Parte 15: Penumbra
Sia y Joseph avanzaban lentamente por un penumbroso y húmedo túnel con paredes de piedra. Hacían su mejor esfuerzo en ignorar el fétido olor que invadía el lugar, mientras intentaban seguir el paso raudo de Jana. Ella sostenía firmemente un fusil de asalto cuya linterna integrada en su cañón funcionaba como su única fuente de luz.
―Está demasiado tranquilo ―musitó Sia, pegada a Joseph.
―Da mala sensación ―respondió él―. Eh... Jana, ¿no es extraño que sea tan fácil pasear por aquí?
―Cállate, no hagas preguntas innecesarias ―espetó la aludida sin siquiera voltear―. Los trabajadores de las alcantarillas deben estar coludidos con los Hijos de la Democracia. No temen que alguien desconocido venga aquí por pura casualidad.
Continuaron caminando en silencio, hasta que Jana apagó la linterna de su arma, se la colgó en un hombro, y se detuvo repentinamente, haciendo una señal a sus compañeros para que se ocultaran. La oscuridad absoluta resultante fue reduciéndose lentamente mientras un grupo de por lo menos una veintena de rebeldes armados se acercaba a través de un pasaje cercano.
Jana se apresuró a seguirlos manteniendo una distancia prudente. Joseph y Sia se resignaron a imitarla, aunque pensaban que lo más sensato era alejarse de ellos. Los desdichados hombres, incapaces de sospechar lo que sucedía, mantuvieron su andar lento y despreocupado, mientras charlaban animadamente sobre el atentando que iban a cometer en poco más de un día. Sus voces y risotadas bastaron para cubrir el leve eco de los pasos de los chicos que los acechaban amparados en las sombras.
Tras un corto trayecto, los rebeldes se separaron en un cruce de caminos, y Jana centró su atención en el grupo más reducido. Continuaron tras los hombres hasta llegar a una pequeña sala de máquinas, donde los cuatro individuos que componían el conjunto se detuvieron a descansar. Lamentablemente para ellos, Jana había terminado de calcular sus posibilidades y, tras desenfundar un puñal, se dispuso a eliminarlos.
No hubo ni un disparo o un grito. La chica le rompió el cuello al más cercano, acuchilló la yugular del siguiente y aplastó la cabeza del tercero con la culata de su propio fusil. El último terminó con el puñal clavado directamente en el corazón, con las costillas atravesadas a un nivel quirúrgico.
―¿Los has... asesinado? ―preguntó Joseph horrorizado al observar los cuerpos ensangrentados de los desdichados rebeldes.
Sia, aun más impactada que él, cubrió su rostro con sus manos, incapaz de poner un pie dentro de la estancia. El chico tragó saliva, consciente de que su supuesta aliada realmente era mucho más peligrosa de lo que había podido suponer. Ni siquiera en Belarus habían llegado a ver un cadáver humano con sus propios ojos, por lo que no tenían ni idea de cómo reaccionar.
―Mejor ellos que nosotros ―contestó Jana secamente, prendiendo la luz de su fusil―. Nos detendremos aquí por un momento―. Revisó su reloj de muñeca―. Calculo que dentro de unos minutos deberemos ir al punto de encuentro. Los demás ya deben estar en camino al ingreso de las alcantarillas desde la ciudad.
Joseph meneó la cabeza.
―¿Vamos a esperar aquí? ¿Con estos tipos... muertos?
―¡Entren de una vez! Si alguien los ve afuera darán la voz de alarma.
El chico sabía perfectamente de que no resultaba sensato provocar a una psicópata, por lo que tomó a Sia de los hombros y la impulsó a ingresar. Ambos se pegaron a una de las paredes, alejados de los cadáveres, y se sentaron en el suelo.
―¿Por qué haces esto? ―preguntó Sia en un susurro.
―¿Por qué los ayudo? ―Jana dejó escapar una risa burlona―. Esa maldita cosa, el Embaucador, nos está obligando a hacerlo. Aunque fue ese monstruo quien ayudó a Markus a escapar del Infierno de Rypriat... ―Su mirada se ensombreció―. Pero...
―¿Pero?
Jana desvió la mirada, inesperadamente turbada.
―No sólo dejó ir a Markus. También liberó a alguien aterrador... Un siervo del caos que...
La chica no pudo completar la frase, porque un lejano estruendo seguido de un ligero temblor de tierra los hizo sobresaltar a los tres. El evento se repitió un par de veces más, haciéndose cada vez más fuerte, hasta que el piso de la sala se resquebrajó. Jana fue capaz de apartarse a un lado, pero Joseph y Sia no tuvieron tanta suerte y cayeron a la oscuridad del abismo que se abrió bajo ellos.
...
Markus, de brazos cruzados, se mantenía estático, con la mirada fija en la oscuridad que plagaba el túnel de alcantarillado. A pesar de la aparente serenidad de su porte y de su rostro inexpresivo, sentía que era necesario realizar ajustes imprevistos a sus planes si quería salir victorioso.
―¿Qué esperamos? ―preguntó Edward, acercándose a él―. ¿Un comité de bienvenida de los rebeldes?
―Los demás deberían habernos contactado aquí. Algo ha sucedido.
―¿Será por... los ruidos y los temblores? ―preguntó Hans, dubitativo.
―Pero eso fue causado por las bombas de los sectarios ―consideró Ericka.
Markus meneó la cabeza.
―No les proporcioné explosivos tan potentes. Y los Hijos de la Democracia no van a revelar su escondite de esa manera.
―¿Entonces? ―Lilian abrazó a Cheshire―. ¿Seguimos esperando o...?
―Buscarlos sería una pérdida de tiempo. ―afirmó el vampiro―. Nos dirigiremos al núcleo de los rebeldes. Es probable que en el camino nos encontremos con Jana y los otros dos.
Los miembros del Club no estaban de acuerdo con esa idea. Preferían buscar a Sia y Joseph para poder estar todos juntos, pero les resultaba imposible siquiera pensar en discutir con su peligroso aliado. Sin lugar a dudas, él era el líder del grupo, por lo que sólo les quedó asentir en silencio y seguirlo mientras se internaban en la penumbra.
Por fortuna, Lilian y Hans contaban con pequeñas linternas de mano para alumbrar el camino. Ellos las habían llevado por iniciativa propia, lo que hacía parecer que Markus no había tomado en cuenta la total falta de luz al internarse en los túneles. Pero, dada la naturaleza sobrenatural del hombre, era probable que no lo considerara un inconveniente.
―Resulta curioso que la entrada a las alcantarillas esté en la zona central de Crania y la otra fuera de la ciudad ―comentó Edward, con la intención de bajar la tensión―. ¿No sería más lógico que ambas estuvieran en los distritos bajos?
―Seguro ya estaba dispuesto de esa manera desde antes de que el lugar fuera designado como capital económica ―consideró Ericka.
―Algo así he leído ―acotó Hans―. Realmente no son alcantarillas, son catacumbas. Fueron construidas durante la Guerra Blasfema hace más de seiscientos años...
Edward chasqueó la lengua.
―Ya, bueno, no es necesario que comiences tu clase de historia.
―¿Entonces por qué sacaste el tema? ―espetó Lilian―. Continúa, Hans, suena interesante.
―Cierren la boca ―susurró Markus con seriedad, obligándolos a detenerse con un brazo―. Hemos llegado.
Se hallaban en un punto donde el túnel se hacía mucho más amplio, hasta alcanzar las dimensiones de un interminable salón de hotel. Se encontraba ligeramente iluminado por unos pequeños reflectores eléctricos incrustados en las paredes, lo que aumentaba la apariencia tétrica del lugar. Lilian y Hans guardaron sus linternas, no sólo porque no necesitaban más iluminación, sino principalmente al escuchar ecos y murmullos lejanos. Markus parecía estar muy atento a todos los sonidos y olores que invadían el lugar, lo que le tomó algunos minutos hasta determinar su línea de acción.
―Vamos a tener que improvisar ―dijo el vampiro―. Yo recorreré este camino atrayendo la atención de todos los rebeldes. Ustedes irán por allá ―señaló una gran abertura en una de las paredes―, para impedir que el líder terrorista escape.
―¿Nosotros vamos a tener que tratar con el jefe final? ―preguntó Edward, incrédulo―. Eso es imposible.
Markus meneó la cabeza.
―Originalmente Jana iba a acompañarlos, pero dado que no contamos con su participación... De todas formas, su único trabajo es entretener al rebelde mientras yo elimino a los demás. A ese tipo de personas le gusta dar discursos largos, aprovechen eso.
Sin darles oportunidad de discutir, el hombre se enrumbó por el amplio túnel hasta perderse en la penumbra. Luego de unos pocos segundos, algunos gritos y sonidos de disparos reemplazaron los ecos y murmullos. Como respuesta inmediata, del agujero en la pared y de otras aberturas cercanas emergieron varios rebeldes, que no tuvieron dificultad en determinar el punto de origen del alboroto. Y, mientras más personas desaparecían en la oscuridad del camino, más alaridos y descargas se escuchaban.
Los miembros del Club habían tenido la sensatez de ocultarse en las sombras del pasadizo angosto que los había llevado hasta allí, de modo que no tuvieron encuentros desagradables. Sin embargo, dada la numerosa cantidad de rebeldes que aparecían, no estaban seguros del momento adecuado para salir de su escondite.
―Ya se han detenido ―murmuró Hans tras unos instantes de tensa espera.
―Debe haber más por donde tenemos que ir ―consideró Lilian, atemorizada, obligando a Cheshire a esconderse por completo dentro de su mochila.
―Da igual ―espetó Edward, saliendo de las sombras―. Si el jefe se escapa, el vampiro elegante se desfogará con nosotros y además perderemos el Juego del Embaucador... creo.
Sus compañeros no estaban tan convencidos, pero concordaron con que no hacer nada era peor que intentar algo. Lentamente caminaron con dirección a la abertura en la pared, intentando escuchar cualquier cosa por sobre los gritos y disparos que continuaban haciendo eco por todos lados. El interior del agujero perdía la iluminación del amplio pasillo que lo precedía, por lo que Lilian y Hans se vieron obligados a usar nuevamente sus linternas para ponerse a la cabeza. Pero, incluso de esa manera, la visibilidad que disponían era casi nula.
Mantuvieron su lento avance en completo silencio, temiendo que en cualquier momento algo saltara de la penumbra que los rodeaba. Recorrían otro de los característicos pasillos que componían las alcantarillas, pero era mucho más espacioso que los que ya habían visto antes y estaba adornado por gruesas columnas alineadas cerca de las paredes, las cuales se encontraban repletas de aberturas hexagonales.
―Realmente parecen catacumbas ―comentó Ericka en un susurro.
―Según lo que sé, las secciones inferiores son aun más vistosas ―indicó Hans, sin despegar su mirada del frente―. Pero normalmente está prohibido bajar, porque corren rumores sobre...
―Ya, camarada, en serio debes ponerle fin a tus clases ―masculló Edward―. Por suerte no parece que nada nos vaya a atacar...
Antes de que pudiera terminar la frase, unas rápidas siluetas surgieron desde detrás de las columnas y los rodearon. Sin darles un respiro, tres de ellas apresaron a Lilian, Hans y Ericka, pero Edward fue lo suficientemente ágil como para esquivarlos y alejarse algunos pasos. Más desconocidos hicieron acto de presencia y encendieron unos faroles portátiles, revelando que eran varios rebeldes, todos armados.
―¿Quién demonios son ustedes? ―preguntó uno de los hombres con un vozarrón.
Era un tipo alto y musculoso, vestido con una andrajosa camiseta sin mangas y unos pantalones de aspecto militar. Sostenía en las manos un pesado fusil de gran calibre lo que, junto a su gesto hosco, dejaba en claro que no estaba para hacer amigos. A Edward no le costó mucho esfuerzo reconocerlo: era Donetsk Luhansk, una de las principales cabezas de los Hijos de la Democracia.
―Sólo pasábamos por aquí... ―El chico calló, consciente de que una excusa así no sería verosímil―. En realidad, venimos a unirnos... ¡Eso es! Queremos entrar a los Hijos de la Democracia.
―¿Justo en estos momentos? ¿Cuándo alguien más se ha adelantado a nuestro atentando? ―Donetsk observó seriamente a Edward―. Tú pareces apto, tienes madera ―miró a Lilian, Hans y Ericka―, pero ellas...
―Si me dejas explicarte, tal vez....
―Aunque les podemos sacar provecho, incluso si no es buen momento ―afirmó el líder rebelde, acercándose a Lilian, tras lo que miró a sus hombres―. ¿Qué dicen, muchachos? ¿Se animan a tomar algo de carne fresca?
Los sujetos lanzaron exclamaciones de júbilo, olvidando momentáneamente que estaban bajo ataque. Donetsk sonrió y, tras entregar su fusil a uno de sus secuaces, sacó una navaja de uno de los bolsillos de su pantalón, dispuesto a cortar la blusa de Lilian.
―Espera... ―musitó la chica, aterrorizada, incapaz de liberarse del tipo que la apresaba―. Por favor... no...
―Oye, viejo, ¿qué haces? ―dijo Edward, dando un paso al frente―. Se supone que ustedes son los buenos. Luchan contra la opresión de la burguesía para liberar al país, ¿verdad? No pueden...
―Luchamos contra la burguesía, por supuesto. ―Donetsk se encogió de hombros, jugueteando con el filo de su navaja―. Tenemos que librarnos del estrés de alguna manera. ―Colocó la filosa arma en la mejilla de Lilian―. Además, ella tiene pinta de ser burguesa, ¿cuál es el problema? Incluso con la forma como va vestida...
―No, maldición, así no debería ser ―Edward apretó los puños, pero sabía que no podía enfrentar a los hombres armados―. Los Hijos de la Democracia cometen atentados por el bien común, no van por ahí... abusando de los demás.
El líder rebelde lanzó una carcajada, acompañado a coro por su gente.
―¿El bien común? ¿Qué diablos es eso? La burguesía ha estado mucho tiempo en el poder. Nuestro deber es sacarlos y hacerlos sufrir tanto como ellos han hecho con nosotros. No me importa si es lo mejor para el país o ese tipo de idealismos, sólo quiero un poco de sangre y diversión. ¿No suena bien?
―Eso no tiene sentido... Ya veo... El idiota de Joseph tenía razón ―Edward suspiró y alzó sus puños a la altura del rostro―. Lilian es burguesa, pero también es mi amiga. Y no voy a dejar que unos cuantos terroristas imbéciles le hagan daño.
―Realmente tienes madera, muchacho ―Donetsk sonrió, alejándose de la horrorizada chica―. Vamos, ven a por mí, demuestra quién eres.
Edward tensó los músculos, dispuesto a arremeter contra el hombre. Rememorando lo sucedido en Belarus, tenía la confianza de poder derrotarlo con un poco de suerte y habilidad. El problema, pensó, era las opciones que le quedaban para confrontar a los otros terroristas. Finalmente decidió seguir su filosofía de vida: actuar al momento y luego preocuparse de lo demás.
Pero, antes de que el chico pudiera iniciar su ataque, un silbido rasgó el aire y uno de los rebeldes cayó abatido al suelo, sangrando profusamente de la cabeza. Más sonidos agudos se hicieron presentes y, uno a uno, los tipos cayeron, indudablemente muertos. Donetsk miró a todos lados e intentó abalanzarse a por las armas que sus compañeros habían dejado, pero nuevos disparos lo obligaron a echarse para atrás.
Acobardado, el líder terrorista calculó el posible origen del ataque y comenzó a correr en dirección contraria. Pero, antes de que pudiera desaparecer en las sombras del pasadizo, salió despedido hacia atrás, cayendo violetamente contra el suelo. Markus emergió de la penumbra y, tras acercarse al desdichado terrorista que imploraba lloriqueando por su vida, colocó una de sus botas en su cabeza, aplastándola con increíble facilidad.
―Que conmoción tan interesante estaba sucediendo ―comentó el vampiro, dirigiéndose a los aun atemorizados chicos―. Pensaba intervenir hasta que vi el arrebato de valentía de Edward Schmidt.
El aludido meneó la cabeza.
―¿Estabas de espectador...? ―Aspiró profundamente para evitar que su rabia lo hiciera decir algo ofensivo―. Al menos... apareciste... al final...
―Aunque no soy yo quien merece el crédito.
Jana, causante de los disparos que habían eliminado a los rebeldes, se acercó al grupo, con su fusil al hombro. Lilian, Ericka y Hans, quienes se estaban recuperando de la desagradable experiencia, se mantuvieron expectantes, esperando ver a Joseph y Sia cerca.
―Markus, surgió un inconveniente ―afirmó Jana con molestia.
―Ya veo, faltan los otros dos. Tendremos que buscarlos...
En eso, Cheshire consiguió abrir la cremallera de la mochila donde había permanecido oculto, y escapó rápidamente, internándose en la oscuridad mientras lanzaba sonoros maullidos.
―¡Cheshire! ―exclamó Lilian, y comenzó a perseguirlo.
―¡Espera! ¿Cómo puedes ser tan aventada luego de lo que pasó? ―espetó Edward, siguiéndola acompañado de Hans y Ericka.
Markus y Jana los observaron en silencio hasta que sus siluetas se difuminaron en la penumbra.
―¿Qué hacemos? ―preguntó ella tras unos instantes.
―Debemos asegurar su supervivencia ―Markus frunció el ceño y se puso en marcha―. Especialmente con la desagradable esencia que emana de este lugar.
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