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Capítulo 2: Lautaro

Capítulo 2: Lautaro

( Narradora Cami )

El rugido del bus era como un zumbido constante, metálico y monótono. Nunca había estado en un bus tan grande, tan moderno. Sentada junto a mamá, veía cómo todo lo que conocía pasaba rápidamente por la ventana. Los árboles, las montañas y las casas de mi comunidad parecían desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Aunque mamá intentaba consolarme con palabras amables, yo no podía evitar sentir que estaba dejando una parte de mí atrás para siempre.

Nos dirigíamos a Puerto Montt, a una ciudad que solo conocía por fotos y relatos lejanos. Para mí, todo aquello era abrumador. Mamá sostenía mi mano con fuerza, mientras su mirada alternaba entre preocupación y algo de ilusión. En cambio, yo solo sentía miedo.

Me acurruqué en mi asiento, cerrando los ojos por un momento. Pensé en Nicolás, en mi abuela, en todo lo que significaba Mahuidache. Pero, sobre todo, pensé en Lautaro, el cóndor que había sido mi compañero más fiel durante los últimos años.

Conocí a Lautaro cuando tenía once años. Estaba con mi abuela en la montaña, recolectando hierbas para uno de sus remedios. Era una mañana fría, con el viento soplando entre los árboles y un cielo gris que anunciaba lluvia. Fue entonces cuando escuchamos un sonido desgarrador, algo que nos hizo detenernos.

—Es un cóndor —dijo mi abuela, su voz cargada de gravedad.

Siguiendo el sonido, encontramos a una cóndor herida. Su ala estaba destrozada, probablemente por el disparo de algún cazador. Mi abuela intentó calmarla mientras yo observaba en silencio, paralizada por la tristeza. La cóndor no sobrevivió, pero antes de que la dejáramos descansar, mi abuela encontró algo: un huevo.

Decidió llevarlo a casa, cuidarlo como solo ella sabía. Con paciencia y dedicación, el huevo eclosionó semanas después, dando paso a un pequeño cóndor, frágil y hermoso. Lo llamé Lautaro, en honor al guerrero mapuche, porque desde el primer momento sentí que era especial.

Lautaro creció rápido, aprendiendo a volar bajo nuestra supervisión. Había algo en su mirada que lo hacía diferente, como si entendiera más de lo que mostraba. A menudo, cuando necesitaba un momento para mí, subía a la montaña y lo buscaba. Él siempre estaba allí, esperándome. Nos quedábamos horas juntos, y aunque no hablábamos, su presencia lo decía todo. Era como si pudiera sentir lo que yo sentía.

Antes de irme, subí a despedirme de él. Fue uno de los momentos más difíciles que recuerdo. Lautaro extendió sus alas con fuerza, como si intentara abrazarme, y me miró fijamente.

—Te voy a extrañar mucho, Lautaro —dije, mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas.

No sé si entendió mis palabras, pero cuando alzó el vuelo y dio vueltas alrededor de mí, sentí que estaba diciendo adiós a su manera.

Ahora, mientras el bus avanzaba por un camino serpenteante, me aferraba al recuerdo de Lautaro. Aún podía sentir el viento de la montaña, el sonido de sus alas cortando el aire. Pero la ciudad se acercaba, y con ella, una nueva vida.

—Mamá, ¿cómo es Puerto Montt? —pregunté, intentando distraerme del nudo en mi estómago.

—Es diferente, mi niña. Hay muchas cosas nuevas por descubrir. Te gustará, ya lo verás. Además, tu primo Copi ya llegó desde España. Vivirá cerca de nosotros.

—¿Copi? —pregunté, algo confundida.

—Sí, Cophue. Es el hijo de Jacob, tu tío. Es un chico especial, como tú. Estoy segura de que se llevarán bien.

Asentí, aunque no sabía qué pensar. No recordaba mucho a mi primo, pero la idea de conocer a alguien nuevo en un lugar desconocido me resultaba intimidante.

A medida que el bus se acercaba a su destino, el paisaje cambió. Las montañas verdes se hicieron más pequeñas, y una bruma espesa anunciaba la cercanía del mar. Miré por la ventana, intentando imaginar cómo sería mi nueva vida.

Aunque el miedo seguía allí, algo dentro de mí empezaba a despertar. Quizás fuera la emoción de lo desconocido o la esperanza de que, después de todo, pudiera encontrar mi lugar en este nuevo mundo. Afuera, Puerto Montt se alzaba en el horizonte, grande, imponente, diferente a todo lo que conocía.

Estaba a punto de empezar de nuevo. Y aunque todavía no lo sabía, ese sería el inicio de algo que cambiaría mi vida para siempre.

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