Capítulo 9
Miriam.
El cabello atado en una diminuta coleta, la bata de seda y sus pies descalzos me revelaron que ya debía tener un buen rato en la cama. Lo único que me hizo dudar de mis sospechas fue que se encontraba bastante despabilada para ser madrugada. Tal vez fue la sorpresa que la despertó de golpe. Yo mejor que nadie sabía lo que era perder el sueño por el asombro.
Nos miró a los dos de arriba a abajo, anonadada, como si estuviera preguntándose si éramos producto de una alucinación. De ser un buen momento me hubiera ofrecido como voluntaria para pellizcarle el brazo.
Abrió la boca, pero ninguna palabra escapó de sus labios. No sabía de qué manera empezar, era mi deber, como la intrusa que llegó sin avisar, dar el primer paso.
—Miriam, necesito pedirte un favor... Déjame pasar la noche aquí —le rogué uniendo mis manos, sin darle más discursos. Estaba dispuesta a todo, incluso a armar una escena digna de televisora barata a cambio de una oportunidad.
Ella debió notar el nivel crítico de mi angustia porque no perdió el tiempo con respuestas kilométricas, de esas que tiran un par de lágrimas, se hizo a un costado para darnos pronto acceso. Sabía lo que significa entrar, no solo me daría una mano. Ella nunca daba solo la mano. No habría vida suficiente para pagárselo.
—Claro que puedes, Alba. No tienes ni que pedirlo. ¿Están bien? —cuestionó preocupada al cerrar la puerta tras nosotros.
Nico tímido, sin conocer el lugar, se escondió detrás de mi espalda, dándole un vistazo fugaz a la sala. Todo le resultó extraño. La vida misma había cambiado de ritmo para él. Hace una hora estaba tranquilo, roncando en su habitación, ahora descubriendo a pasitos torpes un terreno que sería nuestra última posibilidad de sobrevivir.
No encontré una respuesta que pudiera resumirse en un minuto. Demasiados capítulos para exponer sin terminar quebrándome.
Quise explicarle los detalles, para que entendiera mis razones, pero me distraje cuando choqué con la imagen de Arturo sentado en el comedor. Estaba vestido con su traje negro, por lo que supuse que hace poco estaba trabajando, cansando, sin corbata y bebiendo algo caliente que traía entre sus manos. Parecía que había sido la noche en que todos acudíamos a molestar a Miriam. Esa mujer necesitaba un monumento.
—¿Alba? —preguntó incrédulo, hasta revisó la taza de té que estaba tomando como si considerara se lo hubieran cambiado por licor. Miriam rio en voz baja por su reacción. Después su novio reparó en la presencia de Nico y dejó sus chistes sin sentido para otro momento—. ¿Les sucedió algo malo? ¿Puedo ayudarlos de alguna manera?
Negué sin saber qué decir. Eran honestos, tanto como la vergüenza que sentía por acudir a su caridad. Intenté no recordarlo, tenía pocas opciones. Toda la vida había sido así, jamás conté con algo a mi nombre, siempre viví de lo que otros quisieran darme.
—Arturo, creo que yo debo encargarme —mencionó Miriam con una sonrisa comprensiva ante mi silencio. Él entendió que no era su momento, que no estábamos para charlas nocturnas.
Se lo agradecí de todas maneras con una débil sonrisa conociendo sus buenas intenciones. Ese par tenían material para funcionar, no porque tuvieran muchas cosas en común, tampoco por el carácter suave de Arturo, ni el buen liderazgo de Miriam, sino porque eran el par de corazones más generosos que conocía. Nunca se quedaban con los brazos cruzados.
—Llámame si necesitan algo —le pidió cuando lo acompañó a la salida.
Nico se entretuvo acariciando la textura del sofá de terciopelo mientras yo contemplaba como se despedían en el umbral. Odié arruinar su noche. En realidad detestaba estropear la vida de todos, era lo único que hacía bien. Lamenté que no pagaran por esa habilidad, tenía un futuro prometedor en el mercado.
—Ahora sí, ¿quieres contarme qué te pasó? —curioseó al regresar con nosotros.
Yo no supe por dónde empezar. Mi falta de control, mis errores que terminaron acumulándose al punto de estallar, mi fatal capacidad de contestar insultos con más insultos y desconectar mi cerebro en los peores momentos.
—Será mejor que acuestes a Nico, está cabeceando.
Tenía razón, sus ojos luchaban por no cerrarse, en el taxi se había quedado dormido un par de veces y ahora contemplaba el suave sillón soñando despierto. Era como un pequeño oso en hibernación.
—Yo puedo dormir en el sofá.
—No digas esas cosas, Alba. Tengo dos cuartos. Tú y Nico pueden quedarse en el de huéspedes. Es grande, se acomodarán bien —me explicó señalándonos con la cabeza el pasillo. Yo tomé a Nico de la mano para guiarlo desconfiada por el estrecho espacio que dividía una habitación y la otra—. El problema es que solo hay una cama.
—Estaremos bien —aseguré para que no se preocupara. Sería una maldita si empezara a poner peros. Además, dudaba pegar un ojo durante la noche, con que Nico pudiera descansar estaba más que agradecida.
Miriam terminó su recorrido hasta la puerta negra de un cuarto amplio, mucho más que el que antes poseíamos. En el centro había un colchón matrimonial, a su espalda una enorme cabecera blanca. Cortinas azules, edredones grises, almohadas dignas de esos comerciales que te prometen el cielo a cambio del número de tarjeta de crédito. Yo suspiré sin palabras, aliviada por la esperanza que me permitía continuar. Nico se soltó de mis dedos para dejarse caer en la cama rendido.
—Nico —susurré porque no podíamos andar como si fuera nuestra casa. Miriam solo rio divertida por su escapada.
—Los dejaré solos, cualquier cosa dime, Alba. Eso incluye cuando estés lista para hablar —mencionó con amabilidad acompañada en una sonrisa que dictaba no me reclamaría mi falta de consciencia. Miriam estaba destinada a ir al cielo, aunque yo no tenía voz allá. Nunca terminaría de recompensar lo que estaba haciendo por mí, ni siquiera almacenando las riquezas de varias vidas.
Indecisa caminé hasta el borde de la cama, repitiendo en cada uno de mis pasos que esa no era mi área natural. El problema fue nunca tener una. Me senté cuidadosa, ahogándome en mi inseguridad, intentando no arruinar nada de valor.
—Nico, ven acá —le animé palmeando el lugar para que se acomodara a mi costado. Él se resistió un segundo, pero después terminó arrastrándose hasta hundir la cabeza en la almohada—. Tú quédate tranquilo, todo estará bien. Te lo prometo —susurré acariciando su cabello—. Y mamá cumple las promesas, ¿no?
Él asintió con una sonrisita cansada, creyendo en mí, obligándome a hacerlo también.
—Ma...
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Nico no respondió, se acurrucó a mi lado manteniendo un gesto esperanzador que me hizo un nudo en la garganta, aguanté las ganas de ponerme a llorar frente a él porque necesitaba proyectar que tenía todo bajo control. No podía hacerme pedazos, demostrarle lo asustada que estaba. Debía ser su ancla, el puerto seguro.
—Descansa, Nico —repetí en voz baja para no espantarle el sueño—. Yo estoy aquí contigo.
Siempre lo estaría, así mi mundo se viniera abajo. Mientras él estuviera a mi lado había algo de valor que salvar.
Los minutos se consumieron entre suaves arrullos que aprendí cuando era apenas un bebé que cabía en mis brazos temblorosos, tan frágil como esa noche, igual de asustada que hace diez años. El futuro volvió a ser incierto para ambos, aunque en la profunda oscuridad, donde por extraño que suene todo se vuelve más claro, me pregunté si hubo un día que no lo fuera. Busqué un recuerdo asociado con la certeza de que el mañana sería mejor, un amanecer donde los sueños fueran más posibles. "Sueños", me reí conteniendo las lágrimas traicioneras. Mis ojos escocieron a causa de la cruel realidad que me aprisionaba. Yo misma me había arrebatado las ilusiones, y en mis errores había arrastrado a otros a perder los suyos.
Era asfixiante no tener una salida, estar en un cuarto de cuatro paredes sin un hueco para huir. Depender de otros, pagar por toda la eternidad una deuda que nunca terminaría de saldar. Lastimar a los que quería sin poder evitarlo. Condenar a Nico a todas mis carencias. Se suponía que yo debía cuidarlo, pero parecía que él era el que tenía que protegerme a mí. Y es que había momentos en que daba la impresión de ser tan fuerte, tan lleno de vida, que me aferraba a su luz en la tempestad. Intentaba, Dios sabe que lo hacía, ser valiente, pero mientras más me esforzaba peores pruebas me ponían contra la pared.
El camino lleno de obstáculos, el único que tenía antes de esa noche, se desvaneció de golpe. Estaba a la deriva, haciéndome un montón de preguntas que exigían respuestas. Cubrí mi cara, agobiada por los problemas. Un día quería ponerme a llorar sin parar, hasta que se me acabaran las lágrimas, hasta sacarme la última gota de dolor que llevaba años acumulando, matándome de a poco. "Otro, porque ahora necesitas hallar soluciones", me dije limpiándome los rastros de tristeza.
Comprobé que Nico estuviera perdido de la realidad. Sonreí contemplando su respirar tranquilo antes de salir de esa habitación. Miriam me esperaba paciente en el sillón. Se puso de pie apenas deslumbró mi figura por el pasillo. Yo llené de aire mis pulmones para conservar la firmeza en mis declaraciones.
—¿Nico ya se durmió? —Asentí ocupando el lugar que me ofreció, rechacé el té que decidió beber por su cuenta. A Arturo le funcionaban, a mí no—. ¿Quieres contarme qué sucedió?
—Discutí con mis padres. Comenzamos a pelear y decidí irme. No aguantaba más. Sé que me equivoqué, pero cuando me di cuenta ya me había autoechado de ahí —me resigné culpable.
—¿A qué se debió la pelea? —curioseó sin esconder los deseos por los detalles. Bueno, era lo menos que le debía. Le daría un poco de entretenimiento como pago.
—No es un problema de hoy, es de mucho tiempo atrás. Simplemente el vaso se llenó. Yo exploté —corregí porque el agua siempre estuvo en los bordes. Pude ser más específica, contarle la historia completa, pero eso sería incluir hechos que aún no estaba lista para pronunciar en voz alta—. Les grité y respondí sin mucha clase. Se molestaron porque llegué tarde —expliqué. Miriam dio por válido el argumento, pero preferí ser más exacta para no dar pie a confusiones—. ¡Estaba trabajando!
—Tranquila —mencionó de buen humor—, no tienes que rendirme cuentas. Ya eres una adulta.
—Me encantaría que ellos lo entendieran. Creen que soy una chiquilla que no puede hacer nada bien, que necesita de supervisión constante para no enredarse con quien se le pare enfrente.
—¿Tú? —Miriam no pudo evitar reírse, soltando una carcajada—. Lo siento, pero no puedo imaginarlo.
Yo tampoco. No tendría nada de malo. El lío era que me acusaban sin motivos. Odiaba a la mayoría de la humanidad, le recordaba a su mamá a todos los hombres que se cruzaban en mi camino, los conociera o no, hacía todo lo posible por mantenerlos lejos. Si fuera por mí construía un muro entre cada individuo. ¿En qué mundo se conocía una pareja con esas tácticas? ¿Dónde estaba la lista de pretendientes para alejarlos de un golpe? Solo quería vivir tranquila, lejos de problemas, humanamente imposible si lo combinamos con la palabra romance.
—¿Y por qué lo creyeron?
Quiso saber sin entender un comino. Seguro se preguntaba qué Alba conocían ellos que no se parecía en nada a la real. Sí, nadie que me viera ahora podía asimilarlo, era necesario viajar unos años en el tiempo. Ese capítulo estaba cerrado.
—Álvaro me llevó a mi casa —solté, honesta, sin darle vueltas porque no tenía nada de peculiar. Si no hablaba claro, titubeaba, o evadía la respuesta, se malinterpretaría. No ocultaba nada, podía relatar la noche de inicio a fin, lo que me molestaba era tener que hacerlo.
—Oh.
Fue inútil. Detestaba esa sonrisita que se pintaba en su cara.
—No pasó nada —aclaré fastidiada porque siempre que mencionaba su nombre armaba una teoría estúpida sobre nosotros—. Me dio un aventón del trabajo. Nada romántico. Ni velas, ni música de Ricardo Montaner. Eso sí, un maldito tráfico del asco que le quita las ganas de suspirar a cualquiera. Se lo pagaré, cuando tenga dinero o la próxima vez que el idiota de Gustavo rife vales de gasolina.
—No, claro que no tiene nada de malo. Me causó curiosidad saber por qué fue hasta allá —se justificó disfrazando sus suposiciones con inocencia.
—Porque quería darme una mano. Ya sabes cómo es, le gusta hacer ese tipo de cosas todo el tiempo, su actividad favorita en su tiempo libre es andar recogiendo gente sin un quinto. Quizá en su otra vida fue misionero o político en campaña. Yo qué sé. Mira, sé lo que estás pensando, pero te recomiendo que dejes de leer o ver comedias románticas, la gente que lo hace no queda muy cuerda. Somos solo amigos —dejé en claro.
—¿No sientes nada por él? —me preguntó directa, entre ilusionada y decepcionada, como una cría frente a una telenovela. Tiró el golpe sin prepararme.
—Empiezas a sonar como mis padres —alegué incómoda ante su cuestionario.
—No, no, no. Lo siento, Alba, no tenía idea de la situación. Me parece injusto que ese fuera motivo de una discusión entre ustedes, pero puedes quedarte todo el tiempo que necesites aquí. Mi casa es tu casa. Cuenta conmigo para lo que necesites —añadió con una sinceridad que pocas veces en mi vida había presenciado. De ser otra persona hubiera creído que mentía, pero los años me habían enseñado que la honestidad era su bandera. Había considerado a Miriam porque era lo más parecido a un ángel que conocía, un ángel que no juzgaría a un demonio como yo.
—Gracias, Miriam. No me va a alcanzar la vida para pagártelo —repetí, más emocional que nunca. Solo esperaba no ponerme a chillar en frente de ella porque sería la cereza del pastel de mis fracasos. Ya suficiente tenía con mis decisiones dramáticas para también sumarle mis actitudes.
—No digas esas cosas. Además, me hará bien un poco de compañía —dijo buscando lo positivo.
—¿En serio? Hace un rato cuando vi a Arturo aquí pensé lo contrario —añadí alzando una ceja. Miriam no logró esconder su sonrojo entre los mechones de su cabello que se habían soltado—. Lamento haberte echado a perder la velada romántica.
—No, Arturo ya se iba. Le gusta visitarme con frecuencia.
—¿A las tres de la mañana? —me burlé.
—Bueno, Álvaro andaba por la calle pasada las ocho, ¿no?
—Necesito pedirte otro favor —recordé en su divertido contra argumento, volviendo a ponerme seria. El cambio asustó a Miriam—. Júrame que por ti Álvaro no se va a enterar de que me fui de casa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Sé que comenzará a indagar las razones. No solo son absurdas, sino que lo involucran en líos estúpidos que dan pena.
—¿Te preocupa que se sienta responsable o lo que estaría dispuesto a hacer? —preguntó confundiéndome. No entendí a qué se refería con la segunda posibilidad. Miriam se acomodó en el sillón, dudando si sería adecuado abrir la boca. Claro que lo haría—. No somos mejores amigos, pero puedo hacerme una idea de hasta dónde llegaría. Quizás buscaría a tus padres para hablar con ellos, deseando aclarar las confusiones, exponiendo que no tiene malas intenciones...
De solo imaginarlo se me revolvió de forma violenta el estómago. Mis padres conociendo a Álvaro era una de mis peores pesadillas. Negué para mí, horrorizada por la posibilidad de sus preguntas. Otra razón para un rotundo no. Ni siquiera era capaz de imaginarlos juntos. Tenía una lista que repetía para no dejarme vencer por ilusiones tontas, sumé ese punto a los primeros puestos.
—Está enamorado de ti, Alba —me despertó Miriam para decirme algo que no quería escuchar. No entendía por qué el resto era incluso más insistente que él. Álvaro entendió mi no, los demás tenía que repetir su ejemplo—. Si me permites decirlo creo que harían una...
—No puedo tener una relación con él —concluí tajante para que no me hiciera las cosas más difíciles. Ya suficiente tenía con la realidad para soportar constantes recordatorios—. Debiste ver como se pusieron solo porque me llevó a casa, no puedo imaginar ir más allá.
—Aquí vas a tener libertad de hacer lo que te haga feliz. Yo te apoyaré si tú quieres...
—Ni siquiera se va a enterar de que estoy aquí. Tiene que ser un secreto —le pedí en un intento desesperado para que no me delatara.
Todos estos permisos que me daba con Álvaro solo me metían en líos, terminaría envolviéndolo también en mi aura de mala suerte. Era momento de ponerme un alto. Él todavía podía ser feliz allá afuera. Sus oportunidades eran variadas, las puertas estaban abiertas. Su primer matrimonio fallido no lo limitaría. Yo estaba segura de que cuando aceptara que lo nuestro era imposible buscaría y encontraría una gran mujer. Una que no estuviera tan rota, una que no le diera tantos problemas.
—A mí me haces prometerlo, pero qué hay de Arturo, él también lo sabe —se acordó conociendo a su novio. Era un desastre ocultando información.
—A él le voy a dar un puñetazo si se le ocurre soltarlo —advertí.
—Por mi parte nadie lo sabrá —me aseguró divertida. Asentí agradeciendo su prudencia. Si alguien soltaba la lengua ya sabía de quién se trataba, tendría a ese chico en la mira—. Ahora, también debemos ponernos de acuerdo sobre Nico.
Ese era otra preocupación, de las que no podían pasarse para mañana.
—Sí. Mi plan es inscribirlo en una escuela de tiempo completo —le confesé porque así estaría seguro en el aula mientras yo trabajaba—, aunque no sé cuánto tiempo demore ese trámite. Mañana planeo hablar con la directora.
Tenía poca, por no decir, nula relación con ella, apenas conocía su nombre, pero confiaba pudiera darme una mano. A este paso terminaría haciendo manco a medio planeta.
—Te propongo algo mientras encuentras una solución. Tú déjalo en la escuela antes de irte a trabajar. Yo puedo pasar por él a la salida, traerlo a comer y cuidarlo unas horas mientras tú regresas del trabajo.
—Eso sería abusar de ti. No. Voy a pensar en otra...
—Solo serían unas horas —insistió contándolas con sus dedos—. Arturo puede hacerse cargo del negocio.
—¿En serio crees que pueda?
—Claro que sí, nunca he tenido a mi cargo un niño, pero puedo ayudarlo a hacer la tarea, comprar juegos de mesa, ver televisión...
—Hablaba de Arturo —me corregí siendo más exacta. En una de esas encendía el negocio con todo y él adentro. Yo tendría cuidado.
—No seas tan cruel. El negocio no tiene que ver con automóviles, está perfectamente capacitado para todas las demás ramas. Es un gran profesionista aunque no lo creas —mencionó con plena seguridad. Me ahorré una mueca graciosa para no ofenderla—. Es justo negociador, un carismático vendedor y paciente con los clientes —lo describió sin esconder el aire de enamorada perdida que magnificaba sus cualidades, aunque intentando sonar lo más imparcial posible.
—Sí, ya veo que es el hombre perfecto —alegué divertida porque si lo vendía seguro alguien que no lo conociera se lo compraba. De todos modos si lo fuera Miriam lo merecía—. Gracias por todo. Gracias de verdad, antes de venir aquí estaba desesperada...
—Ya no digas más —me frenó impidiendo me pusiera a dramatizar—. No estás sola. No puedo hablar por él, pero conozco a Arturo, y estoy segura de que dirá lo mismo. Cuentas con nuestro apoyo.
Intenté sonreírle con un fuerte dolor en el pecho, la lucha absurda por mantener toda la pena dentro de mí. Dudando si podría hablar con Miriam de esas cosas que jamás había considerado soltar, porque parecía una persona confiable, pero retractándome de último momento. No estaba lista, nunca lo estaría. Sin embargo, pese a que ese hecho nunca encontraría paz estaba feliz, mi futuro lucía menos catastrófico. ¿Quién diría que entrar en esa aplicación de moda sería la cuerda que me sacaría a la superficie cuando estaba ahogándome? Una de las tantas sorpresas que aún tenía preparada la vida para mí.
Difíciles.
Llegar al domingo fue una verdadera odisea. Una semana que me pareció eterna entre los nuevos retos que representó el cambio de rutina.
Imposible replicarle algo a Miriam, todo lo contrario. No conocía ser más desprendido en el universo que esa chica. Cuando parecía no podía cederte otra cosa encontraba la manera, casi por arte de magia, de demostrar tu error. De verdad que si Arturo la perdía por alguna de sus estupideces se arrepentiría. Yo igual.
Los líos vinieron porque aunque ella se esforzaba por hacer mi estancia agradable no lograba acostumbrarme a un espacio que gritaba en cada esquina que no permanecía ahí. Aborrecía dar tantas molestias, ser de poca ayuda. Lo único que hacía para recompensarle un poco su gratitud era encargarme del desayuno y la cena. Además, le prometí pagar todos mis gastos cuando el mentecato de mi jefe se dignara a depositarme. Tampoco era un aporte de gran valor porque el pago de transporte, ahora agregando el taxi que tomaba todas las mañanas para dejar a Nico en su escuela a varios kilómetros, dejaba mi billetera imaginaria cada vez más angosta.
Como si mis problemas no me dieran bastantes dolores de cabeza cumplir un estricto horario de entrada y salida, eliminando cualquier momento libre, incluyendo muchas veces la hora de comida, estaba restándome gran parte de energía. Terminaba muerta.
Tal vez por eso sentí que el domingo era un milagro caído del cielo. Una enorme roca resbaló de mi espalda al comprobar que no tenía que salir matándome del edificio para verle la cara a mi condenado jefe. Nada, al fin un día libre con Nico que saltaba de felicidad por el pasillo.
Para él las cosas habían resultado a simple vista más sencillas, quizás bajo la ilusión que todo era temporal. Tenía la esperanza de que eran una especie de vacaciones. Pronto volvería con sus abuelos mientras que ahora disfrutaba de los mimos de Miriam que no reparaba en darle todo lo que quería. No era capaz de decirle que, nos fuéramos de ahí o no en las próximas semanas, el siguiente punto no era nuestro antiguo hogar. Romper su corazón no estaba en mis planes a corto plazo, sobre todo al desconocer si lo que nos esperaba en el futuro era más prometedor. Seguí ganando tiempo. Llegaría el día que tendría que decírselo, solo necesitaba hallar las palabras adecuadas. Unas con las que no me odiara por robarle lo que más amaba, así como a ellos les había destrozado el alma. Yo era una experta haciendo añicos corazones.
—Tienes que ayudarme con el proyecto, mamá —me dijo entusiasmado camino al comedor. Ambos en pijama, él como un tornado, yo luchaba por no quedarme dormida—. Es una maqueta.
"Qué original, el tipo se había quebrado la cabeza", alegué para mis adentros porque en menos de cinco años había comprado un centenar de cascarones de huevo. Tímida vertí el cereal de chocolate en un tazón que Miriam le había regalado.
—Si quieres en un rato podemos ir a la papelería a comprar los materiales —propuse como plan de fin de semana. Seguro sería la envidia de los otros niños, ir a la mercería a ver plastilinas de colores era digno de unas vacaciones paradisíacas, sobre todo porque dejaríamos más de la mitad en el carrito—. Y podemos comprar un cono de helado.
—¡Sí! —celebró con inocencia. Sonreí entregándole su cuchara—. No hizo una carretera en el patio —platicó metiéndose un puñado de cereales a la boca. Yo no tenía hambre, ahora que me sobraba tiempo sentía que el estómago se me cerraba—, pero sí me enseñó a hacer una casa para mi dinosaurio.
Hice una mueca de extrañeza ante sus métodos de enseñanza. "¿Es ingeniero civil, arquitecto, paleontólogo o un payaso?" Aunque con lo que me lo platicó Nico supuse se trataba de otro bueno para nada, amigo de la directora, que solo serviría para entretenerlos un rato mientras desquitaban un sueldo. Yo, a excepción de la relación amistosa con la encargada, cumplía con el perfil. Daba igual, mi hijo estaba contento con sus inusuales dinámicas así que intentaría mostrar admiración hacia sus raras clases para no quitarle la ilusión.
—¿Después del helado podemos ir a ver a los abuelos? —me preguntó en medio de un recuerdo sobre ese dinosaurio de plástico.
La leche me supo a vinagre. La lengua se me pegó al paladar mientras el cerebro comenzaba la cuenta atrás. Removí los granos buscando en el fondo la respuesta. Nada. Era trabajo mío. Me aclaré la garganta.
—Nico —comencé. Él puso toda su atención en mí. "Fantástico, de esta no te escapas"—. ¿Recuerdas cuando tú y Julio discutieron porque ambos querían ser el vendedor en la quermés imaginaria? Dejaron de hablarse un tiempo, ¿sí te acuerdas?
—¿Los abuelos y tú querían ser vendedores de quermés?
—No —aclaré encaminando la conversación—. En realidad fue por otras cosas, pero ambos no llegamos a un acuerdo sobre un tema y por eso...
—¿Te enojaste con los abuelos? —me preguntó cayendo en cuenta de la realidad. Identificar dolor en su voz me hizo un nudo en la garganta—. ¿Ya no voy a verlos?
—No, no, no. Tú vas a seguir viéndolos siempre que quieras. Ellos te adoran con todo su corazón.
—¿A ti no?
—Sí... También —mentí dudándolo—. Es solo que no en todo estamos de acuerdo, pero eso no significa que no nos queramos. Solo necesitamos aclarar las cosas, cuando todo se calme verás que todo regresará a la normalidad. Por ahora tú vas a ir a visitarlos porque deben tener ganas de verte... ¿Qué te parece el miércoles? Es un día muy especial...
—¡Te acordaste! —celebró interrumpiéndome. Sonreí mirándolo directo a los ojos para que no dudara de lo que estaba por decirle.
—¿Cómo lo olvidaría? Ese día fue el mejor de toda mi vida —le confesé de corazón. Había dos días imborrables en mi memoria. El peor de mi existencia que seguía provocándome pesadillas. Y el que le dio sentido a mi mañana. Ese último era más fuerte que todo lo malo que vino después—. Y ya veremos qué hacemos, aunque sea algo pequeñito, ¿sí?
—¡Sí! Y hasta podemos traer al señor Casquitos para festejar —propuso emocionado.
—O pedirle a los abuelos que lo cuiden mucho —opiné porque aunque sabía que lo extrañaba no estábamos para traer invitados con Miriam. Ni siquiera tenía idea si le gustaban los gatos, menos que le gustara ese gato.
Nico siguió hablando sobre lo fabuloso que le sentaría un gorrito de cumpleaños al señor Casquito cuando recibí un mensaje en mi celular de parte Miriam. No es que pasara su ausencia por alto, todo lo contrario, solo que me resultó completamente normal y hasta beneficioso para ella que amaneciera fuera de su departamento. Aprovechar su noche libre, un momento para sí misma. No hallé nada de raro en mi argumento, aunque debí sospechar. Lo único que logré fue ignorar por completo lo que se traía entre manos, algo que no me dejaría indiferente.
¿Qué creen que trae Miriam entre manos?
¡Hola a todos! Muchísimas gracias por leer este capítulo. Fue súper largo, pensaba dividirlo en dos, pero decidí dejarlo completo para no interrumpir su lectura. No olviden comentar si les gusto, votar y unirse al grupo o seguir mi cuenta en Wattpad (las tres son gratis y son la mejor recompensa del mundo para mí). Gracias de corazón por todo su apoyo.
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