Capítulo 1
Akiro Sato.
Alguna vez fui un niño inteligente.
Brillante para la primaria, astuto para la secundaria; de rápido aprendizaje, de fácil trato, amigable, cautivador, digno de ser calificado como el mejor de la escuela, luego de la secundaria, hasta que llegó la preparatoria. Como una curva perfecta el mundo dejó pensar que el perfecto Akiro Sato como un ejemplo a seguir, y empezó a llamarme: Imbécil.
—Maldito infiel —dice Robín, tiene demasiada ira en su cuerpo como para en realidad estar molesto con alguien que no sea el mismo.
—Vete a la mierda, Robín —respondo en contraste, haciendo que sus ojos me vean con ligero asco impregnado en su ser.
Me acomodo la mochila para escapar de cualquiera de sus palabras, pero no parece posible cuando camina con un par de chicos más.
— ¿El mismo lugar donde estás tú? —Me detengo, haciendo que haga lo mismo. Puedo ver como se pone ligeramente tenso al ser apenas un par de centímetros más alto que él. Robín es cínico a la hora expresarse así que cuando habla puedo reconocer lo que va a decir—: ¿Por qué no te mueres?
—Si estás tan ansioso por una muerte, dile a cualquier chica que te la chupe, apuesto que se muere de la risa.
Doy la vuelta y antes de que pueda decir algo suena el timbre escolar, haciendo que entremos en las aulas correspondientes. El repiqueteo en mi pierna me molesta, al igual que la estrechez del pantalón que estoy usando, pero no me concentro en eso cuando el aula empieza a llenarse. Alumnos que antes podía reconocer a la perfección ahora no puedo concentrarme en los rostros deformes de lo que pasan a mi lado, varios de ellos solían hablarme por la popularidad ligada a mi persona.
Saco un par de cuadernos para escribir lo que sea que esté viendo. Tampoco puedo concentrarme en las clases, es como si no pudiera en realidad saber que es la mierda que estoy pasando.
Sé que el curso es prácticamente nuevo y antes me hubiera preparado con más cautela para mis horas correctas. No lo hago, es como si mis manos, mi mente y mis cuadernos dejarán de funcionar apenas pongo todo eso en una sola toma.
Entra un profesor que parece estar en sus 30 y con marcador en mano pone su nombre y asignatura: Ronald Grandson, Álgebra II.
No recuerdo haber visto Algebra I el semestre pasado, pero no es como si pudiera recordar algo antes de las vacaciones de verano. Empieza a impartir algo sobre como las funciones, tareas y módulo de estudio se van a implementar cuando en eso la puerta es abierta con demasiada brusquedad para no llamar la atención.
El chico parado sobre la puerta abre demasiado los ojos y boquea un poco, antes de saludar y pedir permiso para ingresar. Se posiciona a mi lado por ser el único asiento vacío, la clase sigue con después seguir con la clase. El chico pone sus cuadernos sobre la mesa compartida y toma un lápiz azul de esos que no marcan mucho para después empezar a escribir en una hoja de lo que parece ser papel reutilizable, creo que es cartón liso.
¿Qué tan pobre tiene que ser para venir con estos útiles escolares?
Ignoro al chico hasta que con sus dedos índices y medio, empieza a golpear el borrador del lápiz contra el cuaderno. El movimiento se vuelve exasperante, hasta el punto en que mi mente deja de concentrarse en lo que está pasando en la clase y se enfoca en eso. Sus dedos son largos y bien cuidados, parecen los de una mujer, excepto por no parecen suaves al tacto, sino ligeramente tallados.
— ¿Puedes dejar eso? —susurro, llamando la atención del chico y haciendo que gire su rostro.
Trago grueso cuando su mirada de exasperación parece expresiva, es expresivo, no parece alguien que pueda ocultar sus emociones con facilidad. Me congelo ante la idea de que pueda armar un escándalo por el simple hecho de dirigirle la palabra, muchos han hecho eso en los últimos días.
— ¿Eres Akiro Sato? —susurra de vuelta, haciendo que mi corazón palpite nervioso. Bajó la vista con cautela y vuelvo a enfocarme en lo que dice el profesor—. Lo siento.
Lo miro de arriba a abajo, pero su mirada no vuelve a mí en ningún momento, de hecho ha empezado a escribir en el cuaderno. Sé que debería escribir también, pero no lo hago, en vez de eso decido ponerme los audífonos y reproducir la música.
Un enorme temporizador da marcha hacia atrás en mi cabeza.
¿Lo recuerdas?
Salgo de mi ensoñación cuando la pizarra tiene unos ejercicios que no había visto antes. Intento concentrarme porque el silencio en el aula es casi sepulcral de no ser por el movimiento de los lápices, pero no me funciona, no cuando mi mente no termina de saber cómo llegó ese 1 a donde está. Recuerdo la época en donde estas derivadas eran fáciles, como los números fluían en mi cabeza y podía resolver cualquier problema matemático sin importar su percance, pero ya no siento que sea así, no cuando parece que están puestos de una forma antinatural.
Las sienes me empiezan a palpitar, pero no me enfoco en eso cuando cierro los ojos y vuelvo a intentar resolver el ejercicio. Mi mente entra en un revoltijo de números y espacios en blanco.
La hora pasó y el cuaderno quedó rasgado de la fórmula pérdida, con la última nota donde escribí que tenía que hacer el ejercicio porque había examen la próxima semana. La letra tan extraña y rápida que solo me daba la sensación de que fue escrita por un infante, ¿a dónde se fue mi letra perfecta después de años de caligrafía impoluta?
¿A dónde me fui?
Ignoro el pensamiento y recojo las cosas olvidadas. Sé que nadie me espera, así que lo dejó pasar para volver a salir por el pasillo. Camino hasta una de las máquinas expendedoras para tomar una coca cola. El líquido dulzón y efervescente calma por un momento el temblor ligero de mi cuerpo, para luego enfocar en como el lugar se llena con suavidad. Miles de cuerpos pasando por los pasillos, conversando, sonriendo, ignorando; algunos susurran mientras me ven, otros me dan una mirada de asco en general, creo que prefiero los que no me miran, los que no les importa.
—Deberías ver a alguien —Escuchó una voz a mi lado, haciendo que me sobresalte. El mismo chico del salón está a mi lado, sacando lo que parece ser una sprite—. Estás temblando.
Bajo la vista para percatarme que estoy temblando. Lo ignoró, tomó otro sorbo de la bebida y mi cuerpo dejó de temblar de forma gradual. El chico no dice nada más y se va. Deseo saber su nombre, si pudiera modular dos palabras en un tono que no sea agresivo, podría hacerlo.
Deshecho el pensamiento. Mi experiencia dice que relacionarme con alguien, siempre termina en algo malo, pero él ha sido amigable, pero no fue la misma serpiente amigable con Eva antes de empujarla a la tentación, quizás si hubiera tenido este mismo pensamiento antes, podría haber evitado todo lo demás.
¿Para qué quiero volver a relacionarme con alguien? Al final son los amigos que en algún momento tuve lo que me destruyeron.
Termino de beber el resto de la soda para tirarla en la basura e ir a mi siguiente clase.
La historia es sosa, al parecer no interesarme por la vida de George Washington y sus obras adyacentes, se ha vuelto una constante más estable que mi reputación.
Cada clase siguiente es tediosa, repetitiva y obsoleta, no hago nada más que escribir las tareas correspondientes de cada asignatura.
Muerdo mi labio cuando llega la hora del almuerzo, haciendo que un ligero rugido en mi estómago me hace darme cuenta de la pésima idea que es salir de mi casa sin haber desayunado. Enfrentarse al escrutinio público siempre es una forma de desgaste. Aún puedo recordar cuando en realidad disfrutaba la atención, como el primer rayo del sol para una planta en total oscuridad, yo podía brillar bajo la mirada de miles de personas, ahora quiero ahogarme en la comida de mi almuerzo.
Las risas de los diferentes grupos a mi lado me hacen darme cuenta de la soledad de mis acciones, del masticar sintético de mis dientes y en como quizás, estoy apretando demasiado las manos sobre los cubiertos de plástico, odio comer con tenedores de plástico, pero no puedo presentar mis quejas a nadie que no sea mi mente.
Muerdo el interior de mi mejilla cuando un par de miradas más afiladas de lo común están sobre mí. Giró la cabeza para encontrar el grupo de Mara, Jordán, Robín y Marcus en la mesa de atrás. La sensación de incomodidad se extendió, explotando en cada parte de mi cuerpo, albergando tal temor que apenas podía pensar en apartar la mirada. No fue sino hasta que la campana sonó que salí de la ensoñación.
Mi garganta estaba adolorida por el fuerte nudo que se me armó apenas pensé que uno de ellos venía en mi dirección. Soy un puto cobarde. Salgo de la cafetería apenas tocando mi comida y dejando la charola en el puesto.
Las siguientes clases fueron tan aburridas como el introductorio de las demás. Intente prestar atención, pero nada me parecía interesante, así que solo tome nota de las tareas y el tiempo paso como el abrir y cerrar de ojos. El timbre de salida anunció el fin de la jornada, así que sacó el teléfono y llamó a mi hermano, mientras recojo lo poco que saque.
El timbre suena dos veces antes de que el imbécil cuelgue.
—Maldito —susurro contra mis labios para darme cuenta cómo al salir de la entrada del colegio ya me está esperando afuera.
¿Por qué no podía ser hijo único?
Intento no llamar la atención, pero es casi imposible cuando tienes un hermano como el mío. Kido, es el mayor, el sobresaliente, es imposible ignorar, parece más coreano que japonés, y aún más estadounidense que japonés, así que esa mirada de comer mierda y cabello negro es casi imposible de no darle un repaso dos veces.
— ¿Cómo está mi campeón? —dice, haciendo uso de esa voz rompe pelotas, que a la mayoría de las chicas suele gustarle.
—Ojalá hubiera muerto.
—Oye, ¿Qué te he dicho de hablar de esa forma de ti mismo? —Me regaña, haciendo que entre al auto rodando mis ojos en el proceso—. Mamá va a preparar milanesa y papá por fin acomodo la televisión.
— ¿Después de 5 años? Se dañó cuando iba a primaria.
—Entonces fue hace 9 años, pendejo, ¿tienes las matemáticas en el culo o qué?
—Cállate, no estoy de ánimo para contar.
Hace un gesto con la mano que ignoró deliberadamente y la suave música llena el espacioso silencio. Vivir lejos del centro a comparación de mis otros compañeros era un problema siempre que iba a fiestas o casa de mis amigos, ya que los transportes suelen cerrar temprano. Mientras el transcurso del viaje pasaba, puedo escuchar la insistente charla de como mi padre dejó caer un tornillo sobre la hornilla y casi explota la casa, además de que mi madre encendió la radio en la mañana para luego obsesionarse con una canción de Taylor Swift. Les fue mejor que a mí.
Al llegar a la enorme casona de dos pisos, mi hermano se bajó y agarró mi bolso, intentando hacer lo mismo y fallando en el proceso cuando la guantera se abre dejando caer un folleto. Agarró el folleto de colores llamativos para leer el título del panfleto.
El grupo de "líneas pérdidas para adolescentes", es un grupo de ayuda mutua en donde los ingresados se reúnen de forma voluntaria una vez por semana. Su objetivo central es afrontar y lograr cambios personales para los adolescentes que son considerados como "problemáticos".
¿Espera?
No tengo más hermanos y el imbécil de Kido dejó de ser adolescente hace un par de año, eso significa, ¿me quieren meter a terapia? ¿Mi familia me quiere meter a terapia?
Mierda.
Salgo del vehículo con panfleto en mano, dirigiéndome hasta la casa, apenas entró puedo ver como mi hermano, mi madre y padre se encuentran en la mesa del comedor, esperando, esperándome a mí. Trago grueso y dejó caer el bolso en la entrada para caminar, me siento y dejo caer el folleto sobre el lugar.
—Hijo, no queríamos llegar a este extremo, pero me temo que nosotros no estamos capacitados para ayudarte —dice mi madre. Sus ojos reflejan una mirada tan preocupada como amorosa, haciendo que el nudo en mi garganta se condense.
¿En qué momento se dieron cuenta? Sabía cómo actuar delante de ellos, me mostraba animado como solía ¿En qué momento se dieron cuenta que me perdieron?
—Mamá esto no hace falta, yo estoy bien.
—No puedes hacer esto solo.
—Estoy bien —aseguro. Aparto mis manos de la mesa al notar el ligero temblor que se escapa de las mismas—. No hace falta esto...
—No queremos que luches solo por lo que sea que tengas, déjanos ayudarte —ruega mi hermano.
Su palma cálida se cierne sobre la mía, pero de inmediato la apartó. ¿Qué puede hacer un grupo de apoyo contra esto?
— No tengo un maldito problema, ¡estoy bien! —grito. Mi madre se agita contra la silla y es cuando percibo la mirada decepcionada de mi padre. Mis ojos pican contra mis párpados. Dios, quiero llorar, podría hacerlo si no fuera una mierda dura de roer—. Lo siento, si, no quiero que piensen que tienen la culpa de algo.
Al frente de la mesa de comedor hay una foto familiar, mis padres y Kido están de pie y yo estoy sentado, si solo no estuviera en la foto, sería una foto de la familia perfecta.
—Akiro, ¿crees que no te hemos visto? —dice Kido, por un momento quiero que se calle—. Te has saltado el desayuno todo este verano, te has acostado a las 3 de la mañana y te despiertas a la 1, estas sonámbulo todo el maldito tiempo y no te has estado cuidando. ¿Quieres morir tanto como lo dicen tus chistes? ¡Antes no hubieras pensado así!
—Son chistes.
— ¡En algún momento dejarán de serlo! No me pondré de brazos cruzados mientras veo que te apagas.
—No soy una maldita luz.
—Eras mi luz, la luz de toda la familia, pero...
Me levanto de la silla haciendo que esta caiga en el piso con un eco sordo. Muerdo mi mejilla interior intentando no condenar mi esencia. Trago con más dificultad esta vez, pero no dejo que eso me detenga a sentir como sus palabras hundieron mi presencia.
¿Tanto cambie?
¿Ya no soy luz?
¿Qué mierda espera que haga con eso?
—Déjanos ayudarte hijo —dice mi padre. Sus ojos están un poco vidriosos, y es normal que tenga ese tipo de emociones, pero es penoso darme cuenta que fui el causante—. La terapia te puede ayudar, si no quieres hablarlo con nosotros, habla con alguien más, pero habla.
—Lo he intentado...
— ¿En realidad? Te has alejado de nosotros Akiro.
— ¡Basta Kido! —interrumpe mi madre—, no hace falta recordarle eso, las palabras hirientes no harán que te hable con más rapidez.
— ¡Quiero a mi hermano de regreso!
—Deja de compórtate como un niño y lo tendrás.
No pienso que sus palabras hayan sido hirientes a propósito solo está frustrado por la situación. ¿No todos lo estamos? puedo entenderlo, siempre puedo entenderlo, yo también sería así, si no fuera por el hecho de que yo soy la situación.
Odio la culpa, la señalización, el peso, sus miradas: la situación que tiene que ser solventada.
—Iré —Sonrió de boca cerrada para reconfortarlos—, haré lo que sea para estar mejor, lo prometo.
Salgo del comedor para agarrar mi bolso y subir al segundo piso para entrar a mi cuarto. No puedo encender la luz del cuarto porque el foco se quemó hace semanas y nunca lo cambié, mis padres no se enteraron, nadie más lo hizo. Dejó la mochila en mi cama, me lanzó sobre ella en un golpe contundente y pasaron las horas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro