Capítulo 8
En la sala encontré a mis padres, con una expresión en el rostro que me fue imposible descifrar, completamente diferente una de otra. Mamá estaba ausente, con la mirada perdida en la nada. El entrecejo marcado delató el enfado de papá. Me hubiera gustado atinar la razón.
—Hola, ya llegué —avisé dejando mis cosas en el suelo. Aguardé un segundo para ver si eso los motivaba a hablar con claridad, prefirieron el silencio. "Fabuloso, a jugar a caras y gestos"—. ¿Me esperaban? —curioseé.
Mi despreocupación motivó a mi padre a abandonar su cómodo sitio en el sillón para encararme. Mamá bajó la mirada a sus manos. "Algo malo se venía".
—¿Quién te trajo, Alba?
La manera en que me lo preguntó me hizo un nudo en el estómago. No era una pregunta casual, detrás se escondían sus verdaderas intenciones, un reclamo.
—Un amigo —respondí sin entrar en detalles, por el bien de todos. Además, al darle el nombre no sabría de quién hablaba.
—¿El mismo amigo que te trajo tarde el sábado por la noche? ¿Con el que ahora te mensajeas todo el tiempo? —me echó en cara en una protesta digna de una adolescente.
Busqué los ojos de mamá que la evadió apenada. Ella tuvo que decírselo, nadie más conocía esos puntos, no existía con interés de acusarme.
—No sé a qué viene todo esto —acepté porque su regaño no tenía caso. Fingí indiferencia, esa era la mejor arma que cargaba. La gente deja de creer que existes cuando les demuestras que estés o no nada cambiará.
—¿En serio no lo sabes? Por favor, Alba, no puedes ser tan ingenua, algo debiste aprender de tus errores.
—No hice nada malo —me defendí molesta por su acusación. Él negó incrédulo por el tono en el que le hablaba, altanera y orgullosa, defendiendo mi conducta—. Se ofreció a traerme a casa, le dije que sí porque era tarde. Me dejó justo en la puerta. ¿Dónde está el delito?
—Nada de malo si se quedara ahí.
—¿Disculpa?
Tomé un respiro para calmar mi furioso corazón. "¿Qué necesitaban? ¿Llamar al idiota de Gustavo y que les contara la hora que salí?"
—Alba, no me dirás que no te das cuenta qué es lo que espera conseguir con todas esas atenciones. Lo único que quiere es acostarse contigo —reveló para no darle más rodeos. Estaba harto de nuestra diplomacia, yo también la detestaba. Fruncí las cejas ofendida por su directa insinuación—. Buscarte todo el tiempo es solo una estrategia para terminar cobrándotelo después.
—Él no me ha propuesto nada —sostuve a mi favor.
—Claro que no te lo dirá a la cara, no es estúpido. Primero va a hacer lo que tú le pidas para ganarte, después te irá pidiendo cosas buscando saber hasta dónde eres capaz de llegar —describió paso a paso, horrorizándome por sus sospechas—. Dándole lo que quiere te mostrará quien realmente es, permitiéndole todos estos detalles lo único que haces es decirle que al final vas a doblar las manos ante él.
—Yo no voy a doblar las manos —escupí cabreada.
—Pues en verdad lo espero porque todo tiene consecuencias, Alba. Te lo permití cuando eras una chiquilla, pero ya eres una mujer y sabes perfectamente lo que haces —me advirtió autoritario, tratándome como si fuera una estúpida, recordándome que ellos tenían el mando de mi vida.
—Claro que sé lo que hago. ¡Puedo cuidarme sola! —grité cansada de sus limitaciones absurdas.
Era la primera vez en mucho tiempo que me sentí feliz en compañía de otro y se habían encargado de recalcarme que si una persona me daba una mano significaba que deseaba otra cosa. ¿Por qué la gente no podía quererme bien? ¿Por qué les parecía un engaño? ¿Por qué no confiaban en mí?
Papá rio sin ganas, burlándose en mi cara de mi seguridad. Hice mi mayor esfuerzo por no demostrar que me dolió.
—No parece, Alba. Fiándote del primero que se dice tu amigo.
—Ni siquiera lo conoces, cómo puedes hablar así de él, de mí —le reclamé golpeándome el pecho desesperada. Entendería que desconfiara del resto, de los que no conocía, no de mí que me había desvivido por años para ganarme su confianza. Nada servía, seguía estando al mismo nivel.
—Solo intento protegerte, Alba —se justificó preocupado—. ¿No te das cuenta de que todas estas reglas se pusieron para evitar que te suceda lo mismo? ¿Quieres que la gente hable de ti? ¿Eso quieres que vea tu hijo?
—Quiero vivir —contesté —, eso es lo único que les pido.
—Aunque eso se resuma a estar con tipos que no te valoran —concluyó revelando en qué me encasillaban. Para ellos mi vida no tenía otras vertientes, daba igual mis luchas diarias y esfuerzos, nunca valorarían los sacrificios. Un error los marcó al grado que ni mil de mis victorias lo igualarían. Mis manos se enredaron en mi cabello, habían tocado mi límite.
—¿Y si lo hiciera qué? ¡Es mi vida! —exploté furiosa de la ligereza con la que levantaban falsos en mi nombre, sin pararse a pensar un segundo si me lastimaban.
—No voy a permitir que a mi hija la usen como si fuera una...
Mamá se levantó de un salto matando la frase en el aire, asesinándome a mí en el paso. Papá se mordió el puño incapaz de gritármelo en la cara. No hacía falta, había escuchado demasiado, no solo esa ocasión. Entendería el arrebato de una noche, pero no los constantes golpes de una vida. Sentí que la sangre viajaba a una velocidad inhumana a mi cerebro, mi corazón amenazó con salir de mi pecho. Un montón de emociones que ni siquiera sabía que podían existir se acumularon en mi interior.
—¡Dímelo! —le exigí asqueada. Me planteé ante él para pedirle que hablara con esa franqueza que no se detenía a medir los daños. Mamá intervino entre los dos asustada de que las cosas empeoraran—. ¡Eso es lo que siempre has pensado de mí!
—No es cierto, Alba —se arrepintió. Demasiado tarde.
—¡Claro que sí! ¿Crees que no me doy cuenta? —dije cubriéndome la cara, presa de las emociones que me tentaban a ponerme a llorar del coraje—. Por Dios, lo sé, solo me engañé para protegerme. Ten el valor de decírmelo a la cara como lo tienes para juzgarme.
—¡No te permito me faltes el respeto!
Mamá me rogó con una mirada que me quedara callada. Nunca más. Jamás volvería a permitir que me trataran como un trozo de basura. Esa noche habían dado la última pisada sobre mi dignidad.
—¿Y qué demonios es lo que tú haces conmigo? —me quejé. Estaba hasta la coronilla que todos se creyeran con el derecho de señalarme, no recordaba cuando les di permiso de herirme—. Ya estoy harta de esta basura.
Dejé esa tonta discusión para recoger mis cosas. No tenía sentido seguir ahí. Nunca terminaría de pagar la deuda que tenía con ellos, mientras más me esforzaba por cumplir sus expectativas más miserable era el resultado. No cumplía ni conmigo, ni con ellos.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó mamá temerosa, con un nudo en la garganta. Las respuestas sobraban, sabían perfectamente cuál sería mi siguiente paso. Noté el miedo escapando de sus pupilas, el mío invadir mi mente.
—Me largo de este lugar, ya no puedo soportarlo más.
—¿A dónde piensas ir?
—A donde sea, abajo de un puente, en la calle, no lo sé, pero no seguiré aquí —declaré camino a mi habitación, empacaría todo lo que entrara en la mochila. Luego me haría de más cosas, no sabía cuándo sería.
Ellos fueron detrás de mí sin poder digerir la locura que estaba por cometer. Papá enrojeció ante mi perdida de cordura, por el siguiente acto de rebeldía de esa hija que nunca pudo retener.
—Tú haz lo que quieras, Alba, pero Nico se queda aquí —me advirtió congelándome por un instante. Las ideas se enredaron asfixiando mi reciente voluntad. Mi corazón frenó hasta que el mismo valor lo puso de nuevo a trabajar.
—No, no, no. Él es mi hijo, se viene conmigo —les informé. No funcionarían esos chantajes.
—Alba, no voy a dejar que lo condenes a la miseria por tu absurdo orgullo —me amenazó al borde del colapso. Mamá se puso a llorar porque le había dado en su punto más vulnerable. Nico era su vida, pero también la mía.
—No te estoy pidiendo permiso. Me lo voy a llevar, quieras o no. Es mi hijo, ustedes perdieron a la suya, yo no voy a repetir el mismo error —mencioné sin meditar lo que escapaba de mi boca. La furia nubló mi juicio, también los sentimientos positivos que habían sobrevivido en mí.
—No puedo creer lo que estoy oyendo. Sabes que si queremos tu mamá y yo podemos quedarnos con su custodia. El gobierno sabe que es lo mejor para él —lanzó a sabiendas de que era el último recurso que tenían sobre mí. Nico era lo único que compartíamos, porque las riendas de mi vida se habían soltado.
—Llévenlo el caso a donde quieran, voy a ganar yo —dije fingiendo que no me afectaba ese creciente temor, creyendo que no se atreverían a quitarme lo único que me hacía feliz. Bloqueé la opción para no atormentarme—. Mientras eso sucede él se viene conmigo —repetí.
Mamá le pidió a mi padre que se calmara, que pensara con la cabeza fría, yo no me quedé a escucharlos. Nada de lo que fueran a decir cambiaría mi decisión. Sabía que era egoísta, que lo mejor sería esperar al día siguiente, aguardar paciente a que las aguas se calmaran, pero no aguantaría una noche más en esa casa con los ánimos al tope. Aprovechando la adrenalina del momento toqué a la puerta de Nico. Me pesó en el alma atravesar la habitación a oscuras para removerlo despacio de entre las sábanas, donde descansaba profundamente, alejado de todo lo que acababa de suceder. Por primera vez agradecí su profundo sueño.
—Nico, despierta —le pedí en un susurro sin deseos de asustarlo.
—¿Ya es hora de ir a la escuela? —preguntó adormilado tentado a volverse a dormir.
—No... Nico, escúchame bien, tenemos que irnos. Ahora —le expliqué, mi fortaleza desapareció haciendo que mi voz flaqueara. Él abrió los ojos temeroso, sin comprender de qué hablaba. Yo tampoco encontré cómo explicárselo sin dañarnos.
—¿Irnos? ¿A dónde?
Tomé un respiro sin tener una respuesta. Había sido un arrebato marcharnos sin ningún plan que me respaldara. Estábamos en la calle. Yo podía vivir así, pero Nico no merecía padecer por mi inmadurez. Consideré ir a pedirles perdón, someterme a sus nuevas reglas a cambio de un techo para él. Sin embargo, otra parte me detuvo, no deseaba criarlo en un sitio donde su madre no valiera nada. Estaba siendo esclava de una vida que no quería.
—Tengo un lugar. Nos quedaremos ahí esta noche —resolví en un chispazo, nació una pequeña llama para abrazarme a la esperanza. Rogué a Dios para que funcionara, no sabía que haría si las cosas no resultaban.
Me levanté para buscar en los cajones lo necesario. Ropa, solo ropa. No teníamos nada más.
—¿Vienen los abuelos?
Mis manos temblaron ante la cuestión, agradecí estar de espaldas para que no fuera testigo de mi rostro pálido. No solo perdíamos la casa, sino él a las personas que más amaban. ¿Qué clase de madre le arrebataba su estabilidad? Cerré los ojos, odiándome con todas mis fuerzas.
—Ellos se quedan, Nico —respondí. Nico susurró algo que me fue imposible escuchar, me giré para contemplar su carita confundida, me acerqué a pasos veloces para sentarme a su lado en el borde del colchón—. Escúchame, estaremos bien —le aseguré deseando no equivocarme. Eso no ayudó—. Podrás verlos siempre que quieras. Te traeré esta misma semana —le prometí importándome un comino si a ellos les gustaba la idea.
—¿Esta semana? —titubeó.
—Es una promesa, Nico —aseguré con una sonrisa tomándolo de los hombros para que confiara en mis palabras. No le mentía, encontraría la manera de mantener su corazón entero.
Él asintió sin disimular la tristeza, yo lo abracé para llenarme de fortaleza. Cerré los ojos estrechándolo contra mi pecho, tan asustada como cuando tenía diecisiete años, sin saber a dónde ir, qué dirección era la correcta. Otra vez en el fondo del barranco, escalando paso a paso por llegar a la superficie, sin tener nada a que sostenerme, pero segura que las piedras no nos sepultarían. «Saldríamos de esto», me propuse con esa determinación que me mantenía con vida. Encontraría la manera de lograrlo por el bien de los dos.
Era pasada la medianoche cuando dejé atrás la casa de mis padres, sin despedidas de por medio, ni dramas familiares. No aparecieron por ninguna parte. Agradecí el gesto de no volver el proceso más difícil para Nico que estaba tan desorientado como yo.
Tomamos un taxi con lo poco que logré reunir. Cargados de bolsas repletas de ropa viejas, sueños rotos y miedos nuevos. Él recargó su cabeza en mi hombro mientras mi corazón dolía. Tenía ganas de llorar, desconectarme unas horas del mundo, perderme sin preocuparme por encontrarme algún día. Ya no me importaba nada de lo que me pasaba, pero era imposible, Nico me necesitaba. Recé todo el camino para que esa puerta se abriera.
Y lo hizo, cuando toqué un par de veces la madera cedió. La persona que estaba detrás de ella me recorrió de pies a cabeza sin creer lo que veía, pero sin palabras lo supe, ahí estaría la mano que necesitaba. No todo estaba perdido.
¿De quién creen que se trate?
¿Lo que hizo Alba está bien? ¿Qué creen que suceda?
De corazón gracias a todos por su apoyo a esta novela. Los quiero mucho.
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