Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

Gabriel Durand

RECORDATORIO:

Aniversario de la muerte de María Durand.

Es muy temprano para recordar a los muertos.

Solo he estado en un funeral en toda mi vida, no es una experiencia que quiera repetir. El hecho de tener esta desigualdad que no todo el mundo tiene, es como quitarse uno de tus sentidos. Es una mierda lo suficientemente deprimente como para quebrar la dignidad de cualquier hombre: mi padre, el hombre más indestructible del mundo, por poco se desmaya cuando ve el ataúd hundirse en la tierra.

Ese día llovió.

Falté dos semanas al colegio por la fiebre que me dio.

La gente murmuró durante todo ese tiempo que la muerte se había enamorado de mi familia, así que esperaban el momento oportuno para también llevarme, para su lamento, volví al colegio completamente sano.

Es siempre esas semanas cuando la gente no se me acercaba, cuando el mundo dejó de prestarme atención, cuando decidí que mi vista grisácea es solo un paso a un mundo sombrío. ¿Cómo podría ver el mundo de colores que los demás si veían si lo único que absorbía mi retina era un montón de manchas grises? Siempre es la muerte, su ausencia, el no saber qué sintió.

Existen días ligados a las personas, días que mi cuerpo reconoce antes que mi memoria, su aniversario suele estar ligado a esos días. Nunca quiero pararme en la cama en esos días, es como mi propio ataúd designado a mi cautiverio. Amo mi cama, pero sé que si duro mucho tiempo en ella mi padre empezará a tocar la puerta, a hacerme preguntas, a querer cuestionar el modo en que estoy afrontando el duelo, siempre es así.

Es mi psicólogo personal, nunca mi padre.

Me levanto de la cama para caminar hacia el baño y colocarme los lentes de contacto, nunca me los pongo si no hasta el final porque es el momento donde tengo que estar bien, donde tengo que dejar de demostrar lo horrible que me siento por dentro. Las ojeras de anoche se hacen más profundas, más moradas y mi piel vuelve a estar gris.

Doy asco.

Salgo del baño, tomo la mochila y me largo, estar un momento más allá es comparado a ponerme una soga en mi cuello. Bajo las escaleras hasta la cocina, el sonido del chisporroteo de la sartén y el olor de carne es atrayente. Mi padre no parece haber dormido más que yo este día, pero aun así me sonríe.

— ¿Cómo estás? —dice con la voz ronca, un poco vacía y menos rota de lo que estaba hace un par de años.

—He tenido días mejores —suelto, poniendo mi silla del comedor, esperando que termine de preparar la comida. Nunca fue un buen cocinero y no mejora con los años, pero al menos no nos produce una acidez estomacal.

— ¿Y las clases?

—Es la misma respuesta que anoche, nada ha cambiado.

—Si, cierto...

A mi padre le gusta hablar mucho, como demasiado, dice que las personas necesitan hablar para superar, para sanar y todo eso. Yo no creo en esa posibilidad, puedo hablar de cómo me siento, pero eso no hace que esté acompañado, que esté menos solo, que no vaya a querer... No, mis pensamientos no pueden ir a ese lado.

Comemos en un tranquilo silencio que es interrumpido por el sonido de una llantas contra el pavimento. Mi mente queda en blanco y me molesta el sonido reconocido.

Quiero paz por un mísero segundo antes de entrar a la escuela.

¿Es demasiado pedir? ¿Es que yo no sé escoger amistades? ¿El dijo que vendría por mí? Ni siquiera hablo con él. Reviso mi teléfono y puedo ver que ayer yo lo llame, una llamada que dura casi 7 minutos. ¿¡Yo llamé a Marcus!? No, no pude, ¿Qué tanta mierda dije en 7 minutos? ¿¡Qué tan bajo caigo cuando estoy hasta las bolas de alcohol!?

— ¿Marcus viene por ti? Pensé que ya no le hablabas —yo también lo pensé—, me alegro que no sea el caso, es un buen chico.

Buen chico mi polla.

Me levanté de la silla y caminé hasta la puerta de mi casa para después conseguir a Marcus en la entrada de mi maldita casa, acostado en la puerta del mismo. Su cabello está esparcido en toda su cara como si nunca se hubiera peinado, su dientes se muestran en una sonrisa ligera a pesar de que no hay nada por lo que sonreír y su aliento está demasiado cerca. Doy un paso atrás y ambos nos miramos, la pregunta es silenciosa mientras su mirada intenta responder, falla hace tiempo que no tenemos esa conexión.

—Hey, ¿qué hay de tu vida Marcus? —Mi padre interviene haciendo que lo mire un poco cabizbajo—. Hace mucho que no sé de ti.

—Si estuvimos peleados —se encoge de hombros—, pero pudimos hacer las paces.

Mi trasero.

Cada mierda que dice el chico de oro es solo eso: mierda. Aprieto los dientes ante la ira que agobia mi cuerpo, pero dejo de pensar en eso y camino pasando por su lado sin emitir una palabra. Puedo reconocer el grito que me lanza mi padre desde lejos, un simple "cuidate" el cual asiento para caminar hacia el garaje.

— ¿Qué mierda haces aquí? —Giro mi cuerpo enfrentándome a su mirada, ahueco mis mejillas para poder soportar la opresión en mi pecho. Necesito un cigarro—. ¿Ni te acuerdas de la vez que te dije "vete a la mierda" o es que tu memoria sufre a corto plazo?

—Ayer me llamaste, pensé...

—Esa es tu estupidez pensar que tienes oportunidad en volver a ser mi amigo. Piérdete, desaparece de mi vista y si es posible, muérete.

Desciendo sobre mis pasos y arrastro mis pies hasta el auto de mi padre, ingreso y cierro la puerta demasiado fuerte para mi gusto. Ignoro el maldito dolor que se empieza a expandir en mi cuerpo para después arrancar el auto, no puedo distinguir si sigue allí o no, ya que no desvio mi vista del frente como un conductor responsable, pero una parte de mi cuerpo, quiere ver si sigue allí, esperándome.

Maldita costumbre de tenerlo cerca.

Llegó rápido al colegio estacionando el auto ligeramente a la izquierda, para terminar caminando hacia los salones de desuso, entre la cafetería y la cancha deportiva. Dejó caer el bolso entre la maleza y me siento sobre él, me aseguro que no haya nadie que pueda decirme algo, sacó un cigarro y lo enciendo.

El humo llega a mis pulmones de manera rápida, mi mente se nubla un poco y el zumbido en mi cabeza se apacigua. Fumo rápido, lo suficiente para que el olor solo quede impregnado en mis dedos y en mi garganta, porque nunca me gustó el olor, ni el sabor, pero la sensación es lo único que me mantiene revitalizado.

Apago el cigarro y guardo la colilla en el bolsillo derecho de mi sudadera, para luego sacar un caramelo de menta y ponerlo en mi lengua. Quiero dejarlo, en realidad, debería haberlo dejado hace mucho tiempo, cuando lo probé por primera vez para hacerme quedar genial con otros imbéciles debí dejarlo, pero ahora no puedo.

—Hey imbécil —llama la irritante voz de Austin, haciendo que mire en su dirección y se me escape una molesta sonrisa.

Es un pendejo.

— ¿Qué quieres? —preguntó justo cuando llegó a mi lado. Se cae a mi lado, poniendo su rostro demasiado cerca de mí, agarro con mi palma y lo empujo, intentando recuperar mi espacio personal—. Te pasas de gay.

—No puedo pasarme de gay, soy bisexual.

Ruedo los ojos porque no es que me importe a quién Austin se folle, en realidad me da igual, pero quisiera saber su habilidad para decir su sexualidad tan a ligera, como si contara las pecas en su rostro.

—Eres pendejo.

Apunta la cajeta de cigarrillos y agarra uno, se sienta a mi lado, en el pasto húmedo con su chaqueta como único medio para no mancharse los pantalones.

—¿No tenemos clase de historia?

—Siempre George Washington, como si no hubiéramos escuchado la misma historia durante toda la primaria

Le da una calada para pasármelo, inhalo igual.

—Él que no conoce su historia está condenado a repetirla —Devuelvo el cigarro a su dueño y dejó que el humo escape.

—Creo que vi esa frase en shingeki no kyojin.

—No puedo hablar contigo cuando te pones a hablar de anime.

—Tú estabas así cuando te pegó la fiebre por Banana fish y no dije nada.

— ¡Claro que si dijiste algo! Literal me arruinaste el final.

—Aún así lloraste y te quejaste por dos semanas —Señala y lo miró entrecerrando los ojos, para después medio sonreír al recordar la época—. Y cabe recalcar que te lo dije para que te prepararas para eso.

—Eres malo para preparar a la gente.

—Eso no dicen las personas que están conmigo —Su risa burlona hace que por un momento, desee golpearlo, pero lo único que hago es rodar los ojos.

— ¿No sabes decir algo más que no sea mierda?

—Vamos a ir a una fiesta el sábado.

—Vamos me suena a manada, no quiero estar con gente sudorosos y esas...

—Hace mucho que no vas a una.

—Tres años no es mucho tiempo.

—Parece toda una vida —Suelta una suspiro profundo para después apagar el cigarrillo con la punta del pie y guardar la colilla en su bolso—. Vamos ermitaño, si no quiere ir, vamos al cine, hace mucho no salimos.

Me levanté y lo acompañé hasta que el reloj dio la hora. El bullicio de la gente es tal que por un momento, el aire se siente pesado contra mi cuerpo. Austin me acompaña mientras ambos entramos en la clase de historia, nos sentamos en el único puesto doble disponible, cerca de las ventanas, para distinguir como a mi izquierda está Marcus, junto a otra chica que parece igual de aburrida que el resto de los de la clase.

Las clases pasan con vertiginoso silencio y me dispongo a tomar notas tanto como pueda, pero dependo demasiado del cuaderno de Austin. Amo sus apuntes y él como es tan meticuloso con cualquier lección que los profesores den, es el que me explica química y física.

Salimos del lugar para caminar por la muchedumbre, mientras la mayoría se dirige hacia el comedor, Austin me sigue a la parte callejera del lugar, pero puedo sentir un golpe en mi brazo, un chico parece menor, señala con su cabeza hacia donde está el grupo de Mason, haciendo que mi corazón se aceleré.

Mierda, tenía que encontrarme con ellos hoy, los había logrado evitar toda la semana.

No hago ningún movimiento, pero detengo a Austin.

—Nos encontramos después.

—Pero...

—No es momento, Austin.

Camino hacia donde está el grupo de Mason: Mason está recostado sobre una pared, dándome una pequeña sonrisa oculta tras su séquito de imbéciles. Ryan, Moon y Dylan parecen perros callejeros que necesitan su hueso favorito: las drogas que venden. Apenas estoy llegando, cuando en eso, un brazo sale disparado agarrando mis hombros y haciendo que me encoge sobre mi cuerpo, es Ryan quien me ha atrapado.

—Vamos a hablar un poco, Gabriel —Mi estómago se hunde ante la frase de Mason, pero solo asiento una vez más, sin ni siquiera escuchar los murmullos a mi alrededor.

Llegamos hasta la parte trasera de la cancha donde la mayoría de los adolescentes comercializan drogas simples en el colegio. Ryan me suelta y es cuando por fin, Mason se quita la capucha revelando un morado en su pómulo izquierdo.

—No te preocupes —Habla, como si se hubiera dado cuenta de que mi atención fue acaparada hacia el moretón—, no es como si fuera algo que no hubieras visto antes, pero cuéntame, volviste este año al colegio, no te vimos los días anteriores, ya es jueves y no nos buscaste.

—No voy a seguir —Su mirada no se desvanece de mis facciones.

—Cuéntame más...

—Ya deje esa vida, Masón, pase un año en el reformatorio, te salve el cuello de la policía y aun así esperas que...

— ¿Salvarme el cuello? —Trago grueso sintiendo el palpitar en mis oídos—, ¿te hiciste un buen samaritano en tu estadía en el reformatorio? Te recuerdo que si te dieron cadena mínima fue por mi testimonio, hasta me peine por ti.

—No es una broma esto, alguien murió —susurró.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos pero no salen, nunca pueden salir.

— ¿Lo mataste tú o algo así? —se burla.

—Ya no...

— ¡Déjate de tonterías! —Su voz suena un poco más firme y grave—. Piensa en lo que estás haciendo, piensa en las consecuencias. Recuerda las promesas que hicimos, Gabriel, eres como un hermano para mi.

—No.

— ¡Gabriel! —gritan mi nombre de lejos, haciendo que Mason se ría. Reconozco esa voz hasta en mis pesadillas, y es cuando noto a Marcus correr como loco en mi dirección.

—Ya llegó tu novio —sonríe Mason.

Quiero golpear tanto a Mason, sin embargo, golpeo mi lengua contra mi mejilla para calmarme.

—No es mi novio.

—Claro.

Marcus llega hasta donde estoy como un perro siguiendo a su dueño, demasiado emocionado y eufórico de haberme conseguido. Malditos hombres. Se pone sobre mí y agarra mis hombros, haciendo que el toque sea molesto e invasivo.

— ¿Qué haces hablando con él? —recrimina—, te recuerdo que por él fue que estuviste en el reformatorio.

—No, imbécil—interviene Mason, despegándose de la pared en la que estaba apoyado—, tú lo delataste y yo le salve el trasero, es lo que hace un amigo.

—Es mi mejor amigo desde que somos niños.

—Y aún así lo entregaste a la policía, no te importaba mucho lo que le hacen a los chicos en los refor...

— ¡Basta! —Mi pecho se contrae haciendo que mi respiración salga en intervalos ligeros y rápidos. El repiquetear de mi corazón en lo más profundo de mis venas se vuelve un sonido molesto—. ¡Váyanse a la mierda los dos! ¡Mejor aún, métanse su mierda de mejor amigo o amigo y déjenme en paz! No les debo nada.

Giro sobre mi cuerpo y me alejo del lugar, ninguno de ellos intenta seguirme lo cual agradezco ya que mi respiración no va a poder soportar otro intento de parecer fuerte. Entró al comedor y puedo ver cómo está el lugar en un moderado murmullo de personas que intentan hablar entre ellas.

El día se siente tan jodidamente pesado, ya no creo que nada pueda salir peor.

Me sobresalto cuando algo frío y húmedo cae a mi espalda, giró mi cuerpo para ver el rostro impactado de una chica. Ojos grandes azules mirando lo que parece ser el café derramado, café frío, lo cual detesto.

—Lo siento, lo siento, lo siento, no me había dado cuenta que estabas al frente, Dios, espera... —Habla rápido, muy rápido, pero puedo distinguir lo que dice. Sus mejillas están sonrojadas y su rostro está fruncido mientras intenta tocar mi espalda y con eso intentar arreglar la mancha.

Debería molestarme, pero su reacción me hace acordar al tipo de perro que tenía cuando era pequeño, lo cual es una buena imagen mental para querer echarme a reír. Creo que necesito un psiquiatra.

—No te preocupes, tengo una camisa en mi casillero.

—Si quieres me insultas un poco, ¿eh? —dice aún más rápido, haciendo que frunza el ceño—, no digo que quiera que me insultes, es solo que estás muy calmado en este momento y da un poco de ansiedad.

Niego con la cabeza y tomó sus manos para apartarla de mi camisa.

—Está bien, enserio, no hace falta.

—Gracias, si quieres te puedo pagar la lavandería —Estoy a punto de decir algo, pero la campana del salón empieza a sonar haciendo que mis palabras se mueran—. Búscame si necesitas la lavandería, soy Paula González de penúltimo año, casillero 2436.

Sonríe o eso intenta para después salir prácticamente corriendo, suponiendo que va tarde a una de sus clases.

Me alejé también del lugar y caminé hasta mi casillero para tomar la camisa de repuesto y cambiarme en el baño. Apenas me cambie camino por el pasillo despejado con la suficientes ganas de fumar un cigarro e ir a casa, cuando en eso, Madeleine se posiciona al frente de mi haciendo que cada pensamiento de faltar a clase se disipe con un reemplazo automático de correr.

— ¡Alto allí jovencito! —freno en seco y bajó la cabeza, sintiendo mi cuerpo derrotado.

Dios me dio piernas entonces, ¿Por qué no pude correr del ogro que tengo por consejera?

—Yo no intentaba escapar de usted, profesora —suelto y pongo mi mejor sonrisa.

—Mentiroso, a mi oficina.

Ruedo los ojos cansado, pero sigo.

Su despacho siempre es un lugar limpio y ordenado, parecido al despacho de mi padre. Es de madera y color crema, tiene pequeñas plantas en la ventana de la oficina, esas son nuevas, hace un año no estaba allí, también la pintura del fondo de un paisaje en colores azules y amarillos. Me siento en la silla de cuero marrón y ella lo hace igual.

—Sé que soy tu consejera privada pagada por la escuela y tu padre aunque es un aclamado psicólogo no ha podido ayudarte por el vínculo que tienen me gustaría que vieras esto.

Abre un cajón del mueble y saca un panfleto. Arrastra la hoja hasta donde la tomó y con cuidado leo.

El grupo de "líneas perdidas para adolescentes", es un grupo de ayuda mutua en donde los ingresados se reúnen de forma voluntaria una vez por semana, cada domingo nos reunimos (...) para adolescentes entre 15 a 19 años.

— ¿Un grupo de ayuda mutua?

—Podrías pensarlo, has vuelto después de un año del reformatorio, lidiar con algo así debe ser muy estresante para los de tu edad.

—No soy tan pequeño como para no poder reconocer si necesito ayuda —aclaro.

— ¿Lo reconoces?

— ¿Qué?

—Que necesitas ayuda.

—Yo... —callo por un momento. Reconozco cuando necesito ayuda, lo reconocí en ese entonces y también lo reconozco ahora, ese posible ataque de pánico ante esa situación, este desbalance de mis emociones, el hablarle mal a Austin, parece que no tengo control en lo que estoy haciendo—. Lo pensaré.

—Eso es bueno, Gabriel, siempre has sido razonable —sonrió un poco y me levanto con el folleto en la mano para después salir del despacho, pero su voz vuelve a desestabilizar mi cuerpo—. ¿Hoy es el aniversario de su muerte? —la pregunta causa que dagas se transfieran en mi pecho, como un golpe letal dispuesto a matar. Asiento a su pregunta—. Lo siento mucho.

Todo el mundo lo siente, todo el mundo me da esa compasión imaginaria que no dura ni cinco segundos en su mente, sé que no debería preocuparme por el mundo, pero el dolor de no poder nunca superarlo se queda golpeado en mi mente.

Ignoro la sensación y asiento para salir del despacho.

Mi alrededor se vuelve aún más gris a medida que pasan los segundo y es cuando decido salir de la escuela, para caminar al auto y subirse. Lo enciendo y conduzco. Quiero ir a casa, pero mi propio accionar me lleva aquí, siempre aquí, como un segundo hogar.

Funeraria Marie St Claire.

Estaciono en la entrada y paso por las tumbas, nunca veo mi alrededor cuando se trata de estas: nunca soy capaz de soportar las tumbas de los pequeños sin ponerme a llorar, y por lo general, cuando estoy aquí, siempre quiero llorar. Eso no está bien, debería ser más fuerte que eso, pero no puedo. No cuando termino de llegar al lugar mencionado. Llegó hasta el camino de la tumba que he memorizado desde que tengo 13 años, para después limpiar un poco su alrededor: algunas hojas secas están puestas sobre esta. Me siento a un lado de la tumba reconociendo el nombre aunque pasarán años.

María Durand.

Trago el nudo de espinas y mis ojos se empañan con rapidez. Sin poder evitarlo, mi mente se vuelve nublada. Intentó enmarcar sus ojos en mi mente, intentó enmarcar el resto de su cara, pero ya tengo 4 años sin ver su rostro, ya no la recuerdo, no como una imagen viva, solo como una imagen tiesa en una fotografía. Solo puedo recordar una imagen difusa si no tengo una fotografía a la mano, pero cuando vengo a su tumba nunca tengo una fotografía, es irónico que no quiera juntar ambas cosas. Tocó el frío mármol que rodea su tumba y mis dedos recorren el nombre una vez más.

Me agacho hasta desear acompañarla, hasta desear volver a mirarla, hasta que pueda estar una vez más con ella.

—Cuatro años María y cada minuto sigo deseando que intercambiáramos papeles —confieso bajo, como si estuviera susurrando, y es cuando estoy tan cerca de la tumba que puedo ver todo gris, no hay colores a mi alrededor, me siento embriagado—, sigo queriendo que vivieras como un egoísta, te sigo queriendo...

—Gabriel... —susurra una voz baja haciendo que la reconozca con suavidad. Austin está mirando a mi dirección, parece incómodo presenciar lo que estoy haciendo, pero no parece apartarse de la órbita de mis ojos—, estoy aquí, solo eso.

Lo está, debo acordarme que aún me queda un amigo. Me levanto solo un poco y miró otra vez el nombre, pero no digo nada cuando termino sentándome. Aún no me siento demasiado entusiasta en levantarme así que solo me quedo en el mismo lugar mirando el gris inunda mi visión.

—Austin —suelto con la voz ronca y agrietada por el nudo en mi garganta difícil de tragar. No lo miro, pero sus ojos presionan contra mi cráneo como balas—, gracias... y lo siento.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro