Capítulo 1: Un Nuevo Comienzo
Capítulo 1: Un Nuevo Comienzo
( Narradora Cami )
Mari mari. Así es como saludamos los mapuches, y significa "diez veces te saludo". Mi nombre es Cami, tengo 15 años, y hasta hace poco vivía en Mahuidache, una comunidad mapuche cerca de Temuco. Allí, entre cerros, bosques y lluvia, mi vida era simple, pero feliz. Hablar mapudungun, ayudar en las tareas de la casa y compartir con mi gente era parte de mi día a día. Para mí, Mahuidache no era solo mi hogar, era el lugar más hermoso del mundo.
Todas las mañanas, cuando todavía estaba oscuro, me levantaba para ayudar a mi papá. Él ordeñaba las vacas mientras yo recogía los huevos en el gallinero. El olor a tierra mojada y el canto de los pájaros siempre me daban una sensación de calma. Después, desayunábamos en familia: pan amasado, queso fresco y mate, como lo hemos hecho toda la vida. Mi mamá decía que esos momentos eran sagrados, y creo que tenía razón.
En nuestra comunidad todos nos conocíamos, pero había alguien que era más especial para mí que el resto: Nicolás. Era mi mejor amigo desde que tengo memoria. Pasábamos horas juntos, trepando árboles, inventando historias o simplemente acostándonos en la hierba para ver las nubes. A veces me hacía enojar porque siempre bromeaba con cosas serias, pero nunca podíamos estar mucho tiempo peleados.
Un día, por pura curiosidad, decidí espiar a mi papá mientras trabajaba en su computador portátil. No era común tener uno en Mahuidache, y mucho menos internet, pero mi papá lo necesitaba para su trabajo. Después de observarlo varias veces, descubrí su contraseña (no era tan difícil, usaba mi fecha de cumpleaños). Nicolás pensó que era una mala idea meternos en algo que no entendíamos, pero yo no podía resistirme.
Cuando mis papás salieron al pueblo, invité a Nicolás a casa. Nos sentamos frente a la computadora y, con el corazón latiendo rápido, la encendí. Entramos a una página llamada YouTube. Yo nunca había visto algo así: miles de videos, de todo tipo, a un solo clic. Después de buscar al azar, encontré uno que me llamó la atención. Era una cantante de pop en español llamada Valentina.
—¿Qué es esto? —preguntó Nicolás, arqueando una ceja. —¡Es increíble! —le respondí, emocionada.
Valentina bailaba como si flotara, y su voz me dejó helada. Nicolás se aburrió rápido, pero yo quedé enganchada. Desde ese día, cada vez que tenía oportunidad, volvía a la computadora. Me escondía en el cuarto de mi papá y pasaba horas viendo videos de Valentina. Me encantaba cómo cantaba, cómo se movía, todo. Fue como si algo en mí despertara.
No le conté a nadie, ni siquiera a Nicolás. Sentía que era mi pequeño secreto, algo mío. Pero nunca imaginé que eso cambiaría tan rápido.
El día de mi cumpleaños número 15 empezó como cualquier otro. Me desperté temprano con el sonido de la lluvia golpeando el techo. Mi mamá y mi papá entraron a mi pieza con una bandeja de desayuno. Pan recién horneado, miel y queso fresco. Sonreí. Todo parecía perfecto.
—¡Feliz cumpleaños, Cami! —dijo mi mamá, dándome un beso en la frente.
—Mi niña, estás creciendo tan rápido —dijo mi papá, abrazándome con fuerza.
Después del desayuno, me dieron algo más que regalos. Me dieron una noticia que no esperaba.
—Cami, necesitamos hablar contigo —dijo mi mamá, sentándose a mi lado.
—Es algo importante —añadió mi papá, con ese tono que usan los adultos cuando quieren preparar a uno para algo malo.
Ahí fue cuando lo soltaron:
—Me ofrecieron un trabajo en una clínica veterinaria en Puerto Montt. Es una oportunidad que no puedo rechazar.
Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Puerto Montt? ¿Eso no estaba como… muy lejos ?
—Y hay algo más, Cami. —Mi mamá me miró con una mezcla de orgullo y tristeza—. Gracias a tus notas, te han dado una beca para estudiar en una escuela privada allá. Es una escuela muy buena, hija, y creemos que será lo mejor para ti.
Sentí como si me hubieran quitado el suelo bajo los pies. ¿Dejar mi casa? ¿Mi comunidad? ¿A Nicolás? Salí corriendo de la casa, con lágrimas en los ojos, sin decir nada. Corrí hasta llegar a la ruka de mi abuela, nuestra machi. Necesitaba hablar con ella.
—Abuela, ¡no quiero irme! —le grité, mientras me abrazaba.
Ella me miró con calma, como siempre lo hacía, y me dejó desahogarme. Cuando terminé de hablar, tomó mis manos y me dijo:
—Nadie puede quitarte lo que eres, mi niña. No importa dónde estés, llevas nuestras raíces contigo. Este cambio será difícil, pero también puede traerte cosas buenas. Nunca olvides quién eres.
Esa noche no pude dormir. Sentía una mezcla rara de miedo y emoción. En la ciudad tendría muchas cosas nuevas, pero lo que más me emocionaba era la idea de tomar clases de baile y canto. Podría ser como Valentina. Podría cumplir mi sueño.
El día de la despedida fue el más duro. Toda la comunidad se reunió para decirme adiós. Me dieron sus bendiciones, abrazos y palabras de aliento. Pero la despedida más difícil fue con Nicolás.
—Prométeme que no me olvidarás, cuando vivas en la ciudad —dijo, tratando de no llorar.
—Te lo prometo —respondí, abrazándolo con fuerza.
Subí al bus con los ojos llenos de lágrimas. Mientras nos alejábamos, miré por última vez las montañas y los árboles. Sabía que mi vida estaba cambiando para siempre. Estaba asustada, pero también decidida. Aunque no sabía qué me esperaba en Puerto Montt, tenía claro algo: no iba a dejar que nada ni nadie me impidiera perseguir mis sueños.
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