Capítulo 7 (Parte 2)
—¿Qué demonios haces aquí?
—Hay que hidratarnos, Alba, es bueno para la salud —argumentó él levantando el bote de agua que traía entre sus manos. Entrecerré mis ojos azules sin creerle una sola palabra.
—Claro, me dirás que perdiste media hora de tu vida buscando un miserable bote de agua, como si estuviéramos en un desierto, cuando hay un millón de tiendas allá afuera —mencioné rodeándolo. Él me acompañó a mi costado.
—Sí, tienes razón, pero en las otras tiendas no estabas tú. Además, he venido porque deseaba hacerte una pregunta.
Frené de golpe, nerviosa. Mis manos comenzaron a sudar al imaginar de qué podía tratarse. No quería volver a tocar esa conversación, tampoco enfrentarme a sus sentimientos. "Él había prometido que..."
—Como saldrías tarde pensé que podría llevarte a casa, después de todo me queda de pasada. Así no tienes que tomar el servicio de transporte. Es peligroso.
—No te queda de pasada.
—Bien, olvida ese dato —me pidió restándole importancia. Negué divertida, era un pésimo mentiroso, pero su buena voluntad hizo que no lo tomara en cuenta—. No me quedaba de pasada del trabajo, pero ahora sí —comentó defendiendo su propuesta.
—Sí, podrías ser —acepté a la primera, sorprendiéndolo.
Regularmente ponía más peros, sin embargo, odiaba andar por las calles sola después de las once. Mis sentidos se bloqueaban, sabía que mis pies no reaccionaban con la misma agilidad. A él no le sería un gran esfuerzo detenerse un minuto antes de seguir su camino.
—Aunque tengo que pasar la tarjeta e ir por mis cosas, debo tardar unos diez minutos, no sé si tengas tiempo de esperarme.
—Te espero, Alba, no te preocupes —respondió comprensivo.
Le agradecí con una sonrisa antes de correr a terminar con lo mío, tampoco quería que perdiera toda la noche por mi culpa. Acabé con mis pendientes tan rápido que me gané unas bromas de mis compañeras que estaban fascinadas con el tipo. No tuve tiempo de escuchar sus molestas insinuaciones, ni sus chismes, más ocupada en encontrar a Álvaro. Lo encontré cerca de las cajas con su bebida, un par de yogures y un panqué de chocolate.
—Uy, Álvaro, la despensa de todo un hombre.
—En realidad, ya la hice el fin de semana, pero nunca está de mal darse un gusto, ¿no? —mencionó mientras lo acompañaba a la fila, detrás de dos personas. Me encogí de hombros, fingiendo que no le creía—. ¿Qué tal estuvo tu trabajo?
—Bien, al menos ninguna cosa se rompió sobre mi ropa, lo cual ya es un gran avance —comenté recordándolo. Hoy había corrido con mucha suerte—. Olvidemos que pasé una eternidad transportando unos... ¿Puedes creer que ahora venden chilaquiles en cajas?
—No tenía idea, pero eso es lo que yo le llamo ser un emprendedor, Alba.
—Eso es lo que yo le llamo ser un bueno para nada incapaz de dorar una tortilla —lo contradije apoyándome en el mostrador mientras la fila avanzada. Álvaro rio por la rudeza de mi expresión, terminé sonriéndole—. Ya ni para qué te pregunto, debes ser defensor de los tamales embolsados.
—Alba, me ofendes, hay cosas que simplemente son un sacrilegio. Soy un hombre de principios.
Apreté los labios para no reírme de sus tonterías.
Observé que era nuestro turno, así que antes de que nos llamaran, me animé a darle un pequeño golpe en el hombro para que se moviera. Fue apenas un roce sin doble intenciones. "Nada de malo tenía, nadie me responsabilizaría de provocarlo", repetí para no sentirme culpable esperando que él no reparara en esa novedad. Aun así Álvaro debió notarlo, nunca pasaba nada por alto, porque mientras esperábamos en la caja me regaló una dulce sonrisa. Como toda una idiota evadí su mirada, fingiendo que encontraba más entretenido ver los precios de los chicles, pese a estar por las nubes, sin poder ocultar que también estaba sonriendo.
—Sesenta y siete pesos.
Escuchar la espantosa voz de Gustavo me despertó de mis pensamientos. De vuelta al mundo real. Erguí mi espalda al sentir su mirada intrigada sobre nosotros, estudiando mi cambio de actitud, como si esperara le rindiera cuentas de mi vida. "Estaba loco. Lo único que ganaría de mí sería un puñetazo". Volteé la cara hacia un lado incómoda por su atención. Me obligué a concentrarme en otras cosas agradables ignorando su fastidiosa presencia mientras Álvaro pagaba.
Mi mirada recayó en mi perdición, podía ser fuerte ante todo menos ante ellas. De nada serviría resistirme, ya había picado el anzuelo. Otro motivo para no acercarme a esa zona era saber lo fácil que era sucumbir a la tentación. Saqué de mi bolsillo un billete antes de coger dos glorias de cajeta, a sabiendas eran un derroche de dinero que no tenía. Se las entregué al tonto de Gustavo para que las cobrara, una para Nico y otra para mí, pero recordando a Álvaro agregué una más a mi lista de deudas.
—No sabía que te gustaban los dulces.
—No todos los dulces —le platiqué mientras Gustavo me entregó el ticket de pago. Compartimos una mirada extraña, como si estuviera juzgándome, antes de alejarme rápido sin que Álvaro entendiera la razón de mi prisa—, pero todos tenemos una excepción —añadí sosteniendo la puerta, lazándole la que había comprado para él. Álvaro la atrapó en el aire—. Buenos reflejos.
El viento frío en el exterior rozó mi cara y alborotó mi cabello. Guardé los dulces en mis bolsillos y me saqué la liga de la muñeca para anudarlo antes de que terminara siendo Carlitos de los Rugrats, mientras caminábamos juntos a su vehículo.
—Tú debes ser el único loco que estaciona un carro como este en un lugar así —le dije divertida al montarme en el asiento de copiloto.
El calor del interior y el silencio que me recibió me hizo sentir ridículamente relajada. Coloqué mi mochila a mis pies, dudando si no estaría demasiado lejos en una emergencia, calculando el tiempo que me tomaría alcanzarla. Miré a Álvaro distraído, ajeno a mis terribles pensamientos. Me tensé cuando mi imaginación despertó, recreando viejos recuerdos. Un escalofrío recorrió mi espalda al tiempo en que mis manos se aferraron a mi ropa. Negué tomando aire para liberar la tensión que empezaba a acumularse. "Todo estará bien".
Me encargué de abrocharme el cinturón en un movimiento, impaciente busqué algo en qué distraerme, recordé mi postre. "Trabajas horas, Alba, puedes darte un pequeño regalo", alegué para no sentirme culpable.
—Alba, las cosas por orden —me detuvo.
Lo observé sin comprender a que se refería hasta que abrió el paquete de pan y me ofreció un trozo. Yo lo pensé un segundo, pero con el estómago vacío no me hice demasiado del rogar. Tenía tanta hambre que podía comerme el vehículo entero. Álvaro cogió el segundo pedazo, pero a partir de ahí no volvió a tocarlo porque se ocupó del volante.
—Si no te apuras me lo terminaré —le advertí percatándome que había cogido más de la mitad.
—Alba, si un tránsito me atrapa va a castigarme con una buena multa. Además, tú no has comido nada —me dijo astuto, dedicándome un fugaz vistazo.
Lo entendí. Había traído ese inusual menú para mí, porque le había contado que renunciaría a mi hora libre. Claro que no me avisó, adelantando me negaría. No sabía si molestarme con él por tomarse libertades que no le correspondían, o conmigo por no darme cuenta. Se estaba volviendo más listo. Quise enfadarme, mas no lo logré, estaba demasiado feliz camino a mi casa, cenando en su compañía y tal vez engañada con esa absurda seguridad que nunca trae nada bueno.
Acepto que debí ponerme límites, recordarme que estar con él no era garantía de nada. Álvaro era al final un hombre como todos, uno que podía lastimarme, pero me costaba visualizarlo como los monstruos que había conocido. Claro, ninguno tenía un cartel en el pecho que te advirtieran del peligro, de hacerlo jamás me hubiera acercado, lucían tan diferentes al inicio. Me estremecí recordando sus estrategias. Sin embargo, pese a que me esforcé por grabarme una imagen negativa de Álvaro que me mantuviera al margen, nunca logré mi estúpido objetivo. Sabía que era una tonta creyendo que era un buen tipo, pero me sentía más no haciéndolo.
—Desde ahora empezaré a valorar más las ideas de la directora —le conté después de darle un mordisco, apartando mis absurdos pensamientos—. Aunque con eso tenga que soportar que Nico quiera ser cartero por una semana.
—¿Qué quiere ser de mayor?
—De todo. La verdad es que le he visto llevar más tiempo unos mismos calcetines que decidido por una profesión —reconocí. Álvaro sonrió por la comparación.
—¿Tú qué querías ser?
—Muchas cosas, todas improbables —admití reflexionando que no era el mejor ejemplo. Eso sí lo heredó de mí—. Al final, abogada, aunque no sé, ahora que lo pienso no soy muy buena, defender argumentos no son mi fuerte. Tú, en cambio, sí que podrías vivir de esa profesión. ¿Por qué no lo intentaste?
—Desde joven quería ser ingeniero civil, siempre supe que era a lo que deseaba dedicarme —me platicó. Lo envidiaba, ojalá yo hubiera cargado con la misma vocación.
—¿Cómo eras de joven? —me atreví a preguntarle más en confianza.
Deseaba hacerme una idea de él siendo apenas un universitario, pero tenía poca información disponible. No podía arrancarme su rostro de hombre para sustituirlo por el de un chiquillo.
—Un aburrido sin remedio —contestó honesto con una risa.
—Y un cerebrito —deduje acertando.
Era fácil imaginar a Álvaro como esa clase de chicos listos, aplicados y del cuadro de honor. La misma clase de muchachos que nunca tendrían una relación con la chica que era yo en esos años. Demasiado inteligentes e intimidantes para prestarles atención a una jovencita boba. Mi mente comenzó a hacerse cuentos al imaginar mi vida si me hubiera topado con él antes, alejé la esperanza, concluí que no hubiera cambiado mucho. Siendo honesta y comparándonos no había posibilidades de que se fijara en el Chucky de cabello rojo, incluso si este se hubiera enamorado de él. No teníamos nada en común, ni el estilo de vida, ni las metas, lo único que compartíamos era lo débil que fuimos ante una aplicación de moda. Negué agitando mi cabeza, de nada servía recrear realidades alternativas, después de todo, jamás nos hubiéramos topado, no solo por la diferencia de edad, sino porque yo jamás hubiera ingresado a la universidad.
—Bueno, con una beca que mantener no tenía muchas opciones —respondió.
Me sorprendió comprobar que Álvaro, contrario a lo que todos creíamos, no siempre fue un tipo de dinero, que nació en una cuna de oro, ni que gran parte de lo que tenía se debía a su buena estrella, aunque eso no desmeritaba sus éxitos.
—Un día tienes que contarme más cosas de ti —le pedí disimulando como una profesional la intriga. Deseaba le naciera por su propia voluntad—, siempre y cuando no me pidas lo mismo —recordé. Todo mundo exigía un trueque y yo jamás le contaría nada de mi pasado. Nunca, prefería no volverlo a ver, terminaría en el mismo resultado.
—Al menos me dirás cómo eras.
—Completamente diferente, gracias al cielo —alegué en un suspiro. La Alba que estaba a su lado no hubiera permitido muchas de las cosas que le sucedieran. Estaría más entera, con menos grietas.
—Te imaginaré con vestidos rosas y lazos en el pelo —bromeó ganándose un resoplido de mi parte.
—Ti imiginiri cin vistidis risis y lizis in il pilo —lo arremedé fastidiada—. Payaso. Comer azúcar tan noche te afecta, Álvaro. Ahora veo que fue buena idea terminarme el pan yo sola —susurré contra la ventana. Álvaro se echó a reír de mis palabras por más ciertas que fueran—. Se dice: "gracias, Alba, por pensar en mi bienestar".
—Siempre tan considerada.
—Fui yo quien te pasó tus lentes cuando se te cayeron en el boliche y te advertí de los peligros de guardar distancia, ¿no? —le recordé.
—Sí. Espero no me falle la memoria, pero fue después de que accidentalmente casi me rompieras la cara con la bola.
—También te rescaté de tu fallida cita en el bar —lancé lo primero que se me ocurrió. Nunca olvidaría su cara de alivio cuando nos vio llegar. Esa fue la primera vez que Miriam tomó para molestarme con él solo porque la chica creyó que era su novia.
—Sí, aunque podríamos considerar que terminé ahí porque...
—Bueno, Álvaro, la cosa es que te saco de los problemas en los que te meto sin querer.
—Siempre tan considerada —repitió divertido volviendo al inicio.
—Y te regalé una gloria. Una gloria, Álvaro —remarqué para que entendiera su importancia. Me era más fácil desprenderme de un anillo que de esos ejemplares. Él me sonrió con ternura al verme buscarla en mis bolsos.
—¿El tipo de la caja es tu jefe? —me preguntó de pronto, como si lo recordara. Ni el sabor dulce de la cajeta logró sustituir la amargura de esa realidad.
—Sí, y para tu información lo detesto con todo mi ser.
—Parece que no le caí bien —opinó sin pasar por alto las muecas disimuladas que le dedicó.
—Siéntete afortunado, Álvaro. Todo aquel al que Gustavo detesta es mi amigo —comenté indiferente. Me importaba poco lo que opinaba de mí—. Además, sería raro que le agradaras. Aborrece todo lo que a mí me gusta. Me odia.
—Ni siquiera sé cómo me gané ese halago —comentó de buen humor. Tardé un segundo en captar de lo que hablaba.
—No me refería a esa clase de... Lo que quiero decir es... No hablaba románticamente —le aclaré enredándome con mi propia lengua. Álvaro rio como si disfrutara de mi penoso espectáculo—. Lo usé de sinónimo de agradar, hombre.
—¿Te agrado?
—No seas bobo, Álvaro. Sabes que sí —respondí tajante. Álvaro aprovechó la luz roja del semáforo para contemplarme por un rato—. Si estás esperando me aviente un discurso sobre lo mucho que me agradas —hice énfasis en esa última palabra para no confundirlo—, te vas a quedar con las ganas.
—Con saberlo es suficiente para mí —admitió con una sonrisa.
Debí regresar la vista al frente, soltar un comentario ácido y fingir que no me interesaba, mi especialidad, no estudiar la manera en que me veía para después repetirla. El mundo enmudeció en el interior cuando nuestros ojos coincidieron por un momento. No eran de esas invasivas, que te ponían los pelos de punta, ni te revolvían el estómago. Una cursilería que no frené.
Todo muy lindo y mágico hasta que el imbécil de atrás casi me ocasionó un infarto al tocar el claxon para que avanzáramos.
Álvaro no pudo evitar reírse al presenciar en primera fila el respingo que pegué por el susto antes retomar la marcha. Yo tomé un respiro discretamente para recuperarme del susto, pero terminé sin mantener mi expresión seria al imaginar lo boba que debí verme. Una sonrisa espontánea agitó algo dormido en mi pecho. No recordaba haberme sentido tan feliz desde hace muchos años. Todo me había salido tan bien. Nico alegrándome la mañana con su carta, Álvaro acompañándome por la noche.
El camino se me hizo corto, pero no me quejé. Sonreí aliviada cuando estuve a salvo. "Deben estar esperándome", pensé al ver las luces encendidas, los sorprendería regresando unos minutos antes de lo esperado. Deseé encontrar la fórmula para más días como ese. Me liberé del cinturón antes de coger con fuerza mi mochila.
—Gracias por todo, Álvaro —dije con sinceridad. No hablaba solo de traerme, en realidad había hecho muchas cosas por mí en menos de veinticuatro horas—. Te lo pagaré un día. Hoy no, tal vez mañana tampoco, en la quincena podría ser.
—No tienes que pagarme nada, Alba.
Lo haría cuando consiguiera reunir dinero. Bajé, pero no había dado ni dos pasos cuando escuché su llamado. Regresé para asomarme por la ventana abierta. Álvaro aguardó unos segundos, dudando si debía o no hablar. Yo fruncí las cejas sin saber qué esperaba para soltarlo.
—Solo quería decirte que me alegró verte tan feliz hoy, Alba —se animó a decir al fin. Sonreí importándome poco me vieran. Sonaba sincero, demasiado honesto para ser indiferente.
—Vete a casa, Álvaro. Es tarde —le recordé en voz alta retrocediendo sin darle la espalda.
Estaba un poco aletargada por la realidad. Una parte de mí, que jamás confesaría en voz alta, no podía creer todo lo que me estaba sucediendo. Pegué otro ridículo salto al chocar con la entrada. "Estúpidas cosas que se atraviesan en mi camino", me quejé buscando la perilla a ciegas mientras con mi mano libre me despedía de él que no se retiró hasta que pude abrir.
"Estás comportándome como una tonta, Alba", admití, pero no pude evitarlo. No hallé motivos para borrar esa sonrisa de mis labios, al menos hasta que di con lo que estaba del otro lado de la puerta y cualquier pizca de felicidad se esfumó.
¿Qué creen que suceda? ♥️.
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