Parte 2: Sangre nueva
Gracias a la sesión de estudio, Sia y Joseph pudieron rendir el temido examen sin problemas. Tras ello, las demás clases pasaron con rapidez y, finalmente, al atardecer se juntaron con sus amigos en la sala del Club del Terror. Sia les había comentado por mensajes lo sucedió con respecto a la memoria portátil, por lo que todos estaban muy emocionados. Sin perder tiempo, se sentaron alrededor de la gran mesa ubicada en el centro del salón e instaron a Joseph a mostrar lo que tenía cuanto antes.
―Ya está ―dijo él, luego de que la memoria se conectara a su laptop―. Al final quedamos con esto.
El chico abrió el archivo ejecutable, mostrando la pantalla negra titulada "Juego" con las frases "Cinco Retos. Seis participantes. Un ganador". Sus amigos parecieron levemente decepcionados al encontrar un desenlace tan poco complejo.
―¿No hay nada más? ―preguntó Edward, haciendo equilibrio con su silla―. Hasta yo podría crear una aplicación más interesante.
―También hay una historia de terror ―mencionó Sia, manipulando la laptop para abrir el susodicho foro―. Miren.
―No vale la pena leerla ―aseguró Joseph con una sonrisa despectiva―. Es una leyenda urbana.
Edward, Lilian y Hans ignoraron el comentario y se juntaron frente a la pantalla. Los dos chicos parecían sumamente atrapados por el relato, pero Lilian perdió el interés rápidamente y se volteó hacia Sia y Joseph.
―Por cierto ―dijo ella, haciendo ondear su cabello dorado―. Ericka me informó que alguien quiere unirse al Club.
―Pobre presidenta―comentó Edward, desviando su atención de la leyenda por un momento―. Por querer ser la reina abeja de la universidad no puede unirse a nosotros. Le debe doler que alguien más esté intentándolo.
Sia asintió levemente. Ericka Francoise era la presidenta del Consejo Estudiantil de toda la facultad, lo que la colocaba prácticamente al nivel del decano en cuanto a autoridad. Sin embargo, esto la atiborraba de responsabilidades y deberes que consumían casi todo su tiempo libre. Aunque muchas veces ella había comentado que le gustaría poder darse un respiro participando en las actividades del Club del Terror, ya que también era una gran fanática del género.
―Supuestamente el interesado va a venir hoy para que podamos conocerlo ―prosiguió Lilian―. ¿Qué hacemos?
―Cuando lo tengamos enfrente le pediremos amablemente que se vaya a pelar nabos ―propuso Joseph, con seriedad―. Nuestro Club es exclusivo.
―Vamos, Joseph, no seas cruel ―dijo Sia, haciendo un puchero―. Si alguien quiere unirse a nosotros debemos darle una cálida bienvenida.
―Es inaceptable aceptar a alguien más. Nosotros nos conocemos desde secundaria.
―¡Pero estábamos dispuestos a incluir a Ericka!
―A ella se lo debemos ―repuso Joseph, encogiéndose de hombros―. Usó sus influencias para que el Club sea reconocido oficialmente. Nadie más puede ser una excepción.
―Entonces tenemos un voto a favor y otro en contra ―indicó Lilian, suspirando. Se volteó hacia Edward y Hans y les hizo una seña con la mano―. ¿Qué opinan ustedes?
―El camarada Irolev tiene razón, nosotros fuimos cinco miembros, somos cinco miembros y seremos cinco miembros ―afirmó Edward con fingida solemnidad―. Hasta que la presidenta se una, entonces seremos seis.
―Puede ser una buena idea contar con alguien más ―murmuró Hans, tímidamente.
―Entonces es un empate ―concluyó Lilian meneando la cabeza―. ¿Se han confabulado para dejarme a mí la última palabra?
―Por favor, Lili ―rogó Sia, tomándola de las manos―. No caigas al nivel de Joseph y Edward. Debemos ser amables con quien sea que quiera unirse, ¿sí?
Lilian dudó durante unos instantes, ya que le daba mala espina que repentinamente un desconocido mostrara interés por un Club tan peculiar como el suyo. Pero no podía resistir la mirada de cachorrillo de Sia, por lo que al final dio su brazo a torcer y votó a favor del nuevo integrante.
―¡Genial! ―exclamó Sia, dando palmaditas.
―No esperen que sea amable con el nuevo ―indicó Joseph, chasqueando la lengua.
―Si algo sale mal podremos culpar a Lilian y a Hans ―aseguró Edward, asintiendo―. Las mujeres son demasiado emocionales.
―Pero yo soy hombre ―musitó Hans.
―¿Quieres problemas, Edward? ―espetó Lilian, cruzando los brazos.
―Vamos, llevemos la fiesta en paz ―pidió Sia, y se dirigió a Edward y Hans―. ¿Qué tal está la leyenda urbana?
Edward soltó un suspiro.
―Es una historia básica. Una entidad incomprensible propone enigmas y juegos a sus víctimas, y ofrece grandes premios a cambio. Supuestamente es invencible y no hay manera de escapar a su influencia una vez que escoge a sus víctimas.
―Por eso no quería leerla ―comentó Joseph, sonriendo por lo que consideraba un triunfo―. Todas las leyendas urbanas son pérdidas de tiempo.
―Pero... hay una parte interesante ―indicó Hans con inesperada seriedad―. Dice que fue derrotado una vez y desde entonces ha estado vagando entre dimensiones y universos paralelos.
―¿No que era invencible? ―acotó Lilian, con una ceja levantada.
―Clásico error de ese tipo de leyendas ―aseguró Joseph―. Poseen más contradicciones que una reflexión metafísica.
Aquella afirmación inició una incoherente discusión acerca de la metafísica y su carácter científico. Como ninguno de ellos tenía amplios conocimientos de las ciencias duras ni suaves, el conjunto de argumentos confusos y desordenados los llevó a perderse en las ramas, hasta que terminaron hablando sobre la comida típica del Gran Imperio Rojo.
En medio de su incomprensible conversación, escucharon que alguien tocaba suavemente la puerta del salón. Los cinco se callaron de golpe, sabiendo que aquello sólo podía ser señal de que el nuevo había llegado. Sia se sentía ansiosa por mostrar la cara amable del Club, mientras que Lilian y Hans compartían parte de su emoción. A Edward le daba igual y Joseph, con el ceño fruncido, había decidido hacer lo posible por obligar a huir al intruso.
―Adelante... ―dijo Sia, viendo que nadie más pensaba decir algo.
La puerta corrediza se abrió con lentitud y una chica ingresó a la sala. La piel de sus brazos y piernas era increíblemente pálida y contrastaba con las ligeras ropas negras que llevaba encima. Su cabello color paja le llegaba hasta los hombros y estaba decorado por un mechón de un intenso color verde que le caía cubriéndole uno de sus sombreados ojos esmeralda. Poseía una mirada que denotaba inocente curiosidad, pero su boca de labios escarlata parecía formar una ligera mueca burlona de manera inconsciente.
Los miembros del Club se miraron mutuamente, sin saber qué hacer. Finalmente, todos clavaron sus ojos en Sia, a quien denominaron silenciosamente como la encargada de la diplomacia. Ella, suspirando, aceptó el cargo y se levantó de su silla para acercarse a la recién llegada.
―Buenas tardes, Ericka nos avisó que ibas a venir. Estás interesada en unirte al Club, ¿verdad? ―Sonrió amistosamente―. Por cierto, soy Siara Bohdan.
―Efectivamente, es tal como dices ―contestó la extraña chica con un tono de voz suave y ondulante, similar al sisear de una serpiente―. Me llamo Liline Viper, es un gran placer presentarme ante ustedes, futuros compañeros.
―Habla como mi abuela ―susurró Edward al oído de Joseph.
―Prácticamente somos tocayas ―indicó Lilian, animada―. Soy Lilian Valliere. ―Se giró hacia los chicos―. Ustedes, preséntense también.
―Sí, su majestad. Soy Edward Schmidt. ―Miró a Viper de pies a cabeza―. Si no tuvieras tan buen cuerpo podría considerarte una lolita gótica.
―¡No digas esas cosas! ―exclamó Sia y miró a la nueva―. Lo siento, Edward tiene un sentido del humor exagerado.
―No me molesta ―respondió Viper, sonriendo―. Creo que nos llevaremos bien.
―Yo soy Hans... Hansel Krauss ―dijo el tímido muchacho ver que había llegado su turno.
Luego un incómodo silencio se impuso por un par de segundos, y todos dirigieron sus miradas a Joseph, quien era el único que faltaba. El chico, sintiendo la presión, chasqueó la lengua y se levantó bruscamente, causando que su silla soltara un molesto chirrido.
―Soy Joseph. ―Miró a Viper hoscamente―. ¿Por qué quieres unirte? ¿Qué sabes tú de terror?
―¡Joseph! ―exclamó Sia, molesta por la actitud de su amigo.
―Parece que es la hora de un duelo ―aseveró Edward con burlona seriedad―. ¡La nueva versus el gran maestro Irolev!
―Suena interesante ―indicó Lilian, sonriendo.
Sia meneó la cabeza, considerando que estaban generando una situación embarazosa.
―Pero...
―Está bien ―afirmó Viper, enrollando su mechón de cabello verde―. Parece divertido.
Plantearon las reglas rápidamente. Por turnos, cada uno propondría una película o libro de terror y el contrincante tendría que probar que lo había visto o leído. Edward, Lilian y Hans actuarían como jueces, buscando en la red las obras mencionadas para asegurarse de la veracidad de la información brindada. Sia, por su parte, no estaba de acuerdo en presionar tanto a Viper por lo que se abstuvo de participar.
El encarnizado duelo duró hasta el anochecer. Joseph, subestimando a su adversaria, había decidido ganar rápidamente por lo que en sus primeros turnos soltó las películas más antiguas y excéntricas que conocía. Para su total consternación, Viper no tuvo dificultad en hablar de todas ellas y al final ganó mencionando un libro escrito poco después del Gran Cataclismo que, según la red, sólo un puñado de personas había logrado leer, aunque sin lugar a dudas existía.
―¡El incomparable Joseph Irolev ha mordido el polvo! ―exclamó Edward tras finalizar la contienda―. Todo terminó, señores. El título de campeón ha pasado a nuevas manos.
―Maldición ―masculló Joseph, enfurecido al ver que una desconocida había probado tener mayor conocimiento que él―. Me da igual, me voy a casa.
―Espera, Joseph ―dijo Sia, quien creía que aún no le habían dado una cálida bienvenida a Viper, intentando detenerlo―. No te vayas.
El chico la apartó sin mucha delicadeza y abrió la puerta corrediza del salón con violencia. No obstante, no pudo retirarse tan velozmente como tenía pensado, ya que una pequeña persona le estaba impidiendo el paso. Era una niña de aproximadamente trece años vestida con un sencillo conjunto blanco. Su largo cabello ondulado, rojo como la sangre, junto a sus grandes ojos de iris violeta, le daban un aspecto inusual e incluso un poco intimidante.
―¿Quién diablos eres tú? ―espetó Joseph, dispuesto a soltar su ira con cualquiera que se pusiera en su camino.
―Soy Envy ―contestó la extraña niña mientras sonreía abiertamente―. He venido para dar comienzo al Juego... otra vez.
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