente, mientras sonaba la campanilla y las exclamaciones de ánimos se mezclaban con los gritos de furia y dolor. Joseph y Ericka coincidieron en que no deseaban estar ni un segundo más en aquel establecimiento, por lo que se dirigieron directamente a la salida. Viper, por su parte, se limitó a seguirlos con aburrimiento, pero repentinamente una tétrica sonrisa se formó en su rostro.
―Por cierto... ―dijo la chica, enrollando su mechón verde con un dedo, luego de dar unos cuantos pasos fuera del local―. Alguien nos está siguiendo.
Joseph y Ericka se detuvieron bruscamente, mirándola con sorpresa.
―Nos ha estado acechando desde que nos separamos de los otros ―continuó Viper―. Esperen... creo que hay más de uno. ¿Qué hacemos? ¿Los asesinamos?
―Me da mala espina ―susurró Joseph, ignorando la última pregunta―. Vayamos a la plaza como planeamos.
―Pero eso podría poner en riesgo a los demás ―consideró Ericka, compungida.
Joseph chasqueó la lengua, ciertamente no era sensato llevar a sus supuestos perseguidores hasta el punto de encuentro del grupo.
―Nos han rodeado ―informó Viper, sin rastro de preocupación en su voz―. No creo que podamos escapar.
Joseph y Ericka tragaron saliva, preparándose para lo que sea que les esperaba.
...
Sia y Edward no tuvieron muchos problemas recorriendo los mercados de los bajos fondos de Belarus, pero conseguir información importante no resultó tan sencillo como esperaban. Los lugareños, si bien eran amables ya que sus negocios sobrevivían gracias al turismo, se mostraban reticentes a hablar más de la cuenta sobre el Lord que dominaba la ciudad. Por ello, los chicos decidieron evitar lanzar preguntas directas sobre el noble, para en su lugar enfocarse en otros datos llamativos que, tal vez, pudieran tener alguna conexión.
Gracias a su estrategia pudieron enterarse de algunas noticias locales, así como ciertos rumores considerablemente interesantes. Al parecer, desde hace un buen tiempo se venían produciendo inexplicables muertes entre los habitantes de la ciudad. No era raro encontrar un o dos cadáveres flotando en los ríos cercanos a la urbe, o entre la basura que se acumulaba fuera de las murallas.
Lamentablemente, aquellas víctimas, generalmente hombres jóvenes y adultos, pertenecían a los estratos más bajos de la población, por lo que tan sólo sus familias lloraban sus muertes. Por lo demás, a la gente de Belarus no le convenía que cosas tan escabrosas se hicieran públicas entre los turistas, por lo que comúnmente no se hablaba de manera amplia de los casos. Incluso la prensa ignoraba conscientemente los sucesos y, si bien las muertes eran mencionadas como accidentes y tragedias de similar índole, se mantenía la atención general centrada en eventos más agradables.
Edward consideraba que aquella información era de suma importancia, y agradecía tener a Sia consigo, ya que él solo no hubiera podido soltar la lengua de los habitantes. La pequeña chica era increíblemente elocuente y simpática, de modo que tanto hombres como mujeres no podían evitar verse encandilados por su tierna apariencia infantil y su inocencia natural.
Por eso, mientras Sia interrogaba a los dueños de los puestos del mercado en el que se encontraban, Edward se mantenía a cierta distancia, curioseando las extrañas cosas que los vendedores ofrecían. La noche estaba cada vez más cerca, por lo que el chico concluyó que habían recolectado suficiente información para compartir con el grupo, por lo que era hora de retirarse.
Se volvió hacia Sia y se sorprendió al verla acorralada entre dos tipos de apariencia huraña. Posiblemente, pensó, eran los clásicos desadaptados sociales que disfrutaban intimidando a chicas inofensivas, fauna humana natural de la zona en la que se encontraban.
―¿Terminaste, Sia? ―preguntó Edward, acercándose.
Uno de los tipos volteó agresivamente hacia el chico, dispuesto a espantar a cualquiera que se interpusiera entre él y su presa. Su compañero hizo lo mismo, pero al ver a Edward ambos palidecieron y se vieron obligados a retroceder amedrentados. Edward no era alguien a quien cualquiera pudiera hacer frente, especialmente cuando se ponía serio. Midiendo poco más de metro ochenta de estatura y con casi cien kilos de puro músculo, era una mole comparado a los otros miembros masculinos del Club del Terror.
―Sí, volvamos con los demás ―afirmó Sia, con la voz temblorosa―. Vámonos.
Los infames hombres que habían acorralado a Sia aceptaron silenciosamente su derrota y se retiraron sin buscar mayores problemas. Edward suspiró, aliviado. No hubiera tenido ningún problema en darles una lección a ambos si hubieran decidido ponerse violentos, pero prefería evitar llamar demasiado la atención.
Salieron del marcado rápidamente, y notaron que la iluminación exterior comenzaba a encenderse. Sin dilación, se pusieron en marcha con dirección a la plaza, completamente en silencio.
―Me pregunto cómo le estará yendo a nuestros queridos y respetables amigos ―preguntó Edward luego de unos segundos, viendo de reojo que Sia parecía decaída.
―Lili y Hans deben estar bien. Y los demás...
Edward lanzó una risotada.
―Ya lo imagino, el camarada Irolev debe estar disfrutando de las forzadas atenciones de la Lolita Gótica... ―Carraspeó fuertemente al notar que el gesto de Sia se hacía aun más afligido―. Pero la presidenta está con ellos. Ella impondrá orden, seguro.
Continuaron el recorrido, nuevamente en silencio. Edward suspiró, consciente de que su intento por animar a Sia había fracasado miserablemente. Resultaba mucho más sencillo tratar con ella cuando Joseph estaba cerca, porque sin él siempre parecía deprimida. Aquello resultaba muy molesto para Edward, quien consideraba a Joseph una forma de vida miserable, a pesar de que también lo apreciaba como amigo y lo admiraba como fan del terror.
―Edward... mira ―susurró Sia repentinamente, haciendo un gesto con la cabeza.
El chico obedeció y, a lo lejos, distinguió la silueta de una persona que destacaba entre los turistas que vagabundeaban por las calles. Era un hombre vestido con un traje blanco con encajes dorados, mayormente cubierto por una capa nívea que le caía hasta la mitad de las piernas. A pesar de la distancia que los separaba, Edward pudo distinguir que, en una de sus mangas apenas visible por encima de la capa, llevaba un peculiar símbolo: la simple silueta de un pez dorado, cuyo interior contenía una cruz formada por dos espadas plateadas.
―Un caballero de la Orden Sagrada ―murmuró Edward, sin poder dar crédito a lo que veía.
―Pensé que Lord Belarus estaba peleado con la Iglesia ―consideró Sia, confundida.
Pero aquel hecho realmente explicaba la manifestación de un caballero de una de las más temidas órdenes militares neocristianas en la ciudad. La Orden Sagrada actuaba como el servicio de inteligencia internacional de los Estados Papales, y comúnmente se dedicaba a velar por el orden de las naciones de Auria, así como a mantener informado de absolutamente todo al Sumo Pontífice. Si bien en la mayoría de casos su presencia era anunciada públicamente y los diversos gobiernos del continente los aceptaban gustosos en sus respetivos territorios, también existían rumores que no necesitaban pedir permiso para ejercer sus principios básicos: estar en todos lados, saberlo todo y ejercer su poder en nombre de la Iglesia.
―No tiene sentido ―Edward se acarició la barbilla―. Si está actuando como espía no debería llevar su uniforme.
―Se está yendo... ¿Qué hacemos?
El chico meneó la cabeza, indeciso. Ya casi era hora de reunirse con los demás, y seguramente les crearían preocupaciones innecesarias si se les hacía tarde. Pero, sin lugar a dudas, la presencia del caballero era un hecho absolutamente importante para el reto al que se enfrentaban.
―Tal vez lo mejor sea que yo lo siga ―propuso Edward―. Sia, vuelve con los demás y diles...
―¡No te voy a dejar solo!
―Aprecio tu preocupación, pero si ambos nos demoramos... ―Vio con el rabillo del ojo que el caballero acababa de ingresar a un callejón―. No tenemos tiempo... Está bien, vamos a por él.
Sia asintió y se apresuraron a movilizarse entre la multitud, hasta alcanzar el tétrico camino por el que el caballero había desaparecido. Edward no deseaba poner en peligro innecesario a su amiga, pero no podía perder tiempo discutiendo por lo que ambos se adentraron al mal alumbrado pasaje.
Tras dar unos cuantos pasos, el bullicio de la calle principal se fue perdiendo, y el callejón se hizo aun más oscuro. Para emporar las cosas, no encontraron ni rastro del caballero blanco.
―Volvamos, no me gusta cómo está yendo esto ―murmuró Edward, dando media vuelta.
Pero no pudieron regresar por el camino que habían tomado. Allí, en medio de la oscuridad, avanzaban hacia ellos unas tres oscuras siluetas irreconocibles.
―¿También son caballeros? ―preguntó Sia, aterrada, mientras se ocultaba detrás del chico.
―No... ―Edward chasqueó la lengua y alzó ambos brazos a la altura del pecho con los puños cerrados―. Son hombres de Lord Belarus.
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