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Capítulo 6

Dentro de casa el único ser viviente que me recibió fue el altanero Señor Casquitos que al escuchar el sonido de la puerta salió corriendo, de donde fuera que estuviera escondido, para treparse de un salto al respaldo del sofá, justo en el punto que me apreciaba mejor. "Hasta que llegas", imaginé que él pensaría, mientras apoyaba su cabeza. Compartimos miradas durante un minuto hasta que me cansé de pelear, era inútil, siempre ganaba.

Le di un vistazo alrededor. Silencio total, parecía que no vivía nadie, aunque los focos encendidos revelaban debía haber alguien despierto o adormilado cerca. Pisé con cuidado de no hacer ruido, pero de nada sirvió mi esfuerzo, estaban esperándome.

—¿Alba? —Sus ojos negros se clavaron en los míos buscando respuestas—. ¿Qué te pasó?

Se levantó de la mesa, sorprendida, casi horrorizada, al verme ingresar a la cocina para guardar el pastel. Al principio no entendí su expresión, me pregunté si podría sospechar de lo que acababa de sucederme, si oiría mis palabras desde la calle, todas buenas teorías hasta que recordé lo que llevaba puesto. Eso fue suficiente.

—Idea de Miriam —respondí sin muchos deseos de entrar en detalles. Nunca volvería a usar vestido si tenía que soportar responder la misma pregunta más de quince veces.

—Idea de Miriam... —repitió extrañada. No la culpaba, sabía que no era fácil convencerme, tenía que ser una maestra del arte de engañar para sacarme un sí—. ¿Y dónde está tu ropa?

—Maldita sea, la olvidé en su casa. Mañana paso por ahí —me apunté en mi lista de infinidad de pendientes. No estaba segura de que fuera una buena idea, era posible que me costara más el transporte que lo que valieran esas piezas. Al menos podría usarlas para lavar su automóvil.

—¿Ella te trajo a casa? —curioseó mientras yo colocaba el postre en el refrigerador. "A Nico le encantaría", pensar en su alegría, en los saltos que pegaría por la casa, me hizo sonreír.

—¿Qué? Oh, no, fue Álvaro —respondí fingiendo indiferencia aunque sentía que me clavaban una aguja al decir su nombre. Supuse que ese dolor se llamaba culpa.

—Álvaro.

—Exacto. Álvaro.

Mamá sabía a grandes rasgos de quién se trataba, aunque no lo conociera en persona. En resumen: era mi amigo, de vez en cuando charlaba con él, me había traído dos veces a casa, nada más. No había mucho qué contar.

—Alba, has llegado más tarde de lo que dijiste —recordó en un regaño, llevando sus manos a la cintura, sin olvidar la razón de su desvelo—. Prometiste que estaría aquí antes de que regresáramos.

—Nico. Nico. Nico. Tengo que darle las buenas noches —susurré de pronto acordándome que probablemente estuviera cabeceando en su cama. Había perdido la noción del tiempo. Corrí a la habitación, sosteniéndome de la pared, pero mamá me detuvo en el pasillo.

Era inútil, como todo lo que hacía.

—Ya se durmió, Alba —me avisó. Cerré los ojos sintiéndome el ser más miserable del mundo. Ni como mujer, ni como mamá podía hacer nada bien—. Mañana tiene que ir al colegio.

—Claro que lo sé, venía temprano, fui la primera en irme —le expliqué aunque me estaba justificando ante mí. No podía perdonarme al imaginarlo esperando—. Se me presentó un incidente de última hora, me distraje y olvidé la hora.

—¿Un incidente?

Esa era la clase de preguntas que uno haría para sacar más información a otro, datos que no obtendría por mi boca. Convertir a mamá en mi cómplice no era una opción, no compartiría mis secretos. Ignorando su mirada curiosa preferí encaminarme a mi habitación. Mañana tenía que madrugar.

—¿Ese invidente tiene que ver con Álvaro? —me interrogó siguiéndome, decidida a no dejarme escapar. Yo volví la mirada asustada por su precisión, debía poseer alguna clase de magia para acertar a la primera. Como no me atreví a negarlo ingresé a mi cuarto, esperando que eso bastara para evadir el tema. Fallé. Ella permaneció en el umbral mientras yo me sentaba en el borde de la cama para sacarme otra vez los zapatos—. Alba, no puedo controlar lo que hagas con tu vida, me es imposible, pero eso no impide que me preocupes. Todo tiene consecuencias, tú mejor que nadie lo debes saber —mencionó, conociendo mi punto débil. No entendía a qué se refería hasta que dejó los rodeos para hablarme directo a la cara—. ¿Demoraste porque estuviste con ese hombre?

—Te dije que me trajo a casa, literalmente estuve con él, no tiene un chófer —me hice la desentendida, para que se dejara de andarse con pinzas. A mamá le fastidió mi cinismo, a mí su falta de confianza—. Oh, ya, piensas que me acosté con él.

—¡Alba! —se escandalizó abochornada por mi franqueza

Ella debía creer que había llegado tarde porque estuve en su cama, que me vestí así para cumplir alguna de sus locas fantasías, que posiblemente quedó contento porque me trajo a casa, de no ser así pudo dejarme en cualquier lado.

—Lo siento, es horrible escucharlo, aunque no creo que tanto como que tu propia madre crea que la única razón creíble por la que puedes llegar una hora tarde es porque te estuviste revolcando con alguien —alegué. Parecía que era para lo único que podría ser útil según todos en esta casa—. ¿Qué es eso de conversar o bailar? —me burlé de mí misma mientras me ponía de pie para quitarme los aretes—. ¿Quién querría perder el tiempo charlando con la estúpida de Alba cuando puedes ahorrarte todos esos pasos y llevártela directo a la cama?

—Alba, nunca quise decir... —intentó disculparse apenada—. Lo único que hago es preocuparme por tu futuro y el de Nico. No quiero que sufras más.

—Aprendí de mis errores —le aseguré para que dejara de estar con ese pendiente. Sabía cuidarme sola.

—Eso dijiste la primera vez y después...

Esa fue la gota que derramó el vaso, el golpe certero que faltaba para noquearme. Mis manos perdieron fuerzas y dejaron caer el pendiente sobre la cómoda, posiblemente se estrelló o se hizo pedazos, no le presté atención porque estaba más ocupada aferrándome a la madera. Pasé saliva, me obligué a respirar porque necesitaba calmarme, todos esos horribles recuerdos no se repetirían. Era parte del pasado. Pese a los años me sentí tan débil como esa tarde, incapaz de defenderme.

—Alba... En verdad siento todo esto.

Lo sabía, conocía a mamá, todo lo había dicho en un momento de confusión, compartíamos el mismo mal, hablar sin pensar. Sin embargo, esa noche no pude perdonarla, por más disculpas que existieran. Ese tema nadie podía tocarlo, no importaba cuanto los quisiera. Tal vez la mañana me daría juicio, la oscuridad solo avivó los viejos demonios que me seguían a todos lados.

Cerré los ojos dándole la espalda. "Los fantasmas no me alcanzarían, solo lo harían si les abría la puerta", me consolé con el corazón perforándome el pecho por la rabia y la ansiedad. Yo jamás abriría otra puerta.

Mamá se rindió ante mi necedad, me deseó buenas noches en un susurro, no sin antes repartir un montón de los sientos que no respondí. Sabía que al abrir la boca delataría que estaba rota, no permitiría que la gente descubriera que los únicos que andaban eran los trozos de lo que fui un día.

Protegida en el silencio de mi habitación, en la profunda soledad, corrí a ponerle seguro a la entrada para que nadie más pudiera entrar en mi mundo. Entonces sí, sobrepasada por el pasado que no podía cambiar y el futuro que nunca se daría me eché a la cama a llorar.

Cubrí mi boca con la palma de mi mano para que no pudieran escucharme, mi pecho dolía aguantando los sollozos mientras las lágrimas mojaban mis mejillas. Dolía muy hondo, dolía tanto que a veces no quería sentirlo. Odiaba no ser un trozo de hielo. A veces en noches así, con las heridas a carne viva, tenía la falsa creencia que moriría, pero no era así, ese dolor sofocante solo torturaba, no mataba.

"Tienes que ser fuerte, Alba. No estás sola, piensa en Nico. Tienes que ser fuerte por él", repetí recostándome en el colchón, haciéndome un ovillo asustada por la realidad. "Él me quiere", me consolé.

Y pensé en las palabras de Álvaro, en la posibilidad de que lo que dijo esa noche fuera verdad. Lloré más fuerte al concluir que ambos tenían algo en común, podían quererme ahora que no conocían toda mi historia, porque cuando lo hicieran, tal vez la venda se caería de sus ojos, ya nada les impediría ver lo poco que quedaba por salvar.

A la mañana amanecí de un pésimo humor, con ojos de sapo y copiando a Rodolfo el reno. "En una de esas me pondrían a empujar el camión", pensé desganada mientras le preparaba el desayuno a Nico.

Mamá le mintió a papá sobre la hora de mi llegada, había sido tan puntual como las manecillas del reloj, por lo que su estado era el habitual. Ella se mostró arrepentida, tanto que antes de coger mi mochila le mostré una sonrisa para que entendiera que los rencores estaban olvidados. No podía estar molesta con ella que había sido tan generosa conmigo.

Nico me alegró un poco la mañana agradeciéndome por el pastel con tanto entusiasmo que me hizo sonreír de manera auténtica, de no ser por el tráfico hubiera llegado feliz al trabajo.

Sin embargo, como no fue así, maldije a los tontos que creyeron que poner diez litros de suavizante de ropa en un mismo bote nos facilitaría la vida. "Un problema de columna era lo que tendría", me quejé contra nadie en particular.

Estaba ocupada en mi tarea, pasándolos de la bodega a la tienda cuando alguien se atravesó en mi camino. Apenas pude esquivarlo, un momentáneo alivio, hasta que la persona en lugar de marcharse se inclinó quedando a mi altura. Pegué un grito, asustada por la inusual confianza. Estuve a punto de picarle los ojos, pero descubrí de quién se trataba.

—Hola, Alba.

—¿Hola Alba? —escupí furiosa. Arturo ladeó la cabeza sin entender mi repentino enfado—. Casi me matas y lo único que se te ocurre es saludar. ¿Qué demonios haces? ¿Miriam sabe qué estás aquí? —reformulé la pregunta para ser más clara.

—Le dije que saldría a realizar unas diligencias —respondió con astucia—, ¿puedo invitarte un café?

—No —le dije señalando el tanque, estaba trabajando, no tenía tiempo. Él tomó eso como una invitación para ayudarme, dejé que lo hiciera solo, si quería romperse la espalda que corriera a su cuenta—. Lo único que deseas es saber en qué te equivocaste. Crees que yo seré la solución.

—¿Me lo dirás? —preguntó ilusionado en que nuestra amistad le daría algún beneficio. Era tan inocente, no le haría el camino más sencillo.

—No, eso lo tienes que deducir tú mismo. Seguro que tienes alguna idea. No te creo tan tonto —mencioné encaminándome a la bodega para traer una caja de jabones.

Siguió mis pasos de cerca hasta que le hice una seña con la mano porque no podía ingresar, era área restringida para empleados. Al salir lo encontré afuera esperándome, quiso ayudarme, pero se lo impedí. Yo podía sola.

—Tengo una sospecha, pero preferiría no fuera cierta —continuó.

—Vamos, adivina —le animé porque tenía ganas de carcajearme un rato.

—Si fuera adivino sería millonario, Alba.

—Te daré unas pistas: Miriam. Tú. Sorpresa.

—Eso no dice nada —me acusó agachándose para darme una mano a colocar los paquetes en el escaparate. Quizás quería un puesto en el supermercado o que le prestara total atención, necesitaría más que un anuncio panorámico.

—Exacto. Arturo, no pienso decírtelo, tendrás que deducirlo por ti mismo —repetí. Mi amistad con Miriam me impedía delatarla, importaba poco si se trataba de él quien me lo pedía—. Tampoco es tan difícil, ¿qué puede implicar a ustedes dos? Algo que puedas hacer públicamente.

Arturo lo reflexionó un segundo, cerró los ojos frustrado al dar con el punto.

—¿Matrimonio?

—¡Acertaste! Inglaterra tiene a Stephen Hawking, pero México, México te tiene a ti —le aplaudí poniéndome de pie al terminar.

Él negó sin una pizca de gracia, pareció perder diez años en un minuto, en una de esas me pedía un bastón.

—No quería ganar.

—¿Por qué? ¿Tanto desprecias la idea de casarte con Miriam? —le pregunté sin entender cómo podía adorarla y después ponerse pálido imaginándola de blanco.

—No con ella, con cualquier persona. El matrimonio es un no rotundo en mi vida. Amo a Miriam. Dios, me quitaría un pulmón para dárselo, pero no puedo casarme con ella. Ya bebí esa agua, nunca tiene un buen final.

Me hubiera gustado tener valor moral para juzgarlo por no dejar atrás el pasado, me hubiera gustado no entenderlo más que nadie.

—Lo que más me preocupa es que te parezca más factible donarle un órgano que un anillo. ¿No has hablado de este tema con tu psicólogo? —curioseé. Hace meses recibía ayuda profesional, gracias a un consejo de Álvaro.

—No. Se supone que no es un tema sobre la mesa. Cuando la conocí me dijo que no quería casarse, coincidimos en ese punto.

—No sé, algo debió cambiar —opiné, encogiéndome de hombros. Me detuve para darle la cara, me estaba asfixiando que me acompañara en cada movimiento como si fuera mi sombra—. Tal vez piensa que puedes ser el hombre de su vida. Lo cual deberías valorar, no cualquier mujer en sus cinco sentidos tomaría semejante riesgo.

—No estoy para bromas, Alba. Tú no lo entiendes —se quejó porque no tomaba en serio su preocupación.

—Claro que no lo hago. —Le enseñé mis dedos carentes de anillos—. No estoy casada y nunca lo estaré.

—¿Ya le dijiste que no a Álvaro?

—¿Qué con Álvaro? —escupí molesta. Siempre conseguía ponerme en el ojo del huracán.

—Cada que te hablo de él respondes: "¿qué con Álvaro?". Sabes perfectamente qué con Álvaro.

—Si lo digo es porque no lo sé, yo no me hago la tonta como otros —le eché en cara antes de darme la vuelta para seguir laborando. No estaba para andar perdiendo el tiempo en sus chismes de preescolar.

—Dime si me odias.

—Te odio, Arturo, por si casi dos años de convivencia no te lo han dejado suficientemente claro —grité para que pudiera escucharme. Era ridículo que peleáramos como hermanos.

—Bien, no volveremos a hablar de Álvaro, pero te diré algo: ese hombre está enamorado de ti —mencionó con total solemnidad, como si fuera noticia de última hora. Esperó mi reacción, yo alcé una ceja.

—¿Él te pidió que me lo dijeras?

—¿No? Espera... Tú ya lo sabías. ¿Te lo confesó ya? ¿Él está bien? —me interrogó preocupado al percatarse del hecho.

—Si tanto te angustia su estado, ve y consuélalo —solté hastiada llevándome ambas manos al pecho y fingiendo un mohín. Odiaba a los metiches.

—En este momento estoy más angustiado por mí —susurró acomodándose el cuello de la camisa.

—Haces bien. Entiendo esto, Arturo, no quiero una relación con nadie —comenté con los dientes apretados—. No lo entenderías, necesitarías haber vivido todo lo que yo viví, pero agradece a quien creas por no correr con esa suerte —escupí para mí. Él se mostró intrigado, entonces recordé seguía conmigo—. Es lo único que obtendrás porque no tengo ninguna obligación de estar saciando la curiosidad de chismosos, ni dar informes de lo que hago o dejo de hacer. Esto es entre él y yo. Tú, y todo el club, metan sus narices en otra parte, no voy a permitir conviertan mi vida en una novela.

—Dios Santo, personas amables y después tú —ironizó divertido. Rodeé los ojos, era una advertencia—. Está bien, tú tienes toda la razón.

—¿También con lo de Miriam?

—Golpe bajo, eh.

—Habla con ella, Arturo. Dile las cosas como las dices a mí, claro con más bobadas románticas. Sé honesto con Miriam, se lo merece.

Arturo lo pensó unos segundos hasta que se resignó a que era el camino que debía tomar por el bienestar de su noviazgo.

—Hablaré con ella estos días... —Entrecerré los ojos ante su excusa—. Tal vez hoy mismo.

—Cuida esa chica, Arturo. Veo difícil te encuentres una igual —comenté con sinceridad. No valía la pena tuvieran problemas en un futuro siendo una pareja tan sólida.

—¿Sabes qué pienso, Alba? —me preguntó ya más en confianza. Era tan extraño como un minuto antes quería lanzarle una lechuga y después hasta simpático me parecía—. Dos valientes han perdido la cabeza por un par de cobardes.

No encontré mejor descripción de nuestros problemas. Para desgracia de los cuatro era más fácil perder el valor que ganarlo.

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